[Privado | Dark, Anglesey] El rey de Jaya.

El moreno abrió lentamente los ojos. Colocó su antebrazo encima de estos, resguardándose del sol y giró para echar el brazo por encima a Kazumi. Palpó vacío, tocando únicamente la sedosa sábana. "Hum, estúpidas misiones revolucionarias." Pronunció mientras comprobaba con kenbunshoku que su presencia no estaba en los alrededores. Lo que sí le alarmó, era una presencia distinta a las demás y que no conocía. No sabía identificar exactamente dónde se encontraba, pero sí que estaba en la isla. Tras un largo bostezo y restregarse los ojos, se levantó de la cama y anduvo hacia la cocina. Se sentó y con un hilo de luz trajo la taza hasta él. Se llevó la mano a la cara decepcionado tras ver que estaba vacía. Suspiró y se dirigió a la cafetera tras levantarse para llenar la taza hasta arriba. Le agradaba el café solo, lo suficiente como para beberlo incluso sin azucar. Palpó la parte posterior de la taza y generó luz caliente que no tardó demasiado en volver el líquido a la temperatura que a él le gustaba. Pegó un pequeño sorbo y tras degustarlo, tragó todo de un golpe.

Subió hacia el dormitorio una vez más para vestirse, su típica americana negra sin nada debajo. Se colocó los tejanos blancos, metiendo primero el pie derecho. Creía en falsos mitos a pesar de su inteligencia. No le costaba nada meter una pierna antes que la otra, no quería tener mala suerte. Después se colocó las botas altas metiendo los tejanos por dentro de estas. Tras atarse los cordones y ponerse bien la tira de cuero para asegurar el cierre, se miró al espejo. Agarró desodorante y se lo pasó por las axilas. Frotó las manos y generó luz en ellas, alisándose el pelo con estas. Era sencillo, simplemente tenía que agarrar mechones con las palmas abiertas y estirar hacia abajo mientras los calentaba. Una vez se arregló se dirigió hacia fuera por la ventana, generando una escalera de luz que le ayudó a bajar sin dificultad. Observó la gran mansión desde fuera; no era una persona lujosa, pero la gente del pueblo se la había regalado tras liberar la isla de piratas. "Una mansión digna de un... rey..." Dijo, molesto del título que le habían otorgado. No le gustaba el hecho de tener títulos y prefería vivir de forma tranquila, pero siempre le vitoreaban y regalaban cosas. Eso para otros sería el summum de la satisfacción, pero para él era una situación embarazosa. Suspiró y se dirigió hacia el centro de la ciudad principal (la cual aun estaba en construcción) para encontrar a aquella presencia tan extraña.

Off:

Mientras el joven se dirigía aprisa por las calles de la gran ciudad en ruinas, lograba observar que las reconstrucciones iban mucho más rápido de lo que creía. En cuestión de unos días, habían logrado prosperar con entereza y perseverancia. Él les ayudaba cuando podía, pero el cuartel más cercano le había mandado varias misiones y, lamentablemente, había estado ocupado. Le entristecía en cierta forma no ir siempre con su mejor amigo y rey de los cazadores, pero debía ser fuerte y continuar en la marina. La noticia de su llegada con un criminal de seiscientos millones, junto con su posesión del haoshoku haki y su gran fuerza, provocó que le ascendieran a vice-almirante directamente. "Mejor que ser el... señor de la caza..." Murmuró, mientras palpaba su pecho y renegaba a aquel título estúpido. Suspiró algo entristecido y se volvió luz, volviendo a la mansión y agarrando el chaquetón de vice-almirante. Se lo colocó sin meter las manos por dentro de las mangas; se fijaban muy bien al cuello gracias a una sujeción con cuero.

Volvió a repetir el proceso de bajar por la ventana, pero esta vez en forma de luz. Había identificado donde estaba la nueva presencia esta vez, y se aseguró de esconder la suya por si acaso. Si la liberaba seguramente gente de la isla se desmayaría del poderío y la falta de capacidad de reprimir su poder. "No quiero que vuelva a pasar lo de ayer." Se comentó a sí mismo con una vaga sonrisa mientras emprendía su rumbo, volando hacia la persona que tenía curiosidad por conocer. Solo debía acceder a los callejones de la gran ciudad, ya que parecía encontrarse por allí. Se cubrió con un manto de oscuridad por encima para que no lograra verle; con su presencia escondida y la condición de no tener luz alguna para que lograran verle. Esperó en una bifurcación del callejón pacientemente hasta que su haki de observación le advirtió de que estaba cerca. Cogió aire, permitió una vez más que la luz se reflectara en él y salió haciéndose el torpe por una esquina, chocándose a propósito con lo que parecía ser, una chica.

