Helado-chan
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Toda historia tiene siempre un comienzo, y el comienzo de esta tiene lugar en Domica, una isla cercana al calm belt en el mar del sur, hará unos tres años, cuando Neo tenía tan solo dieciocho. Aunque, ¿qué más dará su edad? Siempre ha parecido un maldito crío y básicamente desde los trece ha tenido el mismo aspecto físico; pobrecito, en verdad. Pero bueno, como íbamos diciendo. No hacía mucho más de un año que nuestro pelinegro se había ido a vivir aventuras por su cuenta y aún no estaba demasiado acostumbrado al ir de isla en isla en busca de su objetivo, lo que le hacía bastante lento a la hora de buscarlo. Y por esa misma razón había tardado un mes entero en localizar a su objetivo, un pirata cualquiera con una recompensa bastante baja pero con la que, si la conseguía, podía abastecerse de comida durante un par de meses.
- A ver, no es que la ciudad sea muy grande... -dijo mirando el mapa que tenía agarrado en una mano mientras en la otra agarraba un trozo de pan.- Pero no tengo ni la menor idea de dónde estoy.
Como de costumbre y por no romper la norma de que los personajes de una historia nunca se cambian de ropa, nuestro pequeño llevaba su conjunto habitual con los pantalones y camisa, ambos cortos y negros, junto con su capa roja carmesí, la cual ondeaba a la par que Neo recorría las calles. Se llevó una de las manos a las cabeza y se revolvió el cabello mientras intentaba descubrir en qué calle estaba, aunque sin demasiado éxito.
- Puede que si me doy la vuelta consi-...
Antes de que pudiera acabar la frase, y como salido de la nada, un extraño animal de color blanco y verde con unas orejas demasiado grandes para el resto de su cuerpo cayó del cielo y le arrancó de las manos a Neo el trozo de pan. Con la comida en la boca y ya en el suelo miró hacia atrás, a los ojos plateados del pelinegro. Este le devolvió la mirada y fue como si el tiempo se detuviera; no había ni nadie ni nada más allí, tan solo ellos dos. Y, en la intensidad de ese momento, a Neo le pareció ver como aquella maldita rata le sonreía y se burlaba de él en su maldita cara para, sin perder un solo momento, echarse a correr.
- ¡DEVUÉLVEME MI TROZO PAN, MALDITA RATA!
Toda la gente que había en la calle se quedó mirando cómo un crío de no más de metro sesenta y cinco corría lo más rápido que podía tras un animal parecido a un perro-rata-conejo. Sin duda alguna lo normal y corriente que le pasa a cualquier adolescente, sí señor.
- A ver, no es que la ciudad sea muy grande... -dijo mirando el mapa que tenía agarrado en una mano mientras en la otra agarraba un trozo de pan.- Pero no tengo ni la menor idea de dónde estoy.
Como de costumbre y por no romper la norma de que los personajes de una historia nunca se cambian de ropa, nuestro pequeño llevaba su conjunto habitual con los pantalones y camisa, ambos cortos y negros, junto con su capa roja carmesí, la cual ondeaba a la par que Neo recorría las calles. Se llevó una de las manos a las cabeza y se revolvió el cabello mientras intentaba descubrir en qué calle estaba, aunque sin demasiado éxito.
- Puede que si me doy la vuelta consi-...
Antes de que pudiera acabar la frase, y como salido de la nada, un extraño animal de color blanco y verde con unas orejas demasiado grandes para el resto de su cuerpo cayó del cielo y le arrancó de las manos a Neo el trozo de pan. Con la comida en la boca y ya en el suelo miró hacia atrás, a los ojos plateados del pelinegro. Este le devolvió la mirada y fue como si el tiempo se detuviera; no había ni nadie ni nada más allí, tan solo ellos dos. Y, en la intensidad de ese momento, a Neo le pareció ver como aquella maldita rata le sonreía y se burlaba de él en su maldita cara para, sin perder un solo momento, echarse a correr.
- ¡DEVUÉLVEME MI TROZO PAN, MALDITA RATA!
Toda la gente que había en la calle se quedó mirando cómo un crío de no más de metro sesenta y cinco corría lo más rápido que podía tras un animal parecido a un perro-rata-conejo. Sin duda alguna lo normal y corriente que le pasa a cualquier adolescente, sí señor.
- La rata (?):
Yoko Littner
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Domica... Al fin había llegado a esta isla. Llevaba mucho tiempo pendiente de poder viajar hasta ella. Siempre me gustaba conocer lugares nuevos, pero cuando era una niña no tuve mucha ocasión puesto que estaba recluida en la mansión. No podía apreciar lo que me rodeaba y, allí dentro, sólo se dedicaban a alimentar mal mi conciencia. Estiré los brazos y bostecé al salir a cubierta. El sol, radiante, estaba en lo más alto. Hacía algo de calor por lo que esta vez no llevaba ningún abrigo que me cubriese. Gracias a este barco mercantil, a cambio de unas monedas, no solo eso, les ayudaba en lo que podía. El trato era viajar con ellos dependiendo del lugar. Eran una familia humilde que vivía del comercio.
