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Akuma no mi
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Era una mañana lluviosa y oscura, las calles solitarias y temibles daban cobijo a un par de sin-techo que se refugiaban entre cartones para escapar de la lluvia. La poca gente que se paseaba por estos lares iban a prisa sin pararse si quiera a respirar. Un ambiente intranquilo y sospechoso rodeaba aquel lugar como si una serie de acontecimientos estuvieran a punto de suceder. Para mí, el clima y el ambiente eran perfectos pues el agua me mojaba por completo mientras caminaba en la oscuridad.
Paré un segundo a mirar el cielo, la lluvia caía con fuerza como si quisiera romper todo lo que encontrara a su paso. Suspiré, me gustaba mojarme y disfrutar del frío y la oscuridad pero eso impedía el poder pararse a leer un libro. ¿Leer con lluvia? Eso sería perfecto si no fuera por que los libros acabarían empapados y eso no sería bueno. De todas formas nunca estaría de más una buena compañía. Alguien con quien disfrutar de la lluvia.
Proseguí mi camino sintiendo como mis pies se mojaban a causa de los charcos. A pesar de llevar unas buenas botas eso no impedía que me sintiera mojado. Me quité la capucha de la gabardina,l la cual había conseguido días antes en una de tienda de por allí, para dejar que mi pelo se mojara completamente. No había nada mejor que sentir la lluvia acariciándote.
Paré un segundo a mirar el cielo, la lluvia caía con fuerza como si quisiera romper todo lo que encontrara a su paso. Suspiré, me gustaba mojarme y disfrutar del frío y la oscuridad pero eso impedía el poder pararse a leer un libro. ¿Leer con lluvia? Eso sería perfecto si no fuera por que los libros acabarían empapados y eso no sería bueno. De todas formas nunca estaría de más una buena compañía. Alguien con quien disfrutar de la lluvia.
Proseguí mi camino sintiendo como mis pies se mojaban a causa de los charcos. A pesar de llevar unas buenas botas eso no impedía que me sintiera mojado. Me quité la capucha de la gabardina,l la cual había conseguido días antes en una de tienda de por allí, para dejar que mi pelo se mojara completamente. No había nada mejor que sentir la lluvia acariciándote.
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Gloria, que banalidad tan grande, que espejismo envuelto en la corrupción global. ¿Le podemos llamar gloria a un sueño? En este mundo donde la voluntad del hombre fue corrompida por codiciosos obres, por cazadores de Barries, ¿Dónde esta la gloria? ¿Oculta en nuestros bolsillos, mojada con caprichos y ineptitudes del ego? ¿Entonces donde están los bucaneros, los cazadores de mundos, los sueños? Que fachada tan ridícula, que delirio monopólico. ¿Si le movemos la silla a los altos cambiaremos la conciencia global, o acaso la gloria no existe? Pero allí esta ella erguida, despampanante omnipotente, con sueños…
El cielo clamo, el gris oscuro lleno de penumbras los callejones de la isla. Fuertes ráfagas de garúa azotaron las siluetas que murmuraban por un poco de refugio. El inclemente invierno devoraba la esperanza de los callejeros, de los sin techo y dejaba a los mas desolados en su paisaje natal. En medio de ese delirio estaba ella y su maestro. –Esta frío, quiero una cama. Balbuceaba la musa en respuesta a los hilares heleados que apuñalaban su piel.–Tranquila hija, deleita tu cuerpo de mundo. Esto es vida, el agua es vida. Limpia tus pecados porque el cielo esta llorando. –¿Que quieres decir? Siempre tan altanero. Regálame una cama y mis pecados serán purgados. Caminaron hasta el final de la calle y se perdieron en las penumbras.
Un apuesto hidalgo devoro la furia de los cielos con su morro, parecía disfrutar lo que le regalaba el día. La tenor no podía creer, ¿Acaso era eso lo que su maestro le estaba enseñando? Tal curiosidad la llevo a romper la inmensa pared de la desconfianza. Se aventuro, se lleno de ganas y despojo de principios. –¿Acaso hablas con el cielo, estas purgando tus actos?
