[Pasado]Una buena amistad por encontrarse [priv.Arkhan]

El arte de vender y comprar era usado por algunos, pero comprendido por pocos. Por suerte, el moreno pertenecía al segundo grupo. Pasó casi toda su vida entendiendo el alma del mercado y cómo hacer que miserables objetos parecieran increíbles joyas forjadas por los mejores joyeros del mundo. Ese día, precisamente en ese momento, se encontraba caminando por las anchas y congestionadas calles de Rainbase.

Alzó su vista para poder ver mejor y se encontró con un montón de gente que se encontraba toda apilada frente a un puesto de algún connotado mercader. Rara vez él era quien compraba, pues estaba acostumbrado a vender; siempre que pensaba en adquirir algo, regateaba con el vendedor para obtener increíbles precios. Sonrió sutilmente y recordó una de las frases que siempre usaba su maestro.

–Los ricos son ricos porque gastan lo necesario, ¿eh? – Esquivó, mientras caminaba, a una señora que avanzaba lenta y cansadamente por la calle – Veamos que tiene este mercader para ofrecer.

La situación era peor de lo que imaginó. Había demasiada gente y apenas se podía ver la mercancía del hombre, sin embargo, casi como si su vista se tratara de la de un águila, notó como un chico, de piel morena y cabello oscuro, se infiltraba por entre medio de las piernas de las personas sacando carteras y billeteras hasta llegar al puesto de venta. De su mano comenzó a brillar, producto de los rayos solares, una piedra de color azul. Arkhan la identificó como un zafiro, pero por el tamaño que tenía no podía ser cualquier zafiro.

Llevó la mano izquierda al mentón y enfocó mejor para observar lo que estaba ocurriendo.

–¿A quién se le ocurre vender piedras de tanto valor en plena calle? A menos que... – Abrió los ojos de par en par, sorprendido por lo que estaba sucediendo – Claro, claro. Son piedras falsas. Un verdadero mercader no vendería joyas de esa envergadura en un puesto tan... Normal.

Pese a que los productos del hombre fueran falsos, no podía dejar que el chico se saliera con la suya. No solo le robó a un ladrón, sino que había hurtado un montón de carteras a gente inocente que caía tonta e ingenuamente en las palabras, rebuscadas y preparadas, del hombre. El pequeño ladroncillo salió, finalmente, del montón de gente y comenzó a correr hasta chocar con una de las piernas de Arkhan.

El espadachín lo sujetó fuertemente del brazo y de sus harapos cayeron un montón de billeteras y el falso zafiro en el acto. Sin embargo, con un acto ágil y astuto, el chico logró zafarse de Arkhan quien ingenuamente pensó que el ladrón se detendría.

–¡Espera! – gritó Arkhan viendo cómo, nuevamente, el chico volvía a escabullirse entre la gente.

La gente se volteó a ver lo que sucedió y muchas señoras, además de algunos caballeros, encontraron sus billeteras en el suelo. Con la mirada intentaron culpar a Arkhan, de hecho uno de ellos se le aproximó con las manos empuñadas listas para propinar un puñetazo.

–¿Arkhan? ¿Qué estás haciendo aquí? – Escuchó una voz femenina. Resultó ser la Doctora que le salvó del accidente que tuvo cuando chico.

–Estaba paseándome por la ciudad hasta que me encontré con un pequeño ladrón – le bajó el puño al hombre –, y este gorila ha querido golpearme por pensar que yo estaba robando. Mírame – le dijo directamente a los ojos –, si quisiera robarte, todas estas billeteras ya estarían siendo repartidas por un montón de agentes que tengo bajo mi poder.

El hombre, asustado, retrocedió y Arkhan soltó una fuerte carcajada.

–Que era broma, hombre. Relájate.

Aún había un caso que atender y era el mercader que vendía productos falsos.