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Bonita ciudad ¿cierto? Los edificios con sus preciosos colores se alzan, intentando alcanzar el cielo de un color entre azul y gris, en el que solo poblaban por allí algunas nubes dispersas, que se movían ociosas entre las corrientes de aire del lugar. La gente camina por las calles, en concreto en una comercial bastante transitada, y hay una ligera diversidad tanto de razas como en sus ropas, uno se puede dar cuenta de forma casi inmediata que la gente es, en su mayor parte, gente con un gran poder adquisitivo. Y al parecer querían aprender a volar… Ah, no, no es que quieran aprender a volar, es que una explosión ha estallado debajo de sus pies, haciéndolos volar varios metros y separando partes de su cuerpo. Una pena.
- Ren:
- Estas a varios metros, unos 40 o así, cuando la explosión acontece delante de ti, y ves el horripilante espectáculo de una lluvia de sangre y partes de varias razas desmembradas por el lugar, acompañado del estruendo de los cristales de las tiendas. Varias personas corren a socorrer a los heridos, pero otras tantas huyen corriendo despavoridas e incluso algunos entran a las tiendas para “pedir prestado” algún bien material. Tú decides que hacer ¿unirte al saqueo o ayudar a los heridos? También puedes huir, nadie te juzgaría por ello.
- Lowell:
- Que sueñecito eh. Un momento, ¿Por qué esta todo tan oscuro y estrecho? ¿Quién te ha metido ahí? Parece que todo se empequeñece y sientes que vas a ser aplastado, hasta que no quedé de ti más que un mísero cubito de músculos. Tras un rato lloriqueando por tu existencia y pensando que vas a morir, empiezas a darle golpes a las paredes, tras oír la enorme explosión de fuera y los cristales romper debido a la onda expansiva.
Después de un corto lapso de tiempo, consigues abrir una de las paredes, saboreando de nuevo la libertad y palpándote el cuerpo para ver si sigues entero de algo estas seguro y es que no quieres volver a entrar en un espacio cerrado en tu vida. Miras a tú alrededor y ves que estas en una… ¿tienda de ataúdes? ¿Qué cojones hacías ahí? También podías ver alcohol, eso lo explica todo, te habías corrido una juerga enrome y dos mujeres yacían en el suelo, con muy poca ropa y solo una manta tirada por encima, estaban abrazadas la una a la otra, así que posiblemente te hubieras entretenido con ellas. Qué pena que no te acuerdes de ello, porque eran preciosas. Estas distraído mirando a las mujeres, pensando si deberías despertarlas o no, cuando alguien entro por la ventana. Era un hombre de aspecto mayor y no parecía muy amigable, ¿harás acto de caballerosidad y protegerás a las mujeres o te irás cual cobarde? Tú decides.
Desarrollas claustrofobia
Lowell
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Ahhhh... Que buen sueño me había echado. Varias horas soñando con matar marines me habían devuelto las ganas de vivir y de salir de la isla. Ojalá se hiciera rea... ¿¡Qué!? Había abierto los ojos para ir desperezándome y esperaba ver el precioso techo de madera de mi habitación, no tal panorama. Estaba encerrado en lo que parecía una caja hecha totalmente de madera y de mi tamaño. ¿Qué demonios había pasado durante la noche?
Lo único de lo que tenía constancia era de la proximidad de la muerte, de la gran falta de aire y del miedo que tenía a aquella inesperada situación.
¿Iba a perder tan pronto la vida? Me quedaban muchas cosas que hacer, tenía que matar a los marines, conquistar muchas mujeres y tener una buena familia... No podía morir aquí, tenía que sobrevivir de una manera u otra. Me daba igual arrastrarme ante alguien a cambio de ver el mañana. ¿Qué demonios iba a hacer una vez muerto? Tenía gente a la cual quería conocer de verdad, a fondo.
De pronto escuché una gran explosión, suficiente potente como para hacerme pitar los oídos durante un rato. La siguieron el rechinar de cristales rotos a la par que las acciones de algunos humanos y animales en general, tales como el nervioso piar de los pájaros o la carrera de algún que otro ciervo.
