Yoko, Bya y Theo: Reencuentro y el inicio de algo grande

Byakuro agarró el timón desesperadamente. Habían llegado a aquella isla en medio de una tempestad, y el enorme barco que había conseguido en Momoiro amenazaba con estrellarse contra las rocas de la escarpada costa.

- ¡Mierda! -gruñó mientras una ola casi lo arrastra al embravecido mar-. ¡Theo! ¡Prepárate para abandonar la nave! -gritó con fuerza.

Otra ola aún mayor golpeó y desgarró la vela mayor del barco, y de pronto la rueda del timón cedió, saliendose de su soporte. Sin rumbo fijo, el barco se dirigió a toda velocidad contra las rocas. El cazador se lanzó contra Theo, cubierto de unas llamas violetas en los brazos. Agarró a la chica y lanzó una cadena de energía contra la verga del palo. Rápidamente, y sin preguntar, se impulsó, encogiendo la cadena para elevarse sobre la cubierta, con Theo agarrada con su brazo izquierdo, potenciado por las flamas vitales.

Ambos salieron disparados hacia la costa cuando el barco se estrelló contra los acantilados. El cazador podía hacerse de tinta, pero su compañera no. Por ello, trató de lanzar todo el líquido que pudiese para amortiguar un mínimo la caída. Al fin y al cabo, con la lluvia que caía, pronto estarían limpios, y en el peor de los casos podía reabsorberla. Un relámpago iluminó el cielo cuando el cazador impactó en el suelo, convertido en una masa informe y negruzca.

Theo estaba agarrada al mástil del pequeño barco, debido a la poderosa tormenta que los asolaba a ella y a su nuevo compañero. Byakuro gritaba a la muchacha, diciéndole que se preparara para abandonar el navío en cualquier momento.

- ¡¡Espero no morir el primer día!! -Bromeó Theo entre gritos que posiblemente no se oyeron por la tormenta.

Entonces, lo que se esperaba ocurrió. La vela se desgarró y el barco chocó. Theo cerró los ojos mientras una enorme oleada le caía encima. Algo que ella, en un principio, confundió con una ola. Su cuerpo empezó a recibir sacudidas por todas partes hasta que por fin paró, sin ver nada. Se encontró a si misma tumbada bajo la lluvia y su cuerpo estaba lleno de... tinta. Se levantó del suelo y miró a Byakuro, señalándolo.

- ¡Eres un usuario! -Gritó con la boca abierta y un trueno sonó en el fondo.

Byakuro se incorporó, sintiendo como alguien se acercaba a él y le ponía la mano encima. Su primera reacción fue defenderse, pero al oír la voz preocupada de quien lo estaba tocando, enseguida se relajó y soltó un suspiro aliviado.

- Vaya, Yoko-chan... parece que el mundo quiere que te encuentre... -se incorporó lentamente, recomponiendo su cuerpo de tinta, y miró a su alumna-. ¿Y Mostaza? ¿Dónde está? -preguntó con curiosidad.

Al tiempo que se levantaba, se acercó a Theo para recuperar la tinta que había invertido en amortiguar su caída. En unos instantes, la chica estaba carente de manchas oscuras.

- Vaya... sí que eres perspicaz, Theo -sonrió ante la afirmación de que él era un usuario-. Esta es Theo, me la encontré en Momoiro, y vinimos juntos hasta aquí, Yoko -le dijo a la pelirroja-. Y ella es Yoko, mi alumna y futura practicante del Ryu Yoshiki. -sonrió a Theo.

El cazador observó el cielo, que empezaba a descargar un torrente de agua sobre ellos.

- Tal vez sería buena idea buscar un sitio a cubierto de la lluvia, chicas... -propuso mientras echaba a correr hacia el interior de la isla.

Después de hacer el gran descubrimiento, una chica pelirroja, de aspecto bastante atractivo, debía admitir Theo, se acercó y reconoció a Byakuro. Theo cerró la boca de la sorpresa pensando que es bastante normal que alguien que ha llegado a ese rango tenga amistades. La muchacha preguntó a Theo quien era, pero antes de que pudiese responder, Byakuro las presentó, llamándola Yoko.

- Como ya te ha dicho él soy Theo. Theo Thawne. Dijo intentando sonar confiada.

