Teravan Zallen
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La fruta del mercado tenía un aspecto sensacional. Era extraño, dado el estancamiento tecnológico que sufría aquella isla, aunque resultaba encantador observar cómo sobrevivían de forma tan alegre tantas personas en unas condiciones que el resto del mundo consideraría ínfimas. Paseó la vista por el resto del mercado, reparando en unos niños que jugaban con unas espadas de madera. El mayor de ellos parecía estar ejerciendo de héroe o de capitán, pues el cubo que portaba en la cabeza lo delataba, así como su pose, repleta de la infantil importancia. Los adultos apenas prestaban atención a las criaturas. Debían de estar acostumbrados a jugar allí, porque no se llevaron ningún golpe.
Compró una manzana extraordinariamente roja y le dio un mordisco. El sabor era ácido y dulce a partes iguales, por lo que compró otra más y se la guardó para después. El dependiente le sonrió agradecido mientras le ofrecía más de sus mercancías. Teravan sonrió amablemente, rechazando con educación cada artículo con la promesa de que volvería más tarde. Paseó con calma, observando cada puesto con detenimiento. El más concurrido de ellos era un pequeño establecimiento de madera con dulces expuestos en el exterior. Los brillantes colores atraían tanto a niños como a mayores, así que la cola resultaba inmensa. El sabor seguramente sería demasiado empalagoso, por lo que ni siquiera se molestó en probarlo.
Un ruedo que en algún tiempo habría contenido ganado había encontrado una nueva ocupación. Sostener los límites de un recinto de combate improvisado. Al parecer un par de ciudadanos estaban solucionando rencillas a la antigua usanza. La eficacia del método estaba fuera de toda duda y, además, el resto de personas aprovechaban para realizar apuestas y pasar la tarde. Los dos enormes combatientes eran bastante torpes, pero lo compensaban con su descomunal fuerza. No parecían importarles los dientes que estaban perdiendo, pues sonreían mientras luchaban. Una fina pátina de sudor hacía brillar sus cuerpos, lo que dificultaba el agarre que intentaban insistentemente.
- Desde luego, la gente se entretiene con cualquier cosa. - Pensó con condescendencia el agente, mientras seguía su camino. No le interesaba en absoluto el resultado de la trifulca.
Una última tienda llamó su atención. Era una tienda de armas con artículos de calidad inusitada. Parecía increíble que, a pesar de los métodos artesanales que llevaban a cabo, pudiesen realizar obras tan admirables. Sin duda, esta sociedad es peculiar.
Compró una manzana extraordinariamente roja y le dio un mordisco. El sabor era ácido y dulce a partes iguales, por lo que compró otra más y se la guardó para después. El dependiente le sonrió agradecido mientras le ofrecía más de sus mercancías. Teravan sonrió amablemente, rechazando con educación cada artículo con la promesa de que volvería más tarde. Paseó con calma, observando cada puesto con detenimiento. El más concurrido de ellos era un pequeño establecimiento de madera con dulces expuestos en el exterior. Los brillantes colores atraían tanto a niños como a mayores, así que la cola resultaba inmensa. El sabor seguramente sería demasiado empalagoso, por lo que ni siquiera se molestó en probarlo.
Un ruedo que en algún tiempo habría contenido ganado había encontrado una nueva ocupación. Sostener los límites de un recinto de combate improvisado. Al parecer un par de ciudadanos estaban solucionando rencillas a la antigua usanza. La eficacia del método estaba fuera de toda duda y, además, el resto de personas aprovechaban para realizar apuestas y pasar la tarde. Los dos enormes combatientes eran bastante torpes, pero lo compensaban con su descomunal fuerza. No parecían importarles los dientes que estaban perdiendo, pues sonreían mientras luchaban. Una fina pátina de sudor hacía brillar sus cuerpos, lo que dificultaba el agarre que intentaban insistentemente.
- Desde luego, la gente se entretiene con cualquier cosa. - Pensó con condescendencia el agente, mientras seguía su camino. No le interesaba en absoluto el resultado de la trifulca.
Una última tienda llamó su atención. Era una tienda de armas con artículos de calidad inusitada. Parecía increíble que, a pesar de los métodos artesanales que llevaban a cabo, pudiesen realizar obras tan admirables. Sin duda, esta sociedad es peculiar.