Me intentaba calmar y pensar fríamente que podía hacer. Lo primero que me vino a la cabeza era romperlo y eso intenté, daba golpes desesperados a todos lados de la caja, mas estas no cedían milímetros siquiera. No tenía otra opción excepto golpear las paredes de madera intentando romperlas, otra cosa era totalmente inútil. No llevaba nada para comunicarme con otra persona y aunque lo tuviera, no tenía a nadie con quien hacerlo y confiar en ella.
Seguí golpeando un rato hasta que conseguí abollar una parte, para luego darme más ánimos y terminar de romperla. Dejé al descubierto la parte de arriba, dejando entrar luz por allí y cegarme unos momentos. Me levanté como pude sin ver nada y tras recuperar la vista me encontré con un panorama muy interesante. ¿Era una tienda de ataúdes? Esto me lo hacía pensar la gran cantidad de ellos que se encontraban allí, al igual de donde había salido. Un ataúd de gran tamaño, color negruzco y al parecer, bien duro. Lo único que había sacado totalmente en claro de esta experiencia es que los sitios cerrados no me gustaban ni mucho menos.
Cerca de donde había salido se encontraban dos bellas mujeres en paños menores, acompañadas de una manta para que no pillaran frío. Se abrazaban mutuamente con una amplia sonrisa en la cara, así que tendrían un buen despertar. No como yo, claro. Seguramente tanto la manta como traer las dos mujeres acá fue obra mía. Había botellas de alcohol alrededor, aunque yo siempre me abstenía a beber. Seguramente me animara y me pusiera borracho, pues no recordaba la agradable velada que tuve con las damas.
Dudaba si despertarlas o no, pues estaban muy monas así y la gran explosión de antes no me daba buena impresión. Seguramente me las llevara a mi casa, las dejara dormir y cuando se levantaran les dejaría irse. Era lo mínimo que podía hacer por dos bellas mujeres que me habían acompañado una noche entera. En un momento, escuché unos pasos y vi una sombra, la cual correspondía a un hombre de considerable edad, allá por los cincuenta años. Su cara no mostraba demasiada compasión y amabilidad, más bien un enfado considerable. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue salvar a las señoritas de lo que el malnacido les pudiera hacer, así que me interpuse entre las mujeres y el hombre abriendo lo máximo posible mis brazos horizontalmente, mostrando decisión y una sonrisa un poco maligna a la par que juguetona.
-No las vas a tocar... No, no no...
Lo único de lo que tenía constancia era de la proximidad de la muerte, de la gran falta de aire y del miedo que tenía a aquella inesperada situación.
¿Iba a perder tan pronto la vida? Me quedaban muchas cosas que hacer, tenía que matar a los marines, conquistar muchas mujeres y tener una buena familia... No podía morir aquí, tenía que sobrevivir de una manera u otra. Me daba igual arrastrarme ante alguien a cambio de ver el mañana. ¿Qué demonios iba a hacer una vez muerto? Tenía gente a la cual quería conocer de verdad, a fondo.
De pronto escuché una gran explosión, suficiente potente como para hacerme pitar los oídos durante un rato. La siguieron el rechinar de cristales rotos a la par que las acciones de algunos humanos y animales en general, tales como el nervioso piar de los pájaros o la carrera de algún que otro ciervo.
Me intentaba calmar y pensar fríamente que podía hacer. Lo primero que me vino a la cabeza era romperlo y eso intenté, daba golpes desesperados a todos lados de la caja, mas estas no cedían milímetros siquiera. No tenía otra opción excepto golpear las paredes de madera intentando romperlas, otra cosa era totalmente inútil. No llevaba nada para comunicarme con otra persona y aunque lo tuviera, no tenía a nadie con quien hacerlo y confiar en ella.
Seguí golpeando un rato hasta que conseguí abollar una parte, para luego darme más ánimos y terminar de romperla. Dejé al descubierto la parte de arriba, dejando entrar luz por allí y cegarme unos momentos. Me levanté como pude sin ver nada y tras recuperar la vista me encontré con un panorama muy interesante. ¿Era una tienda de ataúdes? Esto me lo hacía pensar la gran cantidad de ellos que se encontraban allí, al igual de donde había salido. Un ataúd de gran tamaño, color negruzco y al parecer, bien duro. Lo único que había sacado totalmente en claro de esta experiencia es que los sitios cerrados no me gustaban ni mucho menos.
