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Llevaba ya un par de semanas navegando. Había sobrevivido a tres tormentas y me había comido la mitad de las provisiones. El agua se estaba agotando, incluso con la que había podido recoger de la lluvia. Podría decir que pese a esto continuaba optimista, pero sería mentir. La verdad era que echaba de menos mi isla, estar lejos en aguas desconocidas era como si me faltara un pedazo de alma. No habían sido pocas las noches en las que me había acurrucado en una esquina de mi camarote, cerrando los ojos y tratando de negar la realidad. Muchas veces las lágrimas que me caían por las mejillas habían amenazado con ahogarme, tal era el nudo que sentía en mi garganta.
Pero cuando el sol se alzaba al amanecer siempre encontraba fuerzas para continuar navegando. No tenía ni idea de cuándo llegaría a mi destino, ni de cuál sería este. Pero... tenía un objetivo. Y simplemente no podía quedarme parado, ya que esa persona no se iba a encontrar sola. Y si quería regresar a mi isla, tenía que hallarla primero. Siendo sinceros, la ausencia de ese desconocido o desconocida me dolía tanto o más que el alejarme de mi lugar de nacimiento, pero era un dolor sordo al que ya estaba acostumbrado. Aunque no por eso escocía menos.
La mañana del decimosexto día, cuando me encontraba tocando en la pequeña cubierta de mi velero, avisté tierra. Raudo me puse a los remos y no paré hasta estar tan cerca que bien podría haberme tirado e ir a nado. Aunque eso sería improductivo. Remé un poco más y eché el ancla antes de bajar. Cogí mi katana, mi flauta y un par de monedas de oro. Con suerte encontraría una aldea o una ciudad pequeña en la que conseguir provisiones. De lo contrario, esta noche me tocaría cenar pescado.
En esto estaba pensando cuando por primera vez me fijé en la isla a la que había llegado. La playa, de arena blanca y muy fina, estaba desierta. Y frente a ella solo se alzaba un enorme bosque de bambú, de cabo a rabo por toda la isla, o al menos que yo viera. No había nadie por ninguna parte, y tampoco se veía humo por encima de los árboles. No parecía habitada, aunque igual si me adentraba... solo esperaba que no hubiera ningún puñetero avestruz entre las cañas de bambú. Estuve a punto de meterme entre las cañas, pero en el último momento decidí dar una vuelta a la isla, ya que no parecía muy grande, y si me cansaba siempre podía regresar. Malo sería que en este lugar perdido de la mano de dios alguien decidiera echarle mano al barco. Así que me ajusté mis ropas azules, atadas con cuerdas a la manera de mi pueblo y eché a andar por la playa.
Pero cuando el sol se alzaba al amanecer siempre encontraba fuerzas para continuar navegando. No tenía ni idea de cuándo llegaría a mi destino, ni de cuál sería este. Pero... tenía un objetivo. Y simplemente no podía quedarme parado, ya que esa persona no se iba a encontrar sola. Y si quería regresar a mi isla, tenía que hallarla primero. Siendo sinceros, la ausencia de ese desconocido o desconocida me dolía tanto o más que el alejarme de mi lugar de nacimiento, pero era un dolor sordo al que ya estaba acostumbrado. Aunque no por eso escocía menos.
La mañana del decimosexto día, cuando me encontraba tocando en la pequeña cubierta de mi velero, avisté tierra. Raudo me puse a los remos y no paré hasta estar tan cerca que bien podría haberme tirado e ir a nado. Aunque eso sería improductivo. Remé un poco más y eché el ancla antes de bajar. Cogí mi katana, mi flauta y un par de monedas de oro. Con suerte encontraría una aldea o una ciudad pequeña en la que conseguir provisiones. De lo contrario, esta noche me tocaría cenar pescado.
En esto estaba pensando cuando por primera vez me fijé en la isla a la que había llegado. La playa, de arena blanca y muy fina, estaba desierta. Y frente a ella solo se alzaba un enorme bosque de bambú, de cabo a rabo por toda la isla, o al menos que yo viera. No había nadie por ninguna parte, y tampoco se veía humo por encima de los árboles. No parecía habitada, aunque igual si me adentraba... solo esperaba que no hubiera ningún puñetero avestruz entre las cañas de bambú. Estuve a punto de meterme entre las cañas, pero en el último momento decidí dar una vuelta a la isla, ya que no parecía muy grande, y si me cansaba siempre podía regresar. Malo sería que en este lugar perdido de la mano de dios alguien decidiera echarle mano al barco. Así que me ajusté mis ropas azules, atadas con cuerdas a la manera de mi pueblo y eché a andar por la playa.
Ichimura Hachiro
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Las flechas volaban por doquier, acompañadas por los gritos de los moribundos. Shun se apartó de la ventana justo a tiempo para evitar que una le diese a él. Con su brazo bueno, tanteó la mesilla de noche hasta encontrar sus gafas y se las puso. Seguía con la bata que le habían puesto en la casa de sanación, y el brazo derecho entablillado. Cogió un cayado en una esquina y corrió apoyándose sobre este hasta la puerta. La abrió con ciertas dificultades, para ver el pasillo en llamas. Aquellos salvajes le habían prendido fuego al edificio entero. El samurai tosió y volvió a entrar en su habitación. Se acercó a la ventana y se las apañó para colarse por ella, cayendo al suelo. Apoyándose en la pared, logró levantarse de nuevo, ignorando el dolor de sus heridas. A su alrededor había decenas de cadáveres. Alcanzó a reconocer a muchos de ellos; vecinos, compañeros de armas, conocidos de toda la vida, familiares... Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro. Con un grito de rabia, comenzó a correr hacia su casa tan rápido como se lo permitió su pierna herida. Pronto pudo verla a la vuelta de la esquina, en el momento en que una mujer comenzó a gritar desde algún punto cercano.
- ¡Hinari! - gritó Shun, entre el miedo y la ira.
Ignorando sus heridas, comenzó a correr a toda velocidad, desplomándose a los pocos metros. Con un gruñido, volvió a levantarse y se acercó a la puerta de la casa, la cual estaba abierta. Se preparó para entrar dentro y...
Despertó empapado en sudor, y con el rostro lleno de lágrimas. Se incorporó, con un gruñido, y se llevó ambas manos a la cabeza. Le dolía bastante, y aun no acababa de ubicarse. Entonces recordó dónde estaba y qué hacía allí. Se hallaba en la isla Pancu, de camino a encontrarse con Alex-sama y los suyos tras ir a cobrar una recompensa. Cogió un paño a su lado y se secó la cara y la frente. Estaba en un claro en mitad de la jungla, en su saco de dormir. Al lado estaban su ropa, sus armas, un pequeño saquito y sus instrumentos. Además de sus gafas claro, las cuales cogió y se puso. Tratando de ignorar los horrores de la pesadilla anterior, se puso su hakama y recogió todas sus cosas. Llevándolo todo en brazos, atravesó la jungla semidesnudo, en dirección a un pequeño lago que había descubierto el día anterior. Depositó todas sus cosas sobre una roca y se agachó junto al agua, tomando un poco entre las manos y la bebió con avidez.
Se desnudó totalmente, se quitó las gafas y se tiró al agua. Se sumergió por unos segundos, dejando que el frío del agua lo despejase totalmente, y ascendió a la superficie. Nadó varios largos en todo al manantial, y tras eso se dejó flotando en el agua, con su larga melena flotando en torno a él. Las pesadillas sobre la destrucción de su aldea natal eran recurrentes en él, pero hacía tiempo que no tenía ninguna. Inspiró hondo para calmarse al recordarlas, y expiró lentamente por la boca.
- ¡Hinari! - gritó Shun, entre el miedo y la ira.
Ignorando sus heridas, comenzó a correr a toda velocidad, desplomándose a los pocos metros. Con un gruñido, volvió a levantarse y se acercó a la puerta de la casa, la cual estaba abierta. Se preparó para entrar dentro y...
Despertó empapado en sudor, y con el rostro lleno de lágrimas. Se incorporó, con un gruñido, y se llevó ambas manos a la cabeza. Le dolía bastante, y aun no acababa de ubicarse. Entonces recordó dónde estaba y qué hacía allí. Se hallaba en la isla Pancu, de camino a encontrarse con Alex-sama y los suyos tras ir a cobrar una recompensa. Cogió un paño a su lado y se secó la cara y la frente. Estaba en un claro en mitad de la jungla, en su saco de dormir. Al lado estaban su ropa, sus armas, un pequeño saquito y sus instrumentos. Además de sus gafas claro, las cuales cogió y se puso. Tratando de ignorar los horrores de la pesadilla anterior, se puso su hakama y recogió todas sus cosas. Llevándolo todo en brazos, atravesó la jungla semidesnudo, en dirección a un pequeño lago que había descubierto el día anterior. Depositó todas sus cosas sobre una roca y se agachó junto al agua, tomando un poco entre las manos y la bebió con avidez.