El cielo clamo, el gris oscuro lleno de penumbras los callejones de la isla. Fuertes ráfagas de garúa azotaron las siluetas que murmuraban por un poco de refugio. El inclemente invierno devoraba la esperanza de los callejeros, de los sin techo y dejaba a los mas desolados en su paisaje natal. En medio de ese delirio estaba ella y su maestro. –Esta frío, quiero una cama. Balbuceaba la musa en respuesta a los hilares heleados que apuñalaban su piel.–Tranquila hija, deleita tu cuerpo de mundo. Esto es vida, el agua es vida. Limpia tus pecados porque el cielo esta llorando. –¿Que quieres decir? Siempre tan altanero. Regálame una cama y mis pecados serán purgados. Caminaron hasta el final de la calle y se perdieron en las penumbras.
Un apuesto hidalgo devoro la furia de los cielos con su morro, parecía disfrutar lo que le regalaba el día. La tenor no podía creer, ¿Acaso era eso lo que su maestro le estaba enseñando? Tal curiosidad la llevo a romper la inmensa pared de la desconfianza. Se aventuro, se lleno de ganas y despojo de principios. –¿Acaso hablas con el cielo, estas purgando tus actos?
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Sin darme cuenta una muchacha había llegado hasta donde me encontraba. ¿Otra persona que disfrutaba de un paseo por la lluvia? ¿O simplemente un vagabundo? No lo sabía pero ella rompió el hielo con su pregunta. Una pregunta cargada de interés, ¿qué interés podía ofrecer una simple persona que miraba la lluvia? Toda y más.
-Dicen que la lluvia puede limpiar todos nuestros actos, sentir como ella pasa por tu cuerpo y se lleva todas las malas cosas hacía el suelo, su final. ¿No es precioso? Como algo tan simple puede ofrecerte tanto a algunas personas. La gente que huye de la lluvia tiene algo que ocultarla. - Tomé aire y suspiré antes de cerrar los ojos. -Es tan maravillosa... Discúlpame ya estoy divagando otra vez- Me giré para mirarla mostrando una sonrisa y como el agua caía por mi pelo.
-Soy Nagato, ¿qué te ha traído hasta mí en un día tan lluvioso?-Dije sin perder la sonrisa, estar allí me calmaba y la compañía nunca molestaba.
-Dicen que la lluvia puede limpiar todos nuestros actos, sentir como ella pasa por tu cuerpo y se lleva todas las malas cosas hacía el suelo, su final. ¿No es precioso? Como algo tan simple puede ofrecerte tanto a algunas personas. La gente que huye de la lluvia tiene algo que ocultarla. - Tomé aire y suspiré antes de cerrar los ojos. -Es tan maravillosa... Discúlpame ya estoy divagando otra vez- Me giré para mirarla mostrando una sonrisa y como el agua caía por mi pelo.