La observó de arriba hacia abajo con un rápido movimiento de ojos; de tez nívea y hebras azabache. Después dirigió la pupila hacia sus ojos y clavó la mirada en ellos. -Hey, ¡perdona! Me he chocado, ¿estoy torpe hoy, eh? -Exclamó con un tono que no lograba diferenciarse entre amistoso, serio o retórico. Aprovechó para elevar su mano derecha (no le iba a ofrecer la dracónica) y tenderla en el aire, para dar un apretón.- Nee, soy Dark Evans Satou. ¿Qué te trae por Jaya? Está bastante destruida, la verdad. ¿Un coñazo, no crees? -Acabó diciendo, esta vez con un tono más amigable y que inspirase confianza. No le gustaba ser amable con gente que conocía, pero tenía responsabilidades al ser el líder de la isla. Sin duda esa presencia destacaba, y tenía que tenerse en cuenta. No parecía una persona que inspirase temor o malas vibraciones, pero tampoco iba a menospreciarla. "Veamos qué dice."

-¿Un rey? Me llaman así por aquí, pero no acepto el título. Como cuando me proclamaron señor de la caza o cosas así... Me parecen apodos tontos, para justificar algo que ya todo el mundo sabe. -Intentó explicarle, de la forma más humilde que pudo. No le mentía, ya que era su opinión y no la quebrantaría.- En fin. Jaya está totalmente destruida, mi último combate por aquí fue un poco caótico... -Exclamó esta vez, con la mano en la parte trasera de la cabeza y dirigiéndole una sonrisa embarazosa.- Así que hasta que no pase un tiempo por Jaya, nadie podrá asentarse bien. O quedarse unos días.

Tal vez debería invitarla a la pequeña caseta donde se alojaba la gente que venía de turismo. La gente pecaba de curiosidad tras salir en las noticias el famoso "El señor de la caza llega a Jaya". Debía destinar de su propio fondo de dinero la reconstrucción, y eso empezaba a hacer. Unas altas murallas y un astillero, junto barracones y pasadizos subterráneos estaban en marcha. Agitó la cabeza intentando no sumergirse entre sus pensamientos y se dio cuenta de que sentía empatía hacia la joven. "Ha venido por verlo, y no tendré que negarme." Musitó, tan débilmente que sería imposible escuchar aquello.

-En fin. No hay nada en lo que quedarse unos días, pero te puedo ofrecer un hueco en una caseta que está cerca de la mansión que me regalaron los habitantes. O una habitación de invitados en la propia mansión, mi pareja está unos días fuera y supongo que no le importará.

Pero antes de seguir ofreciéndole una plaza, su haoshoku le predijo con varios segundos de antelación un posible ataque por la espalda. Cerró los ojos y elevó el brazo un poco, dejando fluir su presencia hacia atrás suyo. Unos golpes secos retumbaron en el ambiente, quebrantando el silencio que mantenían entre palabra y palabra. Miró hacia atrás con el rabillo del ojo y, su sonrisa, pasó a una mirada algo más seria.

-Te ruego disculpas una vez más. Están un... poco pesados por derrocarme. -Le comunicó tras soltar un suspiro pesado.

Volvió a hacer desaparecer su presencia, no era bueno para los usuarios del mantra que la tuviera activa. Colapsaría ligeramente sus sentidos. Se giró dando a ver su gran espalda y las letras vice-almirante grabadas en kanji japonés en la tela blanca. Metió las manos en los bolsillos del chaquetón y comenzó a andar tras escuchar la respuesta de la joven de vuelta a la mansión. El camino a pie era largo y tedioso debido a los escombros y ruinas, pero si la muchacha tomaba la decisión de ir hacia el lugar que le había citado, lo mejor sería que le siguiese de cerca. Mantenía un paso tranquilo, pero no por ello lento. Mantuvo sus tan álgidos sentidos en guardia y procedió a guiar, o volver solo, según lo que eligiera ella. No sabía si se valdría sola, pero si salía algún estúpido más como aquellos simplemente tendría que liberar su presencia.