[Pre Time-Skip] El ilusionista [Dexter y Byakuro]

Era una mañana estupenda para... Cualquier cosa. Dexter se sentía feliz, plácido por las libertades que ser un dragón otorgaba. "Gigantesco pájaro", pensaba mientras volaba sobre pequeñas porciones de roca, disfrutando del aire de un par de kilómetros allá en las nubes. ¿Dónde iba a estar mejor un dragón? Sus alas batían sobre el firmamento mientras sus ojos zafíreos oteaban el horizonte, aunque a tanta altura poco había que ver. "Qué aburrido", dijo la voz en su mente, recordando que la libertad sin diversión en el camino no valía nada. ¿Acaso sus mejores momentos no habían sido en tierra, liándola parda? A veces tan sólo tomando algo, escuchando música o leyendo un libro, pero el cielo no tenía nada de eso. ¿Por qué querría estar allí más que para poder presumir?

Vuelo picado, casi vertical, y tierra a la vista. Dos gigantescos cráneos cubiertos de musgo y rodeados de vegetación. "Reyes marinos", se dijo cuando estuvo más cerca, viéndolos claramente. Aunque no había estado nunca por allí sabía que en el Paraíso siempre aguardaban sorpresas, y dos Monstruos del mar muertos eran de las menos desagradables, casi incluso se podría decir que mejor así. Muertos no lo atacarían (seguramente). "Parece un buen sitio", pensó mientras comenzaba a revolotear en círculos, buscando un lugar para aterrizar. Había un claro en medio de la gigantesca jungla que allí se había asentado.

"Bueno, ¿Y qué haremos ahora", susurró su mente mientras tornaba a su forma humana. Tal vez encontrara algo entretenido, incluso divertido. Estaba ilusionado con el momento, con el día soleado, con el lugar... Por cierto, ¿Dónde rayos estaba?

Byakuro estaba tomando el sol, de forma despreocupada, sobre una enorme montaña de roca blanca. Se había tirado en una pequeña toalla azul y había dejado a Klaus libre a su lado, teniendo cuidado de que el camaleón no se tirase por el borde de la montaña, lo que le haría caer una distancia de más de cincuenta metros. Si caía desde aquella altura, seguramente se haría consomé de reptil.

Byakuro llevaba puesta una camiseta blanca y unos pantalones rasgados. Había dejado su chaqueta y sus múltiples abalorios a un lado, mientras dormitaba bajo el sol. Una figura tapó el sol. Dos enormes alas se recortaron en el cielo. Byakuro entreabrió los ojos y observó la silueta. ¿Un dragón? No, aquello no era posible. Byakuro se levantó. La silueta se acercaba. Ciertamente, no era un dragón, solo un estúpido pterodáctilo que se acercaba a toda velocidad. Con las fauces abiertas. Y llenas de dientes. Afilados. Byakuro agarró su bastón y tensó las piernas. El dinosaurio estaba a unos pocos metros. Byakuro alzó el bastón y rasgó una de las alas del animal al tiempo que saltaba sobre él. Su ojo derecho brillaba como un rubí incandescente. El animal se estrelló contra la montaña un par de metros más allá, y cayó al vacío. El chico suspiró y volvió a tumbarse para seguir dormitando.

"¿Qué haremos ahora?", se preguntó el dragón, pensando en que había dejado al viejo Sven y a Robin con el eunuco de Legim. A saber qué haría el borracho de su capitán con los animalillos... Le daban náuseas sólo de pensarlo. Seguro que les enseñaba a jugar al ajedrez, les leía a Gore Vidal o cosas peores. Tal vez les hablara de Física cuántica... "Dexter, es Legim. Como mucho se olvidará de darles la comida", dijo su mente, y se relajó por un instante. Luego sonó un rugid de dolor. ¿Los rugidos podían ser de dolor? Seguro que sí, la cosa era por qué lo haría.

