Kylar
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Akuma no mi
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Nos habían dejado en la isla, a mí y a algunos otros gyojin. Nuestras órdenes eran las de esperar sin armar jaleo durante el tiempo suficiente hasta que los demás volvieran. Me habían dejado al mando pues necesitaban a alguien que evitara que los miembros de Atesaki que se habían quedado en la isla se dedicaran hacer barbaridades. En alguna ocasión tuve que intervenir en alguna pelea callejera de uno de los nuestros con los humanos con un humano. Los soldados lo hubieran encarcelado si hubiera matado al humano. Había tratado de que nadie hiciera ninguna tontería. Los comprendía, a mí también me hubiera gustado acabar con la vida de alguno de aquellos humanos, pero nuestras órdenes no eran esas.
Aproveché mi estancia en la isla para visitar las tumbas de mi padre y Kone. La melancolía afligía mi corazón, pero no dejaría que se reflejara en mi forma de actuar. “Debí haberla protegido, tendría que haber sido más fuerte, no debería haberla dejado sola.” Esa frase me torturaba la mente, hacía que me sintiera como si fuera un simple pez que solo supiera salpicar. Pero no podía dejar que mis sentimientos tomaran las riendas de mis actos. Ayudaría a Kaiser y al resto de la banda y haría que todos los humanos temblaran ante el nombre de Atesaki.
Nos encontrábamos todos en mi casa, esperando que llegaran por fin el capitán y los demás. Algunos de los que allí estábamos se sentían nerviosos, otros ansiosos. Había sido difícil mantener a todos a raya sin que mataran a ningún humano, pero era lo que el capitán me había pedido y lo cumpliría. Estaba sentado junto a la luz de una ventana con un trozo de madera en la mano izquierda y una navaja en la derecha. Tallaba un animal como los que les hace en el pasado a mi hermana. El que hacía en ese momento era un león, tenía las fauces abiertas mostrando sus colmillos. Realizaba cortes en torno al cuello para hacerle la melena, solo me quedaba eso para acabar la figura.
Aproveché mi estancia en la isla para visitar las tumbas de mi padre y Kone. La melancolía afligía mi corazón, pero no dejaría que se reflejara en mi forma de actuar. “Debí haberla protegido, tendría que haber sido más fuerte, no debería haberla dejado sola.” Esa frase me torturaba la mente, hacía que me sintiera como si fuera un simple pez que solo supiera salpicar. Pero no podía dejar que mis sentimientos tomaran las riendas de mis actos. Ayudaría a Kaiser y al resto de la banda y haría que todos los humanos temblaran ante el nombre de Atesaki.
Nos encontrábamos todos en mi casa, esperando que llegaran por fin el capitán y los demás. Algunos de los que allí estábamos se sentían nerviosos, otros ansiosos. Había sido difícil mantener a todos a raya sin que mataran a ningún humano, pero era lo que el capitán me había pedido y lo cumpliría. Estaba sentado junto a la luz de una ventana con un trozo de madera en la mano izquierda y una navaja en la derecha. Tallaba un animal como los que les hace en el pasado a mi hermana. El que hacía en ese momento era un león, tenía las fauces abiertas mostrando sus colmillos. Realizaba cortes en torno al cuello para hacerle la melena, solo me quedaba eso para acabar la figura.
Cánabar
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Saberes
Akuma no mi
Varios
El descenso era casi agónico, para los gyojin no sería más que unos minutos a nado, pero Yumiko no tardaría en ahogarse. Kaiser la mantenía tan a salvo como podía, pero no fue suficiente, en cuanto llegaron a Isla Gyojin la mujer expiró. Sin embargo el capitán ya había previsto algo así, tenía unas medicinas capaces de resucitar a alguien. Según lo que le había dicho a Cánabar, extraería el agua de los pulmones de aquella mujer y después la resucitaría. Pero había una cuestión más, la fruta de la muchacha. Cánabar miró a los gyojin que habían dejado en la isla y, a gritos, les ordenó buscar la fruta. Debía haberse trasladado a una fruta cercana, por lo que no estaría demasiado lejos de sus situación actual y la encontrarían con relativa facilidad.
-¿Ha ocurrido algo en nuestra ausencia o todo ha ido bien?- Le preguntó a Killar para informarse.
