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La melodía de ese violín sonaba en la posada como una corriente aromática que inundaba a los presentes en un ambiente tranquilo y relajado. Allí estaba Brandom acabando de cenar, se encontraba en una posada de la Villa Cocoyasi, en la isla de Conomi, East Blue.
Comía tranquilamente, sin prisa disfrutando de ese espectáculo que realizaban varios músicos con una sinfonía instrumental de temática templada y suave. El menú de esa noche consistía en un caldo de verduras con unos tropezones de pan tostado, de segundo había pescado o carne acompañado con unas verduras salteadas, tenía muy buena pinta. Bebió un poco de agua mientras se relamía los labios, se había terminado ese caldo y ahora empezaba con el segundo. Algunas personas entraban en la posada, otras bajaban de las habitaciones para cenar y ser partícipes del espectáculo que ofrecían los experimentados músicos.
El joven Glash seguía llenando su tripa mientras la camarera de la posada iba repartiendo la comida al resto de presentes. La trabajadora pasó por el lado del espadachín, sin querer, golpeó una botella que descendió hacia el suelo pero la mano de Brand la sujetó al vuelo, evitando que se convirtiera en centenares de cristales.
- Casi se cae – dijo Brand ofreciendo la botella a la camarera para entregársela, estaba vacía – Gracias – le dijo el espadachín mientras volvía la atención hacia ese concierto que había en el rincón de esa posada.
Un ruidoso grupo entró en ese lugar, era una banda de piratas o mercenarios, querían buscar un sitio para dormir, pero la sutileza no estaba entre sus facultades y el sonido se interponía en esa melodía de los violines. La tensión en el cuerpo de Brand era palpable mientras saboreaba el pescado << Joder… no habrán sitios que tienen que venir aquí… no podrían ir a la taberna a hacer ruido… >> El malestar de Brandom era perceptible, le gustaba ese tipo de música y que un grupo de desconocidos entorpeciera tal actuación sin mostrar respeto alguno le daba cierto coraje, pero el joven era muy paciente y un suspiro fue lo único que recriminó centrándose en esa música.
- ¡Menuda mierda! – dijo una de las personas de ese grupo, mientras golpeaba la barra de la zona de servicio. Eran un total de cuatro, el físico de esos desconocidos tampoco era muy destacable, solo uno de ellos era más corpulento y alto que el resto. El espadachín seguía llevándose el tenedor a los labios, le quedaba un poco de ese salteado de verduras y después de terminárselo bebió algo de agua, para luego, limpiarse los labios con la servilleta.
Los silbidos de ese grupo entorpecían la melodiosa sinfonía de esos instrumentos, algunos presentes se empezaban a sentir incómodos y solo la camarera les recriminó el comportamiento, pero estos pasaron de ella estorbando al resto de presentes. En la zona de la mesa de Glash D. Brandom se podía notar cierta tensión, le encantaba esa música y que vinieran a molestarle de esa forma le tocaba las narices, pero por el momento seguía esperando a que se cansaran y se marcharan; aunque... el ajetreado movimiento de su pie indicaba que no le quedaba mucha paciencia para seguir aguantando esa situación.
Comía tranquilamente, sin prisa disfrutando de ese espectáculo que realizaban varios músicos con una sinfonía instrumental de temática templada y suave. El menú de esa noche consistía en un caldo de verduras con unos tropezones de pan tostado, de segundo había pescado o carne acompañado con unas verduras salteadas, tenía muy buena pinta. Bebió un poco de agua mientras se relamía los labios, se había terminado ese caldo y ahora empezaba con el segundo. Algunas personas entraban en la posada, otras bajaban de las habitaciones para cenar y ser partícipes del espectáculo que ofrecían los experimentados músicos.
El joven Glash seguía llenando su tripa mientras la camarera de la posada iba repartiendo la comida al resto de presentes. La trabajadora pasó por el lado del espadachín, sin querer, golpeó una botella que descendió hacia el suelo pero la mano de Brand la sujetó al vuelo, evitando que se convirtiera en centenares de cristales.
- Casi se cae – dijo Brand ofreciendo la botella a la camarera para entregársela, estaba vacía – Gracias – le dijo el espadachín mientras volvía la atención hacia ese concierto que había en el rincón de esa posada.
Un ruidoso grupo entró en ese lugar, era una banda de piratas o mercenarios, querían buscar un sitio para dormir, pero la sutileza no estaba entre sus facultades y el sonido se interponía en esa melodía de los violines. La tensión en el cuerpo de Brand era palpable mientras saboreaba el pescado << Joder… no habrán sitios que tienen que venir aquí… no podrían ir a la taberna a hacer ruido… >> El malestar de Brandom era perceptible, le gustaba ese tipo de música y que un grupo de desconocidos entorpeciera tal actuación sin mostrar respeto alguno le daba cierto coraje, pero el joven era muy paciente y un suspiro fue lo único que recriminó centrándose en esa música.
- ¡Menuda mierda! – dijo una de las personas de ese grupo, mientras golpeaba la barra de la zona de servicio. Eran un total de cuatro, el físico de esos desconocidos tampoco era muy destacable, solo uno de ellos era más corpulento y alto que el resto. El espadachín seguía llevándose el tenedor a los labios, le quedaba un poco de ese salteado de verduras y después de terminárselo bebió algo de agua, para luego, limpiarse los labios con la servilleta.
Los silbidos de ese grupo entorpecían la melodiosa sinfonía de esos instrumentos, algunos presentes se empezaban a sentir incómodos y solo la camarera les recriminó el comportamiento, pero estos pasaron de ella estorbando al resto de presentes. En la zona de la mesa de Glash D. Brandom se podía notar cierta tensión, le encantaba esa música y que vinieran a molestarle de esa forma le tocaba las narices, pero por el momento seguía esperando a que se cansaran y se marcharan; aunque... el ajetreado movimiento de su pie indicaba que no le quedaba mucha paciencia para seguir aguantando esa situación.
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El East Blue era tan ruidoso como lo recordaba. Hacía ya varios años que no navegaba por esas aguas pero el mar más débil de todos siempre era un buen lugar donde descansar. Llevaba días enfrascado en los detalles de su último trato y el vendedor insistió en que la entrega se llevara a cabo en la isla Conomi. Gerald tuvo que viajar durante semanas para llegar allí y no estaba de buen humor precisamente. El arduo camino desde la Grand Line había conseguido colmar su paciencia y, aunque su rostro templado no lo reflejaba, estaba enfadado y deseaba acabar cuanto antes con aquel negocio.
El lugar exacto del intercambio era una posada de una villa costera. Gerald dejó su barco alquilado anclado sin vigilancia. Confiaba en que en un lugar como aquel nadie intentara robárselo. Con él iba Robar, el hombre enviado por su vendedor para negociar los detalles de la compra. Le sacaba una cabeza de altura y tenía tantos tatuajes que no se había molestado siquiera en contarlos. Aun así, era educado y hablaba con inteligencia. Gerald consideró la posibilidad de comprarlo y ponerlo a su servicio pero hablaba de su jefe con un gran respeto, por lo que no creyó que accediese. Robar le acompañaba para vigilar el maletín con el dinero que Gerald llevaba esposado a la muñeca.
Cada vez que alguien se le quedaba mirando mucho tiempo, se llevaba la mano al puño de la espada y las miradas cesaban de inmediato. Su Pluma Negra solía tener ese efecto y, aunque en realidad no tenía intención de desenvainarla en una isla así, debía aparentar que era peligroso. Allí era Elliot Reiner, empresario, e intermediario en transacciones de todo tipo entre gente de todo tipo y con artículos de todo tipo, y Elliot Reiner no podía tolerar que nadie le robase.
Se suponía que Robar estaba allí para evitarlo pero en realidad era del que menos se fiaba. Había examinado sus recuerdos nada más conocerlo y los crímenes que llevaba a sus espaldas le habían demostrado que no era de fiar.
La posada tenía cuatro plantas y Gerald decidió reservar el piso superior para él solo. No le gustaba dormir en posadas pero si se quedaba en el barco llamaría una atención indeseada, así que decidió quedarse la planta entera para él solo. Robar se pagó una habitación pequeña en el primer piso, sin duda para poder mantenerlo vigilado cuando saliera y entrara.
Inesperadamente, en el salón comunal de la planta baja contaba con un escenario para conciertos, donde un grupo de cuerda amenizaba la velada. Gerald ocupó una amplia mesa junto a la pared, desde contaba con una vista de todo el local. Cuando un grupo de borrachos maleantes decidió entrar a montar un espectáculo, el espadachín echó una mirada de reojo a la espada y al maletín, pero decidió ignorarlos por el momento. La gente los observaba y el grupo seguía tocando con nerviosismo. Gerald distinguió a un joven de pelo blanco que parecía molesto. Se preguntó si se decidiría a poner en su sitio a esa gente. Si lo hacía tal vez corriese la sangre pero no era de su incumbencia. Simplemente alzó su copa de vino y bebió.
El lugar exacto del intercambio era una posada de una villa costera. Gerald dejó su barco alquilado anclado sin vigilancia. Confiaba en que en un lugar como aquel nadie intentara robárselo. Con él iba Robar, el hombre enviado por su vendedor para negociar los detalles de la compra. Le sacaba una cabeza de altura y tenía tantos tatuajes que no se había molestado siquiera en contarlos. Aun así, era educado y hablaba con inteligencia. Gerald consideró la posibilidad de comprarlo y ponerlo a su servicio pero hablaba de su jefe con un gran respeto, por lo que no creyó que accediese. Robar le acompañaba para vigilar el maletín con el dinero que Gerald llevaba esposado a la muñeca.
Cada vez que alguien se le quedaba mirando mucho tiempo, se llevaba la mano al puño de la espada y las miradas cesaban de inmediato. Su Pluma Negra solía tener ese efecto y, aunque en realidad no tenía intención de desenvainarla en una isla así, debía aparentar que era peligroso. Allí era Elliot Reiner, empresario, e intermediario en transacciones de todo tipo entre gente de todo tipo y con artículos de todo tipo, y Elliot Reiner no podía tolerar que nadie le robase.
Se suponía que Robar estaba allí para evitarlo pero en realidad era del que menos se fiaba. Había examinado sus recuerdos nada más conocerlo y los crímenes que llevaba a sus espaldas le habían demostrado que no era de fiar.
La posada tenía cuatro plantas y Gerald decidió reservar el piso superior para él solo. No le gustaba dormir en posadas pero si se quedaba en el barco llamaría una atención indeseada, así que decidió quedarse la planta entera para él solo. Robar se pagó una habitación pequeña en el primer piso, sin duda para poder mantenerlo vigilado cuando saliera y entrara.
Inesperadamente, en el salón comunal de la planta baja contaba con un escenario para conciertos, donde un grupo de cuerda amenizaba la velada. Gerald ocupó una amplia mesa junto a la pared, desde contaba con una vista de todo el local. Cuando un grupo de borrachos maleantes decidió entrar a montar un espectáculo, el espadachín echó una mirada de reojo a la espada y al maletín, pero decidió ignorarlos por el momento. La gente los observaba y el grupo seguía tocando con nerviosismo. Gerald distinguió a un joven de pelo blanco que parecía molesto. Se preguntó si se decidiría a poner en su sitio a esa gente. Si lo hacía tal vez corriese la sangre pero no era de su incumbencia. Simplemente alzó su copa de vino y bebió.
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- Problemáticos:
La tensión seguía palpándose en el interior de esa posada, la camarera se encontraba intimidada como muchos de los clientes que había en la zona común. El dueño trató con ese grupo pero estos seguían pasando de él, ofreciéndole el dinero para que les sirvieran más bebida, al principio se negaba pero las amenazas hicieron que el dueño se rebajara a ponerles lo que pedían.
Los energúmenos se fijaron en el movimiento de la pierna del espadachín, por lo que después de reírse del dueño y la camarera se adentraron hacia esa zona de la posada, tres de los cuatro impresentables rodearon al novato pirata.
- ¿Pero tú tienes edad para estar aquí? – preguntó el que tenía un puro en la boca sentándose al lado, los otros dos se colocaron alrededor para evitar que se marchara y de esa forma intimidarlo.
<< Joder… ¿Qué les digo? >>
Estaba nervioso Brand, se podía ver como temblaba un poco por no saber que responder. Mira que se le daba mal el trato con los desconocidos, no había forma de mejorar en ese aspecto y quitarse esa inquietud llamada timidez – Esto… mirar… - suspiró buscando relajarse un poco, bebiendo algo de agua – Estoy escuchando esta melodía mientras acabo de cenar y desde que habéis llegado, me estáis molestando… - hablaba con tono nervioso por la timidez pero la tensión en la mayoría de los clientes era palpable en el ambiente - ¿Podríais dejarnos en paz? O… bueno si os quedáis callados os puedo dejar sentaros aquí al lado – alguna que otra persona no pudo reprimir la sorpresa de las palabras del espadachín, algunos presentes abrían los ojos como platos y otros se atragantaron con la bebida. - ¿Estás viendo en que situación te estas metiendo? – preguntó uno de los que estaban de pie a Brandom.
El hombre más corpulento del grupo se acercó al individuo que se localizaba en un lateral de la sala, en una zona estratégica para tener un dominio visual de todo el salón común. Allí que ese hombre se sentó al lado de Elliot Reiner, entorpeciendo algo su campo de visión a la vez que le decía - ¿No te importa que me siente, no? Tienes mucho espacio para ti solo… -
Se escuchó un estruendoso golpe que resonó por toda la posada, la mayoría de la gente que se encontraba sentada se quedó de piedra al ver como Brand estampó la cabeza de uno de los problemáticos en la mesa. El osado desconocido había tirado el humo del puro, en el rostro del pirata, algo que odiaba con creces; sumando que le habían interrumpido el concierto melodioso y el abuso hacia los trabajadores… su paciencia llegó a un cierto límite. Ya no había temblores, ni siquiera hablaba pero en su rostro se podía ver reflejada la rabia que sentía, al instante de que ese porrazo se hubiera escuchado, el boken del espadachín dibujó una semicircunferencia impactando en la garganta del segundo malhechor que había a su otro lado, haciendo que este saliera despedido unos metros por el golpe. Con un giro de cadera en el aire, quedando sobre el banco, dibujó un movimiento ascendente con la katana de madera golpeando los genitales del tercer desconocido que se localizaba detrás de él. Los ataques del espadachín fueron certeros, aprovechándose en todos ellos del efecto sorpresa.
- Hijo de… - murmuró el que tenía el rostro estampado en la mesa, que se intentaba incorporar. El boken aterrizo en su cogote estampándolo de nuevo contra la madera, esta acabó cediendo rompiendo un trozo de la mesa.