Estaba nerviosa, sin duda. No tenía ni idea de donde se estaba metiendo, pero le daba igual. Total, si todos en el grupo de Byakuro eran tan guapos como él y Yoko... Tal vez incluso se lo pase bien.

Aunque por mucho que pensara tal cosa, Theo era incapaz de intentar nada con nadie. Al menos aún no. No con cualquiera. Byakuro miró al cielo e indicó que empezaba a llover. Y eso ocurrió. Un torrente de agua los empapó a los tres y Byakuro empezó a correr, con Theo detrás, hacía el interior de la isla.

Si, el mundo no quería separarme de Byakuro. Sonreí ante su comentario. Cuando me habló de Mostaza en ese momento lo recordé. Estaba bien y a salvo así que no le pasaría nada. - Está en el centro de esta isla junto a Cosquillas en una posada en la que me hospedé.- Me quedé un poco extrañada cuando comenzó a manejar la tinta. ¿Desde cuando hacía eso? Ladeé la cabeza mirándolo. Bueno, luego le preguntaría.

La muchacha que lo acompañaba se llamaba Theo, según él la había conocido en Momoiro. Espera... Fue a Momoiro y ni si quiera me llevó. Eso fue un golpe bajo para mí, llevaba tiempo queriendo visitar esa isla solo para saber como era. Miré al cielo y la lluvia comenzó a caer con fuerza. Los tres empezamos a correr hacia el interior para resguardarnos de la lluvia. Estaba completamente empapada. Apreté un poco la ropa para escurrir el agua, pero de poco sirvió.

- Byakuro-sensei ¿desde cuándo haces eso con la tinta? - Inquirí con curiosidad. - Bueno, ahora que estamos empapados... ¿A dónde iremos?

Los tres corrieron bajo la lluvia hasta llegar a la entrada del pueblo de Banaro tras unos minutos. Los tres estaban empapados por el aguacero, aunque a Byakuro no le importaba mucho. Tenía un plan para secarse rápidamente.

- Gracias por cuidar de ese pajarraco, Yoko... supongo que habrá crecido bastante. -añadió tras unos segundos para recuperar el aliento.

La lluvia parecía haber amainado hasta convertirse en un suave calabobos que caía con lentitud del cielo encapotado. El cazador miró divertido a la chica pelirroja, mientras creaba una esfera de tinta en su mano.

- Bueno, he tenido algunas aventuras y me he encontrado con algunas personas en este tiempo... -sonrió el chico-. Tal vez te suene el nombre de Dexter Black... es un viejo amigo que me dio este regalo -y añadió en voz baja, casi para sí mismo-. Y si no fuera por él, aquel lagarto me habría hecho bastante daño...

El cazador miró a las dos chicas tras aquella pequeña reflexión. Estaban tan mojadas como él, y la ropa se les pegaba al cuerpo, marcando sus curvas. No era algo que lo distrajera, por lo que pasó por alto ese detalle y les dijo:

- Bueno, tal vez podamos ir a esa posada que nos dices... quiero ver a Mostaza. Espero que aún se acuerde de mí... -dijo mientras soltaba una carcajada.

Cuando llegaron a la entrada del pueblo, el tiempo empezó a amainar. Demasiado rápido para opinión de Theo. Una tormenta tan corta no puede traer nada bueno. Los tres estaban empapados y, para que engañarse, Theo se alegraba la vista con el panorama de ambos empapados.

"Tranquila, Theo. Tranquila. Son tus nuevos compañeros, no puedes pensar de esa forma de ellos... Además, acuérdate de Viole."

Se le hizo un nudo en la garganta al recordar a Viole. Se quitó ese pensamiento de la cabeza enseguida y se quitó el sombrero, el cual chorreaba cual esponja. Empezó a sacudirlo e incluso estrujarlo para sacar el agua, pero sin buen resultado. Dejó el sombrero en su mano, no queriendo ponérselo hasta que esté lo suficientemente seco.

- Bueno... ¿Qué hacemos ahora?

Byakuro sonrió a Yoko y empezó a seguirla mientras ella guiaba por un camino en medio del bosque.

- Seguro que no es tan exagerado... -sonrió el cazador-. Espero que al menos no haya problema si lo tenemos en el barco. He conseguido uno, pero lo he dejado en otra isla. Ya iremos a por él cuando la tormenta amaine.