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El joven acuno bellas palabras en los oídos de la musa, como se lo había dicho su maestro la lluvia era sabia. Quedo sorprendida e inmensamente atraída, no paresia un mendigo y mucho menos un loco. –Mi maestro me ha dicho lo mismo y no lo comprendía hasta que te vi… planto un pequeño suspiro y continuo –Espero no seas como él. Se dibujo una sonrisa en el rostro empapado y contemplo la del joven que la interrogaba. –Me llamo Ren y el es mi maestro. Señalo hacia la diestra, pero las penumbras se quedaron con ese gesto. Un gesto mas que obvio, que ponía su locura en evidencia y su soledad…
-No pareces corrompido por lo mundano, necesitamos quedarnos en una taberna ¿conoces alguna? ¿Seria esta una buena idea? Pese a sus buenos gestos y modales estas tierras estaban llenas de cazadores de Baries. Además era una isla muy poco poblada y el invierno sacudía con sus iracundos suspiros la comodidad de los pobladores. La joven igual se sentía segura con el albino el cual disfrutaba, como su maestro, de la lluvia. Pero el viento trajo consigo un aterrador solfeo de palabras. –Quietos o los mato. Profano, la tranquilidad y lo religioso del lagrimear del cielo, un bucanero acompañado de dos casi muertos. Los tres parecían sacos de nada arrasados por el infernal frío. –Denme sus pertenencias, somos piratas. Afirmo el escuálido con una pistola en la diestra. –Si como dijo mi hermano. Dijo el otro lamiendo con la lengua una daga ensangentada…
-No pareces corrompido por lo mundano, necesitamos quedarnos en una taberna ¿conoces alguna? ¿Seria esta una buena idea? Pese a sus buenos gestos y modales estas tierras estaban llenas de cazadores de Baries. Además era una isla muy poco poblada y el invierno sacudía con sus iracundos suspiros la comodidad de los pobladores. La joven igual se sentía segura con el albino el cual disfrutaba, como su maestro, de la lluvia. Pero el viento trajo consigo un aterrador solfeo de palabras. –Quietos o los mato. Profano, la tranquilidad y lo religioso del lagrimear del cielo, un bucanero acompañado de dos casi muertos. Los tres parecían sacos de nada arrasados por el infernal frío. –Denme sus pertenencias, somos piratas. Afirmo el escuálido con una pistola en la diestra. –Si como dijo mi hermano. Dijo el otro lamiendo con la lengua una daga ensangentada…
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La chica clamó toda mi atención, era bella como pocas y era muy difícil apartar la mirada de esos precioso ojos y esos labios los cuales se bañaban por culpa de la lluvia. La chica estaba empapada, al igual que yo. Tal vez solo eramos dos idiotas en mitad de la lluvia. Ella habló, parecía impresionada por mis delirios, su voz sonaban como notas musicales en mi cabeza.-Mi maestro me ha dicho lo mismo y no lo comprendía hasta que te vi… Espero no seas como él.- Me comparó con su maestro lo cual me halagaba, un maestro, una persona de la que puedes aprender cosas. Todo iba fantástico, sentía una calma y paz dada por la lluvia, además de una extraña sensación que me provocaba la presencia de la mujer.
Todo se tornó extraño cuando se presentó, "Ren" un nombre precioso el cual me podría haber rondado la cabeza durante horas si no fuera por que la presentación no terminó ahí. "Él es mi maestro" y señaló a la nada. Nada había a su lado, solo oscuridad, pero en sus ojos se podía ver como ella creía completamente en su acompañante. ¿Estaría loca? Tal vez no había llegado a alcanzar a ver a su susodicho maestro y este se ocultaba en la penumbra. Forcé un poco la vista sin que se notara demasiado para intentar descubrir si había algo ahí. Nada, no había nadie ni nada. Lo mejor era no decir nada, no sabía como podría actuar ella en esas condiciones.
Inmediatamente después preguntó por una taberna, yo había llegado a esta isla hacía solo un par de horas por lo que no tenía ni idea aunque me vendría muy bien encontrar una. -Lo siento, yo también debería buscar una.- Sentencié a la vez que negaba con la cabeza. Estaba a punto de echar a andar e invitarla a venir conmigo cuando el rumor de la lluvia se vio cortad por las palabras de un hombre. "Quietos o los mato." Una amenaza demasiado vulgar para mi gusto, si yo hubiera sido él probablemente ya estaríamos muertos. No estaba solo pues le acompañaban otros dos, no tenían muy buena pinta, ni por sus ropajes ni por sus caras. Además, eran demasiado simples. Cerré los ojos y los froté con los dedos de mi mano derecha a la vez que suspiraba. Miré a Ren. -Vas a disculparme por esto señorita.
Desenfundé la katana rápidamente a la vez que aparecían 3 fantasmas medianos. Estos tardaron bastante poco en adelantarse y atravesar a los 3 bandidos haciéndoles caer en un completo estado de depresión. Mientras yo me movía a gran velocidad acabando rápido con sus vidas. Una vez los 3 hubieron caído golpee la espada contra el aire haciendo que toda esta saliera disparada y la enfundé de nuevo. Me giré hacia ella con la esperanza de no haberla asustado. -La lluvia limpiará mis actos. Debes estar congelada, ponte esto.- Me quité la gabardina quedándome con mi ropa normal y se la ofrecí, ahora debía limpiarme después del asesinato y además ella lo necesitaba más que yo.
