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Lagrange
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Zábalam.
Una ciudad de puerto que estaba muy por fuera de los estándares de agrado de Lagrange. Las avenidas eran bulliciosas y multitudinarias, el bulevar estaba lleno de grandes locales y el calor no perdonaba a nadie. Es por ello que prefirió resguardarse en las sombras que propiciaban un callejón adyaciente a la avenida principal de la ciudad. Se apoyaba sobre la pared con los brazos y las piernas cruzadas. Su maletín lo acompañaba junto a sus pies. Mantenía su mirada adherida al sucio suelo del callejón y trataba de aguantar la tentación de pedir una escoba prestada en alguno de los locales del bulevar. Podía sentir cómo su máscara de tela se humedecía con el sudor que le causaba aquel estrés, pero sabía que salir a por una escoba sería demasiado llamativo si no se la quitaba.
Nadie debía ver su rostro. Revelaba la única cosa de la que se avergonzaba de sí mismo realmente: era humano. Un asqueroso y retorcido humano. Esa especie parásita y egoísta de la cual no quería formar parte. Al pensar esto, apretó sus propios brazos con sus manos y se mordió la lengua de la ira, la cual calmó tras unos segundos de meditación.
El sol no aflojaba lo cual atrajo a unos juguetones niños hacia el fresco callejón. Eran tres varones, uno de ellos con un cono de helado en su mano.
- ¡Ah! ¡Qué fresco se está aquí! - decía uno.
- ¡Sí, hacía demasiado calor! - respondía el otro.
- ¡Hay un señor extraño aquí! - aseveró el restante con un poco de miedo. Lagrange no reaccionó ante la presencia de aquellos niños. Los odiaba, así que su defensa para mantener la calma que había logrado alcanzar segundos antes fue ignorarlos por completo.
- ¡Es muy extraño! Oiga señor, ¿por qué usa esa extraña máscara? - preguntó el niño que tenía un cono de helado encima, pero Lagrange ni respondió, ni se movió.
- ¿Señor...? - repitió, aún sin respuesta. Los otros infantes le advertían dejar a aquel extraño sujeto en paz pues los ponía algo nerviosos.
- ¡Señor! - gritó mientras intentaba empujarlo con la mano en la que sostenía el helado. El mismo se cayó sobre el traje de Lagrange dejando una incómoda mancha chocolatosa y entonces sí que hubo respuesta. Lentamente, Lagrange, conteniendo su furia, giró su cabeza hacia el pequeño niño quien con cada ángulo de cuello recorrido hacia su dirección se asustaba cada vez más. Los otros dos críos huyeron despavoridos pegando gritos, pero al que quedaba no le respondían las piernas. Lagrange se abrió el saco y asomó uno de los cuchillos que ahí tenía. Eso le dio al infante la adrenalina necesaria como para dar media vuelta y escapar, no sin antes tropezar dos veces y caer sobre sus manos. Tenían suerte de que no atacara niños.
Lagrange suspiró. Miró la avenida principal a través del callejón y ubico un local de ropa con maniquíes bien vestidos en sus vitrinas. No tenía mucho dinero, pero no podía permitirse ir manchado por ahí. Decidió entrar y exigir un buen traje aunque tuviese que llevarlo a la fuerza. Caminó, atravesó la avenida y entró al local. Por alguna razón era más fresco adentro. Había dos personas conversando, un peculiar y alto hombre de cabellos negros vestido con una oscura gabardina y un canoso enano vestido como un auténtico abuelo. Los ignoró y procedió a revisar los trajes, sacos y corbatas que se exhibían en maniquíes al fondo de la tienda.
Una ciudad de puerto que estaba muy por fuera de los estándares de agrado de Lagrange. Las avenidas eran bulliciosas y multitudinarias, el bulevar estaba lleno de grandes locales y el calor no perdonaba a nadie. Es por ello que prefirió resguardarse en las sombras que propiciaban un callejón adyaciente a la avenida principal de la ciudad. Se apoyaba sobre la pared con los brazos y las piernas cruzadas. Su maletín lo acompañaba junto a sus pies. Mantenía su mirada adherida al sucio suelo del callejón y trataba de aguantar la tentación de pedir una escoba prestada en alguno de los locales del bulevar. Podía sentir cómo su máscara de tela se humedecía con el sudor que le causaba aquel estrés, pero sabía que salir a por una escoba sería demasiado llamativo si no se la quitaba.
Nadie debía ver su rostro. Revelaba la única cosa de la que se avergonzaba de sí mismo realmente: era humano. Un asqueroso y retorcido humano. Esa especie parásita y egoísta de la cual no quería formar parte. Al pensar esto, apretó sus propios brazos con sus manos y se mordió la lengua de la ira, la cual calmó tras unos segundos de meditación.
El sol no aflojaba lo cual atrajo a unos juguetones niños hacia el fresco callejón. Eran tres varones, uno de ellos con un cono de helado en su mano.
- ¡Ah! ¡Qué fresco se está aquí! - decía uno.
- ¡Sí, hacía demasiado calor! - respondía el otro.
- ¡Hay un señor extraño aquí! - aseveró el restante con un poco de miedo. Lagrange no reaccionó ante la presencia de aquellos niños. Los odiaba, así que su defensa para mantener la calma que había logrado alcanzar segundos antes fue ignorarlos por completo.
- ¡Es muy extraño! Oiga señor, ¿por qué usa esa extraña máscara? - preguntó el niño que tenía un cono de helado encima, pero Lagrange ni respondió, ni se movió.
- ¿Señor...? - repitió, aún sin respuesta. Los otros infantes le advertían dejar a aquel extraño sujeto en paz pues los ponía algo nerviosos.
- ¡Señor! - gritó mientras intentaba empujarlo con la mano en la que sostenía el helado. El mismo se cayó sobre el traje de Lagrange dejando una incómoda mancha chocolatosa y entonces sí que hubo respuesta. Lentamente, Lagrange, conteniendo su furia, giró su cabeza hacia el pequeño niño quien con cada ángulo de cuello recorrido hacia su dirección se asustaba cada vez más. Los otros dos críos huyeron despavoridos pegando gritos, pero al que quedaba no le respondían las piernas. Lagrange se abrió el saco y asomó uno de los cuchillos que ahí tenía. Eso le dio al infante la adrenalina necesaria como para dar media vuelta y escapar, no sin antes tropezar dos veces y caer sobre sus manos. Tenían suerte de que no atacara niños.
Lagrange suspiró. Miró la avenida principal a través del callejón y ubico un local de ropa con maniquíes bien vestidos en sus vitrinas. No tenía mucho dinero, pero no podía permitirse ir manchado por ahí. Decidió entrar y exigir un buen traje aunque tuviese que llevarlo a la fuerza. Caminó, atravesó la avenida y entró al local. Por alguna razón era más fresco adentro. Había dos personas conversando, un peculiar y alto hombre de cabellos negros vestido con una oscura gabardina y un canoso enano vestido como un auténtico abuelo. Los ignoró y procedió a revisar los trajes, sacos y corbatas que se exhibían en maniquíes al fondo de la tienda.
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Un traje azul marino de camisa blanca y corbata roja llamaba fuertemente la atención de Lagrange. La tela, los encajes, los remates, todo se conformaba en una prenda que correspondía a una excelente obra de sastrería. El sastre responsable de aquel traje definitivamente tenía unas manos privilegiadas. Pocas cosas ponían a Lagrange un ápice de brillo en sus ojos y el buen vestir era una de ellas, aunque debido a su máscara nadie podría hacer nota de ello.
