¿Un pajarito herido? [Isaac-Gala]

¿Cuánto ha pasado desde que volé? Ya no lo recuerdo tras tanto tiempo, pero Shikkearu ya no existe. Ni siquiera los viejos castillos de mi época han resistido; no han llegado a conservarse ni las ruinas. ¿Adónde ha ido la roca negra? No hay rastro de los diamantes que antes poblaban los muros en la fortaleza, y hasta la gran montaña sobre la que se asentaba ha desaparecido ¿La habrán rebajado?. En trescientos años han cambiado muchas cosas, y lo único que puedo decir es que lo que sea que remplazó a mi hogar, se ha perdido también...

Poso las garras sobre cenizas de mi isla natal, y de forma instintiva araño con el pico el suelo polvoriento. Reconozco los olores, pero son mucho más intensos; hay muchos más que por aquel entonces. No sólo eso, sino que escucho pisadas a mi espalda, pesadas y torpes, al mismo tiempo que el metal chirría cortando la roca. Su respiración es agitada, y sus chillidos empiezan a asustarme. ¿Por qué tiene que pasar esto justo cuando llego?

Mi instinto me habla, pero no lo escucho. No le importa, y toma las riendas. Él salta y yo vuelo, y mientras cae sobre donde estaba antes alza la vista y nos cruzamos. También tiene los ojos rojos, aunque no se parece en nada más a mí, y su armadura propia de un centurión me pone las alas como escarpias. ¿Cuándo los simios han aprendido a fabricar armaduras? No recuerdo tan grande a la gente de este lugar para que pudieran sólo robarlas. Tomo el control de mi mente otra vez, y el instinto queda relegado. Mal asunto.

Él es ágil pese a su apariencia, y el hacha que casi me mata hace un momento me golpea, lanzándome contra un muro cercano; debe ser de los pocos que quedan en pie. Maldita sea, con un par de metros podría haber recuperado el equilibrio, pero con esto tal vez me haya roto el ala. Duele mucho. ¿Por qué no me dejo llevar por mi instinto más? Ah, claro. Gracias, conciencia.

Un último gañido sale de mi pico, y con una vuelta sobre mí misma en un instante una chiquilla está sobre el suelo, sacando una espada de su vaina con el brazo útil que le queda. duele mucho, y si me muevo demasiado va a ser peor, pero no puede pasar esto; no tan pronto. Me levanto del suelo como puedo, y con la guardia en alto mientras la hoja corta en diagonal hacia el suelo me pongo en guardia. Tengo que conseguir esto en un único golpe. No me va a matar un simio.

- Ssssh... pequeño, no deberías hacer eso -el chico estaba sentado en los restos de una vieja muralla, con su espada desenvainada y apoyada sobre su hombro. La pierna izquierda colgaba a un lado, balanceándose lentamente, mientras la derecha estaba apoyada con la rodilla flexionada. El joven giró la cabeza, sonriendo burlonamente al enorme babuino armado con un hacha. Sus ojos denotaban una confianza fuera de lo normal. El mono aulló, mientras el chico descendía desde lo alto de un salto calculado con precisión-. Está bien... espero que no te duela. -el joven de pelo oscuro se colocó entre el animal y la joven, mientras alzaba la espada, colocándose en posición de guardia.

El enorme simio gritó, mientras lanzaba un rápido y mortal ataque con su arma, que habría cercenado el cuello del chico de no ser por su rápidos reflejos, que le permitieron inclinarse hacia atrás, doblando la columna en un arco que para alguien que no estuviese acostumbrado posiblemente fuera bastante doloroso. Los ojos azules del chico, ataviado con un chándal oscuro y una andrajosa pañoleta atada al cuello, se clavaron en los del animal, y parecieron relampaguear durante un instante. De un salto, el muchacho evitó otro barrido del hacha y saltó sobre el brazo del mono, realizando un rápido corte en la sangría del codo. El enorme babuino chilló, y retrocedió un par de pasos, dejando su arma. Tras unos segundos mirando desafiante al joven de pelo oscuro, se retiró hacia la espesura.

- Bien... ya he hecho mi tra... -el joven de pelo negro puso los ojos en blanco, cayendo redondo al suelo.

Mientras tanto, en el mundo onírico que era el limbo de Byakuro, Isaac esperaba con intranquilidad a que su ídolo regresase de controlar su cuerpo. Había que admitir que era una forma bastante interesante de que el cazador volviese al mundo de los vivos, pero aquellas largas esperas exasperaban un poco al joven. Cuando el peliblanco apareció, con una deslumbrante sonrisa en la cara, Isaac se levantó del cómodo asiento en el que estaba.