- No me gusta que me tiren el humo en la cara… - sentenció Glash D. Brandom. Por otro lado, el grandullón que estaba al lado de Elliot se levantó, dándole la espalda, para ir a recriminar al joven pirata. El espectáculo parecía que iba a llegar a su fin pero otro individuo entró en la escena, un hombre de gran corpulencia que debió agachar algo la cabeza para pasar por la entrada de la posada - ¿Qué coño ha pasado aquí? – Su voz grave sobresaltó a muchos de los presentes, hasta el límite que uno de ellos señaló a Brandom - ¡Ha sido él! –
La música ya dejó de sonar, algunos de los clientes se marchaban de la posada o directamente subían a sus respectivas habitaciones abandonando la zona común. El que parecía el líder empezó a caminar hacia Brandom - ¿Has sido tú? – el pirata lo miró, alzando la cabeza mientras el otro impresentable decía - ¡Sí, jefe! ¡Ha sido él! – Brandom ya estaba respondiendo – Mira… estaban interrumpiendo a los músicos, molestaban a los clientes y… - el cabecilla se giró para recriminar al de su grupo - ¡Cállate! – era todo una maniobra ya que el espadachín bajó su atención, el inocente muchacho pensaba que ese hombre había venido a hablar, por ese motivo recibió el tremendo ostión con el dorso del puño. El pirata salió volando hacia la barra de servicio empotrándose contra las estanterías, cayendo al suelo bajo esos escombros de madera y cerámica.
- Vamos a darle una paliza a ese niñato para enseñarle en que asuntos no se ha de meter – los rasgos a destacar de ese supuesto líder era la cresta que tenía como peinado y esas pedazo orejas, algunas otras características eran unos tornillos en sus sienes ¿Seria algún piercing o elemento decorativo? El subyugado seguía dando las espaldas a Gerald iniciando una marcha hacia el lado de su jefe. El resto de presentes se habían escondido bajo las mesas, el dueño se había perdido en la cocina y la camarera estaba detrás de la barra intentando averiguar el estado de Brand que seguía bajo esa pila de “escombros”.
- Jefe:
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El joven de pelo blanco se metió él solo en un lío del que difícilmente saldría sin pelear. Cometió la osadía de encararse con los ridículos hombres armados y Gerald supo en ese momento que alguien iba a sangrar allí. No le habría importado lo más mínimo de no ser porque uno de ellos se sentó justo a su lado. Gerald ni siquiera se dignó a mirarlo. Continuó bebiendo con calma y rozó la mano del hombre ligeramente. Inmediatamente, sus recuerdos comenzaron a fluir hacia su mente.
Estaban desordenados y eran tan caóticos como un huracán. Vio escenas de lucha, de bares y de ambas cosas; vio el momento en que aquel tipo se unió a los compañeros con los que asaltaba el hostal, como preparaban armas y explosivos y los cargaban en su barco, una galera de remos llamada La Funesta, y como su capitán les daba una charla sobre los botines y tesoros que podrían conseguir allí. Fue solo un segundo, un único segundo en el que vio claramente el interior de su cabeza. Fue un solo segundo que le hizo decidirse a actuar.
-Sois de lo más molesto. -le dijo al tipo sentado a su lado-. Marchaos. No lo repetiré. -Gerald vació su copa de vino y se lamentó para sus adentros cuando se dio cuenta de que los músicos estaban huyendo de la estancia junto con todos los demás tras ver como el peliblanco comenzaba una pelea. No se defendía mal. Quizás acabase muerto igualmente pero al menos podría llevarse a alguno por delante. El escándalo atrajo a Robar, quien bajó cargado con una bola de bolos del tamaño de su cabeza que siempre llevaba con él.
-Deberíamos limpiar este sitio rápido, señor Robar. -afirmó Gerald mientras se levantaba. Llevaba el maletín esposado en la mano izquierda, así que dejó que el hombretón tatuado se ocupase de ayudar al pobre chico que acababa de salir volando.
Un nuevo invitado se había unido a la fiesta y parecía ser el jefe, un jefe con bastante mal humor. No le impresionaba lo más mínimo aquella gente pero podían ser una molestia para sus asuntos allí. Si cuando el vendedor llegase para el intercambio había una pelea en la posada, el trato se iría al garete. Por suerte, Robar pareció pensar lo mismo, pues su bola de hierro fue a estrellarse en el cráneo de un bandido. Gerald, por su parte, desenvainó su espada negra y apuñaló por la espalda al mismo hombre que se había sentado junto a él. Luego estrelló el maletín contra la cara de otro y le rajó la garganta.
Dejó a Robar peleando contra esos desconocidos y se dirigió hacia los restos de la barra, donde había caído el chico y hacia donde se dirigió otro de los tipos armados para rematar el trabajo. "Soy demasiado bueno", pensó Gerald. No le importaba la vida o la muerte de ese joven, pero la muerte de un ciudadano normal no era como la de unos criminales. Si morían clientes, eso atraería a la Marina; si morían unos bandidos, nadie se inmutaría.
El bandido se giró en cuanto le oyó acercarse y Gerald tuvo que defender de su espada. El acero danzó durante unos instantes antes de que el Gerald acertase a herirlo en el muslo y posteriormente lo golpeara con el maletín metálico. Hundió su hoja en el cuello del hombre inconsciente y se dio la vuelta, dirigiendo po más que una mirada hacia el joven de pelo blanco.
Estaban desordenados y eran tan caóticos como un huracán. Vio escenas de lucha, de bares y de ambas cosas; vio el momento en que aquel tipo se unió a los compañeros con los que asaltaba el hostal, como preparaban armas y explosivos y los cargaban en su barco, una galera de remos llamada La Funesta, y como su capitán les daba una charla sobre los botines y tesoros que podrían conseguir allí. Fue solo un segundo, un único segundo en el que vio claramente el interior de su cabeza. Fue un solo segundo que le hizo decidirse a actuar.
-Sois de lo más molesto. -le dijo al tipo sentado a su lado-. Marchaos. No lo repetiré. -Gerald vació su copa de vino y se lamentó para sus adentros cuando se dio cuenta de que los músicos estaban huyendo de la estancia junto con todos los demás tras ver como el peliblanco comenzaba una pelea. No se defendía mal. Quizás acabase muerto igualmente pero al menos podría llevarse a alguno por delante. El escándalo atrajo a Robar, quien bajó cargado con una bola de bolos del tamaño de su cabeza que siempre llevaba con él.
-Deberíamos limpiar este sitio rápido, señor Robar. -afirmó Gerald mientras se levantaba. Llevaba el maletín esposado en la mano izquierda, así que dejó que el hombretón tatuado se ocupase de ayudar al pobre chico que acababa de salir volando.
Un nuevo invitado se había unido a la fiesta y parecía ser el jefe, un jefe con bastante mal humor. No le impresionaba lo más mínimo aquella gente pero podían ser una molestia para sus asuntos allí. Si cuando el vendedor llegase para el intercambio había una pelea en la posada, el trato se iría al garete. Por suerte, Robar pareció pensar lo mismo, pues su bola de hierro fue a estrellarse en el cráneo de un bandido. Gerald, por su parte, desenvainó su espada negra y apuñaló por la espalda al mismo hombre que se había sentado junto a él. Luego estrelló el maletín contra la cara de otro y le rajó la garganta.
Dejó a Robar peleando contra esos desconocidos y se dirigió hacia los restos de la barra, donde había caído el chico y hacia donde se dirigió otro de los tipos armados para rematar el trabajo. "Soy demasiado bueno", pensó Gerald. No le importaba la vida o la muerte de ese joven, pero la muerte de un ciudadano normal no era como la de unos criminales. Si morían clientes, eso atraería a la Marina; si morían unos bandidos, nadie se inmutaría.
El bandido se giró en cuanto le oyó acercarse y Gerald tuvo que defender de su espada. El acero danzó durante unos instantes antes de que el Gerald acertase a herirlo en el muslo y posteriormente lo golpeara con el maletín metálico. Hundió su hoja en el cuello del hombre inconsciente y se dio la vuelta, dirigiendo po más que una mirada hacia el joven de pelo blanco.
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<< Todo me da vueltas… >> fueron los últimos pensamientos de Brand antes de quedarse bajo esa pila de madera y cerámica.
La incorporación de Gerald fue una sorpresa para todos los presentes, hasta para los mismísimos bandidos que caían uno detrás de otro. El primero en fallecer fue el que se había sentado a su lado, por mucha corpulencia el filo de la espada de Gerald lo atravesó como si fuera mantequilla, dejando escapar un grito ahogado por la sorpresa y cayendo de rodillas al suelo. El otro malhechor intentó defenderse pero el maletín le impacto con tal fuerza que lo desequilibró, impidiéndole evadir ese corte en la garganta, la sangre le salía a borbotones y su muerte era inminente.
La bola de hierro de Robar hizo un pleno en la cabeza de un bandido, haciendo que este se estrellase contra una de las paredes. El jefe de esa banda miraba atónito y con claro gesto de enojo toda la escena, esos dos individuos le estaban frustrando los planes y no le gustaba nada. El único maleante que estaba de pie y libre se acercaba hacia el pirata que se encontraba bajo esa pila de escombros, pero cambió de objetivo al escuchar a Gerald iniciando un pequeño combate que acabó con su vida, después de esa herida en el muslo y el golpe con el maletín, poco pudo hacer el bandido ante la afilada hoja del arma del empresario.
En todo ese escándalo, mientras Robar daba fin a la asquerosa vida que llevaban los dos bandidos restantes, el que había recibido el bolazo en la cabeza y el que estaba herido, tras la apuñalada por la espalda de Gerald; el líder aprovechó para marcharse la posada escapándose de esa escena.
El silencio reinó en la sala común, los clientes empezaron a salir de debajo de las mesas y el dueño evaluaba los daños con gesto preocupante. La camarera se quedó observando a Gerald y con un tono que inspiraba temor por la situación le dijo – Gracias… - luego la trabajadora miró al pirata – Esta… esta… dormido – allí estaba Glash D. Brandom, dormido detrás de la barra; aunque no tardó en despertarse. Una botella acabó rodando en una estantería medio rota y cayó a escasos centímetros del espadachín, por acto reflejo salió de los escombros poniéndose de pie, su rostro reflejaba desconcierto - ¿.ónde e.ta e.he ti.po..? – tenía la mejilla hinchada por el golpe, no podía pronunciar bien pero por lo demás estaba perfecto. Miró hacia los presentes, fijándose en esos bandidos que estaban muertos, luego desvió la mirada hacia el rincón dónde estaban los músicos – Oh… a n.o h..ay.. .al.m.el.odia.. – agachó la cabeza algo apenado.
El dueño de la posada con claro miedo reflejado en su rostro se acercó hacia Gerald, Robar y Brand – Gratitud por lo que habéis hecho… pero… pero… estoy seguro que esto no acabará aquí, volverán con más refuerzos ¿Nos podéis ayudar? – el anciano les pidió ese favor.
En los recuerdos que pudo ver Gerald, entre ese bombardeo de imágenes pudo averiguar la localización de esa banda en la Isla de Conomi. Para buenas o malas noticias no estaba lejos de dónde se encontraban, estaba en una casa abandonada en las afueras de la Villa Cocoyasi.
Brand no respondió, esperó a que Gerald y Robar hablaran primero, parecía ser que esos dos tipos se encargaron de dar su final a esos bandidos.
La incorporación de Gerald fue una sorpresa para todos los presentes, hasta para los mismísimos bandidos que caían uno detrás de otro. El primero en fallecer fue el que se había sentado a su lado, por mucha corpulencia el filo de la espada de Gerald lo atravesó como si fuera mantequilla, dejando escapar un grito ahogado por la sorpresa y cayendo de rodillas al suelo. El otro malhechor intentó defenderse pero el maletín le impacto con tal fuerza que lo desequilibró, impidiéndole evadir ese corte en la garganta, la sangre le salía a borbotones y su muerte era inminente.
La bola de hierro de Robar hizo un pleno en la cabeza de un bandido, haciendo que este se estrellase contra una de las paredes. El jefe de esa banda miraba atónito y con claro gesto de enojo toda la escena, esos dos individuos le estaban frustrando los planes y no le gustaba nada. El único maleante que estaba de pie y libre se acercaba hacia el pirata que se encontraba bajo esa pila de escombros, pero cambió de objetivo al escuchar a Gerald iniciando un pequeño combate que acabó con su vida, después de esa herida en el muslo y el golpe con el maletín, poco pudo hacer el bandido ante la afilada hoja del arma del empresario.
En todo ese escándalo, mientras Robar daba fin a la asquerosa vida que llevaban los dos bandidos restantes, el que había recibido el bolazo en la cabeza y el que estaba herido, tras la apuñalada por la espalda de Gerald; el líder aprovechó para marcharse la posada escapándose de esa escena.
El silencio reinó en la sala común, los clientes empezaron a salir de debajo de las mesas y el dueño evaluaba los daños con gesto preocupante. La camarera se quedó observando a Gerald y con un tono que inspiraba temor por la situación le dijo – Gracias… - luego la trabajadora miró al pirata – Esta… esta… dormido – allí estaba Glash D. Brandom, dormido detrás de la barra; aunque no tardó en despertarse. Una botella acabó rodando en una estantería medio rota y cayó a escasos centímetros del espadachín, por acto reflejo salió de los escombros poniéndose de pie, su rostro reflejaba desconcierto - ¿.ónde e.ta e.he ti.po..? – tenía la mejilla hinchada por el golpe, no podía pronunciar bien pero por lo demás estaba perfecto. Miró hacia los presentes, fijándose en esos bandidos que estaban muertos, luego desvió la mirada hacia el rincón dónde estaban los músicos – Oh… a n.o h..ay.. .al.m.el.odia.. – agachó la cabeza algo apenado.
El dueño de la posada con claro miedo reflejado en su rostro se acercó hacia Gerald, Robar y Brand – Gratitud por lo que habéis hecho… pero… pero… estoy seguro que esto no acabará aquí, volverán con más refuerzos ¿Nos podéis ayudar? – el anciano les pidió ese favor.
En los recuerdos que pudo ver Gerald, entre ese bombardeo de imágenes pudo averiguar la localización de esa banda en la Isla de Conomi. Para buenas o malas noticias no estaba lejos de dónde se encontraban, estaba en una casa abandonada en las afueras de la Villa Cocoyasi.
Brand no respondió, esperó a que Gerald y Robar hablaran primero, parecía ser que esos dos tipos se encargaron de dar su final a esos bandidos.
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Precisión
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Gerald no pudo evitar sentir cierta compasión por los pobres empleados de aquel local. Le pedían ayuda como si fuese una especie de salvador que estaba dispuesto a echarles una mano para. "Van a volver", decían. "Pues claro que van a volver", pensó Gerald nada más oírlo. Ya le había extrañado que el que parecía el líder se hubiese escabullido, así que supuso que no tardaría en traer refuerzos. Los recuerdos del bandido que había absorbido le indicaron que eran bastantes. Si hubiese quedado algún superviviente en la posada habría examinado su mente discretamente para averiguar donde habían atracado su barco y qué objetivos tenían allí, pero tuvo que conformarse con no saber nada.
Limpió la sangre de su espada en la ropa de uno de los caídos, enderezó una silla, se sentó y se sirvió una copa de vino. Bebió lentamente y envainó a Pluma Negra mientras Robar hacía lo propio. Si aquella gente tenía la mitad de cerebro que la silla en la que se sentaba, se largarían de allí cuanto antes. Y así se lo dijo.
