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Volaba bajo las nubes de tormenta, regocijándose por el frescor matutino de aquella mañana, disfrutando de las cargas que pasaban a su cuerpo, tan naturales que se sentía una parte más de ellas, unido. Pertenecía a algo. ¿Qué rumbo tomaba? ¿En qué dirección volaba el dragón? ¿Tan sólo huía de sus pecados? Iba camino de Sakura, el lugar donde había visto los cambios de Berthil tras todo aquel tiempo. Buenos momentos sobrevolando el lugar en círculos, entrando en locales buscando bebidas de buena calidad y encontrando poco más que mata ratas con edulcorante... "Qué buenos tiempos, ¿Verdad, Robin?". Una lágrima recorrió la faz del animal, y recorrió su cuello mientras se congelaba y caía al vacío. Se acercaba al frío de la isla, y el recuerdo del perro hacía que se entristeciera aún más, y un llanto recorrió el cielo mientras el animal comenzaba a sobrevolar la Isla, descendiendo poco a poco sobre un pueblo costero. Por suerte una densa neblina le permitió camuflarse, y cambiar su forma sin llamar la atención, al menos no en exceso.
En el suelo, las calles rebosaban vida a pesar del manto níveo. En la acera, una mujer vendía castañas asadas, y del puesto un humo grisáceo se fundía con la cortina que separaba a todos los habitantes, que caminaban con cierta displicencia, con cierta apatía. Parecía gente bastante más estirada de lo que estaba acostumbrado a ver, aunque en cierto modo mucha gente pensaría lo mismo de él al verlo, con su porte elegante y paso resuelto, envuelto en un traje con chaqueta de pelo y una sonrisa que llegaba a rozar la arrogancia en ocasiones, aunque en pocas ocasiones tenía que ver con lo que verdaderamente pensaba o sentía. Tan sólo era su expresión, no lo controlaba, era como un gesto inconsciente.
Entró a un local que se descubrió elegante, de terciopelos azules y maderas claras, brillantes, con flores de lis decorando los murales, y centros de Rosas, azules, blancas y rojas decorando las mesas. Parecía un lugar que nadie esperaría, un lugar tan cálido, tan elegante...
Tomó asiento en una esquina libre, cerca de una de las varias chimeneas que el local tenía, de espaldas a una barra central donde varios Barmans y camareros estaban preparados para atender hasta el más mínimo capricho de sus clientes. Había un sillón vacío a su izquierda, y una mesa de café tan cristalina que sólo se veía gracias a la luz que incidía sobre ella, dejando un ligero brillo arco iris en la alfombra, de tonos dorados. Era un lugar verdaderamente agradable, ¿Tendrían buenas bebidas también?
Alzó la mano desde el sillón, y la bajó rápidamente, esperando que alguno de los hosteleros se acercara. Le apetecía un buen vino, o tal vez un licor... Ya vería.
En el suelo, las calles rebosaban vida a pesar del manto níveo. En la acera, una mujer vendía castañas asadas, y del puesto un humo grisáceo se fundía con la cortina que separaba a todos los habitantes, que caminaban con cierta displicencia, con cierta apatía. Parecía gente bastante más estirada de lo que estaba acostumbrado a ver, aunque en cierto modo mucha gente pensaría lo mismo de él al verlo, con su porte elegante y paso resuelto, envuelto en un traje con chaqueta de pelo y una sonrisa que llegaba a rozar la arrogancia en ocasiones, aunque en pocas ocasiones tenía que ver con lo que verdaderamente pensaba o sentía. Tan sólo era su expresión, no lo controlaba, era como un gesto inconsciente.
Entró a un local que se descubrió elegante, de terciopelos azules y maderas claras, brillantes, con flores de lis decorando los murales, y centros de Rosas, azules, blancas y rojas decorando las mesas. Parecía un lugar que nadie esperaría, un lugar tan cálido, tan elegante...
Tomó asiento en una esquina libre, cerca de una de las varias chimeneas que el local tenía, de espaldas a una barra central donde varios Barmans y camareros estaban preparados para atender hasta el más mínimo capricho de sus clientes. Había un sillón vacío a su izquierda, y una mesa de café tan cristalina que sólo se veía gracias a la luz que incidía sobre ella, dejando un ligero brillo arco iris en la alfombra, de tonos dorados. Era un lugar verdaderamente agradable, ¿Tendrían buenas bebidas también?
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Ya casi no sentía la nieve. ¿Cuánto había estado ya en aquella isla? ¿Cuatro o cinco horas? Y casi se sentían como si hubieran sido apenas unos diez minutos. Aunque es verdad que hay veces que dicen que una eternidad se vive en un solo segundo y que un solo segundo dura eternamente. Y algo así estaba pasando en aquel momento. Los copos no caían, la gente que desde hacía rato los miraban se habían quedado completamente inmóviles y, tanto él como el hombre al que le estaba pegando una patada en la boca estaban en mitad del aire, estáticos. Y es que podría haber sido perfectamente una pintura, pues la sonrisa de Neo era, cuanto menos, sublime.
Y, en un instante, todo volvió a ser nada. La cabeza del hombre rompió una cristalera y cayó de golpe en una mesa de lo que parecía ser un bonito restaurante. Esta, que casi no aguantó el peso del señor -bastante obeso a decir la verdad-, se vio abrumada y se derrumbó cuando el pequeño pelinegro le pisó la cara con todo su peso como fuerza. Neo rodó para no perder el equilibrio y al levantarse y alzar la mirada vio cómo había dejado KO al pirata con el que llevaba luchando desde que había llegado a la isla nevada.
- Bueno, Shiro, creo que ya hemos acabado aquí. -dijo con una sonrisa mirando a su alrededor. Todo el mundo lo miraba casi asustado, pero él estaba pasando de todos, solo esperaba a que su pequeño compañero apareciera.
Y no tardó mucho. Un pequeño animal, algo parecido un perro-conejo, de tonos verdes y con un par de orejas largas y grandes saltó por el agujero que había creado el cazador y se acercó a este, pisando al pirata que yacía en el suelo por el camino. Escaló por su cuerpo hasta llegar a su hombro y se posó en él como si de un pequeño pájaro se tratara. Parecía cansado, como si hubiera estado corriendo durante horas; que así había sido, persiguiendo a Neo mientras este perseguía al otro.
- La próxima vez, por favor, espérame. Cansa correr tanto. casi se desplomó en su hombro tras decir aquello, cerrando los ojos y relajándose al fin.
Se había pasado casi un mes entero en busca de aquel pringado para tardar menos de un par de horas en dejarlo inconsciente. En sus adentros Neo estaba bastante decepcionado, ni siquiera le había supuesto un reto de verdad. Pero bueno, tampoco se podía hacer demasiado. Suspiró, le rascó con cariño la cabeza a Shiro y se dispuso a marchar. La idea era esa, pero no tardó más de lo que le tomó girar la cabeza y ver aquel cabello monocromo en saltar casi de boca sobre aquella persona. Shiro no se lo esperó y acabó estampándose contra la pared al lado de la mesa, mientras que Neo acabó encima de un señor bien vestido, abrazándolo. Sonrió y justo cuando fue a saludar un peludo bichito saltó placando al pelinegro, que no se esperó el golpe y acabó en el suelo, siendo atacado por una rata verde.
