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Puede que no me fuera... todavía.
-Oh... venga, vamos -esbocé una sonrisa que pretendía que fuera... ¿seductora? No, espera, eso no tenía mucho sentido en aquel contexto. A no ser que lo hiciera precisamente para que él malinterpretara mis intenciones. -Son sólo juegos, no es nada malo. Juegos de mesa. Lo prometo.
Estaba agarrando a aquel tipo por la muñeca y no pretendía soltarlo hasta que aceptara, pero la multitud que recorría las calles de Floodport nos empujaba en direcciones contrarias. Al final logró zafarse de mí y se perdió de vista rápidamente. Me guardé su reloj en el bolsillo. Idiota. Algo me darían por él, aunque no parecía demasiado valioso. Me eché a caminar, en busca de alguien más para jugar. Debía ser alguien que no tuviera prisa y estuviera despreocupado, o quizás un niño, a quien le gustaría más perder el tiempo conmigo jugando.
-Esto es taaaan difícil... -suspiré, como si en liar a gente para eso me fuera la vida. Era bastante quejica, eso no iba a cambiar fácilmente.
Empezaba a desanimarme. Llevaba en la mochila lo poco que había decidido coger en casa antes de irme, y nada de comida. ¿Qué? Sólo había cogido unas barritas con chocolate bastante adictivas y ya se me habían acabado. Sigh. Me paseé entre los puestos del mercado, y en un momento de descuido, rapiñé una manzana de uno de ellos. Lo mejor sería que me fuera pronto de la isla y sobre todo, de aquel distrito. Se me reconocía fácil, y el tipo no tardaría en volver cuando se diera cuenta de que su reloj estaba "perdido".
Me aproximé a un banco donde descansaban una mujer y su hijo, un niño pequeño, y decidí sentarme a su lado.
-¿Sabes? -Le dije al niño. -Tengo poderes mágicos. -Abrió los ojos como platos. Bien, ya había captado su atención. -Sí, sí, es verdad. Puedo hacerme invisible si quiero, y también escupir fuego como si fuera un dragón. -No lo había asustado, más bien todo lo contrario. -Mira.
Hice aparecer un tablero de damas en el espacio que quedaba entre él y yo. Pretendía jugar, pero la madre pegó un chillido que hizo que medio Floodport nos mirara y decidí que la mejor idea era correr y meterme por callejuelas, mercados y comercios antes de que me encontrara quien no debía. Eso, y deshacerme pronto del reloj.
-Oh... venga, vamos -esbocé una sonrisa que pretendía que fuera... ¿seductora? No, espera, eso no tenía mucho sentido en aquel contexto. A no ser que lo hiciera precisamente para que él malinterpretara mis intenciones. -Son sólo juegos, no es nada malo. Juegos de mesa. Lo prometo.
Estaba agarrando a aquel tipo por la muñeca y no pretendía soltarlo hasta que aceptara, pero la multitud que recorría las calles de Floodport nos empujaba en direcciones contrarias. Al final logró zafarse de mí y se perdió de vista rápidamente. Me guardé su reloj en el bolsillo. Idiota. Algo me darían por él, aunque no parecía demasiado valioso. Me eché a caminar, en busca de alguien más para jugar. Debía ser alguien que no tuviera prisa y estuviera despreocupado, o quizás un niño, a quien le gustaría más perder el tiempo conmigo jugando.
-Esto es taaaan difícil... -suspiré, como si en liar a gente para eso me fuera la vida. Era bastante quejica, eso no iba a cambiar fácilmente.
Empezaba a desanimarme. Llevaba en la mochila lo poco que había decidido coger en casa antes de irme, y nada de comida. ¿Qué? Sólo había cogido unas barritas con chocolate bastante adictivas y ya se me habían acabado. Sigh. Me paseé entre los puestos del mercado, y en un momento de descuido, rapiñé una manzana de uno de ellos. Lo mejor sería que me fuera pronto de la isla y sobre todo, de aquel distrito. Se me reconocía fácil, y el tipo no tardaría en volver cuando se diera cuenta de que su reloj estaba "perdido".
