Apollo Belea
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Altamar ; North Blue
10:32a.m.
10:32a.m.
Era prácticamente imposible pintar en un barco que se movía tanto. Tonta marea, tonto barco, tonto mar. ¡Tontos todos! Capullos, que no me dejan disfrutar de ver un lienzo en blanco para ya imaginarme qué pintaría en este. Pero no podía pintar así como si nada... quería tener una inspiración, algo que me llamase la suficiente atención como para plantearlo en mi cabeza y plasmarlo con mis pinceles, lápices y óleos, acrílicos y demás en aquellos lienzos anteriormente mencionados; ¿Qué se podría decir? Estaba yendo al Reino de Lvneel por una única razón: Búsqueda de inspiración; ¿y qué mejor que un reino donde sus edificios son hermosos en cuanto a diseño y estructura? Sus colores tan vívidos, sus lineas tan variadas, era casi una obra de arte de la ingeniería antigua. Una historia por si sola. ¿Pero qué más podría encontrar allá a donde me dirigía? Tal vez comida, lectura, una biblioteca no vendría nada mal a decir verdad. Solo faltaba llegar a la susodicha isla, a aquel Reino de las mentiras... ¿Mentiras? Sí, claro. Aquel reino era famoso por las historias que se contaban de Norland Montblanc. Gracias a dios con mi memoria eidética.
Alguien golpeó a la puerta de mi camarote, y a lo que empezaba a guardar las cosas -ya que era imposible pintar en un estado tan bamboleante como ese-, entró sin más. — Buenos días, joven. Le comunico que en dos horas estaremos anclando en el puerto del Reino de Lvneel. Espero que haya tenido usted un agradable viaje con nosotros, espero que escoja de nuevo a Parrot Travels para dirigirse a donde usted desea. — dijo una mujer de apariencia no mayor a los 34 años. Se notaba algo desmerecida en cuanto a descuido, seguro por el aire salino del mar, pero nada más, no era fea a la vista ni incómoda. — Te agradezco a ti, que me hayas avisado con antelación. — le contesté antes de que ella asintiera con la cabeza y comenzara a retirarse ya a su puesto usual. Guardé mis pertenencias -que no eran muchas a decir verdad- y ya me mantuve listo, para bajar al puerto una vez llegáramos, y faltaba relativamente poco para eso.
Alguien golpeó a la puerta de mi camarote, y a lo que empezaba a guardar las cosas -ya que era imposible pintar en un estado tan bamboleante como ese-, entró sin más. — Buenos días, joven. Le comunico que en dos horas estaremos anclando en el puerto del Reino de Lvneel. Espero que haya tenido usted un agradable viaje con nosotros, espero que escoja de nuevo a Parrot Travels para dirigirse a donde usted desea. — dijo una mujer de apariencia no mayor a los 34 años. Se notaba algo desmerecida en cuanto a descuido, seguro por el aire salino del mar, pero nada más, no era fea a la vista ni incómoda. — Te agradezco a ti, que me hayas avisado con antelación. — le contesté antes de que ella asintiera con la cabeza y comenzara a retirarse ya a su puesto usual. Guardé mis pertenencias -que no eran muchas a decir verdad- y ya me mantuve listo, para bajar al puerto una vez llegáramos, y faltaba relativamente poco para eso.
Reino de Lvneel ; North Blue
12:15a.m.
12:15a.m.
