Xi Liang
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La Legión seguía avanzando, arrasando con los países vecinos. Liang supo de un poder que la haría lo suficientemente poderosa como para defender a su pueblo de los invasores. Y para eso, comenzó su viaje.
Se encontraba en los muelles de Pueblo Rata, un lugar tan maloliente como su nombre lo sugiere y completamente diferente a su hogar. Sin embargo, allí estaba, intentando permanecer oculta en las sombras, respirando el hedor a sangre y vísceras abiertas de las serpientes marinas. Se sumergió más y más en la oscuridad, tratando de ocultar completamente su rostro (aunque llevaba puesto un pañuelo que le ocultaba la mitad de este). Miembros de los Piratas de Garcho, armados hasta los dientes, rondaban las cercanías.
Su fama salvaje les precedía; en un combate justo, seguro que Liang saldría mal parada. Solo que aquella vez no andaba en busca de peleas, sino que había viajado teniendo como única misión hacerse del poder que le permitiría salvar a su pueblo.
Era una jugada completamente arriesgada, pero no podía dejar pasar esa oportunidad. Además, se aseguró de que las cosas salieran bien.
Los matones doblaron en una esquina del enorme cobertizo del matadero. Eso le daba al menos dos minutos antes de que regresaran.
–Tiempo de sobra – murmuró para ella misma.
La luna plateada se ocultaba tras un manto de nubes al tiempo que el muelle se cubría de sombras. Había cajas desperdigadas por todo el puerto, y eran perfectas para ocultarse. Vio guardias apostados en la bodega principal. Sus siluetas vigilantes cargaban ballestas. Cuchicheaban en voz alta, como esposas de pescadores. Ni aún con campanas en la ropa alguno de esos cretinos la habría escuchado.
Creen que nadie sería tan tonto como para venir, ¿eh?, pensó.
Tras cruzar unas cadenas oxidadas por la humedad de las piedras, llegó a un par de imponentes grúas, que llevaban a las criaturas marinas gigantes a los cobertizos del matadero para faenarlas. De ahí provenía el olor nauseabundo que impregnaba cada rincón del lugar.
Al otro lado de la bahía, más allá de las aguas cebadas de los muelles del matadero, un grupo de barcos echaba anclas mientras sus linternas se mecían con el vaivén del agua. Una embarcación le llamó la atención: un gigantesco galeón de guerra, de velas negras. Sabía perfectamente quien era el dueño; todo el mundo sabía quién era.
Se detuvo para calmar su propio miedo. Iba a robarle al hombre más poderoso de la ciudad. Siempre era emocionante mirar a la muerte a los ojos y escupirle en la cara.
Como era de esperarse, la bodega principal estaba tan cerrada como las piernas de una doncella. Había guardias fijos en la entrada, y cerraduras y barrotes en las puertas.
–Espero que todo mi plan funcione...
Se escabulló por un callejón al otro extremo de la bodega. No tenía salida ni era tan oscura como hubiera preferido. Si seguía allí, seguramente la patrulla la vería. No había duda, y si la capturaban, su última esperanza sería una muerte rápida. El truco, como siempre, estaba en no dejarse atrapar.
Escuchó pasos. Los matones volvieron antes de tiempo, con suerte le quedaban un par de segundos. Sacó un kunai y lo deslizó cuidadosamente entre sus dedos sin pensarlo, algo tan natural en ella como respirar. Esa era la parte sencilla; lo que continuaba era lo delicado. Estaba ubicada perfectamente como para lanzar el arma e impactarla en uno de los guardias.
Sintió la presión a su alrededor después de haber lanzado el kunai. El cuerpo cayó pesadamente sobre el suelo mientras que el otro hombre era abatido por uno de los compañeros de Liang. Con movimientos rápidos, intercambiaron la posición de los guardias. Ahora solo le quedaba esperar que los matones dieran otra vuelta más y, finalmente, podría entrar a la bóveda.
Cuando entró, le tomó unos minutos orientarse. El tenue brillo de las linternas se colaba a través de las grietas de los muros y sus ojos se ajustaron rápidamente a la luz.