Todo se tornó extraño cuando se presentó, "Ren" un nombre precioso el cual me podría haber rondado la cabeza durante horas si no fuera por que la presentación no terminó ahí. "Él es mi maestro" y señaló a la nada. Nada había a su lado, solo oscuridad, pero en sus ojos se podía ver como ella creía completamente en su acompañante. ¿Estaría loca? Tal vez no había llegado a alcanzar a ver a su susodicho maestro y este se ocultaba en la penumbra. Forcé un poco la vista sin que se notara demasiado para intentar descubrir si había algo ahí. Nada, no había nadie ni nada. Lo mejor era no decir nada, no sabía como podría actuar ella en esas condiciones.
Inmediatamente después preguntó por una taberna, yo había llegado a esta isla hacía solo un par de horas por lo que no tenía ni idea aunque me vendría muy bien encontrar una. -Lo siento, yo también debería buscar una.- Sentencié a la vez que negaba con la cabeza. Estaba a punto de echar a andar e invitarla a venir conmigo cuando el rumor de la lluvia se vio cortad por las palabras de un hombre. "Quietos o los mato." Una amenaza demasiado vulgar para mi gusto, si yo hubiera sido él probablemente ya estaríamos muertos. No estaba solo pues le acompañaban otros dos, no tenían muy buena pinta, ni por sus ropajes ni por sus caras. Además, eran demasiado simples. Cerré los ojos y los froté con los dedos de mi mano derecha a la vez que suspiraba. Miré a Ren. -Vas a disculparme por esto señorita.
Desenfundé la katana rápidamente a la vez que aparecían 3 fantasmas medianos. Estos tardaron bastante poco en adelantarse y atravesar a los 3 bandidos haciéndoles caer en un completo estado de depresión. Mientras yo me movía a gran velocidad acabando rápido con sus vidas. Una vez los 3 hubieron caído golpee la espada contra el aire haciendo que toda esta saliera disparada y la enfundé de nuevo. Me giré hacia ella con la esperanza de no haberla asustado. -La lluvia limpiará mis actos. Debes estar congelada, ponte esto.- Me quité la gabardina quedándome con mi ropa normal y se la ofrecí, ahora debía limpiarme después del asesinato y además ella lo necesitaba más que yo.
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El clímax de la lluvia robaba belleza al lugar, las penumbras parecían intransitables y el hedor a humedad se hacía palpable. Dejando a Baudelaire en humillación las tres siluetas hacían de lo feo algo inigualable. La furia del cielo golpeaba los rostros de los presentes y en el suelo corrían las purgas a un desagüe. Más el cielo no clamaba, parecía furioso y molesto, gruñidos en destellos de luz hacían el contexto una hecatombe. Grisáceo, luminoso e infinito...triste, molesto y opaco... compañero, juez y dios.. El titán en lo alto lloraba por sus hijos.
