{Rose || Privado} El árbol de ámbar

Bajé por la rampa que había extendido un marinero mientras que los demás tripulantes de aquél barco comenzaron a descargar la mercancía que traían consigo. El capitán, quien se hallaba en la sala de mandos, los miraba satisfecho por la ventana. Había sido un largo viaje, pero finalmente habían llegado a donde tenían que llegar: Jaya. Si por algo era conocida aquella isla, era por la inexistente presencia de mandos de la marina o del gobierno, aquel lugar era en su totalidad de piratas y criminales que cargaban contra la ley; muy pocas veces, por no decir nunca, podrías encontrarte con un civil originario de allí. – Bien, he llegado por fin. El capitán había salido de su habitación y se dirigía hacia donde yo me encontraba. – Serán ochocientos berris. Musitó, alisándose con la yema de los dedos índice y pulgar el bigote que tenía. Lo miré de pies a cabeza, suspiré y le dejé en la palma de la mano una bolsita llena de monedas. El hombre sonrió satisfecho y se retiró canturreando y con las manos cruzadas por detrás de la espalda. Acomodé mi espada en la vaina negra que tenía atada a la cintura y miré hacia el horizonte.

De las herrerías y los edificios públicos se elevaban columnas de humo, ligeramente agitadas por la brisa proveniente del sur; de las tabernas provenía un fuerte sonido de risas, mientras que de otras se oían gritos agónicos. El sol se convirtió en una ampolla brillante y deslumbradora por encima de mi cabeza y los vientos comenzaron a aullar a mi alrededor. Había logrado llegar a Jaya, sí, pero ahora ¿qué haría? Si quería alcanzar la meta que me había propuesto antes de iniciar mi travesía por los mares, que era volverme un ser capaz de defenderse por sí solo y muy fuerte, debía de entrenar y obtener poderes como los que narraban los libros de historia de mi ciudad natal. Las tan conocidas y a su vez perdidas Akuma no mi debían de hallarse en algún lugar del basto mar, debía de obtener una si quería ir alcanzado sus objetivos poco a poco. Reparé en que había una taberna casi vacía a unos metros a mi derecha, salvo por unos pocos personajes que se encontraban bebiendo en la terraza del local; decidí que un lugar como aquél sería el perfecto para tomar algo, buscar alojamiento y descansa.

Los rasgos del dibujo estaban quedando perfectos. El sombreado decoraba la línea negra y daba un tono de tristeza pero a la vez potencia. Este llegaría a ser mi mayor obra de arte. Expresar lo que sentía era una de mis grandes pasiones. El dibujo estaba sobre una hoja de papel amarillenta y algo antigua, parecía tener varios años. En cierto modo el dibujo original tenía más de unos tres años. Lo observé de cerca y recordé cuando lo había pintado. Por aquel entonces tan solo tenía 15 años y era una inexperta, no había viajado ni sabía lo suficiente del mundo como ahora. Quería tener el mundo bajo mis pies, pero fue el mundo quien me aplastó poco a poco.

Estiré el papel contra la mesa y terminé de dar los últimos retoques al dibujo en una hoja nueva. Tenía demasiado valor para mí, era como el único recuerdo que poseía de Ajima. El dibujo estaba formado por una luna llena grande acompañado de un hombre y un lobo y el bosque. La escena representada había sido real. Acabé de dar el sombreado y observé el dibujo durante unos segundos. Recogí los dos papeles y ambos los guardé en una pequeña cajita en donde guardaba todo lo de valor.

Me acerqué al ventanal de mi camarote. El sol brillaba demasiado así que quizás sería bueno ir a dar una vuelta, a lo mejor me despejaba. Subí a cubierta y me transformé en tigre negro por completo. Salté de la cubierta y aterricé de golpe en la arena creando algo de polvo. Corrí y corrí hasta la ciudad de Jaya. La ciudad sin ley. En cuanto llegué a la entrada volví a transformarme en humana. Paseé un rato por las calles mirando alguna tienda y tabernas. Ninguna me llamaba la atención, estaban demasiado llenas y no tenían buena pinta. Seguí avanzando y en una que hacía esquina estaba casi vacía. Esta si que tenía mejor aspecto. Empujé la puerta levemente provocando un chirrido y entré. La primera impresión desde dentro era el olor al tabaco, algo que detestaba y también la oscuridad. Me senté al lado de la barra y esperé a que el camarero me atendiera. ¿Habría hecho bien en entrar?

