[Priv. Björnok - Yoko] Si la paga es buena...

- ¡De vuelta en Skyros! Aquí fue donde nos conocimos, ¿verdad?

- Cállate.

El enano no podía creer que tuviese que volver a aquella condenada isla. Suspiró, cansado. Al menos sabía que haría todo lo posible para evitar encontrarse con su antiguo jefe, el herrero. Le tenía demasiado asco y posiblemente tuviese ganas de lanzarlo contra la pared con Aard. Habían recibido una carta de un hombre que tenía un contrato para ellos aquí y ambos caminaban dirección a la taberna en la que habían quedado con aquella persona. El elfo miraba sonriente a todas partes mientras caminaba. En cierta ocasión, soltó una risita y se inclinó a dos jovencitas que pasaban.

- Damas... -dijo, provocando que las muchachas rieran entre sí, coquetas.

El enano giró los ojos. Aquel hábito del elfo los seguía a todas partes, pero se empezaba a acostumbrar. Al menos el elfo no era irrespetuoso con las mujeres, lo cual era de agradecer. Por fin llegaron a la puerta de la taberna, llamada La Jarra del Ogro. El enano, seguido por Jaspe, entró. Según decía en la carta, el contacto llevaría puesto un sombrero de trovador con una brillante pluma verde. No parecía estar aún en la taberna. El enano se sentó en una de las mesas, con Jaspe, y simplemente esperó.

Movía las gafas de sol arriba y abajo, dándole a la gente en los ojos con el reflejo sin que estos supieran de dónde venía. ¡Qué divertido! Intentaba contener la risa cada vez que alguien pasaba por delante del banco en el que estaba sentada, pero finalmente en un momento eché a reír. Por desgracia me cuadró con un hombre de mediana edad, de aspecto fornido y malhumorado. Él sí que se había fijado en mis gafas de sol.

Me quedé mirándolo mientras mordía mi labio inferior y después comenzó a caminar hacia mí. En ese momento me levanté y me puse las gafas de sol para salir corriendo. Salté el banco de piedra y subí directamente por un callejón. Por suerte, con la muchedumbre que había perdí de vista al señor.

Una vez pasado un rato decidí dejar de correr y caminar con parsimonia. No tenía nada que hacer en esta isla. ¿Por qué habría venido aquí? Menudo rollo. Parecía un lugar muy clásico para mi gusto. Bostecé y metí las manos en los bolsillos. Iba observando cada detalle del lugar.

Recorrí calles sin saber qué hacer hasta que por fin encontré una taberna. Qué nombre más raro, seguro que tenía buena pinta por dentro. Abrí la puerta y sonó un chirrido que apenas se notó, pues dentro parecía haber bastante jaleo ya fuese de los clientes o de los camareros. Cerré la puerta y me detuve buscando un sitio para sentarme.

-Vaya... - Murmuré sin apenas mover los labios.

Fue entonces cuando entró una muchacha en la taberna. La reacción de Jaspe fue instantánea. Se levantó de golpe disculpándose ante el enano y, de forma bastante grácil, dio zancadas hasta llegar a la muchacha pelirroja. Se presentó de forma elegante, dándole un beso en la mano. Björnok notó que se había presentado con su apodo incluido, "Jaspe Seis Dedos". Sabía de sobra que el elfo usaba su extraña malformación como elemento exótico para seducir mujeres. Según él, la mayoría amaban su sexto dedo. El enano suspiró y negó con la cabeza, con decepción.

Un hombre se sentó frente a él. El enano miró hacia arriba, clavando sus ojos en los del extraño. Fue cuando vio el sombrero con una pluma de trovador en él y reconoció a su contacto. El enano arrugó la nariz, acariciándose las barbas.

- ¿Eres Ewan Björnok?

- ¿A cuantos enanos conoces?

- Tomaré eso como un sí.

Mientras, a lo lejos, Jaspe parecía seguir intentando encandilar a la pelirroja.

- Escucha, Ewan. Tengo el que posiblemente va a ser el contrato de tu vida.

El enano levantó una ceja.

- Tienes el listón muy alto, entonces. ¿En qué consiste ese contrato?

El hombro esbozó una sonrisa ladeada y se cruzó de brazos, confiado.

- Dime... ¿Estás dispuesto a planear un robo? Estoy buscando gente.