Bajé del barco y paseé por las calles de Domica, la verdad es que había bastante ambiente por todas partes. La gente parecía amable, o eso podía ver por como trataban en los puestos de comercio o en las charlas que mantenían las señoras en la calle. Me detuve ante un puesto de comida. ¡En ella había todo tipo de manjares! Como los que me gustaban a mi, incluso todo tipo de dulces. Se me hacía la boca agua ver todo aquello.
Sin embargo, un grito hizo que apartase la mirada de aquel llamativo puesto. Me di la vuelta y no vi nada puesto que la gente hacía bulto. Dejé de prestar atención y le pedí al dueño del puesto un helado con dos bolas de chocolate. Adoraba el chocolate y un helado ahora era genial, un sabor tan dulce... no tenía palabras. Cogí el cucurucho emocionada y le dejé el dinero a las prisas. Me colé entre la gente para poder pasar y llegué hasta el centro de una calle.
A lo lejos vi a un animal raro correr con algo entre las manos, no lo visualizaba bien desde lejos, pero a medida que se iba a acercando veía que llevaba algo de comida. El animalito era muy mono, tenía ganas de acariciarle, pero no parecía detenerse. Le pegué unas lametadas a mi helado esperando a que llegase hasta mi punto para así, tratar de alcanzarlo.
-Ven pequeñín.Bajé del barco y paseé por las calles de Domica, la verdad es que había bastante ambiente por todas partes. La gente parecía amable, o eso podía ver por como trataban en los puestos de comercio o en las charlas que mantenían las señoras en la calle. Me detuve ante un puesto de comida. ¡En ella había todo tipo de manjares! Como los que me gustaban a mi, incluso todo tipo de dulces. Se me hacía la boca agua ver todo aquello.
Sin embargo, un grito hizo que apartase la mirada de aquel llamativo puesto. Me di la vuelta y no vi nada puesto que la gente hacía bulto. Dejé de prestar atención y le pedí al dueño del puesto un helado con dos bolas de chocolate. Adoraba el chocolate y un helado ahora era genial, un sabor tan dulce... no tenía palabras. Cogí el cucurucho emocionada y le dejé el dinero a las prisas. Me colé entre la gente para poder pasar y llegué hasta el centro de una calle.
A lo lejos vi a un animal raro correr con algo entre las manos, no lo visualizaba bien desde lejos, pero a medida que se iba a acercando veía que llevaba algo de comida. El animalito era muy mono, tenía ganas de acariciarle, pero no parecía detenerse. Le pegué unas lametadas a mi helado esperando a que llegase hasta mi punto para así, tratar de alcanzarlo.
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Aquel animal parecía no cansarse, pues recorrió la calle principal de la ciudad, al parecer, sin cansarse y como un rayo. Nuestro pequeño no se quedaba atrás gracias a su envidiable velocidad, y aunque parecía no acortar demasiado la distancia entre ambos hubo un momento en el que la rata pareció distraerse y lo aprovechó. Con una evidente sonrisa en el rostro se abalanzó hacia delante y con un fuerte salto se tiró de boca contra la rata. Un pequeño y sutil error en su plan: la rata parecía prever todos sus movimientos.
Y así fue, que como si nada y casi sin quererlo y justo en el último instante, la rata dio un salto de un par de metros haciendo que el pelinegro se comiera casi de boca el suelo. Hubiera quedado ahí, como anécdota para contar otro día, pero por el impulso dio un par de vueltas en el suelo y chocó brutalmente contra una persona que no había logrado quitarse a tiempo de en medio. Cuando quiso darse cuenta se vio encima de una chica pelirroja y con más bien poca ropa. Estaban muy cerca el uno del otro, pero teniendo en cuenta que la había embestido y tirado al suelo, pues era hasta normal. No se había dado cuenta, pero sin quererlo había apoyado sus manos en los senos de la mujer y, si no se daba prisa rápido, posiblemente saldría volando por la tangente. Ja já, chiste matemático. Okno.
Al caso. Se sonrojó y saltó hacia atrás quedándose sentado con los pies cruzados. -¡L-lo siento mucho!-. Posiblemente la muchacha no se lo tomara a mal teniendo en cuenta que Neo parecía tener unos quince o dieciséis años, pero nunca está de más disculparse por si las moscas.
Al mismo tiempo que todo eso pasaba la ratita iba cayendo suavemente usando sus orejas, que parecían haberse expandido, como un paracaídas o un par de alas. Cayó encima de la cabeza de la mujer pelirroja y mirándole dirigió sus palabras hacia él.
-¿Tienes más comida?
Neo no dijo nada, pero en su cabeza se pudo escuchar un gran "PERO QUÉ COJOONEEEEEES".
