En Villa Syrup [Byakuro y Murasaki]

Byakuro llegó a aquella isla montado en un barco lleno de gente que disfrutaba de un crucero por el East Blue. El cazador había acabado en aquella isla, de modo que mientras esperaba a que el barco se surtiese de suministros y se preparase para la marcha, tendría un poco de tiempo para mezclarse con aquellas personas y hacer turismo.

Tras un rato contemplando la costa de la villa, y las impresionantes zonas de acantilados, el cazador se dirigió al poblado del centro de la isla, donde los habitantes habían salido a la calle, seguramente debido a la llegada de turistas a aquel apacible lugar. Byakuro observó las casas de la aldea, de aspecto tradicional. Era un lugar tranquilo y alejado de las preocupaciones del Grand Line, algo que el cazador agradecía. Le vendría bien un tiempo de desconexión, y aquel era un gran momento para eso.

- Bueno, vamos a ver que hay por aquí... -se dijo mientras empezaba a caminar hacia un bosquecillo cercano, al oeste del pueblo. El viento, más bien una ligera brisa, le daba en la cara, refrescánte y estimulante al mismo tiempo. El camino serpenteaba entre árboles de hojas verdes, con tintes algo amarillentos, anunciando el final del verano. Una bonita estampa y una temperatura óptima. En cuanto el chico llegó a un pequeño claro, vio un buen momento para detenerse, quitarse toda la ropa a excepción de los pantalones, y ponerse a practicar con su bastón las katas del Ryu Yoshiki.

Se encontraba descansando en la rama de un árbol de tupido follaje, el cual ofrecía buena sombra y ayudaba a ocultar su presencia, hasta que una pequeña hoja de color ámbar cayó sobre su frente, devolviéndola a la realidad.

Se había separado de sus compañeros en la isla anterior a esta, pidiendo con anterioridad permiso a su capitán ya que había encontrado información sobre los niños que fueron raptados como ella. Su esperanza era encontrar una pequeña pista en aquel lugar, un nombre, algún superviviente de lo ocurrido que pudiera decirle algo....Aunque esa ciudad no parecía ser una de las que habían asaltado tiempo atrás. Si bien es verdad que ya habían pasado ocho años de aquello.

Dejo sus pensamientos a un lado por un momento. Llevaba media hora en aquel árbol, el cual le había servido para pasar echar una cabezadita tras una larga mañana recorriendo la ciudad costera y sus alrededores pero que ya no le era necesario.

Se dejo caer y aterrizó igual que un felino sobre el suelo, cubierto con una fina capa de hojas, las cuales crujían suavemente con cada pisada. Se estiró y colocó el alborotado cabello anaranjado antes de comenzar a caminar otra vez, alejándose más de la costa y llegando hasta un pequeño claro, donde, con algo de curiosidad por el aroma que provenía de él. "¿Tinta?"

El cazador había encontrado una estaca de madera en el claro, posiblemente los restos de un viejo cartel, por lo que lo agarró y lo clavó en el centro del mismo, para usarlo como muñeco de prácticas. Su bastón pasaba a milímetros del madero, y el chico empezó a aumentar el ritmo hasta que sintió cómo empezaba a sudar y los músculos comenzaban a arder. En todo momento estaba focalizando su energía hacia la estaca, imaginándose que era una persona, y visualizando todos sus puntos de golpeo, donde debía impactar con el arma para un final rápido y sin sangre.

Sin embargo, en un momento dado, el rostro de la persona imaginaria se desfiguró, tomando el aspecto de una mujer de cabellos oscuros, que sonreía con lascivia: Clarissa, la mujer que había cambiado su vida, y no para mejor. El cazador perdió momentáneamente el control, y su cuerpo y su arma se cubrieron con llamas escarlatas. El siguiente movimiento que realizó terminó en un potente golpe, que partió en dos la estaca, verticalmente, dejando como resto dos mitades idénticas. El chico se quedó encogido, con su bastón aún entre las mitades, tratando de relajarse. Las llamas se extinguieron, y el fuego que ardía en su mente lo hizo poco después. Sin haberse dado cuenta, había soltado un enorme grito de rabia. Esperaba que no lo hubieran escuchado. Aún sin moverse del sitio, retiró su arma y se sentó en el suelo, cerrando los ojos para meditar.