Dicho y hecho, llegué al susodicho Reino. Aquel puerto tan hermoso... especialmente decorado. No era de madera sino de cemento, resistente al agua y al azote incesante de la marea y el mar. Sin titubear ni un segundo me dirigí al centro de la ciudad, cargando conmigo mis pocas pertenencias: Ropa de cambio, el marco de madera, lienzos, pinceles y pinturas; la mayoría de esas cosas se encontraban en una especie de maleta o equipaje de mano, el cual podía arrastrar por el suelo de todos modos porque tenía ruedas pequeñas en la base de esta. Pronto llegué a lo que parecía ser una plaza, circular, con algunas bancas y una fuente de agua en medio con un diseño más que hermoso, aunque no llegaba a inspirarme ya que era demasiado clásico, trillado... un niño apoyado en uno de sus pies, angelical como un querubín, soltando el chorro de agua por lo que vendría siendo su aparato reproductor masculino. — Ah... ya el primer cliché en la ciudad que pensé, me iba a dar un poco de inspiración. — me dije a mi mismo, sentado en una de las bancas circundantes a la fuente, que estaban prácticamente pegadas a esta, se podía sentir inclusive el chapotear del agua con el caer de aquel chorro de agua, contra mi cuerpo; Y de pronto... perfume de mujer. De esos que conquistan sin siquiera mirar a la persona que lo está portando, porque sabes que una mujer fea tendría la decencia suficiente como para no hacer que un hombre gire su rostro en vano al portar un perfume de tal calaña. Volteé mi mirar, sí... buscando el origen de aquella dulce y melosa fragancia, pero que con toques tal vez ácidos, conquistaba lentamente mis sentidos.
- Off-Rol:
- Aquella mujer de la que proviene ese perfume, puedes ser tú, si así lo deseas... O dejarme en banda(?).
Rei Arslan
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Llevaba ya un tiempo en el Reino de Lvneel por varios objetivos idealizados con los hijos de la Anarquía, algo de gran importancia para mantener el honor y la defensa de nuestra banda. Los planes siempre eran lo más importante para mí, o esa era mi forma de pensar, quizás algún día debiese cambiarla y pensar más en mi misma, aunque bueno, así era yo. Quizás algún me diga un monólogo para mí misma pero por ahora no tengo intención de ello.
Esa mañana dormía tranquilamente en mi camarote, paz y más paz era lo que se respiraba. Me sentía feliz por eso, pues no era el típico jaleo del que solía estar rodeada. Aunque en parte era extraño, no me acostumbraba a esto, quizás fuese la cantidad de tiempo soportándolo que se me había hecho monótono. Me desperecé y lo primero que hice fue mirar por la escotilla de mi camarote, el dulce mar soleado, sonreí para mí misma y me acerqué a un espejo, agarré un cepillo y puse a peinar mi cabello pelirrojo para que quedase sedoso. Lo dejé volví a dejar encima de la mesilla y salí hasta la cubierta del barco para respirar profundamente el aroma salado del mar. Me gustaba sentirlo a las mañanas. Bajé de cubierta.
Aquella mañana me encontraba paseando por las grandes calles de ese reino. Me llamaba la atención desde que había llegado encontrar cosas nuevas o algo interesante que a mis ojos les valiese la pena observar. Durante mis paseos sin darme cuenta y no contar adónde iba llegué a una pequeña playa que se situaba cerca de la zona portuaria. Hubiese querido parar pero no era lo más conveniente a esas horas. Ya tendría el doble de tiempo cuando tuviese un poco más de calma.
Aunque siempre padecía ese dilema. Dividir mi mente en dos mitades para fastidiarme mejor ¿Nunca podría decidirme por una sola cosa? Iba a ser que no, pero quien sabe, a lo mejor algún día todo eso cambiase… y comenzaría a ser más… decidida. En el fondo no era para nada decidida, si era capitana ahora debía cambiar eso. Tenía que crear mis propias ideas con alguna causa justificada. Reflexionar eso solo había conseguido que me sentase en una pequeña roca dejando pasar el tiempo a mí alrededor y cuando me di cuenta ya era estaba cerca casi de la media mañana.
En ese momento un ligero olor de… ¿Pastelería? Sí, tenía que serlo tan solo por el aroma a dulce que reflejaba. Me levanté y me dirigí hasta el lugar de dónde provenía. Durante un momento llegué a creer que me había perdido buscando una pastelería, algo raro en mí, pues la orientación era uno de mis grandes puntos fuertes y me sentiría rara si fallase en eso. Al cabo de un rato conseguí encontrarla, tenía un gran cartel luminoso y llamativo a la vista que atraía a entrar y sobre todo su dulce olor. Sin dudarlo empujé la puerta y entré.
