Mark Kjellberg
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22:32pm ๑ North Blue ๑ Johota
Podría ser que no quería ponerla en peligro, o que la sentía como una carga para mis viajes... Pero desde que dejé a Katarina allá en Karate Island, mis viajes no habían dejado de ser todo un peligro. Aunque en parte sentía un gran alivio gracias a que no tenía que cuidar de una persona más aparte de mi mismo, tampoco se vería obligada a ser testigo de tantas experiencias traumáticas, suficiente con las que había tenido de antemano como para andar metiéndole más cosas en la cabeza a aquella hermosa pequeña; Volando por el North Blue me encontraba, surcando los aires en total silencio disfrutando de que el viento acariciara mi rostro como una brisa potente de Verano. Ya me estaba cansando de tanto aletear, ¿pero qué se le podía hacer? Si no había ni una sola isla vista en el horizonte. Era como si todo vestigio de tierra hubiese desaparecido de la faz de la tierra y solamente mar hubiera quedado cubriendo toda su enorme extensión... Pero no, pensé demasiado temprano, ya que no muy lejos allá en lontananza, al borde del horizonte se empezaba a asomar lo que parecía ser una especie de islote con acantilados enormes. Sonreí complacido ya que se notaba que era una isla habitada, debido a que vi algunas entradas posibles y asomándose entre las montañas y árboles se encontraban algunos edificios de civilización reciente, así que seguro habría algo que comer por allí... Ya que sí, me estaba rugiendo el estómago como si fuese una especie de dragón milenario en grito de guerra.
Cuando menos quise pensarlo, aterricé en lo que parecía ser la ciudad central, ya que desde los cielos se llegaba a notar que habían varias pequeñas ciudades o pueblos -quien sabe cómo se clasificaban aquí- en variadas ubicaciones de la isla. Una vez aterricé, cambié a mi forma humana... pero lo curioso era las reacciones de la gente que me vio descender. Algunos gritaban aterrorizados antes de ver mi forma humana. La mayoría se escondía dentro de sus casas, los niños me miraban emocionados como si estuviesen viendo a un enorme juguete o posible mascota de paseo, los más ancianos solamente reían calmados como si ya estuviesen acostumbrados a ello, y los restantes... pues me ignoraban olímpicamente. No es como si no estuviera ya acostumbrado a ese trato, pero lo que me llamó más la atención fueron algunas personas que se me acercaban -algo temerosas- con intenciones de averiguar quien o qué era yo en realidad; Les miré de reojo rápidamente, notándose cómo se sobresaltaban por ello, mantenía un silencio casi que sepulcral gracias a mis prendas actuales, portaba en mi brazo derecho el Dragon Smash, y en mi puño izquierdo aquella especie de pulsera de cadenas que había conseguido hacía relativamente poco. — ¿Qué sucede, nunca vieron un dragón en sus vidas? — cuestioné yo. Parecían impresionados inclusive que hablara... Imbéciles. Giré los ojos en blanco y ellos se dignaron a responderme, aunque manteniendo cierta distancia conmigo, cobardes... qué mal me caen. — ¿No... no vienes a matarnos ni nada por el estilo? — preguntó uno de ellos, a lo que yo solté una irrisoria y sonora carcajada, para luego cruzarme de brazos, renegando con la cabeza.
— No seas imbécil, soy un cazador de recompensas, no un pirata u asesino. ¡Soy Mark Kjellberg, y tengo mucha hambre, quiero comer! — vociferé eso último a todo pulmón, resonando bastante en casi toda la ciudad a decir verdad. Luego de eso inhalé y reí un poco, mirándoles de nuevo a aquellas personas que se me habían acercado, las cuales temblaban en terror, de hecho uno ya estaba lagrimeando, pensando que sería el último momento en el que estaría vivo. — Oigan, ¿me podrían decir donde me encuentro? Yo, un ser tan perfecto debería ser atendido con tal atención. — agregaba con soltura, altivo y confianzudo. Aquellas personas tragaron saliva, estando yo en medio de una calle principal, parado como si nada mientras toda la gente se había escondido de mi, seguro en cualquier momento la guardia nacional se enteraría de mi presencia -si es que había alguna- ...
Cuando menos quise pensarlo, aterricé en lo que parecía ser la ciudad central, ya que desde los cielos se llegaba a notar que habían varias pequeñas ciudades o pueblos -quien sabe cómo se clasificaban aquí- en variadas ubicaciones de la isla. Una vez aterricé, cambié a mi forma humana... pero lo curioso era las reacciones de la gente que me vio descender. Algunos gritaban aterrorizados antes de ver mi forma humana. La mayoría se escondía dentro de sus casas, los niños me miraban emocionados como si estuviesen viendo a un enorme juguete o posible mascota de paseo, los más ancianos solamente reían calmados como si ya estuviesen acostumbrados a ello, y los restantes... pues me ignoraban olímpicamente. No es como si no estuviera ya acostumbrado a ese trato, pero lo que me llamó más la atención fueron algunas personas que se me acercaban -algo temerosas- con intenciones de averiguar quien o qué era yo en realidad; Les miré de reojo rápidamente, notándose cómo se sobresaltaban por ello, mantenía un silencio casi que sepulcral gracias a mis prendas actuales, portaba en mi brazo derecho el Dragon Smash, y en mi puño izquierdo aquella especie de pulsera de cadenas que había conseguido hacía relativamente poco. — ¿Qué sucede, nunca vieron un dragón en sus vidas? — cuestioné yo. Parecían impresionados inclusive que hablara... Imbéciles. Giré los ojos en blanco y ellos se dignaron a responderme, aunque manteniendo cierta distancia conmigo, cobardes... qué mal me caen. — ¿No... no vienes a matarnos ni nada por el estilo? — preguntó uno de ellos, a lo que yo solté una irrisoria y sonora carcajada, para luego cruzarme de brazos, renegando con la cabeza.