- ¡Lo siento, Shiro! ¡Lo siento!
Muy poca gente entendería qué estaba pasando ahí. Lo más probable es que nadie lo entendiera en realidad, pero bueno, tampoco es que se pueda esperar mucho más de Neo. No sabía si Dexter se acordaría de él, pero él si que lo hacía. Y Neo nunca olvida a la gente que le cae bien.
Y, en un instante, todo volvió a ser nada. La cabeza del hombre rompió una cristalera y cayó de golpe en una mesa de lo que parecía ser un bonito restaurante. Esta, que casi no aguantó el peso del señor -bastante obeso a decir la verdad-, se vio abrumada y se derrumbó cuando el pequeño pelinegro le pisó la cara con todo su peso como fuerza. Neo rodó para no perder el equilibrio y al levantarse y alzar la mirada vio cómo había dejado KO al pirata con el que llevaba luchando desde que había llegado a la isla nevada.
- Bueno, Shiro, creo que ya hemos acabado aquí. -dijo con una sonrisa mirando a su alrededor. Todo el mundo lo miraba casi asustado, pero él estaba pasando de todos, solo esperaba a que su pequeño compañero apareciera.
Y no tardó mucho. Un pequeño animal, algo parecido un perro-conejo, de tonos verdes y con un par de orejas largas y grandes saltó por el agujero que había creado el cazador y se acercó a este, pisando al pirata que yacía en el suelo por el camino. Escaló por su cuerpo hasta llegar a su hombro y se posó en él como si de un pequeño pájaro se tratara. Parecía cansado, como si hubiera estado corriendo durante horas; que así había sido, persiguiendo a Neo mientras este perseguía al otro.
- La próxima vez, por favor, espérame. Cansa correr tanto. casi se desplomó en su hombro tras decir aquello, cerrando los ojos y relajándose al fin.
Se había pasado casi un mes entero en busca de aquel pringado para tardar menos de un par de horas en dejarlo inconsciente. En sus adentros Neo estaba bastante decepcionado, ni siquiera le había supuesto un reto de verdad. Pero bueno, tampoco se podía hacer demasiado. Suspiró, le rascó con cariño la cabeza a Shiro y se dispuso a marchar. La idea era esa, pero no tardó más de lo que le tomó girar la cabeza y ver aquel cabello monocromo en saltar casi de boca sobre aquella persona. Shiro no se lo esperó y acabó estampándose contra la pared al lado de la mesa, mientras que Neo acabó encima de un señor bien vestido, abrazándolo. Sonrió y justo cuando fue a saludar un peludo bichito saltó placando al pelinegro, que no se esperó el golpe y acabó en el suelo, siendo atacado por una rata verde.
- ¡Lo siento, Shiro! ¡Lo siento!
Muy poca gente entendería qué estaba pasando ahí. Lo más probable es que nadie lo entendiera en realidad, pero bueno, tampoco es que se pueda esperar mucho más de Neo. No sabía si Dexter se acordaría de él, pero él si que lo hacía. Y Neo nunca olvida a la gente que le cae bien.
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¿Cómo había acabado allí? Podría decir que estaba buscando a alguien, por motivos de trabajo, o alguna tontería así, pero todo eso eran excusas. No sabía porque había vuelto a esa isla y porque era tan... Extraña. Siempre que ponía un pie en ella sentía un recuerdo melancólico, casi invisible al principio, pero que con cada paso que daba, ponía un poco más de peso sobre mi.
Y aún así continuaba caminando por sus calles, sin saber que pasaba. No conocía a nadie allí, ni recordaba algún hecho importante, y no me di cuenta que algunas lagrimas empezaron a caer desde mi rostro. No quería sentir nada de eso, pero la tristeza simplemente se hacía más fuerte, así que me alejé un poco de la ciudad, quedándome en medio del bosque.
Los copos de nieve caían con lentamente, y no parecía haber ninguna persona cerca, pero no podía sentirme mal. No podía evitarlo porque estaba olvidándome de alguien. Alguien importante, cercano para mi, casi tanto como Azura ¿Por qué no lo recordaba? Seguí avanzando entre los árboles, viendo como la nieve se posaba en su follaje, formando un escenario bonito y a la vez, doloroso.
Acabé llegando al final del camino, un saliente de tierra donde el mundo acababa. Se podía ver el cielo, completamente nublado desde donde caían la nieve, y simplemente no pude soportarlo. Rompí a llorar en completo silencio, como si una melodía familiar hubiera penetrado completamente en mi mente. Quería recordar, a todos aquellos que habían estado antes, que habían me habían ayudado, a aquellos a los que había querido, con los que había reído, con los que había pasado buenos momentos ¿Por qué no podía hacerlo más? ¿Eran mis objetivos demasiado ambiciosos como para dejarme tener una familia? Simplemente me senté al borde del acantilado, y lloré.
No recuerdo como había acabado en aquella isla, pero estaba seguro de una cosa. Era un sitio importante para mi, y como tal solo me quedaba una cosa por hacer. Quería explorarlo aún más, recordar porque era algo digno de llorar y, ante todo, recordar quienes eran aquellas personas, que ahora habían perdido todo, pero que aún me hacían sentir como si necesitara protegerlos.
Tras un buen rato volví a la ciudad en busca de un lugar donde refugiarme del frío y conseguir algo de comer. O eso hubiera hecho de no ser porque vi como un crío le estaba pegando una patada voladora a un señor orondo, entrando por el cristal de una tienda, posiblemente alguna cafetería. Aún seguía intentando recordar los nombres de aquellos perdidos en mi mente, pero ante mi se presentaba algo aún más importante por el momento. Entré corriendo en el local con la intención de parar al chico, esperando que no causara un caos mayor al de hace unos momentos, aunque sería algo difícil.
Según entré lo vi saltando sobre otra persona, para ser placado por una bola de pelo verde. Estaba observando todo mientras veía como el otro individuo, con el sobrepeso mórbido, intentaba levantarse del suelo.
- Hey tu, al que le ataca la rata. Más te vale que tengas algún motivo para eso. - dije mientras señalaba el cristal roto -
No estaba de humor para peleas, pero con el frío que hacía, incluso una pequeña trifulca no vendría mal para calentar un poco el cuerpo. Sin embargo, hasta que no me explicará los motivos, no actuaría.
Y aún así continuaba caminando por sus calles, sin saber que pasaba. No conocía a nadie allí, ni recordaba algún hecho importante, y no me di cuenta que algunas lagrimas empezaron a caer desde mi rostro. No quería sentir nada de eso, pero la tristeza simplemente se hacía más fuerte, así que me alejé un poco de la ciudad, quedándome en medio del bosque.