El silencio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban. Si hubiera habido caballos en los establos, estos habrían piafado y mascado y lo habrían hecho pedazos. Si hubiera habido gente en la taberna, aunque solo fuera un puñado de clientes que picaran algo allí, su agitada respiración y sus ronquidos habrían derretido el silencio como una cálida brisa primaveral. Si hubiera habido música... pero no, claro que no había música. De hecho, no había ninguna de esas cosas, y por eso persistía el silencio. Tenía la cabeza agachada y miraba fijamente la mesa de madera que ocupaba, ahogado en mis pensamientos. La puerta chirrió y eso me trajo de nuevo a la realidad; se trataba de una señorita de delicada figura y caballera roja. Muy atractiva, desde luego. El tabernero se detuvo delante de mí y me sirvió lo que había pedido hacía unos minutos. – Gracias…. De paso, sírvale algo a esa señorita de allí. – Hice una breve pausa señalándosela con la cabeza y continúe – todo lo que quiera a mi cuenta. El hombre, que tenía unos cincuenta años quizá,  me sonrió dejando entrever su dentadura (que en total tendría unos siete dientes) y se retiró.

Había bastante silencio en la sala. No me gustaba el silencio de por sí, me resultaba incómodo, quizás porque estaba acostumbrada al ruido o al jaleo y a veces lo echaba un poco en falta, pero durante este tiempo el silencio era lo único que me hacía compañía. Suspiré y apoyé la cabeza sobre la mano ladeándola. Esperaba a que el camarero viniese a preguntar que iba a tomar pero este estaba atendiendo a un joven.

Miré al muchacho de arriba abajo. Era extraño ver a alguien tan elegante en una ciudad sin ley u orden alguna. Desde luego Jaya era uno de mis lugares favoritos, hacer de todo aquí con cualquier libertad y sin nada que te pudiese parar. Un buen lugar en donde reina la libertad y hace referencia al título de mi banda, hace referencia a los Hijos de la Anarquía.

Escuché su comentario en el cuál me invitaba a algo. Enarqué una ceja en señal de duda ¿Invitarme a mi? Que extraño, podía decir con seguridad que no recordaba esa palabra por el hecho de que hacía tanto tiempo que no me invitaban a algo. Estiré el brazo y puse la mano sobre la barra moviendo cada uno de los dedos con un leve toqueteo. -Una copa de Bourbon. - Pedí amablemente al tabernero en cuanto se acercó y me preguntó. El joven se acercó a mi y yo le di un trago a mi bebida. -Hola... -Respondí mirándole. Volví a beber y respondí a su pregunta. - Negocios. - Mi respuesta era simple y a decir verdad no lo diría completamente a un desconocido. La experiencia me había hecho reservarme. - ¿Y a ti? Es raro ver a alguien elegante por aquí. - Mi copa cada vez iba bajando así que me giré completamente hacia él y con una sonrisa le dije. -Gracias por la invitación.

No parecía tomárselo a mal, incluso me devolvió el saludo. – Negocios… es buen hacer negocios, desde luego. Pero hay que tener cuidado, amiga mía, estos tiempos no son buenos para nadie… la gente es cada vez más avariciosa y engañosa. Comenté, dándole otro trago a mi bebida. Sonreí y alcé mi jarrón ante sus palabras. – La elegancia es el resultado de unos sentidos definidos y refinados. Ese había sido mi modo de vestir desde que tenía dieciocho años, se me había hecho muy normal ir vestido a diario con un traje, una camisa y una corbata. – No me trae nada en especial. He venido para ver a la familia… vale, no, no he venido a ver a nadie. En Jaya iniciaré mi viaje, eso es lo que me trajo. Comenté, dándole un último trago a mi bebida. La alcé y elevé un poco la voz. - ¡Otra más! Dejé el jarrón encima de la barra y me di media vuelta para ver a la chica. – No hay de que. Sonreí. Pero no era una sonrisa cualquiera, era una sonrisa sincera. El hombre vino sosteniendo un vaso con una mano y limpiándolo con un trapo raído con el otro. Lo dejó sobre la barra y tomó una botella de alcohol, vertiendo parte de su contenido en el vaso.

- Es raro que sepa por qué estás en esta isla y no sepa tu nombre. Dime, ¿cómo te llamas? Bebí. Tenía un sabor amargo, no obstante, refrescaba bastante. – Yo soy Kabil. Las puertas del bar se abrieron de par en par y una multitud de personas (con pintas poco amigables todos) entraron al local armando jaleo. Parecía que iban en manada. Cada grupo ocupó una mesa distinta y pronto comenzó el típico jaleo que había en un bar. Algunos venían borrachos de por sí, otros parecían querer emborracharse allí mismo y otros… bueno, estaban con la cabeza apoyada sobre la mesa y roncando. El tabernero, ajetreado, iba de un lugar para otro llevando bebidas y platos. – Al parecer esto se ha llenado, ¿eh? La gente transita mucho por esta isla, me parece incluso normal ver tanto bar lleno. Lo malo de todo aquello era que ya no se podía disfrutar de una charla en silencio y con normalidad... lo bueno era que el silencio ya no persistía.