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Vaya... Nunca esperaba encontrarme con un lugar tan parecido a Skellige. ¡Eran casi iguales! Como si se tratase de unas islas separadas por las corrientes del mar. Por un lado era precioso, por otro, me aterraba. Ver algo que me recordaba a mi infancia era doloroso, pero era debido a los malos recuerdos que me provocaba, a volver sentir aquellas sensaciones. Ser una esclava y ser tratada como una mercancía.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar en eso. ¡Ni hablar! No volvería a vivir en las calles ni a pasar hambre. No, antes mataría, lo he hecho antes por sobrevivir y no me importaría volver a hacerlo. La vida de las personas me daba igual... ¿acaso le importaba yo a alguien? A nadie. Estaba sola en el mundo y no iba mostrar ningún indicio de ayuda a nadie a no ser que mi conciencia sintiese pena, pena de alguien que lo pasó como yo.
Perdí la noción del tiempo paseando por las calles de Skyros. La verdad es que en una pequeña plaza estaban actuando un par de personas. La gente estaba sorprendida al ver los trucos de magia que utilizaban. Yo estuve mirándolos un buen rato, pero en verdad conocía todos sus secretos. Era lo bueno de haber trabajado con una banda callejera, no era la mejor, pero se me daba bien el mundo del espectáculo.
Era bastante entretenida. El ancho de la calle estaba plagado de puestos pequeñitos que se dedicaban al ocio, cualquier cosa para ganar dinero era bien recibida aquí. Se respiraba tranquilidad, la gente parecía amable con todo el mundo y rebosaba de carisma. Todo el mundo trataba de atraerte a su puesto, era como sentirse importante. Lástima que no tuviese mucho dinero.
Tiendas infinitas se extendían por todas partes. No creo que me diese tiempo a verlas todas. Paseé con parsimonia, tratando de buscar alguna que llamase mi atención. Los puestos de comida no me interesaban, pero si alguno de artículos variados. ¡Flechas! Recordé en ese momento, me estaba quedando sin ellas, pronto me harían falta.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar en eso. ¡Ni hablar! No volvería a vivir en las calles ni a pasar hambre. No, antes mataría, lo he hecho antes por sobrevivir y no me importaría volver a hacerlo. La vida de las personas me daba igual... ¿acaso le importaba yo a alguien? A nadie. Estaba sola en el mundo y no iba mostrar ningún indicio de ayuda a nadie a no ser que mi conciencia sintiese pena, pena de alguien que lo pasó como yo.
Perdí la noción del tiempo paseando por las calles de Skyros. La verdad es que en una pequeña plaza estaban actuando un par de personas. La gente estaba sorprendida al ver los trucos de magia que utilizaban. Yo estuve mirándolos un buen rato, pero en verdad conocía todos sus secretos. Era lo bueno de haber trabajado con una banda callejera, no era la mejor, pero se me daba bien el mundo del espectáculo.
Era bastante entretenida. El ancho de la calle estaba plagado de puestos pequeñitos que se dedicaban al ocio, cualquier cosa para ganar dinero era bien recibida aquí. Se respiraba tranquilidad, la gente parecía amable con todo el mundo y rebosaba de carisma. Todo el mundo trataba de atraerte a su puesto, era como sentirse importante. Lástima que no tuviese mucho dinero.
Tiendas infinitas se extendían por todas partes. No creo que me diese tiempo a verlas todas. Paseé con parsimonia, tratando de buscar alguna que llamase mi atención. Los puestos de comida no me interesaban, pero si alguno de artículos variados. ¡Flechas! Recordé en ese momento, me estaba quedando sin ellas, pronto me harían falta.
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Tras echar un vistazo general a la mercancía, pudo apreciar el cuidado de la gente de Skyros por los detalles. Era impresionante la forma que tenían las runas, adornos y marcas sobre las hojas de las dagas. Las curvas se entrelazaban y fusionaban, creando un baile de tono gris pálido. No era un amante de las hojas, mas podría disfrutar por largo rato de la admiración en la que se encontraba sumido.
El hombre no parecía haber reparado en su presencia, en un principio. Sin embargo, tras unos instantes, se decidió en hablar con él. Con un educado ademán aceptó su conversación, de la que aprendió el significado de diversos símbolos que en los aceros estaban escritos. Cada una de aquellas piezas podría relatar una historia forjada en las montañas y los ríos de aquellas islas. Siguió deleitando su curiosidad tiempo después de que el hombre hubiese terminado su discurso. Observaba con atención aún cuando este se excusaba para hablar con otro cliente. Algo había llamado su atención de forma más espectacular, más urgente y posesiva.
Al principio solo parecían flechas normales y corrientes. Nunca se había interesado por la arquería como modo de combate, sino como noble deporte que ensalzaba la elegancia de quien lo practicase. Su inferioridad respecto a las armas de fuego era evidente, salvo en los casos de una inusitada destreza del practicante. No era la hermosa asta lo que había llamado su atención, ni la hermosa pluma de colores pardos y rojizos que adornaban su culata. Fue la refulgente punta que, con curvas y aristas hermosamente definidas, brillaba con un fulgor argentino.
