Acaelus
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Akuma no mi
Varios
Un barco pirata nos atacó cuando navegábamos, pocos fuimos los que tuvimos la suerte de poder coger los botes y remar. Me acuerdo de remar escuchando la comparsa que hacían los cañones al estrellarse en el barco en el cual iba a bordo. Se redujo a cenizas en poco menos de cinco ataques. El barco pirata era una fragata con las velas rojas. El cascarón tenía la forma de una tortuga y la bandera era tres espadas apuntando para el cielo. Nunca había visto nada igual. No estaba seguro ni si eran humanos los que la manejaban. Desvainé mis pistolas una vez ya estaba en el bote y efectué cuatro disparos con cada una. El barco recibió cada uno de los ataques pero solo conseguí que hiciera unos rasguños en el cascarón, nada que no pudieran arreglar en menos de media hora.
Llegué a la isla tras cuatro horas remando a toda velocidad. Estaba exhausto. Nunca había pisado aquella isla. Recuerdo que el ambiente de la misma era muy tranquilizador y la brisa del mar me alborotaba el pelo. La gabardina roja oscilaba al mismo ritmo que el viento. Los ganaderos fueron muy amables y me ayudaron nada más verme. La verdad, me sentía seguro en ella. Estaba metido en una choza y habían matado a dos serpientes para dármelas para comer. La destriparon, le quitaron la piel y la pusieron al fuego. Me dijeron que en cuanto oliera bien la retirara del fuego y me la comiera. Me dieron la piel. ¿Para qué querría yo esa piel? La dejé apartada en la cabaña sabiendo que ya no la iba a volver a coger. Ahora solo faltaba esperar a que viniera algún barco para salir de allí.
Llegué a la isla tras cuatro horas remando a toda velocidad. Estaba exhausto. Nunca había pisado aquella isla. Recuerdo que el ambiente de la misma era muy tranquilizador y la brisa del mar me alborotaba el pelo. La gabardina roja oscilaba al mismo ritmo que el viento. Los ganaderos fueron muy amables y me ayudaron nada más verme. La verdad, me sentía seguro en ella. Estaba metido en una choza y habían matado a dos serpientes para dármelas para comer. La destriparon, le quitaron la piel y la pusieron al fuego. Me dijeron que en cuanto oliera bien la retirara del fuego y me la comiera. Me dieron la piel. ¿Para qué querría yo esa piel? La dejé apartada en la cabaña sabiendo que ya no la iba a volver a coger. Ahora solo faltaba esperar a que viniera algún barco para salir de allí.
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