El camino acabó desembocando en un pueblecito rural y de aspecto pacífico. El edificio que señaló Yoko parecía un lugar agradable, y prometía una cama caliente y una buena ración de comida. Y el chico necesitaba ambas cosas. Aún le dolía el cuello un poco de cuando Theo lo había salvado con una caña de pescar, aunque en realidad... gracias a ella, seguía allí.

El cazador abrió la puerta de la posada y se acercó a la barra. La mujer que había al otro lado, entrada en edad y con un cuerpo enjuto, lo miró con una sonrisa amable.

- Querría tres... -el cazador se dio cuenta de que Yoko ya debía tener habitación-. Dos camas para esta noche. -rectificó.
- Claro... ¿hay algún problema si es en una misma habitación? Me temo que ya es tarde, y tan solo me queda una habitación individual libre.
- Bueno, supongo que no hay problema... -se encogió de hombros el cazador. La mujer se volvió hacia un casillero y sacó una llave de hierro. El cazador la cogió y se la metió en el bolsillo.

Theo se sentía cada vez mas incómoda. La chica pelirroja no pensaba bien de ella, o eso pensaba Theo. Fugaces miradas y cambios repentinos de expresión la delataban. Cada vez que ocurría, Theo suspiraba y miraba a un lado. Tal vez Bya se había precipitado en aceptarla sin preguntar a sus compañeros. Durante el camino a la posada pensó en dar media vuelta e irse mientras los dos conversaban, pero prefirió no hacerlo. No... Si al final decidía irse, sería dándole los motivos a Bya.

Llegaron a la posada y se sirvió a los tres una buena ración de comida. Normalmente, Theo habría devorado sin parar todos y cada uno de los pedazos. Pero no aquella noche. Jugaba con los últimos trozos de comida con el tenedor, con una mano en el mentón, preocupada y pensativa.

Entonces, algo despertó a Theo de sus pensamientos. La posadera le dio una llave a Bya. UNA llave. Lo normal sería que le hubiese dado dos, ya que seguramente Yoko ya tenía su habitación. Pero UNA llave.

Theo se puso roja como un tomate, se puso las manos en la cara con los codos apoyados en la mesa y simplemente dijo:

- Oh, dios mio...

Yoko llegó a buscar a Byakuro. El chico le puso la mano en la cabeza y re revolvió el pelo un poco con un gesto que casi podría ser de hermano mayor. Tras eso, ella le dijo que Mostaza estaba en su habitación. Byakuro volvió a la mesa y devoró prácticamente todo lo que había para comer en un instante. Tenía mucha hambre, la verdad.

- Vamos, Theo, ven a conocer a Mostaza. -sonrió a la chica.

El cazador se dirigió a la zona de habitaciones, siguiendo a Yoko. El cuarto de la chica estaba justo frente al que él había alquilado. Cuando vio al loro, el chico se sorprendió. El animal había crecido, hasta casi ser del tamaño de un adulto. El pájaro lo miró con curiosidad, y Byakuro extendió la mano hasta tocarlo en la frente. Ante la pregunta de Yoko, el cazador negó levemente con la cabeza y dijo:

- Nah, en realidad es que no les quedaban habitaciones individuales libres, así que he cogido una doble. -el chico se encogió de hombros con suficiencia. Igualmente, era más que probable que no durmiese, seguramente aprovecharía para meditar acerca de las gemas que había encontrado y de la nota de los monjes-. Ay... Mostaza me habría venido muy bien el otro día. Por suerte Theo y el viejo de la avioneta me salvaron. -sonrió al recordar la huida del volcán.

La incomodidad de Theo aumentaba por momentos. No sólo estaba de tercera rueda y estorbando como dice el dicho "tres son multitud", si no que además tendría que dormir en la misma habitación que Bya. ¡Así la pelirroja desconfiará aún más! ¿Qué podría hacer Theo? Tal vez proponer a Bya que quienes durmieran juntas fueran las chicas. No por razones extrañas, si no que... Era algo raro que hombre y mujer que son amigos y nada mas durmieran en la misma habitación, y más aún cuando se conocían tan poco. Y entre dos mujeres... Tal vez podrían hablar y la pelirroja la entendería mejor y no desconfiaría tanto de ella.

