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Hacía unos días que perseguía a una mujer, una pequeña traficante local de una droga poco conocida que incitaba al canibalismo. Esta sustancia era adictiva y bastante cara, por lo que, a pesar de trabajar a pequeña escala en pocos meses había podido construirse su pequeño palacete, con una guardia lo suficientemente grande como para pensarse que era una persona importante. Aunque se podría decir que lo era, si nos referíamos al interés que despertaba para el Gobierno.
Capturarla fue bastante más fácil de lo que parecía. El intento de poner a sus guardaespaldas fue en vano cuando toda la casa empezó a arder. Por suerte para mí la había seguido hasta donde creaban aquella droga, dejándole sus coordenadas a otro miembro del CP para que se encargase de ese asunto. En cuanto salió y vio que los pocos hombres que habían sobrevivido estaban inconscientes supo que algo no iba bien, pero no pudo evitar el acabar apresada tras una pequeña persecución.
La había dejado amordazada y llevado junto a unos cuantos a una de las tres casas que teníamos para aquella operación a pequeña escala. Había sido bastante más ingenua de lo que supuse y eso había aligerado todo el proceso. Estaba recostado sobre una silla, con las piernas cruzadas y en alto mientras esperaba por una llamada del Den Den Mushi que estaba a mi lado. Mientras tanto miraba a los individuos, todos parecían fuertes, pero era eso, solo su aspecto. Al menos la jefa era más guapa que la mayoría.
Un ruido proveniente del caracol me distrajo de mi inspección visual a los culpables. Obviamente era la llamada de arriba. Los altos cargos pedían información sobre todo lo que pudiera conseguir: otros traficantes, contactos, lugares de cultivo y creación de droga... Sonreí mientras volvía a posar mis ojos en la mujer de larga melena negra.
En cuanto colgué, la llevé hasta un cuarto apartado que estaba provisto de diversas máquinas de tortura. La coloqué en una pequeña camilla que poseía amarres que había cerrado alrededor de sus brazos y piernas. Cogí varios instrumentos de tortura, como unas garras de gato o una pera, para tener una pequeña conversación con ella. No tardó mucho en suplicar por su vida, aunque no había querido hablar al principio.
Para cuando terminé con nuestra pequeña charla, fui a por un libro que me había llamado la atención la primera vez. Era un libro extraño, que hablaba de demonios y peligros ocultos. Desde luego era algo fascinante así que me puse a leer, sin sacarla de la estructura labrada, pues parecía bastante ocupada quejándose por sus heridas.
Hubo una página que me llamó mucho la atención. La invocación al demonio era posible si sacrificabas a una virgen y recitabas unas palabras. Por mi parte no había tocado sus partes más pudorosas, así que no perdía nada por intentarlo. Seguí las instrucciones, que me decía que tenía que hacer un circulo rojo con velas negras en los bordes. El rojo lo conseguí de un cubo con sangre que había en una esquina, posiblemente de torturas anteriores y las velas eran la única fuente de iluminación en el cuarto, junto con una titilante luz roja. No me llevo mucho tiempo tenerlo preparado.
- Ego te convoco, pater infernale, exaudi orationem mea. - dije, antes de bajar el cuchillo que tenía sobre el cuerpo de la mujer, clavándoselo en el corazón para acabar con su vida lo antes posible -
Hecho esto, me senté en una silla rudimentaria que había en la poca iluminada sala de tortura, esperando a ver qué era lo que aparecía.
Capturarla fue bastante más fácil de lo que parecía. El intento de poner a sus guardaespaldas fue en vano cuando toda la casa empezó a arder. Por suerte para mí la había seguido hasta donde creaban aquella droga, dejándole sus coordenadas a otro miembro del CP para que se encargase de ese asunto. En cuanto salió y vio que los pocos hombres que habían sobrevivido estaban inconscientes supo que algo no iba bien, pero no pudo evitar el acabar apresada tras una pequeña persecución.
La había dejado amordazada y llevado junto a unos cuantos a una de las tres casas que teníamos para aquella operación a pequeña escala. Había sido bastante más ingenua de lo que supuse y eso había aligerado todo el proceso. Estaba recostado sobre una silla, con las piernas cruzadas y en alto mientras esperaba por una llamada del Den Den Mushi que estaba a mi lado. Mientras tanto miraba a los individuos, todos parecían fuertes, pero era eso, solo su aspecto. Al menos la jefa era más guapa que la mayoría.
Un ruido proveniente del caracol me distrajo de mi inspección visual a los culpables. Obviamente era la llamada de arriba. Los altos cargos pedían información sobre todo lo que pudiera conseguir: otros traficantes, contactos, lugares de cultivo y creación de droga... Sonreí mientras volvía a posar mis ojos en la mujer de larga melena negra.
En cuanto colgué, la llevé hasta un cuarto apartado que estaba provisto de diversas máquinas de tortura. La coloqué en una pequeña camilla que poseía amarres que había cerrado alrededor de sus brazos y piernas. Cogí varios instrumentos de tortura, como unas garras de gato o una pera, para tener una pequeña conversación con ella. No tardó mucho en suplicar por su vida, aunque no había querido hablar al principio.
