Qui Gon Blackheart
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El sol estaba desapareciendo y unos tonos rojizos pintaban el cielo de la isla de Galuna. Qui Gon alzó la vista al firmamento soltando un suspiro, hacía mucho tiempo que no estaba en aquella isla donde él y sus compañeros habían pasado por mucho. Las conversaciones y entrenamientos que allí tuvieron lugar con Nokotori y Madara inundaban su mente y le hacían mostrar una sonrisa. Había estado fuera por mucho tiempo, lo peor es que no recordaba nada y un lapsus de tiempo estaba vacío en su mente. Sus últimos recuerdos fueron los del torneo cuando perdió contra Aomine, un tiempo después despertó metido en un bote a la orilla de una isla.
Comenzó a caminar hasta la ciudad. Andaba buscando el Rayo Rojo que era el lugar donde había quedado con su querido amigo y compañero Madara, el shichibukai. La gente de la isla apenas había cambiado y su comportamiento era el de siempre, algunas personas reconocían la cara de Qui Gon y se ocultaban cuchicheando. Esto hizo que el navegante se pusiera en guardia activando su haki de observación para evitar sorpresas. Siguió caminando por las calles hasta que encontró el lugar, el Rayo Rojo… Era un edificio hecho de madera, con neones de color rojo que parpadeaban formando la silueta de un cohete con forma de rayo, algo muy extraño. El castaño arqueó una ceja, se encogió de hombro y se dispuso a entrar.
Abrió la puerta y observó que más que un simple bar era un bar de alterne, varias chicas bailaban sobre las barras de acero y unos cuentos marineros salidorros silbaban y les metían billetes a las chicas en el tanga. El luchador se sonrojó mirando hacia otro lado y trató de pasar adentro pero algo se lo impedía. Había olvidado que llevaba consigo una enorme bolsa, un regalo para el shichibukai. Dentro había un montón de peces “ Ñam ñam” que había conseguido en la isla donde despertó, eran unos pescados deliciosos y estaba seguro de que le encantarían al moreno. Estaban conservados en la bolsa con un mucho de hielo picado para conservar la frescura del mismo y el agua goteaba por la parte baja de la bolsa.
El luchador bajó el regalo que cargaba con su hombro y logró pasar a través de la puerta del local. La verdad es que era bastante grande y le costó un poco hacerla pasar por ella debido a su gran envergadura. La música era bastante animada, como la de cualquier local de ese tipo, el ambiente estaba algo cargado y unas luces de tonos rojos se paseaban por toda la sala. El luchador se acercó hasta la barra, se sentó en un taburete y pidió una buena jarra de hidromiel. La camarera era una chica joven de pelo corto y rubio, tenía los labios pintados de rojo y sobra de ojos de color azul. Iba disfrazada de conejita y sus voluptuosos senos rebotaban con cada movimiento que hacía.
- Aquí tienes encanto, no dudes en pedirme lo que sea.
La chica soltó esa frase con dulzura y encanto mientras le guiñaba un ojo al fornido y le lanzaba un beso. Qui Gon asintió algo avergonzado con la cabeza y dio un trago largo a la jarra de hidromiel. Colocó la jarra sobre la barra dando un pequeño golpe como siempre solía hacer después de dar el primer trago. Estar en ese lugar no le agradaba especialmente pero era el sitio que había elegido su jefe y él sabía cuánto le gustaban a él las chicas así que no le quedaba elección. Se quedó mirando fijamente una botella que había detrás de la barra que era de licor de arroz y esto le hizo recordar a Nokotori. Se preguntaba dónde estaría y si estaría bien, pero el fornido sabía mejor que nadie que era un espadachín bastante fuerte y que seguro que se encontraría bien estuviese donde estuviese.
Comenzó a caminar hasta la ciudad. Andaba buscando el Rayo Rojo que era el lugar donde había quedado con su querido amigo y compañero Madara, el shichibukai. La gente de la isla apenas había cambiado y su comportamiento era el de siempre, algunas personas reconocían la cara de Qui Gon y se ocultaban cuchicheando. Esto hizo que el navegante se pusiera en guardia activando su haki de observación para evitar sorpresas. Siguió caminando por las calles hasta que encontró el lugar, el Rayo Rojo… Era un edificio hecho de madera, con neones de color rojo que parpadeaban formando la silueta de un cohete con forma de rayo, algo muy extraño. El castaño arqueó una ceja, se encogió de hombro y se dispuso a entrar.
