Hayden Ashworth
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Akuma no mi
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El príncipe caminaba por la ciudad de Lvneel. Acababa de unirse al Gobierno Mundial como agente y había decidido poner pie en alguna isla de cualquiera de los Blue en busca de criminales menores. Bostezaba mientras caminaba en su pequeña búsqueda de justicia hasta que vio una taberna.
"Bueh... no hará daño desviarse un poco."
El príncipe entró en la taberna con cuidado y vio como estaba extrañamente vacía. Cuatro personas estaban en la mesa más apartada de la taberna, con aspecto de estar dormidos o... incluso enfermos. Uno de ellos tosió. El tabernero miró a Zuko y escupió en el vaso que limpiaba.
- Aquí no servimos a menores, chico. Lárgate.
Zuko frunció el ceño. No dijo nada y salió de la taberna. Siguió caminando mientras miraba a todas partes, tal vez buscando ver a alguien con aspecto de criminal... No sabía ni donde empezar a buscar.
"A ver... ¿Si yo fuera un criminal dónde me escondería?"
"Bueh... no hará daño desviarse un poco."
El príncipe entró en la taberna con cuidado y vio como estaba extrañamente vacía. Cuatro personas estaban en la mesa más apartada de la taberna, con aspecto de estar dormidos o... incluso enfermos. Uno de ellos tosió. El tabernero miró a Zuko y escupió en el vaso que limpiaba.
- Aquí no servimos a menores, chico. Lárgate.
Zuko frunció el ceño. No dijo nada y salió de la taberna. Siguió caminando mientras miraba a todas partes, tal vez buscando ver a alguien con aspecto de criminal... No sabía ni donde empezar a buscar.
"A ver... ¿Si yo fuera un criminal dónde me escondería?"
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Akuma no mi
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Era mi primer día libre desde que me habían destinado, así que quería aprovecharlo al máximo. Me levanté temprano, como siempre, y pasé la mayor parte de la mañana entrenando. Después de todo, aunque no tuviese que trabajar no podía descuidarme, ya que debía estar en la mejor forma si quería ascender pronto en la Marina. Tras varias horas de intenso entrenamiento me preparé para salir por la ciudad. Quería conocerla mejor, pues apenas había explorado algunas áreas y era un lugar considerablemente grande. Teniendo eso en cuenta, decidí que lo mejor para empezar sería visitar las tabernas locales. Al fin y al cabo son la mejor opción para reunir información e ir conociendo a las gentes del lugar. Aprovechando además que no estaba de servicio, y que aún no me conocería casi nadie, pensé también que sería buena idea ir de paisano, así que dejé el uniforme y la gorra en mi habitación.
Tras dar varias vueltas por los muelles y cercanías encontré una pequeña taberna. Viéndola desde fuera quedaba claro que no sería la mejor del lugar, o al menos eso esperaba. Pero aun así decidí entrar a echar un vistazo. "Por algún lugar hay que empezar".
Dentro no había mucha gente: cuatro tipos en una mesa y otro en la barra, todos con la misma cara de pocos amigos que el tabernero, que se encontraba limpiando, o más bien frotando con lo que en su día fue un trapo, lo que parecía ser una jarra. Resignado, y con esperanzas casi nulas de que la bebida fuese decente, continué en mi empeño y me senté en el otro extremo de la barra. Le hice una señal al camarero, que tras mirarme durante unos segundos con desconfianza, acabó acercándose a mí y sirviéndome una cerveza, para luego volver a frotar su jarra con empeño, como si esa fuese su manera de pasar el día.
No pasó mucho rato hasta que la puerta se abrió nuevamente. Desde mi ubicación no podía verle bien, pero me llamaron la atención su vestimenta, que desde luego no eran propias del lugar, y una cicatriz en su rostro. Antes de que pudiese decir nada, el tabernero se apresuró a echarle del local, alegando que no vendía alcohol a menores. Algo que no terminé de entender, pues al menos a mí no me pareció que fuese más que uno o dos años menor que yo.
