Koro
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fuerza
Fortaleza
Velocidad
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Destreza
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Agudeza
Instinto
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Saberes
Akuma no mi
Varios
Hacia un apacible día de clima soleado y cálido aquella mañana, acababa de llegar al puerto de Baterilla y al pisar tierra cogí una gran bocanada de aire sintiendo la brisa que proveniente del océano traía frescura combinada con aquel aroma marino un poco salado. Era bastante agradable, gracias a las pocas nubes que esa misma brisa movía y que de vez en cuando ocultaban el sol bañando algunas zonas de sombra la temperatura era ideal, ni demasiado calor ni demasiado frío.
La marea estaba calmada excepto por alguna que otra ola suelta que rompía contra el casco de los barcos y cuyo sonido se asemejaba a un tranquilo vaivén que mecía mis orejas relajando cada uno de los músculos de mi cuerpo como si se tratase de la nana de una madre abrazando a su hijo. Aunque había personas trabajando en ese mismo momento y lugar aquel era un día perfecto para tumbarse a echar la siesta y no hacer nada más, pero supongo que esa era solo mi opinión.
El puerto estaba muy transitado por multitud de barcos pesqueros que llegaban o zarpaban llenando el ambiente de vida y de olor a pescado. La ciudad de aquella isla era famosa por ser el lugar en el que nació el famoso Portgas D. Ace, hijo del legendario primer rey de los piratas Gol D. Roger y "hermano" del segundo rey de los piratas Monkey D. Luffy, aunque sinceramente a mi no me interesaba mucho la historia, prefería vivir en el presente que recordar algo que ni siquiera llegue a vivir.
Normalmente habría tenido que pagar el "estacionamiento de mi vehículo" pero cuando el encargado vio que era un agente del gobierno se negó a cobrarme nada, al parecer nos tenían mas miedo de lo que parecía y no iba a engañarme diciéndome a mi mismo que era respeto, encima en mi caso ese miedo se agravaba aun mas debido a mi extraño aspecto. Tras dejar mi barcaza bien amarrada en uno de los embarcaderos vacíos y preparado para los viajeros decidí ir a dar un paseo por la ciudad para verla y hacer turismo.
La marea estaba calmada excepto por alguna que otra ola suelta que rompía contra el casco de los barcos y cuyo sonido se asemejaba a un tranquilo vaivén que mecía mis orejas relajando cada uno de los músculos de mi cuerpo como si se tratase de la nana de una madre abrazando a su hijo. Aunque había personas trabajando en ese mismo momento y lugar aquel era un día perfecto para tumbarse a echar la siesta y no hacer nada más, pero supongo que esa era solo mi opinión.
El puerto estaba muy transitado por multitud de barcos pesqueros que llegaban o zarpaban llenando el ambiente de vida y de olor a pescado. La ciudad de aquella isla era famosa por ser el lugar en el que nació el famoso Portgas D. Ace, hijo del legendario primer rey de los piratas Gol D. Roger y "hermano" del segundo rey de los piratas Monkey D. Luffy, aunque sinceramente a mi no me interesaba mucho la historia, prefería vivir en el presente que recordar algo que ni siquiera llegue a vivir.
Normalmente habría tenido que pagar el "estacionamiento de mi vehículo" pero cuando el encargado vio que era un agente del gobierno se negó a cobrarme nada, al parecer nos tenían mas miedo de lo que parecía y no iba a engañarme diciéndome a mi mismo que era respeto, encima en mi caso ese miedo se agravaba aun mas debido a mi extraño aspecto. Tras dejar mi barcaza bien amarrada en uno de los embarcaderos vacíos y preparado para los viajeros decidí ir a dar un paseo por la ciudad para verla y hacer turismo.