Se desnudó totalmente, se quitó las gafas y se tiró al agua. Se sumergió por unos segundos, dejando que el frío del agua lo despejase totalmente, y ascendió a la superficie. Nadó varios largos en todo al manantial, y tras eso se dejó flotando en el agua, con su larga melena flotando en torno a él. Las pesadillas sobre la destrucción de su aldea natal eran recurrentes en él, pero hacía tiempo que no tenía ninguna. Inspiró hondo para calmarse al recordarlas, y expiró lentamente por la boca.
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Llevaba un par de horas guardando las distancias con el bosque de bambú cuando me decidí a entrar. La playa era igual no importaba lo que caminase, y ya me estaba aburriendo. Di media vuelta y volví hasta el barco, tocando mientras caminaba tratando de animarme. El sonido sonaba limpio y alto, el lugar tenía buena acústica. O tal vez era simplemente que no había nadie más armando barullo. Al fin llegué y me encaré contra las verdes cañas. Agarré la katana y me llevé un trozo de bambú al barco. Tras mucho buscar encontré un yesquero y logré prenderle fuego. Ya tenía una antorcha rudimentaria. La fui a plantar a la entrada de la jungla, no fuera a ser que se hiciera de noche y no encontrara el camino de vuelta. Me ceñí bien la capa azul y penetré entre los árboles.
Era otro mundo. Todo estaba en calma, y el verde dominaba aquí y allá, adonde quiera que mirases. Era tranquilo, pero me inquietaba un poco. Toqué la flauta atada en mi costado, solo para asegurarme de que seguía ahí, de que no se había ido. De repente oí algo. Sonaba como un... ¿Chapoteo? La promesa de agua dulce, o salada en su defecto, cualquier cosa que no fuera este inquietante verde se clavó en mi mente como un dardo. Fiándome de mi oído, llegué a un riachuelo. Decidí seguirlo y beber un poco más arriba, donde el agua fuera más clara. Aunque no lo necesitaba, era límpida, transparente como el cristal e incluso más, si hablamos de cristal sucio. Por aquí cerca no había animales, ni uno solo, y teniendo en cuenta la temperatura, podía suponer que debía de llover poco, lo que también evitaba el barro. Mira que era un lugar curioso.
De repente, el riachuelo dio un giro y encontré varias piedras. En una de ellas había... ¿Ropa? Entonces oí un sonido y me tumbé silenciosamente en la hierba, acechante. Miré más allá de la roca. Un lago... y en medio del lago, un hombre. Un hombre desnudo. Inconscientemente, me puse colorado. Era la primera persona que veía que no era de mi aldea, ¡Y había tenido la mala suerte de ir a pillarlo en tan vergonzosa situación! Bueno, se estaba bañando, para él no sería vergonzosa... pero para mí si, yo nunca había... ¡En mi cultura eso era vergonzoso, el cuerpo es algo tuyo, no para que nadie lo vea! Pero no podía apartar la mirada. Era más mayor que yo, y más musculoso y alto. Tenía el pelo muy largo y oscuro que le flotaba alrededor y la piel muy blanca. El cuello largo y la cintura estrecha. Aparté la mirada antes de seguir mirando donde no debía y me fijé en la ropa.
Eso... ¿Un hakama? Reconocía esa prenda. El maestro tenía dos, heredadas de su abuelo. Y su abuelo las había heredado de su abuelo, etc. Esta sin embargo parecía nueva en comparación. Era de exquisita manufacturación, con hermosos bordados. Sin casi darme cuenta alargué la mano hasta que la tuve en las manos. Esta persona... este hombre... ¡Provenía del país de Wano! De donde mis ancestros vinieron... Mi corazón se saltó un latido solo de pensar que ese hombre fuera mi protegido. Pero otro rápido vistazo me quitó la idea de la cabeza. Esa persona no necesitaba que lo protegieran. En todo caso sería al revés. Qué vergüenza... pero debía darme a conocer. Dejé la ropa donde estaba y volví a enfundar mi katana. Suspirando y todavía colorado me levanté.
Me adelanté hasta la orilla con una mano delante de los ojos para que no pensase que quería verle desnudo. No tenía ganas de que me tomase por un pervertido.
-D-Disculpe...
Era otro mundo. Todo estaba en calma, y el verde dominaba aquí y allá, adonde quiera que mirases. Era tranquilo, pero me inquietaba un poco. Toqué la flauta atada en mi costado, solo para asegurarme de que seguía ahí, de que no se había ido. De repente oí algo. Sonaba como un... ¿Chapoteo? La promesa de agua dulce, o salada en su defecto, cualquier cosa que no fuera este inquietante verde se clavó en mi mente como un dardo. Fiándome de mi oído, llegué a un riachuelo. Decidí seguirlo y beber un poco más arriba, donde el agua fuera más clara. Aunque no lo necesitaba, era límpida, transparente como el cristal e incluso más, si hablamos de cristal sucio. Por aquí cerca no había animales, ni uno solo, y teniendo en cuenta la temperatura, podía suponer que debía de llover poco, lo que también evitaba el barro. Mira que era un lugar curioso.
De repente, el riachuelo dio un giro y encontré varias piedras. En una de ellas había... ¿Ropa? Entonces oí un sonido y me tumbé silenciosamente en la hierba, acechante. Miré más allá de la roca. Un lago... y en medio del lago, un hombre. Un hombre desnudo. Inconscientemente, me puse colorado. Era la primera persona que veía que no era de mi aldea, ¡Y había tenido la mala suerte de ir a pillarlo en tan vergonzosa situación! Bueno, se estaba bañando, para él no sería vergonzosa... pero para mí si, yo nunca había... ¡En mi cultura eso era vergonzoso, el cuerpo es algo tuyo, no para que nadie lo vea! Pero no podía apartar la mirada. Era más mayor que yo, y más musculoso y alto. Tenía el pelo muy largo y oscuro que le flotaba alrededor y la piel muy blanca. El cuello largo y la cintura estrecha. Aparté la mirada antes de seguir mirando donde no debía y me fijé en la ropa.
Eso... ¿Un hakama? Reconocía esa prenda. El maestro tenía dos, heredadas de su abuelo. Y su abuelo las había heredado de su abuelo, etc. Esta sin embargo parecía nueva en comparación. Era de exquisita manufacturación, con hermosos bordados. Sin casi darme cuenta alargué la mano hasta que la tuve en las manos. Esta persona... este hombre... ¡Provenía del país de Wano! De donde mis ancestros vinieron... Mi corazón se saltó un latido solo de pensar que ese hombre fuera mi protegido. Pero otro rápido vistazo me quitó la idea de la cabeza. Esa persona no necesitaba que lo protegieran. En todo caso sería al revés. Qué vergüenza... pero debía darme a conocer. Dejé la ropa donde estaba y volví a enfundar mi katana. Suspirando y todavía colorado me levanté.
Me adelanté hasta la orilla con una mano delante de los ojos para que no pensase que quería verle desnudo. No tenía ganas de que me tomase por un pervertido.
-D-Disculpe...
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Poco a poco, las preocupaciones se iban yendo. Dejó que los recuerdos de la pesadilla se desvanecieran lentamente mientras flotaba en el agua. Respiró hondo, y se calmó meditando. Se puso a pensar en sus últimos logros, en sus victorias y en todo lo que había hecho. En sus triunfos en Wano, donde había vengado definitivamente a su pueblo acabando con la vida del que había ordenado el ataque a su ciudad. Pensó en Alex-sama y en sus compañeros de Lupus Custos. Sí... por mucho que en el pasado hubiera cometido errores, por mucho que hubiese dejado que su hogar fuera destruido, se había forjado uno nuevo. Y ahora era feliz nuevamente, tras años vagando por el mundo en busca de un lugar al que pertenecer. Nuevamente estaba completo, en cierto modo.
La tensión acumulada en sus hombros pareció liberarse de golpe. Volvía a estar en aquel estado de paz mental que había logrado desde que volvía a tener un hogar. Abrió su mente al entorno, y comenzó a percibir a los seres vivos. Activar su mantra era una buena forma de calmarse para él. Para un samurai como Shun, no había nada más estresante que sentirse indefenso. Y el mantra le quitaba el riesgo al factor relajante de la meditación y el baño. Y fue entonces, al activarlo, cuando lo percibió. Alguien se aproximaba desde la selva. "¿Un lugareño... o alguien de fuera?" Los Ashichi no solían salir de su tierra en el centro de la isla, así que dudosamente sería uno de ellos. Se dejó estar, y esperó a que el desconocido se acercase más, fingiendo que no lo había percibido. Y repentinamente se tiró a por él, pasando a su forma intangible y volando por encima del agua en pelotas. Efectivamente, había alguien en la orilla. Y parecía estar armado. Al estar sin gafas, no podía saberlo bien. Trató de saltar sobre él para agarrarle las manos, derribarlo y apoyarse sobre su pecho para que no se moviera.
- ¿Quién eres tú, y qué buscas aquí? - preguntó con sequedad.
Entonces se fijó en que era apenas un crío. Sin embargo había visto suficiente mundo como para no bajar la guardia por la edad de sus oponentes. Los miró con seriedad, mientras se fijaba en su katana. Su manufactura le era muy familiar. No podía ver el filo, pero la forma de la guarda y los decorados del mango... parecía la obra de un herrero de Wano. Sin embargo, había visto más artesanos del acero que imitaban las armas de su tierra natal en otros países. Podía no significar nada.