— No seas imbécil, soy un cazador de recompensas, no un pirata u asesino. ¡Soy Mark Kjellberg, y tengo mucha hambre, quiero comer! — vociferé eso último a todo pulmón, resonando bastante en casi toda la ciudad a decir verdad. Luego de eso inhalé y reí un poco, mirándoles de nuevo a aquellas personas que se me habían acercado, las cuales temblaban en terror, de hecho uno ya estaba lagrimeando, pensando que sería el último momento en el que estaría vivo. — Oigan, ¿me podrían decir donde me encuentro? Yo, un ser tan perfecto debería ser atendido con tal atención. — agregaba con soltura, altivo y confianzudo. Aquellas personas tragaron saliva, estando yo en medio de una calle principal, parado como si nada mientras toda la gente se había escondido de mi, seguro en cualquier momento la guardia nacional se enteraría de mi presencia -si es que había alguna- ...
Eris Takayama
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Su pelo le caía largo y lacio por la espalda, casi hasta el final de la misma. Su flequillo, como siempre, seguía metiéndosele en los ojos. El felino daba botecitos alrededor de ella. Estaba nervioso, porque había algo en el ambiente que lo dejaba bastante intranquilo desde hacía rato. Pero cuando los grititos histéricos comenzaron a rondar la frecuencia de Eris, esta no pudo más que apoyar la cabeza en la mesa, rendida. No le gustaba estar en pisos tan altos porque no era capaz de controlar las ondas que le venían desde abajo. Así que la mejor de las opciones era bajar ella misma a descubrir qué estaba pasando. Cogió su katana, la normal que tenía el puño de plata y por costumbre, se lo puso a la espalda. No s que la imagen le importara lo más minimo y eso se reflejaba. Parecía demacrada, consumida. Delgada y de tez enfermiza. Golpes que se habían transformado en cardenales y heridas visibles, por todos los brazos e incluso en las mejillas. Pero las más importantes y llamativas eran las que habían dejado los grilletes en sus muñecas. Unas marcas negras y poco reveladoras, a decir verdad.
Cuando se llegó a las plantas inferiores vio hablar a los marines y tuvo que parar a uno, para que hablara mirándola a la cara. Había un dragón azul que se había transformado en un hombre. Se le consideraría peligroso. ¿Peligroso? Por primera vez en dos años Eris estaba a punto de dar botecitos de alegría.
Y casi en una exhalación, la mujer estuvo allí. De lejos, observando como el hombre que hacía años la había salvado de un manoseador innato estaba reclamando comida y atención como si de un verdadero ser mitológico se tratara. O al menos, parte de eso pudo leer de sus labios. Había una enorme parte mala en el hecho de haberse quedado sorda: a largas distancias, se veía inútil. Por eso se acercó con pasos poco resueltos. Tenía cierto miedo a pesar de que ahora, más que nunca, podía defenderse perfectamente de quien le viniera en mayor o menor medida… —Marines, retiren sus fuerzas. Declaro a Mark Kjellberg amigo y aliado de Johota— dijo ella, en bajo, mientras uno de los oficiales se aproximaba medio escondido al hombre para darle un alto. No, no al dragón que la sacó de tal aprieto. Quizás, si la hubieran pillado, las cosas hubieran sido diferentes. Quizás, en parte, le debía el estar en la posición en la que estaba. —Gran dragón azul. ¿Me permite invitarle yo misma a comer una suculenta pata de cordero bien asada o prefiere seguir molestando a mis ciudadanos?— preguntó, mientras el felino llegaba para mirar desde una distancia prudencial a Mark. Porque sí, se había vuelto arisco y esquivo, propio de su raza.
Cuando se llegó a las plantas inferiores vio hablar a los marines y tuvo que parar a uno, para que hablara mirándola a la cara. Había un dragón azul que se había transformado en un hombre. Se le consideraría peligroso. ¿Peligroso? Por primera vez en dos años Eris estaba a punto de dar botecitos de alegría.