El aspecto que reflejaba era cálido y acogedor, a la vez que amplio y espacioso, muy bien decorado la verdad. Me acerqué al mostrador y tenían gran cantidad de todo tipo de dulces, inclusos algunos que no había visto nunca. La dependienta vino a atenderme amablemente en cuanto me vio y yo le pedí unos cuantos dulces. Esta los envolvió y yo le pagué con unas cuantas monedas encima del mostrador a lo que respondí con-Gracias-amablemente y tras eso salí.
No tenía a donde ir pues el reino era pequeño y en dos días lo había visto casi todo. Desenvolví el paquete de pasteles que apenas contenía tres y me puse a comerlos mientras caminaba. Estaban realmente deliciosos y me hubiese gustado comprar más pero a veces demasiado azúcar no era bueno. Los acabé y tiré el envoltorio a una papelera cercana hasta que a lo lejos pude ver que la calle llevaba como a una especie de plaza. Avancé hasta ella y llegué a su principio. Era redonda y bastante amplia, con una fuente en su centro que embelesaba la mirada.
Me acerqué poco a poco a un banco que se encontraba cerca de la fuente y me senté mirando al cielo. Tras eso mi vista se giró y vi a un joven de cabellos rubios, le miré tan solo unos segundos y volví a mirar al cielo. No me gustaba mantener el contacto visual muy seguido con la gente, me hacía sentir incómoda.
Apollo Belea
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Divisé al fin a ese ser maravilloso con esa fragancia embriagante que me había llamado la atención desde un comienzo. Su cabellera rojiza destacaba de entre los demás como si fuese una fuente de dulce néctar carmesí para aquellos seres mitológicos llamados "Vampiros"; Sangre, ese era el color de su melena larga que caía tras sus hombros. Le miré, y ella me devolvió curiosamente la mirada, aunque fuese por pocos segundos. Una leve sonrisa se dibujó en mi rostro al notar aquella repentina reacción. Solté una leve risotada que intenté disimular y acallar llevándome una mano hacia los labios para luego levantarme de mi asiento, tal vez había encontrado a mi posible inspiración en esa ocasión. Me levanté de mi asiento en aquella banca y me acerqué a ella, parándome frente a ella por unos segundos antes de tomar asiento a su lado, no sin antes emitir unas educadas palabras como para que no se preocupara o desconfiase de mi presencia, cosa que era entendible, a fin de cuentas cada uno era un desconocido para el otro.
— Disculpe, espero que no le moleste que me siente a su lado. — le murmuré en un tono de voz tranquilo. Una vez estuve a su lado, aún sosteniendo mis cosas -que no eran pocas a decir verdad-, acomodé mis Dan Wesson 8 en sus respectivas fundas y luego reanudé mis palabras. — Sé... que tal vez sea algo desubicado de mi parte, pero primero he de presentarme... Mi nombre es Apollo Agana Belea, y soy artista... dibujo y pinto lo que se me ocurra al momento, pero estoy en un grave problema actualmente... No tengo inspiración alguna para pintar. — empezaba diciéndole directo y sin titubear ni un solo segundo, y por más que mi rostro demostrara que quizás estaba algo... no sé, inseguro de andar diciéndole eso, no por esas razones me lo callaría así sin más, sino todo lo contrario. — He visto tu belleza y disculpa que te tutee, pero se me da mejor hablar así con la gente. — pausé mis palabras por escasos segundos y proseguí.
