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- ¡Qué mono! -Escuchaba el ratón tras de si.
Mientras el roedor observaba la puerta de una enorme tienda de artículos animales, Mondo descansaba sentado al otro lado de la transitada calle. Un par de niños se acercaron con cuidado al perro y, tras ver que era inofensivo, se acercaron a acariciarlo. Caddie suspiró y entró en la tienda, ignorando a los niños. Sabía que Mondo no les atacaría, pues el perro no era reacio a dejarse acariciar por desconocidos, siempre y cuando no fuesen hostiles.
Cuando la puerta se abrió, el sonido de campanillas colgadas del techo llenaron la tienda. El olor a animal llenó las fosas nasales del roedor, haciéndolo mirar a los lados de la tienda. Las jaulas, con tristes animales en su interior, descansaban en estanterías a cada lado de la tienda, hasta llegar al mostrador donde un hombre viejo y calvo, con gafas redondas, limpiaba el mostrador con un pañuelo rosado y un bote de líquido. El anciano alzó la mirada medio segundo para ver al nuevo cliente y volvió a lo suyo. El ratón se extrañó, pues no era la reacción que esperaba de nadie. Desde que salió de Leonwood no hacía más que recibir miradas curiosas y preguntas que no cesaban. El ratón llegó al mostrador y estiró las piernas todo lo que pudo para que su cabeza asomara por el lado.
- Perdone... Necesito galletas para perros.
El anciano apartó la mirada de nuevo y apartó al ratón, bajando sus enormes gafas redondas que amplificaban el tamaño de sus ojos. Su mandíbula tembló, a causa de la avanzada edad, y pronunció:
- ¿Eres de Leonwood?
Los ojos del ratón se abrieron como platos y sus patas traseras se relajaron, haciendo que bajara de altura de nuevo. El ratón observó al anciano con detenimiento.
- Sí... Soy el Príncipe Cadogan.
- ¿En serio? Cuando estuve por allí vi que el rey no tenía hijo alguno...
- Bueno... murió hace poco y... mi padre fue nombrado rey. ¿Cuando estuvo en Leonwood? -Preguntó el ratón, lleno de dudas y curiosidad.
- Fue hace veinte años, cuando yo era un biólogo que buscaba descubrir nuevas especies. Estuve allí de investigación... Nunca había visto a un ratón de Leonwood fuera del archipiélago... En fin, toma tus galletas. -Dijo sacando una pequeña bolsa de plástico llena de premios para perros.
El ratón pagó el producto y dejó la tienda, echando una última mirada al anciano. Nunca antes había conocido a nadie que hubiese estado en Leonwood, y aquello le alegraba y entristecía a partes iguales. Suspiró cuando salió de la tienda y se acercó a Mondo, que ya estaba a solas. Le tendió una de las galletas que acababa de comprar y subió a su lomo cuando este se levantó.
Necesitaba ponerse en marcha. Había llegado a Water Seven para asistir a otro miembro de la Revolución en una misión de infiltración y sabotaje a un cargamento de armas que saldría hacia Ennies Lobby en pocos días. Caddie no tenía conocimientos de espionaje, por lo que sospechaba que su participación en la misión sería de "guardaespaldas". Aunque dudaba seriamente si el otro Agente fuese incapaz de defenderse solo...
Mientras el roedor observaba la puerta de una enorme tienda de artículos animales, Mondo descansaba sentado al otro lado de la transitada calle. Un par de niños se acercaron con cuidado al perro y, tras ver que era inofensivo, se acercaron a acariciarlo. Caddie suspiró y entró en la tienda, ignorando a los niños. Sabía que Mondo no les atacaría, pues el perro no era reacio a dejarse acariciar por desconocidos, siempre y cuando no fuesen hostiles.
Cuando la puerta se abrió, el sonido de campanillas colgadas del techo llenaron la tienda. El olor a animal llenó las fosas nasales del roedor, haciéndolo mirar a los lados de la tienda. Las jaulas, con tristes animales en su interior, descansaban en estanterías a cada lado de la tienda, hasta llegar al mostrador donde un hombre viejo y calvo, con gafas redondas, limpiaba el mostrador con un pañuelo rosado y un bote de líquido. El anciano alzó la mirada medio segundo para ver al nuevo cliente y volvió a lo suyo. El ratón se extrañó, pues no era la reacción que esperaba de nadie. Desde que salió de Leonwood no hacía más que recibir miradas curiosas y preguntas que no cesaban. El ratón llegó al mostrador y estiró las piernas todo lo que pudo para que su cabeza asomara por el lado.