Y casi en una exhalación, la mujer estuvo allí. De lejos, observando como el hombre que hacía años la había salvado de un manoseador innato estaba reclamando comida y atención como si de un verdadero ser mitológico se tratara. O al menos, parte de eso pudo leer de sus labios. Había una enorme parte mala en el hecho de haberse quedado sorda: a largas distancias, se veía inútil. Por eso se acercó con pasos poco resueltos. Tenía cierto miedo a pesar de que ahora, más que nunca, podía defenderse perfectamente de quien le viniera en mayor o menor medida… —Marines, retiren sus fuerzas. Declaro a Mark Kjellberg amigo y aliado de Johota— dijo ella, en bajo, mientras uno de los oficiales se aproximaba medio escondido al hombre para darle un alto. No, no al dragón que la sacó de tal aprieto. Quizás, si la hubieran pillado, las cosas hubieran sido diferentes. Quizás, en parte, le debía el estar en la posición en la que estaba. —Gran dragón azul. ¿Me permite invitarle yo misma a comer una suculenta pata de cordero bien asada o prefiere seguir molestando a mis ciudadanos?— preguntó, mientras el felino llegaba para mirar desde una distancia prudencial a Mark. Porque sí, se había vuelto arisco y esquivo, propio de su raza.
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Justo cuando creía que esta isla no tendría nada de interesante, una voz conocida detuvo a los Marines que parecían querer pararme por atentar contra la tranquilidad del pueblo. Volteé la cabeza para dirigir mi mirada hacia aquella voz femenina que me sonaba más que conocida, sabía bien de quien provenía pero era casi imposible creer que nos habíamos reencontrado. Al verle... no pude creer lo que mis ojos presenciaban. Era ella sin dudas, sus facciones faciales eran inconfundibles y el pálido color de su piel eran claramente característicos en ella, pero se encontraba famélica... Lastimada, con una apariencia más que lamentable, patética. Suspiré levemente y renegué un poco con la cabeza casi que decepcionado por cómo estaba, ¿Acaso había sido prisionera? Se podía notar por las marcas en sus muñecas y tobillos, ¿pero quien fue el causante de aquel pesar en su ser? Me fui acercando gradualmente a ella, sonriéndole con la misma expresión encantadora y casi que seductora con la que nos conocimos. — Veo que has aprendido a ser un poco más refinada a la hora de hablar con la gente, señorita Eris. — le decía modulando bastante claro por lo que podría leer mis labios. ¿Sabía yo que estaba sorda? No, no por el momento al menos. Luego de escuchar su propuesta, asentí con la cabeza a modo de afirmación, hablándole nuevamente. — Será un verdadero placer acompañarte a comer, siempre es un placer consumir contigo. Esperemos esta vez que no venga un viejo pervertido a tocarte la retaguardia. — agregaba soltando una fugaz carcajada, encogiéndome de hombros raudo antes de comenzar a caminar a un lado de la fémina, sin hablar hasta llegar al establecimiento donde comeríamos, no había muchos al menos en aquella ciudad al parecer, pero la apariencia del lugar era sumamente bonita, me recordaba a los viejos tiempos del Baratie cuando se encontraba en una sola pieza.
Nos sentamos ambos en la respectiva mesa asignada en aquel local, de momento me sentaba frente a ella, a medida que esperábamos que nos atendieran, me dispuse a volver a hablarle, en un tono más tranquilo y suave, para que la conversación quedase solamente entre nosotros dos y nadie más. — Déjame preguntarte algo, Eris... ya que hace más de tres años que no cruzábamos miradas. ¿Podrías explicarme porqué la apariencia demacrada? Sé que los años cambian a la gente... aunque no a mi, pero... ¿Qué sucedió en estos años en los que no nos encontramos? — cuestionaba en un inicio, haciendo una fugaz pausa antes de proseguir por unos momentos más. — Digamos que te recordaba más rellena, con las carnes bien puestas en donde se debe, tu piel inmaculada y hermosa... — le halagaba en cierta medida, tomando una de sus manos, sabiendo perfectamente lo que me esperaba si no tenía los guantes puestos en esos momentos. Tal vez había aprendido a controlar sus poderes, y ya no entumecería mi cuerpo cada vez que le tocara, pero mejor prevenir que lamentar dice un dicho; Si explicaba o no eso ya no dependía de mi. Me la quedé mirando atento, sin infravalorarla en absoluto, es más... hasta se me notaba algo preocupado, algo más que curioso en mi ya que cuando Eris me había conocido, con suerte y me preocupaba de mi mismo y de mi sombra. El cambio era rotundo, no solamente en mi aumentada y más marcada musculatura, sino también en ella... Más en ella que en mi, estaba claro.
Parecía que de todos modos pronto vendría el mesero a anotar nuestros pedidos, por lo que empezando por mi, levanté un dedo y empecé a decir cada uno de los platillos que aquella noche deseaba consumir con mis hermosos dientes. — Primero empiecen con una ensalada de fideos fríos con frutos de mar, acompañada con unas papas noisette. Luego como platillo principal una pierna de ternera ahumada y asada adobada con una salsa de miel, y de postre por favor, un recipiente con tres galones de helado de vainilla granizado. — el hombre anotaba rápidamente cada una de mis ordenes, mirándome más que impresionado por mi aparentemente insaciable apetito, inclusive se dignó a preguntarme algo más que obvio. — ¿Algo para beber, señor? — me preguntó, sosteniendo atentamente su bolígrafo para seguir apuntando. — Hmm... déjame pensar. — hice una pausa y me llevé la mano al mentón mientras la otra la mantenía como si estuviera "cruzado de brazos". — Unas dos o tres botellas del mejor vino tinto dulce que tengan de la bodega, cuánto más añejo mejor. — respondí yo. El mesero terminó de anotar lo mío, y volteó a mirar fijamente a Eris, parecían conocerle bien en aquel lugar ya que inclusive sus palabras no eran las mismas que para mi. — ¿Lo mismo de siempre, señorita Eris? — preguntaba el joven, con un tono más que caballeroso, más que conmigo inclusive. Aunque más que ser amable con ella, parecía venerarla, respetarla como una especie de eminencia. Curioso en verdad, ¿sería ella la mujer que salvó Johota? Eso explicaría muchas cosas a decir verdad.