Se disponía a entrar en aquel claro debido a su excesiva curiosidad que siempre lograba meterla en algún u otro lío. ¿Sería esta la excepción? Quién sabía. El caso era que quería ver que o quien desprendía aquel olor. Sin embargo, se detuvo de forma algo torpe justo cuando estaba a punto de divisar al dueño de aquel aroma.

Un fuerte estruendo acababa de expandirse por todo el lugar, haciendo que varias bandadas de pájaros salieran volando, asustadas y provocando que ella se dejara caer en el suelo, soltando un chillido a modo de queja por sus doloridos oídos. Como siempre, aquel poder del demonio (nunca mejor dicho) le había dado un nuevo dolor de cabeza. Lo único que podía agradecer era que sus orejas eran las de un humano y no las de un felino en aquel instante.

Se levantó y quitó el polvo de las prendas antes de ponerse en marcha hacía el lugar del ruido, donde el aroma era aún más fuerte, encontrándose con un hombre sentado en el suelo que sostenía un bastón entre dos fragmentos de lo que pudo haber sido antes una estaca.

Mura no le dio demasiada importancia al hombre frente a ella, ya que los fragmentos de madera en el suelo habían llamado su atención antes. De todos modos vio corrector saludarle. -Hola, ¿Sabes que fue el ruido de hace un momento?- Preguntó de forma algo tonta. ¿En verdad no había razonado que había sido cosa del varón frente a ella?

Byakuro escuchó una voz a su espalda. Una voz femenina que no lograba identificar. Abrió uno de los ojos y se giró para observar a la recién llegada. Una chica joven, más o menos de la edad de Yoko, y con un pelo de color anaranjado. Una completa desconocida. Una desconocida que le había hecho una pregunta:

- ¿Ruido? Creo que soy el culpable, perdona si te he asustado. -se disculpó mientras se levantaba del suelo, aún agarrando el bastón, observando a la jovencita, y después hacia los restos destrozados de la estaca. Sin duda se había dejado llevar, aunque al menos, ya se había calmado.

Se quedó mirando los alrededores, el bosque estaba silencioso ahora. Tal vez aquella chica fuera de allí, y pudiera ayudarlo a volver al pueblo.

- Disculpa... ¿qué camino tengo que coger para volver al pueblo desde aquí? -preguntó, esperando que aquella niña supiera salir de la arboleda.

-No me he asustado, simplemente me sorprendió.- Dijo mirándole mientras ladeaba levemente la cabeza. Pudo fijarse entonces un poco mejor en su físico. Por el desarrollo de sus músculos y la forma en que sostenía aquel bastón, así como la forma limpia en que se había partido aquel trozo de madera, podía intuir que se trataba de un "guerrero" como ella, aunque en ella eso no era tan apreciable.

-Bueno, no conozco el lugar ya que no soy de esta isla pero...- Se detuvo olisqueando el aire. Podía reconocer el rastro de su propio aroma, aún impregnado en la brisa del bosque, así como el olor de la aldea, la cual rebosaba de alimentos y gente. -Creo que podría llevarte hasta él. Se guiarme bastante bien.- Dijo volteándose en dirección al camino del que había salido. -¿Vienes?-

Byakuro asintió brevemente ante el ofrecimiento de la chica. Recogió su bolsa y su bastón y se dispuso a seguir a la joven a través del bosque. En otras circunstancias tal vez se hubiera planteado el ir alerta, pero aquella chica no parecía una amenaza. Más aún, parecía bastante simpática. Aunque por si acaso, iría un par de pasos por detrás de ella.