Invitado
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Akuma no mi
Varios
Una rosa añil con espinas flotando en la ameba de la desazón, de la soledad, de la infinidad. Espinas tan notorias que no habría dios ni mortal capaz de tocarla, acariciarla, amarla. Un capricho de un dios, delirio de tontos y juguete de nadie. Afrodita, la de la piel tersa, belleza inigualada, deseo infinito, había pintado y esculpido sobre ella. Pero el furioso Mar arrebato su razón… un mar indomable y celoso que estaba condenada a surcar. La linfa del mundo sería su cuna y su maldición…
El día era un espectáculo fenomenal, la primavera golpeaba con fuerza y ponía su clara huella. La galera de Apolo dejaba al astro rey en lo más alto del firmamento. Un astro colérico que con demencia arremetía sobre la tierra y hacia de los gargueros una parte del infierno. Un par de arboles y edificios que se oponían a su dictadura refrescaban a los mortales con oasis de umbrías. Umbrías que eran apartados del mundo, lugares mágicos, reuniones de estudiantes, enamorados, borrachos y sus bebidas, animales sin techo, en fin las penumbras acunaban fraternidad. Pero el filántropo Eolo no quería ser un mero susurro, no quería sucumbir su gloria y ser humillado por Apolo. Los impropios que le gritaba marcaban el camino a los cirros que en grupo apagaban, con fugacidad, el brillo del rey. Pero la guerra en la bóveda celeste no dejaba más que una estera palpable de sodio y pescado cada vez que Eolo se recostaba sobre el mar. Teofobico mar, erizaba sus crestas, golpeado tímidamente contra los cascos de madera, cada vez que el dios oscilaba sobre su desnudes.
-No nos retrasemos. He aquí una piza al rompecabezas hija. Susurro el viejo a su alumna mientras recorrían el mercado que moría en el puerto. Muchos atribuyen este titán de carpas y gente al demoniaco capitalismo, pero siempre ha existido; es más un invento de la civilización. -¿Cómo sabes eso viejo? Muestra su locura a una pareja de jóvenes que logro escucharla, palabras al viento, solo ella podía ver ese holograma. –Pues aquí nos trajo el mar. Ambos habían llegado a la noche y acunaron su cansancio en un cuarto de hotel.
El casal caminaba por las enredadas calles, el rumbo lo marcaban los susurros sódicos de Eolo. Discutiendo vagamente con su maestro la tenor se tropieza con algo un tanto húmedo. Sus orbes carmesí murieron en el cuerpo ambarino y cefalópodo, su curiosidad rompió en una tímida sonrisa y su belfo entono cordialidad. –Lo siento!!
El día era un espectáculo fenomenal, la primavera golpeaba con fuerza y ponía su clara huella. La galera de Apolo dejaba al astro rey en lo más alto del firmamento. Un astro colérico que con demencia arremetía sobre la tierra y hacia de los gargueros una parte del infierno. Un par de arboles y edificios que se oponían a su dictadura refrescaban a los mortales con oasis de umbrías. Umbrías que eran apartados del mundo, lugares mágicos, reuniones de estudiantes, enamorados, borrachos y sus bebidas, animales sin techo, en fin las penumbras acunaban fraternidad. Pero el filántropo Eolo no quería ser un mero susurro, no quería sucumbir su gloria y ser humillado por Apolo. Los impropios que le gritaba marcaban el camino a los cirros que en grupo apagaban, con fugacidad, el brillo del rey. Pero la guerra en la bóveda celeste no dejaba más que una estera palpable de sodio y pescado cada vez que Eolo se recostaba sobre el mar. Teofobico mar, erizaba sus crestas, golpeado tímidamente contra los cascos de madera, cada vez que el dios oscilaba sobre su desnudes.
-No nos retrasemos. He aquí una piza al rompecabezas hija. Susurro el viejo a su alumna mientras recorrían el mercado que moría en el puerto. Muchos atribuyen este titán de carpas y gente al demoniaco capitalismo, pero siempre ha existido; es más un invento de la civilización. -¿Cómo sabes eso viejo? Muestra su locura a una pareja de jóvenes que logro escucharla, palabras al viento, solo ella podía ver ese holograma. –Pues aquí nos trajo el mar. Ambos habían llegado a la noche y acunaron su cansancio en un cuarto de hotel.
El casal caminaba por las enredadas calles, el rumbo lo marcaban los susurros sódicos de Eolo. Discutiendo vagamente con su maestro la tenor se tropieza con algo un tanto húmedo. Sus orbes carmesí murieron en el cuerpo ambarino y cefalópodo, su curiosidad rompió en una tímida sonrisa y su belfo entono cordialidad. –Lo siento!!
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