¡Vamos a casa! [Pasado] [Privado Rebeka y Low]

Llevaba varios días sin trabajar. Al parecer, al dueño del bar se le había muerto la mujer debido a la enfermedad que la asolaba. No me importaba demasiado. Solamente me caía mal y no me pagaba. Esa era toda relación que mantenía con él.

Sin trabajo fui a hacer mi hobby, mirar los ingredientes que invadían el mercadillo pensando en que platillos podría hacer con ellos y que tan deliciosos podían estar. Me pasaba horas haciéndolo sin cansarme.
Y como he dicho, llegó la noche, cerraron las tiendas y me tuve que ir a entretenerme a otro lado.

Fui a la costa a pasar un rato, quizás me encontraba con alguien y me caía bien. A estas horas era normal ver gente por allí. Parejitas enamoradas de manera demasiado azucarada. Ni a mí me parecía normal el amor que demostraban juntos.

Seguí caminando por la costa durante un buen rato.

El sol desciende lentamente por el horizonte, y Annabeth me mira con lujuria indescriptible mientras su mano se posa en mi regazo. Con una soltura que sólo he conocido en la titánica empresaria, desabrocha mi bragueta y comienza a acariciarme un bulto creciente entre las piernas. La sangre baja como el sol se pone, y me excito. ¿Eso que saca de bajo su falda es? No puede ser... ¡Se ha sacado un látigo!

-Annabeth, por favor, no...

-Ya te dije que mis gustos son peculiares. No creo en el amor.

¿A qué viene eso? No lo entiendo, es como si estuviera en una historia erótica de segunda categoría y Annabeth fuera la dominante, pero esos pensamientos dejan de turbar mi mente cuando la fusta se pasa por mi glande, y me golpea una vez, dos, tres, y otra vez, y otra, hasta que...

¿Cómo pude escribir esta basura? ¿Y cómo pudo vender tanto? Son preguntas que no logro responder ni seis años después. Pero, curiosamente, pese a su calidad ínfima me siento unida a este bodrio, que ya forma parte de mí. La verdad es que sin él mi vida habría evolucionado de otra forma, y no sería la misma sin Cuatrenta y dos sombras...

¡Y míralo! hay un precioso atardecer en la costa, como el del libro, pero éste sí se me hace bello. El sol desciende mientras la luna va en su busca, haciendo un hermoso atardecer de iris anaranjado. ¿Podría haber una escena más bella? A parte de mí, claro, que estoy radiante con mi camisa azul con rayado vertical blanco, ajustada y de un escote que a mí misma me asusta. Se me ven hasta las intenciones, pero el fular blanco que llevo al cuello lo disimula un poco, lo justo para no parecer tan desesperada por encontrar a alguien para pasar la noche como estoy, y... Mis shorts. Unos pantaloncitos vaqueros muy monos que compré en Dressrosa hará ya siete meses y aún ni los había estrenado. Mi sonrisa es plácida y mi mirada inquieta, dejando una expresión de inocencia a mi rostro que observa cómo el cielo torna negro.

Poco a poco la noche avanza y llega, y sigo contemplando, ahora la luna. Es verdaderamente hermosa, y ante el mar todo es más romántico. Una pena que no crea en el amor, las parejitas que hay a mi alrededor me estropearían menos la velada.

Seguía caminando tranquilamente pero todo se truncó cuando vi una sola sombra. Normalmente iban 2, por aquello de las parejas. Una sombra sola... Me parecía interesante. Quizás era otra persona como yo.
Además, tenía una silueta muy bonita y bien cuidada, era seguro el que provenía de una preciosa mujer.
Dejé pasar el tiempo un poco, hasta que estuviéramos lo suficientemente cerca. Me acerqué un poco más y le dije al oído:

-Hola... Lowell Jakall a tu servicio. ¿Quieres algo, dama?

Sería extraño que aceptara la invitación repentina. Pero tampoco tenía demasiadas ganas de pararme a hablar. El cuerpo valía el esfuerzo, eso sí. Pero el cansancio ganaba la pelea. Quizás, por un casual, aceptaba.
La ropa mostraba intenciones. Era una mujer provocativa y hermosa a la que le gustaba fardar de su cuerpo.
Una ropa pequeña que tapaba lo mínimo y por la noche... Se notaba, y mucho.

Estaba algo distraída, pero no han tardado mucho en sacarme de mi ensueño. No debe de gustar por ahí que las chicas miren solas a la luna. Bueno, tal vez que mis pantalones sean tan cortos y mi blusa tan abierta, ayuda, pero no me esperaba algo así. Doy un ligero grito y un salto en el sitio, algo alarmada, pero en seguida me tranquilizo. Mi mano está hecha metal, pero vuelve a la normalidad casi antes de sentirlo, desvaneciéndose como un brillo de plata en esta noche.

Me pregunta si quiero algo. ¿Tal vez que no pegues los morros a mi oreja sin conocerme? La verdad es que no es de muy buena educación llegar a una desconocida y lamerle la oreja, pero bueno. Con una expresión de entre susto y sorpresa giro la cabeza hacia el chico que me ha hablado y, si antes parecía sorprendida, ahora lo estoy. Cabellos rubios y un tono de piel perlado. No, qué tontería. Seguramente se deba a la luna en su cuerpo, que parece bastante musculado. ¿Podría dar el juego que necesito? Quién sabe. La gente maleducada muchas veces hace cosas con verdadera rudeza. Tengo que calmarme, que voy a empezar a sudar a este ritmo.

Me llevo la mano al pecho mientras con la otra sujeto mi libro, cubriendo algo más el centro de mi gólgota con el fular, que al parecer enseñaba demasiado, y abro los ojos con cierta curiosidad, aunque mi expresión general se sigue mostrando amedrentada, y con un ligero quiebro en la voz, hablo.

-Quiero una noche inolvidable- digo, finalmente, a pesar de que mi intención era negarme a su burda conquista. es atractivo, al fin y al cabo, y no tengo nada mejor que hacer esta noche. Mi tono es algo receloso, pero con un toque soñador, como quien descubre su secreto más profundo, algo que tal vez haga si resulta ser una buena pieza-. Pero tuve un accidente de niña y no puedo nadar...

Me quedo mirando el mar con nostalgia, como quien anhela un fruto prohibido. ¿Qué hará ahora?

Quizás el intento era demasiado tonto y bruto. Pensándolo mejor, parecía un violador incluso.
Debía disculparme cuanto antes, pero antes de poder hacerlo, me contestó. Quería una noche inolvidable. No sonaba normal. ¿Un hombre parece un violador y le dices eso? Pero bueno, habrá que divertirla.
Primero me disculpé con ella:

-Siento lo que acabo de hacer. Simplemente no esperaba que hicieras esto. - Aunque parezca mentira, lo decía de corazón y con un tono triste - Y ya que dices que no puedes nadar, ¿quieres que te dé un paseo por el resplandeciente mar? Nado muy bien, tranquila. Solamente te debes coger al cuello fuerte y yo te llevo.

Quizás con esto podía enmendar lo anterior. Mirándola bien era una mujer muy hermosa, de pelo rubio, piel tersa y de aspecto suave y un cuerpo que ya querrían muchas. La ropa tampoco es que ocultara demasiado de su cuerpo.