Los copos de nieve caían con lentamente, y no parecía haber ninguna persona cerca, pero no podía sentirme mal. No podía evitarlo porque estaba olvidándome de alguien. Alguien importante, cercano para mi, casi tanto como Azura ¿Por qué no lo recordaba? Seguí avanzando entre los árboles, viendo como la nieve se posaba en su follaje, formando un escenario bonito y a la vez, doloroso.
Acabé llegando al final del camino, un saliente de tierra donde el mundo acababa. Se podía ver el cielo, completamente nublado desde donde caían la nieve, y simplemente no pude soportarlo. Rompí a llorar en completo silencio, como si una melodía familiar hubiera penetrado completamente en mi mente. Quería recordar, a todos aquellos que habían estado antes, que habían me habían ayudado, a aquellos a los que había querido, con los que había reído, con los que había pasado buenos momentos ¿Por qué no podía hacerlo más? ¿Eran mis objetivos demasiado ambiciosos como para dejarme tener una familia? Simplemente me senté al borde del acantilado, y lloré.
No recuerdo como había acabado en aquella isla, pero estaba seguro de una cosa. Era un sitio importante para mi, y como tal solo me quedaba una cosa por hacer. Quería explorarlo aún más, recordar porque era algo digno de llorar y, ante todo, recordar quienes eran aquellas personas, que ahora habían perdido todo, pero que aún me hacían sentir como si necesitara protegerlos.
Tras un buen rato volví a la ciudad en busca de un lugar donde refugiarme del frío y conseguir algo de comer. O eso hubiera hecho de no ser porque vi como un crío le estaba pegando una patada voladora a un señor orondo, entrando por el cristal de una tienda, posiblemente alguna cafetería. Aún seguía intentando recordar los nombres de aquellos perdidos en mi mente, pero ante mi se presentaba algo aún más importante por el momento. Entré corriendo en el local con la intención de parar al chico, esperando que no causara un caos mayor al de hace unos momentos, aunque sería algo difícil.
Según entré lo vi saltando sobre otra persona, para ser placado por una bola de pelo verde. Estaba observando todo mientras veía como el otro individuo, con el sobrepeso mórbido, intentaba levantarse del suelo.
- Hey tu, al que le ataca la rata. Más te vale que tengas algún motivo para eso. - dije mientras señalaba el cristal roto -
No estaba de humor para peleas, pero con el frío que hacía, incluso una pequeña trifulca no vendría mal para calentar un poco el cuerpo. Sin embargo, hasta que no me explicará los motivos, no actuaría.
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-Tienes suerte de que aún no haya pedido nada- dijo el pirata con un tono neutro y una mirada casi gélida.
Uno, dos, tres... Y empezó a reírse encima del niño, que poca culpa debía tener. Con su edad, tal vez doce o trece años, era normal que jugara a aquella clase de cosas, y no podía olvidar cuando con esas primaveras él besaba chicas, corría con su perro y saltaba de ventanas: una moda llamada parkour. Y aunque era extraño hacerlo reventando el cristal, no podía más que alegrarse de que el muchacho estuviese a salvo gracias al tipo orondo.
-¿Cómo llevas el día?- preguntó, todavía entre risas-. Y... ¿Quién es tu amigo?
Señaló al hombre, aunque también sentía curiosidad por la rata parlante de enormes orejas que vigilaba al tipo, seguramente un delincuentucho de poca monta, cuya cabeza valdría apenas unos cientos de miles y... ¿Todavía pensaba como un cazador? Tenía que quitarse aquella manía de la cabeza, o terminaría con él. El Gobierno ya no deseaba mantenerlo a su servicio, por lo que tan sólo era un viajero libre. Ahora que su recompensa era tan elevada, tan sólo unos pocos locos desearían ponerle las zarpas encima, y muchos de ellos estaban ocupados en presas más codiciadas, como el legendario espadachín Jeremy Brighthand... "Dejemos de distraernos", dijo su mente en buen momento, porque llegaba el verdadero peligro.
-¡Mi ventana! ¡Mi preciosa ventana!- gritó un hombre, también gordo, pero bastante mejor vestido y sin olor a alcohol en el aliento-. ¡Esa ventana la hizo mi abuelo manco con los codos! ¡Le llevó toda una vida hacer el mosaico central! ¿Quién ha sido?
Su mirada era vehemente, y Dexter sintió los ojos bizcos del hombre, seguramente el dueño o un esquizofrénico sin medicación, clavándose no en él, sino en su alma. Por un instante notó el miedo, aunque resultaron ser sólo gases.
-Lo siento, no es algo que suceda a menudo. Tampoco que un niño me caiga encima- rió de nuevo, aunque alguien estaba a punto de explotar. Eso era bueno, no lo habían reconocido.
Uno, dos, tres... Y empezó a reírse encima del niño, que poca culpa debía tener. Con su edad, tal vez doce o trece años, era normal que jugara a aquella clase de cosas, y no podía olvidar cuando con esas primaveras él besaba chicas, corría con su perro y saltaba de ventanas: una moda llamada parkour. Y aunque era extraño hacerlo reventando el cristal, no podía más que alegrarse de que el muchacho estuviese a salvo gracias al tipo orondo.
-¿Cómo llevas el día?- preguntó, todavía entre risas-. Y... ¿Quién es tu amigo?
Señaló al hombre, aunque también sentía curiosidad por la rata parlante de enormes orejas que vigilaba al tipo, seguramente un delincuentucho de poca monta, cuya cabeza valdría apenas unos cientos de miles y... ¿Todavía pensaba como un cazador? Tenía que quitarse aquella manía de la cabeza, o terminaría con él. El Gobierno ya no deseaba mantenerlo a su servicio, por lo que tan sólo era un viajero libre. Ahora que su recompensa era tan elevada, tan sólo unos pocos locos desearían ponerle las zarpas encima, y muchos de ellos estaban ocupados en presas más codiciadas, como el legendario espadachín Jeremy Brighthand... "Dejemos de distraernos", dijo su mente en buen momento, porque llegaba el verdadero peligro.
-¡Mi ventana! ¡Mi preciosa ventana!- gritó un hombre, también gordo, pero bastante mejor vestido y sin olor a alcohol en el aliento-. ¡Esa ventana la hizo mi abuelo manco con los codos! ¡Le llevó toda una vida hacer el mosaico central! ¿Quién ha sido?
Su mirada era vehemente, y Dexter sintió los ojos bizcos del hombre, seguramente el dueño o un esquizofrénico sin medicación, clavándose no en él, sino en su alma. Por un instante notó el miedo, aunque resultaron ser sólo gases.
-Lo siento, no es algo que suceda a menudo. Tampoco que un niño me caiga encima- rió de nuevo, aunque alguien estaba a punto de explotar. Eso era bueno, no lo habían reconocido.
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Dado que el hombrecito, y era muy irónico que yo dijera esto, no se levantaba, decidí acercarme hasta este, sin dejar de mirar el cuerpo del gordo. Si le había pasado algo tendría que mirarle alguien las heridas, y nadie mejor que yo, con mis pocos conocimientos médicos. No vi sangre a sus alrededores, o al menos, no emanando de su cuerpo, así que simplemente esperé a que se levantase mientras oía como otro individuo charlaba con él tranquilamente.