El anciano que antes se encontraba conversando con aquel individuo de vestimentas extrañas se acercó a Lagrange con una amable sonrisa en su rostro. Sus manos estaban agarradas entre sí y antes de hablar hizo una pequeña reverencia.
- ¡Buenas tardes, joven! ¿Señor? ¡Vaya, no sé como referirme a usted ya que cubre su rostro de esa manera! - dijo mientras reía nerviosamente. Lagrange se limitó a observarlo de manera fija. Se notaba que le pesaban los años, pero que eso no le importaba para seguir adelante.
Lagrange estaba verdaderamente interesado en aquel traje azul marino. Tenía cualidades para el robo, pero era plena luz del día y había más gente en la tienda. Además, un maniquí vestía el traje, así que no podía llevarse el maniquí sin más. Las condiciones no estaban dadas para un robo efectivo. Entonces, pensó que podría asesinar al viejo, pero también llegó a la conclusión de que no sería la mejor idea puesto que aquel individuo de vestimentas extrañas que se encontraba echándole un ojo a la tienda llevaba encima dos katanas en la cintura. "La mejor lucha es la que no se da. Si se da, es la que dura poco", pensó. Las condiciones tampoco estaban dadas para tal acción puesto que el espadachín se veía indudablemente fuerte. Es así como Lagrange decide simplemente iniciar una conversación y ver a dónde lo lleva.
Durante todo ese análisis, Lagrange no había dicho ni una sola palabra. Simplemente miraba a aquel viejo enano. El mismo se mostraba algo ansioso. - ¿Está todo bien? Me enervas un poco, he de confesar. - confesó mientras se reía aún más nerviosamente.
Entonces, Lagrange volvió su mirada al traje y con un dedo lo señaló. - ¿Usted ha hecho este traje? - preguntó.
- ¡Ah! ¡Está interesado en el traje azul marino! ¡Me alegra tanto! Es como usted dice, lo hice yo mismo. Está valorado por un módico precio de 20.000 berris. ¿Desea probárselo? - preguntó amablemente aquel anciano.
- No. Ya sé de antemano que me queda. - respondió. Lagrange tenía buen ojo para esas cosas. - Pero he de confesarle que no puedo pagar por él. No obstante, ¿señor...? - preguntó, inquiriendo por el nombre de aquel anciano.
- ¡Baliet a sus servicios! - respondió con ánimo, pero sin perder una mirada que mezclaba interés y algo así como preocupación.
- No obstante, Señor Baliet, soy un individuo con habilidades. Lo invito a pensar en alguna situación en la que usted necesite algo de... - Lagrange hizo una pausa de unos segundos y después continuó - ... perspectiva.
- ¿Perspectiva? ¿Señor...? - esta vez era Baliet quien inquiría por un nombre.
- Lagrange.
- Señor Lagrange, me temo que no entiendo mucho. ¿Le puedo preguntar qué hace usted en Zábalam? Es evidente que usted no es de por aquí.
- ¿Yo? Yo vine a asesinar a alguien.
Hubo un silencio.
El anciano que antes se encontraba conversando con aquel individuo de vestimentas extrañas se acercó a Lagrange con una amable sonrisa en su rostro. Sus manos estaban agarradas entre sí y antes de hablar hizo una pequeña reverencia.
- ¡Buenas tardes, joven! ¿Señor? ¡Vaya, no sé como referirme a usted ya que cubre su rostro de esa manera! - dijo mientras reía nerviosamente. Lagrange se limitó a observarlo de manera fija. Se notaba que le pesaban los años, pero que eso no le importaba para seguir adelante.
Lagrange estaba verdaderamente interesado en aquel traje azul marino. Tenía cualidades para el robo, pero era plena luz del día y había más gente en la tienda. Además, un maniquí vestía el traje, así que no podía llevarse el maniquí sin más. Las condiciones no estaban dadas para un robo efectivo. Entonces, pensó que podría asesinar al viejo, pero también llegó a la conclusión de que no sería la mejor idea puesto que aquel individuo de vestimentas extrañas que se encontraba echándole un ojo a la tienda llevaba encima dos katanas en la cintura. "La mejor lucha es la que no se da. Si se da, es la que dura poco", pensó. Las condiciones tampoco estaban dadas para tal acción puesto que el espadachín se veía indudablemente fuerte. Es así como Lagrange decide simplemente iniciar una conversación y ver a dónde lo lleva.
Durante todo ese análisis, Lagrange no había dicho ni una sola palabra. Simplemente miraba a aquel viejo enano. El mismo se mostraba algo ansioso. - ¿Está todo bien? Me enervas un poco, he de confesar. - confesó mientras se reía aún más nerviosamente.
Entonces, Lagrange volvió su mirada al traje y con un dedo lo señaló. - ¿Usted ha hecho este traje? - preguntó.
- ¡Ah! ¡Está interesado en el traje azul marino! ¡Me alegra tanto! Es como usted dice, lo hice yo mismo. Está valorado por un módico precio de 20.000 berris. ¿Desea probárselo? - preguntó amablemente aquel anciano.
- No. Ya sé de antemano que me queda. - respondió. Lagrange tenía buen ojo para esas cosas. - Pero he de confesarle que no puedo pagar por él. No obstante, ¿señor...? - preguntó, inquiriendo por el nombre de aquel anciano.
- ¡Baliet a sus servicios! - respondió con ánimo, pero sin perder una mirada que mezclaba interés y algo así como preocupación.
- No obstante, Señor Baliet, soy un individuo con habilidades. Lo invito a pensar en alguna situación en la que usted necesite algo de... - Lagrange hizo una pausa de unos segundos y después continuó - ... perspectiva.
- ¿Perspectiva? ¿Señor...? - esta vez era Baliet quien inquiría por un nombre.
- Lagrange.
- Señor Lagrange, me temo que no entiendo mucho. ¿Le puedo preguntar qué hace usted en Zábalam? Es evidente que usted no es de por aquí.
- ¿Yo? Yo vine a asesinar a alguien.
Hubo un silencio.
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Apenas aquel hombre en gabardina se acercó, Lagrange puso sus sentidos en alerta. Sabía que era peligroso y desconocía de sus intenciones, sobre todo después de haber revelado tan polémica verdad. Momentos después de sus acciones y sus palabras, Lagrange entendió que sus intenciones no eran hostiles y se relajó. Baliet recibió la bolsa de dinero en sus manos abiertas con mucha confusión y sin ningún tipo de comentario. Probablemente la confesión de Lagrange y las acciones de aquel individuo lo habían desconcertado por completo.
- ¡Vaya! Es usted una persona muy particular. ¿Le paga el mercado a todas las personas que afirman estar a punto de cometer un crimen de tal magnitud? ¿Y no cualquier mercado, sino que nada más ni nada menos que un traje formal? - respondió Lagrange a aquel particular individuo cuyo nombre desconocía mientras lo miraba intensamente. Le regresó la mirada a Baliet e inclinó la cabeza hacia un lado mientras decía en un tono algo burlón - Lamento mucho si le han perturbado mis palabras. Usted disculpe, sucede que se me dificulta enormemente mentir, entonces siempre respondo con la verdad. - Lagrange dijo esto recordando el doloroso momento en el que su afirmación empezó a ser cierta.