Nos sentamos ambos en la respectiva mesa asignada en aquel local, de momento me sentaba frente a ella, a medida que esperábamos que nos atendieran, me dispuse a volver a hablarle, en un tono más tranquilo y suave, para que la conversación quedase solamente entre nosotros dos y nadie más. — Déjame preguntarte algo, Eris... ya que hace más de tres años que no cruzábamos miradas. ¿Podrías explicarme porqué la apariencia demacrada? Sé que los años cambian a la gente... aunque no a mi, pero... ¿Qué sucedió en estos años en los que no nos encontramos? — cuestionaba en un inicio, haciendo una fugaz pausa antes de proseguir por unos momentos más. — Digamos que te recordaba más rellena, con las carnes bien puestas en donde se debe, tu piel inmaculada y hermosa... — le halagaba en cierta medida, tomando una de sus manos, sabiendo perfectamente lo que me esperaba si no tenía los guantes puestos en esos momentos. Tal vez había aprendido a controlar sus poderes, y ya no entumecería mi cuerpo cada vez que le tocara, pero mejor prevenir que lamentar dice un dicho; Si explicaba o no eso ya no dependía de mi. Me la quedé mirando atento, sin infravalorarla en absoluto, es más... hasta se me notaba algo preocupado, algo más que curioso en mi ya que cuando Eris me había conocido, con suerte y me preocupaba de mi mismo y de mi sombra. El cambio era rotundo, no solamente en mi aumentada y más marcada musculatura, sino también en ella... Más en ella que en mi, estaba claro.
Parecía que de todos modos pronto vendría el mesero a anotar nuestros pedidos, por lo que empezando por mi, levanté un dedo y empecé a decir cada uno de los platillos que aquella noche deseaba consumir con mis hermosos dientes. — Primero empiecen con una ensalada de fideos fríos con frutos de mar, acompañada con unas papas noisette. Luego como platillo principal una pierna de ternera ahumada y asada adobada con una salsa de miel, y de postre por favor, un recipiente con tres galones de helado de vainilla granizado. — el hombre anotaba rápidamente cada una de mis ordenes, mirándome más que impresionado por mi aparentemente insaciable apetito, inclusive se dignó a preguntarme algo más que obvio. — ¿Algo para beber, señor? — me preguntó, sosteniendo atentamente su bolígrafo para seguir apuntando. — Hmm... déjame pensar. — hice una pausa y me llevé la mano al mentón mientras la otra la mantenía como si estuviera "cruzado de brazos". — Unas dos o tres botellas del mejor vino tinto dulce que tengan de la bodega, cuánto más añejo mejor. — respondí yo. El mesero terminó de anotar lo mío, y volteó a mirar fijamente a Eris, parecían conocerle bien en aquel lugar ya que inclusive sus palabras no eran las mismas que para mi. — ¿Lo mismo de siempre, señorita Eris? — preguntaba el joven, con un tono más que caballeroso, más que conmigo inclusive. Aunque más que ser amable con ella, parecía venerarla, respetarla como una especie de eminencia. Curioso en verdad, ¿sería ella la mujer que salvó Johota? Eso explicaría muchas cosas a decir verdad.
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—Refinada no es la palabra— determinó ella de una forma un poco seca, pero con su sonrisa pública habitual. Había aprendido a guardarse sus toscas formas en estos tres años. Había sido obligada, pero después había luchado por cambiar las tornas y llegar hasta donde llegó. No obstante, le hizo un gesto para que caminaran ambos, mirándole de reojo para estar siempre atenta a sus labios. De lejos, el felino. Se rió de forma suave, sacudiendo con la cabeza. Antes en aquella zona habría tenido peligro por ser violada. O tentada. Pero ahora no. Los borrachos ya no eran bienvenidos. Pero pronto consiguieron alcanzar aquel loca. Un guardia le abrió la puerta a Gato después de que pasaran ellos y fue al lado de su dueña, apoyando la cabeza en su regazo y resoplando, como si estuviera cansado, mientras Eris se esforzaba por traducir para su mente los labios del peliazul. No era complicado, el hombre poseía una buena pronunciación. —Ocurrió que los años no pasan en valde. Tú has engrosado tu masa muscular. Yo me he concentrado en otras cosas...— supuso que aquella era la respuesta más acertada. —Me preocupo más por esta isla que por mí misma— determinó, finalmente, quitándose de la espalda aquella katana para dejarla apoyada contra la mesa, mirando a aquel tendero. No pudo dejar de esbozar una sonrisa cuando sorprendido el camarero comenzó a apuntar todos los pedidos que el dragón le iba haciendo.