Me acerqué un poco, para ver la cara del hombre que hablaba con el presunto delincuente, porque tenía el presentimiento de que lo conocía de algún lado, de... Ante los gritos de un loco, me alejé para mirar mejor a este otro que necesitaba gritar porque alguien había roto el mosaico de cristal de su abuelo sin brazos. Espera, ¿qué? ¿Un cristalero manco? Eso era casi tan fantástico como un Kusanagi trabajando.
Agarré uno de los cristales del suelo y lo miré fijamente, para después volver a dirigir la mirada al hombre alterado. No podía creérmelo, él estaba viviendo en una mentira así que decidí hablar con él.
- Oye, ¿estas seguro de que tu abuelo hizo este mosaico? - le pregunté tranquilamente, mientras sostenía el trozo de cristal entre los dedos de mi mano derecha -
- ¡Si, por supuesto! - afirmó sin dudarlo un segundo -
- Pues aquí pone hecho en Loguetown. - dije mientras señalaba la frase inscrita en el fragmento de cristal, dejándoselo al ver su cara de estupefacción - Ves, justo ahí.
Los tres siguientes minutos fueron algo... Extraño. El sujeto paso desde el llanto por la mentira, hasta la depresión y después la rabia extrema. Lanzó el cristal hacía el suelo y estallando este en cachos aún más pequeños para después coger carrerilla y saltar por la ventana, rodando sobre si mismo al caer al suelo. Eso fue lo suficientemente extraño para distraerme del pequeño destruye mosaico, así que simplemente intenté recapacitar que acababa de pasar.
Me acerqué un poco, para ver la cara del hombre que hablaba con el presunto delincuente, porque tenía el presentimiento de que lo conocía de algún lado, de... Ante los gritos de un loco, me alejé para mirar mejor a este otro que necesitaba gritar porque alguien había roto el mosaico de cristal de su abuelo sin brazos. Espera, ¿qué? ¿Un cristalero manco? Eso era casi tan fantástico como un Kusanagi trabajando.
Agarré uno de los cristales del suelo y lo miré fijamente, para después volver a dirigir la mirada al hombre alterado. No podía creérmelo, él estaba viviendo en una mentira así que decidí hablar con él.
- Oye, ¿estas seguro de que tu abuelo hizo este mosaico? - le pregunté tranquilamente, mientras sostenía el trozo de cristal entre los dedos de mi mano derecha -
- ¡Si, por supuesto! - afirmó sin dudarlo un segundo -
- Pues aquí pone hecho en Loguetown. - dije mientras señalaba la frase inscrita en el fragmento de cristal, dejándoselo al ver su cara de estupefacción - Ves, justo ahí.
Los tres siguientes minutos fueron algo... Extraño. El sujeto paso desde el llanto por la mentira, hasta la depresión y después la rabia extrema. Lanzó el cristal hacía el suelo y estallando este en cachos aún más pequeños para después coger carrerilla y saltar por la ventana, rodando sobre si mismo al caer al suelo. Eso fue lo suficientemente extraño para distraerme del pequeño destruye mosaico, así que simplemente intenté recapacitar que acababa de pasar.
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Neo, aún tirado en el suelo con Shiro tirándole del moflete como si no estuviera pasando nada, veía la escena con curiosidad y, más importante todavía, bocabajo. Porque verlo todo del revés e imaginarse que la gente está caminando por el techo lo hace todo muchísimo más divertido. Aunque todo aquello ya era bastante desternillante, por decirlo de alguna forma.
Todo pasó demasiado rápido. La "bronca" por el cristal roto, el señor que decía que su abuelo había hecho el mosaico pero que en verdad era de Logguetown, la huída "trece catorce" de este mismo al enterarse de la verdad... Pasaron muchas cosas y Neo estaba intentando asimilarlas todas. Estaba a punto de hablar cuando un señor, encorvado y que parecía un maldito flan de todo lo que temblaba se levantó y alzó una de sus manos, como pidiendo permiso para hablar. Lo único es que no tenía mano, sino en vez de eso un gancho típico de pirata. En el brazo contrario también tenía un garfio, solo que este era un pequeño tenedor de metal en el cual estaba clavado un trozo de pollo.
-Yo soy el abuelo de ese hombre, y sí que hice el mosaico. Se rompió hace un par de meses, pensaba que nadie notaría la diferencia y compré uno en la Dendentienda. Supongo que tendré que disculpadme con mi nieto.
El señor fue despacio, muy despacio, hasta la ventana rota. No sé por qué, pero todos se quedaron mirando durante casi medio minuto mientras se acercaba. Nadie entendió muy bien por qué se acercó a la ventana hasta que llegó a esta, puesto que nada más estar a un metro se marcó un mortal hacia delante con pirueta incluida finalizando el movimiento con una voltereta en el suelo fuera del restaurante. Cuando se alzó dio un par de pasos y se llevó el garfio a la espalda. -¡Ay, mis lumbares!- dijo a la par que seguía caminado con la parsimonia que había demostrado antes y se llevaba el trozo de pollo del garfio tenedor a la boca.
-Wow... Yo de mayor quiero estar como ese señor.- las palabras de Neo cortaron el silencio sepulcral que se había formado tras la escena. Todo el mundo se había quedado con cara de subnormal y Shiro seguía tirando de los mofletes del pequeño pelinegro. Vamos, un día como otro cualquiera en sus vidas.
Todo pasó demasiado rápido. La "bronca" por el cristal roto, el señor que decía que su abuelo había hecho el mosaico pero que en verdad era de Logguetown, la huída "trece catorce" de este mismo al enterarse de la verdad... Pasaron muchas cosas y Neo estaba intentando asimilarlas todas. Estaba a punto de hablar cuando un señor, encorvado y que parecía un maldito flan de todo lo que temblaba se levantó y alzó una de sus manos, como pidiendo permiso para hablar. Lo único es que no tenía mano, sino en vez de eso un gancho típico de pirata. En el brazo contrario también tenía un garfio, solo que este era un pequeño tenedor de metal en el cual estaba clavado un trozo de pollo.
-Yo soy el abuelo de ese hombre, y sí que hice el mosaico. Se rompió hace un par de meses, pensaba que nadie notaría la diferencia y compré uno en la Dendentienda. Supongo que tendré que disculpadme con mi nieto.
El señor fue despacio, muy despacio, hasta la ventana rota. No sé por qué, pero todos se quedaron mirando durante casi medio minuto mientras se acercaba. Nadie entendió muy bien por qué se acercó a la ventana hasta que llegó a esta, puesto que nada más estar a un metro se marcó un mortal hacia delante con pirueta incluida finalizando el movimiento con una voltereta en el suelo fuera del restaurante. Cuando se alzó dio un par de pasos y se llevó el garfio a la espalda. -¡Ay, mis lumbares!- dijo a la par que seguía caminado con la parsimonia que había demostrado antes y se llevaba el trozo de pollo del garfio tenedor a la boca.