El chaval, aún sin decir palabra alguna, se dio media vuelta y salió por la puerta, que casi ni había terminado de cerrarse tras su entrada. Sopesé la situación durante unos segundos. Desde luego no había hecho nada malo, pero algo en él me llamaba la atención. Así que al no tener mejor nada que hacer decidí que podría seguirle. Al menos así me libraría de seguir bebiendo aquel brebaje que me habían servido. Sin demorarme mucho, pues no quería darle demasiado tiempo para que se alejase, me levanté, dejé un par de monedas sobre la barra y me dirigí a la puerta, con intención de seguir un rato al extraño visitante y ver cuáles eran sus intenciones.
Tras dar varias vueltas por los muelles y cercanías encontré una pequeña taberna. Viéndola desde fuera quedaba claro que no sería la mejor del lugar, o al menos eso esperaba. Pero aun así decidí entrar a echar un vistazo. "Por algún lugar hay que empezar".
Dentro no había mucha gente: cuatro tipos en una mesa y otro en la barra, todos con la misma cara de pocos amigos que el tabernero, que se encontraba limpiando, o más bien frotando con lo que en su día fue un trapo, lo que parecía ser una jarra. Resignado, y con esperanzas casi nulas de que la bebida fuese decente, continué en mi empeño y me senté en el otro extremo de la barra. Le hice una señal al camarero, que tras mirarme durante unos segundos con desconfianza, acabó acercándose a mí y sirviéndome una cerveza, para luego volver a frotar su jarra con empeño, como si esa fuese su manera de pasar el día.
No pasó mucho rato hasta que la puerta se abrió nuevamente. Desde mi ubicación no podía verle bien, pero me llamaron la atención su vestimenta, que desde luego no eran propias del lugar, y una cicatriz en su rostro. Antes de que pudiese decir nada, el tabernero se apresuró a echarle del local, alegando que no vendía alcohol a menores. Algo que no terminé de entender, pues al menos a mí no me pareció que fuese más que uno o dos años menor que yo.
El chaval, aún sin decir palabra alguna, se dio media vuelta y salió por la puerta, que casi ni había terminado de cerrarse tras su entrada. Sopesé la situación durante unos segundos. Desde luego no había hecho nada malo, pero algo en él me llamaba la atención. Así que al no tener mejor nada que hacer decidí que podría seguirle. Al menos así me libraría de seguir bebiendo aquel brebaje que me habían servido. Sin demorarme mucho, pues no quería darle demasiado tiempo para que se alejase, me levanté, dejé un par de monedas sobre la barra y me dirigí a la puerta, con intención de seguir un rato al extraño visitante y ver cuáles eran sus intenciones.
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Akuma no mi
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La mente de Zuko voló hasta la montaña de Reddo Teikoku, su isla natal. Lo cierto es que se estaba bien en aquella montaña, y muchas veces se le había ocurrido la idea de pasar allí un par de años entrenando con su maestro. Al recordar su entrenamiento, el príncipe colocó una mano frente a su pecho y creó una bola de fuego en esta. Empezó a sentir su calor mientras el príncipe la hacía crecer y menguar a voluntad. Suspiró y, de golpe, se dio cuenta de la presencia de pasos tras él. Frunció el ceño y siguió caminando un poco. ¿Por qué tenían que seguirle? Ya odiaba cuando los soldados de padre le seguían a todas partes para vigilarlo, pero... ¿incluso cuando está fuera del imperio? Por dios...
En un momento dado, paré de golpe y separé las piernas. Moví la llama a un lado y giré bruscamente arrastrando el pie por el suelo y lanzando la bola de fuego a mi seguidor. Si todo iba bien, la bola de fuego pasaría justo por el lado de su cabeza a modo de advertencia.
- ¿Quién eres y por qué me sigues? No tengo tiempo para tonterías.
En un momento dado, paré de golpe y separé las piernas. Moví la llama a un lado y giré bruscamente arrastrando el pie por el suelo y lanzando la bola de fuego a mi seguidor. Si todo iba bien, la bola de fuego pasaría justo por el lado de su cabeza a modo de advertencia.
- ¿Quién eres y por qué me sigues? No tengo tiempo para tonterías.
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