Cerca de donde había salido se encontraban dos bellas mujeres en paños menores, acompañadas de una manta para que no pillaran frío. Se abrazaban mutuamente con una amplia sonrisa en la cara, así que tendrían un buen despertar. No como yo, claro. Seguramente tanto la manta como traer las dos mujeres acá fue obra mía. Había botellas de alcohol alrededor, aunque yo siempre me abstenía a beber. Seguramente me animara y me pusiera borracho, pues no recordaba la agradable velada que tuve con las damas.
Dudaba si despertarlas o no, pues estaban muy monas así y la gran explosión de antes no me daba buena impresión. Seguramente me las llevara a mi casa, las dejara dormir y cuando se levantaran les dejaría irse. Era lo mínimo que podía hacer por dos bellas mujeres que me habían acompañado una noche entera. En un momento, escuché unos pasos y vi una sombra, la cual correspondía a un hombre de considerable edad, allá por los cincuenta años. Su cara no mostraba demasiada compasión y amabilidad, más bien un enfado considerable. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue salvar a las señoritas de lo que el malnacido les pudiera hacer, así que me interpuse entre las mujeres y el hombre abriendo lo máximo posible mis brazos horizontalmente, mostrando decisión y una sonrisa un poco maligna a la par que juguetona.
-No las vas a tocar... No, no no...
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A todo vapor la aurora lleno los luceros del casal. Transeúntes extravagantes manchaban el contexto, aunque solo ella robaba la atención. Alumna y maestro encantados por Apolo regalaban lunáticas carcajadas al viento. Solo Ren era capaz de comprender los susurros del filántropo Eolo. El firmamento plomizo, las calles altaneras vestidas con millonarios de estación y en las vitrinas caprichos fugaces. El circo capitalista erizaba la piel de cualquier cazador de aventuras, pasional, romántico, religioso, enamorado; la sumisión que ejercían los bolsillos era atroz. Perderse en el nimbo era un placentero escape que se daban los orbes en cacería de lo absurdo. Pero aquellos orbes carmesí, iracundos, justos no soportaban semejante etiqueta social.
-Encomendad al mar, al celestino, al destino… ¿Qué hacemos aquí viejo? Hospeda su andar en el regazo de un viejo cerezo, mientras banalmente alardea de su posición. –Encomendada, que palabra que se hace dios en tu belfo hija. Entrégate al destino… pues aquí nos trajo el mar. Aquel senil holograma ponía un toque de humildad en la caprichosa Ren, que no podía huir de su jactancia en este terreno hostil. La noche cancina del tercer lunes del mes arremolino las crestas del titán azul y arruino los planes de ambos dejando su destino en manos de Dawn, precisamente Goa un barrio “noble”. Y allí estaban ambos bajo la sombra de un dios, apartados del espectáculo que ofrecía Mammón en las calles.
Vehemencia, estruendo, infierno… Solo Baudelaire podría describir semejante escenario con dulzura. El grito desesperado de la explosión dibujo en el cielo un mar rojo. La caprichosa parca fue invocada con éxito, y con ella la vileza humana fue puesta como protagonista. La sirena añil perdió el equilibrio y la audición, solo una confusa visión le regalo el estampido. Muertos por doquier, las autoridades brindando auxilio y el trasfondo pintado con una paleta inquina… Saqueos y robos a las tiendas de cristales rotos. Los caprichos mundanos no eran más que botines de la bajeza.