La bodega estaba repleta hasta el tope de tesoros de cualquier parte del mundo: armaduras resplandecientes, obres de arte exóticas y sedas brillantes. Había muchos objetos de valor, pero solo estaba allí por una cosa. Desvió su atención a las compuertas de carga al frente de la bodega, donde debían tener los últimos embarques. Tocó cada paquete y embalaje con los dedos hasta toparse con una cajita de madera. Pudo sentir el poder que emanaba en su interior; eso era lo que la condujo hasta allí.
Abrió la tapa y su premio estaba a la vista. Se trataba de una fruta grande, redonda, de color luz púrpura, que se componía de muchos pequeños componentes en forma de lágrima con los patrones típicos de una Fruta del Diablo, y hojas verdes que brotaban de la parte superior. Se dispuso a tomarla cuando...
Ch-chom.
Quedó petrificada. Aquel sonido era inconfundible. Antes de que pronunciara cualquier palabra, sabía de quien se trataba.
–Liang – dijo la figura, entre penumbras –. Tanto tiempo.
El rostro de Liang no decía nada. No había miedo ni arrepentimiento. Ni siquiera un dejo de sorpresa, incluso con un arma apuntándole en toda la puta cara. Sin voltearse le habló.
–Mei, ¿cuánto tiempo llevas parada ahí? – le preguntó, con un dejo de sonrisa que no hizo más que enfurecer a la conocida.
Sintió como la chica del arma apuntaba y se disponía a jalar del gatillo, pero no lo hizo.
–¿Por qué lo hiciste? – le preguntó a Liang, sabiendo perfectamente que saldría con una respuesta ingeniosa.
–¿Es necesaria el arma? Pensé que éramos hermanas – suspiró.
La ladrona se volteó y vislumbró a la chica que no había visto en más de cinco años. Llevaba el cabello corto y completamente blanco, su ropa estaba completamente destrozada, como si hubiera sido mordida por algún pez.
–Dime por qué me dejaste cargando con la culpa, o van a recoger los trozos de tu linda cara de entre las balsas – Mei pensó que esa era la única forma que podía hablarle a su hermana mayor. – Cinco condenados años, ¡encerrada! ¿Sabes cómo termina alguien después de eso?
Hizo una leve pausa.
–Me hicieron cosas que habrían enloquecido a cualquiera. Solo la ira me mantuvo de pie.
Liang sonrió y pronunció lentamente:
–Quizás deberías darme las gracias, después de todo, fui yo quien te mantuvo con vida hasta ahora.
Esa fue la gota que derramó el vaso. Consiguió lo que quería: enfurecer a su hermana. La chica del cabello corto estaba tan furiosa que apenas podía mirar a su hermana mayor. Respiró hondo e ignoró los sucios métodos de Liang, quien se sorprendió por ver que su hermanita no mordió el anzuelo.
–¿Qué te ofrecieron por entregarme? – rujió.
Liang se quedó en su sitio, sonriendo. Tratando de ganar tiempo.
–Mei, me encantaría tener esta conversación contigo, pero este no es el momento ni el lugar.
Un kunai estaba bailando entre los dedos de la chica, y, Mei, al notarlo espabiló y presionó el gatillo.
¡PUM!
Liang sintió como la bala terminó en un rincón de la bodega.
–¡¿Es que eres tonta?! – le ladró. – ¡Acabas de despertar a toda la maldita isla! ¿Tienes idea de quién es el dueño de todo esto?
–No me importa.
Comenzó a preparar el segundo disparo. Sin embargo, las manos de Liang ya se estaban moviendo cuando un kunai terminó rozando la mejilla de la chica. Mei respondió con tiros, sin tener claro si la quería muerta o moribunda. Antes de retomar la pelea, alguien abrió la puerta de una patada y una multitud de matones apareció rugiendo para aumentar la dosis de confusión que ya imperaba en todo el lugar.
–¿Estás realmente segura de que quieres hacer esto? – le preguntó Liang, lista para lanzarle un par de kunais más.
Su hermana menor asintió con la cabeza y se preparó para disparar.