Me aproximé a un banco donde descansaban una mujer y su hijo, un niño pequeño, y decidí sentarme a su lado.
-¿Sabes? -Le dije al niño. -Tengo poderes mágicos. -Abrió los ojos como platos. Bien, ya había captado su atención. -Sí, sí, es verdad. Puedo hacerme invisible si quiero, y también escupir fuego como si fuera un dragón. -No lo había asustado, más bien todo lo contrario. -Mira.
Hice aparecer un tablero de damas en el espacio que quedaba entre él y yo. Pretendía jugar, pero la madre pegó un chillido que hizo que medio Floodport nos mirara y decidí que la mejor idea era correr y meterme por callejuelas, mercados y comercios antes de que me encontrara quien no debía. Eso, y deshacerme pronto del reloj.
Isaac Newtown
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Isaac caminaba por las calles de uno de los barrios más prestigiosos de English Garden. Byakuro le decía en su cabeza que lo mejor sería ir por las calles principales, dado que había cierto malestar generalizado en aquel lugar. Se veía a la legua que el imperio de Halstat tenía cierta influencia en la zona, y que todos se encontraban en un estado de tensión que podría llegar a escalar hasta un episodio de violencia colectiva multitudinaria en apenas unos minutos. Isaac suspiró: él buscaba un sitio tranquilo para relajarse, y había acabado en territorio de guerra.
- Aish... ¿crees que es buena idea que estemos aquí? -preguntó Isaac. "A mí no me mires... ya estoy muerto." respondió, con cierta sorna, el cazador peliblanco en su cabeza-. Está bien... pues creo que lo mejor será volver al puerto y...
No llegó a terminar cuando a su lado pasó una chica vestida con una sudadera y con el pelo verde y revuelto, que casi lo tiró al suelo de un empujón. El chico tropezó y logró mantener el equilibrio en el último momento, apoyándose en un banco de madera con soportes de metal pintados de negro. Tras unos momentos, la chica desapareció por una esquina.
"Menudas prisas tenía esa jovencita, ¿no?" dijo Byakuro, mientras Isaac se apoyaba en el banco, recostándose mientras extendía los brazos a ambos lados y dejaba caer la cabeza hacia atrás, inclinándola y observando el cielo salpicado de nubes sobre su cabeza. Poco tardó en escuchar a un tipo colocándose a su lado, agitado. Lo miró con ojos inquisitivos y con gesto a la par enfadado y angustiado.
- ¿Puedo ayudarle?
- Tú, chico. ¿Has visto a una chica con sudadera y pelo verde? -le preguntó el hombre. Una imagen de la joven que casi lo había tirado unos minutos antes llegó a él-. Esa ladronzuela me ha robado el reloj que me dio mi padre.
- Oh, lo... lo siento, no la he visto. -se disculpó.
- Mierda. -el hombre empezó a caminar a paso rápido entre la gente, preguntando.
Isaac se levantó y empezó a buscar a la joven. Se metió por el callejón y su cuerpo empezó a cambiar: creció ligeramente de tamaño, su piel se cubrió de rugosas escamas amarillas y negras, y sus ojos se volvieron reptilianos. Sacó la lengua, bífida, y empezó a buscar el olor de la joven en el ambiente.
- Aish... ¿crees que es buena idea que estemos aquí? -preguntó Isaac. "A mí no me mires... ya estoy muerto." respondió, con cierta sorna, el cazador peliblanco en su cabeza-. Está bien... pues creo que lo mejor será volver al puerto y...
No llegó a terminar cuando a su lado pasó una chica vestida con una sudadera y con el pelo verde y revuelto, que casi lo tiró al suelo de un empujón. El chico tropezó y logró mantener el equilibrio en el último momento, apoyándose en un banco de madera con soportes de metal pintados de negro. Tras unos momentos, la chica desapareció por una esquina.
"Menudas prisas tenía esa jovencita, ¿no?" dijo Byakuro, mientras Isaac se apoyaba en el banco, recostándose mientras extendía los brazos a ambos lados y dejaba caer la cabeza hacia atrás, inclinándola y observando el cielo salpicado de nubes sobre su cabeza. Poco tardó en escuchar a un tipo colocándose a su lado, agitado. Lo miró con ojos inquisitivos y con gesto a la par enfadado y angustiado.