Risas y altanería, derrochaban los casi vivos. En un mundo donde el mar tomó partida y adelantó su herencia, actuar a la ligera era algo que los tres bucaneros no entendían. Poniendo el sucedió de moda dispararon blasfemias contra los jóvenes, que en un rapto de incoherencia dibujaron tempestades en la cabeza de Ren. –Tranquila hija!!! Un susurro de sensatez dibujado con un apretón en la muñeca, su maestro clamo. Por momentos ares rondaba en la cabeza de la añil que buscaba la paz por medio de la guerra. Sus dos tenores platinadas estaban hambrientas de conciertos y la virginidad mental de los bandidos aumentaban su cólera. Pero allí estaba la estera ateniense de su líder, coherencia y sabiduría, convertían los desiertos de la sirena en manantiales de cordura. Ese canoso e inexpresivo holograma, era un dios, un amigo; era ese que en borrascas abrazaba a Ren en la gloria de la paz…
El mudo tronar del cielo trajo consigo disculpas altaneras del alvino. Parecía que la confianza se había encarnado en su cuerpo; ese grupo de huesos músculos y tendones acareaban la herencia del mar. Silbido de libertad entono la katana, un metal precioso y mortal. Ese gesto no era más que un melancólico grito de rabia, un silbido que quebró un apartado de mundo e hizo estrago en la conciencia de aquellos tres. Obres carmesí se posaron como moscas en la aparición de tres espectros del propio infierno. Tres fantasmas tan reales como intangibles que regalaron temblores a los bucaneros. Y allí estaban firmes adelantándose, como caballería, atravesaron el cuerpo de aquellos; que ahora ahogaban penas con el semblante en el suelo. Belcebú Stanas Hades Anubis Mictlantecuhtli, ninguno de ellos podían sentirse dioses ante semejante herencia que el mar le regalo al titán nevado. El grupo de fantasmas entonaban la polifonía del infierno mejor pintado por Dante. Un escalofrío que se coló en el cuerpo de lo seudo vigorosos y les quitó sus esperanzas. Y allí estaba la mujer de gris para acunar sus almas en el inframundo. Los 3 cuerpos cayeron sin vida y la lluvia tomo sus últimos suspiros.
El espadachín tomo un poco de aliento y pidió a la lluvia purgara sus actos. Tomo su abrigo y le ofreció a la joven un poco de calidez. Un minuto mudo… Las acciones del albino no eran intrigantes para ella pero si su herencia, acuno dudas y pasión para con él. –Al final de la calle hay una luz. ¿Gustas acompañarnos?...
Risas y altanería, derrochaban los casi vivos. En un mundo donde el mar tomó partida y adelantó su herencia, actuar a la ligera era algo que los tres bucaneros no entendían. Poniendo el sucedió de moda dispararon blasfemias contra los jóvenes, que en un rapto de incoherencia dibujaron tempestades en la cabeza de Ren. –Tranquila hija!!! Un susurro de sensatez dibujado con un apretón en la muñeca, su maestro clamo. Por momentos ares rondaba en la cabeza de la añil que buscaba la paz por medio de la guerra. Sus dos tenores platinadas estaban hambrientas de conciertos y la virginidad mental de los bandidos aumentaban su cólera. Pero allí estaba la estera ateniense de su líder, coherencia y sabiduría, convertían los desiertos de la sirena en manantiales de cordura. Ese canoso e inexpresivo holograma, era un dios, un amigo; era ese que en borrascas abrazaba a Ren en la gloria de la paz…
El mudo tronar del cielo trajo consigo disculpas altaneras del alvino. Parecía que la confianza se había encarnado en su cuerpo; ese grupo de huesos músculos y tendones acareaban la herencia del mar. Silbido de libertad entono la katana, un metal precioso y mortal. Ese gesto no era más que un melancólico grito de rabia, un silbido que quebró un apartado de mundo e hizo estrago en la conciencia de aquellos tres. Obres carmesí se posaron como moscas en la aparición de tres espectros del propio infierno. Tres fantasmas tan reales como intangibles que regalaron temblores a los bucaneros. Y allí estaban firmes adelantándose, como caballería, atravesaron el cuerpo de aquellos; que ahora ahogaban penas con el semblante en el suelo. Belcebú Stanas Hades Anubis Mictlantecuhtli, ninguno de ellos podían sentirse dioses ante semejante herencia que el mar le regalo al titán nevado. El grupo de fantasmas entonaban la polifonía del infierno mejor pintado por Dante. Un escalofrío que se coló en el cuerpo de lo seudo vigorosos y les quitó sus esperanzas. Y allí estaba la mujer de gris para acunar sus almas en el inframundo. Los 3 cuerpos cayeron sin vida y la lluvia tomo sus últimos suspiros.
El espadachín tomo un poco de aliento y pidió a la lluvia purgara sus actos. Tomo su abrigo y le ofreció a la joven un poco de calidez. Un minuto mudo… Las acciones del albino no eran intrigantes para ella pero si su herencia, acuno dudas y pasión para con él. –Al final de la calle hay una luz. ¿Gustas acompañarnos?...
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