- Interesante... como puedes suponer, yo tampoco soy de aquí... -dijo el chico con una sonrisa, tratando de iniciar una especie de conversación para no hacer todo el trayecto en silencio.

El sol empezaba a calentar a través de las ramas de los árboles, que por suerte amparaban de la mayor parte de sus rayos, evitando así que el cazador empezase a sofocarse según la mañana avanzaba. Mientras caminaban en silencio, Byakuro creó una pequeña bola de tinta negra en su mano derecha, que fue pasando de una a otra, haciendo pequeños juegos malabares con ella.

Siguió olfateando el aire cada cierto tiempo para asegurarse de que no se había equivocado de camino ya que el olor a tinta la confundía un poco. "¿De dónde rayos proviene ese olor?" De detrás suya, pero dudaba que cada vez que avanzara el olor hiciese lo mismo. En todo caso eso no lograría hacer que se perdieran ya que el olfato no era su único punto fuerte.

Volteó levemente la cabeza, al escuchar que aquel hombre tampoco era de la zona, casi con curiosidad. Lo sabía bien...sabía que un día de estos su curiosidad la mataría, pero ese no parecía ser el día. -¿Y que te ha traído por aquí? Si es un tema del que puedas hablar...- Preguntó sin bajando un poco el ritmo, mientras apartaba las ramas de unos arbustos algo más grandes, los cuales molestaban al avanzar.

Byakuro alzó la mirada, desviándola de la esfera de tinta, que cayó sobre la manga de su chaqueta, manchándola de negro. Soltando una maldición en voz baja, llevó la mano a la mancha y al apartarla, el borrón había desaparecido.

- Pues... simplemente viajar. Estoy buscando a una chica y he parado en esta isla a reponerme del viaje y a conseguir algo de comida... -el cazador miró a la chica-. Y parece que el destino ha hecho que además me encuentre con una joven encantadora y muy guapa, ya de paso -luego miró el bosque alrededor de ambos-. Aunque el aspecto de la comida aún no lo he conseguido. -rió para sí.

Un pajarito pasó volando por delante de ellos, cruzando el sendero de un lado a otro, y un segundo después, una especie de lince siguió el mismo recorrido. El cazador observó la escena con sorpresa. Era bastante raro ver aquellos animales.

- Oh, por cierto, me llamo Byakuro. Byakuro Kyoya, para ser más exactos... -el cazador se llevó la mano a la parte trasera de la cabeza y sonrió de forma infantil.

Escuchó las palabras de aquel viajero, ruborizándose levemente por el cumplido dedicado a su persona ya que no acostumbraba a recibir halagos. Tampoco los necesitaba en su opinión, ya que estos no traían comida ni información de lo que buscaba ella, pero siempre eran una grata sorpresa.

-Veo que ambos nos encontramos en busca de algo..- Comentó tras ver pasar al lince, lo que le recordó a su estomago, junto con el comentario sobre los víveres del chico, que iba siendo hora de comer. Antes de ser capaz de proponerle el ir a comer juntos, el pelimorado se presento con el nombre de "Byakuro Kyoya".

-Mi nombre es Akane... o eso me gustaría decir, aunque no se si es mi nombre de verdad..-Murmuró de forma algo dudosa sobre como presentarse, quizá porque le pillo por sorpresa no ser la primera en presentarse al otro. "Intentemoslo otra vez." Pensó antes de volver a intentar presentarse. - Me llaman Akane Murasaki, encantada. -Dijo volteando para mostrarle una amable sonrisa, presentándose de forma algo extraña. Aunque su peculiar presentación se vio interrumpida por el rugido de su tripa, cosa que seguramente le quitó importancia al asunto, además de sonrojar a la chica.

Bueno, el cazador aún no había encontrado a la pequeña Yoko. Pero tampoco estaba mal en compañía de aquella chica, que se presentó como Akane Murasaki. El rugido que pegó su estómago hizo que la chica se sonrojase, ante lo que Byakuro no pudo evitar soltar una carcajada alegre.