Espabiló y regresó su mirada al extraño espadachín. - De todas maneras, agradezco enormemente su ayuda. Había ensuciado mi traje y no tolero andar así, me produce un gran estrés. La caballerosidad siempre por delante, permítame agradecerle como es debido. ¿Está su nombre entre las cosas que usted considera... "pronunciables"? - dijo Lagrange mientras desvestía al maniquí y colgaba cada prenda en su brazo sin perder de vista al espadachín.
- ¡Vaya! Es usted una persona muy particular. ¿Le paga el mercado a todas las personas que afirman estar a punto de cometer un crimen de tal magnitud? ¿Y no cualquier mercado, sino que nada más ni nada menos que un traje formal? - respondió Lagrange a aquel particular individuo cuyo nombre desconocía mientras lo miraba intensamente. Le regresó la mirada a Baliet e inclinó la cabeza hacia un lado mientras decía en un tono algo burlón - Lamento mucho si le han perturbado mis palabras. Usted disculpe, sucede que se me dificulta enormemente mentir, entonces siempre respondo con la verdad. - Lagrange dijo esto recordando el doloroso momento en el que su afirmación empezó a ser cierta.
Espabiló y regresó su mirada al extraño espadachín. - De todas maneras, agradezco enormemente su ayuda. Había ensuciado mi traje y no tolero andar así, me produce un gran estrés. La caballerosidad siempre por delante, permítame agradecerle como es debido. ¿Está su nombre entre las cosas que usted considera... "pronunciables"? - dijo Lagrange mientras desvestía al maniquí y colgaba cada prenda en su brazo sin perder de vista al espadachín.
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Apenas Maximilian dijo su nombre y dejó de prestarle atención debido a estos tres individuos que recién entraban al local, Lagrange alzó los hombros y procedió a retirar la cortina que tapaba un pequeño cubículo que servía de vestidor para poder cambiarse de ropa. Guardó el traje que llevaba puesto en su maletín y se puso el azul marino. Mientras terminaba de amarrarse la corbata escarlata que venía con el traje escuchó unos gritos de dolor que provenían de la entrada de la tienda. Cogió su maletín del suelo y salió del vestidor sólo para encontrarse con que Maximilian volvía a hacerse el protagonista de la escena defendiendo al anciano enano de lo que parecían ser un trío de matones. Luego del ajetreo, los tres se retiraron. Escuchó decir a Baliet que la persona que acababa de estar dentro de la tienda era nadie más y nadie menos que el hijo del individuo que manejaba el bajo mundo de la ciudad.
- Oh - murmuró Lagrange. Pensó que las cosas que pasan definitivamente parecieran estar escritas por alguien más porque a veces las casualidades superaban a la ficción. Era exactamente al padre de esa persona rubia y cejas extravagantes que tenía que asesinar.
Lagrange recordó cómo durante su estadía en Villmark había entrado en contacto con un padre desconsolado oriundo de Zábalam. Este último había presenciado el desastre que el enmascarado había hecho en el lugar y con una intensa sed de venganza, lo contrató para que acabara con la vida de un hombre que manejaba negocios sucios en su ciudad de origen. Al hijo de este señor se le había ofrecido un trabajo como peón de este Señor del bajo mundo de Zábalam, quien al negarse a asesinar a una persona, fue enterrado vivo junto a la persona que se la había ordenado asesinar.
Es así como Lagrange toma la iniciativa de acercarse otra vez a Baliet y mirarlo con la misma intensidad con la que lo miraba minutos atrás. - Señor Baliet, por favor dígame todo lo que sabe de aquel individuo de cejas extravagantes -.
- Oh - murmuró Lagrange. Pensó que las cosas que pasan definitivamente parecieran estar escritas por alguien más porque a veces las casualidades superaban a la ficción. Era exactamente al padre de esa persona rubia y cejas extravagantes que tenía que asesinar.
Lagrange recordó cómo durante su estadía en Villmark había entrado en contacto con un padre desconsolado oriundo de Zábalam. Este último había presenciado el desastre que el enmascarado había hecho en el lugar y con una intensa sed de venganza, lo contrató para que acabara con la vida de un hombre que manejaba negocios sucios en su ciudad de origen. Al hijo de este señor se le había ofrecido un trabajo como peón de este Señor del bajo mundo de Zábalam, quien al negarse a asesinar a una persona, fue enterrado vivo junto a la persona que se la había ordenado asesinar.
Es así como Lagrange toma la iniciativa de acercarse otra vez a Baliet y mirarlo con la misma intensidad con la que lo miraba minutos atrás. - Señor Baliet, por favor dígame todo lo que sabe de aquel individuo de cejas extravagantes -.
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Lagrange giró lentamente su cabeza hacia Maximilian, quien al parecer había unido los cabos y descubierto sus intenciones. Por primera vez lo veía sonriéndole y esto le llamó la atención. La presencia de Maximilian era benevolente y no representaba para él una amenaza por los momentos. Todo eso era óptimo pues ya que Víctor es, según las palabras de Baliet, una persona vengantiva, entonces probablemente buscaría a Maximilian para exigir retribución por el mal momento que le había hecho pasar en la tienda. A Lagrange se le ocurrió que quizás podría utilizar a Maximilian para llegar a Víctor y a Víctor para llegar Deblin, su objetivo.
- A por los dos - respondió después de inclinar la cabeza ligeramente hacia un lado. Empezó a idear alguna manera efectiva en la que podría hacer uso de Maximilian como carnada. Debía ser muy inteligente en el uso de sus palabras, pues este espadachín no se veía como ningún tonto y una pequeña malinterpretación por su parte podía hacer que las cosas terminaran como Lagrange quería. Tenía la opción de seguirlo sin que lo notara, pero eso representaba un riesgo pues tan fuerte como se veía, podía ser igual de atento y precavido. La mejor opción sería quizás unirse a él temporalmente, pero para hacer esto debía conocer las intenciones del espadachín con respecto al asunto.
- ¿Hará usted algo al respecto, Señor Maximilian? - preguntó.
- A por los dos - respondió después de inclinar la cabeza ligeramente hacia un lado. Empezó a idear alguna manera efectiva en la que podría hacer uso de Maximilian como carnada. Debía ser muy inteligente en el uso de sus palabras, pues este espadachín no se veía como ningún tonto y una pequeña malinterpretación por su parte podía hacer que las cosas terminaran como Lagrange quería. Tenía la opción de seguirlo sin que lo notara, pero eso representaba un riesgo pues tan fuerte como se veía, podía ser igual de atento y precavido. La mejor opción sería quizás unirse a él temporalmente, pero para hacer esto debía conocer las intenciones del espadachín con respecto al asunto.
- ¿Hará usted algo al respecto, Señor Maximilian? - preguntó.
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"Almorzar". Esa respuesta le pareció a Lagrange bastante hilarante. Realmente se encontraba ante una persona peculiar con sus prioridades bien definidas.
Baliet y Maximilian miraban a Lagrange con una sonrisa. Hacía un esfuerzo importante para entender por qué invitaban a alguien como él a compartir la comida. Llegó a pensar que quizás era una trampa, no se podía ser tan amable y menos con una persona que anda por ahí con la cara cubierta con una máscara, muchísimo menos con una persona que aseguraba ser un asesino. Es por eso que volvió a echar un vistazo a cada una de las personas que le dedicaba una sonrisa. Aquel espadachín que no se veía para nada tonto, o sí lo era, o tenía algo en mente. De todas maneras, su análisis de los gestos, de las expresiones y de la personalidad de Maximilian no concluían en que sus intenciones para con él fuesen hostiles.