Pero cuando terminó y se giró a ella con “lo de siempre”, hizo que la joven asintió. Casi medio corriendo apareció, mientras el camarero se iba, un joven con una taza de té y un platito de galletas. Eran rápidos pues parecía que alguien que era capaz de controlar los rayos siempre tenía prisa. A pesar de que eso era falso. Pero no lo tocó, se limitó a dar las gracias en bajo esperando a que pudieran cocinar todo lo que su acompañante había pedido. —Veo que tu apetito sigue intacto. Es verdaderamente reconfortante— comenzó, de nuevo. Sonrió, inclinándose hacia delante. —Mas debe tener en cuenta algo de las gentes de este lugar: Acaban de pasar por un asedio y casi una guerra. Hace poco no teníamos comida ni para nosotros mismos y todo extranjero era mal considerado… Pero ahora todo está mejor, creo. O al menos, las minas vuelven a funcionar. Y por aquí, eso hace que todo funcione… Pero no es ahí a donde quiero llegar. Quería pedirte disculpas por el comportamiento anterior de los residentes. Seguro que no pretendían ofenderte con lo que te han dicho— siguió. No quería que Mark se marchara ofuscado de aquella isla. En general y más ahora, las personas eran bastante amigables. En una isla dependiente del comercio era lo mínimo que se podía esperar.
Pero al menos le trajeron la bebida y el primero, que prepararon rápidamente. Ella se esperó hasta que los camareros desaparecieron para seguir hablando. —Soy Gobernadora. Ah… Presidenta, de esta isla— se tradujo a sí misma, con una sonrisa posterior. —Supongo que debo agradecerte tu viaje de la última vez. Un expediente para con la marina hubiera hecho que no me hubiera podido postular para el cargo— le contó ella. —Y por cierto. No escucho. Quiero decir, que estoy completamente sorda. Cual tapia. Por lo que si hablas, que sea de frente… Leer los labios es una técnica perfeccionada que aprendí— trató de sonreír aunque, en aspecto general parecía bastante triste. Porque así es como se encontraba tras la sonrisa: triste y demacrada. No tenía ganas de sonreír a pesar de hacerlo. Tampoco tenía ganas de seguir adelante, pero también lo hacía. Todo porque sabía que Haine volvería a aparecer un día de estos. Pero al menos, había una pequeña chispita de emoción en su rostro de nuevo. ¡Un viejo amigo! O al menos así lo consideraba ella. Le había salvado su té en la peor de las ocasiones. Puede que le hiciera hasta una estatua.
Pero cuando terminó y se giró a ella con “lo de siempre”, hizo que la joven asintió. Casi medio corriendo apareció, mientras el camarero se iba, un joven con una taza de té y un platito de galletas. Eran rápidos pues parecía que alguien que era capaz de controlar los rayos siempre tenía prisa. A pesar de que eso era falso. Pero no lo tocó, se limitó a dar las gracias en bajo esperando a que pudieran cocinar todo lo que su acompañante había pedido. —Veo que tu apetito sigue intacto. Es verdaderamente reconfortante— comenzó, de nuevo. Sonrió, inclinándose hacia delante. —Mas debe tener en cuenta algo de las gentes de este lugar: Acaban de pasar por un asedio y casi una guerra. Hace poco no teníamos comida ni para nosotros mismos y todo extranjero era mal considerado… Pero ahora todo está mejor, creo. O al menos, las minas vuelven a funcionar. Y por aquí, eso hace que todo funcione… Pero no es ahí a donde quiero llegar. Quería pedirte disculpas por el comportamiento anterior de los residentes. Seguro que no pretendían ofenderte con lo que te han dicho— siguió. No quería que Mark se marchara ofuscado de aquella isla. En general y más ahora, las personas eran bastante amigables. En una isla dependiente del comercio era lo mínimo que se podía esperar.
Pero al menos le trajeron la bebida y el primero, que prepararon rápidamente. Ella se esperó hasta que los camareros desaparecieron para seguir hablando. —Soy Gobernadora. Ah… Presidenta, de esta isla— se tradujo a sí misma, con una sonrisa posterior. —Supongo que debo agradecerte tu viaje de la última vez. Un expediente para con la marina hubiera hecho que no me hubiera podido postular para el cargo— le contó ella. —Y por cierto. No escucho. Quiero decir, que estoy completamente sorda. Cual tapia. Por lo que si hablas, que sea de frente… Leer los labios es una técnica perfeccionada que aprendí— trató de sonreír aunque, en aspecto general parecía bastante triste. Porque así es como se encontraba tras la sonrisa: triste y demacrada. No tenía ganas de sonreír a pesar de hacerlo. Tampoco tenía ganas de seguir adelante, pero también lo hacía. Todo porque sabía que Haine volvería a aparecer un día de estos. Pero al menos, había una pequeña chispita de emoción en su rostro de nuevo. ¡Un viejo amigo! O al menos así lo consideraba ella. Le había salvado su té en la peor de las ocasiones. Puede que le hiciera hasta una estatua.