Abrió la puerta y observó que más que un simple bar era un bar de alterne, varias chicas bailaban sobre las barras de acero y unos cuentos marineros salidorros silbaban y les metían billetes a las chicas en el tanga. El luchador se sonrojó mirando hacia otro lado y trató de pasar adentro pero algo se lo impedía. Había olvidado que llevaba consigo una enorme bolsa, un regalo para el shichibukai. Dentro había un montón de peces “ Ñam ñam” que había conseguido en la isla donde despertó, eran unos pescados deliciosos y estaba seguro de que le encantarían al moreno. Estaban conservados en la bolsa con un mucho de hielo picado para conservar la frescura del mismo y el agua goteaba por la parte baja de la bolsa.
El luchador bajó el regalo que cargaba con su hombro y logró pasar a través de la puerta del local. La verdad es que era bastante grande y le costó un poco hacerla pasar por ella debido a su gran envergadura. La música era bastante animada, como la de cualquier local de ese tipo, el ambiente estaba algo cargado y unas luces de tonos rojos se paseaban por toda la sala. El luchador se acercó hasta la barra, se sentó en un taburete y pidió una buena jarra de hidromiel. La camarera era una chica joven de pelo corto y rubio, tenía los labios pintados de rojo y sobra de ojos de color azul. Iba disfrazada de conejita y sus voluptuosos senos rebotaban con cada movimiento que hacía.
- Aquí tienes encanto, no dudes en pedirme lo que sea.
La chica soltó esa frase con dulzura y encanto mientras le guiñaba un ojo al fornido y le lanzaba un beso. Qui Gon asintió algo avergonzado con la cabeza y dio un trago largo a la jarra de hidromiel. Colocó la jarra sobre la barra dando un pequeño golpe como siempre solía hacer después de dar el primer trago. Estar en ese lugar no le agradaba especialmente pero era el sitio que había elegido su jefe y él sabía cuánto le gustaban a él las chicas así que no le quedaba elección. Se quedó mirando fijamente una botella que había detrás de la barra que era de licor de arroz y esto le hizo recordar a Nokotori. Se preguntaba dónde estaría y si estaría bien, pero el fornido sabía mejor que nadie que era un espadachín bastante fuerte y que seguro que se encontraría bien estuviese donde estuviese.
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Los rojizos ojos del moreno se clavaron en los ojos de aquellos cinco idiotas que le habían rodeado de camino al bar del rayo rojo. Tal vez eran revolucionarios, debido a que ningún otro bando podía tener cojones a toserle. También podían ser piratas o simples bandidos. Aquello le daba lo mismo al enorme devastador. No pudo evitar mostrar una sonrisa ladeada mientras soltaba unos pequeños suspiros. No le hacía mucha gracia que se tomaran aquellas confianzas con él. Pudo detectar dos espadas, un arma de fuego, y dos hachas. No entendía si deseaban su vida o mínimo todo su dinero. Los pobres no iban a encontrar ni un jodido berry en aquel cuerpo lleno de músculos. Todo el dinero lo tenía oculto en su base de Conami. Su nuevo guardián se ocupaba de protegerlo con el poder de la invocación de demonios. Confiaba de sobra en él. Era el único hombre que le quedaba junto a Ushi.
El dragón miró con calma a los cinco inútiles que le cortaban el paso. Portaba un chaleco militar de color rojo, y por dentro una camiseta morada. En su espalda no se encontraba su enorme guadaña de siempre, más bien un poderoso espadón de kairouseki. El mercenario ya medía los dos jodidos metros y medio. Era un monstruo de los que no quedaban. Ahora¸ incluso las mujeres enormes eran lolis para él. Tampoco tenía mucho problema en aquello. El buen tito Uchiha era un tío generoso. Sin previo aviso, los cinco idiotas se tiraron a por él, con el ceño fruncido, y sus armas listas. El pobre moreno soltó un enorme suspiro. No entendía de donde salía tanta tontería. Se llevó la mano derecha al rostro, y cerró los ojos con calma. No sabía lo que tenía que hacer para que le dejaran en paz en su isla. Putos infieles, debían inmolarse cual kamikazes. Pero al parecer no iba a tener la suerte de que lo hicieran por sí mismos. El mundo estaba lleno de idiotas, pero también quedaban esperanzas. Entre ellas podía estar el león negro. El puto desapareció tras el torneo. Esperaba que Jin no lo hubiese masacrado en los vestuarios.