— Tu melena rojiza, tus ojos azules... tus labios carnosos pero de apariencia suave... ¡Oh! Perdona por mi descortesía, no intentaba sonar seductor ni insultante... solo que a veces digo demasiado lo que pienso y no hago reparo en lo que puede llegar a incomodar. — terminé suspirando pesadamente, encogiéndome de hombros para luego desviar la mirada de ella y posar mis manos sobre mis rodillas, apretando las manos y así arrugar un poco la tela de mi pantalón en esa parte. — Quería preguntarte, si te sería mucha molestia posar para mi, no tiene que ser desnuda, solamente posar... sé mi inspiración. — agregué a aquella extraña charla que de repente se estaba llevando a cabo. Con mucha tranquilidad dejé de apretar mi pantalón en las rodillas y volteé mi cabeza hacia el lado en el que ella estaba, fijando mi mirar sobre sus orbes. Aclaré un poco mi garganta, tal vez estaba siendo demasiado pesado con el asunto pero no tenía nada que perder, es más, tal vez hasta podría ofrecerle algo a cambio, por más que no tuviese mucho para ofrecerle en realidad, no ahora al menos.
— No es necesario que aceptes ahora, o siquiera que lo hagas... pero déjame invitarte a algo, un café tal vez... pero he llegado al Reino de Lvneel buscando inspiración para pintar, y no la he hallado aún, pero creo que tú podrías ayudarme... bueno, si es que quieres. — terminé por decir llevándome una mano a la nuca, despeinándome mi corta pero lacia y rubia cabellera, suspirando pesadamente. Antes de que la joven pudiese responderme demasiado a lo dicho, un hombre algo borracho se acercó a nosotros, tambaleándose y haciendo algunas arcadas, se notaba debido a que inflaba las mejillas de vez en cuando. Arrugué un poco el ceño cuando me percaté de su presencia -y aroma- cerca de nosotros. No se dio a esperar mucho lo que quería, ya que tomó del mentón a la pelirroja -de la cual momentáneamente desconocía su verdadero poderío- y le fijó la mirada de pies a cabeza, como si estuviese investigando el cuerpo ajeno. Una socarrona y pervertida sonrisa se dibujó en su rostro, antes de meterle mano en todo lo que vendría siendo su delantera. Sus dedos se hundieron en sus suaves senos como si fuesen un bollo de masa pronto para ser cocido. — Pareces una linda cortesana... ¿Qué haces suelta a estas horas del día, acaso te gusta estar al aire libre? Venga... tengo el dinero, ¿cuanto cobras, cielo? — le cuestionó él, en un tono entrecortado, seguro lanzándole todo aquel aliento rancio y nauseabundo alcohólico a la chica en la cara.
Me levanté de golpe y desenfundé una de mis Dan Wesson 8, apoyando la punta del cañón en la sien derecha de dicho individuo irrespetuoso. Este de paralizó y dejó de tocar a la chica pelirroja, de la cual -por ahora- desconocía su nombre. Este reculó y sin decirme nada, solo dedicándome una expresión enfurruñada y frustrada, empezó a irse tambaleándose igual o peor que como había llegado; Suspiré mientras enfundaba mi revolver, bajando la mirada. — Cómo me desagrada tener que recurrir a la violencia... Lo siento mucho por ese inconveniente, ¿estás bien? — le pregunté a la pelirroja por último. Esperaba cualquier cosa la verdad, hasta una bofetada hacia mi solamente por haber interrumpido su momento de paz. Ahora todo quedaba a manos de aquella mujer, a la que tanto le había hablado y casi que sin momentos para responder. Tal vez... me había precipitado un poco.
— Disculpe, espero que no le moleste que me siente a su lado. — le murmuré en un tono de voz tranquilo. Una vez estuve a su lado, aún sosteniendo mis cosas -que no eran pocas a decir verdad-, acomodé mis Dan Wesson 8 en sus respectivas fundas y luego reanudé mis palabras. — Sé... que tal vez sea algo desubicado de mi parte, pero primero he de presentarme... Mi nombre es Apollo Agana Belea, y soy artista... dibujo y pinto lo que se me ocurra al momento, pero estoy en un grave problema actualmente... No tengo inspiración alguna para pintar. — empezaba diciéndole directo y sin titubear ni un solo segundo, y por más que mi rostro demostrara que quizás estaba algo... no sé, inseguro de andar diciéndole eso, no por esas razones me lo callaría así sin más, sino todo lo contrario. — He visto tu belleza y disculpa que te tutee, pero se me da mejor hablar así con la gente. — pausé mis palabras por escasos segundos y proseguí.