- Parece que tienes hambre, Mura-chan... -el bosque empezó a hacerse menos espeso y dio paso a la villa-. Bueno, eso puede arreglarse... vamos a buscar un sitio para comer, y te invito a lo que quieras, en pago por sacarme de este lugar.

El sol empezó a pegar con fuerza en cuanto los dos abandonaron el amparo de los árboles, por lo que Byakuro se llevó la mano a la frente, a modo de visera, buscando un sitio donde poder descansar. Apenas tardó un instante en ver una especie de restaurante de aspecto rústico cerca de la parte más alta de la colina.

- Mira, ese parece un buen sitio... -murmuró.

La chica asintió alegre ante la propuesta de Byakuro, el cual se disponía a invitarla a comer en agradecimiento a su ayuda, aunque seguramente el chico se arrepentiría de de haber pronunciado las palabras "a lo que quieras" ya que, si bien no lo parecía por su esbelta figura, a la hora de la comida la chica era un pozo sin fondo. A pesar de que no solía notarse mucho cuando comía junto a sus compañeros de banda ya que ellos comían igual o más que ella, en especial su capitán.

Se encaminaron al restaurante de aspecto rustico y acogedor que el pelimorado había señalado hace unos momentos con intención de llenar sus estómagos. El camino a recorrer era escaso por lo que no tardaron más de cinco minutos en llegar a paso tranquilo a la entrada del restaurante, mientras la suave brisa que había empezado a soplar volvía a llevar hasta el olfato de la chica el aroma a tinta.

Ya había sospechado en un principio que el olor provenía de su acompañante, pero o se hizo la tonta porque no consideraba que fuera algo relevante o realmente estaba tan despistada como para no darse cuenta hasta entonces. "Me pregunto por qué huele así..."

Byakuro se sentó en una mesa en la terraza del restaurante, y un hombre se acercó hasta allí, uniformado y con un bloc de notas en la mano. Su nariz se arrugó ligeramente al colocarse al lado de Byakuro, en un gesto muy gracioso.

- Bu-bu-bu-buenos días. ¿Que van a tomar? -preguntó con una voz aguda y ligeramente cantarina.
- Para mí un zumito de frutas, por favor -dijo el cazador, mientras observaba a Murasaki-. Y si nos traes una ración de algo para ir picando, sería de agradecer. Dejo a vuestra elección el qué.

El hombre lo miró con las cejas enarcadas y asintió, apuntando algo en su bloc. Cuando Murasaki pidió, el hombre se retiró y Byakuro la observó con una sonrisa, apoyando los codos en la mesa y entrelazando los dedos de las manos, haciendo un apoyo para su cabeza.

- Bueno... este lugar es bastante bonito, ¿no crees? -preguntó, tratando de llenar la espera con una conversación banal.

El suave viento que soplaba por el lugar le traía olores de la comida de las mesas circundantes, y el cazador empezó a sentir cómo la boca se le hacía agua. Esperaba que aquellos pinchos llegasen pronto, o se planteaba el empezar a morder la mesa. En el lugar reconocía a algunos de los hombres y mujeres que viajaban con él en el barco y que habían elegido aquel lugar para descansar y tomarse algo fresquito. Sin embargo, sus ojos volvían una y otra vez hacia su acompañante, y se perdían en sus profundos ojos violetas, muy similares a los suyos propios. Se pasó la mano por la marca bajo el ojo, acariciándola mientras dejaba que el tiempo fluyese.

La chica se mantuvo un buen rato mirando el menú. Era incapaz de decidirse entre los distintos tipos de carne que se podían degustar en que lugar, cosa que le agrado gratamente tanto a ella como a su estómago.