El dragón llegó finalmente al bar, pero ¿Qué pasó con los bandidos? Pues que de ser cinco pasaron a diez. Lo malo es que el pobre limpiador se iba a hartar. Recoger cuerpos partidos en dos no era agradable. El moreno entonces entró con calma, mirando un poco a su alrededor. No tuvo que usar el haki, pues con el olfato se bastó. Lujuria, dinero, comida, y Qui Gon. Fueron los cuatro olores que detectó. Se decantó por el segundo y el cuarto en una lucha interna, pero finalmente fue por el león. Lo vio sentado tomándose una bebida. Encima olía a pescado. El cabrón había estado en una orgía fijo, y lo peor, sin invitarle. Se sentó a su lado, viendo que se le había quedado pequeño. Su enorme tamaño casi llegaba al techo. No tardó mucho en mirarle de forma siniestra. – Tiempo sin verte, Qui-kun. – Mencionó al mismo tiempo que pedía una botella de ron, y dos patas de cordero asadas. El peor enemigo del moreno en ese momento fue la lámpara, la cabrona le rozaba.
El dragón miró con calma a los cinco inútiles que le cortaban el paso. Portaba un chaleco militar de color rojo, y por dentro una camiseta morada. En su espalda no se encontraba su enorme guadaña de siempre, más bien un poderoso espadón de kairouseki. El mercenario ya medía los dos jodidos metros y medio. Era un monstruo de los que no quedaban. Ahora¸ incluso las mujeres enormes eran lolis para él. Tampoco tenía mucho problema en aquello. El buen tito Uchiha era un tío generoso. Sin previo aviso, los cinco idiotas se tiraron a por él, con el ceño fruncido, y sus armas listas. El pobre moreno soltó un enorme suspiro. No entendía de donde salía tanta tontería. Se llevó la mano derecha al rostro, y cerró los ojos con calma. No sabía lo que tenía que hacer para que le dejaran en paz en su isla. Putos infieles, debían inmolarse cual kamikazes. Pero al parecer no iba a tener la suerte de que lo hicieran por sí mismos. El mundo estaba lleno de idiotas, pero también quedaban esperanzas. Entre ellas podía estar el león negro. El puto desapareció tras el torneo. Esperaba que Jin no lo hubiese masacrado en los vestuarios.
El dragón llegó finalmente al bar, pero ¿Qué pasó con los bandidos? Pues que de ser cinco pasaron a diez. Lo malo es que el pobre limpiador se iba a hartar. Recoger cuerpos partidos en dos no era agradable. El moreno entonces entró con calma, mirando un poco a su alrededor. No tuvo que usar el haki, pues con el olfato se bastó. Lujuria, dinero, comida, y Qui Gon. Fueron los cuatro olores que detectó. Se decantó por el segundo y el cuarto en una lucha interna, pero finalmente fue por el león. Lo vio sentado tomándose una bebida. Encima olía a pescado. El cabrón había estado en una orgía fijo, y lo peor, sin invitarle. Se sentó a su lado, viendo que se le había quedado pequeño. Su enorme tamaño casi llegaba al techo. No tardó mucho en mirarle de forma siniestra. – Tiempo sin verte, Qui-kun. – Mencionó al mismo tiempo que pedía una botella de ron, y dos patas de cordero asadas. El peor enemigo del moreno en ese momento fue la lámpara, la cabrona le rozaba.
