Dark Satou
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Akuma no mi
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La luz y el alba guiaban el camino, vientos soplando e impulsando con firmeza el rumbo del navío. La isla de los piratas comenzaba a divisarse por el fondo, o más bien, sus altas torres. El moreno se encontraba en el borde del navío, observando sentado cómo la distancia era cada vez más corta de reojo. Tenía entre sus manos un pequeño libro de bolsillo de historia, siempre útil para aprender un poco más de Jaya. Ya había venido en varias ocasiones, pero esta vez, era para una más profunda; examinar la capital de los piratas en búsqueda de posibles flancos o fallos estructurales para invadirla con facilidad. Sería su objetivo en unos meses, pero antes debía prepararse. Era perfeccionista y meticuloso, siendo muy precavido para situaciones como estas. Suspiró y cerró el libro con la misma mano que lo sostenía, recuperando el equilibrio y saltando hacia dentro del barco. Bajó al puente, prosiguiendo su marcha entre la gente. Las mercancías que bajaban y transportaban por la zona solían ser de drogas, armas blancas, armas de fuego. Tras un largo etcétera de posibles objetos ilegales, lo único que podía aclararse era la corrupción que se mantenía en el puerto.
La gente que paseaba por la zona dejaba mucho que desear. Ropa sucia, cuerpo sin lavar. Pelos largos y barbas pobladas. A Dark no le gustaba la zona, sin dudas. Por eso debía intervenir y limpiarla de piratas. Levantó la mirada observando a su alrededor con una vuelta completa sobre su eje, de forma lenta, y pudo ver el potencial que tenía la isla. Una lástima que estuviera ocupada por la gente equivocada. Se encaminó fuera del puerto y anduvo por los pequeños caminos de roca hacia la ciudad principal, pasando un pequeño bosque para examinar posibles vías de escape. "No será fácil, sin duda." pensó mientras dibujaba un mapa en su mente. Las zonas por las que pasaba y examinaba con exactitud lograban reflejarse en su mente con absoluta facilidad. Pero la cuestión era, ¿podría conllevarlo todo con fragilidad y tacto? Le hervía la sangre al ver a estúpidos, borrachos y criminales por la zona. Un mundo sin esa gente sería mejor, un mundo en el que él pudiera descansar. Sentarse y tomar el aire, levantarse y dar un paseo agradable. Pero la vida en estos mares era entrenamiento y un sin fin de cansancio.
Perdiéndose entre sus debates interiores, acabó alcanzando una de las tabernas más conocidas de la zona. Elevó la mirada viendo el título de esta: El descanso del viajero. "Qué tópico, por dios" pronunció en un leve susurro mientras entraba mirando hacia su izquierda. Le había parecido ver algo raro en todo momento, pero tal vez solo serían especulaciones suyas. O no, claro. "Deja de pensar en tonterías" se dijo interiormente mientras apoyaba sus nalgas en el taburete, para elevar su mano y pedir una buena jarra de hidromiel. Golpeó la mesa con dos toques ligeros y miró de reojo hacia toda la gente de la taberna. Le miraban con miedo, devoción y rabia en sus miradas. Una ligera mueca sonriendo del moreno indicó sus intenciones para seguirles el juego. El señor de la caza, su puesto, le delataba en todos lados. Pero le daba igual, se iba a limitar a disfrutar su jarra mientras le observaban y, tal vez, planeaban matarlo a sus espaldas. Eso le daría algo de emoción a la situación.
Astor Longdale
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Varios
Jaya era una isla particular; descubierta completamente de etiquetas o cánones, la gente podía pasear tajantemente a través de sus largos y muy transitados caminos de piedra blanca sin recibir miradas o comentarios ajenos. Eso tampoco llegaba a significar que la buena población de la isla fuera famosa por su gran tolerancia y diversificación, no, pero recibiendo día sí y día también a tanta multitud viajera, ¿quién iba a quejarse de ello? A diferencia de la gente que iba y venía, Astor llevaba hospedado en la isla alrededor de una semana. Estaba allí a causa de una pequeña investigación sin ánimo de lucro, algo más bien personal que finalizaría de un momento a otro. Había dejado su barco atracado en una de las costas de la isla, más allá del bosque, y venía de recoger un par de cosas del mismo navío; lo único que tenía pendiente allí era su último té con pastas en alguna taberna no muy alejada del puerto.
El bosque se extendía bajando desde lo bajo de la costa hasta lo alto de las dunas, donde continuaba la isla en terreno llano; los árboles y tallos cubrían toda la zona y a través de ésta el más cercano de los riachuelos. Todo el entorno que rodeaba el arroyo exhalaba una espesa niebla que refulgía la luz del sol haciendo que la silueta del marine resultara borrosa a través de la bruma.
El viejo caminaba a un paso determinado, hundiendo las sandalias sobre la hierba que florecía escasa y la tierra seca. Llevaba caminando alrededor de diez minutos cuando divisó luz al final del camino; el bosque limitaba con el extremo del pueblo de Jaya donde se hallaban pequeños locales y algún que otro hotel para los viajeros más caprichosos. Astor avanzó hasta una taberna un tanto escondida entre el hilo de restaurantes, tiendas de tarot y alguna que otra de antigüedades: El descanso del viajero. A Astor le resultó un nombre muy pegazido y con gancho, sin duda el que le podría a uno de éstos si lo tuviera.
Entró en la taberna y sin dirigirse a nadie se sentó en un sitio desocupado de la barra para seguidamente levantar la vista hacia el camarero y pedir una vez más su té amargo con pastas. Tardó alrededor de minuto y medio en darse cuenta de que absolutamente nadie en esta taberna estaba haciendo algo más que cuchichear en voz baja o dirigir la mirada hacia el cuero de sus zapatos; sin duda era lo menos mundano que había visto en años dentro de una taberna.
El bosque se extendía bajando desde lo bajo de la costa hasta lo alto de las dunas, donde continuaba la isla en terreno llano; los árboles y tallos cubrían toda la zona y a través de ésta el más cercano de los riachuelos. Todo el entorno que rodeaba el arroyo exhalaba una espesa niebla que refulgía la luz del sol haciendo que la silueta del marine resultara borrosa a través de la bruma.
El viejo caminaba a un paso determinado, hundiendo las sandalias sobre la hierba que florecía escasa y la tierra seca. Llevaba caminando alrededor de diez minutos cuando divisó luz al final del camino; el bosque limitaba con el extremo del pueblo de Jaya donde se hallaban pequeños locales y algún que otro hotel para los viajeros más caprichosos. Astor avanzó hasta una taberna un tanto escondida entre el hilo de restaurantes, tiendas de tarot y alguna que otra de antigüedades: El descanso del viajero. A Astor le resultó un nombre muy pegazido y con gancho, sin duda el que le podría a uno de éstos si lo tuviera.
Entró en la taberna y sin dirigirse a nadie se sentó en un sitio desocupado de la barra para seguidamente levantar la vista hacia el camarero y pedir una vez más su té amargo con pastas. Tardó alrededor de minuto y medio en darse cuenta de que absolutamente nadie en esta taberna estaba haciendo algo más que cuchichear en voz baja o dirigir la mirada hacia el cuero de sus zapatos; sin duda era lo menos mundano que había visto en años dentro de una taberna.
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