Para cuando terminé con nuestra pequeña charla, fui a por un libro que me había llamado la atención la primera vez. Era un libro extraño, que hablaba de demonios y peligros ocultos. Desde luego era algo fascinante así que me puse a leer, sin sacarla de la estructura labrada, pues parecía bastante ocupada quejándose por sus heridas.
Hubo una página que me llamó mucho la atención. La invocación al demonio era posible si sacrificabas a una virgen y recitabas unas palabras. Por mi parte no había tocado sus partes más pudorosas, así que no perdía nada por intentarlo. Seguí las instrucciones, que me decía que tenía que hacer un circulo rojo con velas negras en los bordes. El rojo lo conseguí de un cubo con sangre que había en una esquina, posiblemente de torturas anteriores y las velas eran la única fuente de iluminación en el cuarto, junto con una titilante luz roja. No me llevo mucho tiempo tenerlo preparado.
- Ego te convoco, pater infernale, exaudi orationem mea. - dije, antes de bajar el cuchillo que tenía sobre el cuerpo de la mujer, clavándoselo en el corazón para acabar con su vida lo antes posible -
Hecho esto, me senté en una silla rudimentaria que había en la poca iluminada sala de tortura, esperando a ver qué era lo que aparecía.
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De repente, a pesar de no haber ninguna ventana abierta, un fuerte viento sopló en la habitación apagando las velas. Una ligera luz pervivió en estas durante unos segundos, mientras las últimas brasas en las puntas se terminaban de consumir. Tras eso, la negrura más absoluta invadió la estancia, seguida del silencio. Un silencio tenso y absoluto, en el que el más ligero ruido que produjera el peliverde parecería más fuerte de lo que era. Entonces, una respiración pesada pero lenta se hizo audible en la habitación. Había alguien, o algo más con él en la oscuridad. Dos puntos rojos aparecieron a pocos metros de él, como de dos ojos. De repente comenzó a escucharse un sonido en la estancia, como de... ¿un violín?.
Era una de las primeras veces que le convocaban... ¿estaría surtiendo efecto pues el trabajo de sus oficiales? Bien. Ya había dejado instrucciones a su tripulación de que capturasen a una virgen para volver a invocarle de vuelta en cuanto terminase allí. Desconocía quién le había invocado, pero gracias a su poder conocía su nombre, Ryuta. Había decidido que para hacerlo más entretenido, primero asustaría un poco al pobre infeliz que lo había llamado. Le había agradado el sacrificio, pero quería divertirse un poco. Así pues, hizo una aparición lo más tétrica posible, totalmente a oscuras y tocando en su violín una tétrica y cautivadora melodía. Empleando su increíble dominio de su instrumento, trató de relajar y distraer a su invocador, para hacer más espectacular la aparición. Durante unos minutos que parecieron una eternidad, y a su vez se hicieron cortos, tocó sin interrumpirse ni decir nada. Se limitó a preparar la atmosfera y a deleitarse él mismo con la música.
- Bien, mortal... ¿por qué me has llamado?
La música se detuvo, y una llama roja apareció, dividiéndose en cinco fuegos que encendieron las velas. La tenue y siniestra luz roja iluminó entonces la silueta de un hombre joven, de piel pálida y cabello castaño. Vestía elegantemente, con una camisa negra y unos pantalones oscuros. Aparentemente era normal, pero resultaba extrañamente siniestro, debido a sus relucientes ojos carmesíes. Una media sonrisa se dibujó en su rostro mientras lo observaba, evaluándolo y tratando de adivinar qué estaría intentando proponerle. Comenzó a pasear por la sala, sin dejar de mirarle, mientras hablaba:
- Dime... ¿qué es lo que deseas? ¿Dinero? ¿Poder? ¿Fama? Tal vez... ¿la muerte de alguien? - se aproximó hasta situarse tras la silla, susurrando a su oído - O puede que... ¿revivir a alguien? Pide tu deseo, y si está en mi mano concedértelo, será tuyo. Todo por un precio, claro está.
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Estaba expectante de lo que pudiera aparecer, pero no me fiaba de lo que pudiera decir un libro de dudosa procedencia. No paso mucho tiempo hasta que algo aconteció, y podría decirse que ese silencio, esa calma había sido mucho peor de lo que me esperaba. La incertidumbre de no saber qué era lo que iba a aparecer era muchísimo peor que lo que iba a aparecer.
Mientras esperaba sentado un fuerte viento entró en la estancia, apagando todas las velas y obligándome a agarrar el sombrero para que no saliera volando y sonreí. Algo había llegado.
"Así que el libro tenía razón..." pensé, preguntándome si debía llevármelo. Era como un Den Den Mushi, quizás con un pequeño sacrificio pero nada importante. La habitación estaba en la completa oscuridad debido a que la luz titilante roja había dejado de funcionar. Una respiración pesada y lenta empezó a sonar por todo el cuarto. Me llevé la mano la boca, lamiendo uno de mis dedos, que tenían un poco de sangre, mientras esperaba por que el demonio decidiera ser definitivamente en esta dimensión.