Qui Gon Blackheart
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Llevaba poco tiempo esperando cuando una figura reconocible entró por la puerta, además su olor le era familiar. Era Madara, tan grande como… ¿siempre? – pensó Qui Gon. Desde luego hacía tiempo que no lo veía pero no lo recordaba tan alto, apenas entraba en el habitáculo. La enorme bestia se sentó a su lado pidiendo una botella de ron y algo de comer. El luchador tragó algo de saliva y pudo observar como Madara lo miraba de forma siniestra, la verdad es que daba un poco de miedo, pero el navegante no temía por su vida.
- La verdad, creo que sí ha sido mucho tiempo aunque para mí no haya pasado así…
El moreno bajó la cabeza algo apenado. Sentía haber abandonado a sus compañeros pero lo que más rabia le daba era el no poder recordar nada de ese lapsus de tiempo olvidado. Dio un trago a su jarra y miró a la nada mientras hablaba calmadamente con un cierto aire preocupado.
- ¿Cómo está la banda? No he sabido nada de Nokotori en todo este tiempo y creía que quizás tú supieses algo de él. Tengo amnesia y hace apenas una semana me desperté en mitad de una isla con un bote. No recuerdo nada desde la pelea con Aomine… Necesito respuestas.
El luchador movía la jarra girando el cristal sobre la barra y creando una leve espuma en el hidromiel que se disipaba rápidamente. Bajó la mirada a sus pies y pudo ver como la bolsa que había traído mermaba rápidamente, el calor del local estaba haciendo demasiado efecto así que decidió entregarle el obsequio cuanto antes al Uchiha.
- En la isla donde estaba había varios peces pero una especie era esplendida, con un sabor inigualable. Yo los comía crudos y se sentían deliciosos así que te recomiendo comerlos así. Toda esta bolsa es para ti, como disculpa, aunque sé que no es suficiente.
Qui Gon se bebió el resto de la jarra que estaba por más de la mitad de un solo golpe, dio un suspiro y señaló a la camarera para que le llenara otra vez. Aquella conejita se pavoneaba demasiado y los efectos del alcohol empezaban a hacer mella en la psicología del luchador. Tanto era así que cuando la muchacha hubo terminado de llenar la bebida y le preguntó que si deseaba algo más el castaño le respondió: ¿Qué tal un poco de tu tiempo? No eres como las demás, ¿podrías darme tu den den mushi? ¡Ah! Y por cierto Madara, come, bebe y disfruta todo lo que quieras, hoy pago yo.
- La verdad, creo que sí ha sido mucho tiempo aunque para mí no haya pasado así…
El moreno bajó la cabeza algo apenado. Sentía haber abandonado a sus compañeros pero lo que más rabia le daba era el no poder recordar nada de ese lapsus de tiempo olvidado. Dio un trago a su jarra y miró a la nada mientras hablaba calmadamente con un cierto aire preocupado.
- ¿Cómo está la banda? No he sabido nada de Nokotori en todo este tiempo y creía que quizás tú supieses algo de él. Tengo amnesia y hace apenas una semana me desperté en mitad de una isla con un bote. No recuerdo nada desde la pelea con Aomine… Necesito respuestas.
El luchador movía la jarra girando el cristal sobre la barra y creando una leve espuma en el hidromiel que se disipaba rápidamente. Bajó la mirada a sus pies y pudo ver como la bolsa que había traído mermaba rápidamente, el calor del local estaba haciendo demasiado efecto así que decidió entregarle el obsequio cuanto antes al Uchiha.
- En la isla donde estaba había varios peces pero una especie era esplendida, con un sabor inigualable. Yo los comía crudos y se sentían deliciosos así que te recomiendo comerlos así. Toda esta bolsa es para ti, como disculpa, aunque sé que no es suficiente.
Qui Gon se bebió el resto de la jarra que estaba por más de la mitad de un solo golpe, dio un suspiro y señaló a la camarera para que le llenara otra vez. Aquella conejita se pavoneaba demasiado y los efectos del alcohol empezaban a hacer mella en la psicología del luchador. Tanto era así que cuando la muchacha hubo terminado de llenar la bebida y le preguntó que si deseaba algo más el castaño le respondió: ¿Qué tal un poco de tu tiempo? No eres como las demás, ¿podrías darme tu den den mushi? ¡Ah! Y por cierto Madara, come, bebe y disfruta todo lo que quieras, hoy pago yo.
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