Dance with me | Privado | Sato

Sato se encontraba nervioso, la noche anterior su capitán Minato le había comentado que una de sus nuevas compañeras le iba a ser presentada. Su nombre era Iô o algo así, para ser sinceros el joven no tenía ni idea de como se pronunciaba.

Su superior ya le había avisado de su extraño comportamiento, justificado por una extraña enfermedad que poseía afectándole a su sistema nervioso, anulando la capacidad de sentir dolor. Para Sato esa extraña cualidad no era una enfermedad, si no una bendición, los verdaderos guerreros no deberían de sentir dolor, y por desgracia él lo sentía como el resto del mundo.

No era la primera vez que había visto a esa joven, a veces la veía correteando mientras que no paraba de gritar palabras relacionadas con los disparos por toda la cubierta, un personaje muy peculiar sin duda. Para colmo de todo la enorme timidez y nerviosismo que Sato sufría cada vez que veía a una mujer hermosa no paraba de aumentar cuanto más pensaba en la joven. Estaría loca, pero veía en ella una extraña belleza, como pasaba con su otra hermosa compañera; pero algo le decía que no era el único que veía a su otra morena compañera como una atractiva mujer, y ella lo sabía y lo gustaba.

Decidió dejar de comerse la cabeza e ir a cubierta para la presentación con Iô, al salir se escuchó un pequeño alboroto, parecía ser que la joven le había robado una escoba a otro recluta y la estaba utilizando para bailar mientras tatareaba una extraña canción por todo el barco, esa niña no podía ser normal ni de coña.

-Recluta, no se preocupe le devuelvo la escoba ahora mismo- dijo Sato mientras a largas zancadas se aproximó a la joven.

Suavemente rozó su hombro para llamar su atención, su cara se había puesto de un tono rojizo similar a un tomate, por suerte la máscara tapaba su vergüenza. Aclarándose ligeramente la voz Sato intentó disuadir a la joven para que devolviese la escoba a su legítimo dueño:

-Iô P... Brjalour s-oy Sato t-u nuevo compañero. ¿Podrías devolver su escoba al recluta para que prosiga con su de..ber por..fa-vor- dijo el joven mientras tartamudeaba por el nerviosismo. Lo peor es que al no saber pronunciar el apellido y también por el nerviosismo le salió una especie de gruñido ilegible en vez de su apellido, esperaba que la mujer no lo tomase como una falta de respeto a su honor.

Mientras esperaba la respuesta de la joven se fijó en su aspecto: Una larga trenza de un color azulado le colgaba por su espalda, y lo que parecían ser tatuajes de nubes le cubrían mitad de su cuerpo. Podía ver todo esto debido a su ropa, poco dejaba para la imaginación, siendo bastante atrevido, suponía que ella no se daba cuenta, no tenía pinta de que le gustase recibir miradas lascivas de sus compañeros.

A Sato su vestimenta le parecía bastante mal, en Wano las mujeres tenían que ir bien cubiertas por respeto tanto a sus padres como a su marido, pero ya no se encontraban en Wano y Sato aprendió a respetar las normas mucho más liberas del resto del mundo. Aún con la cara roja Sato empezó a considerar la idea de entrenar mentalmente para no estar tan nervioso ante el género femenino, o si no tendría muchos problemas el resto de su vida.

Más avergonzado no se podía sentir, ninguna muejr había entrado en contacto con él en toda su vida, y que de repente una compañera medio loca por las explosiones lo haga no era la mejor forma de empezar.

Aunque esa mujer le agradaba, normalmente si alguien le llamase Osito como le acababa de decir hubiese amenazado de muerte a esa persona, nadie podía manchar su honor, pero Iô era de los compañeros que se le cogía cariño enseguida, era como una hermana pequeña obsesionada con explotar cosas. Aunque fuera tan infantil, tenía una mente privilegiada para la creación de armas de destrucción, con suerte la Marina se hizo con ella antes que cualquier banda criminal, Sato no podía imaginarse el caos que habría si la caótica mente de Iô fuera utilizada con fines perversos.

Dejando de lado sus pensamientos, Sato fue obligado a "bailar" con Iô, aunque mucha gente dudaría de que lo que estaba haciendo el samurai fuera bailar: hacer un amago de arrastrar los pies mientras una loca lo agarraba de la mano arrastrándole por la cubierta era de todo menos elegante, y no ayudaba que IÔ pensara que con solo decir que tenía que bailar mejor lo pudiera hacer, pero Iô era Iô.

Sato ya deseaba escapar de ese maldito baile, y mirando de reojo al hombre que le había pedido ayudaba intentaba expresar que quería ayuda para que lo sacaran de ese lío, pero aquel maldito recluta lo había ignorado completamente, y tras coger la escoba se fue lo más rápido posible a proseguir con su tarea.

-Que poco honor tienen algunos...- pensaba el samurai mientras seguía siendo balanceado por la joven.

Por suerte, Iô ya se había cansado de jugar con él, y de un fuerte empujón hizo parar el baile. Sato se tuvo que apoyar en la barandilla para no caer, la delicadeza e Iô no parecían llevarse muy bien. Después de empujarle Iô volvió a empezar su extraño baile, energía no le faltaba.

Ignorando el comentario sobre su falta de destreza en el baile, Sato decidió tranquilizarse, y nada mejor que la pesca para lograrlo. Sacando su pequeña caña de pescar, lanzó el hilo con ganas de pescar algo grande, pero de lo qeu más ganas tenía era de tranquilidad. Lo más seguro es que hiciera mal en ponerse al lado de la pelizaul en busca de calma, poca gente tan loca había visto el joven en su vida.

Después de varios minutos por fin había picado uno, con fuerza tiró hacia la superficie, para ver como lo que parecía ser un gran atún salía hacia la cubierta del barco. Tras capturarlo, Sato empezó a ver con orgullo su presa, cuando avisase al cocinero ya podrían tener una gran cena esa noche. EL joven esperaba que Iô dejase en paz su captura, era parte de su honor como pescador, pero las creencias de Sato eran bastante estúpidas fuera de la isla de Wano, poca gente lo comprendía.