Unos ojos rojos fueron el siguiente paso que decidió dar el demonio para darse a conocer, acompañándolo con... ¿un violín? Solo faltaba un órgano, aunque posiblemente fuera difícil transportar uno de esos. Tocaba una música tétrica, quizás porque era lo único que debería haber por sus dominios, así que esperé, acomodándome un poco mientras disfrutaba del deslizar del arco.
Aunque hizo una pregunta, preferí no contestarla hasta que pudiera verlo, lo cual no tardó mucho. Encendió las velas, usando alguno de sus poderes, iluminando de nuevo la habitación.
Desde el momento en el que había empezado a tocar el instrumento había dejado caer mis párpados, disfrutando de la música. Ahora lo escuchaba andar por la estancia y también lo sentía gracias a mi mantra. Estaba hablando mientras me rodeaba. Cuando llegó hasta mi espalda se acercó a mi oído para susurrarme algo que si llamó mi atención, pero que sabía que era imposible, así que lo dejé pasar.
-¿Todo tiene un precio? Muy típico, la verdad... Todo ha estado muy bien hasta ese punto. La entrada genial, muy tétrica, con música de fondo... ¿Tocabas tu el violín? Era buena música, sí señor. - hablaba aún con los ojos cerrados mientras me incorporaba un poco en el asiento. No tenía un objetivo ni nada que pedirle, lo había hecho por el interés de saber que pasaría - Respecto a lo anterior... ¿Qué quiero? Es algo muy relativo, tengo muchos deseos como todos los mortales, ya lo deberías saber. Pero mis metas son demasiado elevadas incluso hasta para ti. ¿Revivir a alguien? Podría, pero ese alguien no debería volver a la vida por el capricho de otro. -paré un segundo para empezar a levantarme sin mucho esfuerzo-
-Permíteme hacerte una pregunta... -continué cuando estaba de pie, frente al demonio, aún con los ojos cerrados. Como en toda la actuación, mi voz estaba calmada, tranquila como si estuviera hablando con alguien que conocía de toda la vida. Durante una ligera pausa creé un poco de la maldad que tenía gracias a mi poder, lo que provocó que múltiples venas alrededor de los ojos se volvieran negras al igual que estos, dejando únicamente el color de las pupilas igual - ¿Has conocido el verdadero infierno? - pregunté, sin ningún tipo de hostilidad en mi voz mientras le miraba a la cara -
Lo que vi fue... un hombre normal. Era un joven, posiblemente de mi misma edad, el que había aparecido. ¿Había tomado esa forma para aquella ocasión? ¿O se debía a otras circunstancias?
-Vaya. Me esperaba algo más... grande, rojo y con cuernos. - dije, rondándolo yo esta vez - Supongo que los ojos hacen el trabajo.
No me importaba mucho lo que fuera, si un humano o realmente era un ser infernal, pero una idea rondaba mi mente desde hacía unos segundos. Aún así debía tantear el terreno antes de hacer negocios con el demonio.
Mientras esperaba sentado un fuerte viento entró en la estancia, apagando todas las velas y obligándome a agarrar el sombrero para que no saliera volando y sonreí. Algo había llegado.
"Así que el libro tenía razón..." pensé, preguntándome si debía llevármelo. Era como un Den Den Mushi, quizás con un pequeño sacrificio pero nada importante. La habitación estaba en la completa oscuridad debido a que la luz titilante roja había dejado de funcionar. Una respiración pesada y lenta empezó a sonar por todo el cuarto. Me llevé la mano la boca, lamiendo uno de mis dedos, que tenían un poco de sangre, mientras esperaba por que el demonio decidiera ser definitivamente en esta dimensión.
Unos ojos rojos fueron el siguiente paso que decidió dar el demonio para darse a conocer, acompañándolo con... ¿un violín? Solo faltaba un órgano, aunque posiblemente fuera difícil transportar uno de esos. Tocaba una música tétrica, quizás porque era lo único que debería haber por sus dominios, así que esperé, acomodándome un poco mientras disfrutaba del deslizar del arco.
Aunque hizo una pregunta, preferí no contestarla hasta que pudiera verlo, lo cual no tardó mucho. Encendió las velas, usando alguno de sus poderes, iluminando de nuevo la habitación.
Desde el momento en el que había empezado a tocar el instrumento había dejado caer mis párpados, disfrutando de la música. Ahora lo escuchaba andar por la estancia y también lo sentía gracias a mi mantra. Estaba hablando mientras me rodeaba. Cuando llegó hasta mi espalda se acercó a mi oído para susurrarme algo que si llamó mi atención, pero que sabía que era imposible, así que lo dejé pasar.