La tensión acumulada en sus hombros pareció liberarse de golpe. Volvía a estar en aquel estado de paz mental que había logrado desde que volvía a tener un hogar. Abrió su mente al entorno, y comenzó a percibir a los seres vivos. Activar su mantra era una buena forma de calmarse para él. Para un samurai como Shun, no había nada más estresante que sentirse indefenso. Y el mantra le quitaba el riesgo al factor relajante de la meditación y el baño. Y fue entonces, al activarlo, cuando lo percibió. Alguien se aproximaba desde la selva. "¿Un lugareño... o alguien de fuera?" Los Ashichi no solían salir de su tierra en el centro de la isla, así que dudosamente sería uno de ellos. Se dejó estar, y esperó a que el desconocido se acercase más, fingiendo que no lo había percibido. Y repentinamente se tiró a por él, pasando a su forma intangible y volando por encima del agua en pelotas. Efectivamente, había alguien en la orilla. Y parecía estar armado. Al estar sin gafas, no podía saberlo bien. Trató de saltar sobre él para agarrarle las manos, derribarlo y apoyarse sobre su pecho para que no se moviera.
- ¿Quién eres tú, y qué buscas aquí? - preguntó con sequedad.
Entonces se fijó en que era apenas un crío. Sin embargo había visto suficiente mundo como para no bajar la guardia por la edad de sus oponentes. Los miró con seriedad, mientras se fijaba en su katana. Su manufactura le era muy familiar. No podía ver el filo, pero la forma de la guarda y los decorados del mango... parecía la obra de un herrero de Wano. Sin embargo, había visto más artesanos del acero que imitaban las armas de su tierra natal en otros países. Podía no significar nada.
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Vi algo alucinante. Oí un chapoteo y abrí los ojos como un acto reflejo. El samurái... ¡Estaba volando! Fue cosa de un segundo, quedé con la boca abierta y de repente noté el suelo debajo de mí. Entonces tuve una sensación extraña: Una parte de mí registró el golpe y el dolor, incluso pensé ''Vaya, eso ha dolido.'', pero no noté el dolor, estaba demasiado concentrado en la imagen que tenía enfrente.
El hombre se me había sentado en el pecho y me miraba enfadado. Me preguntó algo, pero notaba un zumbido en los oídos y no fui capaz de entenderle. Menos de contestar, y con la boca seca intenté estúpidamente levantarme. Evidentemente, el samurái no me dejó. Asentí con la cabeza. El agua goteaba de su pelo, empapándome y yo no hacía más que mirarle mientras los segundos pasaban. Estaba en shock, ese hombre era un auténtico samurái de Wano, quizás sus antepasados habían conocido a los míos. ¡En mi isla, la gente como él eran leyendas andantes, nuestros ancestros! No eran nuestros maestros, éramos bien distintos, pero se les guardaba un respeto reverencial. No tenía ni idea de qué pensarían ellos de nosotros, lo más seguro era que nada bueno. O quizás les habían escondido la fuga y se había olvidado con el paso de los años. Abrí la boca un par de veces, sin saber bien qué decir. Entonces me fijé en que estaba mirando mi katana.
-No... no quiero hacerle daño.
Nuevamente intenté levantarme, con más suerte esta vez. Me senté como solía hacerlo delante del maestro: Sobre mis talones y con la cabeza convenientemente bajada en señal de respeto. Aunque solo lo hacía para no mirar su cuerpo desnudo. Era turbador. ¿Qué estaría pensando? Tenía que decir algo. Lo que fuera, para aclarar este malentendido.
-Usted proviene del país de Wano. He reconocido sus ropas. Yo... yo provengo de la isla de Ingarvia.
Di por sentado que conocía la historia, aunque igual me equivocaba. Cogí la funda de mi katana y la puse horizontal en mis palmas, entregándosela de buena fe. Incluso levanté la cara para mirarle, tratando de ignorar toda esa piel expuesta, era tan vergonzoso.
-La estaba mirando, he pensado que querría examinarla. Igual la reconoce, tiene 432 años.
No era mentira. Las katanas que nos entregaban habían sido traídas del país de Wano en el comienzo de nuestra era, o eso era lo que nos contaban los mayores. Los pocos herreros que había apenas se dedicaban a afilarlas y conservarlas, no fabricaban espadas nuevas. Éramos una región pacífica, no necesitábamos muchas. Y tampoco teníamos ningún vínculo sentimental con ellas, por lo que no nos importaba reutilizarlas. Aunque si que aprendíamos su edad, historia, y el nombre de todos los que la habían llevado. Puede que la esgrima y el uso de la espada fueran un arte de combate menor, pero el instrumento, la katana, era un objeto noble y nos había servido bien. Era un pedazo de historia.
Volví al presente y miré al hombre, serio. Me pregunté qué pensaría de mí, pero al buscar en sus ojos aprovechando un momento en que no me miraba, no encontré respuestas.
El hombre se me había sentado en el pecho y me miraba enfadado. Me preguntó algo, pero notaba un zumbido en los oídos y no fui capaz de entenderle. Menos de contestar, y con la boca seca intenté estúpidamente levantarme. Evidentemente, el samurái no me dejó. Asentí con la cabeza. El agua goteaba de su pelo, empapándome y yo no hacía más que mirarle mientras los segundos pasaban. Estaba en shock, ese hombre era un auténtico samurái de Wano, quizás sus antepasados habían conocido a los míos. ¡En mi isla, la gente como él eran leyendas andantes, nuestros ancestros! No eran nuestros maestros, éramos bien distintos, pero se les guardaba un respeto reverencial. No tenía ni idea de qué pensarían ellos de nosotros, lo más seguro era que nada bueno. O quizás les habían escondido la fuga y se había olvidado con el paso de los años. Abrí la boca un par de veces, sin saber bien qué decir. Entonces me fijé en que estaba mirando mi katana.
-No... no quiero hacerle daño.
Nuevamente intenté levantarme, con más suerte esta vez. Me senté como solía hacerlo delante del maestro: Sobre mis talones y con la cabeza convenientemente bajada en señal de respeto. Aunque solo lo hacía para no mirar su cuerpo desnudo. Era turbador. ¿Qué estaría pensando? Tenía que decir algo. Lo que fuera, para aclarar este malentendido.
-Usted proviene del país de Wano. He reconocido sus ropas. Yo... yo provengo de la isla de Ingarvia.
Di por sentado que conocía la historia, aunque igual me equivocaba. Cogí la funda de mi katana y la puse horizontal en mis palmas, entregándosela de buena fe. Incluso levanté la cara para mirarle, tratando de ignorar toda esa piel expuesta, era tan vergonzoso.
-La estaba mirando, he pensado que querría examinarla. Igual la reconoce, tiene 432 años.
No era mentira. Las katanas que nos entregaban habían sido traídas del país de Wano en el comienzo de nuestra era, o eso era lo que nos contaban los mayores. Los pocos herreros que había apenas se dedicaban a afilarlas y conservarlas, no fabricaban espadas nuevas. Éramos una región pacífica, no necesitábamos muchas. Y tampoco teníamos ningún vínculo sentimental con ellas, por lo que no nos importaba reutilizarlas. Aunque si que aprendíamos su edad, historia, y el nombre de todos los que la habían llevado. Puede que la esgrima y el uso de la espada fueran un arte de combate menor, pero el instrumento, la katana, era un objeto noble y nos había servido bien. Era un pedazo de historia.
Volví al presente y miré al hombre, serio. Me pregunté qué pensaría de mí, pero al buscar en sus ojos aprovechando un momento en que no me miraba, no encontré respuestas.
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Se había precipitado. Aquel chico no quería hacer nada malo. Sin dejar de vigilarle, dejó que saliese de debajo suya y escuchó sus palabras sin decir nada. No sabía nada de esa "Ingarvia", aunque su espada sí que le interesaba. Observó con curiosidad la posición en la que se había sentado. La misma que empleaban para sentarse en Wano, seiza... "Los bárbaros no se sientan sobre sus piernas de esa manera. ¿Seguro que este chico no es de Wano?" Cogió la katana que le tendía, con cierta reticencia. Con ese gesto le quedó claro que no era un samurai. La espada de un samurai era su alma, y el propio Shun no le hubiese confiado a Meiyo a nadie. Como mucho a Alex-sama y a Krauser-san, el herrero que había reforjado su katana.
- Dices ser de esa... Ingarvia - dijo, sacando fuera de la vaina varios centímetros de filo y observándolos - Pero tu forma de sentarte y hablar es de Wano. Y este acero también lo es.
Envainó la katana y se la tendió. Acto seguido se levantó y comenzó a reunir hojas y tallos de bambú sueltos. No era fácil hacer una hoguera con aquello, pero contaba con sus propios medios. En cuanto hubo reunido un buen montón, cogió su katana y la desenvainó. la introdujo dentro del montón y activó su Hinoken. El arma se prendió en llamas, y con ella, la madera comenzó a quemarse. Esperó a que el fuego se avivara, y entonces aprovechó el aire caliente para crear una corriente de viento cálido que le secara en pocos segundos. Hecho eso, se vistió y se hizo la coleta con esmero y parsimonia. Una vez estuvo presentable y con sus armas al cinto, se sentó y cogió su saquito. Lo abrió, mostrando un montón de frutos secos.