-Deberíais marcharos. Si vuelven, no tengo la menor intención de defender vuestras vidas, y ahora que la música ha cesado no tengo motivos para estar aquí más allá de lo imprescindible. -Gerald observó atentamente a los presentes. El chaval de la espada casi no podía hablar de lo hinchada que tenía la cara-. Señor Robar, buscad una ventana con buenas vistas y aseguraos de que no tenemos invitados indeseados. Cuando nuestro amigo común llegue, zanjaremos el trato rápidamente y preferiría que no nos hubieran rodeado para entonces.
El espadachín dejó de prestar atención a los pocos que quedaban en la posada, algunos de los cuales empezaban a bajar de sus habitaciones para buscar un lugar más seguro. Él simplemente se aseguró de que el maletín siguiese bien cerrado y colocó su silla frente a la ventana para poder vigilar quién se acercaba. Al ver que algunos trabajadores se quedaban y empuñaban incluso cuchillos de cocina, Gerald se planteó la posibilidad de echarlos a la fuerza y despejar aquel lugar. En cambio, decidió que tal vez serían útiles si había problemas mientras él estuviera todavía allí.
-Si alguno de ustedes no ha estado nunca en una batalla le aconsejaré que apunten a la cabeza. Ya saben lo que se dice: un enemigo herido es solo medio enemigo; un enemigo muerto no es nada.
Limpió la sangre de su espada en la ropa de uno de los caídos, enderezó una silla, se sentó y se sirvió una copa de vino. Bebió lentamente y envainó a Pluma Negra mientras Robar hacía lo propio. Si aquella gente tenía la mitad de cerebro que la silla en la que se sentaba, se largarían de allí cuanto antes. Y así se lo dijo.
-Deberíais marcharos. Si vuelven, no tengo la menor intención de defender vuestras vidas, y ahora que la música ha cesado no tengo motivos para estar aquí más allá de lo imprescindible. -Gerald observó atentamente a los presentes. El chaval de la espada casi no podía hablar de lo hinchada que tenía la cara-. Señor Robar, buscad una ventana con buenas vistas y aseguraos de que no tenemos invitados indeseados. Cuando nuestro amigo común llegue, zanjaremos el trato rápidamente y preferiría que no nos hubieran rodeado para entonces.
El espadachín dejó de prestar atención a los pocos que quedaban en la posada, algunos de los cuales empezaban a bajar de sus habitaciones para buscar un lugar más seguro. Él simplemente se aseguró de que el maletín siguiese bien cerrado y colocó su silla frente a la ventana para poder vigilar quién se acercaba. Al ver que algunos trabajadores se quedaban y empuñaban incluso cuchillos de cocina, Gerald se planteó la posibilidad de echarlos a la fuerza y despejar aquel lugar. En cambio, decidió que tal vez serían útiles si había problemas mientras él estuviera todavía allí.
-Si alguno de ustedes no ha estado nunca en una batalla le aconsejaré que apunten a la cabeza. Ya saben lo que se dice: un enemigo herido es solo medio enemigo; un enemigo muerto no es nada.
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Brandom pudo ver la tranquilidad en la que se encontraba el hombre del maletín, envainando su espada y luego bebiendo de esa copa de vino. La gente empezaba a marcharse cuando la camarera se acercó al espadachín ofreciéndole una bolsa de hielo para bajar el hinchazón que tenía en la mejilla - Gra.sci..as – se colocó el hielo en la zona del impacto, agradeciéndoselo a la camarera que con algunos trabajadores se pusieron a limpiar y organizar las zonas más afectadas por la pelea, otros se disponían a defender ese local ante el posible ataque del grupo de bandidos.
Las sabias palabras del espadachín fueron escuchadas por el joven Glash << Tiene razón… esto no es una pequeña disputa, esos individuos iban a matar y el golpe que me soltó ese cabrón… aún duele >> en su mente seguían pasando frases con la intención de prepararse para esa posible batalla campal que se iba a formar en esa zona de la Villa de Cocoyasi.
El pirata se encaminó hacia donde estaba el desconocido con el maletín, se lo quedó mirando unos instantes mientras sujetaba el hielo con una de sus manos libres y dirigiéndose a él le dijo – Disculpaa – se le entendía algo mejor, pero le costaba vocalizar – Grac.ias po.r la a..yu.da – hubo unos segundos de silencio, como si Brand no supiera que decir – Esto... mi nombr.e e.s Bra..nd. – no alzó la mano para estrecharla, simplemente se presentó – M.e qu.eed.aré para .de.fen.d.er est.a po.sada, cuen.ta. con.. m.i. arm.mas ¿Cóm.o te llam..as? - allí esperó respuesta, Brand no tenía habilidad para hablar con la gente, le costaba expresarse y se podía notar que el joven espadachín no tenía “don” de palabra.
Glash D. Brandom mantenía apretada esa bolsa de hielo en la mejilla mientras giraba su rostro para mirar por la ventana, se mantuvo al lado del desconocido que hacia escasos momentos acabó con la vida de los bandidos, junto a su compañero. El pirata al ver que algunos de los trabajadores se disponían a colocar mesas en las ventanas, aquellas que no se utilizaban para observar el exterior, se dispuso a ayudarlos a transportar ese mobiliario para evitar arremetidas por esas posibles entradas; estaban preparando las defensas.
A lo lejos no tardaron en divisarse un par de puntos lumínicos, eran dos antorchas que dejaban ver un grupo de unas 15 personas, entre ellas se encontraba el gigantón del líder. Parecía ser que los bandidos estaban tomando riendas al asunto y querían zanjarlo de la peor manera posible, arrasando con todo lo que se interpusiera en su camino, estaban al llegar.
Las sabias palabras del espadachín fueron escuchadas por el joven Glash << Tiene razón… esto no es una pequeña disputa, esos individuos iban a matar y el golpe que me soltó ese cabrón… aún duele >> en su mente seguían pasando frases con la intención de prepararse para esa posible batalla campal que se iba a formar en esa zona de la Villa de Cocoyasi.
El pirata se encaminó hacia donde estaba el desconocido con el maletín, se lo quedó mirando unos instantes mientras sujetaba el hielo con una de sus manos libres y dirigiéndose a él le dijo – Disculpaa – se le entendía algo mejor, pero le costaba vocalizar – Grac.ias po.r la a..yu.da – hubo unos segundos de silencio, como si Brand no supiera que decir – Esto... mi nombr.e e.s Bra..nd. – no alzó la mano para estrecharla, simplemente se presentó – M.e qu.eed.aré para .de.fen.d.er est.a po.sada, cuen.ta. con.. m.i. arm.mas ¿Cóm.o te llam..as? - allí esperó respuesta, Brand no tenía habilidad para hablar con la gente, le costaba expresarse y se podía notar que el joven espadachín no tenía “don” de palabra.
Glash D. Brandom mantenía apretada esa bolsa de hielo en la mejilla mientras giraba su rostro para mirar por la ventana, se mantuvo al lado del desconocido que hacia escasos momentos acabó con la vida de los bandidos, junto a su compañero. El pirata al ver que algunos de los trabajadores se disponían a colocar mesas en las ventanas, aquellas que no se utilizaban para observar el exterior, se dispuso a ayudarlos a transportar ese mobiliario para evitar arremetidas por esas posibles entradas; estaban preparando las defensas.
A lo lejos no tardaron en divisarse un par de puntos lumínicos, eran dos antorchas que dejaban ver un grupo de unas 15 personas, entre ellas se encontraba el gigantón del líder. Parecía ser que los bandidos estaban tomando riendas al asunto y querían zanjarlo de la peor manera posible, arrasando con todo lo que se interpusiera en su camino, estaban al llegar.
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Gerald esperaba impaciente, golpeando la mesa con los dedos al compás de una melodía improvisada. Tal vez la tocase una vez tuviese a mano un violín. Mantenía la mirada fija más allá de la ventana de la posada, pensando si serían los bandidos los que apareciesen primero o sería algún grupo de marines. Siendo el East Blue, le extrañaría ver velas blancas cerca de esas aguas. El interés de la Marina en los piratas de esa zona del mundo era más bien nulo, por lo que su presencia allí era meramente simbólica. Algo muy conveniente para los que querían moverse con libertad; algo muy problemático para los que vivían allí.
Cuando quiso darse cuenta, el chico del pelo blanco se acercó a hablar con él. No entendió lo primero que le dijo, aunque supuso que sería un saludo, un agradecimiento o algo igual de aburrido. Lo que sí llegó a captar fue su nombre: Brand. Nunca lo había oído.
-Puedes llamarme Oswald. -se presentó Gerald, haciendo uso de uno de sus nombres falsos.
Se planteó la posibilidad de examinar la mente de aquel chico pero no creía que supusiera amenaza alguna. Parecía ser de la clase de personas buenas, honorables y de puras intenciones. O lo que era lo mismo: fáciles de matar. Le extrañaría que hubiese manchado su espada alguna vez, aunque a su edad, Gerald ya había combatido en innumerables batallas.
-Si tienes intención de luchar intenta que no te rodeen. Si te encuentras en problemas, Robar o yo te ayudaremos. -mintió. Gerald sabía de sobra que Robar no se molestaría en ayudar a nadie excepto a sí mismo y al propio Gerald, y solo hasta que el trato estuviera hecho, y en su caso... bueno, no es que no fuese a ayudarle, pero no era su prioridad. De hecho, si dependiera de él se habría marchado ya, pero había hecho un viaje muy largo como para irse sin lo que había ido a buscar.
Las luces anaranjadas de las antorchas comenzaron a iluminar la noche. Gerald se había asegurado de que los trabajadores apagaran todas las luces, por lo que la oscuridad era total. Bajo la luz del fuego, caminaba un nutrido grupo de gente armada hasta los dientes."Son un poco dramáticos. Solo es una posada", pensó. Supuso que debían de ser muy orgullosos si atacaban todos a la vez un ridículo establecimiento. "Quizás pueda valerme de eso".
El violinista se apartó de la ventana en cuanto vio como empapaban trapos en alcohol y los metían en botellas antes de prenderles fuego. La primera botella en llamas atravesó el cristal un segundo después de que se apartase. En cuanto el fuego toco el líquido, el recipiente estalló y la mesa sobre la que cayó comenzó a arder.
Los trabajadores que se habían quedado se apresuraron en apagarlo, pero un idiota le echó vodka en lugar de agua y solo consiguió avivar el fuego. Aparte de Robar, el tal Brand y él, solo quedaban el dueño, varios camareros y limpiadores, la banda de música y un par de tipos que no sabía quienes eran. Imaginaba que si la cosa se ponía fea solo un par de ellos, con suerte, conseguirían abatir algún enemigo.
Varias botellas chocaron contra la fachada del edificio y otras tantas atravesaron los cristales. El grupo de atacantes había formado un semicírculo frente a la puerta principal, y la única, por lo que él sabía. Gerald golpeó una botella en el aire con el maletín metálico y las llamas lamieron su brazo antes de que las apagara a base de golpes contra la pared de piedra de la amplia chimenea situada justo en el centro de la sala principal.
-Seguirán lanzando fuego hasta que alguno salga y entonces lo acribillarán. Para los demás... cuando el humo nos ciegue, atacarán. Empapad las cortinas de las habitaciones en agua y traedlas aquí, apartad las botellas de alcohol y volcad las mesas para cubriros con ellas.- Los trabajadores del local, al menos parte de ellos, decidieron hacer caso al tipo siniestro de la espada negra. Él, por su parte, se plantó ante la puerta, desenvainó su arma y esperó al primer oponente.
Cuando quiso darse cuenta, el chico del pelo blanco se acercó a hablar con él. No entendió lo primero que le dijo, aunque supuso que sería un saludo, un agradecimiento o algo igual de aburrido. Lo que sí llegó a captar fue su nombre: Brand. Nunca lo había oído.
-Puedes llamarme Oswald. -se presentó Gerald, haciendo uso de uno de sus nombres falsos.
Se planteó la posibilidad de examinar la mente de aquel chico pero no creía que supusiera amenaza alguna. Parecía ser de la clase de personas buenas, honorables y de puras intenciones. O lo que era lo mismo: fáciles de matar. Le extrañaría que hubiese manchado su espada alguna vez, aunque a su edad, Gerald ya había combatido en innumerables batallas.
-Si tienes intención de luchar intenta que no te rodeen. Si te encuentras en problemas, Robar o yo te ayudaremos. -mintió. Gerald sabía de sobra que Robar no se molestaría en ayudar a nadie excepto a sí mismo y al propio Gerald, y solo hasta que el trato estuviera hecho, y en su caso... bueno, no es que no fuese a ayudarle, pero no era su prioridad. De hecho, si dependiera de él se habría marchado ya, pero había hecho un viaje muy largo como para irse sin lo que había ido a buscar.
Las luces anaranjadas de las antorchas comenzaron a iluminar la noche. Gerald se había asegurado de que los trabajadores apagaran todas las luces, por lo que la oscuridad era total. Bajo la luz del fuego, caminaba un nutrido grupo de gente armada hasta los dientes."Son un poco dramáticos. Solo es una posada", pensó. Supuso que debían de ser muy orgullosos si atacaban todos a la vez un ridículo establecimiento. "Quizás pueda valerme de eso".
El violinista se apartó de la ventana en cuanto vio como empapaban trapos en alcohol y los metían en botellas antes de prenderles fuego. La primera botella en llamas atravesó el cristal un segundo después de que se apartase. En cuanto el fuego toco el líquido, el recipiente estalló y la mesa sobre la que cayó comenzó a arder.
Los trabajadores que se habían quedado se apresuraron en apagarlo, pero un idiota le echó vodka en lugar de agua y solo consiguió avivar el fuego. Aparte de Robar, el tal Brand y él, solo quedaban el dueño, varios camareros y limpiadores, la banda de música y un par de tipos que no sabía quienes eran. Imaginaba que si la cosa se ponía fea solo un par de ellos, con suerte, conseguirían abatir algún enemigo.
Varias botellas chocaron contra la fachada del edificio y otras tantas atravesaron los cristales. El grupo de atacantes había formado un semicírculo frente a la puerta principal, y la única, por lo que él sabía. Gerald golpeó una botella en el aire con el maletín metálico y las llamas lamieron su brazo antes de que las apagara a base de golpes contra la pared de piedra de la amplia chimenea situada justo en el centro de la sala principal.
-Seguirán lanzando fuego hasta que alguno salga y entonces lo acribillarán. Para los demás... cuando el humo nos ciegue, atacarán. Empapad las cortinas de las habitaciones en agua y traedlas aquí, apartad las botellas de alcohol y volcad las mesas para cubriros con ellas.- Los trabajadores del local, al menos parte de ellos, decidieron hacer caso al tipo siniestro de la espada negra. Él, por su parte, se plantó ante la puerta, desenvainó su arma y esperó al primer oponente.