- Perdone... Necesito galletas para perros.
El anciano apartó la mirada de nuevo y apartó al ratón, bajando sus enormes gafas redondas que amplificaban el tamaño de sus ojos. Su mandíbula tembló, a causa de la avanzada edad, y pronunció:
- ¿Eres de Leonwood?
Los ojos del ratón se abrieron como platos y sus patas traseras se relajaron, haciendo que bajara de altura de nuevo. El ratón observó al anciano con detenimiento.
- Sí... Soy el Príncipe Cadogan.
- ¿En serio? Cuando estuve por allí vi que el rey no tenía hijo alguno...
- Bueno... murió hace poco y... mi padre fue nombrado rey. ¿Cuando estuvo en Leonwood? -Preguntó el ratón, lleno de dudas y curiosidad.
- Fue hace veinte años, cuando yo era un biólogo que buscaba descubrir nuevas especies. Estuve allí de investigación... Nunca había visto a un ratón de Leonwood fuera del archipiélago... En fin, toma tus galletas. -Dijo sacando una pequeña bolsa de plástico llena de premios para perros.
El ratón pagó el producto y dejó la tienda, echando una última mirada al anciano. Nunca antes había conocido a nadie que hubiese estado en Leonwood, y aquello le alegraba y entristecía a partes iguales. Suspiró cuando salió de la tienda y se acercó a Mondo, que ya estaba a solas. Le tendió una de las galletas que acababa de comprar y subió a su lomo cuando este se levantó.
Necesitaba ponerse en marcha. Había llegado a Water Seven para asistir a otro miembro de la Revolución en una misión de infiltración y sabotaje a un cargamento de armas que saldría hacia Ennies Lobby en pocos días. Caddie no tenía conocimientos de espionaje, por lo que sospechaba que su participación en la misión sería de "guardaespaldas". Aunque dudaba seriamente si el otro Agente fuese incapaz de defenderse solo...
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Un hombre bebía zumo de naranja de una copa en una terraza. Era un tipo moreno, de aspecto anodino. Los únicos rasgos destacables en él eran su complexión atlética, su larga melena castaña y sus ojos azules. Vestía con una camiseta azul sin mangas, una capa roja, pantalones vaqueros y botas marrones. Observaba a la gente que paseaba por el canal con aparente desinterés, sin prestar atención a lo que miraba. Algo falso, pues estaba bastante pendiente de todo lo que le rodeaba. Estaba en territorio enemigo y con el rostro al descubierto, así que no debía andar la guardia. Se había presentado sin máscara porque hacerlo con ella hubiera sido como gritar a los cuatro vientos que el Renegado estaba en la ciudad, como era lógico. Sin embargo, el CP conocía su rostro. Por mucho de que hubiese cambiado un poco desde su período en prisión, no estaba seguro de que no fuesen a reconocerle... o que no lo hubieran reconocido ya.
- Voto a bríos si eso no sería desafortunado... - murmuró para sí.
No había ocurrido nada que le indicase que pudiera estar en peligro. Nadie le había seguido hasta allí, y tampoco ninguna persona en particular había estado pendiente de él ni permanecido en las inmediaciones demasiado tiempo. A parte de los empleados de los locales, claro. Pero estos parecían tener bastante más que hacer que estar pendiente de él. Dio otro sorbo a su zumo, atento a cualquier movimiento sospechoso... o roedor excesivamente grande. Pues su misión allí era un sabotaje a un almacén del Gobierno, y su compañero para esa operación no sería otro que un ratón parlante. Le había intrigado bastante cuando se lo dijeron, llegando a pensar que se trataba de alguna clase de akuma. Sin embargo por lo que le explicaron realmente era de una raza de ratones de gran tamaño con la capacidad de razonar y hablar.
- Y hablando del rey de Alabasta, que por la puerta pasa - murmuró, divertido.
Un ratón pasaba cerca del canal, montado sobre un perro. Iba vestido, e incluso llevaba un arma al cinto. Una imagen curiosa. Lo observó con interés, planteándose cómo abordarlo. No iba a acercarse sin más... no quería andar mostrando su rostro. Incluso entre los miembros de la Revolución era muy precavido. Dejó unas monedas como pago del zumo, se lo acabó de un trago, y se levantó apuradamente. Decidió seguir el mismo rumbo que el ratón, y en cuanto viese su oportunidad la aprovecharía. Sacó un papel y un bolígrafo, y garabateó el número del almacén y una hora. Acto seguido arrugó el papel, se tapó la mitad inferior del rostro con la capa y se adelantó la ratón. Le chistó disimuladamente, y dejó caer el papel. Si no era idiota, encontraría el papel y lo entendería. Ahora sólo le quedaba ir a su escondite a cambiarse y acercarse a las inmediaciones del almacén a esperar al ratón. En aquella zona, menos transitada, podría permitirse acercarse a su camarada y presentarse como el Renegado.