- ¿Puedo ayudarle?
- Tú, chico. ¿Has visto a una chica con sudadera y pelo verde? -le preguntó el hombre. Una imagen de la joven que casi lo había tirado unos minutos antes llegó a él-. Esa ladronzuela me ha robado el reloj que me dio mi padre.
- Oh, lo... lo siento, no la he visto. -se disculpó.
- Mierda. -el hombre empezó a caminar a paso rápido entre la gente, preguntando.
Isaac se levantó y empezó a buscar a la joven. Se metió por el callejón y su cuerpo empezó a cambiar: creció ligeramente de tamaño, su piel se cubrió de rugosas escamas amarillas y negras, y sus ojos se volvieron reptilianos. Sacó la lengua, bífida, y empezó a buscar el olor de la joven en el ambiente.
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Fiu, por los pelos. No sólo me había librado de que me detuvieran por culpa de una madre histérica, sino que además no me había encontrado con el tipo del reloj. Aunque juraría que había oído su voz bien cerca... Quizás fueran imaginaciones mías, paranoia por la tensión de lo que estaba haciendo. En fin, era adrenalina y me gustaba, no lo consideraba algo malo. Aunque a veces también me cansaba... Disminuí la velocidad, porque ya no me sentía amenazada, y realmente dolía correr por aquellas calles antiguas empedradas. ¿A dónde debía ir ahora? Probablemente al puerto pero, ¿con qué dinero iba a pillar el billete? Solté una carcajada y varios transeúntes me miraron mal. Eso nunca había sido un problema, así que qué más daba. Me rugieron las tripas. ¿Tan rápido me había terminado la barritas de chocolate, en serio? Debía dejar de picar tanto entre horas.
-Mejor será que entre ya a alguna parte y coma...
Un tugurio de aquellos que estaban entre callejuelas serviría. Eché mano a la cartera dentro de la mochila, pero desistí a mitad del movimiento; sabía que no tenía nada dentro. ¿Pagar con el reloj? Ni de coña. Aquello iba a ser el comienzo de una fortuna, y me hacía ilusión. Busqué un local que tuviera una salida más o menos fácil, que no pareciera frecuentado por gente que me perseguiría si salía corriendo, y me di de bruces con uno que ni siquiera tenía todas las letras intactas en su letrero. "Nice." Entré y me asusté un poco de la cantidad de suciedad acumulada allí dentro y de todo lo que se mezclaba con el serrín del suelo. La próxima vez iría a un buen restaurante y seduciría a alguien para que pagara la comida por mí, estaba claro. Aunque con mis pintas, a quién iba a seducir...
Me senté a una mesa cerca de la puerta y pedí algo de cerveza y comida. Ni siquiera me gustaba esa bebida, pero las apariencias, ay, las apariencias. No tenía nada que hacer mientras me traían lo que había pedido, así que me puse los cascos para aislar con música los pocos ruidos que había allí dentro. Entre tanto, pensaba que ojalá hubiera cogido alguna baraja para jugar con los pocos clientes que había allí dentro. "Seguro que alguno hubiera aceptado, jo." Hinché los mofletes e hice una mueca cual niña con una rabieta. No había nada divertido en esa ciudad, tenía que salir. Aunque fuera por mera curiosidad de saber qué había fuera.
-Mejor será que entre ya a alguna parte y coma...
Un tugurio de aquellos que estaban entre callejuelas serviría. Eché mano a la cartera dentro de la mochila, pero desistí a mitad del movimiento; sabía que no tenía nada dentro. ¿Pagar con el reloj? Ni de coña. Aquello iba a ser el comienzo de una fortuna, y me hacía ilusión. Busqué un local que tuviera una salida más o menos fácil, que no pareciera frecuentado por gente que me perseguiría si salía corriendo, y me di de bruces con uno que ni siquiera tenía todas las letras intactas en su letrero. "Nice." Entré y me asusté un poco de la cantidad de suciedad acumulada allí dentro y de todo lo que se mezclaba con el serrín del suelo. La próxima vez iría a un buen restaurante y seduciría a alguien para que pagara la comida por mí, estaba claro. Aunque con mis pintas, a quién iba a seducir...