-¿Todo tiene un precio? Muy típico, la verdad... Todo ha estado muy bien hasta ese punto. La entrada genial, muy tétrica, con música de fondo... ¿Tocabas tu el violín? Era buena música, sí señor. - hablaba aún con los ojos cerrados mientras me incorporaba un poco en el asiento. No tenía un objetivo ni nada que pedirle, lo había hecho por el interés de saber que pasaría - Respecto a lo anterior... ¿Qué quiero? Es algo muy relativo, tengo muchos deseos como todos los mortales, ya lo deberías saber. Pero mis metas son demasiado elevadas incluso hasta para ti. ¿Revivir a alguien? Podría, pero ese alguien no debería volver a la vida por el capricho de otro. -paré un segundo para empezar a levantarme sin mucho esfuerzo-
-Permíteme hacerte una pregunta... -continué cuando estaba de pie, frente al demonio, aún con los ojos cerrados. Como en toda la actuación, mi voz estaba calmada, tranquila como si estuviera hablando con alguien que conocía de toda la vida. Durante una ligera pausa creé un poco de la maldad que tenía gracias a mi poder, lo que provocó que múltiples venas alrededor de los ojos se volvieran negras al igual que estos, dejando únicamente el color de las pupilas igual - ¿Has conocido el verdadero infierno? - pregunté, sin ningún tipo de hostilidad en mi voz mientras le miraba a la cara -
Lo que vi fue... un hombre normal. Era un joven, posiblemente de mi misma edad, el que había aparecido. ¿Había tomado esa forma para aquella ocasión? ¿O se debía a otras circunstancias?
-Vaya. Me esperaba algo más... grande, rojo y con cuernos. - dije, rondándolo yo esta vez - Supongo que los ojos hacen el trabajo.
No me importaba mucho lo que fuera, si un humano o realmente era un ser infernal, pero una idea rondaba mi mente desde hacía unos segundos. Aún así debía tantear el terreno antes de hacer negocios con el demonio.
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Vaya, vaya... se había encontrado con un sujeto interesante. El tipo comenzó a valorar su aparición. En lugar de aterrorizarse o de mostrar un temor reverencial, parecía tranquilo e incluso algo jocoso. Hasta se permitió el lujo de cuestionarle el que pudiera concederle lo que buscaba, si bien no llegó a realizar su petición. ¿Qué buscaba entonces de él, si consideraba que no podía darle lo que deseaba? Se puso a analizar la situación: alguien le invocaba por el método más cruento que había para realizarlo, se mostraba calmado y no presentaba ninguna petición... ¿sería alguien que conocía su verdadera identidad y deseaba contactar no con Lucifer si no con Émile? Tal vez. Eso, o simplemente era un tipo valiente (o estúpido) que había contactado con él por aburrimiento. En todo caso... le faltaban datos. De repente el tipo se levantó y se mostró ante él. Era un chico que debía rondar su edad, de pelo verde y ojos dorados. De repente, estos se le comenzaron a volver negros mientras le preguntaba si había conocido el auténtico infierno. Émile sonrió para sí, con cierto pesar.
- El infierno... ¿eh? ¿Y qué es para ti el infierno? - su rostro se ensombreció mientras adoptaba una expresión más seria y dura - La gente usa esa expresión demasiado a la ligera. ¿Sabes lo que es el infierno? El infierno es Verdad. El infierno es soledad. El infierno es la vida. No hay mayor sufrimiento que el estar vivo, y no hay mayor dolor que descubrir la Verdad.
Su tono de voz se había vuelto duro y hastiado, como el de un anciano cansado de vivir que ha visto demasiado. Su propia mirada pareció ensombrecerse, y el tono rojizo se sus pupilas se volvió color caoba.
- Verte privado de tu propio cuerpo y de tu mente, la libertad de la que en última instancia todos los humanos gozan... eso es el infierno. Pero no es más que una de sus muchas caras. ¿La muerte de un ser querido? Todo el mundo pasa por ello. El auténtico dolor no es ver morir a un ser querido... el auténtico dolor es causar la muerte de esa persona, tras inflingirle un gran dolor, y ni siquiera tener la oportunidad de despedirte. Eso también es un infierno.
Con aquellas palabras pretendía insinuar más de lo que había dicho. Él había visto mucho a lo largo de su corta vida, también había sufrido más de lo que la gran mayoría de las personas, y al mismo tiempo había infligido un gran dolor a innumerables seres.
- ¿Crees saber lo que es el infierno, Ryuta? El infierno es romper las ilusiones y mentiras que rodean tu vida y te hacen feliz. Descubrir las horribles verdades que te rodean. Y convertirte en un esclavo. No... no hablo de lo que tú puedes entender por esclavitud, pues hasta los subyugados siguen siendo dueños de su mente y de sus cuerpos, por mucho que otros los fuercen a seguir su voluntad. Yo hablo del terror que causa no poseer voluntad propia, ser una mera marioneta en manos de un ser superior.
Había pocas experiencias tan traumáticas en la vida de Lion D. Émile como el momento en que fue totalmente poseído por Lucifer. Durante meses se vio desprovisto de su cuerpo. Sufrió la soledad más absoluta, y ni siquiera tuvo el consuelo de poder ver lo que le ocurría, pues su mente ya no le pertenecía. Era sólo un alma, una conciencia perdida en la inmensidad del Vacío. Y lo peor es que cuando su condena terminó y recuperó el control de su vida, los recuerdos de las atrocidades que Lucifer había cometido empleándole fueron volviendo. Incluso al nuevo Émile le costaba aceptar algunas de las terribles monstruosidades que el Diablo había llevado a cabo.
