Abby
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Akuma no mi
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Estúpido moño... No era capaz de sujetarse esta vez. Mi cabello estaba perfecto, pero hoy quería ser un rebelde ante la gravedad. Una vuelta por aquí... otra por allá... ¡Ugh! Y vuelta a caerse de nuevo. Tocaba llamar a la sirvienta del barco para que me lo arreglase. Esta tardó en llegar. - Podías ser un poco más rápida. Tengo mejores cosas que hacer que esperar por la servidumbre. - Que me hiciesen esperar no me gustaba, me ponía nerviosa y por otro lado, el estrés de no ser capaz de hacerme un moño era insoportable así que si todo eso se unía formaba una explosión que abarcaría a muchos. La sirvienta con sus milagrosas manos logró acabar el moño y se retiró del camarote.
Ladeé la cabeza sonriendo mientras pasaba una mano por mi rostro hasta que ella apareció. Mi rostro se tornó serio. Ella apareció sonriente como si nada. - Ten cuidado ahí fuera. Hay muchos disturbios en Lvneel últimamente, si necesitas ayuda... ya sabes donde encontrarme. - Coloqué mi corona y miré de reojo el reflejo. Me preocupaba más que ella mostrase su afecto hacia mí, por suerte ya no me causaba problemas como antes. Me fui sin decirle nada, seguía siendo muy borde con ella, pero no podía evitarlo.
En cuanto salí del barco respiré profundamente apoyando mis manos sobre la cadera. Bajé del barco y recorrí las calles en busca de problemas. Mi superior me había encomendado mantener el orden en Lvneel y no me quedaba más remedio que rechistar. Crucé la calle y encontré a tres hombres atacando a unos ancianos. Me crucé de brazos y me quedé mirándoles. - Es de mala educación atacar ancianitas. - Ellos se revolvieron furiosos. Uno tenía una espada y fue directamente hacia mí. En ese momento me volví tangible y aparecí detrás de él dándole con el dedo índice y mayor juntos provocándole una pequeña descarga eléctrica en su cuello que le dejaría entumecido por un rato. Los otros dos permanecieron de pie mirando.
-¿¡Dónde están los reclutas de esta isla?! - Exclamé cabreada.
Ladeé la cabeza sonriendo mientras pasaba una mano por mi rostro hasta que ella apareció. Mi rostro se tornó serio. Ella apareció sonriente como si nada. - Ten cuidado ahí fuera. Hay muchos disturbios en Lvneel últimamente, si necesitas ayuda... ya sabes donde encontrarme. - Coloqué mi corona y miré de reojo el reflejo. Me preocupaba más que ella mostrase su afecto hacia mí, por suerte ya no me causaba problemas como antes. Me fui sin decirle nada, seguía siendo muy borde con ella, pero no podía evitarlo.
En cuanto salí del barco respiré profundamente apoyando mis manos sobre la cadera. Bajé del barco y recorrí las calles en busca de problemas. Mi superior me había encomendado mantener el orden en Lvneel y no me quedaba más remedio que rechistar. Crucé la calle y encontré a tres hombres atacando a unos ancianos. Me crucé de brazos y me quedé mirándoles. - Es de mala educación atacar ancianitas. - Ellos se revolvieron furiosos. Uno tenía una espada y fue directamente hacia mí. En ese momento me volví tangible y aparecí detrás de él dándole con el dedo índice y mayor juntos provocándole una pequeña descarga eléctrica en su cuello que le dejaría entumecido por un rato. Los otros dos permanecieron de pie mirando.
-¿¡Dónde están los reclutas de esta isla?! - Exclamé cabreada.
Urie Sov
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Akuma no mi
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Un día más en esa isla sin que Hayax la hubiese liado. Parecía que por fin había cambiado, esta vez de verdad. Esperaba realmente que esto fuese así, no podía seguir huyendo de piratas, maleantes, marines... Estaba cansado de tener que ir de aquí para allá porque a él le apeteciera meterse en líos sin motivo aparente.
El sol despuntaba y las verdes colinas decoraban el paisaje norteño de aquella ciudad. El puerto siempre estaba lleno, pero era dónde a mejor precio se podía encontrar el pescado. Es una de estas cosas que sabes, porque sí, nadie te las ha enseñado nunca pero sabes que el pescado es más barato en la lonja. Y ahí me encontraba yo, en medio de la lonja. Cuando acabé de comprar el pescado, fui al mercado a por las patatas y el resto de comida que hacía falta.