- No tengo nada más que comer. Puedo ofrecerte esto y un poco de música. A cambio sólo te pediré una historia - dijo, partiendo la cáscara de un cacahuete - Intercambiar historias es la mejor manera de pasar el rato y entender a las gentes de otros lugares.
Dejó el saco entre ambos para poder coger frutos con comodidad, y sacó su flauta. Se la llevó a los labios, cerró los ojos y dejó las notas fluir. Sus dedos se deslizaron por el instrumento con delicadeza y dulzura, como si acariciase a su amada. Una melodía no demasiado lenta pero sí evocadora y emotiva comenzó a sonar. Cada nota parecía evocar imágenes de tierras lejanas, de aventuras pasadas. Historias tanto felices como tristes. O al menos todos esos significados tenía aquello para Shun. Siguió tocando, durante un largo rato, sin importarle el tener público. Tocó y tocó hasta sentirse desahogado, y entonces, separó sus labios de la flauta.
- Cuéntame una historia pues, viajero.
- Dices ser de esa... Ingarvia - dijo, sacando fuera de la vaina varios centímetros de filo y observándolos - Pero tu forma de sentarte y hablar es de Wano. Y este acero también lo es.
Envainó la katana y se la tendió. Acto seguido se levantó y comenzó a reunir hojas y tallos de bambú sueltos. No era fácil hacer una hoguera con aquello, pero contaba con sus propios medios. En cuanto hubo reunido un buen montón, cogió su katana y la desenvainó. la introdujo dentro del montón y activó su Hinoken. El arma se prendió en llamas, y con ella, la madera comenzó a quemarse. Esperó a que el fuego se avivara, y entonces aprovechó el aire caliente para crear una corriente de viento cálido que le secara en pocos segundos. Hecho eso, se vistió y se hizo la coleta con esmero y parsimonia. Una vez estuvo presentable y con sus armas al cinto, se sentó y cogió su saquito. Lo abrió, mostrando un montón de frutos secos.
- No tengo nada más que comer. Puedo ofrecerte esto y un poco de música. A cambio sólo te pediré una historia - dijo, partiendo la cáscara de un cacahuete - Intercambiar historias es la mejor manera de pasar el rato y entender a las gentes de otros lugares.
Dejó el saco entre ambos para poder coger frutos con comodidad, y sacó su flauta. Se la llevó a los labios, cerró los ojos y dejó las notas fluir. Sus dedos se deslizaron por el instrumento con delicadeza y dulzura, como si acariciase a su amada. Una melodía no demasiado lenta pero sí evocadora y emotiva comenzó a sonar. Cada nota parecía evocar imágenes de tierras lejanas, de aventuras pasadas. Historias tanto felices como tristes. O al menos todos esos significados tenía aquello para Shun. Siguió tocando, durante un largo rato, sin importarle el tener público. Tocó y tocó hasta sentirse desahogado, y entonces, separó sus labios de la flauta.
- Cuéntame una historia pues, viajero.
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El mundo se me cayó encima cuando el samurái me certificó que no conocía Ingarvia. -Somos parias.-Susurré sin darme cuenta. Esa era la verdad. Sus antepasados les habían ocultado la fuga de nuestros ancestros, habían dejado que nuestro rastro y nuestra memoria se perdiera en el polvo, deseando que nos hundiéramos en el mar para nunca dar explicaciones. Era lo único que tenía sentido si no. Porque este hombre provenía de allí y a juzgar por sus reflejos, su mesura y su katana no era de bajo rango. Yo y mis congéneres no éramos entonces más que desconocidos, abandonados a nuestra suerte siglos ha.
Me levanté con furia en la mirada. No era justo. Mis antepasados habían sufrido las penurias del mar y de la tierra virgen. La habían domado y habían hecho de ella su hogar. Habían sobrevivido. Habíamos sobrevivido. Contrario a lo que había creído, no habíamos contado con ayuda de ninguna clase, pero lo habíamos logrado. ¿Nuestra recompensa? La nada. El anonimato. Qué tremenda injusticia. Traté de calmarme. Ellos nos habían enterrado sin nosotros saberlo siquiera, pero ah. No dejaría que esto siguiera así. Ellos... todos los habitantes de Wano debían saberlo. No éramos menos dignos por habernos criado en otro lugar. Ya no éramos como ellos, pero nuestros pasados estaban entrelazados, y algo así no debería ignorarse.
Tomé la katana y me la puse en la cintura. Le observé mientras reunía tallos y hojas de bambú. Me pregunté cómo pretendía prenderles fuego, pero lo envuelto en llamas fue su espada. Abrí los ojos con sorpresa y mi ira anterior se desvaneció. Volaba y tenía un acero mágico, ¿Qué más poderes ocultaría? Rechacé con un gesto los frutos que me ofrecía, pero esbocé una sonrisa triste al oír la promesa de música. Eso si era bueno.
-Mi barco está anclado en la playa. A unos 15 minutos, y en él tengo pescado, algo de carne e incluso unos pocos frutos y vegetales en caso de que te abstengas de comerla. Iré y al volver te lo explicaré. Me servirá para ordenar mis ideas. Esto no ha ido como lo planeaba.
Desaparecí entre los árboles antes de oír su respuesta. Supongo que no se le habría pasado por alto el hecho de que no le había tratado de usted. La verdad es que desde pequeño siempre me habían encantado las historias sobre Wano. La octava solía contarme muchas cuando éramos niños, aunque nunca supe como conocía tantas. Había desarrollado un respeto casi reverencial por esos hombres que luchaban por su honor y su señor, tan parecidos y a la vez tan diferentes a nuestros Guardianes. Pero esa gente nos había abandonado en cuanto escogimos un camino diferente. No eran superiores, no eran nuestros maestros. Simplemente nos habíamos convertido en otro pueblo. Y aunque ese hombre no me había causado ningún mal ya no era capaz de guardarle el respeto.
Llegué a mi barco y cogí un poco de todo lo que vi, colocándolo en una cesta. Agarré también un par de palos y me volví a adentrar entre los árboles. Una vez llegué le saludé con una cabezada y me senté frente a él sobre mis talones, colocando la cesta entre ambos. Corté un cacho de carne con la katana y lo envolví en sedosas hojas de plátano. Con ambos palos la coloqué sobre el fuego y comencé darle vueltas y toquecitos para que se cocinase. Entre tanto, cogí aire y comencé a hablar.
-Verás...crecí oyendo hablar de gente como tú. Los grandes y honorables samuráis de Wano, todo un ejemplo para nosotros. Hay quien todavía tiene esperanzas de reanudar las relaciones entre nuestras islas. Pero por lo que me has dicho, serán un fracaso. ¿No nos conocéis, verdad?
Le miré a los ojos, acusándole con la mirada porque no tenía a nadie más a quien culpar.
-Nos olvidasteis. Nuestros ancestros eran samuráis. Un día quisieron irse, formar otra colonia pues empezaba a haber demasiada gente. Los tres Antiguos partieron y tras tres lunas de viaje encontraron Ingarvia. Era una tierra virgen, y les costó abrirse paso. Pero lo lograron, y volvieron. Muchos no quisieron irse. Otros, los criticaron e incluso los apedrearon. Algunas mujeres y jóvenes parejas vinieron y eso fue suficiente. Logramos sobrevivir e instaurar nuestras propias costumbres. Pensamos que seríamos parte de la historia. Muchos dejaron atrás a sus familiares, pero cuando volvieron a visitarlos se les negaba la entrada. Creíamos que con los años cambiaríais vuestra opinión y esa ilusión dura hasta hoy. Pero veo que no es así.
Llegaba una parte complicada. Suspiré y agarré la carne con la punta de los dedos. Estaba tierna y se deshacía, por lo que podía comerla sin cubiertos y seguir hablando a la vez. Una punzada de dolor me recorrió al relatar mi suerte, pero seguí adelante.
-No somos samuráis. Lo más parecido son los Guardianes. Yo mismo soy un Guardián, aunque todavía no estoy consagrado. Los Guardianes se entregan a una persona de por vida. Es un vínculo que va más allá del honor o del deber. Se trata de una conexión que se reinstaura entre dos personas tras la reencarnación de la carne. Generalmente, sabes quién es tu protegido antes de formarte, pues es alguien conocido. No es mi caso, y esa es la razón por la que me encuentro tan lejos. Debo buscarle antes de volver.
Le miré con seriedad y curiosidad a la vez, preguntándome que pensaría de lo que había dicho. Igual me llamaba sacrílego y desenvainaba... pero ojalá en vez siguiera tocando la flauta. Lo hacía bien. Si no se enfadaba, me uniría a él al terminar la comida.