— Tu melena rojiza, tus ojos azules... tus labios carnosos pero de apariencia suave... ¡Oh! Perdona por mi descortesía, no intentaba sonar seductor ni insultante... solo que a veces digo demasiado lo que pienso y no hago reparo en lo que puede llegar a incomodar. — terminé suspirando pesadamente, encogiéndome de hombros para luego desviar la mirada de ella y posar mis manos sobre mis rodillas, apretando las manos y así arrugar un poco la tela de mi pantalón en esa parte. — Quería preguntarte, si te sería mucha molestia posar para mi, no tiene que ser desnuda, solamente posar... sé mi inspiración. — agregué a aquella extraña charla que de repente se estaba llevando a cabo. Con mucha tranquilidad dejé de apretar mi pantalón en las rodillas y volteé mi cabeza hacia el lado en el que ella estaba, fijando mi mirar sobre sus orbes. Aclaré un poco mi garganta, tal vez estaba siendo demasiado pesado con el asunto pero no tenía nada que perder, es más, tal vez hasta podría ofrecerle algo a cambio, por más que no tuviese mucho para ofrecerle en realidad, no ahora al menos.
— No es necesario que aceptes ahora, o siquiera que lo hagas... pero déjame invitarte a algo, un café tal vez... pero he llegado al Reino de Lvneel buscando inspiración para pintar, y no la he hallado aún, pero creo que tú podrías ayudarme... bueno, si es que quieres. — terminé por decir llevándome una mano a la nuca, despeinándome mi corta pero lacia y rubia cabellera, suspirando pesadamente. Antes de que la joven pudiese responderme demasiado a lo dicho, un hombre algo borracho se acercó a nosotros, tambaleándose y haciendo algunas arcadas, se notaba debido a que inflaba las mejillas de vez en cuando. Arrugué un poco el ceño cuando me percaté de su presencia -y aroma- cerca de nosotros. No se dio a esperar mucho lo que quería, ya que tomó del mentón a la pelirroja -de la cual momentáneamente desconocía su verdadero poderío- y le fijó la mirada de pies a cabeza, como si estuviese investigando el cuerpo ajeno. Una socarrona y pervertida sonrisa se dibujó en su rostro, antes de meterle mano en todo lo que vendría siendo su delantera. Sus dedos se hundieron en sus suaves senos como si fuesen un bollo de masa pronto para ser cocido. — Pareces una linda cortesana... ¿Qué haces suelta a estas horas del día, acaso te gusta estar al aire libre? Venga... tengo el dinero, ¿cuanto cobras, cielo? — le cuestionó él, en un tono entrecortado, seguro lanzándole todo aquel aliento rancio y nauseabundo alcohólico a la chica en la cara.
Me levanté de golpe y desenfundé una de mis Dan Wesson 8, apoyando la punta del cañón en la sien derecha de dicho individuo irrespetuoso. Este de paralizó y dejó de tocar a la chica pelirroja, de la cual -por ahora- desconocía su nombre. Este reculó y sin decirme nada, solo dedicándome una expresión enfurruñada y frustrada, empezó a irse tambaleándose igual o peor que como había llegado; Suspiré mientras enfundaba mi revolver, bajando la mirada. — Cómo me desagrada tener que recurrir a la violencia... Lo siento mucho por ese inconveniente, ¿estás bien? — le pregunté a la pelirroja por último. Esperaba cualquier cosa la verdad, hasta una bofetada hacia mi solamente por haber interrumpido su momento de paz. Ahora todo quedaba a manos de aquella mujer, a la que tanto le había hablado y casi que sin momentos para responder. Tal vez... me había precipitado un poco.
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Poco a poco vi como el joven de cabellos rubios se acercaba, parecía bastante cargado y con el tono de sus palabras sonreí y negué con la cabeza para decirle que no me importaba. Las palabras volvieron a salir de su boca, atendí a lo que dijo hasta que terminó. Apollo se llamaba. Pero cuando mencionó que tenía un problema mi expresión cambió por completo ¿Sería algo importante? Miré al suelo y luego volví a fijarme en él, cuando ya me lo había explicado.