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Brand afirmó cuando el desconocido dijo su nombre, memorizándolo en su mente << Oswald… Oswald… >> mientras mantenía la bolsa de frío en su mejilla. El joven ya podía hablar mucho mejor pero la rojez se marcaba en esa zona de su cara, dejando indicios de haber recibido un fuerte golpe.
- De acuerdo – respondió a las palabras del hombre del maletín, cuando le aconsejó que no le rodeasen. Brandom se puso a cubierto, cuando el primer cóctel molotov impactó contra una de las mesas. Después de evaluar la situación y observar como un incauto vertió vodka en esas llamas avivándolas, siguió las indicaciones de Oswald y fue con unos trabajadores a empapar las cortinas en agua y bajarlas al piso de abajo. Otro grupo ya se estaba atrincherando con unas mesas mientras la zona común se iba iluminando por el fuego producido por esas “bombas” caseras, a la vez que el humo iba avanzando más terreno.
Brandom se remojó la bufanda y la utilizó como máscara para poder respirar mejor, los camareros se encargaron de alejar todo el alcohol de las fuentes ignifugas que había en ese local.
<< Menudos cabrones… >> apretó fuertemente las empuñaduras de sus katanas << Quieren quemarnos vivos y luego rematar el trabajo >> otra de esas bombas pasó por las ventanas e impactó de pleno en uno de los trabajadores, este empezó a arder de forma inmediata; Brandom se lo quedó mirando sin saber muy bien que hacer, no sabía cómo ayudarlo y eso le frustraba por dentro. El pobre individuo estaba prendido por ese fuego abrasador, abandonó el local aterrado por el miedo y el dolor, al cruzar la puerta, pasados unos segundos se escuchó el característico ruido de armas de fuego acribillando al pobre ingenuo, cesando así el dolor que podía llegar a sentir con esas llamas abrasando su piel.
- ¡Oswald! – Le llamó para que reparara en él – Mi habitación tiene una ventana hacia la parte trasera de la posada. Si lo que dijiste es cierto ¿Qué te parece repeler la primera oleada y luego salir por allí para atacarles por la espalda? Ellos centraran el ataque aquí, podemos aprovechar para hacer una ofensiva y aprovechar la confusión - Glash D. Brandom se colocó en la pared de al lado de la puerta, agazapado y con las dos katanas en mano. Miró de reojo al espadachín del maletín a unos cuantos metros de él, esperando su respuesta, mientras el humo iba ganando cada vez más espacio.
Oswald acertó en sus indicaciones anteriores, un grupo de unas cinco personas corría para asaltar la posada, Brandom pudo escuchar el ruido que producían y allí se percató de cómo se adentraban dos personas, no actúo, dejando que Oswald o alguno de los presentes se encargara de ellos. Siguió esperando un par de segundos más, allí decidió mover pieza en el instante en el que el tercer bandido entraba. La katana del espadachín dibujó un movimiento semicircular en el aire seccionándole la cabeza, aprovechando así el factor sorpresa. El cuarto que entraba, no logró ver lo que sucedía a causa del humo; Brandom se aprovechó de la situación desde el otro extremo de la puerta, propinándole una patada con el fin de apartarlo de allí y seguir el conflicto dentro sin posibilidad de escapatoria. Realizó un cortes descendiente que el enemigo bloqueó con la espada, pero la otra katana le cortó uno de los brazos, aprovechándose de la bajada de guardia del rival le propinó un tajo certero en el cuello, acabando así con su vida. Brandom no mostraba compasión alguna, su gesto era sereno y tenía claro que debía de poner en práctica todo lo que había aprendido si luchaba por su vida o la de los suyos.
Un quinto hombre entró desorientándose un poco por la cantidad de humo que había en aquella posada, en un instante estaba rodeado de los trabajadores armados. El espadachín se volvió hacia la entrada medio agazapado, observando su alrededor, mirando cómo estaba la situación y preparándose para lo peor, los ojos del pirata seguían reflejando esa seriedad que rozaba la frialdad de sus acciones.
- De acuerdo – respondió a las palabras del hombre del maletín, cuando le aconsejó que no le rodeasen. Brandom se puso a cubierto, cuando el primer cóctel molotov impactó contra una de las mesas. Después de evaluar la situación y observar como un incauto vertió vodka en esas llamas avivándolas, siguió las indicaciones de Oswald y fue con unos trabajadores a empapar las cortinas en agua y bajarlas al piso de abajo. Otro grupo ya se estaba atrincherando con unas mesas mientras la zona común se iba iluminando por el fuego producido por esas “bombas” caseras, a la vez que el humo iba avanzando más terreno.
Brandom se remojó la bufanda y la utilizó como máscara para poder respirar mejor, los camareros se encargaron de alejar todo el alcohol de las fuentes ignifugas que había en ese local.
<< Menudos cabrones… >> apretó fuertemente las empuñaduras de sus katanas << Quieren quemarnos vivos y luego rematar el trabajo >> otra de esas bombas pasó por las ventanas e impactó de pleno en uno de los trabajadores, este empezó a arder de forma inmediata; Brandom se lo quedó mirando sin saber muy bien que hacer, no sabía cómo ayudarlo y eso le frustraba por dentro. El pobre individuo estaba prendido por ese fuego abrasador, abandonó el local aterrado por el miedo y el dolor, al cruzar la puerta, pasados unos segundos se escuchó el característico ruido de armas de fuego acribillando al pobre ingenuo, cesando así el dolor que podía llegar a sentir con esas llamas abrasando su piel.
- ¡Oswald! – Le llamó para que reparara en él – Mi habitación tiene una ventana hacia la parte trasera de la posada. Si lo que dijiste es cierto ¿Qué te parece repeler la primera oleada y luego salir por allí para atacarles por la espalda? Ellos centraran el ataque aquí, podemos aprovechar para hacer una ofensiva y aprovechar la confusión - Glash D. Brandom se colocó en la pared de al lado de la puerta, agazapado y con las dos katanas en mano. Miró de reojo al espadachín del maletín a unos cuantos metros de él, esperando su respuesta, mientras el humo iba ganando cada vez más espacio.
Oswald acertó en sus indicaciones anteriores, un grupo de unas cinco personas corría para asaltar la posada, Brandom pudo escuchar el ruido que producían y allí se percató de cómo se adentraban dos personas, no actúo, dejando que Oswald o alguno de los presentes se encargara de ellos. Siguió esperando un par de segundos más, allí decidió mover pieza en el instante en el que el tercer bandido entraba. La katana del espadachín dibujó un movimiento semicircular en el aire seccionándole la cabeza, aprovechando así el factor sorpresa. El cuarto que entraba, no logró ver lo que sucedía a causa del humo; Brandom se aprovechó de la situación desde el otro extremo de la puerta, propinándole una patada con el fin de apartarlo de allí y seguir el conflicto dentro sin posibilidad de escapatoria. Realizó un cortes descendiente que el enemigo bloqueó con la espada, pero la otra katana le cortó uno de los brazos, aprovechándose de la bajada de guardia del rival le propinó un tajo certero en el cuello, acabando así con su vida. Brandom no mostraba compasión alguna, su gesto era sereno y tenía claro que debía de poner en práctica todo lo que había aprendido si luchaba por su vida o la de los suyos.
Un quinto hombre entró desorientándose un poco por la cantidad de humo que había en aquella posada, en un instante estaba rodeado de los trabajadores armados. El espadachín se volvió hacia la entrada medio agazapado, observando su alrededor, mirando cómo estaba la situación y preparándose para lo peor, los ojos del pirata seguían reflejando esa seriedad que rozaba la frialdad de sus acciones.
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"Esta planta está perdida", pensó Gerald al ver como la habitación se llenaba de humo y fuego. Avisó en voz alta a los compañeros que le habían tocado de que subieran al piso de arriba y confió en que pudieran defender las escaleras que subían a la primera planta. Dudaba que pudieran resistir demasiado tiempo ellos solos, pero por suerte Robar estaba allí arriba, preparado para... Fue entonces cuando se dio cuenta. No había llegado aviso alguno de su parte, aunque se suponía que vigilaría las cercanías de la posada para poder advertirle de cuando les atacaban.
Pero no tenía tiempo para pensar. Un empleado salió por la puerta como un idiota y Gerald estuvo a punto de gritarle que se detuviera, hasta que se dio cuenta de que estaba rodeado de llamas. Los disparos acabaron con su vida en cuanto asomó la cabeza fuera y eso dio pie a que comenzase el asalto.
Para regocijo de todos, el tal Brand dijo algo acerca de una ventana que daba a la parte trasera. No era algo que le hiciera mucha gracia pero para los demás podía ser una buena forma de salir de esa situación con vida. Que salieran ellos por allí, él tenía un motivo para permanecer allí y mientras el edificio se mantuviese en pie no podía marcharse. ¿Qué sería de la reputación de Elliot Reiner si abandonaba un trato antes de pagar? Bueno... eso suponiendo que siguiera en pie.
Los primeros atacantes aparecieron antes de que pudieran organizar una retirada en condiciones. En cuanto los dos primeros bandidos aparecieron entre las llamas y el humo, la mitad de los defensores abandonó la lucha y echó a correr hacia esa ventana de la que había hablado Brand. Gerald se enfrentó a los dos hombres al mismo tiempo. El primero tenía un parche en el ojo, por lo que le atacó aprovechando esa desventaja, golpeándolo con el maletín y empujándolo contra el otro tipo. Apuñaló a uno antes de que se levantase y detuvo el acero del otro mientras varios más iban entrando.
El humo le cegaba cada vez más y apenas veía ya la espada de su rival. Su Pluma Negra hendía la humareda pero no llegaba a acertar a su objetivo. Alcanzó a ver como Brand se ocupaba de un atacante más, pero a punto estuvo de perder el brazo por distraerse mientras luchaba. Cuando se cansó, embistió con fuerza y derribó a su adversario, para después horadar su cuello con la punta negra de su hoja.
-Id por esa ventana y atacad por detrás. -dijo a los que no habían huido todavía. En realidad no se hacía ilusiones. Con suerte, uno o dos realmente atacaría y seguramente no sirviese de nada, pero no sería él quien lo comentase. Ya tenía bastantes problemas sin añadir a la lista la cobardía de un grupo de músicos y camareros.
Antes de que se diera cuenta, el humo era ya tan denso que apenas veía las paredes de la sala. El fuego era lo único que la iluminaba y los cristales de las ventanas brillaban con una luz naranja y siniestra. Gerald remató al bandido moribundo, el cual se levantaba ya dispuesto a apuñalar al joven peliblanco por la espalda, y subió al primer piso por las escaleras ardiendo, esquivando llamas y cuerpos. Si Robar le había traicionado más le valía haber huido ya.
Pero no tenía tiempo para pensar. Un empleado salió por la puerta como un idiota y Gerald estuvo a punto de gritarle que se detuviera, hasta que se dio cuenta de que estaba rodeado de llamas. Los disparos acabaron con su vida en cuanto asomó la cabeza fuera y eso dio pie a que comenzase el asalto.
Para regocijo de todos, el tal Brand dijo algo acerca de una ventana que daba a la parte trasera. No era algo que le hiciera mucha gracia pero para los demás podía ser una buena forma de salir de esa situación con vida. Que salieran ellos por allí, él tenía un motivo para permanecer allí y mientras el edificio se mantuviese en pie no podía marcharse. ¿Qué sería de la reputación de Elliot Reiner si abandonaba un trato antes de pagar? Bueno... eso suponiendo que siguiera en pie.
Los primeros atacantes aparecieron antes de que pudieran organizar una retirada en condiciones. En cuanto los dos primeros bandidos aparecieron entre las llamas y el humo, la mitad de los defensores abandonó la lucha y echó a correr hacia esa ventana de la que había hablado Brand. Gerald se enfrentó a los dos hombres al mismo tiempo. El primero tenía un parche en el ojo, por lo que le atacó aprovechando esa desventaja, golpeándolo con el maletín y empujándolo contra el otro tipo. Apuñaló a uno antes de que se levantase y detuvo el acero del otro mientras varios más iban entrando.
El humo le cegaba cada vez más y apenas veía ya la espada de su rival. Su Pluma Negra hendía la humareda pero no llegaba a acertar a su objetivo. Alcanzó a ver como Brand se ocupaba de un atacante más, pero a punto estuvo de perder el brazo por distraerse mientras luchaba. Cuando se cansó, embistió con fuerza y derribó a su adversario, para después horadar su cuello con la punta negra de su hoja.
-Id por esa ventana y atacad por detrás. -dijo a los que no habían huido todavía. En realidad no se hacía ilusiones. Con suerte, uno o dos realmente atacaría y seguramente no sirviese de nada, pero no sería él quien lo comentase. Ya tenía bastantes problemas sin añadir a la lista la cobardía de un grupo de músicos y camareros.
Antes de que se diera cuenta, el humo era ya tan denso que apenas veía las paredes de la sala. El fuego era lo único que la iluminaba y los cristales de las ventanas brillaban con una luz naranja y siniestra. Gerald remató al bandido moribundo, el cual se levantaba ya dispuesto a apuñalar al joven peliblanco por la espalda, y subió al primer piso por las escaleras ardiendo, esquivando llamas y cuerpos. Si Robar le había traicionado más le valía haber huido ya.
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Un infierno, menudo infierno se estaba montando en esa posada. El humo se apoderaba de esa sala común hasta el límite que era imposible identificar a alguien a más de dos metros, ya no se podía ver con claridad las paredes y el techo era una espesa capa de humo negro. El calor era agobiante, el agua de la bufanda que utilizaba Brand como máscara se había evaporado, le costaba respirar y por el rabillo del ojo pudo ver a ese bandido que iba atacarle, pero la espada de Oswald sentenció esa vida.
Brandom no dudó en seguirlo cuando se precipitaba hacia el piso superior – Gracias – le dijo mientras avanzaban por esas escaleras escapándose de esa espesa humareda, esquivando los focos de fuego que se iban generando en esa sala. Una vez en la primera planta se percató de cómo un grupo de los que antes estaban abajo se precipitaban hacia la salida, algunos con aires de escapar y unos pocos con intenciones de organizar una ofensiva por la espalda del grupo de bandidos.
El pirata envainó las katanas y decidió arrastrar un mueble hacia las escaleras, el fuego aún no había llegado hasta allí pero las paredes empezaban a adornarse de un negruzco color, las llamas por el exterior avanzaban hacia arriba por la pared frontal de la posada.
El ruido de ese arrastre, camuflado por el crispar de las llamas, cesó al encararlo en las escaleras, con la intención de entorpecer la entrada o lanzarlo escaleras abajo y arrasar con aquellos que suban. Miró a Oswald – Voy a salir afuera, es peligroso quedarse aquí dentro. Atacaré por la espalda de ese grupo, puedes unirte siempre viene bien una espada más. Aprovecharé una oportunidad para arremeter contra ellos y luego intentaré separarlos – una vez ofrecida la propuesta el espadachín se dirigió hacia la ventana para saltar al exterior, viendo de reojo como los trabajadores avanzaban hacia unas calles bordeando la taberna, el pirata se fue por el lado contrario ocultándose en las sombras de esos callejones.