Me levanté con furia en la mirada. No era justo. Mis antepasados habían sufrido las penurias del mar y de la tierra virgen. La habían domado y habían hecho de ella su hogar. Habían sobrevivido. Habíamos sobrevivido. Contrario a lo que había creído, no habíamos contado con ayuda de ninguna clase, pero lo habíamos logrado. ¿Nuestra recompensa? La nada. El anonimato. Qué tremenda injusticia. Traté de calmarme. Ellos nos habían enterrado sin nosotros saberlo siquiera, pero ah. No dejaría que esto siguiera así. Ellos... todos los habitantes de Wano debían saberlo. No éramos menos dignos por habernos criado en otro lugar. Ya no éramos como ellos, pero nuestros pasados estaban entrelazados, y algo así no debería ignorarse.
Tomé la katana y me la puse en la cintura. Le observé mientras reunía tallos y hojas de bambú. Me pregunté cómo pretendía prenderles fuego, pero lo envuelto en llamas fue su espada. Abrí los ojos con sorpresa y mi ira anterior se desvaneció. Volaba y tenía un acero mágico, ¿Qué más poderes ocultaría? Rechacé con un gesto los frutos que me ofrecía, pero esbocé una sonrisa triste al oír la promesa de música. Eso si era bueno.
-Mi barco está anclado en la playa. A unos 15 minutos, y en él tengo pescado, algo de carne e incluso unos pocos frutos y vegetales en caso de que te abstengas de comerla. Iré y al volver te lo explicaré. Me servirá para ordenar mis ideas. Esto no ha ido como lo planeaba.
Desaparecí entre los árboles antes de oír su respuesta. Supongo que no se le habría pasado por alto el hecho de que no le había tratado de usted. La verdad es que desde pequeño siempre me habían encantado las historias sobre Wano. La octava solía contarme muchas cuando éramos niños, aunque nunca supe como conocía tantas. Había desarrollado un respeto casi reverencial por esos hombres que luchaban por su honor y su señor, tan parecidos y a la vez tan diferentes a nuestros Guardianes. Pero esa gente nos había abandonado en cuanto escogimos un camino diferente. No eran superiores, no eran nuestros maestros. Simplemente nos habíamos convertido en otro pueblo. Y aunque ese hombre no me había causado ningún mal ya no era capaz de guardarle el respeto.
Llegué a mi barco y cogí un poco de todo lo que vi, colocándolo en una cesta. Agarré también un par de palos y me volví a adentrar entre los árboles. Una vez llegué le saludé con una cabezada y me senté frente a él sobre mis talones, colocando la cesta entre ambos. Corté un cacho de carne con la katana y lo envolví en sedosas hojas de plátano. Con ambos palos la coloqué sobre el fuego y comencé darle vueltas y toquecitos para que se cocinase. Entre tanto, cogí aire y comencé a hablar.
-Verás...crecí oyendo hablar de gente como tú. Los grandes y honorables samuráis de Wano, todo un ejemplo para nosotros. Hay quien todavía tiene esperanzas de reanudar las relaciones entre nuestras islas. Pero por lo que me has dicho, serán un fracaso. ¿No nos conocéis, verdad?
Le miré a los ojos, acusándole con la mirada porque no tenía a nadie más a quien culpar.
-Nos olvidasteis. Nuestros ancestros eran samuráis. Un día quisieron irse, formar otra colonia pues empezaba a haber demasiada gente. Los tres Antiguos partieron y tras tres lunas de viaje encontraron Ingarvia. Era una tierra virgen, y les costó abrirse paso. Pero lo lograron, y volvieron. Muchos no quisieron irse. Otros, los criticaron e incluso los apedrearon. Algunas mujeres y jóvenes parejas vinieron y eso fue suficiente. Logramos sobrevivir e instaurar nuestras propias costumbres. Pensamos que seríamos parte de la historia. Muchos dejaron atrás a sus familiares, pero cuando volvieron a visitarlos se les negaba la entrada. Creíamos que con los años cambiaríais vuestra opinión y esa ilusión dura hasta hoy. Pero veo que no es así.
Llegaba una parte complicada. Suspiré y agarré la carne con la punta de los dedos. Estaba tierna y se deshacía, por lo que podía comerla sin cubiertos y seguir hablando a la vez. Una punzada de dolor me recorrió al relatar mi suerte, pero seguí adelante.
-No somos samuráis. Lo más parecido son los Guardianes. Yo mismo soy un Guardián, aunque todavía no estoy consagrado. Los Guardianes se entregan a una persona de por vida. Es un vínculo que va más allá del honor o del deber. Se trata de una conexión que se reinstaura entre dos personas tras la reencarnación de la carne. Generalmente, sabes quién es tu protegido antes de formarte, pues es alguien conocido. No es mi caso, y esa es la razón por la que me encuentro tan lejos. Debo buscarle antes de volver.
Le miré con seriedad y curiosidad a la vez, preguntándome que pensaría de lo que había dicho. Igual me llamaba sacrílego y desenvainaba... pero ojalá en vez siguiera tocando la flauta. Lo hacía bien. Si no se enfadaba, me uniría a él al terminar la comida.
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La promesa de comida diferente a frutos secos era agradable. Parecía que había tenido suerte al encontrarse con aquel chico. Esperó con paciencia a que volviera, cerrando los ojos y meditando mientras no volvía. No tardó en volver, con una cesta llena de comida. Shun abrió los ojos al notar la presencia acercándose, y esperó pacientemente a que posase la cesta. Imitó a su inesperado compañero y trinchó un cacho de carne con un palo. Después clavó el palo en el suelo, junto al fuego, dejando que se hiciera. Fue entonces cuando tomó la flauta, tocando mientras contaba su historia. El chico no le decepcionó, y escogió la del origen de su pueblo. Era interesante cuanto menos, pero no le gustaba la rabia y frustración que ocultaban sus palabras. Cuando acabó de hablar, dejó de tocar la flauta y cogió su cacho de carne. Sopló para enfriarlo, y le dio un mordisco. Comió sin prisas, antes de empezar a hablar.
- Desconocía esa historia, sí. Sin embargo no entiendo tu frustración.
Dio otro mordisco a la carne y lo masticó con parsimonia, antes de seguir hablando. La actitud del samurai era de completa calma, como si no tuviese nada mejor que hacer que disfrutar del silencio y de un día de calma. Finalmente tragó, y siguió hablando.
- No se si has estado en Wano alguna vez, pero es una isla muy grande. Cruzarla de un lado a otro entre sus puntos más alejados puede llevar semanas, incluso más si no conoces los senderos adecuados o sufres contratiempos. Lo más probable es que toda tu gente proceda de una de las regiones de Wano, y que en la mía no conozcamos la historia.
Clavó el palo de nuevo en el suelo para poder soltar la carne y tomó su cantimplora. Esta era un recipiente cilíndrico de bambú, cuya tapa era del mismo material. Dio un generoso trago, echando de menos un buen trago de sake que llevarse a la boca. "Está bien así. El alcohol nubla los sentidos y el juicio." Miró a los ojos al chico, una vez acabó de beber, y le dijo con seriedad:
- Tal vez nuestros antepasados cometieran errores. O tal vez sea lo que yo he dicho. Eso no lo se. Pero lo que sí se es que no entiendo vuestras preocupaciones. Si pretendéis reanudar las relaciones con Wano no tenéis más que mandar un emisario a Shogun. Yo como samurai entiendo mejor que mucha gente la importancia del orgullo, pero también entiendo que no tiene sentido sentirse herido porque tras siglos de aislamiento se haya olvidado a tu pueblo. Si no ha habido contactos desde entonces, por mucho que se guardasen historias de tu pueblo, a estas alturas no serían más que historias populares tratadas como poco más que leyendas, y posiblemente deformadas por el paso de los años. Aunque - dijo, antes de beber otro trago - Tal vez me equivoque. Al fin y al cabo no se cuánto hace que tu pueblo dejó Wano. Y lo que sí se es que la memoria de la gente no se puede borrar con mala voluntad. Si tu pueblo dejó Wano no hace demasiado, dudo que porque hubiese gente contraria a vuestra decisión se olvidase vuestra historia. Esto nos devuelve a lo que dije al principio. O venís de una región diferente a la mía, o simplemente ha pasado demasiado tiempo sin que volviese a haber contacto entre ambos - miró al chico con suspicacia - ¿No decías a caso que esa espada tenía más de cuatro siglos?
Cerró la cantimplora y cogió el cacho de carne, comiéndolo con algo más de prisa. Tenía bastante hambre, aunque no se había dado cuenta hasta aquel momento. Terminó de devorar la comida, y echó el palo al fuego. Cogió un puñado de frutos secos y comenzó a comérselos con calma.
- Aun no me he presentado. Mi nombre es Shun Hiroyuki, y mi señor es Alex Drachen, el Rey de los Cazadores. Supongo que podrá resultar extraño que siendo samurai no sirva a un daimyo, pero es una larga historia - observó con cierta curiosidad al joven - ¿Qué función cumplen los Guardianes? O más bien, ¿cómo aparecieron?
Shun dirigió una inquisitiva mirada a su compañero, dejando los frutos secos en el saco y entrecruzando las manos. No solía hablar tanto. El samurai era un hombre de pocas palabras, que normalmente prefería el silencio a las conversaciones innecesarias. Una consecuencia de su pasado y las horribles vivencias de este, que habían transformado a un joven samurai lleno de esperanzas en un hombre cansado de la vida, que tan sólo seguía luchando día tras día, esperando a que la muerte se lo llevara y lo liberase de su sufrimiento. En aquel momento las cosas habían cambiado, y era algo más optimista con respecto a su vida, pero no demasiado. Unos pocos meses de felicidad con su nueva gente no iban a borrar años de amargura y los recuerdos de la fatídica noche en que vio su mundo arder.