- Y sin embargo, no hay peor infierno que matarse a uno mismo. Yo renuncié a mi antigua vida, a mis compañeros, a mis sueños y hasta a mi propio ser y mi personalidad. Me "maté" a mi mismo por amor, el sentimiento más traicionero y cruel que existe. He pasado por los Infiernos de un modo bastante literal, Ryuta, y he sobrevivido. Ahora... ¿debería considerarme aun humano? Porque en un tiempo no tan lejano, yo también vivía, sentía y amaba. Ahora sólo me restan lo que otros llamarían pecados. Ira, gula, lujuria, orgullo... sentimientos tan humanos y tan perfectos al mismo tiempo.
Terminó su discurso. No tenía muy claro por qué se había dejado llevar de aquella manera. Por otro lado, él le había invocado. Como invocador tenía derecho a pedirle lo que quisiera, a su correspondiente precio. Le había preguntado si había conocido el verdadero infierno, y él había contestado, si bien de una manera un tanto enigmática. Al fin y al cabo, no tenía por qué explicar ni justificarle su vida a un perfecto desconocido que no había pagado nada a cambio aun. Lo que le recordaba...
- Como cortesía, esa primera pregunta es gratis. Sin embargo me tomaré la libertad de tal vez ponerle precio a otras que hagas. No acostumbro a contarle mi vida a otros. Siéntete halagado, pues has logrado intrigarme.
Se sacó una petaca de entre las ropas y la abrió, bebiendo un trago de su contenido. El grog no era su bebida favorita, pero la disfrutaba también. Tendió la botella al peliverde.
- Bebe un trago si lo deseas. A esto también invito, por el momento - dijo, con una sonrisa - Dado que te has tomado la molestia de invocarme, y por el método difícil además, supongo que tienes una buena razón para ello. Pero antes de eso... creo que al final sí que me voy a cobrar tu primera pregunta. ¿Por qué crees haber visto el infierno? O al menos, eso me ha dado a entender tu pregunta.
- El infierno... ¿eh? ¿Y qué es para ti el infierno? - su rostro se ensombreció mientras adoptaba una expresión más seria y dura - La gente usa esa expresión demasiado a la ligera. ¿Sabes lo que es el infierno? El infierno es Verdad. El infierno es soledad. El infierno es la vida. No hay mayor sufrimiento que el estar vivo, y no hay mayor dolor que descubrir la Verdad.
Su tono de voz se había vuelto duro y hastiado, como el de un anciano cansado de vivir que ha visto demasiado. Su propia mirada pareció ensombrecerse, y el tono rojizo se sus pupilas se volvió color caoba.
- Verte privado de tu propio cuerpo y de tu mente, la libertad de la que en última instancia todos los humanos gozan... eso es el infierno. Pero no es más que una de sus muchas caras. ¿La muerte de un ser querido? Todo el mundo pasa por ello. El auténtico dolor no es ver morir a un ser querido... el auténtico dolor es causar la muerte de esa persona, tras inflingirle un gran dolor, y ni siquiera tener la oportunidad de despedirte. Eso también es un infierno.
Con aquellas palabras pretendía insinuar más de lo que había dicho. Él había visto mucho a lo largo de su corta vida, también había sufrido más de lo que la gran mayoría de las personas, y al mismo tiempo había infligido un gran dolor a innumerables seres.
- ¿Crees saber lo que es el infierno, Ryuta? El infierno es romper las ilusiones y mentiras que rodean tu vida y te hacen feliz. Descubrir las horribles verdades que te rodean. Y convertirte en un esclavo. No... no hablo de lo que tú puedes entender por esclavitud, pues hasta los subyugados siguen siendo dueños de su mente y de sus cuerpos, por mucho que otros los fuercen a seguir su voluntad. Yo hablo del terror que causa no poseer voluntad propia, ser una mera marioneta en manos de un ser superior.
Había pocas experiencias tan traumáticas en la vida de Lion D. Émile como el momento en que fue totalmente poseído por Lucifer. Durante meses se vio desprovisto de su cuerpo. Sufrió la soledad más absoluta, y ni siquiera tuvo el consuelo de poder ver lo que le ocurría, pues su mente ya no le pertenecía. Era sólo un alma, una conciencia perdida en la inmensidad del Vacío. Y lo peor es que cuando su condena terminó y recuperó el control de su vida, los recuerdos de las atrocidades que Lucifer había cometido empleándole fueron volviendo. Incluso al nuevo Émile le costaba aceptar algunas de las terribles monstruosidades que el Diablo había llevado a cabo.