No sabría cómo ayudarle ya que yo nunca había tenido un problema de ese estilo de cerca, ojalá fuesen así los problemas… suspiré. En cuanto hizo una pausa decidí que era el momento de presentarme pero el destino no había querido eso. En cuanto me di cuenta tenía un hombre frente que me había agarrado de una manera muy informal. Me eché hacia atrás y vi que el rubio había apuntado en su cabeza con el cañón de una pistola. Este individuo comenzó a alejarse lentamente de mí, pero esto no quedaría así, no me gustó recibir ese trato de cortesana por un momento, en el cual me ofendí.
En cuanto el hombre se fue a unos cuantos metros me levanté del asiento y saqué una pequeña daga de mi cinturón en el cual llevaba las espadas. La quité y la apunté en línea recta hacia él. Un golpe recto y seco fue suficiente para que le atravesase la espalda y le hiciese caer al suelo medio muerto. Después de ese incidente me froté las manos y volví a sentarme mientras me cruzaba las piernas.
En uno más ambiente más relajado volví a hablarle a Apolo –Si, estoy bien, no creo que vuelva a molestar más por aquí-tomé una pausa y me presenté-No me he presentado antes, mi nombre es Rose, en cuanto a lo de pintar me gustaría ayudarte, nunca he podido hacer algo de ese estilo-dije sonriendo.
Apollo Belea
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Aquella mujer demostró ser totalmente capaz de defenderse por si sola, como pudo notarse al ver su manejo más que perfecto con la daga. Una disimulada sonrisa se dibujó en mi rostro, mordiéndome con sutileza el labio inferior mientras ella se presentaba bastante educada a decir verdad, un punto a favor para la contraria realmente. Sonreí complacido al momento de escuchar que aceptaba mi propuesta, e inmediatamente le tomé una de sus manos entre las mías, agitándola un poco efusivamente, denotándose mi emoción ante ello. — Oh, es un verdadero placer, Rose... y también un gusto en conocerle. Será un encanto el tenerte como ayuda inspiracional. — le decía en un tono de voz tranquilo, soltando un profundo suspiro por la nariz para luego inclinar mi cuerpo hacia adelante, estando aún sentado, y deposité en el dorso de la mano ajena un gentil y caballeroso beso en este. Levanté la mirada fijándola en sus orbes oculares y antes de decir algo más, me levanté del asiento en el que me encontraba, viendo de soslayo por unos segundos a aquel tipo que había osado tocar el cuerpo de la fémina de cabellos rojizos sin tener siquiera el permiso ajeno.
— Posiblemente no te importe lo que suceda con ese hombre, pero será mejor retirarnos cuanto antes. Tengo un apartamento alquilado aquí hasta dentro de un par de días más. Tengo todas mis cosas allí así que si lo deseas, puedes acompañarme. — le ofrecía una de mis manos para que la tomara y así poder levantarse. Sabía perfectamente que ella podía levantarse por si sola, pero debía demostrar aún aquella caballerosidad que me caracterizaba todo el tiempo que pudiera, mostrando siempre una sonrisa afable ante toda aquella persona que se encontrara frente a mi. Si bien no me callaba las cosas, no por eso iba a ser un maleducado, todo lo contrario. La sinceridad es otro punto de la cordialidad sin duda alguna; Tomara o no mi mano, empezaría a caminar con destino hacia aquel apartamento que le había dicho había alquilado por unos días más. No sería un camino demasiado largo por lo que seguro no se aburriría en el camino de ida. De todos modos decidí hablarle un poco sobre lo que haríamos, no vaya a ser que se esperara una cosa y terminara sorprendida por una repentina propuesta. — Me has dicho que nunca has hecho nada relacionado con la pintura... por lo que he de suponer por lo que me dices, que nunca has posado para nadie... ¿Me equivoco? — preguntaba en un tono más que curioso, mientras continuaba avanzando sin prisa pero sin pausa.