La taberna estaba bastante llena, pero finalmente logré encontrar un sitio en el que sentarme. Qué maravilla, un poco de descanso no venía mal, aunque llevaba todo el día sin hacer nada. No me sentía bien conmigo misma por no hacer nada productivo. Era una cazadora famosa, ¿qué pensarían de mí si me viesen vagueando? Probablemente ya no confiasen en mí para luchar contra el mal. Suspiré. Solo diré que si llevaba todo el día sin hacer nada era porque me habían citado en la taberna, un señor quería tratar un tema muy importante conmigo.

En cuanto me senté el tabernero se acercó a mí rápidamente para tomar nota. Le pedí un zumo de melocotón, siempre era mi bebida favorita junto con el chocolate caliente. Se me hacía la boca agua solo de pensarlo. Quizás hoy tuviese varios caprichos de lo que me apetecía.

En cuanto el tabernero me trajo mi zumo yo se lo pagué. Bebí un trago y miré a todas partes. ¿Cuánto tiempo se supone que tendría que esperar? Un muchacho se sentó a mi lado. Estaba sorprendida al ver su comportamiento, ¿acaso sería el que me envió la carta?

-Encantado, mi nombre es Jaspe. - Dijo con una sonrisa de oreja a oreja mientras besaba mi mano.

-Ehm... Yo soy Yoko - Dije un poco confusa, iba a preguntar qué quería, pero me interrumpió.

-Tu pelo parece el mismísimo fuego, espero que no queme. - Dijo pasando su mano por un mechón mío mientras soltaba una carcajada, en ese momento me eché hacia atrás. - Ni la joya más valiosa podría competir con el brillo de tu mirada.

Aquel chico era muy raro y me sentía un poco incómoda. Antes de que comenzase a hablar le interrumpí yo esta vez. - ¿Eres el que ha enviado la carta? - Me miró confuso. - Un señor me dijo que tenía un tema muy importante que tratar conmigo. ¿Lo eres o no? - Si no lo era me iría de esa mesa, no me gustaba la gente tan pegajosa cuando tan solo eran desconocidos.

- ¡Jaspe! -gritó el enano justo después de la palabra robo.

El elfo se giró de golpe y miró a Björnok, el cual lo miraba con el ceño fruncido.

- ¿Qué?

- ¿No ves que a la chica no le interesas? Déjala en paz.

El elfo suspiró. Se levantó e hizo una reverencia a la muchacha, no sin antes dedicarle una sonrisa de galán. Dicho aquello, se dirigió de nuevo a la mesa del enano y el contacto y se sentó. El contacto, en cambio, se quedó mirando a Yoko.

- Ah, Yoko Littner -dijo, con una sonrisa-. A usted también la esperaba.

- Así que buscas formar un equipo para un robo, ¿eh? No sé si esa niña lo hará o no, pero Jaspe y yo no rompemos la ley. Así que me temo que no podrá contar con nosotros. Nos largamos.

Sin decir una palabra más, el enano bajó de la silla, de forma bastante cómica debido a su tamaño. Ya se estaba yendo, siendo seguido por Jaspe, cuando el contacto lo detuvo.

- No se romperá ley ninguna. Dejadme que termine de explicar.

El enano suspiró y se volvió a sentar, seguido por Jaspe de nuevo. Entonces, el hombre, cuando la muchacha pelirroja ya hubiese decidido sentarse en la mesa junto a ellos, contaría su plan.

Al final Jaspe no resultó ser la persona que esperaba, qué mal. Por suerte, aquel enano llamó la atención de Jaspe y del hombre que estaba con ellos, y este último era quien me había llamado. Me levanté de la silla y me acerqué hasta la mesa en que estaban ellos, apoyando el puño sobre la superficie de esta.

En cuanto escuché la palabra robo quise echarme hacia atrás. La idea de romper la ley no me interesaba lo más mínimo de momento. Además de ser peligroso, todavía no estaba preparada. No quería que pusieran recompensa a mi cabeza, si ya intentaron asesinarme siendo una cazadora no quería ni inimaginarme siendo una delincuente.

El enano me hacía bastante gracia por su forma de moverse. Veía cómo se iban, pero algo me olía mal, es decir, ¿un robo que no rompe ninguna ley? No entendía nada. Podría aceptar aquel trabajo solo si el enano venía conmigo, en cambio, de ponerse feas las cosas dejaría de lado aquello y buscaría una forma de salirme, puede que incluso castigar a los que intentaban ser criminales.

Aparté una silla y me senté yo también. Muy atenta a lo que iba a decir aquel hombre, el cual no me inspiraba ninguna confianza. Entrelacé mis manos y miré uno por uno a los que me rodeaban.

-Venga, explícate. - Le pedí impaciente. Menuda persona que no era capaz de controlar a unos cuantos y encima no sabía desarrollarse.