Me senté a una mesa cerca de la puerta y pedí algo de cerveza y comida. Ni siquiera me gustaba esa bebida, pero las apariencias, ay, las apariencias. No tenía nada que hacer mientras me traían lo que había pedido, así que me puse los cascos para aislar con música los pocos ruidos que había allí dentro. Entre tanto, pensaba que ojalá hubiera cogido alguna baraja para jugar con los pocos clientes que había allí dentro. "Seguro que alguno hubiera aceptado, jo." Hinché los mofletes e hice una mueca cual niña con una rabieta. No había nada divertido en esa ciudad, tenía que salir. Aunque fuera por mera curiosidad de saber qué había fuera.
Isaac Newtown
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Isaac logró captar aquel olor en el ambiente, era un ligero toque perfumado, a pino y frutos rojos. En su monstruosa forma reptiliana, el chico empezó a correr a grandes trancos por los callejones entre los edificios de estilo victoriano. Entre aquellos edificios, ligeramente encorvado como iba, se imaginó a sí mismo como uno de los protagonistas de una novela de misterio y terror: Mr Hyde. Sonrió ante aquel símil y siguió correteando, saltando un par de cubos de desperdicios, unas cajas de madera amontonadas y una caca de perro.
Tras avanzar a paso ligero por aquel entramado de callejuelas, el joven llegó a un punto en que el olor se desvanecía. Observó a ambos lados, y una puerta entreabierta llamó su atención. Sobre ella, un cartel medio borrado y roto parecía señalar que aquello era un pub de algún tipo. El chico volvió a su forma humana y, tras un breve suspiro, se transformó en humano y empujó la puerta, entrando.
El interior estaba ligeramente en penumbra, y tan solo un par de mesas estaban ocupadas por hombres de dudosa legalidad. Uno de ellos se le quedó mirando, sin quitarle el único ojo sano que tenía de encima. Pese a sentirse observado, el joven avanzó hacia la barra, donde una persona de espaldas a él parecía esperar por su comida. Cuando se sentó a su lado, vio que se trataba de la chica. Byakuro se revolvió en su cabeza.
- ¿Tienes hora? -preguntó el moreno, mirando a la chica peliverde, mientras hacía un gesto al encargado para que se acercase-. Quiero un café con hielo y leche condensada. -su gesto era relajado, tranquilo. El hombre le miró con cara de sorpresa: ¿en serio aquel chico acababa de pedir un puto café? Con una sonrisa, Isaac se giró hacia la joven, para ver su reacción ante la pregunta.
"¿Un café? ¿En serio? ¿Un puto café?" preguntó Byakuro en su cabeza. "Oye, tú eres el que pides zumitos de frutas" le respondió con sorna el joven de ojos azules. "Touché... si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme".
Tras avanzar a paso ligero por aquel entramado de callejuelas, el joven llegó a un punto en que el olor se desvanecía. Observó a ambos lados, y una puerta entreabierta llamó su atención. Sobre ella, un cartel medio borrado y roto parecía señalar que aquello era un pub de algún tipo. El chico volvió a su forma humana y, tras un breve suspiro, se transformó en humano y empujó la puerta, entrando.
El interior estaba ligeramente en penumbra, y tan solo un par de mesas estaban ocupadas por hombres de dudosa legalidad. Uno de ellos se le quedó mirando, sin quitarle el único ojo sano que tenía de encima. Pese a sentirse observado, el joven avanzó hacia la barra, donde una persona de espaldas a él parecía esperar por su comida. Cuando se sentó a su lado, vio que se trataba de la chica. Byakuro se revolvió en su cabeza.
- ¿Tienes hora? -preguntó el moreno, mirando a la chica peliverde, mientras hacía un gesto al encargado para que se acercase-. Quiero un café con hielo y leche condensada. -su gesto era relajado, tranquilo. El hombre le miró con cara de sorpresa: ¿en serio aquel chico acababa de pedir un puto café? Con una sonrisa, Isaac se giró hacia la joven, para ver su reacción ante la pregunta.