Mientras la pelirroja contestaba -si es que lo hacía o le seguía de hecho, posiblemente se quedaría hablando solo si no-, llegaron al susodicho lugar. Era una edificación no demasiado grande, de dos pisos. Abrió la puerta para que Rose pasara primera, para posteriormente entrar él tras ella. Estando en la recepción, se acercó al escritorio principal y empezó a hablar con la recepcionista de turno. — Buenas tardes... ¿Me daría la llave para el apartamento 14B? ... Por favor. — le decía yo, dedicándole una amable y educada sonrisa. La mujer me miró como si me estuviera inspeccionando, y luego aclaró su garganta. — ¿Nombre? — cuestionó, a lo que yo sin hacerle esperar le respondí. — Apollo Agana Bellea, me registré ayer aquí y ya hice el pago correspondiente. — explicaba con sumo detalle, para que no quedara duda alguna. La contraria, que posiblemente superaba los cuarenta años de edad, empezó a buscar mi nombre en un pequeño cuaderno de registros que tenía sobre su regazo. Pasaba cada hoja lamiéndose fugazmente la yema del dedo pulgar. Pasaba el dedo índice por cada línea de texto con nombres y números casi que ilegibles por la caligrafía con la que estaban escritos. Pero pocos segundos luego, encontró mi nombre y tomó la llave tras de si colgada en una especie de perchero con quien sabe cuantas llaves más, de todos los apartamentos del edificio. — Le agradezco. — le dije para luego tomar la llave.
Miré de soslayo a Rose, indicándole que me siguiera con un leve movimiento de mi cabeza hacia el camino que tomaríamos. Subiendo las escaleras de madera, pasamos por el pasillo largo lleno de puertas con diferentes números y letras, y al poner la llave en el cerrojo, le di dos vueltas hacia la izquierda. Tomé el pestillo y abrí la puerta, dando a mostrar así aquel amplio departamento "vacío". Y con vacío me refiero a que no tenía mucho más que una cocinilla, una cama, y muchas cosas de arte regadas de manera ordenada por todo el lugar. El piso de madera lustrado daba a pensar que no era un apartamento demasiado lujoso pero tampoco de tal bajeza que era comparable a los cuartos alquilables por noche de una taberna. — Bienvenida... a mi humilde atelier. — parado a un lado de la puerta, indicaba con un brazo hacia el interior de aquella habitación bastante amplia a decir verdad. Había olor a tiner, solvente, óleo, acrílicos y quien sabe qué otro tipo de materiales artísticos. En un rincón se encontraba una gran cantidad -al menos unos 10- lienzos de variados tamaños. Y más allá, cerca de la ventana, se encontraba un sofá amplio, de al menos tres espacios con una apariencia aterciopelada y de color bordó. Su estructura era de madera de nogal clara, pulida y tallada a mano, cubierta con una fina capa de laca para darle un brillo especial. Y al centro de dicho atelier, un caballete no demasiado alto, del mismo material y acabado que la estructura del sofá. Poseía en este un lienzo con trazos simples de lo que parecía ser una figura femenina, semi-desnuda con una especie de vestido holgado cayéndole por el cuerpo, con sus brazos apuntando hacia arriba y las manos muy cerca una de la otra. Parecía no estar terminado, y posiblemente no lo terminaría.