Brand bordeó la localización dónde se encontraban sus enemigos y esperó una oportunidad para contraatacar, analizó a los rivales. Había un grupo de unas 8 personas aproximadamente, tres de ellas llevaban armas de fuego, los demás utilizaban espadas o barras de hierro. Sujetó con firmeza la empuñadura de los sables y los desenvainó en silencio, en ese momento actuaron el grupo de trabajadores degollando a uno de los bandidos que tenía un rifle, estos se dieron cuenta y atacaron a esas personas. Brand aprovechó ese momento para actuar lanzándose por el flanco desprotegido de ese grupo, tenían la atención puesta en los trabajadores y no podía dejar pasar esa oportunidad. El característico ruido de la katana cortando el aire alertó a los dos bandidos restantes que poseían rifle, pero fue demasiado tarde ya que los filos estaban encima de ellos, aprovechando la cercanía de esas dos personas Brandom los degolló con un movimiento circular, luego seccionó las armas para que no las pudieran utilizar. Cual gallina empezó a correr hacía uno de los callejones, eran un grupo más numeroso que él y los "compañeros" que atacaron ya habían sido reducidos, no le interesaba un combate abierto y mucho menos en presencia de ese líder que le reventó contra la barra de la posada.
Se giró para observar si le seguía alguien, dos de los bandidos iban tras él, quería dividirlos y parecía ser que el resultado era bueno. Se paró y se puso en guardia cargando el peso hacia delante. Esta vez Brandom se ponía a la defensiva, una katana cubría por arriba y la otra por abajo, en direcciones opuestas formando una cruz en diagonal. Los bandidos iniciaron la ofensiva, atacando de forma coordinada; el pirata defendía cada embestida interponiendo sus katanas. El choque de las armas resonaba en esos callejones adyacentes de una forma discontinua, con diferentes cambios de ritmo. Logró propinar un corte mortal a uno de los agresores, pero el otro aprovechó a arremeter contra él, el espadachín solo pudo saltar para intentar esquivar ese ataque, pero recibió un corte en el brazo izquierdo << Mierda >> como si no pudiera utilizar esa katana dejó que se cayera; el desconocido cayó en la trampa y atacó sin pensar. Brandom entrenado en el estilo Ittoryu “Estilo una espada” desvió el ataque sin problema alguno entrando en la guardia del rival dejando que por la propia inercia del enemigo la katana se clavara en su cuello, el giro de muñeca y el propio movimiento del espadachín acabó por seccionar la yugular.
Fue a buscar la otra katana y limpió la sangre de ambas hojas curvas, para envainarlas. Se rasgo un trozo de tela y se hizo un vendaje improvisado, le dolía pero debía aguantar esa situación por el momento no había llegado a su fin.
Brandom no dudó en seguirlo cuando se precipitaba hacia el piso superior – Gracias – le dijo mientras avanzaban por esas escaleras escapándose de esa espesa humareda, esquivando los focos de fuego que se iban generando en esa sala. Una vez en la primera planta se percató de cómo un grupo de los que antes estaban abajo se precipitaban hacia la salida, algunos con aires de escapar y unos pocos con intenciones de organizar una ofensiva por la espalda del grupo de bandidos.
El pirata envainó las katanas y decidió arrastrar un mueble hacia las escaleras, el fuego aún no había llegado hasta allí pero las paredes empezaban a adornarse de un negruzco color, las llamas por el exterior avanzaban hacia arriba por la pared frontal de la posada.
El ruido de ese arrastre, camuflado por el crispar de las llamas, cesó al encararlo en las escaleras, con la intención de entorpecer la entrada o lanzarlo escaleras abajo y arrasar con aquellos que suban. Miró a Oswald – Voy a salir afuera, es peligroso quedarse aquí dentro. Atacaré por la espalda de ese grupo, puedes unirte siempre viene bien una espada más. Aprovecharé una oportunidad para arremeter contra ellos y luego intentaré separarlos – una vez ofrecida la propuesta el espadachín se dirigió hacia la ventana para saltar al exterior, viendo de reojo como los trabajadores avanzaban hacia unas calles bordeando la taberna, el pirata se fue por el lado contrario ocultándose en las sombras de esos callejones.
Brand bordeó la localización dónde se encontraban sus enemigos y esperó una oportunidad para contraatacar, analizó a los rivales. Había un grupo de unas 8 personas aproximadamente, tres de ellas llevaban armas de fuego, los demás utilizaban espadas o barras de hierro. Sujetó con firmeza la empuñadura de los sables y los desenvainó en silencio, en ese momento actuaron el grupo de trabajadores degollando a uno de los bandidos que tenía un rifle, estos se dieron cuenta y atacaron a esas personas. Brand aprovechó ese momento para actuar lanzándose por el flanco desprotegido de ese grupo, tenían la atención puesta en los trabajadores y no podía dejar pasar esa oportunidad. El característico ruido de la katana cortando el aire alertó a los dos bandidos restantes que poseían rifle, pero fue demasiado tarde ya que los filos estaban encima de ellos, aprovechando la cercanía de esas dos personas Brandom los degolló con un movimiento circular, luego seccionó las armas para que no las pudieran utilizar. Cual gallina empezó a correr hacía uno de los callejones, eran un grupo más numeroso que él y los "compañeros" que atacaron ya habían sido reducidos, no le interesaba un combate abierto y mucho menos en presencia de ese líder que le reventó contra la barra de la posada.
Se giró para observar si le seguía alguien, dos de los bandidos iban tras él, quería dividirlos y parecía ser que el resultado era bueno. Se paró y se puso en guardia cargando el peso hacia delante. Esta vez Brandom se ponía a la defensiva, una katana cubría por arriba y la otra por abajo, en direcciones opuestas formando una cruz en diagonal. Los bandidos iniciaron la ofensiva, atacando de forma coordinada; el pirata defendía cada embestida interponiendo sus katanas. El choque de las armas resonaba en esos callejones adyacentes de una forma discontinua, con diferentes cambios de ritmo. Logró propinar un corte mortal a uno de los agresores, pero el otro aprovechó a arremeter contra él, el espadachín solo pudo saltar para intentar esquivar ese ataque, pero recibió un corte en el brazo izquierdo << Mierda >> como si no pudiera utilizar esa katana dejó que se cayera; el desconocido cayó en la trampa y atacó sin pensar. Brandom entrenado en el estilo Ittoryu “Estilo una espada” desvió el ataque sin problema alguno entrando en la guardia del rival dejando que por la propia inercia del enemigo la katana se clavara en su cuello, el giro de muñeca y el propio movimiento del espadachín acabó por seccionar la yugular.
Fue a buscar la otra katana y limpió la sangre de ambas hojas curvas, para envainarlas. Se rasgo un trozo de tela y se hizo un vendaje improvisado, le dolía pero debía aguantar esa situación por el momento no había llegado a su fin.
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En el primer piso era mucho más fácil respirar. La mayoría de botellas en llamas que habían caído en esa planta ardían en habitaciones cerradas, por lo que el ambiente era tolerable al menos por el momento. Gerald atravesó el pasillo alfombrado a paso rápido, con la espada todavía goteando sangre. En ese mismo pasillo había varias puertas destrozadas y habitaciones revueltas, como si alguien hubiera estado buscando algo entre las posesiones que los pocos clientes de la posada hubieran dejado allí.
"Quinta puerta a la izquierda", recordó. Esa era la habitación que Robar había reservado para pasar la noche y donde debía estar. Su misión consistía en advertirle de la presencia de cualquier atacante y ni siquiera eso había podido hacer. Siempre había sabido que Robar no era especialmente inteligente a pesar de sus modales educados y su fluida oratoria, pero suponía que era capaz de cumplir una tarea tan simple.
Tras permitirse un segundo de alivio al ver que no salía humo por debajo de la puerta, la abrió de golpe de una patada y entró con la espada por delante. Robar estaba ante la ventana abierta. La suave brisa nocturna resultaba refrescante tras el sofocante calor de piso inferior. Gerald se fijó en que llevaba un Den Den Mushi en la mano. "¿Lo habrá sacado de una de las habitaciones?"
-Buenas noches, señor Robar. -Gerald no perdía de vista la gruesa bola de acero que descansaba sobre la modesta cama.
-Se acabó, Reiner. -contestó el corpulento luchador-. El trato corre peligro y mi jefe no quiere correr riesgos. Buscaré otro comprador una vez haya salido de este infierno.
-Mis tratos no se rompen. Tu jefe tendrá su dinero.
-Siento decirte que no. Llamaré ahora mismo para cancelarlo y me marcharé. Si te interpones... -Robar sonrió, algo que nunca le había visto hacer. Gerald no necesitó que terminara la frase para saber a qué se refería. Lo cierto era que esperaba que ese momento llegara más tarde o más temprano. No confiaba en ese hombre y le extrañaba que no hubiera intentado robarle o matarle antes. En cierto modo era tranquilizador saber que la farsa terminaba por fin.
Gerald alzó la espada al mismo tiempo que Robar agarraba la pesada bola de hierro e intentaba golpearle con ella. El acerco chocó contra el acero pero la potencia de su contrincante hizo que Gerald retrocediese un paso. Volvió a cargar, intentando perforar el cuello del luchador. Este esquivó a Pluma Negra y Gerald tuvo que defenderse con el maletín de su ataque. El dinero voló por la habitación en cuanto el arma de Robar reventó el maletín, rompiendo las esposas con las que estaba sujeto a su brazo y arrancándoselo de la muñeca con un crujido atronador.
El espadachín notó como todo su brazo vibraba y trastabilló hasta chocar con la pared. Notaba el brazo izquierdo entumecido y un dolor sordo en la muñeca, donde el hierro de las esposas se había hundido en su carne. Apenas tuvo tiempo de esquivar el siguiente ataque, con el que Robar agujereo el muro que daba al pasillo. El humo comenzaba ya a entrar y la creciente luz del fuego hacía titilar sus sombras contra las paredes. Gerald lanzó un tajo al brazo de Robar, lo bastante rápido como para que el peso de la pesada bola le dificultara evitarlo, por lo que la soltó y le propinó un fuerte derechazo en la mandíbula. Gerald fue a responder con un golpe de izquierda, pero su brazo seguía inútil e inamovible.
Varios disparos resonaron desde abajo mientras su combate continuaba. La espada negra hendía el aire y bloqueaba los golpes rápidos y fuertes de la esfera metálica mientras el ruido de los pasos cada vez más cercanos delataba la presencia de nuevos enemigos subiendo desde la planta baja. Uno de ellos entró en la habitación y Gerald le pusó la zancadilla en cuanto pasó a su lado. El pobre desgraciado cayó frente a Robar y acabó atravesando el suelo hasta la planta baja. Por un momento se atrevió a alegrarse ingenuamente de haberse librado de un adversario.
Luego vino el crujido.
Era como el sonido de mil árboles cayendo en un segundo. Gerald vio el temor reflejado en los ojos de Robar durante una fracción de segundo. Luego echó a correr hacia la ventana. El espadachín lo siguió en el mismo momento en que la estructura del edificio cedía bajo el calor de las llamas y se venía abajo como un castillo de naipes. Saltó por encima del agujero que había dejado el bandido al caer y a través de él llegó a ver como bailaban las lenguas de fuego en el salón comunal. El escenario ardía, al igual que la barra y las mesas. Lo único que quedaría sería la chimenea de piedra, y eso solo hasta que las cuatro plantas de la posada se vinieran abajo sobre ella. El suelo se inclinaba y se despedazaba en su camino hacia la ventana, mientras largas manos de fuego amenazaban con atraparle en su cálido abrazo. Entonces saltó al exterior.
"Quinta puerta a la izquierda", recordó. Esa era la habitación que Robar había reservado para pasar la noche y donde debía estar. Su misión consistía en advertirle de la presencia de cualquier atacante y ni siquiera eso había podido hacer. Siempre había sabido que Robar no era especialmente inteligente a pesar de sus modales educados y su fluida oratoria, pero suponía que era capaz de cumplir una tarea tan simple.
Tras permitirse un segundo de alivio al ver que no salía humo por debajo de la puerta, la abrió de golpe de una patada y entró con la espada por delante. Robar estaba ante la ventana abierta. La suave brisa nocturna resultaba refrescante tras el sofocante calor de piso inferior. Gerald se fijó en que llevaba un Den Den Mushi en la mano. "¿Lo habrá sacado de una de las habitaciones?"
-Buenas noches, señor Robar. -Gerald no perdía de vista la gruesa bola de acero que descansaba sobre la modesta cama.
-Se acabó, Reiner. -contestó el corpulento luchador-. El trato corre peligro y mi jefe no quiere correr riesgos. Buscaré otro comprador una vez haya salido de este infierno.
-Mis tratos no se rompen. Tu jefe tendrá su dinero.
-Siento decirte que no. Llamaré ahora mismo para cancelarlo y me marcharé. Si te interpones... -Robar sonrió, algo que nunca le había visto hacer. Gerald no necesitó que terminara la frase para saber a qué se refería. Lo cierto era que esperaba que ese momento llegara más tarde o más temprano. No confiaba en ese hombre y le extrañaba que no hubiera intentado robarle o matarle antes. En cierto modo era tranquilizador saber que la farsa terminaba por fin.
Gerald alzó la espada al mismo tiempo que Robar agarraba la pesada bola de hierro e intentaba golpearle con ella. El acerco chocó contra el acero pero la potencia de su contrincante hizo que Gerald retrocediese un paso. Volvió a cargar, intentando perforar el cuello del luchador. Este esquivó a Pluma Negra y Gerald tuvo que defenderse con el maletín de su ataque. El dinero voló por la habitación en cuanto el arma de Robar reventó el maletín, rompiendo las esposas con las que estaba sujeto a su brazo y arrancándoselo de la muñeca con un crujido atronador.
El espadachín notó como todo su brazo vibraba y trastabilló hasta chocar con la pared. Notaba el brazo izquierdo entumecido y un dolor sordo en la muñeca, donde el hierro de las esposas se había hundido en su carne. Apenas tuvo tiempo de esquivar el siguiente ataque, con el que Robar agujereo el muro que daba al pasillo. El humo comenzaba ya a entrar y la creciente luz del fuego hacía titilar sus sombras contra las paredes. Gerald lanzó un tajo al brazo de Robar, lo bastante rápido como para que el peso de la pesada bola le dificultara evitarlo, por lo que la soltó y le propinó un fuerte derechazo en la mandíbula. Gerald fue a responder con un golpe de izquierda, pero su brazo seguía inútil e inamovible.
Varios disparos resonaron desde abajo mientras su combate continuaba. La espada negra hendía el aire y bloqueaba los golpes rápidos y fuertes de la esfera metálica mientras el ruido de los pasos cada vez más cercanos delataba la presencia de nuevos enemigos subiendo desde la planta baja. Uno de ellos entró en la habitación y Gerald le pusó la zancadilla en cuanto pasó a su lado. El pobre desgraciado cayó frente a Robar y acabó atravesando el suelo hasta la planta baja. Por un momento se atrevió a alegrarse ingenuamente de haberse librado de un adversario.