-Tomaré el conejo con guarnición de verduras y patatas.- Decidió finalmente. Iba a aprovechar que no estaba en el barco con su "querida" coneja para degustar la deliciosa carne de aquel animal. Entendía el motivo de que le molestara ver a cualquiera comerlo ya que ella misma sacaría los ojos a quien lastimará a un puma, pero era su carne favorita y si no la veía comerla no pasaría nada.-Y un zumo para acompañar.-

Tras ver al camarero marcharse, paso el rato de espera observando a otras personas, intentando cotillear sus conversaciones agudizando el oído por si sabían algo, aunque lo dudaba, y tarareando una de las pocas melodías que parecía recordar de su infancia, aunque apenas sabía poner letra al estribillo.

Byakuro dejó de intentar llevar una conversación cuando la chica empezó a tararear una cancioncilla. Se dejó llevar por las notas, perdiéndose en ellas. Ni siquiera se dio cuenta del camarero hasta que el hombre colocó la bandeja con banderillas en la mesa y dos zumos.

- Grazie mille... -le respondió mientras observaba los aperitivos con hambre. Creó un ligero tentáculo de tinta en la punta del dedo y agarró una de las banderillas para llevársela a la boca-. Mmmm... está rica. -dijo antes de coger otra.

Pocos minutos después, el camarero volvió al lugar con un plato de carne con verduras y patatas, y se lo puso delante a Murasaki. Byakuro fijó su mirada en ella mientras observaba como comía, con una sonrisa en los labios. Era como una hermanita pequeña, lo cual la hacía más adorable a sus ojos.

Estaba tan ensimismado viéndola comer que ni se dio cuenta de que el cielo empezaba a encapotarse, anunciando una tormenta que se aproximaba. Un par de gotitas cayeron sobre él, que alzó la mirada:

- Oh, vaya... parece que va a llover. -murmuró.

Se quedó embobada mirando el tentempié que le habían ofrecido a su acompañante con la bebida, no era nada del otro mundo, pero siendo ella como era no podía evitar estar pidiéndoselo con los ojos hasta que le trajeron la comida.

El aire se notaba más frío en aquellos momentos y la humedad había aumentado. "Huele a lluvia." Pensó antes de centrarse por completo en su deliciosa comida, la cual desprendía un agradable aroma. Su absorción por esta era tal que ni se había percatad de que el pelimorado la observaba.

Ya casi había acabado de comer cuando una gota de lluvia cayo sobre su nariz, provocando un leve estornudo a la chica antes de que esta realizara un gesto de afirmación ante lo dicho por el chico. -Esperemos que no desemboque en una tormenta.-

- Esperemos... -asintió el chico-. No me importa mojarme, pero tal vez a ti te moleste un poco. -se encogió de hombros sin dejar de mirar el cielo. Al menos por el momento no parecía que fuera a llover con fuerza, y las gotas se limitaban a chispear sobre ellos, sin llegar a calarlos, y dando una refrescante sensación al cazador.

Mientras terminaba el aperitivo, el cazador pensó en cuál era su próximo paso. Tenía que encontrar a Yoko para poder seguir con el entrenamiento de la chiquilla. Aún no había llegado a considerarla apta para dejar el aprendizaje, aunque la joven lo sorprendía de vez en cuando. Observó a Murasaki con detenimiento. Tenía un cuerpo esbelto, atlético. Posiblemente fuera una buena practicante del Ryu Yoshiki.

- Y dime... ¿viajas sola siempre? -la pregunta iba encaminada, como no, a tomarla como aprendiz. Al fin y al cabo, no hacía falta tener un dojo para enseñar aquel arte tan bella como era el Ryu Yoshiki-. Si quieres puedes acompañarme hasta la siguiente isla... -sus ojos brillaron ligeramente, expectantes.

La chica prosiguió con su comida hasta no dejar nada más que los huesos del animal en el plato, sin darle importancia a las pequeñas gotas de lluvia que empezaban a adornar su cabello cobrizo.

Una vez acabo con la comida se bebió su zumo, perdiéndose en sus pensamientos por un momento. "Al final no he encontrado nada en este lugar." Pensó antes de que la voz de su acompañante la devolviera a la realidad.