-Tranquila hija, he aquí tu encomienda. Dibuja un poco de tranquilidad en los obres espantados de la joven, que en usencia de razón refugia su miedo en un abrazo con su maestro. En situaciones la joven decantaba en el viejo un apego paternal. -¿Qué fue lo queee paso? Tirita el ribete carmesí de la tenor. -¿Una explosión, una falla, un atentado; quien sabe? -Aaaaaaa, por favor ayudaaaaa… Mamaaaaaaá. El chillido afónico de un niño le devuelve la cordura a Ren. –Viejo ayudemos al pequeño…
El encanto de Afrodita pinto en un lienzo tierno dos luceros añiles, que encendían desaliñadas hebras ambarinas. Aproximadamente ocho años de vida que se veían peleando contra un escombro de cemento. Un poco de sangre en el rostro, decorado de espanto y arrebato de razón; el niño estaba desesperado. Caprichosos intentos pujaban una enorme piedra en el suelo, que fundida no quería moverse. La mano del joven fue embrujada con un poco de calor, la peli azul lo intento apartar, pero el propio Belcebú se pinto en su rostro. Nadie podría quitar al niño de allí, parecía un bucanero cuidando su tesoro. -Vámonos de aquí peque… -Ayudaaa. Silencia a la joven un alarido que describía el mejor infierno pintado por Dante. Desgarrador pedido de ayuda hacia al niño pujar con mas y mas fuerza, entonces la musa comprendió. –Kilw Poul. Recito una porción de oración, un lenguaje que heredo su maestro. Sus manos de piel aterciopelada no acostumbraban a tal esfuerzo, que sin dudarlo se rasgaron un poco. El polvo hacía estragos en ella con cada repugnante estornudo que cacheteaba las manos de Eolo. El dios parecía molesto con ella ya que las brizas llenaban de humo y polvo sus narinas, solos sus hebras añiles parecían un poema danzando con él. Comenzó a sentir la presión pero el odioso titán de piedra por fin había caído. Dramático encuentro entre madre e hijo hizo apartar la atención de la joven, mezquinos orbes se quedaron con esa porción de mundo. Pero allí estaba la manta palpable, ese deje de tranquilidad que espanto a la joven, la dama ambarina perdió un pie completo y la sangre se la devoraba Cronos. Un primitivo torniquete improviso la musa con su blusa, dejando en vigor sus enormes senos bajo el sostén. Un lienzo pintado por el pasional Baco acuno un sin fin de excitados ojos que fantaseaban en sus mentes escenas de lujuria, pero la joven ajena de vergüenza tomo a la mujer y trato de encontrar un hospital…
-Encomendad al mar, al celestino, al destino… ¿Qué hacemos aquí viejo? Hospeda su andar en el regazo de un viejo cerezo, mientras banalmente alardea de su posición. –Encomendada, que palabra que se hace dios en tu belfo hija. Entrégate al destino… pues aquí nos trajo el mar. Aquel senil holograma ponía un toque de humildad en la caprichosa Ren, que no podía huir de su jactancia en este terreno hostil. La noche cancina del tercer lunes del mes arremolino las crestas del titán azul y arruino los planes de ambos dejando su destino en manos de Dawn, precisamente Goa un barrio “noble”. Y allí estaban ambos bajo la sombra de un dios, apartados del espectáculo que ofrecía Mammón en las calles.
Vehemencia, estruendo, infierno… Solo Baudelaire podría describir semejante escenario con dulzura. El grito desesperado de la explosión dibujo en el cielo un mar rojo. La caprichosa parca fue invocada con éxito, y con ella la vileza humana fue puesta como protagonista. La sirena añil perdió el equilibrio y la audición, solo una confusa visión le regalo el estampido. Muertos por doquier, las autoridades brindando auxilio y el trasfondo pintado con una paleta inquina… Saqueos y robos a las tiendas de cristales rotos. Los caprichos mundanos no eran más que botines de la bajeza.