- Hace un rato dije que usted era una persona muy particular, Señor Maximilian. Ratifico mi opinión. ¿Invita a comer a todas las personas enmascaradas que aseguran ser asesinos? ¿Es esa su definición de no quitarme más tiempo? - preguntó mirando al espadachín. - Y usted, Señor Baliet... - redirigió su mirada al anciano - ...usted no se salva de ese conjunto tampoco. Ni siquiera he pagado yo por el traje que llevo puesto, sin embargo Maximilian asegura que soy su único cliente del día y usted acepta esa justificación para invitarme a su casa, con su esposa -. A Baliet le caía algo de sudor por la sien y sonreía incómodamente, pero no parecía que iba a cambiar su opinión. Su confianza en Maximilian por alguna razón era bastante fuerte, como si ellos dos se conociesen desde hace tiempo.
Si la situación era tan buena como parecía, Lagrange estaba bien montado. Tanto Maximilian como la hija de Baliet eran personas de interés para Víctor, entonces estar cerca de ellos podría traer como consecuencia el estar cerca de Víctor también. Lagrange pensó que quizás era posible que Maximilian quisiera tenerlo cerca para mantenerlo bajo control, pero si sus intenciones eran las de ser su guardia moral, habría hecho algo cuando reveló de buenas a primeras que pretendía asesinar a alguien en Zámbala. Decidió que iría con ellos.
- ¿Qué clase de caballero sería si rechazara la invitación de otro a cenar? La elegancia siempre por delante, mis estimados. Con su permiso, los acompañaré sin molestar mucho -.
Baliet y Maximilian miraban a Lagrange con una sonrisa. Hacía un esfuerzo importante para entender por qué invitaban a alguien como él a compartir la comida. Llegó a pensar que quizás era una trampa, no se podía ser tan amable y menos con una persona que anda por ahí con la cara cubierta con una máscara, muchísimo menos con una persona que aseguraba ser un asesino. Es por eso que volvió a echar un vistazo a cada una de las personas que le dedicaba una sonrisa. Aquel espadachín que no se veía para nada tonto, o sí lo era, o tenía algo en mente. De todas maneras, su análisis de los gestos, de las expresiones y de la personalidad de Maximilian no concluían en que sus intenciones para con él fuesen hostiles.
- Hace un rato dije que usted era una persona muy particular, Señor Maximilian. Ratifico mi opinión. ¿Invita a comer a todas las personas enmascaradas que aseguran ser asesinos? ¿Es esa su definición de no quitarme más tiempo? - preguntó mirando al espadachín. - Y usted, Señor Baliet... - redirigió su mirada al anciano - ...usted no se salva de ese conjunto tampoco. Ni siquiera he pagado yo por el traje que llevo puesto, sin embargo Maximilian asegura que soy su único cliente del día y usted acepta esa justificación para invitarme a su casa, con su esposa -. A Baliet le caía algo de sudor por la sien y sonreía incómodamente, pero no parecía que iba a cambiar su opinión. Su confianza en Maximilian por alguna razón era bastante fuerte, como si ellos dos se conociesen desde hace tiempo.
Si la situación era tan buena como parecía, Lagrange estaba bien montado. Tanto Maximilian como la hija de Baliet eran personas de interés para Víctor, entonces estar cerca de ellos podría traer como consecuencia el estar cerca de Víctor también. Lagrange pensó que quizás era posible que Maximilian quisiera tenerlo cerca para mantenerlo bajo control, pero si sus intenciones eran las de ser su guardia moral, habría hecho algo cuando reveló de buenas a primeras que pretendía asesinar a alguien en Zámbala. Decidió que iría con ellos.
- ¿Qué clase de caballero sería si rechazara la invitación de otro a cenar? La elegancia siempre por delante, mis estimados. Con su permiso, los acompañaré sin molestar mucho -.
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Lagrange y Maximilian siguieron a Baliet hasta su casa. El anciano balbuceaba sobre la historia de su país, pero a Lagrange le importaba poco. Estaba más bien recordando con curiosidad las palabras del espadachín. "Creo que eres una persona interesante". Parecía que había encontrado a alguien más extraño que él mismo. Era incluso confianzudo tener a alguien como Lagrange tanta confianza.
Cuando por fin arribaron a la casa de Baliet fueron recibidos por una hermosa chica de cabellera zafiro quien saludó al anciano con mucho cariño. "Papá", le había llamado. Entraron a la casa y ahí se encontraba una sonriente y algo arrugada mujer. Transmitía mucha vitalidad y calidez. Baliet presentó a sus invitados y la señora, que resultaba ser su esposa, empezó saludando a Maximilian recordando que había conocido a su padre. "Lamento mucho lo que pasó", había dicho la señora. Lagrange en ese momento soltó una risa por la nariz que sólo escuchó él. Pensó que la vida parecía sólo tratarse de pérdidas: tiempo, dinero, parientes, seres queridos, salud... todo es pérdida, la ganancia es diferencial. Quizás el ser humano sobrevive porque se apega mucho a esas diferenciales "ganancias": conocimiento, fuerza, amor, éxitos endebles y efímeros.
- Un placer, Señor Lagrange, su máscara es bastante peculiar - dijo aquella señora sonriente.
- Es usted muy amable al recibirnos, señora - respondió Lagrange tocando su máscara en la región de la mejilla. No sentía el "placer" de conocerla, así que simplemente dijo algo que consideraba verdad. Acto seguido, la señora se retiró a la cocina.
Las tres personas restantes se sentaron en la mesa del comedor y fueron atendidas por la hija de Baliet con vasos de limonada. Lagrange observó cómo ella y Maximilian intercambiaban unas miradas cómplices que resultaron en el rubor de la chica y en un tosco escape por parte de ella. "Si estos dos inician un romance, el conflicto con Víctor será inminente", pensó Lagrange sonriendo un poco. Por supuesto, nadie lo vio. Segundos después, Baliet dirigió su mirada a Lagrange e hizo una pregunta bastante indiscreta.
- Y bien, Señor Lagrange, ¿qué piensa hacer con Deblin y su hijo? - preguntó Baliet a una persona que era completamente incapaz de mentir. Pero no tenía que hacerlo si simplemente no respondía. Lagrange miró a Maximilian por unos segundos, le regresó la mirada a Baliet, extendió su brazo por completo y señaló al espadachín.
- ¡Él me dijo que no creía conveniente que mencione más de mis intenciones en esta isla! - aseveró Lagrange mientras inclinaba la cabeza ligeramente hacia un lado.
Cuando por fin arribaron a la casa de Baliet fueron recibidos por una hermosa chica de cabellera zafiro quien saludó al anciano con mucho cariño. "Papá", le había llamado. Entraron a la casa y ahí se encontraba una sonriente y algo arrugada mujer. Transmitía mucha vitalidad y calidez. Baliet presentó a sus invitados y la señora, que resultaba ser su esposa, empezó saludando a Maximilian recordando que había conocido a su padre. "Lamento mucho lo que pasó", había dicho la señora. Lagrange en ese momento soltó una risa por la nariz que sólo escuchó él. Pensó que la vida parecía sólo tratarse de pérdidas: tiempo, dinero, parientes, seres queridos, salud... todo es pérdida, la ganancia es diferencial. Quizás el ser humano sobrevive porque se apega mucho a esas diferenciales "ganancias": conocimiento, fuerza, amor, éxitos endebles y efímeros.
- Un placer, Señor Lagrange, su máscara es bastante peculiar - dijo aquella señora sonriente.
