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“A la atención de Joan D. Lluguer, le invitamos a pasar unos días en nuestra fantástica isla: Pancu Island. Puede traerse un equipaje moderado, le recogerá un barco en su isla actual para traerlo. Durante su visita podrá visitar los bastos campos de bambú, disfrutar de los rituales tribales y conocer mejor la sociedad de la isla. Le adjunto la invitación que deberá presentar a las autoridades del puerto para que le dejen pasar.
Saludos”
Parece que tiene correo, iras a este fantástico premio ganado en.... bueno, no te acuerdas, pero !Que suerte¡
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Parece que tiene correo, iras a este fantástico premio ganado en.... bueno, no te acuerdas, pero !Que suerte¡
Joan D. Lluquer
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-Bueno, será una nueva experiencia en otra isla- pensé mientras leía aquella carta que el apresurado cartero me entregó raudamente mientras volvía a emprender su carrera.
En aquella carta se detallaba que había sido invitado a pasar unos días en Pancu Island, una isla conocida por sus vastos y densos bosques de bambú. En aquella isla también vivía una tribu muy cerrada al mundo exterior, la cual suponía que me había entregado la carta. La verdad, los bosques de bambú me encantaban, ya que ejercían en mí un efecto relajante muy intenso. La carta explicaba que me era permitido llevar un equipaje moderado, pero eso no era problema para mí, ya que solía llevar un poco de agua y comida, además de mi equipamiento, compuesto por mi armadura, mis armas de fuego y mi katana.
Me encontraba en una isla pequeña en la cual estaba visitando a un viejo maestro mío de cuando era mas joven. Cuando el cartero me entregó la carta, yo estaba en las puertas del dojo tomándome un descanso, ya que había estado entrenándome con mi mentor durante horas. Cuando acabe de leer la carta la guardé en mi mochila, que me colgué a la espalda y volví a entrar a aquella construcción tradicional coreana.
Ahí me esperaba mi maestro, un hombre coreano de aproximadamente setenta años. Era una persona muy sabia y poderosa, y yo le tenía un cariño especial, ya que me cuidó cómo a un hijo durante mis años entrenando con él.
Entré al tatami y le hice una reverencia.Seguidamente, me puse de rodillas delante suya, ya que él estaba también en esa posición.
-Entonces Joan, has consumido una de esas frutas que otorgan poderes extraños a sus usuarios- dijo él.
-Sí maestro, y esperaba que me pudieráis ayudar a controlarla, cómo os he dicho antes- contesté.
-Bueno... ¿De momento que pudes hacer?
-Hasta ahora solo puedo recubrir mis dedos hasta la altura de los nudillos de un mineral que parece diamante, aunque me cuesta un poco- dije mientras me concentraba y recubría mis dedos de diamante.
- Ya veo... Bueno, yo no tengo mucho conocimiento sobre estos nuevos poderes tuyos, así que yo no puedo serte de mucha utilidad.
-Bueno, no pasa nada. Supongo que entrenando y meditando podré conseguir algo. Por cierto, mirad la carta que me acaba de llegar- dije mientras sacaba la carta de mi mochila y se la entregaba.
- Humm... ¿Pancu Island? Tienes suerte, chico. Esa isla la pueden visitar pocas personas. Así que será mejor que te marches cuanto antes para disfrutar de un descanso mental. A lo mejor los bosques de bambú te ayudan a controlar el poder de tu fruta.
Asentí y me levanté. Me despedí de mi maestro, recogí mis cosas y me marché hacia el puerto de la isla.
Tras caminar durante media hora, llegué al puerto. Ahí, encontré a un hombre cuarentón con un bote que estaba dispuesto a llevarme a Pancu Island a cambio de unas monedas. Sin pensármelo mucho, acepté el precio que me propuso y me monté en su pequeña embarcación destino a aquella pequeña isla.
En aquella carta se detallaba que había sido invitado a pasar unos días en Pancu Island, una isla conocida por sus vastos y densos bosques de bambú. En aquella isla también vivía una tribu muy cerrada al mundo exterior, la cual suponía que me había entregado la carta. La verdad, los bosques de bambú me encantaban, ya que ejercían en mí un efecto relajante muy intenso. La carta explicaba que me era permitido llevar un equipaje moderado, pero eso no era problema para mí, ya que solía llevar un poco de agua y comida, además de mi equipamiento, compuesto por mi armadura, mis armas de fuego y mi katana.
Me encontraba en una isla pequeña en la cual estaba visitando a un viejo maestro mío de cuando era mas joven. Cuando el cartero me entregó la carta, yo estaba en las puertas del dojo tomándome un descanso, ya que había estado entrenándome con mi mentor durante horas. Cuando acabe de leer la carta la guardé en mi mochila, que me colgué a la espalda y volví a entrar a aquella construcción tradicional coreana.
Ahí me esperaba mi maestro, un hombre coreano de aproximadamente setenta años. Era una persona muy sabia y poderosa, y yo le tenía un cariño especial, ya que me cuidó cómo a un hijo durante mis años entrenando con él.
Entré al tatami y le hice una reverencia.Seguidamente, me puse de rodillas delante suya, ya que él estaba también en esa posición.
-Entonces Joan, has consumido una de esas frutas que otorgan poderes extraños a sus usuarios- dijo él.
-Sí maestro, y esperaba que me pudieráis ayudar a controlarla, cómo os he dicho antes- contesté.
-Bueno... ¿De momento que pudes hacer?
-Hasta ahora solo puedo recubrir mis dedos hasta la altura de los nudillos de un mineral que parece diamante, aunque me cuesta un poco- dije mientras me concentraba y recubría mis dedos de diamante.
- Ya veo... Bueno, yo no tengo mucho conocimiento sobre estos nuevos poderes tuyos, así que yo no puedo serte de mucha utilidad.
-Bueno, no pasa nada. Supongo que entrenando y meditando podré conseguir algo. Por cierto, mirad la carta que me acaba de llegar- dije mientras sacaba la carta de mi mochila y se la entregaba.
- Humm... ¿Pancu Island? Tienes suerte, chico. Esa isla la pueden visitar pocas personas. Así que será mejor que te marches cuanto antes para disfrutar de un descanso mental. A lo mejor los bosques de bambú te ayudan a controlar el poder de tu fruta.
Asentí y me levanté. Me despedí de mi maestro, recogí mis cosas y me marché hacia el puerto de la isla.
Tras caminar durante media hora, llegué al puerto. Ahí, encontré a un hombre cuarentón con un bote que estaba dispuesto a llevarme a Pancu Island a cambio de unas monedas. Sin pensármelo mucho, acepté el precio que me propuso y me monté en su pequeña embarcación destino a aquella pequeña isla.
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Cuando llegas a Pancu Island las autoridades escudriñan tu equipaje y miran con lupa tu invitación, al parecer hay mucha falsificación suelta y se tiene que asegurar. Muy bien, ahora estas en la isla, pero ¿Qué vas a hacer? Con una invitación así esperas algo de recibimiento, aunque claro, ni siquiera te dieron un número de contacto para que avisaras. Ante ti se abre un camino entre el inmenso bambú, parece ser el único a menos que quieras caminar entre las grandes plantas, aunque puede que a los lugareños no les guste eso.
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