-Wow... Yo de mayor quiero estar como ese señor.- las palabras de Neo cortaron el silencio sepulcral que se había formado tras la escena. Todo el mundo se había quedado con cara de subnormal y Shiro seguía tirando de los mofletes del pequeño pelinegro. Vamos, un día como otro cualquiera en sus vidas.
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-Pues sí que sí- comentó, estupefacto, al ver cómo aquel hombre en pésimo estado de conservación hacía una acrobacia digna del mejor circo de jubilados del mundo. Tal vez hasta pudiera competir con las aptitudes de algunos atletas profesionales, con una salvedad. A los deportistas habitualmente no se les rompía una tripa tras acometer su número. Pero no todo era perfecto, y debía decir que su actuación había sido sublime, casi perfecta.
Cuando escuchó a Neo hablar, casi contuvo un bufido. Probablemente al llegar a su edad estuviera tan estropeado como él, y simplemente no hiciera esa clase de tonterías. No obstante, soñar es gratis.
-Pues yo cuando tenga su edad me gustaría conservar ambas manos, la verdad. Y no tener lumbalgia.
De pronto observó al tipo del pelo verde. Le quería sonar de algo, y sin duda le sonaba. Lo había visto en un cofre, junto a muchos otros. Fotos desde niño, en su crecimiento y hasta hacía seis años. Había cambiado, pero sin duda tenía que ser él; con el mismo estilo de ropa, y la cara más o menos igual. Además, sin duda tenía la misma altura. Era su "hermano" Ryuta, ¿O no? En cualquier caso lo mejor era preguntarle de una forma discreta y que nadie sospechara.
-¡Hey!- gritó en medio de la taberna-. ¡Los que sean bastardos de Legan Legim que levanten la mano!
La sala cayó en un silencio sepulcral. La gente temía a Legim, y los pocos que conocían a los cuatro Emperadores sabían que otros dos habían sido nakamas suyos. Uno de ellos, el que gritaba. Pero aún faltaba algo por hacer.
-No, tú, el del pelo verde. Levanta la mano, Ryu- lo dijo con bastante ánimo, y esperaba que no se lo tomase mal del todo, aunque la reacción que esperaba de Neo era más aleatoria todavía.
Cuando escuchó a Neo hablar, casi contuvo un bufido. Probablemente al llegar a su edad estuviera tan estropeado como él, y simplemente no hiciera esa clase de tonterías. No obstante, soñar es gratis.
-Pues yo cuando tenga su edad me gustaría conservar ambas manos, la verdad. Y no tener lumbalgia.
De pronto observó al tipo del pelo verde. Le quería sonar de algo, y sin duda le sonaba. Lo había visto en un cofre, junto a muchos otros. Fotos desde niño, en su crecimiento y hasta hacía seis años. Había cambiado, pero sin duda tenía que ser él; con el mismo estilo de ropa, y la cara más o menos igual. Además, sin duda tenía la misma altura. Era su "hermano" Ryuta, ¿O no? En cualquier caso lo mejor era preguntarle de una forma discreta y que nadie sospechara.
-¡Hey!- gritó en medio de la taberna-. ¡Los que sean bastardos de Legan Legim que levanten la mano!
La sala cayó en un silencio sepulcral. La gente temía a Legim, y los pocos que conocían a los cuatro Emperadores sabían que otros dos habían sido nakamas suyos. Uno de ellos, el que gritaba. Pero aún faltaba algo por hacer.
-No, tú, el del pelo verde. Levanta la mano, Ryu- lo dijo con bastante ánimo, y esperaba que no se lo tomase mal del todo, aunque la reacción que esperaba de Neo era más aleatoria todavía.
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Neo ladeó la cabeza un par de veces mientras miraba al infinito, como si Dexter hubiera dicho algo importante pero que a él se le escapaba del entendimiento, como si las estuviera meditando para sacarles algún significado. Cualquiera pensaría que en cualquier momento se impresionaría porque acabara de nombrar a Legim o por el comentario tan inusual y directo que le había lanzado al señor peliverde que rondaba por allí.
-Pues oye, a mí me parece que estaba como una rosa; mi abuelo tiene tanto tembleque en las manos que no puede abrir los tarros de pepinillos.- pero a quién queremos engañar, los silencios incómodos que rompe el pelinegro los rompe de una forma, cuanto menos, inesperada -Qué quieres que te diga, yo prefiero no tener manos pero poder abrir mis tarros de comida.
Terminó de decir dibujando una sonrisa en su infantil rostro. Ya se había levantado del suelo y Shiro, resignado, había dejado de castigar los mofletes de su compañero -que ya estaban empezando a enrojecer- y se había subido a su hombro. Exceptuando los comentarios de ambos pelinegros, la sala había enmudecido por completo. Todo el mundo se había quedado mirando, algunos con asombro y otros con lo que parecía un mal disimulado temor, a todo y cada uno de los movimientos que se sucedían en aquel restaurante. Neo aún tenía en mente al viejo, pero ya estaba, poco a poco, dejándolo de lado.
-Oh, es mi pequeño compañero, se llama Shiro.- dijo al rato como si acabara de preguntarlo.
-Creo que se refería a ese señor, Neo.- aclaró la pequeña rata señalando con su patita al pirata.
-¿En serio? Bueno, también tendría sentido, la verdad.- hizo un gesto con la mano, como quitándole importancia. -Un pirata de poca monta; me ha costado más alcanzarlo que acabar con él. Pero eh, lo que cobre me dará para comer un par de meses hasta que encuentre otro pirata al que entregar...- esbozó una sonrisa picaresca y le lanzó una mirada ladeada a Dexter -A lo mejor voy a por ti; no tendría que preocuparme por comer nunca más. Nah, no te preocupes- dijo al instante, riendo como si nada -, no quiero que me pegues una paliza gitana. Y bueno, ¿tú qué has hecho últimamente? ¿Han vuelto a subir tu wanted?
Neo empezaba a mirar inquisitivamente, por primera vez desde que había roto la cristalera, el lugar en el que se encontraba y, a entender algo que no se le había pasado antes por la cabeza: tenía tanta hambre que podría comerse una vaca entera. Aunque no hay que atribuirle el mérito de darse cuenta de que tenía hambre a la rapidez mental del pequeño, ya que había sido su estómago el que, con un rugido parecido al de un león, le había dado la idea. Si eso antes de irse pediría que le metieran en un tupper un solomillo de esos que rompen las leyes de la física por no romper las mesas por su peso; sí, seguramente lo haría.
-Pues oye, a mí me parece que estaba como una rosa; mi abuelo tiene tanto tembleque en las manos que no puede abrir los tarros de pepinillos.- pero a quién queremos engañar, los silencios incómodos que rompe el pelinegro los rompe de una forma, cuanto menos, inesperada -Qué quieres que te diga, yo prefiero no tener manos pero poder abrir mis tarros de comida.