- Es usted muy amable al recibirnos, señora - respondió Lagrange tocando su máscara en la región de la mejilla. No sentía el "placer" de conocerla, así que simplemente dijo algo que consideraba verdad. Acto seguido, la señora se retiró a la cocina.
Las tres personas restantes se sentaron en la mesa del comedor y fueron atendidas por la hija de Baliet con vasos de limonada. Lagrange observó cómo ella y Maximilian intercambiaban unas miradas cómplices que resultaron en el rubor de la chica y en un tosco escape por parte de ella. "Si estos dos inician un romance, el conflicto con Víctor será inminente", pensó Lagrange sonriendo un poco. Por supuesto, nadie lo vio. Segundos después, Baliet dirigió su mirada a Lagrange e hizo una pregunta bastante indiscreta.
- Y bien, Señor Lagrange, ¿qué piensa hacer con Deblin y su hijo? - preguntó Baliet a una persona que era completamente incapaz de mentir. Pero no tenía que hacerlo si simplemente no respondía. Lagrange miró a Maximilian por unos segundos, le regresó la mirada a Baliet, extendió su brazo por completo y señaló al espadachín.
- ¡Él me dijo que no creía conveniente que mencione más de mis intenciones en esta isla! - aseveró Lagrange mientras inclinaba la cabeza ligeramente hacia un lado.
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Lagrange había comido en silencio. Para ello, se había levantado un poco su máscara de tela de modo que sólo su boca era visible. Hacía tiempo que no podía distinguir entre sabroso o no, simplemente comía por necesidad hasta que el estómago se le sintiera hinchado. Los demás conversaban, pero Lagrange no prestaba atención, al menos no a la conversación de mesa. Usaba "Enfoque Pleno" para vigilar con sus oídos la zona externa a la casa. La esposa de Baliet se llevó los platos al terminar de comer y Lagrange se arregló la máscara para que quedara de la misma forma que estaba antes.
Momentos luego, los escuchó. Numerosas pisadas y eslabones de cadena se oían fuera la casa. "Llegaron", pensó Lagrange. Tocaron la puerta y Verónica fue a atenderla. Se escuchaba un ajetreo afuera. La chica regresó para advertir que buscaban a Maximilian, a lo que el espadachín se levantó con compostura y salió. Unos momentos después, regresó para pedirle a Lagrange que lo acompañara a las afueras de la casa antes de decirle a Baliet que no se preocupara. Antes de que Lagrange pudiese responder, ya Maximilian había abandonado el comedor otra vez.
Lagrange pensó seriamente en obedecer. No era el tipo de persona que podía enfrentar a la mitad de los hombres que escuchaba allá afuera, no aún. No obstante, esa multitud no asustaba a Maximilian. Se mostraba seguro y tranquilo. Aquel espadachín que se veía tan fuerte probablemente lo era, incluso lo suficiente como para enfrentar a todos ellos. Además, era al espadachín a quien buscaban, no a Lagrange. Es por ello que decidió levantarse y salir de la casa para ver qué sucedía afuera. Se encontró con que había algo más de treinta y cinco hombres armados con mazos, cadenas, pistolas y otras armas. También vio al lado de Maximilian a un hombre grande y corpulento, con cabello picudo y barba. Ya que el espadachín estaba tan cómodo con él a su lado, Lagrange llegó a la conclusión de que eran aliados.
Regresó su mirada y busco a Víctor entre la multitud. No estaba. Evidentemente ese cobarde no se mancharía las manos cuando tenía a un grupo de matones a su disposición para hacerlo por él. Es en ese entonces es que hizo su análisis: si Lagrange interfería en la pelea, se convertiría en un objetivo de Deblin. Eso si alguno de los hostiles sobrevivía para informar de su presencia en la escena, claro está, pero no pensaba que Maximilian fuese el tipo de persona que tomara vidas. Por otro lado, si participaba en la lucha, reducía las posibilidades de que Maximilian fuese desafortunadamente derrotado por sus rivales, perdiendo así su único vínculo con Víctor y por ende con Deblin. Por más fuerte que sea, una herida de bala bien puesta mata hasta al más duro. Conclusión: lo mejor era deshacerse de los individuos que representaban mayor peligro para el espadachín y su aliado, que según el juicio de Lagrange, eran los pistoleros. Luego de eso, se recogería del combate y luego de que el mismo acabara, se aseguraría de matar a todos los que quedaran inconscientes o invalidados salvo a uno que interrogaría para descubrir el paradero de Víctor. Era más fácil que llevarse a Verónica como carnada.
Es así como Lagrange empezó a contar a los hostiles con armas de fuego. Uno... dos... contó ocho. Convenientemente, era la cantidad de cuchillos que podía lanzar a la vez. No estaban muy lejos así que podría liquidarlos en un movimiento. Ocho cuchillos se deslizaron por las mangas del traje de Lagrange hacia sus manos, cuatro cuchillos por manga. Se tomó un momento para respirar profundo, apuntar bien y precisar la ubicación de cada uno de sus oponentes. Miró a Maximilian e inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado.
- El mundo es de los vivos. No de los inteligentes, mucho menos de los buenos - le dijo, y acto seguido, cruzó ambos brazos frente a su rostro para tomar impulso y lanzó sus ocho puñales hacia los cuellos de sus ocho víctimas. Atinó todos sus lanzamientos. Cada uno de los apuñalados emitió sonidos de asfixia y dolor mientras caían al piso. Los demás hostiles adoptaron una posición defensiva mientras gritaban insultos y maldiciones. Lagrange volvió a dedicar una mirada a Maximilian mientras le decía - Demuéstreme que usted es de esos a los que les pertenece el mundo, Señor Maximilian -. Lagrange se dio media vuelta y se encerró en la casa. Se apoyó en la pared al lado de la puerta y dedicó toda su atención a escuchar lo que ocurriría afuera.
Momentos luego, los escuchó. Numerosas pisadas y eslabones de cadena se oían fuera la casa. "Llegaron", pensó Lagrange. Tocaron la puerta y Verónica fue a atenderla. Se escuchaba un ajetreo afuera. La chica regresó para advertir que buscaban a Maximilian, a lo que el espadachín se levantó con compostura y salió. Unos momentos después, regresó para pedirle a Lagrange que lo acompañara a las afueras de la casa antes de decirle a Baliet que no se preocupara. Antes de que Lagrange pudiese responder, ya Maximilian había abandonado el comedor otra vez.
Lagrange pensó seriamente en obedecer. No era el tipo de persona que podía enfrentar a la mitad de los hombres que escuchaba allá afuera, no aún. No obstante, esa multitud no asustaba a Maximilian. Se mostraba seguro y tranquilo. Aquel espadachín que se veía tan fuerte probablemente lo era, incluso lo suficiente como para enfrentar a todos ellos. Además, era al espadachín a quien buscaban, no a Lagrange. Es por ello que decidió levantarse y salir de la casa para ver qué sucedía afuera. Se encontró con que había algo más de treinta y cinco hombres armados con mazos, cadenas, pistolas y otras armas. También vio al lado de Maximilian a un hombre grande y corpulento, con cabello picudo y barba. Ya que el espadachín estaba tan cómodo con él a su lado, Lagrange llegó a la conclusión de que eran aliados.