Que me iba a contar, ¿Gente avariciosa y engañosa? Siempre y cada vez más. Algún día ya no se podrá fiar uno ni de su propia sombra. La ambición corrompe el mundo y con ello a las personas povocándole incluso sentimientos de odio o rencor y a veces, hasta acaba llamando a la muerte. El muchacho tenía algo de razón con lo que decía, me comenzaba a caer bastante bien. En Jaya no solía haber gente especialmente amable con la que charlar, por donde iba siempre estaba lleno de borrachos o viejos piratas en mal estado. Sonreí al ver que seguía hablando y bebiendo cada vez más. Cuando me devolvió la sonrisa me fijé en que era distinta de muchas que había visto, no tenía palabras para explicarla, tan solo... diferente.

Su nombre era Kabil, cuando iba a decirle el mío por la puerta comenzaron a entrar multitud de personas. El silencio que existía en todo el lugar desapareció a base del bullicio de la gente pidiendo bebidas y comida. Pasé una mano por la frente y suspiré. Parece que la calma y tranquilidad no existían en este lugar. - Mi nombre es Rose. - Dije alzando un poco la voz para que me escuchase. Terminé mi copa y me puse a su lado. Respondí a su comentario con un simple - Sí... Bastante lleno para mi gusto. - Miré todo el lugar y los hombres que había no tenían muy buenas pintas. Nunca me sentía cómoda cuando estaba en Jaya sola y rodeada de hombres, menos mal que la Dolce Vendetta estaba cerca porque como tuviese que huir... la llevaba clara.

- ¿Te apetece ir a dar un paseo afuera? Esto se ha llenado demasiado y es un poco incómodo. - Le pregunté cruzando mi pierna en el taburete.

El tumulto producido por todas aquellas personas (la mayoría borrachas) me impedía escuchar a la chica. De hecho, debía de alzar un poco la voz para escucharme a mí mismo. Bufí molesto mientras miraba alrededor. Rose, la chica que tenía delante se llamaba Rose. – Uhm… me suena de algo… pero no caigo ahora mismo. Mis ojos rubí, por detrás de aquellas lentes negras, se posaron sobre la figura de la pelirroja. De un trago me terminé lo poco que me quedaba de bebida. – Vale, me parece bien. Me levanté del asiento, metí mi mano en el bolsillo y dejé unas cuantas monedas en la barra. El tintineo de estas atrajo al tabernero. – Ajá, sí, gracias. Disfruten y vuelvan de vez en cuando. Recogió con agilidad las monedas, como si llevara tiempo esperando hacerse con ella, y se retiró de nuevo a servir comida y bebida. De pronto, recordé algo que hasta ahora había pasado por alto. Miré, nervioso, alrededor. – ¡Hahahahahaha, mirad que encontré! Volví la mirada, temiendo lo peor,  hacia el lugar de donde provenía la voz. Mi espada, mi preciada y maravillosa espada, era manoseada por un hombre fornido y con pintas poco amigables. La funda estaba tirada en el suelo y el filo, tal y como dije, era manoseado una y otra vez.

- Un momento, por favor. Me dirigía hacia donde él y estirando la mano tomé por el filo mi espada. El movimiento me produjo un pequeño corte en la palma de la mano que no tardó en sangrar. Me agaché, tomé la funda y envainé la espada. – No vuelvas a poner tus manos sobre esto, ¿me escuchas? Mis ojos relampaguearon de ira; todos a nuestro alrededor callaban. El hombre me miró desafiante durante unos minutos, acto seguido miró hacia otra dirección murmurando algo por lo bajo. Me retiré de allí antes de provocar una disputa que no tenía ganas de afrontar. – Vámonos. Empujé la puerta y salí del local. A nuestras espaldas los gritos y risas remontaron. Me detuve en seco, me volví para mirar a la chica y sonriendo decidí preguntar. – Y bien, ¿a dónde me llevarás?

Me levanté del taburete y fui en dirección a la puerta. En cuanto llegué a ella vi que Kabil no me seguía. Un hombre me llamó la atención con una espada y observé la escena que se producía entre Kabil y aquel hombre. Vaya, debía ser un arma de gran importancia para él. Seguro que tendría mucho valor sentimental o una vieja reliquia de familia. Sin embargo, el filo me llamó la atención. Su reflejo relucía como el color platino. Finalmente el altercado se solucionó yéndonos de allí. Cerré la puerta dejándola venir lentamente.