Luego vino el crujido.
Era como el sonido de mil árboles cayendo en un segundo. Gerald vio el temor reflejado en los ojos de Robar durante una fracción de segundo. Luego echó a correr hacia la ventana. El espadachín lo siguió en el mismo momento en que la estructura del edificio cedía bajo el calor de las llamas y se venía abajo como un castillo de naipes. Saltó por encima del agujero que había dejado el bandido al caer y a través de él llegó a ver como bailaban las lenguas de fuego en el salón comunal. El escenario ardía, al igual que la barra y las mesas. Lo único que quedaría sería la chimenea de piedra, y eso solo hasta que las cuatro plantas de la posada se vinieran abajo sobre ella. El suelo se inclinaba y se despedazaba en su camino hacia la ventana, mientras largas manos de fuego amenazaban con atraparle en su cálido abrazo. Entonces saltó al exterior.
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Brandom apretó firmemente el vendaje en su brazo izquierdo, mordiendo uno de los extremos del nudo para mantener esa presión en la herida y poder acabar de vendarla. Se quedó mirando la tela, había un color rojizo por la zona del corte, pero eso aguantaría; le dolía pero debía de seguir hacia delante. El pirata se encaminó de nuevo por esos callejones bordeando la zona, esta vez desde otra dirección ocultándose en las sombras proyectadas por las fachadas.
El espadachín asomó la cabeza para ver el panorama, había un grupo de tres bandidos contando al líder; no tenían armas de fuego, eso era un alivio para Brand. Debía de esperar una oportunidad y su mente pensó en el espadachín del maletín << ¿Estará bien Oswald? >> Lo último que pudo ver fue como se precipitaba hacia una habitación, antes de que Brand abandonara esa posada.
El pirata escuchó un fuerte estruendo, sus ojos pudieron ver como parte del edificio se iba derrumbando, la zona de la sala comunal estaba inundada en llamas iluminando todo su alrededor. Los vecinos estaban aterrados y no salían ni de sus casas, algunos cerraban las ventanas y no querían saber nada de lo que sucedía fuera. Unas figuras salieron del local, eran auténticas bolas de fuego que acababan consumidas entre gritos de sufrimiento y dolor, bandidos que no pudieron sobrevivir pero ejecutando las ordenes de su líder sin rechistar, hasta aquellas que les llevaban a la propia muerte.
<< Sí ese espadachín seguía allí dentro… >> apretó la empuñadura de su katana, otro gran estruendo resonó, las llamas se alzaban con gran fuerza sucumbiendo la fachada de la primera planta y la segunda iba en camino. El humo se alzaba al cielo dejando ver tal incendio desde cualquier punto de la villa de Cocoyashi.
Brandom se aprovechó de esa situación, los dos bandidos y el líder miraban atónitos el resultado de sus bombas caseras; allí es cuando el espadachín asaltó por las espaldas, clavando las katanas en la nuca de los dos rivales, reculando para desclavaras y ver como esos dos enemigos caían de rodillas. Los crujidos de la madera y el sonido de esas llamas que arrasaban toda la sala común camuflaron los pasos de Brand permitiéndole tal arremetida, si no fuera por el factor sorpresa no hubiera podido hacer frente a esos enemigos, ahora quedaban a simple vista el líder y él.
Glash D. Brandom se colocó en guardia con las dos katanas en una posición defensiva, mientras el líder de esos bandidos llevaba una gran maza metálica con pinchos por la zona más superior, un arma contundente y ruda, perfecta para el tamaño que se calzaba ese individuo. El primer piso de la posada ya había cedido y la estabilidad de la estructura era ínfima, el derrumbe por el peso del resto de las plantas no tardaría en llegar.
- Maldito renacuajo… ese espadachín del maletín, el hombre del bolón y tú nos habéis ¡TOCADO LAS NARICES! – el bastardo alzó su maza para golpear a Brand, el muchacho esquivó el ataque saltando hacia un lateral. El arma golpeó el suelo levantando algo de tierra, ese bandido tenía una fuerza descomunal, pero el pirata no respondió verbalmente solo se limitó a lanzar una estocada que fue repelida por la maza, luego intentó meterse en la guardia del grandullón pero el hombre lo repelió de nuevo, por lo que Brandom reculó sin llegar a asestarle ningún corte.
<< Tiene mucha fuerza… y esa maza es un problema >> Brand miró a su alrededor, tal vez podría aprovechar su entorno a su favor, debía de buscar debilidades analizar a su contrincante y beneficiarse de sus puntos débiles. Sujetó con firmeza esas empuñaduras de las katanas y compartió una serie de golpes con la maza, el sonido del choque de los aceros resonó por toda la calle.
En el momento de iniciar el ataque, cuando Brand y el líder se iban acercando uno al otro para realizar una embestida; se escuchó una estruendosa explosión provocada por el alcohol que había en el almacén de la posada, las llamas ganaron terreno y el estallido hizo que el edificio se derrumbara en su totalidad. La onda expansiva empujó tanto a Brandom como al bandido apartándolos varios metros, pero dicha colisión no frenó su combate, volvieron a compartir esa serie de golpes entre las katanas y la maza. El pirata se agachó, cuando un movimiento circular de su contrincante hizo que esa maza se acercara peligrosamente para aporrear su cabeza, al esquivar la ofensiva el arma penetró la madera de un edificio quedándose atrancada; aprovechó esa oportunidad para realizar dos cortes con las dos katanas en la zona lateral del torso, al girarse le propino un corte en el gemelo mientras la otra katana cubría su lado desprotegido, apartándose de ese gorila.
El combate parecía igualado, pero en fuerza le ganaba el grandullón, aunque el joven espadachín sabía lo que se hacía. Se aprovechó de la instrucción y formación que le ofrecieron con el sable, tenía que mejorar por lo que no podía fallar, no podía perder.
El espadachín asomó la cabeza para ver el panorama, había un grupo de tres bandidos contando al líder; no tenían armas de fuego, eso era un alivio para Brand. Debía de esperar una oportunidad y su mente pensó en el espadachín del maletín << ¿Estará bien Oswald? >> Lo último que pudo ver fue como se precipitaba hacia una habitación, antes de que Brand abandonara esa posada.
El pirata escuchó un fuerte estruendo, sus ojos pudieron ver como parte del edificio se iba derrumbando, la zona de la sala comunal estaba inundada en llamas iluminando todo su alrededor. Los vecinos estaban aterrados y no salían ni de sus casas, algunos cerraban las ventanas y no querían saber nada de lo que sucedía fuera. Unas figuras salieron del local, eran auténticas bolas de fuego que acababan consumidas entre gritos de sufrimiento y dolor, bandidos que no pudieron sobrevivir pero ejecutando las ordenes de su líder sin rechistar, hasta aquellas que les llevaban a la propia muerte.
<< Sí ese espadachín seguía allí dentro… >> apretó la empuñadura de su katana, otro gran estruendo resonó, las llamas se alzaban con gran fuerza sucumbiendo la fachada de la primera planta y la segunda iba en camino. El humo se alzaba al cielo dejando ver tal incendio desde cualquier punto de la villa de Cocoyashi.
Brandom se aprovechó de esa situación, los dos bandidos y el líder miraban atónitos el resultado de sus bombas caseras; allí es cuando el espadachín asaltó por las espaldas, clavando las katanas en la nuca de los dos rivales, reculando para desclavaras y ver como esos dos enemigos caían de rodillas. Los crujidos de la madera y el sonido de esas llamas que arrasaban toda la sala común camuflaron los pasos de Brand permitiéndole tal arremetida, si no fuera por el factor sorpresa no hubiera podido hacer frente a esos enemigos, ahora quedaban a simple vista el líder y él.
Glash D. Brandom se colocó en guardia con las dos katanas en una posición defensiva, mientras el líder de esos bandidos llevaba una gran maza metálica con pinchos por la zona más superior, un arma contundente y ruda, perfecta para el tamaño que se calzaba ese individuo. El primer piso de la posada ya había cedido y la estabilidad de la estructura era ínfima, el derrumbe por el peso del resto de las plantas no tardaría en llegar.
- Maldito renacuajo… ese espadachín del maletín, el hombre del bolón y tú nos habéis ¡TOCADO LAS NARICES! – el bastardo alzó su maza para golpear a Brand, el muchacho esquivó el ataque saltando hacia un lateral. El arma golpeó el suelo levantando algo de tierra, ese bandido tenía una fuerza descomunal, pero el pirata no respondió verbalmente solo se limitó a lanzar una estocada que fue repelida por la maza, luego intentó meterse en la guardia del grandullón pero el hombre lo repelió de nuevo, por lo que Brandom reculó sin llegar a asestarle ningún corte.
<< Tiene mucha fuerza… y esa maza es un problema >> Brand miró a su alrededor, tal vez podría aprovechar su entorno a su favor, debía de buscar debilidades analizar a su contrincante y beneficiarse de sus puntos débiles. Sujetó con firmeza esas empuñaduras de las katanas y compartió una serie de golpes con la maza, el sonido del choque de los aceros resonó por toda la calle.
En el momento de iniciar el ataque, cuando Brand y el líder se iban acercando uno al otro para realizar una embestida; se escuchó una estruendosa explosión provocada por el alcohol que había en el almacén de la posada, las llamas ganaron terreno y el estallido hizo que el edificio se derrumbara en su totalidad. La onda expansiva empujó tanto a Brandom como al bandido apartándolos varios metros, pero dicha colisión no frenó su combate, volvieron a compartir esa serie de golpes entre las katanas y la maza. El pirata se agachó, cuando un movimiento circular de su contrincante hizo que esa maza se acercara peligrosamente para aporrear su cabeza, al esquivar la ofensiva el arma penetró la madera de un edificio quedándose atrancada; aprovechó esa oportunidad para realizar dos cortes con las dos katanas en la zona lateral del torso, al girarse le propino un corte en el gemelo mientras la otra katana cubría su lado desprotegido, apartándose de ese gorila.
El combate parecía igualado, pero en fuerza le ganaba el grandullón, aunque el joven espadachín sabía lo que se hacía. Se aprovechó de la instrucción y formación que le ofrecieron con el sable, tenía que mejorar por lo que no podía fallar, no podía perder.
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La capa negra ardía. A la espalda de Gerald, la prenda humeaba y se consumía en las llamas, mientras su portador ni se daba cuenta. Los oídos le pitaban, tenía la muñeca izquierda en carne viva y notaba una decena de heridas. Un fragmento de madera chamuscada de unos cinco centímetros se le había hundido en el muslo y de la frente le manaba un río de cálida sangre. La espada negra había caído a varios metros de donde él estaba, pero apenas si la distinguía gracias al brillo de la luz contra el metal.
Se levantó mareado. El mundo perdía su forma, convirtiéndose en un borrón indefinido, y la recobraba cada pocos segundos. Tuvo que arrancarse un trozo de la capa para cubrirse la herida de la frente y evitar que la sangre le cegara y no fue hasta que notó el calor en la mano cuando se dio cuenta de que su capa ardía. Se la arrancó con brusquedad y hasta eso le mareó.
El espadachín sin espada caminó penosamente entre los restos del edificio. La posada entera había cedido por culpa del incendio y de no haber saltado por la venta habría quedado atrapado bajo la montaña de escombros en llamas en que se había convertido el bonito edificio. Aun así, el derrumbamiento había llegado a alcanzarle y la planta superior se había desplomado sobre él y el fuego se iba extendiendo por los restos a cada segundo. Los edificios colindantes empezarían a arder también en poco tiempo, y aun así nadie se atrevía a asomar la cabeza a través de sus puertas para ver qué diablos ocurría en su pueblo.
Gerald los maldijo en voz baja y se dirigió a recoger su espada. En el momento en que su mano tocaba el puño, una figura apareció de entre las llamas.
Robar estaba furioso. Ya no portaba la bola de acero pero aun así su físico era imponente. Estaba tan cubierto de hollín como él mismo, y varias quemaduras adornaban su torso apenas cubierto por los restos de una camisa oscura. Sangraba por una docena de sitios y en lugar de hablar emitía alaridos que difícilmente podrían considerarse humanos. "Se ha convertido en un animal", pensó Gerald mientras agarraba a Pluma Negra. "No. Siempre lo ha sido, pero ahora ya no disimula".
El mango de la espada estaba el rojo vivo y Gerald notaba como le chamuscaba la mano. Aun así, levantó el arma y detuvo con ella el puño de Robar, cuya fuerza lo mandó a volar varios metros. Aterrizó contra los restos de un armario y la espada cayó de su mano. Su fiero oponente salió en su busca y apenas tuvo tiempo de enrollarse en la mano el pañuelo blanco que llevada anudado al cuello para evitar quemarse al tocar el acero. En cuanto su enemigo se acercó, Gerald le propinó un profundo tajo ascendente, desde la cadera hasta el hombro, pero ni así se detuvo. Le lanzó un cabezazo que le hizo ver las estrellas y cuando la espada descendió en picado para clavarse en su pierna, aquel loco se limitó a soltarle una poderosa patada, hundiendo más el acero en su carne.
Gerald se levantó aturdido. La espada continuaba clavada hasta el puño en el muslo de Robar, pero ni eso lo detenía. Una nueva patada en el abdomen le lanzó contra los escombros y de no haber rodado por el suelo habría terminado con la cabeza aplastada de un pisotón. Aun así, nada más levantarse recibió un puñetazo salvaje en el rostro que lo derribó de nuevo.
No entendía que ocurría. ¿Acaso era una bestia? ¿Estaba tan furioso que no notaba el dolor? Robar decidió por fin desclavar la espada de su pierna y la lanzó lejos. Luego caminó despacio hacia Gerald, con un río de sangre bañándole de rodilla para abajo. A su alrededor las lenguas de fuego bailaban, se movían como espectros ardientes que amenazaran con engullirle. Pero él apenas podía evitarlas. La cabeza le daba vueltas, la mano quemada le dolía a rabiar y no quería ni pensar en lo que iba a hacer sin su espada. Lo más parecido a un arma que tenía a mano era un trozo de madera quemada pero cuando Robar llegó a su altura su robusto cuerpo recibió el golpe sin problemas.
De nuevo voló hacia él el puño de Robar, pero esta vez logró agacharse y pasar bajo él para colocarse a su espalda. Se lanzó de bruces sobre su espada en cuanto la vio, o cayó, no estaba seguro, y se levantó trastabillando a tiempo para evitar un nuevo golpe. El acero negro cortó de nuevo la carne, pero los golpes no cesaban. Por cada corte que acertaba le llovían tres puñetazos demoledores. La rodilla de su oponente se hundió en su estómago como la fuerza de un cañón mientras que la hoja de su Pluma Negra desaparecía en el esternón de aquel monstruo.