Regresó su mirada y busco a Víctor entre la multitud. No estaba. Evidentemente ese cobarde no se mancharía las manos cuando tenía a un grupo de matones a su disposición para hacerlo por él. Es en ese entonces es que hizo su análisis: si Lagrange interfería en la pelea, se convertiría en un objetivo de Deblin. Eso si alguno de los hostiles sobrevivía para informar de su presencia en la escena, claro está, pero no pensaba que Maximilian fuese el tipo de persona que tomara vidas. Por otro lado, si participaba en la lucha, reducía las posibilidades de que Maximilian fuese desafortunadamente derrotado por sus rivales, perdiendo así su único vínculo con Víctor y por ende con Deblin. Por más fuerte que sea, una herida de bala bien puesta mata hasta al más duro. Conclusión: lo mejor era deshacerse de los individuos que representaban mayor peligro para el espadachín y su aliado, que según el juicio de Lagrange, eran los pistoleros. Luego de eso, se recogería del combate y luego de que el mismo acabara, se aseguraría de matar a todos los que quedaran inconscientes o invalidados salvo a uno que interrogaría para descubrir el paradero de Víctor. Era más fácil que llevarse a Verónica como carnada.
Es así como Lagrange empezó a contar a los hostiles con armas de fuego. Uno... dos... contó ocho. Convenientemente, era la cantidad de cuchillos que podía lanzar a la vez. No estaban muy lejos así que podría liquidarlos en un movimiento. Ocho cuchillos se deslizaron por las mangas del traje de Lagrange hacia sus manos, cuatro cuchillos por manga. Se tomó un momento para respirar profundo, apuntar bien y precisar la ubicación de cada uno de sus oponentes. Miró a Maximilian e inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado.
- El mundo es de los vivos. No de los inteligentes, mucho menos de los buenos - le dijo, y acto seguido, cruzó ambos brazos frente a su rostro para tomar impulso y lanzó sus ocho puñales hacia los cuellos de sus ocho víctimas. Atinó todos sus lanzamientos. Cada uno de los apuñalados emitió sonidos de asfixia y dolor mientras caían al piso. Los demás hostiles adoptaron una posición defensiva mientras gritaban insultos y maldiciones. Lagrange volvió a dedicar una mirada a Maximilian mientras le decía - Demuéstreme que usted es de esos a los que les pertenece el mundo, Señor Maximilian -. Lagrange se dio media vuelta y se encerró en la casa. Se apoyó en la pared al lado de la puerta y dedicó toda su atención a escuchar lo que ocurriría afuera.
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Lagrange estaba en lo cierto. Ese espadachín que hizo de las suyas afuera de la casa era indudablemente temible. No vio nada de la acción, pero escuchó los gritos de terror de unos hombres que creían estar bajo alguna especie de brujería. Sintió respeto por Maximilian, sabía que estaba fuera de su alcance. Una vez terminado el ajetreo, aquel espadachín entró a la casa, le aseguró al enmascarado que pronto obtendrían información útil, se despidió de Baliet y su hija y volvió a salir. Las cosas no habían salido como Lagrange esperaba; Maximilian no había noqueado a sus adversarios, los había ahuyentado. Además, fue su corpulento aliado quien obtuvo la información pertinente, no Lagrange. Cuando salió, observó que ni los cadáveres de las personas que había matado se encontraban. A Lagrange le temblaron los dedos y apretó los puños. La situación se prestaba para enterrar sus cuchillos suavemente en unos cuantos diafragmas, pero las acciones de Maximilian no se lo permitieron. Su sed se sangre se vio en auge y el enmascarado comenzó a sentirse ansioso.
Observó en la puerta una nota en la que el barbudo amigo del espadachín ponía que los matones habrían de recoger su paga en el tercer piso del edificio de la alcaldía. Maximilian le había invitado a seguirlo, así que supuso que también se dirigiría hacia allá. Lagrange volteó y miró dentro de la casa una vez más antes de irse.
- Ha sido usted muy amable, Señor Baliet. Señorita. - dijo Lagrange despidiéndose del anciano y luego de su hija. Acto seguido, procedió a seguir los pasos de aquel tranquilo guerrero por la larga avenida que empezaba a ser iluminada por la luz de una luna menguante.
Mientras caminaba, Lagrange observaba al espadachín con curiosidad. Intentaba pensar cómo era capaz de estar impregnado de serenidad todo el tiempo, intentaba deducir cuál era la motivación que movía sus pies. - Usted huele a pirata en todos lados, Señor Maximilian. La libertad definitivamente corre por su espíritu. ¿Me permite preguntarle por qué eligió ese camino? - dijo mientras lo alcanzaba y sincronizaba sus pasos con él.
Observó en la puerta una nota en la que el barbudo amigo del espadachín ponía que los matones habrían de recoger su paga en el tercer piso del edificio de la alcaldía. Maximilian le había invitado a seguirlo, así que supuso que también se dirigiría hacia allá. Lagrange volteó y miró dentro de la casa una vez más antes de irse.
- Ha sido usted muy amable, Señor Baliet. Señorita. - dijo Lagrange despidiéndose del anciano y luego de su hija. Acto seguido, procedió a seguir los pasos de aquel tranquilo guerrero por la larga avenida que empezaba a ser iluminada por la luz de una luna menguante.
Mientras caminaba, Lagrange observaba al espadachín con curiosidad. Intentaba pensar cómo era capaz de estar impregnado de serenidad todo el tiempo, intentaba deducir cuál era la motivación que movía sus pies. - Usted huele a pirata en todos lados, Señor Maximilian. La libertad definitivamente corre por su espíritu. ¿Me permite preguntarle por qué eligió ese camino? - dijo mientras lo alcanzaba y sincronizaba sus pasos con él.
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Sentimiento que a Lagrange le costaba mucho sentir por la gente. Sin embargo, aquel espadachín había logrado que lo sintiera por él. No confundir con empatía. Cuando Lagrange respeta a alguien, valora más su existencia en el mundo sin llegar a exonerarla de la responsabilidad que le recae al formar parte de la humanidad. Lagrange guardaba en lo profundo de sus pensamientos una lista de nombres de personas que retaban por completo al estereotipo humano y Maximilian acababa de entrar en ella.
Una vez en la alcaldía, Maximilian lideró el camino hacia el tercer piso. Se identificó como la persona que cobraría el trabajo de Víctor, permitiéndole a él y a Lagrange el acceso a una gran oficina en la que se encontraba un canoso señor contando billetes. El espadachín se sentó en un sillón que se encontraba a un lado mientras aquel anciano les dedicaba una mirada de llena de confusión y nervios.
- Tu turno, Lagrange. Obtén la información que quieres - dijo Maximilian. Lagrange lo miró por unos segundos y luego redirigió su mirada hacia aquel anciano que se notaba cada vez más tenso. Lagrange cerró la puerta de la oficina con despacio sin perder de vista al señor, la trancó con seguro, dejó el maletín sobre el suelo y comenzó a caminar hacia él.
- ¿Quiénes son ustedes? - preguntó aquel anciano, quien se encontraba detrás de un gran escritorio sobre el cual apoyaba una caja de madera en el que metía el dinero que antes contaba. Frente al escritorio se encontraban dos sillones de cuero negro para los visitantes. Lagrange se acercó al escritorio y, después de regalar unas buenas tarde-noches, le pidió permiso a aquel contador para sentarse, como un buen caballero. El mismo accedió y así lo hizo el enmascarado.
- Ha de saber, primero que todo, que no tenemos ningún asunto pendiente con usted, ¿señor...? -. Lagrange inquiría por el nombre del contador.
- Walter - replicó el contador.
