La fiebre del Oro (CAPÍTULO LIGHT)

El barco avanzaba a un ritmo endiabladamente lento. Las cosas se estaban poniendo algo tensas en la cubierta, pero a una chica en particular no le parecía importarle. Los reclutas corrían de un lado a otro, como si eso fuera a ayudarles a ver algo en aquella espesa niebla. ¿Algo bueno? Claro, iban al lado del navío donde iba Xemnas… Y un vicealmirante, que al parecer tenía el mismo apellido que Lara y otro tipo. Suspiró con calma y se estiró en la cubierta. ”¿Dónde carajos está la isla?” – se dijo a sí misma. La capitana Amane Misa se cruzó de brazos. De vez en cuando, miraba el otro navío. No es que hubiera mucho que hacer en aquel lugar. Estaban pendientes de cada detalle, por si llegaban a encontrar aquella isla.

– No pienso perder, cariño. – Susurró. Quizás podían “competir” para ver cuál de los dos grupos encontraba el tesoro primero. Podía ser una sana competencia y al final de cuentas, iban por el mismo objetivo. Sonrió de medio lado y por unos instantes pensó en lo que haría con un tesoro así de grande. Nunca fue alguien que le interesaran los lujos, pero… ¿Por qué no? Se valía soñar. Las cosas en el barco estaban con buen ánimo y por mucho que la niebla no los dejara ver, con mucha coordinación con el otro buque iban a la par. El trabajo de los navegantes era perfecto. No tenía mucho que hacer y esperar era bastante aburrido. ”Aunque no puedo bajar la guardia. Me necesitan enfocada” – se dio un suave golpe en las mejillas y se concentró. La espera era eterna, pero estaba de misión. Una de las más importantes que le había tocado y no podía andar pensando en cosas tan innecesarias. ”Tú puedes, Misa” – se volvió a cruzar de brazos y se quedó en silencio y a la espera. De alguna orden proveniente ya sea del vicealmirante o que llegaran a la isla. Cualquiera de las dos cosas vendría bien.

Los rumores de momento parecían ser ciertos. Por lo menos lo que si era cierto era el hecho de que había una intensa y espesa niebla que no dejaba ver nada. Hacía un par de minutos que nos habíamos adentrado y desde la zona de proa trataba de avistar algo, por pequeño que sea, pero no había nada. Esto era un peligro, no teníamos forma de saber qué nos podíamos topar de cara, puesto que tan solo había agua a la vista. No podía evitar estar completamente tenso, había traído aquí a los Crimson, y tal vez no conseguíamos nada más que no fuera problemas. Lo cual estaba claro que los íbamos a obtener.

Había hecho llamar a Gusi y Tobías a cubierta con un buen grito. No pude evitar que la tensión se apoderase de mis impulsos, y con los nervios a flor de piel no hubo forma posible de contenerme. En este momento me aproximaba a ellos, completamente serio, pero tratando de no ser agresivo con mis palabras hacia ellos.

-Bien chicos, esto comienza a ponerse feo. Debemos estar atentos, no sabemos qué podemos encontrarnos en la niebla, en cualquier momento puede aparecer alguien sin que nos demos cuenta. La espesura es demasiado y si no estamos atentos en el momento que aparezca algo o alguien podemos estar en apuros. Enseguida vuelvo.

Había dejado anteriormente mis cosas en un camarote, era el momento de recogerlas. Até el arnés por encima de mi camisa verdosa, arnés que portaba las dagas Tsuinkaze. Cargué a Igurusureiya y esa maravillosa guadaña a mi espalda y las espadas junto a Tsume en mi cinturón. Cogí algunos diales, por desgracia no podía cargarlos todos. Me quedó el dial de humo y el de espinas, pero tampoco podía cargar más. Salí a cubierta, ya armado hasta los dientes, me aproximé a los chicos.