- Son de plata. Hermosas, ¿verdad? - Dijo el vendedor a un Teravan completamente ausente. - Las utilizan algunos cazadores, pues hacen estragos en ciertos tipos de criatura. - Añadió, tras una pausa. El agente lo escuchó sin escuchar, pues al percibir qué material era, no pudo más que sentir un mareo seguido de una sensación de abstracción. Era algo que no recordaba, o que no quería recordar.
Instintivamente dirigió la mano hacia la flecha, en un gesto inconsciente.
El hombre no parecía haber reparado en su presencia, en un principio. Sin embargo, tras unos instantes, se decidió en hablar con él. Con un educado ademán aceptó su conversación, de la que aprendió el significado de diversos símbolos que en los aceros estaban escritos. Cada una de aquellas piezas podría relatar una historia forjada en las montañas y los ríos de aquellas islas. Siguió deleitando su curiosidad tiempo después de que el hombre hubiese terminado su discurso. Observaba con atención aún cuando este se excusaba para hablar con otro cliente. Algo había llamado su atención de forma más espectacular, más urgente y posesiva.
Al principio solo parecían flechas normales y corrientes. Nunca se había interesado por la arquería como modo de combate, sino como noble deporte que ensalzaba la elegancia de quien lo practicase. Su inferioridad respecto a las armas de fuego era evidente, salvo en los casos de una inusitada destreza del practicante. No era la hermosa asta lo que había llamado su atención, ni la hermosa pluma de colores pardos y rojizos que adornaban su culata. Fue la refulgente punta que, con curvas y aristas hermosamente definidas, brillaba con un fulgor argentino.
- Son de plata. Hermosas, ¿verdad? - Dijo el vendedor a un Teravan completamente ausente. - Las utilizan algunos cazadores, pues hacen estragos en ciertos tipos de criatura. - Añadió, tras una pausa. El agente lo escuchó sin escuchar, pues al percibir qué material era, no pudo más que sentir un mareo seguido de una sensación de abstracción. Era algo que no recordaba, o que no quería recordar.
Instintivamente dirigió la mano hacia la flecha, en un gesto inconsciente.
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Había mil garitos con todo tipos de armas, pero ¿de flechas? ¿Es que acaso la gente no se preocupaba por los ataques de largas distancias? Idiotas... Caminé con parsimonia, mirando todo lo que había, dando vueltas hasta que al final me decidí por preguntarle a una señora donde podía encontrar una armería. Paré a una por la calle la cual llevaba un velo negro en la cabeza y un bastón, era de avanzada edad.
-¿Dónde puedo encontrar una armería?
La anciana me miró y remojó sus labios antes de volver hablar.
-Ves a la esquina de esta calle - señaló con el bastón por donde había venido-. Al norte de todo hay otra.
-¡Gracias!
Tras aquella parada eché a correr hacia abajo de todo, esquivando diversos niños que jugaban a la pelota e incluso mujeres que no paraban de parlotear. Llegué a la entrada y vi un gran cartel en grande colgar de la pared. Al contrario que otras tiendas en Skyros, este se encontraba en perfecto estado.
Entré y sonó un leve tintineo.
Dentro estaban un tío de negro y el vendedor, el cual no paraba de dar datos sobre las flechas. Me quedé embobada ante tal paraíso de flechas. Había de todas las formas y metales. Más calidad, menos... fantásticas.
-¿Tipos de criatura? - Me metí en la conversación-. ¡Eso me vendría genial!
Me puse a mirar las flechas y el de al lado parecía un tanto ausente. Decidí mirar para otro lado y seguir escuchando los datos que daba sobre las diversas flechas.
-¿Dónde puedo encontrar una armería?
La anciana me miró y remojó sus labios antes de volver hablar.
-Ves a la esquina de esta calle - señaló con el bastón por donde había venido-. Al norte de todo hay otra.
-¡Gracias!
Tras aquella parada eché a correr hacia abajo de todo, esquivando diversos niños que jugaban a la pelota e incluso mujeres que no paraban de parlotear. Llegué a la entrada y vi un gran cartel en grande colgar de la pared. Al contrario que otras tiendas en Skyros, este se encontraba en perfecto estado.
Entré y sonó un leve tintineo.
Dentro estaban un tío de negro y el vendedor, el cual no paraba de dar datos sobre las flechas. Me quedé embobada ante tal paraíso de flechas. Había de todas las formas y metales. Más calidad, menos... fantásticas.
-¿Tipos de criatura? - Me metí en la conversación-. ¡Eso me vendría genial!
Me puse a mirar las flechas y el de al lado parecía un tanto ausente. Decidí mirar para otro lado y seguir escuchando los datos que daba sobre las diversas flechas.
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