- Desconocía esa historia, sí. Sin embargo no entiendo tu frustración.
Dio otro mordisco a la carne y lo masticó con parsimonia, antes de seguir hablando. La actitud del samurai era de completa calma, como si no tuviese nada mejor que hacer que disfrutar del silencio y de un día de calma. Finalmente tragó, y siguió hablando.
- No se si has estado en Wano alguna vez, pero es una isla muy grande. Cruzarla de un lado a otro entre sus puntos más alejados puede llevar semanas, incluso más si no conoces los senderos adecuados o sufres contratiempos. Lo más probable es que toda tu gente proceda de una de las regiones de Wano, y que en la mía no conozcamos la historia.
Clavó el palo de nuevo en el suelo para poder soltar la carne y tomó su cantimplora. Esta era un recipiente cilíndrico de bambú, cuya tapa era del mismo material. Dio un generoso trago, echando de menos un buen trago de sake que llevarse a la boca. "Está bien así. El alcohol nubla los sentidos y el juicio." Miró a los ojos al chico, una vez acabó de beber, y le dijo con seriedad:
- Tal vez nuestros antepasados cometieran errores. O tal vez sea lo que yo he dicho. Eso no lo se. Pero lo que sí se es que no entiendo vuestras preocupaciones. Si pretendéis reanudar las relaciones con Wano no tenéis más que mandar un emisario a Shogun. Yo como samurai entiendo mejor que mucha gente la importancia del orgullo, pero también entiendo que no tiene sentido sentirse herido porque tras siglos de aislamiento se haya olvidado a tu pueblo. Si no ha habido contactos desde entonces, por mucho que se guardasen historias de tu pueblo, a estas alturas no serían más que historias populares tratadas como poco más que leyendas, y posiblemente deformadas por el paso de los años. Aunque - dijo, antes de beber otro trago - Tal vez me equivoque. Al fin y al cabo no se cuánto hace que tu pueblo dejó Wano. Y lo que sí se es que la memoria de la gente no se puede borrar con mala voluntad. Si tu pueblo dejó Wano no hace demasiado, dudo que porque hubiese gente contraria a vuestra decisión se olvidase vuestra historia. Esto nos devuelve a lo que dije al principio. O venís de una región diferente a la mía, o simplemente ha pasado demasiado tiempo sin que volviese a haber contacto entre ambos - miró al chico con suspicacia - ¿No decías a caso que esa espada tenía más de cuatro siglos?
Cerró la cantimplora y cogió el cacho de carne, comiéndolo con algo más de prisa. Tenía bastante hambre, aunque no se había dado cuenta hasta aquel momento. Terminó de devorar la comida, y echó el palo al fuego. Cogió un puñado de frutos secos y comenzó a comérselos con calma.
- Aun no me he presentado. Mi nombre es Shun Hiroyuki, y mi señor es Alex Drachen, el Rey de los Cazadores. Supongo que podrá resultar extraño que siendo samurai no sirva a un daimyo, pero es una larga historia - observó con cierta curiosidad al joven - ¿Qué función cumplen los Guardianes? O más bien, ¿cómo aparecieron?
Shun dirigió una inquisitiva mirada a su compañero, dejando los frutos secos en el saco y entrecruzando las manos. No solía hablar tanto. El samurai era un hombre de pocas palabras, que normalmente prefería el silencio a las conversaciones innecesarias. Una consecuencia de su pasado y las horribles vivencias de este, que habían transformado a un joven samurai lleno de esperanzas en un hombre cansado de la vida, que tan sólo seguía luchando día tras día, esperando a que la muerte se lo llevara y lo liberase de su sufrimiento. En aquel momento las cosas habían cambiado, y era algo más optimista con respecto a su vida, pero no demasiado. Unos pocos meses de felicidad con su nueva gente no iban a borrar años de amargura y los recuerdos de la fatídica noche en que vio su mundo arder.
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Escuché con atención las palabras del experimentado samurai. Al principio con ira, pero según iba hablando la rabia abandonó mi cuerpo y fue sustituida por el hastío y el cansancio. No llevaba más que un par de semanas viajando, pero se me había hecho eterno. Estaba claro que mi persona especial no iba a hallarse en esta isla, en la que solo parecía haber bosques de bambú, y no tenía muy claro a donde dirigirme. La idea de ir hasta el país de Wano tan solo me llenaba de inquietud. Un Guardián sin consagrar no podía ser un buen emisario de su pueblo, sobretodo porque aunque consiguiera una explicación no podría volver a mi isla para comunicarla. El viaje sería largo, pues ignoraba como llegar, y posiblemente también inútil. ¿Semanas enteras para atravesar una isla? ¿De verdad existían tierras tan grandes? Sonaba a cuento de hadas, pero a juzgar por la mirada de seriedad del samurai, este no bromeaba ni un ápice. Volví a sentarme mientras suspiraba y me apoyaba una mano en la frente, de nuevo me dolía la cabeza. Cogí un par de frutos secos y los fui devorando mientras pensaba qué decir. Al final deduje que lo único sensato era disculparme por mi arrebato.
-Te ruego me disculpes, pero llevo 16 días viajando y no estoy acostumbrado a estar fuera de casa. Estoy algo tenso y no pienso lo que digo. Sin duda tus palabras son sabias, pero el acercarme a Wano es para mí del todo imposible e inútil, en caso de que lo lograse. Así que estoy en la casilla de salida.
Ambos habíamos terminado de comer, por lo que fui recogiendo los restos y guardándolos, aunque no apagué la hoguera. Pronto se haría de noche, y nos vendría bien el fuego. Una sonrisa fugaz se coló en mi rostro cuando preguntó por los guardianes. Era mi orgullo pertenecer a ellos. Pero pronto fue sustituida por una expresión de preocupación. Le miré, tratando de parecer amable y reparar el daño causado. Realmente él no tenía culpa de nada, y yo tan solo estaba demasiado cansado y estresado. Necesitaba relajarme.
-Por favor, no dejes de tocar mientras hablo. Es una hermosa música esa que haces surgir, y me ayuda a calmarme el escucharte.
Respiré hondo y recordé la primera vez que había empuñado la katana. Miré al samurai a los ojos y comencé a hablar más tranquilo.
-Nadie vivo está seguro de cómo surgieron, pero en nuestro pueblo comenzó a darse un fenómeno interesante. Éramos pocos, y no muchos se interesaban por el entrenamiento de samurái. Algunos, al cumplir cierta edad, comenzaron a desarrollar un afán protector por otra persona del poblado. No tenían ni que conocerla, pero el impulso de protegerla, salvaguardarla de todo mal era demasiado fuerte. Acudieron a los más ancianos para que les transmitieran las artes de lucha que les permitirían llevar a cabo su cometido. La relación entre un guardián y su protegido es muy, muy especial. Es una conexión entre dos almas. Uno siempre sabe donde está el otro, e incluso intuye su estado de ánimo. Negar esa conexión puede matarlos.
Hice una pausa y miré al suelo con tristeza. También yo anhelaba sentir esas cosas. Aún estaba esperando los sueños acerca de esa persona, que me irían diciendo cómo de próxima se encontraba. Pero por ahora en mis noches sólo había negra soledad.
-Con el paso de los años fueron construyendo sus propias costumbres, su propia... manera, de ser. Las armas que poseemos, son las que nuestros antepasados trajeron de Wano, he ahí el origen de esta katana. Pero a diferencia de vosotros, para nosotros es tan solo un instrumento. Valioso, y digno del mayor de los respetos, pero tan solo una herramienta. Espero que no te ofendas.
Sin saber qué más decir sin dar a conocer la gravedad de mi situación cogí con delicadeza mi flauta de ónice, y tras acariciarla un momento me la llevé a los labios, con tanta suavidad como si la estuviera besando. En menos de un minuto había logrado entretejer mi melodía a la del samurái, mis hombros se habían relajado y todo yo estaba más descansado. Era increíble, el poder de la música, o más bien, su efecto sobre mí.
-Te ruego me disculpes, pero llevo 16 días viajando y no estoy acostumbrado a estar fuera de casa. Estoy algo tenso y no pienso lo que digo. Sin duda tus palabras son sabias, pero el acercarme a Wano es para mí del todo imposible e inútil, en caso de que lo lograse. Así que estoy en la casilla de salida.
Ambos habíamos terminado de comer, por lo que fui recogiendo los restos y guardándolos, aunque no apagué la hoguera. Pronto se haría de noche, y nos vendría bien el fuego. Una sonrisa fugaz se coló en mi rostro cuando preguntó por los guardianes. Era mi orgullo pertenecer a ellos. Pero pronto fue sustituida por una expresión de preocupación. Le miré, tratando de parecer amable y reparar el daño causado. Realmente él no tenía culpa de nada, y yo tan solo estaba demasiado cansado y estresado. Necesitaba relajarme.