Y así fue, que como si nada y casi sin quererlo y justo en el último instante, la rata dio un salto de un par de metros haciendo que el pelinegro se comiera casi de boca el suelo. Hubiera quedado ahí, como anécdota para contar otro día, pero por el impulso dio un par de vueltas en el suelo y chocó brutalmente contra una persona que no había logrado quitarse a tiempo de en medio. Cuando quiso darse cuenta se vio encima de una chica pelirroja y con más bien poca ropa. Estaban muy cerca el uno del otro, pero teniendo en cuenta que la había embestido y tirado al suelo, pues era hasta normal. No se había dado cuenta, pero sin quererlo había apoyado sus manos en los senos de la mujer y, si no se daba prisa rápido, posiblemente saldría volando por la tangente. Ja já, chiste matemático. Okno.
Al caso. Se sonrojó y saltó hacia atrás quedándose sentado con los pies cruzados. -¡L-lo siento mucho!-. Posiblemente la muchacha no se lo tomara a mal teniendo en cuenta que Neo parecía tener unos quince o dieciséis años, pero nunca está de más disculparse por si las moscas.
Al mismo tiempo que todo eso pasaba la ratita iba cayendo suavemente usando sus orejas, que parecían haberse expandido, como un paracaídas o un par de alas. Cayó encima de la cabeza de la mujer pelirroja y mirándole dirigió sus palabras hacia él.
-¿Tienes más comida?
Neo no dijo nada, pero en su cabeza se pudo escuchar un gran "PERO QUÉ COJOONEEEEEES".
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Todo iba bien, salvo que aquella monada parecía no pararse. Caminé despacio tratando de no espantar al animal, pero no sabía lo que me esperaba en unos segundos. Fue un abrir y cerrar de ojos. Abrí los ojos y me encontré a un pequeñajo sobre mí. Este se apartó rápidamente pidiendo perdón, parecía avergonzado. Me levanté y sacudí el polvo que se me había pegado al rodar por el suelo.
No entendía cómo me había tirado ¿acaso no vio que estaba delante suya? Suspiré. No me iba a enfadar por algo así, todo el mundo teníamos fallos y, en este caso, solo había sido una caída. Había peores problemas en el mundo que esto.
-Tranquilo – Le dije acercándome a él con una sonrisa. Era bastante bajito, lo cual me causaba algo de gracia, pero no quería que pensase que me burlaba de él. – No ha sido nada.
En cuanto me hubo respondido me giré para ver que hacía el pequeño animal. Estaba descendiendo con sus orejas como si se tratase de un paracaídas. Era alucinante, nunca había visto algo así en mi vida. Este se puso sobre mi cabeza y alcé el brazo para acariciarle una patita, suave como el terciopelo.
El animal le habló al chico y me quedé boquiabierta. ¡Estaba atónita! ¿Acaso era eso posible? Pedía más comida. Miré al pequeñajo.
-Hay un puesto al final de la calle. ¿Por qué no le compramos más comida? – Inquirí contenta. Yo no tenía más que el helado de antes y este se había desparramado por el suelo con la caída, pero nada impedía comprar un poco de comida especial para el animalito. - ¿Qué opinas? Por cierto, ¿Cuál es tu nombre? – La pregunta iba para el chico. Luego dirigí la mirada hacia arriba. - Y tú, pequeñajo, ¿tienes un nombre?
Parecía tan tranquilo y cómodo en mi cabeza… Esperaba que no se cayese, tampoco es que fuera un lugar muy seguro. Sentía como movía sus orejillas contra mi pelo.
No entendía cómo me había tirado ¿acaso no vio que estaba delante suya? Suspiré. No me iba a enfadar por algo así, todo el mundo teníamos fallos y, en este caso, solo había sido una caída. Había peores problemas en el mundo que esto.
-Tranquilo – Le dije acercándome a él con una sonrisa. Era bastante bajito, lo cual me causaba algo de gracia, pero no quería que pensase que me burlaba de él. – No ha sido nada.
En cuanto me hubo respondido me giré para ver que hacía el pequeño animal. Estaba descendiendo con sus orejas como si se tratase de un paracaídas. Era alucinante, nunca había visto algo así en mi vida. Este se puso sobre mi cabeza y alcé el brazo para acariciarle una patita, suave como el terciopelo.
El animal le habló al chico y me quedé boquiabierta. ¡Estaba atónita! ¿Acaso era eso posible? Pedía más comida. Miré al pequeñajo.
-Hay un puesto al final de la calle. ¿Por qué no le compramos más comida? – Inquirí contenta. Yo no tenía más que el helado de antes y este se había desparramado por el suelo con la caída, pero nada impedía comprar un poco de comida especial para el animalito. - ¿Qué opinas? Por cierto, ¿Cuál es tu nombre? – La pregunta iba para el chico. Luego dirigí la mirada hacia arriba. - Y tú, pequeñajo, ¿tienes un nombre?
Parecía tan tranquilo y cómodo en mi cabeza… Esperaba que no se cayese, tampoco es que fuera un lugar muy seguro. Sentía como movía sus orejillas contra mi pelo.
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