-Tranquila hija, he aquí tu encomienda. Dibuja un poco de tranquilidad en los obres espantados de la joven, que en usencia de razón refugia su miedo en un abrazo con su maestro. En situaciones la joven decantaba en el viejo un apego paternal. -¿Qué fue lo queee paso? Tirita el ribete carmesí de la tenor. -¿Una explosión, una falla, un atentado; quien sabe? -Aaaaaaa, por favor ayudaaaaa… Mamaaaaaaá. El chillido afónico de un niño le devuelve la cordura a Ren. –Viejo ayudemos al pequeño…
El encanto de Afrodita pinto en un lienzo tierno dos luceros añiles, que encendían desaliñadas hebras ambarinas. Aproximadamente ocho años de vida que se veían peleando contra un escombro de cemento. Un poco de sangre en el rostro, decorado de espanto y arrebato de razón; el niño estaba desesperado. Caprichosos intentos pujaban una enorme piedra en el suelo, que fundida no quería moverse. La mano del joven fue embrujada con un poco de calor, la peli azul lo intento apartar, pero el propio Belcebú se pinto en su rostro. Nadie podría quitar al niño de allí, parecía un bucanero cuidando su tesoro. -Vámonos de aquí peque… -Ayudaaa. Silencia a la joven un alarido que describía el mejor infierno pintado por Dante. Desgarrador pedido de ayuda hacia al niño pujar con mas y mas fuerza, entonces la musa comprendió. –Kilw Poul. Recito una porción de oración, un lenguaje que heredo su maestro. Sus manos de piel aterciopelada no acostumbraban a tal esfuerzo, que sin dudarlo se rasgaron un poco. El polvo hacía estragos en ella con cada repugnante estornudo que cacheteaba las manos de Eolo. El dios parecía molesto con ella ya que las brizas llenaban de humo y polvo sus narinas, solos sus hebras añiles parecían un poema danzando con él. Comenzó a sentir la presión pero el odioso titán de piedra por fin había caído. Dramático encuentro entre madre e hijo hizo apartar la atención de la joven, mezquinos orbes se quedaron con esa porción de mundo. Pero allí estaba la manta palpable, ese deje de tranquilidad que espanto a la joven, la dama ambarina perdió un pie completo y la sangre se la devoraba Cronos. Un primitivo torniquete improviso la musa con su blusa, dejando en vigor sus enormes senos bajo el sostén. Un lienzo pintado por el pasional Baco acuno un sin fin de excitados ojos que fantaseaban en sus mentes escenas de lujuria, pero la joven ajena de vergüenza tomo a la mujer y trato de encontrar un hospital…
- Glosario :
- Kilw Poul= Canto de antigua lengua pidiendo fuerza al mar
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El estruendo de otra explosión resuena en la lejanía, al parecer era algo premeditado y no un desgraciado accidente causado por una instalación en mal estado, aunque posiblemente esta no pudiera llegar a tal potencia solo por una avería. Oís gritos provenir de todos los lugares y de ninguno a la vez, el ruido se ha adueñado del lugar desde hace rato, permaneciendo perpetuo. Humo y ceniza se mezclan en la zona de la explosión, que es una zona relativamente tranquila, al menos si omitimos a la gente moviendo escombros para encontrar a otra gente, posiblemente familiares o amigos, con la esperanza de que estén bien bajo los restos.
- Lowell:
- El hombre parece sonreír ante tu pequeña frase, pero posiblemente sea una mueca de enfado, que debido a la penumbra en la que esa parte del cuerpo, no es fácilmente distinguible. Se escucha el crujir de los cristales bajo sus pies, que se mueve en el sitio, puede que pensando que hacer. Te fijas en que porta un arma, pero quizás un cazarrecompensas como tú no deba a atacar a la gente porque si y puede que una charla con él te diga que paso la pasada noche. O también podrías intentar cercenarlo por la mitad con un corte transversal, tú decides.
- Ren:
- Llevas al crio y a su madre hasta la zona donde se están aplicando cuidados médicos, por fuera de un hospital casero, posiblemente porque están demasiado llenos dentro de este establecimiento. Parece que los heridos que has llevado se podrán recuperar, pero solo ves como a tu alrededor hay sangre, cenizas y muerte, que tiñen el aire de un tono demasiado crudo para ser verdad ¿De verdad a alguien se le ocurriría hacer algo así? Al menos se te empiezan a ocurrir ideas para componer una oda a los caídos, puede que ahora no sea el mejor momento, pero la inspiración es un mundo y viene cuando menos te lo esperas, e incluso en aquel escenario tan infernal. Podrías volver a ayudar o quedarte por ahí a ejercer de auxiliar médica, o como tercera opción, seguir quitándote ropa, al parecer a la gente le sube los ánimos.
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