-Aquí no hay una santa mierda. Pero es el mejor lugar para encontrar estúpidos piratas que van en busca de riquezas. Estad atentos ante cualquier movimiento del mar. Pero no ataquéis a la ligera. Aguardad hasta que os de alguna señal, y ante todo tratemos de mantener la integridad del navío, lo necesitamos para volver.

El pelinegro estaba sorprendido. Tenía la carta en la mano mirando a Taiga. Dos años habían pasado desde su último encuentro, misión, pelea por el bien o lo que sea y ahora iban juntos, de nuevo, a la caza del tesoro. Se sentía feliz, después de todo, no iba a estar solo. Y ante la situación que se presentaba poco favorable para todas las partes, era mejor que nada. Aparte, era su mina de or… Su mejor amigo, claro que estaba feliz. Suspiró de forma tranquila mientras creaba fuego para quemar la carta, ya no tenía ningún uso. Iban navegando a un ritmo lento, quizás por el hecho de no tener idea a donde ir, pero con sus conocimientos algo podía hacer para lidiar contra ello.

– ¡Estúpida niebla! – gritó mientras pateaba el barco. No es que estuviera furioso, es que con esa niebla asquerosa apenas sabía por dónde navegar. Miró a Taiga unos instantes y negó con la cabeza. Se sentó en el barco y sonrió de medio lado… – Odio este tipo de climas, ¿sabes? Vamos a ciegas… – sus ojos se abrieron como platos al notar una tenue luz. – Taiga, ya tenemos un destino. – Se levantó y corrió hacia la parte de delante de su transporte y… Quien dice correr, dice dar dos miserables pasos… Sí, era bastante pequeño. Suspiró con calma y miró hacia adelante. La luz parecía provenir de algún lugar… ”No me digas, genio” – ¿Un faro? ¿Una isla? ¿Un barco? Podían ser tantas las variantes, pero de algo estaba seguro… Era su siguiente destino.

– Bien… Taiga, ten – levantó uno de los remos y se lo pasó a su amigo. La idea era… Sí, remar. Avanzar más rápido gracias al poder de su amigo. – Creo que hay un faro justo delante de nuestras narices y… – de la nada, un fuerte sonido llegó a sus oídos. ”Al menos si hay algo delante, sea lo que sea, pero hay algo” – podía ser un monstruo como el “faro”, pero de algo estaba seguro y es que ya se estaba aburriendo de tener siempre el mismo aburrimiento de no saber a dónde ir. Con eso, por lo menos, tenían algo que hacer. Activó su mantra y lo extendió lo más que pudo, nada lo iba a pillar por sorpresa. – Bien, amigo mío, directo a la luz. ¡Rema como si tu vida dependiera de ello! – dicho aquello, sacó su espada y apuntó directo al faro. – A toda máquina. Haz volar este puto barco. – Estaba jodidamente feliz de tener un rumbo, al fin, luego de… ¿Horas? ¿Días? Ya había perdido la cuenta de cuánto había pasado. Pero de algo estaba seguro… Sea lo que sea esa luz, podía servirles de algo… Esperaba….

El pelinegro estaba oculto en la bodega del barco. Apenas había escuchado algunas cosas para estar al tanto y, sin que nadie se haya dado cuenta, se fue a dormir a aquel lugar. Al parecer, justo al lado, había otra división con cierta importancia viajando con ellos. Nada que le molestara, solo quería dormir otro poco y luego hacer como si siguiera las órdenes de aquellos inútiles. ¿Por qué se había inscrito en un servicio así? Porque de ese modo podría todo lo que quisiera en nombre de la “justicia”. A Natsuki poco y nada le importaba el tesoro, pero si le importaba destacar y ganar experiencia del mundo que tanto le habló Brandon. Se acomodó en el suelo y abrió los ojos un instante, pero los cerró al instante y volvió a dormir. Había un ligero olor a comida y otras cosas de comida, mas no le interesaba. Siempre había sido bueno para dormir en los lugares más… “inauditos”.