"¿Un café? ¿En serio? ¿Un puto café?" preguntó Byakuro en su cabeza. "Oye, tú eres el que pides zumitos de frutas" le respondió con sorna el joven de ojos azules. "Touché... si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme".
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Por poco se me atragantó la hamburguesa rancia que intentaba engullir de mala manera. ¿A qué coño venía eso? ¿Había visto a ese chaval antes?
-¿Perdón? -dije con la boca medio llena.
Tomé un trago de cerveza para hablar más claramente. No estaba segura de si aquella era una pregunta inocente o debía sospechar que sospechaba de mí. Esperaba no haber puesto ninguna cara rara en el proceso, aunque seguía mirando la comida y pasaría algo desapercibida. Hmmm sí, interesante... La lechuga estaba demasiado pocha, y la carne más pasada de lo que me gustaría... Vale, venga. Levanté la vista de nuevo.
-No, lo siento, no llevo reloj -sonreí, como si aquello me hiciera mucha gracia. -Pero dame un momento -murmuré, al oír que pretendía quedarse en mi mesa-, te haré algo de sitio.
Aparté lo poco que había en la mesa y dejé mi mochila en una de las sillas que teníamos al lado. ¿Era mi día de suerte? Siempre podía convencerlo de que pagara mi comida además de la suya, quizás colara. Era bastante mono. Pelo oscuro, ojos azules, pálido... No tenía pinta de ser de aquella isla. Lo único es que yo tenía algo de miedo, por la pregunta y por el hecho de que pudiera haberme visto en alguna parte y haberme seguido hasta allí. ¿Qué demonios querría, de ser así? Bueno, no podía seguir observándolo y comiendo sin más, como si no lo tuviera delante.
-Así que... ¿por qué sentarte junto a una chica desgreñada en un bar de mala muerte? No me malinterpretes, no me quejo -"por el momento", pensé para mis adentros-, pero no parece un gran plan. -Sonreí de nuevo, intentando parecer amistosa. -Y dudo que sea sólo por preguntarme la hora.
Me concentré de nuevo, sin dejar de echar miraditas al camarero, a ver si llegaba con su pedido de una vez o qué. No tenía ganas de dar rodeos innecesarios, supuse que bastaría con hacerme un poco la tonta y ser amigable. ¿Jugaría aquel chico conmigo?
-¿Perdón? -dije con la boca medio llena.
Tomé un trago de cerveza para hablar más claramente. No estaba segura de si aquella era una pregunta inocente o debía sospechar que sospechaba de mí. Esperaba no haber puesto ninguna cara rara en el proceso, aunque seguía mirando la comida y pasaría algo desapercibida. Hmmm sí, interesante... La lechuga estaba demasiado pocha, y la carne más pasada de lo que me gustaría... Vale, venga. Levanté la vista de nuevo.
-No, lo siento, no llevo reloj -sonreí, como si aquello me hiciera mucha gracia. -Pero dame un momento -murmuré, al oír que pretendía quedarse en mi mesa-, te haré algo de sitio.
Aparté lo poco que había en la mesa y dejé mi mochila en una de las sillas que teníamos al lado. ¿Era mi día de suerte? Siempre podía convencerlo de que pagara mi comida además de la suya, quizás colara. Era bastante mono. Pelo oscuro, ojos azules, pálido... No tenía pinta de ser de aquella isla. Lo único es que yo tenía algo de miedo, por la pregunta y por el hecho de que pudiera haberme visto en alguna parte y haberme seguido hasta allí. ¿Qué demonios querría, de ser así? Bueno, no podía seguir observándolo y comiendo sin más, como si no lo tuviera delante.
-Así que... ¿por qué sentarte junto a una chica desgreñada en un bar de mala muerte? No me malinterpretes, no me quejo -"por el momento", pensé para mis adentros-, pero no parece un gran plan. -Sonreí de nuevo, intentando parecer amistosa. -Y dudo que sea sólo por preguntarme la hora.