Terminó de decir dibujando una sonrisa en su infantil rostro. Ya se había levantado del suelo y Shiro, resignado, había dejado de castigar los mofletes de su compañero -que ya estaban empezando a enrojecer- y se había subido a su hombro. Exceptuando los comentarios de ambos pelinegros, la sala había enmudecido por completo. Todo el mundo se había quedado mirando, algunos con asombro y otros con lo que parecía un mal disimulado temor, a todo y cada uno de los movimientos que se sucedían en aquel restaurante. Neo aún tenía en mente al viejo, pero ya estaba, poco a poco, dejándolo de lado.
-Oh, es mi pequeño compañero, se llama Shiro.- dijo al rato como si acabara de preguntarlo.
-Creo que se refería a ese señor, Neo.- aclaró la pequeña rata señalando con su patita al pirata.
-¿En serio? Bueno, también tendría sentido, la verdad.- hizo un gesto con la mano, como quitándole importancia. -Un pirata de poca monta; me ha costado más alcanzarlo que acabar con él. Pero eh, lo que cobre me dará para comer un par de meses hasta que encuentre otro pirata al que entregar...- esbozó una sonrisa picaresca y le lanzó una mirada ladeada a Dexter -A lo mejor voy a por ti; no tendría que preocuparme por comer nunca más. Nah, no te preocupes- dijo al instante, riendo como si nada -, no quiero que me pegues una paliza gitana. Y bueno, ¿tú qué has hecho últimamente? ¿Han vuelto a subir tu wanted?
Neo empezaba a mirar inquisitivamente, por primera vez desde que había roto la cristalera, el lugar en el que se encontraba y, a entender algo que no se le había pasado antes por la cabeza: tenía tanta hambre que podría comerse una vaca entera. Aunque no hay que atribuirle el mérito de darse cuenta de que tenía hambre a la rapidez mental del pequeño, ya que había sido su estómago el que, con un rugido parecido al de un león, le había dado la idea. Si eso antes de irse pediría que le metieran en un tupper un solomillo de esos que rompen las leyes de la física por no romper las mesas por su peso; sí, seguramente lo haría.
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La gente pareció asustarse al mencionar a Legim, incluido el pelo lechuga que se marchó dando botes con la cabeza mientras gritaba "y tú más". No era una reacción muy coherente, pero era una reacción al fin y al cabo. No era la que esperaba, no era la que pretendía, pero era una reacción. Estúpida, increíblemente estúpida, pero no le chocó tanto, al fin y al cabo. Él había hecho cosas peores, y que todos se hubieran ido les daba un buen motivo para quedarse; la taberna estaba mucho más tranquila sin esa gente ruidosa.
-Si te vinieras conmigo tampoco tendrías que preocuparte de comer nunca más- respondió. ¿Por qué la gente se empeñaba en cazarlo? Era mucho más sencillo ir al Ojo y pedir comida, asilo, o lo que fuera. Allí se lo iban a dar, pero no. La gente siempre quería enfrentarse a él, como Ushio. ¿TAn flaca era su vanidad que necesitaban llenarla con retos vacíos? Aunque bueno, por lo menos Neo parecía decirlo de broma-. Además, yo ya he intentado entregarme, y me rechazan. Al parecer yo no puedo cobrar por mí mismo.
Se rió, y pasados unos segundos se levantó para ir tras la barra. Luego ya pagaría por lo debido, aunque si no había nadie era como una invitación a beber y emborracharse, pero... ¿Neo tenía edad de beber? Miró a ambos lados. No había padres, y él no pensaba chivarse.
-Hey, atrapa- le dijo, lanzando una botella de ron. Era increíble la cantidad de ron que tenían, aunque por suerte era cacique, la marca más promocionada en EuroDark FM. No era la mejor, pero al menos no era tan mala como los anuncios de carburante. El grito de "Butano" había pasado de moda hacía milenios, en la guerra de Troya. y en ese mundo, en el único y verdadero mundo real, Troya nunca había existido-. ¡Butano!
Y con su grito bebió una botella de un trago, para luego eructar fuego. "Ups", pensó, y sacó otra botella.
-Prometo ser más responsable ahora- lo decía en serio-. Yo nunca... He bebido una botella de un trago.
Bebió otra botella más. Iba a ser un buen día.
-Si te vinieras conmigo tampoco tendrías que preocuparte de comer nunca más- respondió. ¿Por qué la gente se empeñaba en cazarlo? Era mucho más sencillo ir al Ojo y pedir comida, asilo, o lo que fuera. Allí se lo iban a dar, pero no. La gente siempre quería enfrentarse a él, como Ushio. ¿TAn flaca era su vanidad que necesitaban llenarla con retos vacíos? Aunque bueno, por lo menos Neo parecía decirlo de broma-. Además, yo ya he intentado entregarme, y me rechazan. Al parecer yo no puedo cobrar por mí mismo.
Se rió, y pasados unos segundos se levantó para ir tras la barra. Luego ya pagaría por lo debido, aunque si no había nadie era como una invitación a beber y emborracharse, pero... ¿Neo tenía edad de beber? Miró a ambos lados. No había padres, y él no pensaba chivarse.
-Hey, atrapa- le dijo, lanzando una botella de ron. Era increíble la cantidad de ron que tenían, aunque por suerte era cacique, la marca más promocionada en EuroDark FM. No era la mejor, pero al menos no era tan mala como los anuncios de carburante. El grito de "Butano" había pasado de moda hacía milenios, en la guerra de Troya. y en ese mundo, en el único y verdadero mundo real, Troya nunca había existido-. ¡Butano!
Y con su grito bebió una botella de un trago, para luego eructar fuego. "Ups", pensó, y sacó otra botella.
-Prometo ser más responsable ahora- lo decía en serio-. Yo nunca... He bebido una botella de un trago.
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¿Irse con él? Neo no sabía exactamente qué había querido decir el pirata con eso. A la par que cogía al vuelo una botella de ron -una marca que no le costó reconocer aun teniendo otras cosas en mente debido a su, por no ser demasiado salvajes, mediocre calidad- le dio un par de vueltas al tema. Sabía que Dexter era desde hacía un tiempo... ¿Presidente? ¿Rey? Bueno, algo de una isla en el Nuevo Mundo, las noticias corren cuando uno es famoso. Pero algo le hizo pensar que... No se refería exactamente a eso.
—Yo... Dudo bastante que pueda beber así —aún así bebió la mitad de la botella en apenas un segundo—. Como sospechaba... Tan malo como me habían comentado. Y mira que he escuchado de esta marca en... Cómo... ¿Cómo era? ¿Euronoséqué? Si es que, lo que no se de en la dendenradio...
Tenía algo de resistencia, pero incluso en las primeras frases ya se le iba notando cómo se le subía un poco el alcohol. El semialbino posiblemente estaría asombrado de ver a un crío beber tal cantidad en tan poco tiempo y, si no le preguntaba su edad, seguramente se sorprendería más a lo largo de la noche. O día. O tarde. O bueno, yo qué sé. A esas alturas lo más probable es que el enano pelinegro no supiera diferenciar día de noche.