-Por favor, no dejes de tocar mientras hablo. Es una hermosa música esa que haces surgir, y me ayuda a calmarme el escucharte.
Respiré hondo y recordé la primera vez que había empuñado la katana. Miré al samurai a los ojos y comencé a hablar más tranquilo.
-Nadie vivo está seguro de cómo surgieron, pero en nuestro pueblo comenzó a darse un fenómeno interesante. Éramos pocos, y no muchos se interesaban por el entrenamiento de samurái. Algunos, al cumplir cierta edad, comenzaron a desarrollar un afán protector por otra persona del poblado. No tenían ni que conocerla, pero el impulso de protegerla, salvaguardarla de todo mal era demasiado fuerte. Acudieron a los más ancianos para que les transmitieran las artes de lucha que les permitirían llevar a cabo su cometido. La relación entre un guardián y su protegido es muy, muy especial. Es una conexión entre dos almas. Uno siempre sabe donde está el otro, e incluso intuye su estado de ánimo. Negar esa conexión puede matarlos.
Hice una pausa y miré al suelo con tristeza. También yo anhelaba sentir esas cosas. Aún estaba esperando los sueños acerca de esa persona, que me irían diciendo cómo de próxima se encontraba. Pero por ahora en mis noches sólo había negra soledad.
-Con el paso de los años fueron construyendo sus propias costumbres, su propia... manera, de ser. Las armas que poseemos, son las que nuestros antepasados trajeron de Wano, he ahí el origen de esta katana. Pero a diferencia de vosotros, para nosotros es tan solo un instrumento. Valioso, y digno del mayor de los respetos, pero tan solo una herramienta. Espero que no te ofendas.
Sin saber qué más decir sin dar a conocer la gravedad de mi situación cogí con delicadeza mi flauta de ónice, y tras acariciarla un momento me la llevé a los labios, con tanta suavidad como si la estuviera besando. En menos de un minuto había logrado entretejer mi melodía a la del samurái, mis hombros se habían relajado y todo yo estaba más descansado. Era increíble, el poder de la música, o más bien, su efecto sobre mí.
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Atendiendo a la petición de su joven compañero, continuó tocando, dejando que la música fluyera por sí sola. En lugar de tocar alguna de las canciones que conocía, comenzó a improvisar, guiándose por su intuición y su estado de ánimo. La historia del chico era hermosa, aunque a Shun le decepcionó en parte saber que aquellas gentes habían olvidado el bushido. Sin embargo, aquella conexión tan especial de la que hablaba le inspiró, y su canción comenzó a tomar forma por sí sola. Dejó los dedos danzar a lo largo del instrumento, mientras una suave y dulce melodía brotaba de este. Pronto el chico dejó de hablar, pero el samurái continuó con su canción. De repente percibió otra flauta tocando a su lado, y aunque no dejó que esto le distrajera, miró hacia su compañero. Confirmó que efectivamente era él que tocaba, y sin darle más importancia continuó con su música.
Mientras tocaba se puso a reflexionar sobre las palabras del chico. Aunque algo en su interior seguía diciéndole que abandonar el bushido era incorrecto, le agradaba en cierto modo la historia de aquellas gentes. Igual era una reminiscencia de su yo joven, más romántico y alegre, un retazo de lo que había sido en un pasado lejano. Antes de que la guerra le arrebatara todo cuanto su corazón amaba y deseaba. Antes de tener que ver cómo de bajo podía caer el ser humano, y qué atrocidades podía llegar a cometer. Así pues... podía entender aquel deseo de proteger a alguien muy cercano. Nadie sabe valorar mejor la compañía de los seres queridos que alguien que los ha perdido. Percibiendo que la canción comenzaba a derivar y volverse más triste, dejó de tocar. Respiró hondo, tratando de volver a un estado de paz, y entonces decidió hablar:
- El silencio es más elocuente que las palabras. No sólo es silencio la ausencia de sonido, si no el prescindir de las palabras por una comunicación más pura. He podido escuchar tu música, y ha dicho más de ti que tus palabras.
Con una media sonrisa, le apoyó una mano en el hombro. Con aquel gesto pretendía mostrarle el sentimiento de camaradería que sentía. Dos hombres de pueblos hermanos, embarcados en un viaje tal vez sin retorno. Alejados de su tierra, y sin más compañía que sus armas y su música. Sin retirar la mano, Shun dijo a continuación:
- Tal vez no sigas los principios del bushido, pero eres un digno portador de esa espada. Y cuando un samurái habla, no lo hace con la cabeza - dijo, señalándose la frente con el índice. A continuación lo bajó y apuntó al pecho del chico - Lo hace con esto. Un samurái no miente ni tergiversa la realidad. Pues la honestidad es su guía y su forma de actuar. Así pues, estate orgulloso de ti mismo, pues no regalo cumplidos a todo el que se cruza en mi camino portando un acero de Wano.
Acto seguido se levantó, dando un par de pasos por el claro. Observó hacia el agua, mientras meditaba sus propias palabras. En ese momento cayó en la cuenta de algo importante. Se giró con parsimonia, y colocándose bien las gafas, dijo:
- Muchacho, sigo sin conocer tu nombre.
Guardianes... no eran tan diferentes de un samurái. ¿O sí? Ellos también protegían a alguien, a su señor. Sin embargo, su relación era muy diferente. Mientras ellos protegían y servían a alguien a quien rara vez llegaban a ver, los guardianes protegían a una persona con la que compartían un fuerte vínculo. "En cierto modo, los envidio" se dijo a sí mismo. Él no había podido escoger a su señor. Tampoco había tenido voz ni voto cuando decidió entrar en guerra y alzarse contra el mismísimo shogun, condenando a la aldea en el proceso. Era cierto, ahora las cosas eran diferentes y había podido escoger a Alex, pero... ¿hasta cuándo iba a durar aquello? Tenía que ser realista. Un gremio de cazadores no era un país. Su señor era un rey sin reino, y siempre había tenido demasiada tendencia a ir por libre. Temía que llegara el día que decidiera disolver Lupus Custos e irse él sólo. En ese momento, ¿qué haría Shun de su vida? No tenía ningún hogar al que regresar. Nadie le esperaba. Estaría solo.
- Desde el día que encuentres a tu protegido, estarás consagrado a él. ¿Pero te has preguntado alguna vez qué sería de ti si le perdieras? - esbozó una sonrisa triste - Una vida sin metas ni sueños es peor que la muerte. Espero que nunca tengas que experimentar algo similar.
Mientras tocaba se puso a reflexionar sobre las palabras del chico. Aunque algo en su interior seguía diciéndole que abandonar el bushido era incorrecto, le agradaba en cierto modo la historia de aquellas gentes. Igual era una reminiscencia de su yo joven, más romántico y alegre, un retazo de lo que había sido en un pasado lejano. Antes de que la guerra le arrebatara todo cuanto su corazón amaba y deseaba. Antes de tener que ver cómo de bajo podía caer el ser humano, y qué atrocidades podía llegar a cometer. Así pues... podía entender aquel deseo de proteger a alguien muy cercano. Nadie sabe valorar mejor la compañía de los seres queridos que alguien que los ha perdido. Percibiendo que la canción comenzaba a derivar y volverse más triste, dejó de tocar. Respiró hondo, tratando de volver a un estado de paz, y entonces decidió hablar:
- El silencio es más elocuente que las palabras. No sólo es silencio la ausencia de sonido, si no el prescindir de las palabras por una comunicación más pura. He podido escuchar tu música, y ha dicho más de ti que tus palabras.
Con una media sonrisa, le apoyó una mano en el hombro. Con aquel gesto pretendía mostrarle el sentimiento de camaradería que sentía. Dos hombres de pueblos hermanos, embarcados en un viaje tal vez sin retorno. Alejados de su tierra, y sin más compañía que sus armas y su música. Sin retirar la mano, Shun dijo a continuación:
- Tal vez no sigas los principios del bushido, pero eres un digno portador de esa espada. Y cuando un samurái habla, no lo hace con la cabeza - dijo, señalándose la frente con el índice. A continuación lo bajó y apuntó al pecho del chico - Lo hace con esto. Un samurái no miente ni tergiversa la realidad. Pues la honestidad es su guía y su forma de actuar. Así pues, estate orgulloso de ti mismo, pues no regalo cumplidos a todo el que se cruza en mi camino portando un acero de Wano.
Acto seguido se levantó, dando un par de pasos por el claro. Observó hacia el agua, mientras meditaba sus propias palabras. En ese momento cayó en la cuenta de algo importante. Se giró con parsimonia, y colocándose bien las gafas, dijo:
- Muchacho, sigo sin conocer tu nombre.
Guardianes... no eran tan diferentes de un samurái. ¿O sí? Ellos también protegían a alguien, a su señor. Sin embargo, su relación era muy diferente. Mientras ellos protegían y servían a alguien a quien rara vez llegaban a ver, los guardianes protegían a una persona con la que compartían un fuerte vínculo. "En cierto modo, los envidio" se dijo a sí mismo. Él no había podido escoger a su señor. Tampoco había tenido voz ni voto cuando decidió entrar en guerra y alzarse contra el mismísimo shogun, condenando a la aldea en el proceso. Era cierto, ahora las cosas eran diferentes y había podido escoger a Alex, pero... ¿hasta cuándo iba a durar aquello? Tenía que ser realista. Un gremio de cazadores no era un país. Su señor era un rey sin reino, y siempre había tenido demasiada tendencia a ir por libre. Temía que llegara el día que decidiera disolver Lupus Custos e irse él sólo. En ese momento, ¿qué haría Shun de su vida? No tenía ningún hogar al que regresar. Nadie le esperaba. Estaría solo.
