[Privado - Zane & Varghus] Una extraña misión.

Hacía poco que me había echado a la mar junto al hijo del tío cabeza piña cuando la hermandad me había encargado mi primera misión en una remota isla del mar del oeste. Rápidamente, sin apenas poder dar explicaciones sobre mi inesperada partida, Esme y Manué se montaron sobre mi plumífero y cálido lomo y crucé los cielos, por encima de las nubes, en dirección a Skellige.

Aquella era la primera vez que hacía algo así. ¿Ir de un rincón del mundo a otro? ¿Y encima volando? Años atrás me hubiera parecido una locura, pero allí estaba. Tardamos un par días en llegar, teniendo que parar en alguna isla durante el camino. Parecía que no, pero llevar encima a aquellos dos me estaba retrasando, sin contar que me cansaba el doble. Sin embargo, una cosa es que fuera capaz de volar a cualquier parte del mundo, pero otra distinta que pudiera hacerlo del tirón; y con dos personas encima.

Eran pasadas las seis de la tarde cuando llegamos a la única ciudad de la isla. Ésta se encontraba en la ladera de un gran acantilado, en cuyo final, a parte más alta del lugar, estaba el castillo y la torre del reloj, los lugares más importantes de aquel sitio. El resto de la ciudad era humilde, con un poder económico estable. Todo el mundo tenía trabajo y eso gustaba, apenas se vislumbraba pobreza o incultura. Aunque siempre las apariencias engañan, y si algo me había enseñado la experiencia es que toda isla tiene un lado oscuro.

Allí me puse a investigar en busca de alguien que pudiera ayudarme. Tras un buen rato di con un muchacho, que a su vez conocía a un viejo, que a su vez conocía a una mujer que sabía de un hombre que podía ayudarme; Varghus se hacía llamar.

—Búscale y dile que estaré en la posada del cangrejo, que pregunte por el hermano Solitarius, ¿Entendido? –le dije mirándolo fijamente a los ojos de forma amenazante.

—¿Y yo que gano con ello? –preguntó.

Saqué una bolsa con monedas.

—Esto –se la enseñé, para luego guardarla–. Ven con él y te daré dos de estas, ¿te parece?

El muchacho asintió y fue en busca del tal Varghus.

Tras ello, fui a la posada a descansar.

Una vez estuvimos en la cantina negocié con su dueña un precio aceptable por un par de habitaciones, pero solo pudimos coger una para no irnos del presupuesto acordado, lo que implicaba que o dormía con Manué o con Esme; y algo me decía que si dormía con ella Manué iba a acabar en la calle, eso seguro.

“La voy a poner fina” –pensé.

Poco después, tras tomar una cerveza, entramos en la habitación. Se veía que no había sido utilizada en mucho tiempo, todo tenía algo de polvo, alguna tela de araña y poco mobiliario. Era un cuarto medianamente grande, de unos siete metros de largo por cuatro de ancho, con un escritorio, dos camas individuales, un armario y un baúl de madera envejecida. Y en el fondo, al lado del baño, una ventana que daba al lado sur de la isla; un lugar, simplemente precioso.

Tras limpiar la habitación, me tumbé en la cama. Hacía mucho que no estaba en una tan mullida, me encontraba en el paraíso. Las horas pasaban y el chiquillo que envié a por el tal Varghus no aparecía y eso empezaba a desquiciarme.

—El niño tarda mucho en traerlo, ¿verdad?

—Ten paciencia jefe –respondió Esme, que estaba afilando sus cuchillos.