Se acercó a la barra, apoyándose sutilmente en los sillines para no partirse la boca contra alguna esquina, y se sentó en uno de estos, mirando a Dexter a los ojos. Le resultaron por un segundo extrañamente conocidos, casi como si fueran un recuerdo de su infancia del que solo veía a través de resquicios. Como si de repente le despertaran de un sueño algo turbio, el sonido de alguien sorbiendo una pajita le devolvió al mundo real. Miró, esta vez viéndole a él, a Dexter, pero él no tenía pajita alguna. Extrañado ladeó la cabeza hacia el lugar de donde provenía el sonido y vio a Shiro, sentado en la barra, bebiendo un cocacole -una bebida totalmente innovadora y de procedencia Onepieciana- mientras miraba una dendentele colgada en una de las esquinas del lugar. Si no fuera porque ya sabía que era un animal extraño, hablaba, qué más quería, seguramente aquella escena le hubiera resultado muy perturbadora.
Sin embargo lo único que hizo fue darle otro trago a aquella encantadora botella y seguir con la conversación.
—Puede que no sea ni tan mala idea, eso de irme contigo. Las casas en... ¿Fiordia, era? ¿Son asequibles? En nada tengo pensado ir al Nuevo Mundo... Y un piso propio no estaría mal —hizo una pausa y, casi sin pensarlo, se terminó la botella. Estaba bebiendo más rápido de lo que debería, pero aquella porquería era adictiva, casi como una tarde de verano en casa hablando con los amigos—. Apuesto todo... todo el dinero que no tengo, que es mucho, a que no tienes ni puta idea de la edad que tengo. ¡Yo te echo noventocientos!
Sí, estaba bebiendo de más. Yyyyyyy ahí iba la segunda botella. Aquello iba a ser muy divertido.
—Yo... Dudo bastante que pueda beber así —aún así bebió la mitad de la botella en apenas un segundo—. Como sospechaba... Tan malo como me habían comentado. Y mira que he escuchado de esta marca en... Cómo... ¿Cómo era? ¿Euronoséqué? Si es que, lo que no se de en la dendenradio...
Tenía algo de resistencia, pero incluso en las primeras frases ya se le iba notando cómo se le subía un poco el alcohol. El semialbino posiblemente estaría asombrado de ver a un crío beber tal cantidad en tan poco tiempo y, si no le preguntaba su edad, seguramente se sorprendería más a lo largo de la noche. O día. O tarde. O bueno, yo qué sé. A esas alturas lo más probable es que el enano pelinegro no supiera diferenciar día de noche.
Se acercó a la barra, apoyándose sutilmente en los sillines para no partirse la boca contra alguna esquina, y se sentó en uno de estos, mirando a Dexter a los ojos. Le resultaron por un segundo extrañamente conocidos, casi como si fueran un recuerdo de su infancia del que solo veía a través de resquicios. Como si de repente le despertaran de un sueño algo turbio, el sonido de alguien sorbiendo una pajita le devolvió al mundo real. Miró, esta vez viéndole a él, a Dexter, pero él no tenía pajita alguna. Extrañado ladeó la cabeza hacia el lugar de donde provenía el sonido y vio a Shiro, sentado en la barra, bebiendo un cocacole -una bebida totalmente innovadora y de procedencia Onepieciana- mientras miraba una dendentele colgada en una de las esquinas del lugar. Si no fuera porque ya sabía que era un animal extraño, hablaba, qué más quería, seguramente aquella escena le hubiera resultado muy perturbadora.
Sin embargo lo único que hizo fue darle otro trago a aquella encantadora botella y seguir con la conversación.
—Puede que no sea ni tan mala idea, eso de irme contigo. Las casas en... ¿Fiordia, era? ¿Son asequibles? En nada tengo pensado ir al Nuevo Mundo... Y un piso propio no estaría mal —hizo una pausa y, casi sin pensarlo, se terminó la botella. Estaba bebiendo más rápido de lo que debería, pero aquella porquería era adictiva, casi como una tarde de verano en casa hablando con los amigos—. Apuesto todo... todo el dinero que no tengo, que es mucho, a que no tienes ni puta idea de la edad que tengo. ¡Yo te echo noventocientos!
Sí, estaba bebiendo de más. Yyyyyyy ahí iba la segunda botella. Aquello iba a ser muy divertido.
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-Noventocientos- ese número ni siquiera existía. ¿Estaba asumiendo que su existencia se limitaba a una paradoja entre el significante y el significado? ¿Lo estaba llamando invención? ¿Tal vez inmortal? ¿Infinito? Podía estarlo llamando muchas cosas, pero desde luego había una palabra que venía a su cabeza sin dudarlo: Irrelevante. Sí, así era su edad, pues al fin y al cabo, ¿Cuánto llegaba a importar la edad de un ser inmortal? Poco, sin duda-. ¡Has dado en el clavo! Pues tú debes de tener... Veintidós. Dos patitos, como los que usáis los niños para bañaros.
El precio de vivir en Fiordia... Era más que dinero. Dexter entró por un instante a la trastienda, buscando algún gran barril del que servirse copas, pensando en toda esa gente que había comprado una propiedad en el país. Entrar a la seguridad de sus puertas significaba aceptar sus leyes, y una lealtad que a nadie más se pedía. Nunca traicionar, nunca atacar, siendo hermanos en una sociedad más civilizada que el loco mundo que representaba un Gobierno tan podrido que apestaba allá donde alcanzase la vista. Entrar a Fiordia era convertirse en protegido y guardián de cada vida del país... Mucho más que cualquier cantidad de dinero.
¡Ahí estaba! Un enorme tonel de más de un metro de radio, que ni siquiera cogía por la puerta. El cómo entró sería un misterio, pero salir iba a salir. Con mucha delicadeza reventó la pared de un puñetazo y empujó el barril hacia el local, lentamente. Seguramente en su interior hubiera cerveza, por lo que sería perfecto para beber hasta caer rendidos, ya que... ¿Podían beberlo entero? Iban a acabar muy mal, pero total, ¿Qué era lo peor que podría pasar?
-Vivir en Fiordia es relativamente barato, pero hay que cumplir con ciertas obligaciones. Un principio de hermandad, y esas cosas- terminó diciendo mientras arrancaba el grifo de cerveza de la barra y lo encastraba a la fuerza en el barril-. ¿Quieres un trago?
Contra todo pronóstico o dictado de la lógica imperante, del grifo comenzó a salir cerveza. Lógico, de un grifo de cerveza, pero lo más importante era que en el barril también había. Se llenó una jarra mientras seguía pensando en cuántos principios de la geometría euclidiana había roto en aquel momento.
-Sin embargo, me refería a venirte en mi barco, como parte de mi tripulación- sentenció-. ¿Nunca te has planteado recorrer los mares y descubrir los secretos de este mundo?