- Señor Walter. Con el Señor Deblin sí tengo un asunto de índole comercial que he de resolver con él personalmente. Entiendo que al Señor Deblin le guste su privacidad, pero no puede evitar evadir a todas las personas con las que hace negocios, ¿sí me entiende, Señor Walter? - dijo Lagrange mientras cruzaba las piernas y entrelazaba sus dedos. Aquel contador se notaba algo nervioso, definitivamente no le daba buena espina la persona que lo interrogaba, probablemente debido a la peculiar máscara que llevaba encima.
- Me disculpará, caballero, pero sinceramente no estoy en capacidad de responder su pregunta. Desconozco a ese tal Señor Deblin - respondió Walter. Contaba el dinero más deprisa y lo guardaba en la caja cada vez más rápidamente. Lagrange volteó a mirar a Maximilian, quiso saber qué pensaba de aquella respuesta leyendo su rostro. Le regresó la mirada a Walter y guardó silencio por varios segundos, cosa que enervó aún más al contador.
- Señor Walter... - dijo Lagrange con una voz mucho más siniestra. -... yo lo invito a la reflexión. Entienda que los vigilantes afuera piensan que estamos cobrando un trabajo, que aun si lo escuchan no podrán entrar pues la puerta está cerrada con seguro ... - y en ese momento, Lagrange lentamente saca un cuchillo de su nuevo traje azul marino y lo clava en el escritorio con fuerza -... y que el siguiente minuto será el peor de su vida si no responde mi pregunta - concluyó con una voz casi demoníaca. Walter comenzó a sudar frío y temblar. Un manojo de billetes que tenía en la mano se le resbalaron y cayeron al piso en todas direcciones.
- Yo... no sé quién es este Deblin que usted menciona - respondió Walter con una voz temblorosa. Lagrange alzó los hombros, como si estuviese a punto de hacer algo de lo que no tenía más opción. Se levantó de la silla, levantó el puñal clavado en el escritorio y empezó a rodearlo. Walter intentó pararse de su asiento y huir de aquel hombre en traje, pero este lo atrapó por el cuello, lo estampó contra el escritorio y lo sujetó para abrirlo por completo y dejarle ver sus entrañas. Pero entonces, confesó: - ¡La selva! ¡Se refugia en la selva en un campamento a 20 kilómetros de la ciudad! - respondió Walter con los ojos húmedos y mostrando las manos.
[color:d8e3=#ffgg00]- Gracias - respondió Lagrange antes de introducir el puñal por la mandíbula del anciano y a través de toda su cabeza. Sus ojos se voltearon y murió sobre el escritorio dejando un charco de sangre sobre el mismo. Lagrange retiró el puñal, lo limpió con un pañuelo y lo guardó. - Y tomaré esto - dijo mientras tomaba todo el dinero de la caja de madera y lo guardaba dentro de los bolsillos de su traje. Caminó hacia Maximilian, le asintió con la cabeza, tomó su maletín y abrió la puerta para disponerse a marchar. - Le agradezco enormemente su ayuda, Señor Maximilian. Es usted una persona bastante peculiar. Si decide acompañarme en mi jornada, estoy seguro de que resultará muy simbiótico. ¿Qué hará entonces? -.
Sentimiento que a Lagrange le costaba mucho sentir por la gente. Sin embargo, aquel espadachín había logrado que lo sintiera por él. No confundir con empatía. Cuando Lagrange respeta a alguien, valora más su existencia en el mundo sin llegar a exonerarla de la responsabilidad que le recae al formar parte de la humanidad. Lagrange guardaba en lo profundo de sus pensamientos una lista de nombres de personas que retaban por completo al estereotipo humano y Maximilian acababa de entrar en ella.
Una vez en la alcaldía, Maximilian lideró el camino hacia el tercer piso. Se identificó como la persona que cobraría el trabajo de Víctor, permitiéndole a él y a Lagrange el acceso a una gran oficina en la que se encontraba un canoso señor contando billetes. El espadachín se sentó en un sillón que se encontraba a un lado mientras aquel anciano les dedicaba una mirada de llena de confusión y nervios.
- Tu turno, Lagrange. Obtén la información que quieres - dijo Maximilian. Lagrange lo miró por unos segundos y luego redirigió su mirada hacia aquel anciano que se notaba cada vez más tenso. Lagrange cerró la puerta de la oficina con despacio sin perder de vista al señor, la trancó con seguro, dejó el maletín sobre el suelo y comenzó a caminar hacia él.
- ¿Quiénes son ustedes? - preguntó aquel anciano, quien se encontraba detrás de un gran escritorio sobre el cual apoyaba una caja de madera en el que metía el dinero que antes contaba. Frente al escritorio se encontraban dos sillones de cuero negro para los visitantes. Lagrange se acercó al escritorio y, después de regalar unas buenas tarde-noches, le pidió permiso a aquel contador para sentarse, como un buen caballero. El mismo accedió y así lo hizo el enmascarado.
- Ha de saber, primero que todo, que no tenemos ningún asunto pendiente con usted, ¿señor...? -. Lagrange inquiría por el nombre del contador.
- Walter - replicó el contador.
- Señor Walter. Con el Señor Deblin sí tengo un asunto de índole comercial que he de resolver con él personalmente. Entiendo que al Señor Deblin le guste su privacidad, pero no puede evitar evadir a todas las personas con las que hace negocios, ¿sí me entiende, Señor Walter? - dijo Lagrange mientras cruzaba las piernas y entrelazaba sus dedos. Aquel contador se notaba algo nervioso, definitivamente no le daba buena espina la persona que lo interrogaba, probablemente debido a la peculiar máscara que llevaba encima.
- Me disculpará, caballero, pero sinceramente no estoy en capacidad de responder su pregunta. Desconozco a ese tal Señor Deblin - respondió Walter. Contaba el dinero más deprisa y lo guardaba en la caja cada vez más rápidamente. Lagrange volteó a mirar a Maximilian, quiso saber qué pensaba de aquella respuesta leyendo su rostro. Le regresó la mirada a Walter y guardó silencio por varios segundos, cosa que enervó aún más al contador.
- Señor Walter... - dijo Lagrange con una voz mucho más siniestra. -... yo lo invito a la reflexión. Entienda que los vigilantes afuera piensan que estamos cobrando un trabajo, que aun si lo escuchan no podrán entrar pues la puerta está cerrada con seguro ... - y en ese momento, Lagrange lentamente saca un cuchillo de su nuevo traje azul marino y lo clava en el escritorio con fuerza -... y que el siguiente minuto será el peor de su vida si no responde mi pregunta - concluyó con una voz casi demoníaca. Walter comenzó a sudar frío y temblar. Un manojo de billetes que tenía en la mano se le resbalaron y cayeron al piso en todas direcciones.
- Yo... no sé quién es este Deblin que usted menciona - respondió Walter con una voz temblorosa. Lagrange alzó los hombros, como si estuviese a punto de hacer algo de lo que no tenía más opción. Se levantó de la silla, levantó el puñal clavado en el escritorio y empezó a rodearlo. Walter intentó pararse de su asiento y huir de aquel hombre en traje, pero este lo atrapó por el cuello, lo estampó contra el escritorio y lo sujetó para abrirlo por completo y dejarle ver sus entrañas. Pero entonces, confesó: - ¡La selva! ¡Se refugia en la selva en un campamento a 20 kilómetros de la ciudad! - respondió Walter con los ojos húmedos y mostrando las manos.