Olió un rastro. ¿Humanos en aquel paraje? La mayor parte de la isla eran nada más que árboles, animales salvajes y demás fauna y flora endémica, pero el olor humano le escamaba en medio de tanta naturaleza. ¿Qué querrían los hombres de allí? ¿Madera? ¿Tal vez comida? Tal vez incluso comer madera... No podía permitirlo. Bueno, poder podía, pero no quería. Siempre había amado los bosques por encima de todo, y no podía dejar que ahora en aquella isla que tantos momentos de placer (tantos como un buen aterrizaje, básicamente) fuera masacrada. Debía impedirlo.

Se internó en la espesura, tratando de guiarse por el rastro que dejaban los ¿Malvaviscos? Por algún motivo le olía a aquello, ¿Estarían haciendo una acampada? Aquella idea era estúpida, habría notado el fuego, pero... ¿En qué demonios estaba pensando? Había plantas por todas partes, raíces y bichos, bichos que comían raíces y raíces que resultaban ser bichos. Incluso por algunas partes vio flores, y una manzana del tamaño de su cabeza cayó a su lado, pero no dejó de correr, sólo siguiendo el rastro de los malvaviscos y... ¿No eran calaveras?

Ya salió del bosque, y allí lo veía claro. Eran cuerpos enteros, colosales. Se quedó parado viendo aquellas monstruosidades, y por un momento se las imaginó vivas. Qué horror. Pero siguió corriendo y, apoyado en un par de corrientes de aire llegó a la parte alta de aquel ser. En la cima, un muchacho de cabello morado durmiendo, con un camaleón rondando el lugar. Se veía delicioso.

El chico no se veía peligroso, y el día parecía muy agradable. Se tumbó a su lado a echar la siesta.

Byakuro sintió cómo algo se tiraba a su lado. Abrió los ojos, para ver a un hombre de pelo blanco y negro tumbado. Llevaba una chaqueta oscura, y su rostro reflejaba una sensación de relajación completa. ¿Cuándo había llegado allí? No era que le desagradase, tan solo estaba sorprendido. Era un hombre joven y atractivo, con un aire misterioso. No estaba mal. Byakuro se enderezó, quedando sentado al lado del misterioso chico, y le dijo:

- No esperaba encontrarme a nadie en esta isla. -mientras lo miraba, se llevó un malvavisco a la boca, saboreando con fruición el dulce. Klaus se acercó a él y empezó a trepar por su brazo. Mientras observaba al recién llegado, una fuerte racha de viento revolvió el pelo del cazador. Klaus reclamó un malvavisco. Byakuro sonrió a su mascota y le dio uno de los dulces. El camaleón lo devoró de un único bocado, y sus ojos se abrieron mucho al tiempo que su piel se tornaba verde esmeralda. Llegó al hombro del cazador y de un pequeño salto alcanzó la cabeza del chico, donde se arrebujó.

El sol acariciaba suavemente su cara, y su inusitado acompañante se incorporó. Volvió el olor a malvavisco, y el camaleón se acercó de nuevo al muchacho. No pudo evitar abrir un ojo y ver la escena del reptil gorroneando del chico, aunque no era tan raro, en verdad. Las mascotas solían solicitar comida a sus amos, y muchas veces Robin lo miraba con cara de cordero degollado para que le diera parte de su comida, aunque pocas veces conseguía lo que quería. "Pocas es un decir, come más de mi comida que yo", se dijo mientras miraba con curiosidad la escena. ¿Quién tenía un camaleón como mascota? Bueno, él tenía un Reno, así que no debería hablar, pero...

-¿Hay también para mí?- no pudo evitar decir cuando el aroma de los malvaviscos llegó a su olfato, tan puro y delicioso-. Me llamo Dexter, por cierto.

Sonrió momentáneamente, mostrando cuanta simpatía pudo, y cerró los ojos de nuevo. Tampoco era muy probable que lo atacara, al fin y al cabo era una ley universal de los campistas no atacar a la gente tumbada. O eso esperaba. Tal vez la norma fuera quitarles los calzoncillos, o tatuarles algo en la cara... Aunque tampoco le importaba mucho aquello. Al fin y al cabo, ya era mayorcito.