- Y sin embargo, no hay peor infierno que matarse a uno mismo. Yo renuncié a mi antigua vida, a mis compañeros, a mis sueños y hasta a mi propio ser y mi personalidad. Me "maté" a mi mismo por amor, el sentimiento más traicionero y cruel que existe. He pasado por los Infiernos de un modo bastante literal, Ryuta, y he sobrevivido. Ahora... ¿debería considerarme aun humano? Porque en un tiempo no tan lejano, yo también vivía, sentía y amaba. Ahora sólo me restan lo que otros llamarían pecados. Ira, gula, lujuria, orgullo... sentimientos tan humanos y tan perfectos al mismo tiempo.
Terminó su discurso. No tenía muy claro por qué se había dejado llevar de aquella manera. Por otro lado, él le había invocado. Como invocador tenía derecho a pedirle lo que quisiera, a su correspondiente precio. Le había preguntado si había conocido el verdadero infierno, y él había contestado, si bien de una manera un tanto enigmática. Al fin y al cabo, no tenía por qué explicar ni justificarle su vida a un perfecto desconocido que no había pagado nada a cambio aun. Lo que le recordaba...
- Como cortesía, esa primera pregunta es gratis. Sin embargo me tomaré la libertad de tal vez ponerle precio a otras que hagas. No acostumbro a contarle mi vida a otros. Siéntete halagado, pues has logrado intrigarme.
Se sacó una petaca de entre las ropas y la abrió, bebiendo un trago de su contenido. El grog no era su bebida favorita, pero la disfrutaba también. Tendió la botella al peliverde.
- Bebe un trago si lo deseas. A esto también invito, por el momento - dijo, con una sonrisa - Dado que te has tomado la molestia de invocarme, y por el método difícil además, supongo que tienes una buena razón para ello. Pero antes de eso... creo que al final sí que me voy a cobrar tu primera pregunta. ¿Por qué crees haber visto el infierno? O al menos, eso me ha dado a entender tu pregunta.
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El demonio con aspecto de hombre no parecía tan peligroso como redactaba el libro, aunque aún me debía andar con cuidado. Al parecer le apetecía responderme, así que le escuche atentamente.
-Pecados y perfección... Tienes una visión demasiado diferente de la mía sobre los pecados. - dije, mirándole a la cara - ¿Perfección? Moverse solamente por la rabia, la lujuria o la gula no es más que una excusa para aquellos débiles. Aunque no soy el más indicado para hablar, intento no unirme a ellos. - suspiré, porque sabía que aunque huyese de mis pecados, estos siempre me perseguirían -
Dijo que no me cobraría nada, pero según bebió un poco de lo que parecía ser alcohol, pareció rectificarse y pedirme como pago el porqué de mi pregunta. Sonreí, mientras me movía por la habitación, preguntándome si realmente contarle mi vida al demonio era la mejor idea.
- ¿Qué es el infierno, para mí? - dije lentamente, en voz baja y con un tono grave - Es presenciar como todo lo que te importa desaparece frente a tus ojos, es ver a tu única familia morir ante tus ojos sin que puedas hacer nada... pero eso no es lo peor, lo peor es que sea eso lo único que recuerdas, repitiéndose cada segundo de tu existencia, una y otra vez, perforándote la mente. - hice una pausa mientras agarraba la botella y le daba un trago, para devolvérsela tras esto - Infierno es ver como tus manos están manchadas por la sangre de todo aquello que tocas, saber que nada de lo que hagas te ayudara a salir de un pozo que no hace sino hundirse más y más. - alcé la cabeza para mirar al oscurecido techo mientras me relamía los labios, no sabía si por tristeza o por furia, pero - Infierno es... saber que mi vida entera será un pecado, un pecado que nunca podré arreglar por mucho que lo intente.
Me había extendido demasiado, así que me senté en el mismo sitio donde lo había esperado al invocarlo. El saber más me intrigaba, pues no parecía alguien peligroso, pero aparecer de la nada tras la muerte de una persona tampoco era común.
- Y dime, pequeño demonio ¿cuál es tu nombre? El de verdad. - había llegado a la conclusión de que los poderes, por muy demoniacos que fueran, usualmente venían de aquellas extrañas frutas y aquella persona no parecía ser muy infernal. Además, hacía un tiempo había encontrado porque las llamaban "frutas del demonio" en un libro. Se debía a que aquellas frutas tenían un demonio dentro que dotaba de poderes al consumidor. Leyendas o no, era algo que debía aclarar cuanto antes - Me fascinaría saber cual son tus poderes aparte de ser un... demonio que siembra el caos por donde anda, pero supongo que eso también costara algo ¿verdad?
-Pecados y perfección... Tienes una visión demasiado diferente de la mía sobre los pecados. - dije, mirándole a la cara - ¿Perfección? Moverse solamente por la rabia, la lujuria o la gula no es más que una excusa para aquellos débiles. Aunque no soy el más indicado para hablar, intento no unirme a ellos. - suspiré, porque sabía que aunque huyese de mis pecados, estos siempre me perseguirían -
Dijo que no me cobraría nada, pero según bebió un poco de lo que parecía ser alcohol, pareció rectificarse y pedirme como pago el porqué de mi pregunta. Sonreí, mientras me movía por la habitación, preguntándome si realmente contarle mi vida al demonio era la mejor idea.