Pero no se atrevió a proponer nada por vergüenza y simplemente siguió a Bya y Yoko en silencio. Entraron a una habitación, la de la pelirroja, y dentro estaba el tal Mostaza del que no paraban de hablar. Un enorme loro del tamaño de un hombre adulto. Theo sintió deseos de juntar las manos y gritar de lo mono que era pero se contuvo. Estaba con desconocidos... No podía hacer tal cosa. Entonces el cazador mencionó la pequeña aventura de ambos en aquel volcán.

- Si, bueno... Aún tienes que contarme que demonios hacías en ese volcán. ¡Casi muero saltando de avioneta en avioneta! Creo que el riesgo tomado por salvarte la vida merece una buena historia alrededor de la hoguera.

Byakuro sonrió ante la perspectiva de una hoguera. Sin duda era una buena idea, pero había un pequeño problema. Con la tormenta que había caído un rato antes, sería difícil encontrar leña seca para poder prenderle fuego. Tras darle un par de vueltas al asunto, el chico decidió que podía usar su tinta como combustible.

- Claro, ¿por qué no? -sonrió-. Es una buena idea -el cazador le hizo un gesto a Mostaza, acercando la mano hasta la testa del animal, que soltó una especie de ruido alegre. El cazador se dirigió a la recepción y dejó la llave en la mesa-. Vendremos en un rato. -dijo a la mujer.
- Por supuesto. -sonrió la mujer.

El chico se dirigió entonces a la salida. La tormenta parecía haber amainado ligeramente, y pese a que el suelo estaba húmedo aún, no parecía que fuera a llover de nuevo en un buen rato. Byakuro empezó a caminar hacia el exterior del pueblo, para buscar algún sitio donde encender el fuego.

- Creo que por aquí es un buen sitio. -dijo tras un breve rato de caminata. Estaban en un claro, bajo uno de los enormes peñones de la isla.

El chico lanzó un chorro de tinta muy espesa al suelo, dándole forma de montículo, y a continuación se sentó en el suelo, cogiendo uno de sus diales de llamas y prendiendo fuego al conjunto.

- Bueno... ¿Y esos malvaviscos, Yoko-chan? -preguntó con una sonrisa.

Los dos parecieron entusiasmados ante la idea de la hoguera, aunque...

"¡Sólo era una forma de hablar!"

Aún así, les seguí. Parecía que iba a contar toda su historia alrededor de una pequeña hoguera y aquello me parecía correcto, pues desde que lo salvé había querido escuchar lo que le ocurrió en la isla en la que conocí a Sainar. Nos condujo fuera y llevó hasta llegar a un claro bajo un enorme peñón de piedra. Me senté justo junto al pegote de tinta que Bya había puesto en el suelo, que después prendió en llamas.

Tuve una pequeña idea, pues la hoguera daba un pequeño ambiente al paisaje. Metí la mano en la mochila y saqué la flauta de Leyla. Me la llevé a los labios y empecé a soplar por los agujeros de la flauta de pan, creando una ligera pero lenta música. Poco a poco la música invadió el lugar cuando, inconscientemente, me di cuenta de que estaba tocando la canción de Leyla. Nuestra canción. Una lagrima brotó de cada uno de mis ojos y dejó un delgado reguero hasta mis mejillas, el cual me limpié enseguida cuando terminé de tocar, pues no quería que mis nuevos compañeros me viesen llorar.

- Es una historia... curiosa, como poco -dijo Byakuro, mientras cogía uno de los malvaviscos y lo cocía en la hoguera, haciendo que el delicioso dulce se derritiese lentamente en el palo-. Digamos que al primera vez que la vi, fue con un grupo de extraños flamencos de por medio. Flamencos de Momoiro... -el chico tuvo un ligero escalofrío al recordar a las extrañas aves de la isla de los okamas.

Una ráfaga de viento revolvió el pelo del chico, que en ese momento cerró los ojos, para evitar que el humo de la hoguera se los hiciera lagrimear. Tras terminar el céfiro, el cazador prosiguió su historia.

- Luego se vino conmigo, hasta una isla a aproximadamente un día de aquí. Y allí, bueno, digamos que estuvo en el momento indicado en el lugar indicado para evitar que me hiciera a la parrilla. -Byakuro decidió omitir el hecho de que hubiera encontrado y acabado con Lussuria, no era algo que necesitaran saber, y tan solo las preocuparía. No, aquello era algo personal.