Habían dejado al gyojin como capitán de las tropas mientras estaban en Mariejois. Era uno de los que más tiempo llevaba con ellos y era lo suficientemente serio y responsable como para encargarse de Atesaki durante un tiempo breve como ahora. Y, por lo visto, no habían causado demasiados problemas. Si todo iba bien. Kaiser lo nombraría capitán de alguna flota. El día en que obtuvieran más naves. Y ese día no llegaría muy tarde, con el atrevimiento que los gyojin habían tenido ahora el capitán ordenaría asaltar tantas bases como encontraran y robar todos los barcos que se pusieran a su vista. Nada malo, Cánabar ya estaba deseando realizar ataques a gran escala. ¿Cuantos marines harían falta para suponerle un problema?
Un leve roce le recordó algo más, no estaban solos. Habían venido acompañados desde la Ciudad Sagrada. Kiara, la ex-capitana de los Trilobites estaba con ellos. Ahora pertenecía a Atesaki y Cánabar había hecho una promesa a la gyojin. Y la cumpliría. La mujer lo miraba con cierta... admiración. Parecía una niña mirando a su padre o una... mujer mirando a su hombre. Quizás le gustaba. ¿Era posible? Desde la muerte de Lammy, Cánabar no había pensado en esas cosas ni se había dado libertad para el amor. Realmente ni si quiera lo hizo con la Valquiria de Acero. Había pasado mucho tiempo desde la última vez. Tenía permitido, un guerrero como él, pensar en algo tan ajeno al combate como cualquier persona o... ¿No merecía amor en una vida tan terrible?
No quiso planteárselo por ahora, no era el momento de pensar en ello. Simplemente le devolvió la mirada con una sonrisa a lo que ella, algo enrojecida, giró la cara mirando hacia otro lado. Las mujeres eran tan complicadas... En cambio las espadas eran sencillas de entender y manejar, solo había que darles lo que querían para que fueran totalmente tuyas. Las mujeres, por otra parte, eran indescifrables, nunca se podía averiguar qué querían realmente. Aunque tenía mucho tiempo para saber y conocer los deseos de la trilobite. Aunque, primero, deberían especificar los términos de su unión y aclararle todo sobre Atesaki. No podían lanzarse a una guerra absurda como había hecho ella, pero conseguirían sus propósitos y mucho más.
-¿Ha ocurrido algo en nuestra ausencia o todo ha ido bien?- Le preguntó a Killar para informarse.
Habían dejado al gyojin como capitán de las tropas mientras estaban en Mariejois. Era uno de los que más tiempo llevaba con ellos y era lo suficientemente serio y responsable como para encargarse de Atesaki durante un tiempo breve como ahora. Y, por lo visto, no habían causado demasiados problemas. Si todo iba bien. Kaiser lo nombraría capitán de alguna flota. El día en que obtuvieran más naves. Y ese día no llegaría muy tarde, con el atrevimiento que los gyojin habían tenido ahora el capitán ordenaría asaltar tantas bases como encontraran y robar todos los barcos que se pusieran a su vista. Nada malo, Cánabar ya estaba deseando realizar ataques a gran escala. ¿Cuantos marines harían falta para suponerle un problema?
Un leve roce le recordó algo más, no estaban solos. Habían venido acompañados desde la Ciudad Sagrada. Kiara, la ex-capitana de los Trilobites estaba con ellos. Ahora pertenecía a Atesaki y Cánabar había hecho una promesa a la gyojin. Y la cumpliría. La mujer lo miraba con cierta... admiración. Parecía una niña mirando a su padre o una... mujer mirando a su hombre. Quizás le gustaba. ¿Era posible? Desde la muerte de Lammy, Cánabar no había pensado en esas cosas ni se había dado libertad para el amor. Realmente ni si quiera lo hizo con la Valquiria de Acero. Había pasado mucho tiempo desde la última vez. Tenía permitido, un guerrero como él, pensar en algo tan ajeno al combate como cualquier persona o... ¿No merecía amor en una vida tan terrible?
No quiso planteárselo por ahora, no era el momento de pensar en ello. Simplemente le devolvió la mirada con una sonrisa a lo que ella, algo enrojecida, giró la cara mirando hacia otro lado. Las mujeres eran tan complicadas... En cambio las espadas eran sencillas de entender y manejar, solo había que darles lo que querían para que fueran totalmente tuyas. Las mujeres, por otra parte, eran indescifrables, nunca se podía averiguar qué querían realmente. Aunque tenía mucho tiempo para saber y conocer los deseos de la trilobite. Aunque, primero, deberían especificar los términos de su unión y aclararle todo sobre Atesaki. No podían lanzarse a una guerra absurda como había hecho ella, pero conseguirían sus propósitos y mucho más.
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