Mark Kjellberg
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Akuma no mi
Varios
— No haces tan bien como deberías... aunque no sé porqué sospecho que te has quedado muy sola en estos últimos años en los que no hemos cruzado nuestras miradas. — comentaba en un tono tranquilo mientras esperábamos pacientemente por aquellas preparaciones que habíamos pedido. Sonreía de vez en cuando ya que hallaba cierto regocijo en hablar con alguien que hacía años no veía, era como reencontrarme con un viejo amigo, o bueno... compañera en este caso. ¿Compañera se podía considerar alguien con quien cruzamos fugaces palabras en un bar, y a la cual le sostuve la taza de té y su platillo de galletas? Claro que sí, ¿quien podría negarlo?; Reí suavemente ante su comentario sobre mi apetito, era innegable que tenía razón, inclusive tal vez por el aumento de mi masa muscular, mi apetito más que mantenerse, se había levantado aún más, hasta el punto en que parecía una bestia insaciable que solamente quiere comer y comer cuantas veces tenga oportunidad en el día, un barril sin fondo básicamente.
— ¿Así que el dinero y la comida flaquean? ... Vaya, no me esperaba escuchar eso de tu parte. — decía en un tono tranquilo pero bastante serio. A decir verdad, no podía negarme a ayudar a alguien que estuviera en problemas si se trataba de una compañera. Por más que se tratase del pueblo que ella lideraba, era prácticamente una ayuda para ella, quitarle tal peso de encima. Parecía curiosa la calidad de vida que estaba llevando, siendo una Gobernadora de toda la isla, estaba sumamente descuidada... su melena crecida, su cuerpo delgado y su piel más bien pálida. Era hasta... deprimente, ver cómo sonreía sin sonreír realmente.
— ¿Sorda, dices? ... Bueno, espero entonces estar modulando bien... para que no se te complique entenderme, cielo. Aunque disculpa si hablo con la boca llena cuando coma. — decía soltando una entretenida carcajada, risueño a decir verdad. Hacía mucho que no me encontraba con ella, y se sentía como si hubiesen pasado escasos días desde nuestro último encuentro; Le notaba ciertamente melancólica, como si no tuviera ganas de vivir pero de todos modos se estuviera aferrando a algo que realmente no sabía perfectamente de qué se trataba. De todos modos, ella me había contado de su vida, y era momento de ahora contarle yo en qué había estado todos estos años de ausencia a lo ermitaño junto con Katarina en mis viajes.
— Yo... como podrás ver, he estado ejercitándome y comiendo como una bestia... He estado por el Grand Line, he surcado los aires buscando un sentido a algo personal que desde pequeño me pregunto. — hice una pausa y de uno de los bolsillos de mis prendas busqué lo que era aquel pequeño libro con forrado de cuero rojo y un grabado dorado en forma de árbol. Estaba claro que le confiaba aquello a la contraria. Luego miré mi brazo derecho, en el cual se encontraba acoplado aquel gran brazo mecánico hecho de Kairoseki, el cual solté desatando las poleas y demás, para quitármelo y dejarlo apoyado en el suelo. — Ese enorme brazo que ves... lo conseguí gracias a... algunos contactos por así decirlo, aunque podría haberlo hecho yo solo... tuve la ayuda de un muchacho que me prestó sus servicios amablemente, sin esperar nada a cambio ... — pausé e intenté recordar cual era su apariencia, ya que al trabajar juntos, en medio de la fragua y creación de aquel objeto, no me olvidaba de un rostro tan fácilmente.
— Tenía apariencia joven, alto aunque no tanto como yo... tal vez algo desgarbado, de pelo blanco corto y desalineado, de ojos rojos como la mismísima sangre que corre por tus venas. — tragué duro, bebiendo un trago de aquella bebida que me había pedido en jarra, para luego suspirar. — Lo que más recuerdo es que siempre parecía tener una sonrisa de loco dibujada en su rostro, y andaba con un perro blanco... más parecido a un lobo que perro, pero se entiende. — le decía a Eris, desconociendo totalmente que estaba hablando de aquel sujeto que ella aún seguía esperando pacientemente cual mujer que dejó ir a su marido a la guerra y tal vez nunca volvería a verlo jamás; Una vez llegó la comida que había ordenado -o al menos uno de los tantos platillos- miré fijo al camarero con una leve sonrisa. — Te agradezco. — musité antes de proseguir hablando con Eris, no sin antes agarrar de mi bolso cierta cantidad de Berries, los cuales dejaría en dos pequeños montos sobre la mesa a un lado. — Toma... esto es para ti, o más bien... para el pueblo. Son cien millones de Berries, no aceptaré un "No" como respuesta. — sonreí de medio labio, guiñándole un ojo y apoyando una de mis manos sobre una de las suyas. — Los gobernantes siempre tienen a alguien que les ayude. — agregué, antes de agarrar la pata de ternera y darle un suculento y goloso mordisco, comenzando a masticar aquella jugosa y rojiza carne feliz, lloriqueando por los ojos de lo deliciosa que estaba.