- Desde el día que encuentres a tu protegido, estarás consagrado a él. ¿Pero te has preguntado alguna vez qué sería de ti si le perdieras? - esbozó una sonrisa triste - Una vida sin metas ni sueños es peor que la muerte. Espero que nunca tengas que experimentar algo similar.
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Akuma no mi
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Cerré los ojos, notando como mis hombros se iban relajando, seguidos del resto de mi cuerpo. Amaba la música igual que el fuego la madera, o el océano a la luna. La música era aquello que jamás podrían quitarme, que estaría junto a mi en las buenas y las horribles, dándome fuerzas y animándome a seguir. Ningún ser humano podría ser tan perfecto como ella. Al coger la flauta, no la tocaba; la honraba. Sabía que para los samuráis su katana era algo así como su alma. Podía entender esa conexión especial tan solo rozando mi instrumento. Hecha a mano, era única en el mundo. El artesano había tallado el ónice con habilidad excepcional, dando lugar a una pieza única compuesta de infinitas caras de la misma piedra. Desde la primera vez que la había notado en mis manos hasta que había logrado tocarla y hasta ahora, jamás me había fallado. ''Si la perdiera, me sentiría desnudo''. -Pensé al darme cuenta. Pero perderla no era un peligro real. Una parte de mi mente siempre estaba con la flauta, al fin y al cabo.
La música que el samurái hacía surgir estaba cambiando, volviéndose melancólica y triste a cada nota. Él también guardaba pesares en su corazón y en su pasado, y en ese momento me compadecí de él. Fuimos avanzando hacia el final hasta que la melodía se disolvió por su propio peso en el aire. Bajé mi instrumento y respiré hondo antes de abrir los ojos como si hubiera estado soñando. Incluso las cañas de bambú me parecían más verdes que antes. Ahora estaba más relajado y confiado en compañía del samurái. Le miró; sonreía. Le contó que su música había dicho de él más que las palabras. El peliazul asintió, estando de acuerdo.
De repente, el hombre se había acercado y le había puesto la mano en el hombro. Keth se sobresaltó, poco acostumbrado al contacto humano. Entendía que no quería hacerle mal, pero en la escala de cosas a las que Keth estaba acostumbrado, esto era demasiado íntimo. Incluso podía oler al samurái a su lado. Olía a bambú, a acero y a limpio. Keth bajó la cabeza mientras respiraba hondo, tratando de no sonrojarse y centrarse en lo que le estaba contando. El hombre le señaló al corazón y el peliazul le miró, sorprendido pero agradecido por sus palabras. No sabía lo que había ocurrido hace cuatro siglos entre Wano e Ingarvia. Tal vez no llegara a saberlo nunca. Pero si todos allá eran iguales a esta persona, lo más seguro es que hubiera habido un malentendido. Keth bajó la cabeza de nuevo, esta vez en señal de humildad.
-Es un honor recibir esas palabras. Daré mi mejor esfuerzo para ser digno de esos elogios.
La katana a su lado podía ser un trozo de historia y acero, pero las palabras... las palabras eran otra cosa. Las palabras hacen cosas extrañas con los hombres. Keth les tenía respeto, como cualquier hombre sensato. Y entonces oyó la voz del samurái. Se levantó también.
-Mi nombre es Keth - Selim. Ámbar me lo regaló al cumplir los catorce años.- Por primera vez desde que había salido de su isla, Keth sonrió abrumado por los recuerdos. Estaba orgulloso de su nombre, y hablar de la niña cuentacuentos le hacía recordar el cariño que le tenía. De repente oyó las palabras de Shun y su sonrisa se perdió como si nunca hubiera estado ahí.
-Para perder a alguien, primero he de encontrarlo. Puede que nunca lo consiga, y muera antes de saber quién es. Pero incluso si le encuentro, él o ella no sabrá quien soy. Tendré que explicárselo todo y aún sintiendo la conexión podrá escoger echarme. Entonces tendría que convertirme en su sombra y protegerle sin que lo sepa, porque irme nos mataría.
Conocía los riesgos, por supuesto. ¿Pero acaso tenía otra opción?
-Estoy atado a esa persona... si el o ella muere, yo lo haré también. Una vida sin mi protegido no es vida. Peor que la muerte... ¿Crees que no te entiendo? Estoy viviendo con media alma, con medio corazón... y no se si algún día estaré completo. Dime, samurái, ¿Es eso mejor?
Avancé hasta la orilla del río y por un momento contemplé el echarme a nadar. Pero respiré hondo, no era necesario hacer una pataleta solo por un poco de agua. Me mordí el labio, nervioso. En realidad no sabía lo que le había ocurrido a Shun, ni cómo de grave era, pero algo había. Eso era evidente. Traté de animarle un poco, sin saber muy bien qué decir.
-Tú tienes suerte, si me permites que te lo diga. Tu futuro está en tus manos, puedes ir allí a donde te lleve el viento. Yo tengo cadenas que me impiden mirar por mi mismo. He escogido mi camino y no pretendo quejarme... pero podrías estar peor. Piénsalo.
La música que el samurái hacía surgir estaba cambiando, volviéndose melancólica y triste a cada nota. Él también guardaba pesares en su corazón y en su pasado, y en ese momento me compadecí de él. Fuimos avanzando hacia el final hasta que la melodía se disolvió por su propio peso en el aire. Bajé mi instrumento y respiré hondo antes de abrir los ojos como si hubiera estado soñando. Incluso las cañas de bambú me parecían más verdes que antes. Ahora estaba más relajado y confiado en compañía del samurái. Le miró; sonreía. Le contó que su música había dicho de él más que las palabras. El peliazul asintió, estando de acuerdo.
De repente, el hombre se había acercado y le había puesto la mano en el hombro. Keth se sobresaltó, poco acostumbrado al contacto humano. Entendía que no quería hacerle mal, pero en la escala de cosas a las que Keth estaba acostumbrado, esto era demasiado íntimo. Incluso podía oler al samurái a su lado. Olía a bambú, a acero y a limpio. Keth bajó la cabeza mientras respiraba hondo, tratando de no sonrojarse y centrarse en lo que le estaba contando. El hombre le señaló al corazón y el peliazul le miró, sorprendido pero agradecido por sus palabras. No sabía lo que había ocurrido hace cuatro siglos entre Wano e Ingarvia. Tal vez no llegara a saberlo nunca. Pero si todos allá eran iguales a esta persona, lo más seguro es que hubiera habido un malentendido. Keth bajó la cabeza de nuevo, esta vez en señal de humildad.
-Es un honor recibir esas palabras. Daré mi mejor esfuerzo para ser digno de esos elogios.
La katana a su lado podía ser un trozo de historia y acero, pero las palabras... las palabras eran otra cosa. Las palabras hacen cosas extrañas con los hombres. Keth les tenía respeto, como cualquier hombre sensato. Y entonces oyó la voz del samurái. Se levantó también.
-Mi nombre es Keth - Selim. Ámbar me lo regaló al cumplir los catorce años.- Por primera vez desde que había salido de su isla, Keth sonrió abrumado por los recuerdos. Estaba orgulloso de su nombre, y hablar de la niña cuentacuentos le hacía recordar el cariño que le tenía. De repente oyó las palabras de Shun y su sonrisa se perdió como si nunca hubiera estado ahí.
-Para perder a alguien, primero he de encontrarlo. Puede que nunca lo consiga, y muera antes de saber quién es. Pero incluso si le encuentro, él o ella no sabrá quien soy. Tendré que explicárselo todo y aún sintiendo la conexión podrá escoger echarme. Entonces tendría que convertirme en su sombra y protegerle sin que lo sepa, porque irme nos mataría.
Conocía los riesgos, por supuesto. ¿Pero acaso tenía otra opción?
-Estoy atado a esa persona... si el o ella muere, yo lo haré también. Una vida sin mi protegido no es vida. Peor que la muerte... ¿Crees que no te entiendo? Estoy viviendo con media alma, con medio corazón... y no se si algún día estaré completo. Dime, samurái, ¿Es eso mejor?
Avancé hasta la orilla del río y por un momento contemplé el echarme a nadar. Pero respiré hondo, no era necesario hacer una pataleta solo por un poco de agua. Me mordí el labio, nervioso. En realidad no sabía lo que le había ocurrido a Shun, ni cómo de grave era, pero algo había. Eso era evidente. Traté de animarle un poco, sin saber muy bien qué decir.
-Tú tienes suerte, si me permites que te lo diga. Tu futuro está en tus manos, puedes ir allí a donde te lleve el viento. Yo tengo cadenas que me impiden mirar por mi mismo. He escogido mi camino y no pretendo quejarme... pero podrías estar peor. Piénsalo.
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