-Por cierto, ¿Fuiste tú el del rugido de hace un rato? No tienes pinta de bestia, pero en estos tiempos tan oscuros y grises, quién sabe- volvió a mirar al cielo. Había sol y un arco iris. Podrían pasear Unicornios de colores por la cúpula y no sería mejor. ¿De verdad eran tiempos oscuros?

El desconocido habló por fin, preguntando si había malvaviscos de sobra para él. Byakuro lo miró, sorprendido. ¿Quién era aquel hombre tan extraño? Se encogió de hombros y le dio uno de los malvaviscos al tipo del pelo blanco y negro. Luego se metió uno en la boca. Klaus miraba con curiosidad la escena desde su puesto privilegiado en la cabeza de Byakuro. El hombre se presentó como Dexter.

- Por cierto, ¿Fuiste tú el del rugido de hace un rato? No tienes pinta de bestia, pero en estos tiempos tan oscuros y grises, quién sabe. -preguntó entonces el tipo raro. Byakuro esbozó una ligera sonrisa.
- Para nada, Dexter-san. En realidad uno de estos molestos dinosaurios voladores vino a interrumpir mi siesta, y tuve que darle un pequeño empujoncito para que decidiera dejarme tranquilo. -mientras decía esto, jugueteaba con su bastón tridente entre sus manos.

Klaus soltó un gruñido y un par de pterodáctilos ascendieron rozando la ladera de la extraña montaña blanca, casi rozando a los dos hombres. No parecían precisamente contentos. Tras dar una vuelta completa en el aire, se dirigieron hacia Byakuro de frente, tal y como su compañero había hecho unos minutos atrás.

"Vaya, un tridente", pensó Dexter cuando observó el arma, despreocupándose de la respuesta. Parecía más afable que hostil, y le gustaba aquel tipo de gente, aunque prefería la gente desarmada. Por suerte le dio un malvavisco. "Sabe bien", pensó, con la boca llena de aquella materia esponjosa. Hizo un gesto de agradecimiento mientras el chico le comentaba a qué venía el rugido. Un pterodáctilo herido. El muchacho debía ser bastante poderoso o tener las agallas suficientes como para atacar a esos bichos... Impresionante.

Mascaba con ganas la chuchería cuando aparecieron dos bestias voladoras, mirando con bastante mal humor al chico del pelo morado. ¿Una mafia prehistórica? Nah, aquello era imposible, los pterodáctilos no montaban mafias. ¿O sí? Le daba un poquito igual, para él tan sólo era un momento de "diversión". Evidentemente la diversión llegaría tras cazarlos, que tendría para comer un poco, cocinarlos y hacer una hoguera. Le encantaban las acampadas, y la carne de dinosaurio seguro que era nervuda y jugosa, perfecta para un pequeño asador.

-Bueno, hora de preparar la comida- dijo Dexter levantándose con una sonrisa.

Saltó sobre uno de ellos y clavó su mano, transformada en zarpa, sobre la cabeza del animal, matándolo de forma instantánea con un dolor irrisorio (o eso esperaba), sin calcular de todo sus opciones. Cayó al vacío sobre el bicho, que aún guardaba inercia de su vuelo, y por suerte una roca frenó la caída. Bueno, el remolino que lo recogió a medio camino también ayudó, pero eso era secundario... ¿El pelimorado conseguiría cazar al otro?

El tipo que estaba a su lado pegó un impresionante salto, y hundió su mano en el cuerpo de uno de los dinosaurios voladores. Espera, aquello no era una mano. ¿Una garra? Aquel tipo no era normal. Le preguntaría qué clase de poder tenía. Podía ser interesante.

