Hayden Ashworth
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Akuma no mi
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Llegas a Sicilia en un barco cuyos tripulantes han aceptado a llevarte a cualquiera que sea tu destino. Sin embargo, han tenido que parar en este lugar para rebastecerse de provisiones y demás. O al menos eso dicen. Cuando llegas te dicen que tardarán varias horas en tenerlo todo listo para marchar de nuevo. Tal vez quieras bajar y hacer algo de turismo. La isla, tal como la ves desde el barco, es un desastre. El aire está viciado por una espesa niebla y olor a sucio. Los edificios son altos y todo parece gris. Sin embargo, lo que más llama la atención son los extraños carros de hierro sin caballo que usan para moverse por los caminos. Algunos incluso rugen como dragones.
- Spoiler:
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Después de mi aventura con el ejército revolucionario, con los que compartía parte de mis ideales, aunque no todos, conseguí que otra embarcación me llevase con ellos a la isla de Dawn, donde me iba a encontrar con mi madre y mi querida hermana, con las que únicamente había tenido oportunidad de ver en dos ocasiones desde que perdí la memoria; por razones que no llegué a comprender en su día. Sin embargo, primero teníamos que hacer una parada en Sicilia, una isla con un ambiente algo enturbiado y un olor muy desagradable.
“¿Qué clase de rey deja que su reino tenga un aspecto tan deplorable como este?” –me pregunté, mientras debatía si bajar o no del barco. Al final, lo hice. Armé a brisa fresca, mi precioso caballo de color blanco, cogí mis cosas y bajé del navío; avisando que volvería en un tres de horas, antes que se fueran.
Deambule sobre mi caballo por aquella isla de metal. Allí no había castillo ni murallas, todo estaba cubierto por tierra negra y dura, que no dejaba rastro alguno. Sobre ella, circulaban unos monstruos metálicos, que rugían como fieras y expulsaban un humo que me molestaba. Además de asustar a mi caballo, al que tuve que calmar como pude. Todo era muy extraño, intenté localizar el castillo del gobernante de allí, pero no parecía haber nada. La gente me miraba muy extrañada, como si jamás hubieran visto un caballero. Algunos incluso se atrevían a mofarse de mí, pero me resultaban más ridículos ellos con sus ropas de mujer, con esos sombreros y ropajes grises con rallas.
—Chavalín, carnaval ya pasó –se mofó uno de ellos, mientras su cuadra de bufones se reían.
—¿Y me lo dice usted, joven lenguaraz? Cuyos ropajes parecen robados del burdel más cochambroso de todo Ávalon –reproché conteniéndome todo lo posible. Sabía que posiblemente aquello me buscaría problemas, sin embargo no podía dejar que hirieran mi honor.
“¿Qué clase de rey deja que su reino tenga un aspecto tan deplorable como este?” –me pregunté, mientras debatía si bajar o no del barco. Al final, lo hice. Armé a brisa fresca, mi precioso caballo de color blanco, cogí mis cosas y bajé del navío; avisando que volvería en un tres de horas, antes que se fueran.
Deambule sobre mi caballo por aquella isla de metal. Allí no había castillo ni murallas, todo estaba cubierto por tierra negra y dura, que no dejaba rastro alguno. Sobre ella, circulaban unos monstruos metálicos, que rugían como fieras y expulsaban un humo que me molestaba. Además de asustar a mi caballo, al que tuve que calmar como pude. Todo era muy extraño, intenté localizar el castillo del gobernante de allí, pero no parecía haber nada. La gente me miraba muy extrañada, como si jamás hubieran visto un caballero. Algunos incluso se atrevían a mofarse de mí, pero me resultaban más ridículos ellos con sus ropas de mujer, con esos sombreros y ropajes grises con rallas.
—Chavalín, carnaval ya pasó –se mofó uno de ellos, mientras su cuadra de bufones se reían.
—¿Y me lo dice usted, joven lenguaraz? Cuyos ropajes parecen robados del burdel más cochambroso de todo Ávalon –reproché conteniéndome todo lo posible. Sabía que posiblemente aquello me buscaría problemas, sin embargo no podía dejar que hirieran mi honor.
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Sin duda, tu presencia llama la atención. Tal vez demasiado. Unos cuatro hombres con traje negro y sombrero parece te están siguiendo a ti y a tu caballo. Sin embargo, otra persona desde el otro lado de la calle, ha decidido que era buena idea tirarte una bola de papel y llamarte perdedor. En cuanto pasas por delante de un callejón, te das cuenta de que no te estaban siguiendo a ti, pues han entrado en el callejón, de forma bastante sospechosa, observando antes si alguien se fijaba en ellos. ¿Qué haces?
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La conducta de aquellas personas era muy extravagante para alguien como yo. En mi vida había visto algo como aquello, ¿por qué le gustaban tanto ofender a otras personas? Me parecía algo sumamente increíble. Antes de que me diera cuenta alguien me tiró algo a la espalda, un papelucho. Paré a Brisa Fresca tirando de sus riendas.
—¡Soo! ¡Soo! Para chico, para –le dije antes de bajarme del barco.
Al bajarme cogí la bola de papel. Este tenía el nombre de una especie de club, no se podía leer muy bien, pues estaba cortado, pero por la imagen era un lugar de bebercio. El sujeto que me la lanzó me miraba y yo a él, puse mi mano sobre el mango de mi sable.
—¿Algún problema caballero? –le pregunté con seriedad.
—¡Soo! ¡Soo! Para chico, para –le dije antes de bajarme del barco.
Al bajarme cogí la bola de papel. Este tenía el nombre de una especie de club, no se podía leer muy bien, pues estaba cortado, pero por la imagen era un lugar de bebercio. El sujeto que me la lanzó me miraba y yo a él, puse mi mano sobre el mango de mi sable.
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El hombre, que ahora te das cuenta va acompañado de dos personas más, mira a sus compañeros y se ríe. Cruza la carretera con ellos hasta llegar a tu lugar. Es un hombre bajito y regordete, con una sonrisa burlona y eterna en su rostro.
- Baja del caballo -dice con tono autoritario, mientras sus dos seguidores sacan pistolas de su americana- Vamos a hablar como caballeros.
- Spoiler:
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