Me concentré de nuevo, sin dejar de echar miraditas al camarero, a ver si llegaba con su pedido de una vez o qué. No tenía ganas de dar rodeos innecesarios, supuse que bastaría con hacerme un poco la tonta y ser amigable. ¿Jugaría aquel chico conmigo?
Isaac Newtown
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- Bueno, estoy bastante más cómodo aquí que en las otras mesas, y no me apetece estar... solo. -respondió el joven, encogiéndose de hombros y tratando de sonar convencido, mientras observaba al camarero trajinar con sus cosas tras la barra. Sonrió cuando el hombre sacó un bote de leche condensada de un armario y empezó a echar una generosa dosis del dulce néctar en una taza de cristal. Desvió su mirada a la chica, clavando en ella sus ojos azules como el hielo.
"Vas a intimidarla" escuchó en su cabeza. "¿Tú no te ibas a hacer cosas de fantasmas?" preguntó a su vez el joven moreno, mientras trataba de espantar a la presencia de Byakuro como si de un molesto bicho se tratase. "Quiero ver cómo el señor café con leche logra obtener el reloj de esta chica tan mona... sin que esto derive en una pelea, claro".
Por suerte, en ese momento, y antes de que el silencio empezase a convertirse en una incomodidad, el hombre llegó con lo que ambos habían pedido. Isaac agarró los azucarillos que había traído el hombre con la taza y vertió lentamente su contenido en el café, casi hipnotizado ante la visión de los granos cayendo y hundiéndose en la infusión. Vació tres de ellos y cogió uno más que alguien había dejado en la barra, volcándolo en el café. Cuando su bebida se parecía más a un montón de arena mojada que a una bebida propiamente dicha, se llevó la taza a los labios y dio un largo sorbo. Cualquier dentista se habría horrorizado ante aquella visión, provocadora de caries potencial. Pero para Isaac aquel sabor era una ambrosía divina.
- Mmmm... está perfecto -murmuró para sí, mientras dejaba de nuevo la taza en la barra, medio llena de azúcar y espesa leche condensada. Algunos granos de azúcar habían quedado en sus labios, formando un curioso a la par que simpático cerquillo que pronto eliminó con una rápida pasada de lengua-. ¿Y qué hace una chica como tú en un lugar como este? -en ese momento, Isaac escuchó un ruido en su cabeza. Un ruido singular, como si alguien se acabase de dar con la palma de la mano en la cara, exasperado. Decidió ignorarlo.
"Vas a intimidarla" escuchó en su cabeza. "¿Tú no te ibas a hacer cosas de fantasmas?" preguntó a su vez el joven moreno, mientras trataba de espantar a la presencia de Byakuro como si de un molesto bicho se tratase. "Quiero ver cómo el señor café con leche logra obtener el reloj de esta chica tan mona... sin que esto derive en una pelea, claro".
Por suerte, en ese momento, y antes de que el silencio empezase a convertirse en una incomodidad, el hombre llegó con lo que ambos habían pedido. Isaac agarró los azucarillos que había traído el hombre con la taza y vertió lentamente su contenido en el café, casi hipnotizado ante la visión de los granos cayendo y hundiéndose en la infusión. Vació tres de ellos y cogió uno más que alguien había dejado en la barra, volcándolo en el café. Cuando su bebida se parecía más a un montón de arena mojada que a una bebida propiamente dicha, se llevó la taza a los labios y dio un largo sorbo. Cualquier dentista se habría horrorizado ante aquella visión, provocadora de caries potencial. Pero para Isaac aquel sabor era una ambrosía divina.
- Mmmm... está perfecto -murmuró para sí, mientras dejaba de nuevo la taza en la barra, medio llena de azúcar y espesa leche condensada. Algunos granos de azúcar habían quedado en sus labios, formando un curioso a la par que simpático cerquillo que pronto eliminó con una rápida pasada de lengua-. ¿Y qué hace una chica como tú en un lugar como este? -en ese momento, Isaac escuchó un ruido en su cabeza. Un ruido singular, como si alguien se acabase de dar con la palma de la mano en la cara, exasperado. Decidió ignorarlo.
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