El precio de vivir en Fiordia... Era más que dinero. Dexter entró por un instante a la trastienda, buscando algún gran barril del que servirse copas, pensando en toda esa gente que había comprado una propiedad en el país. Entrar a la seguridad de sus puertas significaba aceptar sus leyes, y una lealtad que a nadie más se pedía. Nunca traicionar, nunca atacar, siendo hermanos en una sociedad más civilizada que el loco mundo que representaba un Gobierno tan podrido que apestaba allá donde alcanzase la vista. Entrar a Fiordia era convertirse en protegido y guardián de cada vida del país... Mucho más que cualquier cantidad de dinero.
¡Ahí estaba! Un enorme tonel de más de un metro de radio, que ni siquiera cogía por la puerta. El cómo entró sería un misterio, pero salir iba a salir. Con mucha delicadeza reventó la pared de un puñetazo y empujó el barril hacia el local, lentamente. Seguramente en su interior hubiera cerveza, por lo que sería perfecto para beber hasta caer rendidos, ya que... ¿Podían beberlo entero? Iban a acabar muy mal, pero total, ¿Qué era lo peor que podría pasar?
-Vivir en Fiordia es relativamente barato, pero hay que cumplir con ciertas obligaciones. Un principio de hermandad, y esas cosas- terminó diciendo mientras arrancaba el grifo de cerveza de la barra y lo encastraba a la fuerza en el barril-. ¿Quieres un trago?
Contra todo pronóstico o dictado de la lógica imperante, del grifo comenzó a salir cerveza. Lógico, de un grifo de cerveza, pero lo más importante era que en el barril también había. Se llenó una jarra mientras seguía pensando en cuántos principios de la geometría euclidiana había roto en aquel momento.
-Sin embargo, me refería a venirte en mi barco, como parte de mi tripulación- sentenció-. ¿Nunca te has planteado recorrer los mares y descubrir los secretos de este mundo?
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Todo le estaba dando más vueltas de las que debería. Aunque el pelinegro sabía controlarse... o por lo menos el cabezazo que le metió a la barra donde estaba sentado le ayudó a mantenerse algo despejadito. Cuando alzó la mirada —aparte de que lo más seguro era que Dexter se diera cuenta del boquete que había hecho y de que tenía la frente roja— nuestro pequeño vio cómo, gentilmente, el albino destrozaba una pared —¿o era una puerta?— y pasaba con un tonel al hombro.
—Oh dios... Yo... Yo quiero de eso.
Puede que fuera la peor idea que podía haber tenido pero, al menos, toleraba mejor la cerveza que el ron de mala calidad. O al menos eso sería así si no fuera a hacer lo que tenía pensado hacer. Y es que, justo después de que Dexter se sirviera en una jarra, Neo se tiró bocaarriba en la barra y con la boca abierta justo debajo del grifo le dio a la palanca. Aquello estaba siendo una mala idea lo miraras por donde lo miraras, pero qué coño, mientras el peque se divierta qué más darán las resacas monumentales al día siguiente.
Cuando lo poco de consciencia que le quedaba decidió parar aquella cascada de deliciosa cerveza —puede que no estuviera tan buena, pero en comparación con lo que ya había bebido...— y el enano se puso en pie, no sin antes darse una hostia contra el grifo por no apartarse, le volvió a la mente la conversación que estaban teniendo. Lo poco que pensó en ello hizo que le doliera la cabeza, pero lo disimuló como pudo mientras se rascaba la frente. La tenía más roja que un día sin playa para mujeres.
—Ya... Ya recorro los mares. Y... Y sí... Hay muchos secretos que quisiera descubrir —su voz sonó mucho más clara en esa última frase, casi como si pensar en el pasado le despejara la mente. Sonrió antes de volver a hablar—. Pero no creo que... Que te sirviera de mucho. Mírate, un... ¿Yonkou, eras ya? ¿De qué te serviría alguien como yo? Solo... Solo sería un estorbo —no lo decía con pena, solo con cierto remordimiento... y bastante alcohol en vena—. Además, aún... Aún hay cosas que tengo que hacer en solitario.
Bajó con cuidado de la barra en la que aún se había conseguido mantener en pie, solo dios sabe cómo, pilló una jarra hasta cierto punto demasiado grande para él y la llenó. La alzó hacia Dexter y sonrió; sonrió más de lo que había sonreído nunca.
—Pero te prometo que... Que algún día, si aún me aceptas, volveré y... Y me uniré a tu tripulación. Y... ¡Y me invitarás a chimichanga! —bajó el brazo levemente y volvió a levantar su jarra, desbordando un poco el contenido— ¡Por nosotros! ¡Y... Y por las chimichangas!
Terminó de decir, esperando que el albino brindara con él, para beberse la jarra. Así se hacían amigos de por vida: brindando por ellos mismos y por las chimichangas. Si es que...
—Oh dios... Yo... Yo quiero de eso.
Puede que fuera la peor idea que podía haber tenido pero, al menos, toleraba mejor la cerveza que el ron de mala calidad. O al menos eso sería así si no fuera a hacer lo que tenía pensado hacer. Y es que, justo después de que Dexter se sirviera en una jarra, Neo se tiró bocaarriba en la barra y con la boca abierta justo debajo del grifo le dio a la palanca. Aquello estaba siendo una mala idea lo miraras por donde lo miraras, pero qué coño, mientras el peque se divierta qué más darán las resacas monumentales al día siguiente.
Cuando lo poco de consciencia que le quedaba decidió parar aquella cascada de deliciosa cerveza —puede que no estuviera tan buena, pero en comparación con lo que ya había bebido...— y el enano se puso en pie, no sin antes darse una hostia contra el grifo por no apartarse, le volvió a la mente la conversación que estaban teniendo. Lo poco que pensó en ello hizo que le doliera la cabeza, pero lo disimuló como pudo mientras se rascaba la frente. La tenía más roja que un día sin playa para mujeres.
—Ya... Ya recorro los mares. Y... Y sí... Hay muchos secretos que quisiera descubrir —su voz sonó mucho más clara en esa última frase, casi como si pensar en el pasado le despejara la mente. Sonrió antes de volver a hablar—. Pero no creo que... Que te sirviera de mucho. Mírate, un... ¿Yonkou, eras ya? ¿De qué te serviría alguien como yo? Solo... Solo sería un estorbo —no lo decía con pena, solo con cierto remordimiento... y bastante alcohol en vena—. Además, aún... Aún hay cosas que tengo que hacer en solitario.
Bajó con cuidado de la barra en la que aún se había conseguido mantener en pie, solo dios sabe cómo, pilló una jarra hasta cierto punto demasiado grande para él y la llenó. La alzó hacia Dexter y sonrió; sonrió más de lo que había sonreído nunca.
—Pero te prometo que... Que algún día, si aún me aceptas, volveré y... Y me uniré a tu tripulación. Y... ¡Y me invitarás a chimichanga! —bajó el brazo levemente y volvió a levantar su jarra, desbordando un poco el contenido— ¡Por nosotros! ¡Y... Y por las chimichangas!
Terminó de decir, esperando que el albino brindara con él, para beberse la jarra. Así se hacían amigos de por vida: brindando por ellos mismos y por las chimichangas. Si es que...
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