[color:d8e3=#ffgg00]- Gracias - respondió Lagrange antes de introducir el puñal por la mandíbula del anciano y a través de toda su cabeza. Sus ojos se voltearon y murió sobre el escritorio dejando un charco de sangre sobre el mismo. Lagrange retiró el puñal, lo limpió con un pañuelo y lo guardó. - Y tomaré esto - dijo mientras tomaba todo el dinero de la caja de madera y lo guardaba dentro de los bolsillos de su traje. Caminó hacia Maximilian, le asintió con la cabeza, tomó su maletín y abrió la puerta para disponerse a marchar. - Le agradezco enormemente su ayuda, Señor Maximilian. Es usted una persona bastante peculiar. Si decide acompañarme en mi jornada, estoy seguro de que resultará muy simbiótico. ¿Qué hará entonces? -.
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Lagrange pensaba en todas las cosas que le había dicho Maximilian mientras se encontraban en la sede de la alcaldía. Tenerlo a su lado sería bastante conveniente en su viaje, pues no sabía a qué se enfrentaría y tener un colchón ofensivo como aquel espadachín le brindaba al enmascarado bastante seguridad. De todas maneras, no es como si fuese a enfrentarse a Deblin y a sus hombres de frente, Lagrange siempre fue un hombre de estrategias más bien. Si había una víctima, prefería escabullirse y asesinar rápidamente antes de generar cualquier conflicto del cual pudiese poner en riesgo su intergridad. "La mejor lucha es la que no se da. Si se da, es la que dura poco", repitió en su mente.
- ¿Usted sabe cuál es el fundamento de un revolucionario, Señor Maximilian? - le preguntó al pelinegro justo después de que había pateado una piedra en el piso. - Pues es el pueblo - se contestó a sí mismo. - La revolución como proceso reinvindicativo y/o completamente transformador necesita más cosas que poder militar. Una revolución implica un cambio de sistema por parte de civiles. Si bien hay un "ejército" revolucionario, el mismo no sería nada sin el clamor de un pueblo que anhela un cambio de sistema. ¿Le tiene sentido que estas alimañas de Víctor y Deblin sean protegidas por el ejército revolucionario? ¿Dos personas que parecen ser bien conocidas por numerosos abusos de autoridad y delincuencia? Yo lo dudo bastante, Señor Maximilian. Lo último que puede perder una revolución es su posición moral; proteger a esas dos bestias mal bañadas le quitaría al ejército revolucionario su apoyo popular. ¿Estaría el Señor Baliet y su hija a favor de esta "revolución" si la misma protegiera a Víctor y a Deblin? Desde mi punto de vista, esos dos actúan al margen de la revolución. Y si no, les estamos haciéndoles un favor a los bien llamados revolucionarios, Señor Maximilian -.
Cuando Lagrange terminó de hablar, sacó de su traje una daga y miró hacia un pequeño establo que se encontraba a un lado del edificio de la alcaldía. - Ah, por los caballos no pienso pagar - dijo mientras se acercaba al establo y cortaba las riendas de uno de los dos caballos que ahí se encontraban. Cuando se montó en el suyo, con un gesto con la mano, invitó al espadachín a que se montara en el otro.
- Por cierto, no sabe cuánto aprecio su presencia, Señor Maximilian - le dijo antes de darle el fustazo inicial a su animal.
- ¿Usted sabe cuál es el fundamento de un revolucionario, Señor Maximilian? - le preguntó al pelinegro justo después de que había pateado una piedra en el piso. - Pues es el pueblo - se contestó a sí mismo. - La revolución como proceso reinvindicativo y/o completamente transformador necesita más cosas que poder militar. Una revolución implica un cambio de sistema por parte de civiles. Si bien hay un "ejército" revolucionario, el mismo no sería nada sin el clamor de un pueblo que anhela un cambio de sistema. ¿Le tiene sentido que estas alimañas de Víctor y Deblin sean protegidas por el ejército revolucionario? ¿Dos personas que parecen ser bien conocidas por numerosos abusos de autoridad y delincuencia? Yo lo dudo bastante, Señor Maximilian. Lo último que puede perder una revolución es su posición moral; proteger a esas dos bestias mal bañadas le quitaría al ejército revolucionario su apoyo popular. ¿Estaría el Señor Baliet y su hija a favor de esta "revolución" si la misma protegiera a Víctor y a Deblin? Desde mi punto de vista, esos dos actúan al margen de la revolución. Y si no, les estamos haciéndoles un favor a los bien llamados revolucionarios, Señor Maximilian -.
Cuando Lagrange terminó de hablar, sacó de su traje una daga y miró hacia un pequeño establo que se encontraba a un lado del edificio de la alcaldía. - Ah, por los caballos no pienso pagar - dijo mientras se acercaba al establo y cortaba las riendas de uno de los dos caballos que ahí se encontraban. Cuando se montó en el suyo, con un gesto con la mano, invitó al espadachín a que se montara en el otro.
- Por cierto, no sabe cuánto aprecio su presencia, Señor Maximilian - le dijo antes de darle el fustazo inicial a su animal.
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Cuando aquella bestia saltó de entre los árboles, Lagrange se encontraba justo al lado de Maximilian. Particularmente miraba a éste último mientras le dedicaba un feroz rugido. El enmascarado frenó a su cabello el cual elevó sus patas delanteras en desesperación; su jinete sabía que el animal quería salir despavorido, pero él no lo dejaba con sus riendas.
Tratando de mantener la calma pero sin perder la precaución, Lagrange le dedicó a Maximilian un vistazo con el que pretendía analizar sus intenciones. No mostraba miedo ni tensión, solamente le devolvía al gigantesco tigre una mirada seria que era bien difícil de leer. Era como si el espadachín tuviera algo de tigre también, algo de bestia. Era como si de alguna manera aquellos dos se entendieran.
Como Lagrange no sabía si las intenciones de Maximilian para con el tigre eran hostiles, temía que aquello resultara en un conflicto en donde el animal resultara dañado. El enmascarado sentía un profundo respeto por la vida animal; pensaba que su presencia en el mundo era mucho más justificable que la del virus humano. Un animal devuelve a su ambiente lo que toma de él. No toma más de lo que necesita, no conoce la ambición ni el egoísmo y no destruye su entorno sin ninguna forma de reciprocidad.
- Señor Maximilian, por favor no dañe al animal. Intentemos eludirlo o someterlo - dijo Lagrange mientras tomaba el estoque en su cinturón como precaución. Sabía que lo que decía era una locura pues estaban en peligro, pero aún así esperaba que el espadachín lo entendiera.
Tratando de mantener la calma pero sin perder la precaución, Lagrange le dedicó a Maximilian un vistazo con el que pretendía analizar sus intenciones. No mostraba miedo ni tensión, solamente le devolvía al gigantesco tigre una mirada seria que era bien difícil de leer. Era como si el espadachín tuviera algo de tigre también, algo de bestia. Era como si de alguna manera aquellos dos se entendieran.
Como Lagrange no sabía si las intenciones de Maximilian para con el tigre eran hostiles, temía que aquello resultara en un conflicto en donde el animal resultara dañado. El enmascarado sentía un profundo respeto por la vida animal; pensaba que su presencia en el mundo era mucho más justificable que la del virus humano. Un animal devuelve a su ambiente lo que toma de él. No toma más de lo que necesita, no conoce la ambición ni el egoísmo y no destruye su entorno sin ninguna forma de reciprocidad.
- Señor Maximilian, por favor no dañe al animal. Intentemos eludirlo o someterlo - dijo Lagrange mientras tomaba el estoque en su cinturón como precaución. Sabía que lo que decía era una locura pues estaban en peligro, pero aún así esperaba que el espadachín lo entendiera.
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