Al volver, de camino a casa, vi cómo una señora mayor, muy alterada, estaba sentada en el suelo, a su lado dos señores mayores hablaban muy rápido y sin articular la mitad de las sílabas. Pero el escenario no acababa ahí, en frente de estas personas ya mayores, había dos hombres que estaban completamente rígidos, una mujer con un vestido bastante estrafalario y otro hombre tumbado en el suelo.
"Problemas" - pensé mientras agarraba fuerte las bolsas llenas de alimentos, veréis me gustan muy pocos los problemas, desde pequeño aprendí que no traen nada bueno. Parece algo de lógica, pero hay gente a la que le gusta ir buscándolos, y definitivamente yo, no era uno de esos. A continuación la mujer del vestido estrafalario preguntó por unos reclutas. Parece que alguien iba a estar en líos en cuanto se presentaran ante ella, a pesar de tener ella el total control de la situación, sus gritos mostraban un interés exacerbado por la localización de los pobres reclutas. Por lo visto, aquella mujer era alguien importante.
Sin embargo, lo que pasó a continuación restó cualquier tipo de autoridad que las palabras en tono agresivo de la chica hubieran podido ocasionar sobre los allí presentes. El moño que llevaba, estaba cayéndose lenta pero inexorablemente, hasta el punto de quedar caído de una manera que me recordaba mucho a cuando mi madre fregaba la casa recién despierta. Era muy cómico ya que su actitud y presencia chocaban de pleno con su aspecto. Con mi mano libre me tapé la boca para no reírme en alto y observé el espectáculo que estaba montando en la calle. Normalmente hubiera pasado de largo y hubiese intentado llegar a casa lo antes posible para que el altercado no me salpicase, no obstante, no podía irme sin ver qué haría la mujer cuándo se diese cuenta de que parecía un ama de casa apunto de tirar una zapatilla a su hijo.
Así salir a comprar daba gusto.
El sol despuntaba y las verdes colinas decoraban el paisaje norteño de aquella ciudad. El puerto siempre estaba lleno, pero era dónde a mejor precio se podía encontrar el pescado. Es una de estas cosas que sabes, porque sí, nadie te las ha enseñado nunca pero sabes que el pescado es más barato en la lonja. Y ahí me encontraba yo, en medio de la lonja. Cuando acabé de comprar el pescado, fui al mercado a por las patatas y el resto de comida que hacía falta.
Al volver, de camino a casa, vi cómo una señora mayor, muy alterada, estaba sentada en el suelo, a su lado dos señores mayores hablaban muy rápido y sin articular la mitad de las sílabas. Pero el escenario no acababa ahí, en frente de estas personas ya mayores, había dos hombres que estaban completamente rígidos, una mujer con un vestido bastante estrafalario y otro hombre tumbado en el suelo.
"Problemas" - pensé mientras agarraba fuerte las bolsas llenas de alimentos, veréis me gustan muy pocos los problemas, desde pequeño aprendí que no traen nada bueno. Parece algo de lógica, pero hay gente a la que le gusta ir buscándolos, y definitivamente yo, no era uno de esos. A continuación la mujer del vestido estrafalario preguntó por unos reclutas. Parece que alguien iba a estar en líos en cuanto se presentaran ante ella, a pesar de tener ella el total control de la situación, sus gritos mostraban un interés exacerbado por la localización de los pobres reclutas. Por lo visto, aquella mujer era alguien importante.
Sin embargo, lo que pasó a continuación restó cualquier tipo de autoridad que las palabras en tono agresivo de la chica hubieran podido ocasionar sobre los allí presentes. El moño que llevaba, estaba cayéndose lenta pero inexorablemente, hasta el punto de quedar caído de una manera que me recordaba mucho a cuando mi madre fregaba la casa recién despierta. Era muy cómico ya que su actitud y presencia chocaban de pleno con su aspecto. Con mi mano libre me tapé la boca para no reírme en alto y observé el espectáculo que estaba montando en la calle. Normalmente hubiera pasado de largo y hubiese intentado llegar a casa lo antes posible para que el altercado no me salpicase, no obstante, no podía irme sin ver qué haría la mujer cuándo se diese cuenta de que parecía un ama de casa apunto de tirar una zapatilla a su hijo.
Así salir a comprar daba gusto.
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