Ambos contendientes estaban bañados en sangre, hollín y tierra. La espada de Gerald cortó de nuevo a su rival, esta vez dejándole una delgada línea roja que cruzaba su ojo izquierdo hasta llegar el cuello, pero ya no era tan profundo como habría sido antes. El acero pesaba toneladas en su mano, pero la buena noticia era que Robar parecía tan cansado como él. Su respiración era tan jadeante como la suya propia y sus movimientos igual de lentos. El puño impactó de nuevo en la mandíbula de Gerald pero esa fue la última vez. El espadachín aguantó estoico, plantó un pie tras él para mantener el equilibrio y descargó con sus últimas fuerzas un último ataque ascendente que degolló a Robar, poniendo fin al combate. Su cuerpo inerte cayó a los pies de Gerald en el momento en que las llamas se cernían sobre ambos. Gerald sonrió, cerró los ojos para descansar un segundo, un solo segundo... y cayó también.
Se levantó mareado. El mundo perdía su forma, convirtiéndose en un borrón indefinido, y la recobraba cada pocos segundos. Tuvo que arrancarse un trozo de la capa para cubrirse la herida de la frente y evitar que la sangre le cegara y no fue hasta que notó el calor en la mano cuando se dio cuenta de que su capa ardía. Se la arrancó con brusquedad y hasta eso le mareó.
El espadachín sin espada caminó penosamente entre los restos del edificio. La posada entera había cedido por culpa del incendio y de no haber saltado por la venta habría quedado atrapado bajo la montaña de escombros en llamas en que se había convertido el bonito edificio. Aun así, el derrumbamiento había llegado a alcanzarle y la planta superior se había desplomado sobre él y el fuego se iba extendiendo por los restos a cada segundo. Los edificios colindantes empezarían a arder también en poco tiempo, y aun así nadie se atrevía a asomar la cabeza a través de sus puertas para ver qué diablos ocurría en su pueblo.
Gerald los maldijo en voz baja y se dirigió a recoger su espada. En el momento en que su mano tocaba el puño, una figura apareció de entre las llamas.
Robar estaba furioso. Ya no portaba la bola de acero pero aun así su físico era imponente. Estaba tan cubierto de hollín como él mismo, y varias quemaduras adornaban su torso apenas cubierto por los restos de una camisa oscura. Sangraba por una docena de sitios y en lugar de hablar emitía alaridos que difícilmente podrían considerarse humanos. "Se ha convertido en un animal", pensó Gerald mientras agarraba a Pluma Negra. "No. Siempre lo ha sido, pero ahora ya no disimula".
El mango de la espada estaba el rojo vivo y Gerald notaba como le chamuscaba la mano. Aun así, levantó el arma y detuvo con ella el puño de Robar, cuya fuerza lo mandó a volar varios metros. Aterrizó contra los restos de un armario y la espada cayó de su mano. Su fiero oponente salió en su busca y apenas tuvo tiempo de enrollarse en la mano el pañuelo blanco que llevada anudado al cuello para evitar quemarse al tocar el acero. En cuanto su enemigo se acercó, Gerald le propinó un profundo tajo ascendente, desde la cadera hasta el hombro, pero ni así se detuvo. Le lanzó un cabezazo que le hizo ver las estrellas y cuando la espada descendió en picado para clavarse en su pierna, aquel loco se limitó a soltarle una poderosa patada, hundiendo más el acero en su carne.
Gerald se levantó aturdido. La espada continuaba clavada hasta el puño en el muslo de Robar, pero ni eso lo detenía. Una nueva patada en el abdomen le lanzó contra los escombros y de no haber rodado por el suelo habría terminado con la cabeza aplastada de un pisotón. Aun así, nada más levantarse recibió un puñetazo salvaje en el rostro que lo derribó de nuevo.
No entendía que ocurría. ¿Acaso era una bestia? ¿Estaba tan furioso que no notaba el dolor? Robar decidió por fin desclavar la espada de su pierna y la lanzó lejos. Luego caminó despacio hacia Gerald, con un río de sangre bañándole de rodilla para abajo. A su alrededor las lenguas de fuego bailaban, se movían como espectros ardientes que amenazaran con engullirle. Pero él apenas podía evitarlas. La cabeza le daba vueltas, la mano quemada le dolía a rabiar y no quería ni pensar en lo que iba a hacer sin su espada. Lo más parecido a un arma que tenía a mano era un trozo de madera quemada pero cuando Robar llegó a su altura su robusto cuerpo recibió el golpe sin problemas.
De nuevo voló hacia él el puño de Robar, pero esta vez logró agacharse y pasar bajo él para colocarse a su espalda. Se lanzó de bruces sobre su espada en cuanto la vio, o cayó, no estaba seguro, y se levantó trastabillando a tiempo para evitar un nuevo golpe. El acero negro cortó de nuevo la carne, pero los golpes no cesaban. Por cada corte que acertaba le llovían tres puñetazos demoledores. La rodilla de su oponente se hundió en su estómago como la fuerza de un cañón mientras que la hoja de su Pluma Negra desaparecía en el esternón de aquel monstruo.
Ambos contendientes estaban bañados en sangre, hollín y tierra. La espada de Gerald cortó de nuevo a su rival, esta vez dejándole una delgada línea roja que cruzaba su ojo izquierdo hasta llegar el cuello, pero ya no era tan profundo como habría sido antes. El acero pesaba toneladas en su mano, pero la buena noticia era que Robar parecía tan cansado como él. Su respiración era tan jadeante como la suya propia y sus movimientos igual de lentos. El puño impactó de nuevo en la mandíbula de Gerald pero esa fue la última vez. El espadachín aguantó estoico, plantó un pie tras él para mantener el equilibrio y descargó con sus últimas fuerzas un último ataque ascendente que degolló a Robar, poniendo fin al combate. Su cuerpo inerte cayó a los pies de Gerald en el momento en que las llamas se cernían sobre ambos. Gerald sonrió, cerró los ojos para descansar un segundo, un solo segundo... y cayó también.
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El choque entre los aceros formaba una melodía de golpes con ritmos aleatorios: dos rápidos, pausas, un gran golpe que resonó por todas las calles, otra pausa; era un sinfín de ofensivas que acababan en las embestidas de las tres armas. El cansancio se empezaba a reflejar en el rostro de ambos contrincantes, el pirata respiraba con rapidez y notaba ambas extremidades superiores cargadas.
<< Es demasiado resistente… y ese corte… >> el vendaje que tenía en el brazo izquierdo estaba teñido de rojo << No puedo alargarlo mucho más >> otra arremetida del líder hizo le hizo recular dejando que la gran maza golpeara el suelo provocando un fuerte estruendo.
El hombre corpulento, sin pronunciar palabra, se acercó al espadachín a grandes zancadas. Sujetaba con firmeza esa maza, volviendo a atacar a Brand con un movimiento circular; el joven volvió a esquivar ese ataque rodando por el suelo sabía que si recibía una de esas ofensivas, la balanza por la victoria se decantaría por el grandullón.
<< No puedo dejar que me golpee con esa maza… >> apoyó la rodilla al suelo tomándose un respiro, sin dejar de mirar a su contrincante. El líder de los bandidos sonreía de forma burlona al ver allí al espadachín, en comparación de estaturas el joven parecía un duendecillo salido de un cuento. El rival volvió a atacar con un golpe descendente, Brand se apartó hacia el lado derecho viendo el brazo del rival desprotegido, la katana dibujó medio aro en el aire, hasta que la hoja se clavó en el antebrazo. Glash D Brandom sintió la repercusión del golpe hasta su hombro y por un momento temió que su sable se quedara clavado en ese brazo.
<< ¡No le he llegado a seccionar el brazo! >> No podía creérselo, ese hombre tenía unos huesos más gruesos y duros de lo normal. De su brazo rezumaba sangre, pero no a la intensidad que se hubiera esperado tras ese corte.
- ¡Voy acabar contigo mocoso! – repitió ese ataque, alzando la maza y descargándola en dirección vertical contra el pirata. Tenía estudiado ese movimiento y el espadachín se apartó lo justo para dejarlo pasar. Brand colocó la hoja de su katana entre los pinchos, en el momento en que su rival alzaba de nuevo el arma, por la inercia del movimiento el espadachín salió disparado por dentro de la guardia del grandullón, era ese el instante que había estado esperando el peliblanco. La hoja de la katana se acercaba peligrosamente al cuello de ese líder, se clavó pero no llegó a degollarlo, los músculos y los huesos bloquearon ese afilado filo. Sujetó con firmeza la empuñadura de la katana y rotó hasta colocarse a las espaldas de ese hombre, clavando la otra katana por la zona del omoplato, hizo palanca con ese punto de apoyo para acabar seccionando la cabeza de ese hombre. Se impulsó con los pies para desclavar la katana que tenía clavada en el cuerpo del fallecido bandido, apartándose del enorme cuerpo que acabó por derrumbarse en el suelo.
Brand colocó las katanas en sus respectivas vainas y se llevó la mano en ese rojizo vendaje, unos gritos hizo que alzara la vista, temía que fueran más bandidos. La sensación fue parecida, un escuadrón de la marina se aproximaba a la zona del incendio, alguien reclamó la atención de esa facción y estos respondieron lo más rápido posible.
- ¡Traer las bombas de agua! ¡Hay que parar ese incendio! ¡Vosotros! ¡Arremeter contra esos bandidos! – a la lejanía se apreciaba la silueta de un pelotón de marines, corriendo hacia la posada en llamas. El pirata empezó a correr cual ratilla escapa del gato, introduciéndose en los callejones en dirección a la parte trasera de lo que antes era la posada dónde se hospedaba.
<< ¿Estará bien…? >> estaba en deuda con el espadachín del maletín, si no hubiera sido por él y el hombre de la bola tal vez estaría muerto. Los pasos del pirata eran amortiguados por el crispar de las llamas, en la parte trasera de ese incendio logró divisar dos cuerpos inertes en el suelo mientras ese fuego ganaba cada vez más terreno, Brand debía de esquivar las llamas pero no ceso su paso hasta esas dos figuras.
No logró entender nada en el momento en que llegó al lado de los dos cuerpos. Allí estaba el hombre de la bola de hierro, degollado; por otro lado Oswald. El pirata se agachó y comprobó que el espadachín respiraba, parecía ser que allí había habido un intenso combate, pero debía salir de allí sí o sí. No era momento de despertarlo, si la marina lo enganchaba le harían muchas preguntas, tampoco lo podía dejar allí pasara lo que pasara sería un marrón. El peliblanco sujetó la empuñadura de la espada de Oswald, llevándose una quemadura en la palma de la mano ya que estaba al rojo vivo. Con dificultad envainó el arma para cargarse al hombre, junto a la espada, en el hombro; luego abandonó ese lugar dejando atrás el incendio que hacía peligrar las casas adyacentes. Los marines que empezaron a combatir ese fuego aterrador, gritaban órdenes a diestro y siniestro, los aldeanos de esa villa empezaron a salir de sus casas al ver al grupo de marines, les daban seguridad y les ofrecieron su ayuda para combatir esas llamas.
Alejados de ese foco de atención de la Villa de Cocoyasi, en la afueras se encontraban Brandom y Oswald. El pirata lo dejó estirado en la hierba, boca arriba, mientras llevaba su mano a la herida del brazo. Se tomó un respiro para descansar e intentó despertarlo – ¿Oswald? – con la mano libre lo zarandeó por el hombro para ver si abría los ojos. Desde esa perspectiva Brandom pudo ver la cantidad de heridas que tenía el hombre, esos golpes contundentes en la cara, la piel de la mano achicharrada al igual que la muñecas con la piel rasgada. Brand no era médico, por lo que no podía saber si Oswald tenía alguna costilla rota, pero el estado del espadachín reflejaba cierta gravedad en sus lesiones.
<< Es demasiado resistente… y ese corte… >> el vendaje que tenía en el brazo izquierdo estaba teñido de rojo << No puedo alargarlo mucho más >> otra arremetida del líder hizo le hizo recular dejando que la gran maza golpeara el suelo provocando un fuerte estruendo.
El hombre corpulento, sin pronunciar palabra, se acercó al espadachín a grandes zancadas. Sujetaba con firmeza esa maza, volviendo a atacar a Brand con un movimiento circular; el joven volvió a esquivar ese ataque rodando por el suelo sabía que si recibía una de esas ofensivas, la balanza por la victoria se decantaría por el grandullón.
<< No puedo dejar que me golpee con esa maza… >> apoyó la rodilla al suelo tomándose un respiro, sin dejar de mirar a su contrincante. El líder de los bandidos sonreía de forma burlona al ver allí al espadachín, en comparación de estaturas el joven parecía un duendecillo salido de un cuento. El rival volvió a atacar con un golpe descendente, Brand se apartó hacia el lado derecho viendo el brazo del rival desprotegido, la katana dibujó medio aro en el aire, hasta que la hoja se clavó en el antebrazo. Glash D Brandom sintió la repercusión del golpe hasta su hombro y por un momento temió que su sable se quedara clavado en ese brazo.
<< ¡No le he llegado a seccionar el brazo! >> No podía creérselo, ese hombre tenía unos huesos más gruesos y duros de lo normal. De su brazo rezumaba sangre, pero no a la intensidad que se hubiera esperado tras ese corte.
- ¡Voy acabar contigo mocoso! – repitió ese ataque, alzando la maza y descargándola en dirección vertical contra el pirata. Tenía estudiado ese movimiento y el espadachín se apartó lo justo para dejarlo pasar. Brand colocó la hoja de su katana entre los pinchos, en el momento en que su rival alzaba de nuevo el arma, por la inercia del movimiento el espadachín salió disparado por dentro de la guardia del grandullón, era ese el instante que había estado esperando el peliblanco. La hoja de la katana se acercaba peligrosamente al cuello de ese líder, se clavó pero no llegó a degollarlo, los músculos y los huesos bloquearon ese afilado filo. Sujetó con firmeza la empuñadura de la katana y rotó hasta colocarse a las espaldas de ese hombre, clavando la otra katana por la zona del omoplato, hizo palanca con ese punto de apoyo para acabar seccionando la cabeza de ese hombre. Se impulsó con los pies para desclavar la katana que tenía clavada en el cuerpo del fallecido bandido, apartándose del enorme cuerpo que acabó por derrumbarse en el suelo.
Brand colocó las katanas en sus respectivas vainas y se llevó la mano en ese rojizo vendaje, unos gritos hizo que alzara la vista, temía que fueran más bandidos. La sensación fue parecida, un escuadrón de la marina se aproximaba a la zona del incendio, alguien reclamó la atención de esa facción y estos respondieron lo más rápido posible.
- ¡Traer las bombas de agua! ¡Hay que parar ese incendio! ¡Vosotros! ¡Arremeter contra esos bandidos! – a la lejanía se apreciaba la silueta de un pelotón de marines, corriendo hacia la posada en llamas. El pirata empezó a correr cual ratilla escapa del gato, introduciéndose en los callejones en dirección a la parte trasera de lo que antes era la posada dónde se hospedaba.