— Posiblemente no te importe lo que suceda con ese hombre, pero será mejor retirarnos cuanto antes. Tengo un apartamento alquilado aquí hasta dentro de un par de días más. Tengo todas mis cosas allí así que si lo deseas, puedes acompañarme. — le ofrecía una de mis manos para que la tomara y así poder levantarse. Sabía perfectamente que ella podía levantarse por si sola, pero debía demostrar aún aquella caballerosidad que me caracterizaba todo el tiempo que pudiera, mostrando siempre una sonrisa afable ante toda aquella persona que se encontrara frente a mi. Si bien no me callaba las cosas, no por eso iba a ser un maleducado, todo lo contrario. La sinceridad es otro punto de la cordialidad sin duda alguna; Tomara o no mi mano, empezaría a caminar con destino hacia aquel apartamento que le había dicho había alquilado por unos días más. No sería un camino demasiado largo por lo que seguro no se aburriría en el camino de ida. De todos modos decidí hablarle un poco sobre lo que haríamos, no vaya a ser que se esperara una cosa y terminara sorprendida por una repentina propuesta. — Me has dicho que nunca has hecho nada relacionado con la pintura... por lo que he de suponer por lo que me dices, que nunca has posado para nadie... ¿Me equivoco? — preguntaba en un tono más que curioso, mientras continuaba avanzando sin prisa pero sin pausa.
Mientras la pelirroja contestaba -si es que lo hacía o le seguía de hecho, posiblemente se quedaría hablando solo si no-, llegaron al susodicho lugar. Era una edificación no demasiado grande, de dos pisos. Abrió la puerta para que Rose pasara primera, para posteriormente entrar él tras ella. Estando en la recepción, se acercó al escritorio principal y empezó a hablar con la recepcionista de turno. — Buenas tardes... ¿Me daría la llave para el apartamento 14B? ... Por favor. — le decía yo, dedicándole una amable y educada sonrisa. La mujer me miró como si me estuviera inspeccionando, y luego aclaró su garganta. — ¿Nombre? — cuestionó, a lo que yo sin hacerle esperar le respondí. — Apollo Agana Bellea, me registré ayer aquí y ya hice el pago correspondiente. — explicaba con sumo detalle, para que no quedara duda alguna. La contraria, que posiblemente superaba los cuarenta años de edad, empezó a buscar mi nombre en un pequeño cuaderno de registros que tenía sobre su regazo. Pasaba cada hoja lamiéndose fugazmente la yema del dedo pulgar. Pasaba el dedo índice por cada línea de texto con nombres y números casi que ilegibles por la caligrafía con la que estaban escritos. Pero pocos segundos luego, encontró mi nombre y tomó la llave tras de si colgada en una especie de perchero con quien sabe cuantas llaves más, de todos los apartamentos del edificio. — Le agradezco. — le dije para luego tomar la llave.
Miré de soslayo a Rose, indicándole que me siguiera con un leve movimiento de mi cabeza hacia el camino que tomaríamos. Subiendo las escaleras de madera, pasamos por el pasillo largo lleno de puertas con diferentes números y letras, y al poner la llave en el cerrojo, le di dos vueltas hacia la izquierda. Tomé el pestillo y abrí la puerta, dando a mostrar así aquel amplio departamento "vacío". Y con vacío me refiero a que no tenía mucho más que una cocinilla, una cama, y muchas cosas de arte regadas de manera ordenada por todo el lugar. El piso de madera lustrado daba a pensar que no era un apartamento demasiado lujoso pero tampoco de tal bajeza que era comparable a los cuartos alquilables por noche de una taberna. — Bienvenida... a mi humilde atelier. — parado a un lado de la puerta, indicaba con un brazo hacia el interior de aquella habitación bastante amplia a decir verdad. Había olor a tiner, solvente, óleo, acrílicos y quien sabe qué otro tipo de materiales artísticos. En un rincón se encontraba una gran cantidad -al menos unos 10- lienzos de variados tamaños. Y más allá, cerca de la ventana, se encontraba un sofá amplio, de al menos tres espacios con una apariencia aterciopelada y de color bordó. Su estructura era de madera de nogal clara, pulida y tallada a mano, cubierta con una fina capa de laca para darle un brillo especial. Y al centro de dicho atelier, un caballete no demasiado alto, del mismo material y acabado que la estructura del sofá. Poseía en este un lienzo con trazos simples de lo que parecía ser una figura femenina, semi-desnuda con una especie de vestido holgado cayéndole por el cuerpo, con sus brazos apuntando hacia arriba y las manos muy cerca una de la otra. Parecía no estar terminado, y posiblemente no lo terminaría.
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