-La verdad es que llevo un tiempo viajando con un grupo de personas así que no creo que pueda acompañarte, a no ser que me lo permita el capitán del barco.- Respondió sonriendo. -Me separé de ellos para buscar algo. Creí haber encontrado una pista que me llevaba aquí, pero no he descubierto nada.- Se podía notar un tono de tristeza en su voz, aunque imaginaba que no lo encontraría ahí.

- Vaya... seguro que son gente maja... -sonrió el cazador, al tiempo que soltaba un leve suspiro. Otra vez sería. Ya encontraría más gente a la que entrenar en otra ocasión-. Aunque... si algún día cambias de idea, y te apetece verme para hablar un rato y entrenar... -el chico metió la mano en su bolsa y sacó un trozo de papel, que se mojó levemente con las gotas que caían- usa esto.

El chico dejó la Vivre Card sobre la mesa, y la lluvia empezó a caer con más fuerza. El cazador se levantó de la mesa y empezó a caminar bajo el aguacero. No le importaba mojarse, al fin y al cabo. Se acercó al edificio principal del restaurante y buscó a un camarero. Encontró a uno, al que le lanzó un fajo de billetes, más que suficiente para pagar tres veces la comida consumida.

- Bien, vámonos de aquí... -sonrió el cazador-. Al fin y al cabo, yo tampoco he encontrado lo que buscaba en esta isla...

Tomó el curioso papel que estaba...¿En blanco? Si no fuera porque había oído hablar de las Vivre Card antes seguramente hubiera puesto una mueca de enfado, pensando que se burlaba de ella, aunque realmente le sorprendió el ofrecimiento de esta por parte de alguien que acaba de conocer. Ni siquiera su capitán le había ofrecido una tras conocerse y entrar a los Red Demons.

Tomó el papel, guardándolo en un bolsillo de su pantalón para evitar que se estropeara por la lluvia, a pesar de que algo así era imposible que ocurriera, y se encamino a seguir al chico a pesar de la lluvia. Una vez este pagó, indicó a la chica que se fueran, realizando un comentario que la sorprendió. "Qué habría venido a buscar él?"

Byakuro empezó a caminar hacia el puerto. Allí no había mucho más que hacer, y menos aún con aquella tormenta en ciernes. Un relámpago iluminó el cielo encapotado, seguido del estruendo de un trueno.

- Vaya... -el chico de pelo blanco se giró hacia la pelirroja-. Bueno, no es que me desagrade tu compañía, y me encantaría quedarme a charlar y conocernos más a fondo, pero creo que esta tormenta no quiere que quede mucho más en esta isla. Oh, toma esto, así no te mojarás...

El cazador se sacó la chaqueta y se la puso encima a la chica de pelo rojizo, quedando con la camiseta empapada. Se acercó a ella y le dio un leve beso en la frente, a modo de despedida, para un instante después dar media vuelta y salir corriendo hacia el barco. La lluvia caía sobre él, refrescante y agradable, y un par de relámpagos le iluminaron la cara. No estaba triste, había conocido a una chica interesante, pero necesitaba seguir su viaje buscando a su alumna. En cuanto subió al barco, se metió en su camarote y se puso a dormir.

Se mantuvo bajo la lluvia mientras  veía alejarse al chico que le había prestado su chaqueta en dirección a uno de los barcos del puerto, barco que por su envergadura y apariencia debía ser de clase turística aunque no uno muy costoso.

Tras perderle de vista tanteo la idea de volver al bosque, ya que le gustaba mantenerse en la naturaleza, pero descartó esa idea por lo embarrado que estaba el suelo sin contar el hecho de que un rayo podría caer sobre ella sin previo aviso. Finalmente se dispuso a alquilar un cuarto en alguna posada, eligiendo la habitación más barata posible para poder costearsela con lo que había ganado antes de ir al bosque.

Una vez pago todo, entró en la pequeña habitación y, tras desprenderse de las prendas mojadas se ocultó entre las sabanas, pensando en todo lo ocurrido aquel día y en cual sería su próximo destino antes de tratar de reunirse con su capitán otra vez.