<< ¿Estará bien…? >> estaba en deuda con el espadachín del maletín, si no hubiera sido por él y el hombre de la bola tal vez estaría muerto. Los pasos del pirata eran amortiguados por el crispar de las llamas, en la parte trasera de ese incendio logró divisar dos cuerpos inertes en el suelo mientras ese fuego ganaba cada vez más terreno, Brand debía de esquivar las llamas pero no ceso su paso hasta esas dos figuras.
No logró entender nada en el momento en que llegó al lado de los dos cuerpos. Allí estaba el hombre de la bola de hierro, degollado; por otro lado Oswald. El pirata se agachó y comprobó que el espadachín respiraba, parecía ser que allí había habido un intenso combate, pero debía salir de allí sí o sí. No era momento de despertarlo, si la marina lo enganchaba le harían muchas preguntas, tampoco lo podía dejar allí pasara lo que pasara sería un marrón. El peliblanco sujetó la empuñadura de la espada de Oswald, llevándose una quemadura en la palma de la mano ya que estaba al rojo vivo. Con dificultad envainó el arma para cargarse al hombre, junto a la espada, en el hombro; luego abandonó ese lugar dejando atrás el incendio que hacía peligrar las casas adyacentes. Los marines que empezaron a combatir ese fuego aterrador, gritaban órdenes a diestro y siniestro, los aldeanos de esa villa empezaron a salir de sus casas al ver al grupo de marines, les daban seguridad y les ofrecieron su ayuda para combatir esas llamas.
Alejados de ese foco de atención de la Villa de Cocoyasi, en la afueras se encontraban Brandom y Oswald. El pirata lo dejó estirado en la hierba, boca arriba, mientras llevaba su mano a la herida del brazo. Se tomó un respiro para descansar e intentó despertarlo – ¿Oswald? – con la mano libre lo zarandeó por el hombro para ver si abría los ojos. Desde esa perspectiva Brandom pudo ver la cantidad de heridas que tenía el hombre, esos golpes contundentes en la cara, la piel de la mano achicharrada al igual que la muñecas con la piel rasgada. Brand no era médico, por lo que no podía saber si Oswald tenía alguna costilla rota, pero el estado del espadachín reflejaba cierta gravedad en sus lesiones.
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Entraba y salía de la inconsciencia cada poco rato. Tras la dura lucha, permanecía en un estado de confusión y desorientación, y eso cuando estaba despierto. Notaba el cuerpo entumecido y horriblemente cálido, como si estuviese en un horno; y en cierto modo lo estaba. Sabía que a su alrededor el mundo ardía pero no lograba concentrarse en pensar una forma de salir de allí. No quería morir quemado, pero por alguna razón, su cuerpo se negaba a obedecerle como era debido: sus piernas no se doblaban ni se levantaban, sus brazos no lograban agarrar la espada que había tirada junto a él, sus ojos no se abrían... Era como vivir en la nada, rodeado por un mar de oscuridad. Su mente tampoco respondía, pero notaba como "eso" rascaba las puertas de su cerebro para salir.
Su poder siempre había sido inestable. La capacidad de poder acceder a la mente de los demás era un impulso difícil de resistir. Había mantenido reprimida su habilidad durante años, dejándola salir en pequeñas cantidades y solo cuando era necesario. El hambre de recuerdos y pensamientos era insaciable y sabía que si se rendía a él no podría volver atrás. Porque, ¿quién no querría conocer los más profundos rincones de la mente de los demás? Era demasiado tentador como para desaprovecharlo. Pero ahora "eso" estaba libre, sin cadenas que lo ataran.
A su mente acudieron recuerdos de todo tipo: vio la isla Conomi cubierta de nieve, vio los festivales que celebraban para conmemorar la fundación de su pueblo, vio grandes barcos entrando y saliendo del puerto... Piratas armados, familias felices, cacerías en el bosque, la construcción de un navío, un animado cumpleaños, una tormenta arrasando el pueblo, fiestas, canciones, romances, miedos, deseos... Cientos, miles de recuerdos, pensamientos y sentimientos abarrotaban su cerebro, arrancados de la mente de todos los habitantes de la isla que se encontraban por las cercanías, robadas por un inconsciente Gerald. La historia reciente de la villa atravesó su cerebro en un instante, como un rayo partiendo un tronco. Si hubiese estado despierto la cabeza prácticamente le habría estallado, pues su mente consciente no sería capaz de procesar tantísima información de golpe. Era como vivir cien vidas, mil vidas, todas ellas acumuladas en una milésima de segundo, girando y mezclándose como un remolino infinito.
Luego despertó. Las llamas habían desaparecido y el huracán de su cabeza se disipaba lentamente. A su lado estaba el joven del pelo blanco, Glash D. Brandom. Lo sabía todo de él. Sus recuerdos también habían fluido hacia Gerald como todos los demás, y sin embargo no era capaz de ubicar detalles concretos sobre su vida. Era como si hubiese leído un enorme libro pero solo recordase el argumento y no el contenido de sus capítulos. Toda la información sobre él, sus recuerdos, su vida entera, sus más profundos miedos y deseos estaban guardados en la mente de Gerald. Pero no los ojearía a no ser que fuera necesario. Aún le quedaba algo de dignidad como para respetar la intimidad de alguien, aunque fuera tarde.
Gerald se levantó rápidamente. El dolor le recorrió de arriba abajo, pero lo ignoró y aparentó una fortaleza que estaba lejos de sentir; nadie le vería débil jamás. Recogió la espada negra y la envainó después de limpiar la sangre de su hoja en la hierba húmeda del rocío nocturno.
-Buena pelea. -le dijo a Brand. No estaba de muy buen humor y de todas formas nunca había sido muy hablador-. Supongo que ahora habrá muchas preguntas, quizás te convendría pasar desapercibido. -Una de las cosas que sabía de él era que se había hecho a la mar como pirata, por lo que más le valía evitar a la Marina. En cuanto a él, no era un criminal, al menos no oficialmente, pero tampoco tenía intención de ensuciar aún más su reputación como Elliot Reiner. Un trato incompleto ya era bastante mancha en su historial-. Puede que volvamos a vernos.
Gerald se marchó a paso rápido, pero sin prisa. Estaba ensangrentado y la boca le sabía a hollín. Quería alejarse cuanto antes y encontrar un lugar donde descansar y refrescarse. Una vez lograra ubicarse, volvería a su barco y zarparía de inmediato. Ya descansaría en alta mar. Los barcos extraños en islas pequeñas atraían atenciones innecesarias y no era algo que le gustase. Ya había tenido bastante por un día.
Su poder siempre había sido inestable. La capacidad de poder acceder a la mente de los demás era un impulso difícil de resistir. Había mantenido reprimida su habilidad durante años, dejándola salir en pequeñas cantidades y solo cuando era necesario. El hambre de recuerdos y pensamientos era insaciable y sabía que si se rendía a él no podría volver atrás. Porque, ¿quién no querría conocer los más profundos rincones de la mente de los demás? Era demasiado tentador como para desaprovecharlo. Pero ahora "eso" estaba libre, sin cadenas que lo ataran.
A su mente acudieron recuerdos de todo tipo: vio la isla Conomi cubierta de nieve, vio los festivales que celebraban para conmemorar la fundación de su pueblo, vio grandes barcos entrando y saliendo del puerto... Piratas armados, familias felices, cacerías en el bosque, la construcción de un navío, un animado cumpleaños, una tormenta arrasando el pueblo, fiestas, canciones, romances, miedos, deseos... Cientos, miles de recuerdos, pensamientos y sentimientos abarrotaban su cerebro, arrancados de la mente de todos los habitantes de la isla que se encontraban por las cercanías, robadas por un inconsciente Gerald. La historia reciente de la villa atravesó su cerebro en un instante, como un rayo partiendo un tronco. Si hubiese estado despierto la cabeza prácticamente le habría estallado, pues su mente consciente no sería capaz de procesar tantísima información de golpe. Era como vivir cien vidas, mil vidas, todas ellas acumuladas en una milésima de segundo, girando y mezclándose como un remolino infinito.
Luego despertó. Las llamas habían desaparecido y el huracán de su cabeza se disipaba lentamente. A su lado estaba el joven del pelo blanco, Glash D. Brandom. Lo sabía todo de él. Sus recuerdos también habían fluido hacia Gerald como todos los demás, y sin embargo no era capaz de ubicar detalles concretos sobre su vida. Era como si hubiese leído un enorme libro pero solo recordase el argumento y no el contenido de sus capítulos. Toda la información sobre él, sus recuerdos, su vida entera, sus más profundos miedos y deseos estaban guardados en la mente de Gerald. Pero no los ojearía a no ser que fuera necesario. Aún le quedaba algo de dignidad como para respetar la intimidad de alguien, aunque fuera tarde.
Gerald se levantó rápidamente. El dolor le recorrió de arriba abajo, pero lo ignoró y aparentó una fortaleza que estaba lejos de sentir; nadie le vería débil jamás. Recogió la espada negra y la envainó después de limpiar la sangre de su hoja en la hierba húmeda del rocío nocturno.
-Buena pelea. -le dijo a Brand. No estaba de muy buen humor y de todas formas nunca había sido muy hablador-. Supongo que ahora habrá muchas preguntas, quizás te convendría pasar desapercibido. -Una de las cosas que sabía de él era que se había hecho a la mar como pirata, por lo que más le valía evitar a la Marina. En cuanto a él, no era un criminal, al menos no oficialmente, pero tampoco tenía intención de ensuciar aún más su reputación como Elliot Reiner. Un trato incompleto ya era bastante mancha en su historial-. Puede que volvamos a vernos.
Gerald se marchó a paso rápido, pero sin prisa. Estaba ensangrentado y la boca le sabía a hollín. Quería alejarse cuanto antes y encontrar un lugar donde descansar y refrescarse. Una vez lograra ubicarse, volvería a su barco y zarparía de inmediato. Ya descansaría en alta mar. Los barcos extraños en islas pequeñas atraían atenciones innecesarias y no era algo que le gustase. Ya había tenido bastante por un día.
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La brisa movía las hojas de ese árbol que cubría con su sombra las dos personas que estaban en la hierba. Brandom, con una mirada preocupada, observaba el estado del espadachín inconsciente. Realmente no sabía cómo actuar ¿Llevarlo algún médico? ¿Hospital? ¿Sanador? ¿Qué diría cuando le preguntaran que había sucedido? ¿Sería capaz de hacer de intermediario entre el estado de Oswald y las supuestas cuestiones de lo sucedido? Estaba intranquilo, no sabía que hacer y apretó el puño con cierta rabia.
<< Joder… En situaciones así me bloqueo… ¡He de dejar de ser tan inútil y tener las cosas claras! >> Se iba clavando las uñas en sus propias palmas por la presión que ejercía en ambos puños.
El pirata pudo ver como Oswald abría los ojos, se estaba despertando y todas esas sensaciones de preocupación, temor, inseguridad; desaparecieron en un instante con un grato suspiro. Realmente no sabía si se había alegrado más de quitarse ese peso de encima o de poder ver a ese espadachín vivo.
- ¡Oswald! – allí que iba a intentar ayudarlo, pero se quedó en medio camino ya que el hombre se incorporó sin necesidad de ayuda; eso le sorprendió al pirata ya que el espadachín había recibido una cantidad considerable de heridas. - Ohh… - No sabía que decir Brandom, mientras miraba atónito como se acababa de incorporar, limpiando su espada de los restos de sangre. Iba a decir algo pero Oswlad se adelantó, por lo que el espadachín peliblanco lo escuchó atentamente.
- Igualmente… - respondió con un hilo de voz ante las primeras palabras del desconocido hombre – Esto… bueno, tengo algunas pero… - no sabía cómo responder el muchacho, se rascó la cabeza buscando alguna conexión de palabras, pero lo que dijo Oswald era muy cierto, necesitaba pasar desapercibido por lo que no podía perder el tiempo en charlas innecesarias.
- Tienes razón – dijo en el momento en que el hombre se dio la vuelta para marcharse, despidiéndose del pirata - ¡Adiós! – alzó la mano para despedirse viendo la silueta de Oswald marcharse, le había dejado muy intrigado al peliblanco, no sabía nada de él pero había compartido una pequeña aventura en la Villa de Cocoyasi.
<< Debo de darme prisa y abandonar esta isla. Antes de que la marina se encargue de buscar respuestas a lo sucedido >>
Sin perder más tiempo Glash D. Brandom se precipitó hacia la ciudad, dirección al puerto corriendo por las calles más estrechas y oscuras, permaneciendo oculto, bordeando la zona del conflicto en la posada para pasar desapercibido de ojos ajenos. Una vez en la barca, Brandom, dejó todos los suministros y se hizo un nuevo vendaje después de limpiar el corte. Una vez listo, alzó la vela náutica y empezó a remar abandonando esa isla, adentrándose de nuevo a otro viaje.
<< Joder… En situaciones así me bloqueo… ¡He de dejar de ser tan inútil y tener las cosas claras! >> Se iba clavando las uñas en sus propias palmas por la presión que ejercía en ambos puños.
El pirata pudo ver como Oswald abría los ojos, se estaba despertando y todas esas sensaciones de preocupación, temor, inseguridad; desaparecieron en un instante con un grato suspiro. Realmente no sabía si se había alegrado más de quitarse ese peso de encima o de poder ver a ese espadachín vivo.
- ¡Oswald! – allí que iba a intentar ayudarlo, pero se quedó en medio camino ya que el hombre se incorporó sin necesidad de ayuda; eso le sorprendió al pirata ya que el espadachín había recibido una cantidad considerable de heridas. - Ohh… - No sabía que decir Brandom, mientras miraba atónito como se acababa de incorporar, limpiando su espada de los restos de sangre. Iba a decir algo pero Oswlad se adelantó, por lo que el espadachín peliblanco lo escuchó atentamente.
- Igualmente… - respondió con un hilo de voz ante las primeras palabras del desconocido hombre – Esto… bueno, tengo algunas pero… - no sabía cómo responder el muchacho, se rascó la cabeza buscando alguna conexión de palabras, pero lo que dijo Oswald era muy cierto, necesitaba pasar desapercibido por lo que no podía perder el tiempo en charlas innecesarias.
- Tienes razón – dijo en el momento en que el hombre se dio la vuelta para marcharse, despidiéndose del pirata - ¡Adiós! – alzó la mano para despedirse viendo la silueta de Oswald marcharse, le había dejado muy intrigado al peliblanco, no sabía nada de él pero había compartido una pequeña aventura en la Villa de Cocoyasi.
<< Debo de darme prisa y abandonar esta isla. Antes de que la marina se encargue de buscar respuestas a lo sucedido >>
Sin perder más tiempo Glash D. Brandom se precipitó hacia la ciudad, dirección al puerto corriendo por las calles más estrechas y oscuras, permaneciendo oculto, bordeando la zona del conflicto en la posada para pasar desapercibido de ojos ajenos. Una vez en la barca, Brandom, dejó todos los suministros y se hizo un nuevo vendaje después de limpiar el corte. Una vez listo, alzó la vela náutica y empezó a remar abandonando esa isla, adentrándose de nuevo a otro viaje.
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