– Solo quiero que no me molesten… – Habló en sueños. Se rascó uno de los ojos y empezó a roncar a lo bestia. Con el ruido de arriba, los gritos de sus “superiores” y otras cosas como el de la brisa marina o el mismo sonido del barco, dudaba que fueran capaces de escucharlo. Y esperaba que no lo hicieran… Despertarlo significaría andar de mala hostia y eso a nadie le gustaría. Tomó un poco de aire, se rascó la panza y volvió a roncar. Seguramente los idiotas de sus compañeros se las arreglarían sin él y lo llevarían a salvo a la isla. No tenía muy claro qué hacer una vez allá, pero si encontraba la forma de largarse y hacer cosas, quizás más interesante no dudaría en perderse por ahí. Después de todo, trabajaba mejor solo. Se volvió a acomodar y, nuevamente, empezaron sus ronquidos. Iban con cierto ritmo y sonaban… Bueno… Bastante fuertes. Iba a estar así hasta que alguien notara su ausencia y lo empezarán a buscar o hasta que llegaran a la isla… Cualquiera de las dos le venía bien.

Augustus flotaba. No flotaba por gusto ni por diversión, como uno de sus muchos pasatiempos; no flotaba por pereza ni cansancio, dejándose llevar por las caprichosas mareas para poder relajar los brazos; no flotaba porque estuviera esperando algo ni porque tratase de pescar. Así que no tenía mucho sentido que flotase aparentemente. El hecho de que flotara, como tantas otras cosas en el mundo, era fruto de una larga historia.

Todo había comenzado cuando decidió encaminarse hacia la Isla Tesoro del Fantasma sin saber muy bien si ese era el nombre correcto. Su afán de aventuras le habían llevado a seguir el mismo camino que cientos de marineros de toda condición, incluidos compañeros revolucionarios. El dinero no le interesaba especialmente y los fantasmas le daban miedo, pero le entusiasmaba la idea de viajar. Llevaba mucho tiempo digiriendo una profunda decepción y le vendría bien estar entretenido. ¿El motivo? El de siempre: la lealtad de un caballero hacia su reina.

Hacía ya mucho que había perdido la pista a Su Majestad Derian Markov. Deri-sama para los amigos. Como fiel protector, Maki había jurado -o lo había soñado, no estaba muy seguro- que siempre cuidaría sus espaldas y pondría su espada a su servicio. Lo que siempre le recordaba que tenía que comprarse una espada. Su alegría fue inmensa cuando oyó el rumor de que "esa frígida zorra Markov" había puesto rumbo a la Isla Fantasmal o como diablos se llamase. Solo podía tratarse de su Reina, que seguramente estuviera intentando reunirse con él.

Nadó y nadó durante días, sin más descanso que para dormir, preguntar una dirección o jugar con su hula-hop, es decir lo imprescindible. Pero hasta alguien como El Comandante tenía que alimentarse. Durante su viaje encontró a un cocinero ambulante llamado Indigestius, especializado en chimichangas, chichimangas y algo que él llamaba "la bebida de los dioses". Eran refrescos normales y corrientes pero la sal del mar les daba un gustillo muy raro. Maki decidió llevarse una bolsa llena, un gran saco de tela repleto de latas que pagó con la más radiante de sus sonrisas. Indigestius quedó tan complacido que le persiguió durante unas horas, seguro que para pedirle otra. Pero él no podía detenerse, tenía una misión que cumplir.

Pero el camino hasta esa Fantasmal Isla del Tesoro resultó muy duro. Cuando supo que estaba cerca decidió hacer un último sprint y se bebió todas las latas de golpe. No tenía ni idea de qué eran las bebidas con gas, pero se notaba pesadísimo. No podía dar ni una brazada más, así que por eso flotaba.

Y ahí estaba él, esperando a que el universo decidiera ayudarle o matarle de una vez por todas. Lo único bueno era que su bota había aparecido flotando por ahí mientras él hacía lo mismo. Tal vez su suerte empezase a cambiar.