Una vez fuera le miré. Parecía bastante calmado y eso me tranquilizaba. No es que yo fuese la persona que nunca se irritaba con nada, es más, era demasiado temperamental a veces. Muchas veces me había dedicado a tranquilizar a mis compañeros cuando estos eran muy impulsivos aunque eso no siempre fue un trabajo fácil.

-¿Estás bien? - Pregunté acercándome a él. Quizás el enfrentamiento no le habría sentado bien. - Bonita espada. - Dije sonriendo.

Tras esto me puse a caminar y me giré hacia él. -¿Adónde quieres ir?- Pregunté. Se me ocurrían pocos sitios que visitar en Jaya, quizás alguna que otra taberna o alguna plaza importante. En ese momento recordé una pequeña playa no muy lejos de nosotros. Era pequeña, pero tenía unas vistas preciosas. El agua cristalina de las olas chocaba contra la fina y blanca arena. - Creo que te gustará la playa o sino... siempre puedes elegir tu un lugar. - Dije con una sonrisa. - Está cerca, tan solo hay que cruzar aquella calle. - Mencioné señalando al frente mientras comenzaba a caminar.

La chica me preguntó si estaba bien. Asentí sonriendo y suspiré. – Claro. Ya no hay problema alguno, ¿Por qué iba a estar mal? Es solo que… no me gusta que la toquen. Dije refiriéndome a la espada. Era mi arma, el arma que nadie salvo yo podía tocar. La consideraba como una extensión mía. La chica se me adelantó y siguió caminando hasta que, de pronto, se detuvo y se volvió hacia a mí. – A donde quieras, aquí solo te estoy siguiendo. Me encogí de hombros y la seguí. ¿Una playa? Sonaba bien, además de que… no podía negarme acompañar a una chica tan atractiva físicamente. – Y ahora, Rose… dime, ¿Cómo has llegado por aquí? Realmente no me creo eso de los negocios… es una tapadera muy… típica. Comenté sin detenerme. La chica, que antes iba un par de pasos por delante de mí, ahora se hallaba a mi lado. Era más baja que yo. – Pero que conste, eres libre de contármelo. Seguimos caminando; el sol se convirtió en una ampolla brillante y deslumbradora por encima de nuestras cabezas y los vientos comenzaron a aullar a nuestro alrededor. El cielo se volvió más y más amarillo y brillante conforme avanzábamos, hasta que fue como un desierto que se extendía por el horizonte allí arriba.

Cruzamos la calle y pude divisar una pequeña playa con una blanca arena y aguas cristalinas. Al fondo, el sol se ocultaba tras las olas. – Vaya, esto es precioso. Quedé absorto contemplando aquél fantástico panorama, sin percatarme de que la chica aún estaba a mi lado. Meneé la cabeza un poco y la miré. – Tienes un buen gusto, Rose, me agradas. Me quité la chaqueta de la corbata y quedé con solo la camisa. Me desabroché, también, la cortaba y me quité las gafas y los guantes. Mis ojos rubí examinaron con atención a la pelirroja. Era simplemente bella. – Bueno, ¿vamos? No había nadie, lo que hacía el momento aún más perfecto. El sonido del mar hipnotizaba. Me senté en la arena, mirando hacia el frente. – Tras esto, ¿planeas ir a algún sitio? Quizá… y solo quizá, podría intentar viajar con ella.

En cierto modo se parecía a mi. A ninguno de los dos nos gustaba que tocasen lo que era nuestro y en el fondo era la verdad. Mis posesiones eran solo mías y tan solo se las dejaba a gente de especial confianza para que no les pasase nada, aunque eso nunca se podía evitar. Durante el camino hubo algunos momentos de silencio hasta que llegamos a la pequeña playa. Pero esos momentos se rompieron con sus preguntas.

-¿Típica? Puede ser. - Me encogí de hombros. - No tengo nada que hacer aquí. Simplemente me apetecía visitar esta isla. La conozco bastante bien y creo que le cogido apego a este lugar. - No tenía mucho que contar, simplemente era muy reservada a la hora de decir cosas, pero Kabil me estaba aportando confianza, algo que no lograban muchos.

Avancé por la arena a paso ligero. Disfrutando del aroma del agua salada. Un olor que realmente me encantaba. Me senté en la arena y pasé las manos por ella dejando que se escurriera entre mis dedos de una manera fina y suave. - Lo es. - Dije sonriendo mirando al horizonte mientras me apretaba el lazo del pelo. - Gracias. - Le agradecí entrecerrando los ojos con una sonrisa por su halago. - Tengo pensado continuar mi camino de isla en isla, para ver si encuentro algo que me llame la atención. - Respondí a su pregunta. -¿Y tú? ¿Tienes intención de ir a algún lugar o tan solo estás de paso?