Pero mejor después. Ahora mismo el otro pterodáctilo se acercaba a toda velocidad. A Byakuro le pareció ver un brillo metalizado en las alas de aquel dinosaurio, aunque seguramente solo fuera un reflejo del sol. Agarró a Klaus con la mano izquierda mientras su ojo brillaba con un tono rojizo. Aferró con fuerza el bastón y apuntó al dinosaurio, de una forma similar a como había hecho antes. El dinosaurio se aproximaba a toda velocidad. Byakuro se concentró, y dos cuervos negros aparecieron en sus hombros. Salieron volando hacia el reptil volador, que se desvió levemente para evitarlos. En su maniobra, descendió levemente, golpeándose con el ala en la roca, desestabilizándose y estrellándose contra el suelo. Verdaderamente patético.

Otro pájaro cayó a su lado. "Perfecto, más comida para preparar", se dijo mientras abandonaba los cadáveres en busca de algún tronco caído, alguna madera pocha o cosas así. Algo para asar, y por suerte encontró bastantes ramas secas, e incluso un par de palos bien gruesos para hacer una espetera. Un picnic fabuloso.

Volvió a la sección donde se había encontrado al chaval, listo para preparar aquellos animales a fuego muy lento, dejándolos hacerse en su propia grasa por debajo de la piel para poder así disfrutar de una comida próspera y agradable. Los dos animales estaban aún ahí, muertos. Pensándolo bien, ¿A dónde iban a ir? Estaban muertos, aunque... Las mafias prehistóricas eran una leyenda, pero los Zombies eran reales... en verdad no lo eran, pero la ilusión siempre quedaba ahí, ¿No?

-Oye chico- dijo, alzando la voz-. Si aún estás ahí... ¿Te apetece ala o muslo?

Aquella era la pregunta definitiva, pues así como la apertura del ajedrez daba muchos datos acerca de la persona, sus preferencias respecto a la carne de dinosaurio recién asesinado también eran importantes. "Yo sin duda prefiero muslo. Más jugoso".

Byakuro se encogió de hombros ante aquella pregunta: le daba igual elegir una parte u otra del dinosaurio. El muslo era más jugoso, pero tampoco era que tuviera mucha hambre. De todos modos, aquellas alas correosas no eran muy gruesas, y poca carne podían tener:

- Dame muslo, esas alas no deben alimentar mucho... -murmuró mientras observaba al hombre cocinando los lagartos voladores-. Por cierto, ¿lo de antes...? Esa garra que sacaste... ¿Qué demonios eres? -le preguntó mientras se llevaba un malvavisco a la boca. Aquel hombre parecía una caja de sorpresas. Y el cazador tenía bastante curiosidad por ver qué clase de poder tenía.

Vio como los pterodáctilos se hacían lentamente en el fuego, goteando la poca grasa que había en sus magros cuerpos, chisporroteando. El estómago del chico rugió, la última comida consistente que había tomado había sido horas atrás... se moría de hambre. Deseaba poder hincarle el diente a aquella carne de aspecto tan jugoso. Y también le apetecía un zumo de frutas. Eso estaría bien. Compartir una copa de zumo de frutas con un tipo recién conocido, mientras comían patas de dinosaurio. Sonaba ridículo, pero apetecible.

-Marchando una de muslo, pues- dijo el dragón con tono contento, sin saber aún el nombre de su compañero de acampada.

Encendió un fuego con cuidado, y dejó uno de los animales hacerse en él, dándole constantes vueltas para que se pasara de forma uniforme, mirando atentamente porque se tostara bien. "El crocante de dinosaurio es una de las mayores delicias del mundo... Tal vez", se repetía mientras miraba cómo se deshacían por el calor los ojos de la bestia, y poco a poco iba adoptando una expresión de horror en la muerte. "Un momento... Aún se mueve. ¡Está vivo!", pensó, antes de recordar que le estaba dando vueltas, y no había asegurado la cabeza, por lo que el cuello se movía. Había estado a punto de salir corriendo por un cadáver ahumado y mecido por la brisa, aunque no había viento...