- Será mejor que despiertes. Hay una chica bastante mona ahí afuera. -tras eso, y sin previo aviso, el antiguo Shichibukai dio una fuerte patada en la entrepierna a Isaac.

Una voz llega desde lo alto, y por un momento mis ojos se pierden buscando su origen. No tardo mucho, ya que cae ante mí, dándome la espalda, un chiquillo moreno, interponiéndose así entre el animal y yo. ¿Desde cuándo hago esa distinción? Tal vez hace mucho tiempo que no me puedo considerar así, y es normal; al fin y al cabo por mis venas corre sangre humana... Más o menos.

No veo mucho de él, pero la postura de guardia es propia de un espadachín, y su cuerpo delgado y esbelto, sumado a la seguridad que parece desprender, y, sobre todo, a la espada que empuña. Va vestido con un chándal negro de rayas blancas en los costados, y la pañoleta que lleva alrededor del cuello está próximo a ser lo más feo que podría llevar puesto una persona normal; sin embargo en él queda muy bien. Es distinto al resto de la gente.

Porque es así. ¿Por qué si no? Parece soberbio, tan seguro, pero dentro de ese defecto la preocupación y la amabilidad imperan. Esa aura que emana de tranquilidad, pese a que el animal es dos veces su altura y como mínimo cuatro de ancho... Esa disposición a ayudar a una desconocida al tiempo que esa seguridad, ¿Ese exceso de confianza? Tal vez; Tiene una virtud por un defecto, y convierte, de alguna forma, el defecto en virtud. Definitivamente es alguien especial.

Ahuyenta al babuino tras asestar un par de golpes y evitar un corte que a muchos habría dejado sin alguna parte del cuerpo. Lógicamente, a mí no. Por favor, ha parecido un niño jugando al limbo más que un contendiente esquivando; aunque, tal como tengo el brazo, igual sí que estaba en problemas.

Y se desploma. Cae al suelo como un peso muerto, y lógicamente me preocupo. Envaino mi arma y me acerco con cautela, nunca se sabe lo que puede suceder. El brazo me duele, y lo apoyo con el otro; cuanto más repose mejor, al fin y al cabo. Luego le haré un entablillado o algo, y a ver cómo me las ingenio para dejar la isla. En cualquier caso me arrodillo a su lado, y dejando mi miembro herido en un delicado equilibrio, le tomo el pulso.

- A-ay... -murmuró Isaac mientras abría los ojos lentamente. Byakuro no era precisamente delicado cuando se trataba de despertarlo. Cosa que, por otro lado, agradecía. No era divertido quedarse dormido sin poder volver al mundo real. El chico vio una sombra sobre él. Su visión borrosa volvió a la normalidad tras unos segundos, y un rostro femenino de más o menos su edad se encontraba sobre él-. Etto... hola. -saludó, tratando de no asustarla.

El joven se incorporó lentamente, quedando sentado en el suelo, y observó su espada, por cuyo filo resbalaban unas gotas carmesíes de lo que parecía ser sangre. Con los ojos muy abiertos, el chico se miró, aliviándose cuando vio que no tenía ninguna herida aparente. La chica tampoco parecía herida, ante lo cual el joven se tranquilizó.

- Eeeh... hola, me llamo Isaac -dijo el chico, algo cohibido, mientras extendía la mano hacia la joven, con intención de estrechársela-. ¿Estás bien? -una pregunta algo irónica, teniendo en cuenta que era él el que se había desmayado delante de la chica.

"Acabas de salvarla de un babuino gigante armado con un hacha más grande que tú. Solo digo eso..." Byakuro habló en su cabeza. El chico asintió levemente, asimilando todo esto. Tras eso, volvió a mirar a la chica, fijándose en la extraña ropa que llevaba.

- Oh... eeeh... ¿Qué haces aquí? Este lugar es peligroso, hay más de esos monos por aquí -el chico se levantó lentamente, tratando de despejar la cabeza mientras miraba alrededor. Recordaba haber llegado a la isla, pero había tenido un ataque de narcolepsia, y el cazador peliblanco había campado a sus anchas un buen rato. ¿En qué parte estaría ahora?-. Creo... creo que me he perdido. -dijo entonces, llevándose la mano a la cabeza, con cierta vergüenza. Observó al cielo, tratando de orientarse, pero el cielo nublado no ayudaba en lo más mínimo. Por suerte, en un árbol cercano crecía bastante musgo, debido a la humedad y la sombra. El chico se acercó a observarlo, para poder orientarse.