- ¿Qué es el infierno, para mí? - dije lentamente, en voz baja y con un tono grave - Es presenciar como todo lo que te importa desaparece frente a tus ojos, es ver a tu única familia morir ante tus ojos sin que puedas hacer nada... pero eso no es lo peor, lo peor es que sea eso lo único que recuerdas, repitiéndose cada segundo de tu existencia, una y otra vez, perforándote la mente. - hice una pausa mientras agarraba la botella y le daba un trago, para devolvérsela tras esto - Infierno es ver como tus manos están manchadas por la sangre de todo aquello que tocas, saber que nada de lo que hagas te ayudara a salir de un pozo que no hace sino hundirse más y más. - alcé la cabeza para mirar al oscurecido techo mientras me relamía los labios, no sabía si por tristeza o por furia, pero - Infierno es... saber que mi vida entera será un pecado, un pecado que nunca podré arreglar por mucho que lo intente.
Me había extendido demasiado, así que me senté en el mismo sitio donde lo había esperado al invocarlo. El saber más me intrigaba, pues no parecía alguien peligroso, pero aparecer de la nada tras la muerte de una persona tampoco era común.
- Y dime, pequeño demonio ¿cuál es tu nombre? El de verdad. - había llegado a la conclusión de que los poderes, por muy demoniacos que fueran, usualmente venían de aquellas extrañas frutas y aquella persona no parecía ser muy infernal. Además, hacía un tiempo había encontrado porque las llamaban "frutas del demonio" en un libro. Se debía a que aquellas frutas tenían un demonio dentro que dotaba de poderes al consumidor. Leyendas o no, era algo que debía aclarar cuanto antes - Me fascinaría saber cual son tus poderes aparte de ser un... demonio que siembra el caos por donde anda, pero supongo que eso también costara algo ¿verdad?
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Realmente entendían los pecados de una manera diferente, aunque de todos modos sospechaba que Ryuta le había malinterpretado. Él nunca había querido decir que fuesen la perfección absoluta, si no que decirlo de aquella manera había sido una simple forma poética. Consideraba los pecados como algo al tiempo que humano y mortal, pasajero, algo bello e imperecedero en sí mismo. Las épocas, mentalidades, culturas y gentes podían morir y nacer otras nuevas. Cambiar, mutar, transformarse... pero por mucho que ocurriera, los pecados eran siempre los mismos. Los hombres seguían dejándose llevar por sus instintos más bajos de unas maneras u otras. Incluso los más puros y buenos caían alguna vez en ello... y eso convertía a los pecados en algo con una naturaleza doble, humana y atemporal. Le pasó la botella a Ryuta para que bebiera, mientras decía:
- Ah, ahí me has entendido mal, mi joven amigo. Yo no digo que vivir dejándose llevar por los pecados sea la perfección. Es más, una persona dominada por estos no es más que un débil títere de sus emociones. Una persona que vive con sus pecados como yo no es arrastrado por estos. Yo soy quien domina mis Pecados. Yo elijo cuando quiero dejar mi rabia surgir y exterminarlo todo, o cuando dar rienda suelta a mi Lujuria.
Alzó la mano derecha y se concentró en sus recuerdos, rememorando el rostro del traidor que había asesinado a su amigo Jason. Al instante, la ira comenzó a surgir en su interior, acompañada de un intenso odio visceral. Canalizó esta hacia su mano, y una llama de color rojo oscuro con vetas negras brotó de esta, iluminando la estancia. Los ojos de Émile volvían a brillar en un intenso tono rojizo, y parecían transmitir tanta rabia que todo lo contemplado por estos fuera a desaparecer bajo el peso de esta. Volvió a hablar, con una voz más grave y retumbante.
- Aquel capaz de dominar sus sentimientos y emplearlos a su voluntad, obtendrá poderes inimaginables. Al fin y al cabo, ¿no es más poderoso el que emplea su rabia para aumentar su poder que el que se deja llevar por esta? - cerró el puño, haciendo desaparecer las llamas. La estancia volvió a sumirse en la penumbra, y Émile volvió a adoptar el aspecto de antes - En fin, creo que ibas a contarme algo.
Escuchó la historia del joven hombre con interés creciente. Algo muy en lo profundo de su interior sintió un amago de lástima y compasión. ¿Retazos de su viejo yo, o sentimientos enterrados? A saber. En todo caso, entendía muy bien lo que quería decir Ryuta, y ciertamente aquello era también un Infierno en sí mismo. Se miró su propia mano, al tiempo que se preguntaba si en cierto modo no había sentido aquello porque se identificaba con él. "Mis manos están manchadas con la sangre de mi padre. Y fue ese terrible pecado el que me llevó a pagar con mi cordura y mi ser para obtener este poder, todo para redimirme y darle descanso a su alma." Él tampoco era muy diferente, ni su existencia en general. Su nacimiento había supuesto la muerte de su madre, y su maestro había rechazado a su brazo derecho para poder entrenarle y hacerle crecer en un plazo de tiempo anormalmente corto. Posiblemente eso mismo era lo que había hecho que muriera en combate. Su mera existencia había llevado muerte y desgracia a los que le rodeaban. Aunque lo que le diferenciaba de Ryuta es que él... no lo lamentaba. "Me enorgullezco de ser quién soy, y si tomar vidas es mi forma de perpetuar mi existencia así sea."