-Soy idiota equisdé- no sabía de dónde había sacado aquella estúpida costumbre, pero por algún motivo la usaba desde hacía ya casi cinco segundos. En verdad se le ocurrían unas cosas muy raras-. Y lo de la garra... Bueno, digamos que en mi isla no todas las uvas eran uvas, y hay niños muy curiosos. Por cierto, ¿Cómo decías que te llamabas?

- No lo he dicho -sonrió Byakuro. ¿Uvas? ¿Niños curiosos? ¿De qué hablaba aquel tipo? ¿Una Akuma tal vez? Eso explicaría muchas cosas, sin duda-. Pero puedes llamarme Bya. Y este es Klaus. -dijo mientras señalaba a su camaleón.

Mientras decía esto, el cazador observó un enorme dinosaurio emerger de la espesura de la jungla, tal vez atraído por el olor a carne cocinándose. La cabeza del animal tenía una forma extraña, similar a un enorme y desproporcionado cacahuete, y de su boca salían dientes largos y afilados como cuchillos. Y parecía tener hambre. O al menos, problemas de salivación. Oh, aquello era asqueroso. ¿No le habían enseñado en la escuela de dinosaurios que estaba mal salivar excesivamente con la boca abierta? El dinosaurio llegó al pie de la montaña, echando la lengua fuera, saboreando la carne. Byakuro clavó un trozo de ala que aún se estaba haciendo en el fuego y lo arrancó de un movimiento rápido. Se lo lanzó al dinosaurio gigante, que lo engulló de un bocado y observó con ojos suplicantes, como pidiendo más. El cazador sonrió.

"Bya", resonó en su cabeza. "Será diminutivo, digo yo". ¿Se llamaría Byardo, Byapoldo, Byamerto, Byakuro...? Nah, seguro que no tenía un nombre tan raro o trisílabo. Aunque el que le llamaba la atención era el camaleón de nombre extraño. ¿Por qué se llamaba Klaus cuando Panchito era mucho más acorde para una mascota? Aquel nombre era mono y adorable, no como Klaus, digno de un Zar... ¿Y qué era un Zar? En su diccionario era una especie de rey o emperador, pero nunca había oído hablar de ninguno. Tal vez serían inventos extraños como la palabra "Sultán", o el mitológico continente de Aisa, que estaba sólo en la imaginación de algunos nativos de Wano, o la prometida tierra de Russia, donde vivía el zar y... "Amigo... El zar es de Russia... Ahora todo cobra sentido", pensó. En verdad no cobraba ninguno.

-¿Otro bicho más? ¿En serio? - dijo, algo enojado, mirando hacia el animal que se acercaba a probar su comida-. ¡Esto es un camping privado!

En lo que decía aquello Byakuro robó un ala y se la lanzó al dinosaurio, que la comió y ronroneó momentáneamente como un gato. Luego murió. O se durmió, a quién le importa el estado de un cadáver que ronca. "Qué raro que se haya dormido con lo hambriento que parecía. En fin, yo a lo mío...", se dijo, y volvió a cocinar, dejando que las horas pasaran, preguntándose adónde lo llevaría su siguiente aventura.

Byakuro tomó su zanco en cuanto se hubo acabado de cocinar. Estaba delicioso sin duda. Pero aquel día empezaba a terminarse, y el paso por aquella isla era una circunstancia veleidosa que no podía retrasarlo más. Tenía cosas que hacer. Lejos de allí. No sabía que clase de cosas tenía que hacer lejos, pero tenía que hacer algo. Ya descubriría el qué.

Se estiró y murmuró una despedida, mientras se acercaba al borde del acantilado y empezaba a deslizarse, pegado a la pared, con su ojo brillando de forma incandescente, con un tono rojo como la sangre. En cuanto tocó el suelo, hizo un gesto a Dexter y se dirigió a la jungla, pasando al lado del cuerpo del enorme dinosaurio. Por último, se perdió entre la espesura, con Klaus en su hombro. Su mascota lo miró a los ojos, y el chico cerró los suyos y sonrió.