— ¿Así que el dinero y la comida flaquean? ... Vaya, no me esperaba escuchar eso de tu parte. — decía en un tono tranquilo pero bastante serio. A decir verdad, no podía negarme a ayudar a alguien que estuviera en problemas si se trataba de una compañera. Por más que se tratase del pueblo que ella lideraba, era prácticamente una ayuda para ella, quitarle tal peso de encima. Parecía curiosa la calidad de vida que estaba llevando, siendo una Gobernadora de toda la isla, estaba sumamente descuidada... su melena crecida, su cuerpo delgado y su piel más bien pálida. Era hasta... deprimente, ver cómo sonreía sin sonreír realmente.
— ¿Sorda, dices? ... Bueno, espero entonces estar modulando bien... para que no se te complique entenderme, cielo. Aunque disculpa si hablo con la boca llena cuando coma. — decía soltando una entretenida carcajada, risueño a decir verdad. Hacía mucho que no me encontraba con ella, y se sentía como si hubiesen pasado escasos días desde nuestro último encuentro; Le notaba ciertamente melancólica, como si no tuviera ganas de vivir pero de todos modos se estuviera aferrando a algo que realmente no sabía perfectamente de qué se trataba. De todos modos, ella me había contado de su vida, y era momento de ahora contarle yo en qué había estado todos estos años de ausencia a lo ermitaño junto con Katarina en mis viajes.
— Yo... como podrás ver, he estado ejercitándome y comiendo como una bestia... He estado por el Grand Line, he surcado los aires buscando un sentido a algo personal que desde pequeño me pregunto. — hice una pausa y de uno de los bolsillos de mis prendas busqué lo que era aquel pequeño libro con forrado de cuero rojo y un grabado dorado en forma de árbol. Estaba claro que le confiaba aquello a la contraria. Luego miré mi brazo derecho, en el cual se encontraba acoplado aquel gran brazo mecánico hecho de Kairoseki, el cual solté desatando las poleas y demás, para quitármelo y dejarlo apoyado en el suelo. — Ese enorme brazo que ves... lo conseguí gracias a... algunos contactos por así decirlo, aunque podría haberlo hecho yo solo... tuve la ayuda de un muchacho que me prestó sus servicios amablemente, sin esperar nada a cambio ... — pausé e intenté recordar cual era su apariencia, ya que al trabajar juntos, en medio de la fragua y creación de aquel objeto, no me olvidaba de un rostro tan fácilmente.
— Tenía apariencia joven, alto aunque no tanto como yo... tal vez algo desgarbado, de pelo blanco corto y desalineado, de ojos rojos como la mismísima sangre que corre por tus venas. — tragué duro, bebiendo un trago de aquella bebida que me había pedido en jarra, para luego suspirar. — Lo que más recuerdo es que siempre parecía tener una sonrisa de loco dibujada en su rostro, y andaba con un perro blanco... más parecido a un lobo que perro, pero se entiende. — le decía a Eris, desconociendo totalmente que estaba hablando de aquel sujeto que ella aún seguía esperando pacientemente cual mujer que dejó ir a su marido a la guerra y tal vez nunca volvería a verlo jamás; Una vez llegó la comida que había ordenado -o al menos uno de los tantos platillos- miré fijo al camarero con una leve sonrisa. — Te agradezco. — musité antes de proseguir hablando con Eris, no sin antes agarrar de mi bolso cierta cantidad de Berries, los cuales dejaría en dos pequeños montos sobre la mesa a un lado. — Toma... esto es para ti, o más bien... para el pueblo. Son cien millones de Berries, no aceptaré un "No" como respuesta. — sonreí de medio labio, guiñándole un ojo y apoyando una de mis manos sobre una de las suyas. — Los gobernantes siempre tienen a alguien que les ayude. — agregué, antes de agarrar la pata de ternera y darle un suculento y goloso mordisco, comenzando a masticar aquella jugosa y rojiza carne feliz, lloriqueando por los ojos de lo deliciosa que estaba.
Eris Takayama
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—Eso es uno de mis mayores males— determinó de forma algo seca en tanto a lo de que se había quedado un poco sola. ¿Un poco? ¡Mucho! La persona a la que quería y que formaba -quisiera o no- parte de su familia solo le había enviado tres escuetas cartas. Una por año. Horrible, de verdad. Pero asintió, ladeando la cabeza. —Nos han asediado durante un año. Era algo de esperar. Pero nos estamos recuperando rápidamente— intervino ante lo de que la comida y el dinero flaqueaban. Realmente hubiera sido algo raro que no hubiera pasado, así que ella no se preocupaba excesivamente. Las cosas parecían ir mejorando de todos modos. Pero eso no indicaba demasiado. Johota había cambiado mucho. Solo que alguien no foraneo no podía notarlo. Pero sonrió ligeramente, sacudiendo la cabeza para restar importancia a las siguientes palabras del hombre. —Modulas perfectamente. No solo leo los labios, así que no te preocupes por hablar mientras comes… Aunque, ¿nadie te ha dicho que es de mala educación hablar con la boca llena?— trató de bromear la chica. ¡Hacía siglos casi que no lo intentaba! Y por lo menos, se sintió bien.
