[Privado][Pasado - Keth y Zuko] ¿Te apetece un té?

Llegué a Villa Orange de buena mañana y amarré mi barquito en el puerto conteniendo un bostezo. No había dormido precisamente bien, los manatís no habían dejado de sacudir el velero y hasta que no les di pescado no pararon. Pero entonces empezaron a... ¿Aullar? Como para agradecerme... y hasta el amanecer no se habían callado. Eran bonitos y muy tiernos, pero yo solo quería dormir... ni tocar pude, con ese sonido por debajo. Suspiré. En fin, tenía que buscar un trabajo. Quería pasar un par de semanas en la isla, para visitar las bibliotecas en busca de información sobre ciertas joyas especiales.

Pero primero, di un buen paseo y me compré el desayuno: Un enorme y jugoso donut a juego con un café hirviendo. En la cafetería donde me lo sirvieron pregunté pero por desgracia no tenían empleos libres. Así que deambulé por las calles de Villa Orange, haciendo un poco de turismo. Al parecer la aldea tenía más de 200 años y sin duda era bonita, digna de una postal. Entré a más de negocios pero en ninguno tenían tareas para mi y yo necesitaba dinero para poder alquilar una habitación o algo. Podría dormir en mi velero, claro, pero tras tres semanas empezaba a cogerle manía.

Al fondo de una calle vi un local con un letrero en el que había dibujada una esbelta taza de te. Queriendo probar suerte, llamé a la puerta y entré. Dentro había un joven vestido de verde acompañado por un hombre mayor y sonriente. No estaba seguro de como comportarme, pero me adelanté y saludé.

-Buenos días, mi nombre es Keth-Selim. Verán, quiero pasar aquí un par de semanas pero no tengo dinero y necesito un lugar donde dormir. Si tuvieran alguna tarea o un empleo para mí sería de mucha ayuda. Soy trabajador y buen cocinero.

El hombre mayor me dio una cálida bienvenida, dándome la mano y todo. Se sentó y trajo tres tazas de té que humeaban deliciosamente. Algo cortado, tomé asiento y me fijé en que el joven miraba al mayor como si se hubiera vuelto loco. Probé un sorbo haciendo caso al anciano y le comenté:

-Bueno... me enseñaron a jugar al Pai Sho de pequeño, señor, pero no soy muy buen jugador. El té... está delicioso, con el punto justo de dulce y amargo. El olor es intenso, así que supongo que utilizó puras flores y no algún preparado sintético. He visto que en otras islas se vende así, pero la verdad es que me gusta más al natural.

Respondí con sinceridad, pero un poco extrañado. ¿Acaso eran normales estas preguntas en una entrevista de trabajo? Un sonido me hizo girar la cabeza. El joven se había golpeado en la cara... pues a lo mejor si que era cosa del hombre mayor. Pero a él también tenía que convencerle, así que saqué mi flauta y les miré.

- Hmm... además, podría entretener a sus clientes. No es por jactarme, pero soy bastante buen músico.

No había que ser un genio para darse cuenta de que el joven estaba molesto. Era incómodo, pero de todas maneras tenía que conseguir el trabajo, así que agarré mi flauta. La cogí con cuidado pese a que no era un instrumento frágil. Estaba tallada en ónice, a mano, y tenía más de 200 años. La superficie brillaba a la luz del sol y por supuesto el sonido era impecable. Le tenía un gran cariño pues me recordaba a mi hogar, pero también hacía surgir en mí la melancolía y la necesidad de tocar para ahogarla. Un círculo vicioso que jamás se completaría. Así que como tantas otras veces me la llevé a los labios, cerré los ojos y dejé que mis dedos hicieran lo que quisieran. Era tan fácil... tan solo al imaginar la melodía podía oírla. Conjuré entre mis manos una bella canción que había oído en una isla tres días atrás. La letra hablaba de una mujer noble que se había enamorado de un pobre vendedor de melocotones. Habían pasado por mucho, pero al final habían logrado estar juntos. Yo no tenía a nadie que me cantara la letra, pero aún así la música era hermosa.

Al terminar, miré dudoso al anciano sin soltar la flauta. A veces me parecía que me daba fuerzas el solo sujetarla. Pero además de su opinión, tenía que convencer al joven de que no molestaría. Así que me levanté y me dirigí hacia él, algo cortado.

-Disculpa, noto que no te gusta que esté aquí, pero te prometo que no crearé problemas. Y si alguien los crease, algún cliente o algo- Añadí llevando la mano a la empuñadura de la katana.- podría pararles los pies. No les decepcionaré.

Le ofrecí mi mano para sellar el trato, y con suerte conseguir así el empleo. Tenía que quedarme y revisar la biblioteca. Si decían algo de las gemas, no podía pasarlo por alto.

Intenté esbozar una sonrisa para que el joven viera que le entendía, pero no lo conseguí. Así que simplemente le miré a los ojos y lo que vi me preocupó. Él había hecho lo mismo. Había intentado sonreír... pero esa sonrisa se había esfumado enseguida de su cara. Haciendo como que no había notado nada, le contesté.

-No te preocupes, todos tenemos días malos.

Seguía mirándolo, intentando encontrar una razón para ese brusco cambio de actitud cuando el hombre mayor me dijo que sería bienvenido. Me relajé un poco, eso significaba que podría buscar lo que me interesaba en la biblioteca sin mayores problemas. Pero caí en la cuenta de algo muy importante.

-Podría empezar ahora mismo, señor. No tengo gran cosa que hacer, aparte de buscar alojamiento y visitar la biblioteca. Es por eso que vine a esta isla...De todas maneras, ¿Podrían decirme sus nombres? Quiero decir, si no es mucha molestia. Ya que voy a estar trabajando con vosotros.

Había conocido a gente muy reservada, y yo sabía que los nombres encierran significados. Si aún no se habían presentado sería por algo pero de todas maneras no perdía nada en preguntarles. Volví a girarme hacia el joven, buscando algo que decir para intentar alejar esa nube negra de su cabeza. No me gustaba que la gente estuviera triste a mi alrededor, para eso me bastaba yo solo.

-Tienes unos ojos fieros. Nunca había visto a nadie con los ojos dorados, seguro que traen buena suerte.

¿Habría quedado muy raro? Esperaba que no. No solía hacer cumplidos, pero al menos había sido sincero. ¿Así se hacían, no?