- Voto a bríos si eso no sería desafortunado... - murmuró para sí.
No había ocurrido nada que le indicase que pudiera estar en peligro. Nadie le había seguido hasta allí, y tampoco ninguna persona en particular había estado pendiente de él ni permanecido en las inmediaciones demasiado tiempo. A parte de los empleados de los locales, claro. Pero estos parecían tener bastante más que hacer que estar pendiente de él. Dio otro sorbo a su zumo, atento a cualquier movimiento sospechoso... o roedor excesivamente grande. Pues su misión allí era un sabotaje a un almacén del Gobierno, y su compañero para esa operación no sería otro que un ratón parlante. Le había intrigado bastante cuando se lo dijeron, llegando a pensar que se trataba de alguna clase de akuma. Sin embargo por lo que le explicaron realmente era de una raza de ratones de gran tamaño con la capacidad de razonar y hablar.
- Y hablando del rey de Alabasta, que por la puerta pasa - murmuró, divertido.
Un ratón pasaba cerca del canal, montado sobre un perro. Iba vestido, e incluso llevaba un arma al cinto. Una imagen curiosa. Lo observó con interés, planteándose cómo abordarlo. No iba a acercarse sin más... no quería andar mostrando su rostro. Incluso entre los miembros de la Revolución era muy precavido. Dejó unas monedas como pago del zumo, se lo acabó de un trago, y se levantó apuradamente. Decidió seguir el mismo rumbo que el ratón, y en cuanto viese su oportunidad la aprovecharía. Sacó un papel y un bolígrafo, y garabateó el número del almacén y una hora. Acto seguido arrugó el papel, se tapó la mitad inferior del rostro con la capa y se adelantó la ratón. Le chistó disimuladamente, y dejó caer el papel. Si no era idiota, encontraría el papel y lo entendería. Ahora sólo le quedaba ir a su escondite a cambiarse y acercarse a las inmediaciones del almacén a esperar al ratón. En aquella zona, menos transitada, podría permitirse acercarse a su camarada y presentarse como el Renegado.
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El ratón se movía de arriba a abajo conforme los pasos de Mondo dictaban la velocidad del viaje, a un paso acelerado pero sin llegar al trote. El roedor, como es natural, atraía las miradas de los que pasaban, pero ninguno de ellos parecía ser el contacto con quien le mandó encontrarse la Revolución. Caddie giró la cabeza al escuchar como alguien le chistaba. Entonces, frente a él vio como caía un trozo de papel y una persona se escabullía entre el gentío hasta el punto que el ratón no pudo rastrearla con la mirada. Suspiró y bajó de Mondo, acercándose al papel con la mano al cinto. Recogió el papel del suelo y lo leyó, dándole este información sobre la reunión.
"Estos espías... ¿No pueden hablar como las personas normales?"
El ratón se guardó el papel en el bolsillo del chaleco interior, yendo hasta Mondo de nuevo. Volvió a subir a su lomo e hizo que se diera la vuelta, haciendo que cabalgara. No tenía nada que hacer, por lo que se dirigiría hasta la puerta del almacén y esperaría a que llegara la hora de reunión. No tardó en llegar, pues no estaba muy alejado de los almacenes. Miró al cielo y vio como poco a poco el sol se escondía, dando un tono anaranjado a la cúpula celeste. Tan solo quedaba esperar a la llegada del espía.
"Estos espías... ¿No pueden hablar como las personas normales?"
El ratón se guardó el papel en el bolsillo del chaleco interior, yendo hasta Mondo de nuevo. Volvió a subir a su lomo e hizo que se diera la vuelta, haciendo que cabalgara. No tenía nada que hacer, por lo que se dirigiría hasta la puerta del almacén y esperaría a que llegara la hora de reunión. No tardó en llegar, pues no estaba muy alejado de los almacenes. Miró al cielo y vio como poco a poco el sol se escondía, dando un tono anaranjado a la cúpula celeste. Tan solo quedaba esperar a la llegada del espía.
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