—¿Y lo has encontrado?— preguntó refiriéndose a ese “algo personal” que había estado buscando. Eran complicadas aquellas reflexiones filosóficas sobre uno mismo, así que ella sabía que lo mejor que se podía tener era paciencia. Miró hacia aquel brazo, posando la taza sobre sus labios para dar un pequeño sorbo. Asintió, al escuchar sobre la desinteresada ayuda de un muchacho. Pero ladeó la cabeza ante la descripción. —Esa descripción casa a la perfección con la de mi hermano. ¿Lo sabías? Parece que está un poco loco… Rammsteiner, Haine. Y el perro Shiro...— dijo, con algo de añoranza. Realmente les echaba de menos pero, de haber sido ellos quienes hubieran ayudado a Mark, la joven se contentaría. No solo por saber que su hermano seguía vivo, sino porque estaban ayudando a las personas adecuadas. La comida de él -o parte- llegarái en aquel momento y justo después… ¡Sorpresa! Eris venía de una familia media, por lo que estaba acostumbrada al dinero. Siendo Gobernante también se había acostumbrado… Pero aquello era demasiado. Y más para ser una contribución desinteresada.
—Aceptar tu dinero está prohibido en mi Isla— musitó ella, empujando despacito aquellos dos pequeños montones, para no derribarlos, en su dirección. —Sin embargo, te invito a quedarte y descansar. Quizás que nuestros enemigos vean sobrevolando un dragón sobre Johota les asuste. Eso sí que sería de ayuda— se rió ella. —Además… De quedarte, podrías corroborar que el que te ayudó es mi hermano. Se supone, que está al caer...— “al caer”, más o menos acertada aquella expresión. Pero suspiró, volviendo a darle otro traguito al té. Nunca había rechazado tanto dinero, pero la ayuda era más necesaria. —Tenemos una economía muy próspera. Toda la isla se encuentra repleta de jade… Algunos lo extraen, otros lo moldean y otros los venden tanto aquí como fuera. Los que no trabajan en esa industria, podría considerarse el sector servicios que la atiende. No obstante, ese dinero que ofreces… Supongo que tenemos material suficiente para conseguirlo de manera rápida— admitió. Pero entonces se rió. Porque era algo irónico.
No tenían “dinero”, a pesar de que lo tenían bajo sus pies. Trabajar era la única manera de conseguirlo y en ello, se habían volcado todos los habitantes de la isla -o la gran mayoria-. —Deberías disfrutar un poco de esto. Quiero decir. Puedo ofrecerte un lugar donde quedarte, comida que te sacie… No siempre se realizan actos tan desinteresados como salvar mi tacita de té— musitó, divertida al final, como dándole a aquel hecho más importancia que el de salir de la isla volando porque la marina quería detenerla.
—¿Y lo has encontrado?— preguntó refiriéndose a ese “algo personal” que había estado buscando. Eran complicadas aquellas reflexiones filosóficas sobre uno mismo, así que ella sabía que lo mejor que se podía tener era paciencia. Miró hacia aquel brazo, posando la taza sobre sus labios para dar un pequeño sorbo. Asintió, al escuchar sobre la desinteresada ayuda de un muchacho. Pero ladeó la cabeza ante la descripción. —Esa descripción casa a la perfección con la de mi hermano. ¿Lo sabías? Parece que está un poco loco… Rammsteiner, Haine. Y el perro Shiro...— dijo, con algo de añoranza. Realmente les echaba de menos pero, de haber sido ellos quienes hubieran ayudado a Mark, la joven se contentaría. No solo por saber que su hermano seguía vivo, sino porque estaban ayudando a las personas adecuadas. La comida de él -o parte- llegarái en aquel momento y justo después… ¡Sorpresa! Eris venía de una familia media, por lo que estaba acostumbrada al dinero. Siendo Gobernante también se había acostumbrado… Pero aquello era demasiado. Y más para ser una contribución desinteresada.
—Aceptar tu dinero está prohibido en mi Isla— musitó ella, empujando despacito aquellos dos pequeños montones, para no derribarlos, en su dirección. —Sin embargo, te invito a quedarte y descansar. Quizás que nuestros enemigos vean sobrevolando un dragón sobre Johota les asuste. Eso sí que sería de ayuda— se rió ella. —Además… De quedarte, podrías corroborar que el que te ayudó es mi hermano. Se supone, que está al caer...— “al caer”, más o menos acertada aquella expresión. Pero suspiró, volviendo a darle otro traguito al té. Nunca había rechazado tanto dinero, pero la ayuda era más necesaria. —Tenemos una economía muy próspera. Toda la isla se encuentra repleta de jade… Algunos lo extraen, otros lo moldean y otros los venden tanto aquí como fuera. Los que no trabajan en esa industria, podría considerarse el sector servicios que la atiende. No obstante, ese dinero que ofreces… Supongo que tenemos material suficiente para conseguirlo de manera rápida— admitió. Pero entonces se rió. Porque era algo irónico.
No tenían “dinero”, a pesar de que lo tenían bajo sus pies. Trabajar era la única manera de conseguirlo y en ello, se habían volcado todos los habitantes de la isla -o la gran mayoria-. —Deberías disfrutar un poco de esto. Quiero decir. Puedo ofrecerte un lugar donde quedarte, comida que te sacie… No siempre se realizan actos tan desinteresados como salvar mi tacita de té— musitó, divertida al final, como dándole a aquel hecho más importancia que el de salir de la isla volando porque la marina quería detenerla.
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