- Veo que ambos hemos pasado por nuestros propios Infiernos. Al fin y al cabo, cada ser tiene a sus propios demonios para torturarle - comentó, con una risa ante lo irónico de su comentario - Perder a gente... se muy bien lo que es eso. Fue la muerte de alguien lo que terminó de sumirme en mi Infierno personal y me llevó a renunciar a mi humanidad.
Las siguientes palabras de Ryuta le hicieron alzar la mirada y observarlo con interés. Vaya, así que lo había pillado. ¿Se habría dado cuenta de que todo su poder procedía de una akuma no mi, o simplemente se habría quedado con el detalle de que alguna vez había sido humano?
- Sobre mis poderes... - esbozó una sonrisa enigmática - Poseo una gran diversidad de ellos, pero no voy hablando sobre el tema con el primer desconocido que me invoca. A no ser que te interese lo suficiente como para que pagues un precio, claro está. Mi nombre... bueno, es probable que lo hayas oído - hizo una elegante y burlona reverencia - Lion D. Émile, capitán de los Shichi no Akuma.
- Ah, ahí me has entendido mal, mi joven amigo. Yo no digo que vivir dejándose llevar por los pecados sea la perfección. Es más, una persona dominada por estos no es más que un débil títere de sus emociones. Una persona que vive con sus pecados como yo no es arrastrado por estos. Yo soy quien domina mis Pecados. Yo elijo cuando quiero dejar mi rabia surgir y exterminarlo todo, o cuando dar rienda suelta a mi Lujuria.
Alzó la mano derecha y se concentró en sus recuerdos, rememorando el rostro del traidor que había asesinado a su amigo Jason. Al instante, la ira comenzó a surgir en su interior, acompañada de un intenso odio visceral. Canalizó esta hacia su mano, y una llama de color rojo oscuro con vetas negras brotó de esta, iluminando la estancia. Los ojos de Émile volvían a brillar en un intenso tono rojizo, y parecían transmitir tanta rabia que todo lo contemplado por estos fuera a desaparecer bajo el peso de esta. Volvió a hablar, con una voz más grave y retumbante.
- Aquel capaz de dominar sus sentimientos y emplearlos a su voluntad, obtendrá poderes inimaginables. Al fin y al cabo, ¿no es más poderoso el que emplea su rabia para aumentar su poder que el que se deja llevar por esta? - cerró el puño, haciendo desaparecer las llamas. La estancia volvió a sumirse en la penumbra, y Émile volvió a adoptar el aspecto de antes - En fin, creo que ibas a contarme algo.
Escuchó la historia del joven hombre con interés creciente. Algo muy en lo profundo de su interior sintió un amago de lástima y compasión. ¿Retazos de su viejo yo, o sentimientos enterrados? A saber. En todo caso, entendía muy bien lo que quería decir Ryuta, y ciertamente aquello era también un Infierno en sí mismo. Se miró su propia mano, al tiempo que se preguntaba si en cierto modo no había sentido aquello porque se identificaba con él. "Mis manos están manchadas con la sangre de mi padre. Y fue ese terrible pecado el que me llevó a pagar con mi cordura y mi ser para obtener este poder, todo para redimirme y darle descanso a su alma." Él tampoco era muy diferente, ni su existencia en general. Su nacimiento había supuesto la muerte de su madre, y su maestro había rechazado a su brazo derecho para poder entrenarle y hacerle crecer en un plazo de tiempo anormalmente corto. Posiblemente eso mismo era lo que había hecho que muriera en combate. Su mera existencia había llevado muerte y desgracia a los que le rodeaban. Aunque lo que le diferenciaba de Ryuta es que él... no lo lamentaba. "Me enorgullezco de ser quién soy, y si tomar vidas es mi forma de perpetuar mi existencia así sea."
- Veo que ambos hemos pasado por nuestros propios Infiernos. Al fin y al cabo, cada ser tiene a sus propios demonios para torturarle - comentó, con una risa ante lo irónico de su comentario - Perder a gente... se muy bien lo que es eso. Fue la muerte de alguien lo que terminó de sumirme en mi Infierno personal y me llevó a renunciar a mi humanidad.
Las siguientes palabras de Ryuta le hicieron alzar la mirada y observarlo con interés. Vaya, así que lo había pillado. ¿Se habría dado cuenta de que todo su poder procedía de una akuma no mi, o simplemente se habría quedado con el detalle de que alguna vez había sido humano?
- Sobre mis poderes... - esbozó una sonrisa enigmática - Poseo una gran diversidad de ellos, pero no voy hablando sobre el tema con el primer desconocido que me invoca. A no ser que te interese lo suficiente como para que pagues un precio, claro está. Mi nombre... bueno, es probable que lo hayas oído - hizo una elegante y burlona reverencia - Lion D. Émile, capitán de los Shichi no Akuma.
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