Toda la bodega estaba plagada de matones, pero a Mei le importaba un bledo. Lo único que le interesaba era ella. Sintió venir el siguiente disparo hacia ella, pero lo esquivó. El sonido de su arma era ensordecedor. Una caja explotó justo en el lugar donde estaba ella medio segundo antes.
Liang dio un salto acrobático sobre una pila de marfil mientras lanzaba un trío de kunais en la dirección de su perseguidora. Se agachó para esconderse antes de que den en el blanco, lista para encontrar una salida. Solo necesitaba un par de segundos: uno para tomar la fruta y otro para escapar.
Aunque maldijo en voz alta, los kunais apenas lograron retrasarle un poco. La muy bastarda siempre había sido un hueso duro de roer, uno bastante obstinado. Nunca había sabido dejar el pasado atrás.
–No te vas a escapar, Liang – dijo con un gruñido –. No esta vez.
–Ni ti vis i iscipir, Liang.(?)
Otro disparo. Una bala rebotó en una armadura invaluable para luego incrustarse en los muros y en el piso. Liang se movió de izquierda a derecha, zigzagueando y amagando, corriendo de principio a fin. Mei la perseguía bramando sus amenazas y acusaciones, con su escopeta ladrando implacable en sus manos. Era una mujer rápida, pese a moverse con tal arma.
Y ella no era su único problema. Sus acompañantes habían sido reducidos y, con todos los gritos y disparos, la muy idiota había desatado un avispero de guardias. Las tenían acorraladas; eran lo suficientemente astutos como para, además, haber dejado algunos de sus hombres cuidando la puerta principal.
–Necesito irme de aquí, pero no me iré sin lo que vine a buscar.
Arrastró a Mei por toda la bodega hasta llegar al punto de partida, un poco antes de que ella lo hiciera. Había matones entre su premio y ella, y venían más en camino. No había tiempo que perder. Con un sello explosivo, lanzó un kunai justo al centro de las puertas de la bodega. La detonación reventó las bisagras y dispersó a los matones. Liang se movió en esa dirección.
**Sello explosivo: un sello que se pega al kunai. Posee un poco de pólvora que causa combustión con la fricción entre el kunai y el material de roce.**(explicación rápida y barata(?))
Uno de ellos se recuperó antes de lo que esperaba e intentó golpearla con un hacha de mano. Se balanceó para esquivar el golpe y le dio una patada en la rodilla mientras lanzaba otro kunai a sus amigos para mantenerlos a raya. Con el camino ya despejado, se apoderó, finalmente, de la fruta. Después de tantos problemas, al menos tenía lo que fue a buscar.
Las compuertas de carga, abiertas de par en par, llamaban por ella. Pero había demasiados Garchos amontonados. No había forma de salir, por lo que decidió quedarse en la única esquina silenciosa que restaba en aquella casa de orates.
Un kunai corría entre sus dedos cuando se alistó para cambiarse de sitio. Sin embargo, justo cuando alcanzaba a alejarse, Mei apareció, acechándola como un perro rabioso. La culata de su arma retrocedió y redujo a un Garcho a pedazos. La mirada de su hermana menor se dirigió hacia el kunai que estaba en su mano. Sabía lo que significaba, por lo que apuntó el cañón humeante de su pistola hacia ella, haciendo que se viera obligada a moverse.
–No puedes correr para siempre – dijo rugiendo detrás de Liang.
La cabeza de Liang estaba llena de pensamientos. Entre ellos distinguió la sensación de que alguien le había tendido una trampa. Le ofrecieron un dato de la nada, cuando más lo necesitaba y, sorpresa, se encontró a su hermana menor en el lugar del atraco, esperándola. Alguien mucho más lista que Mei había querido verle la cara. “No puede pasarme esto a mí, debería darme un puñetazo en toda la cara por ser tan descuidada, pero hay un todo un muelle lleno de gigantones listos para hacerlo por mí”, pensó.
En ese momento lo único que importaba era largarse de allí como fuese. Dos estallidos de esa condenada escopeta de Mei hicieron que saliera volando. Su espalda terminó chocando contra una polvorienta caja de madera. La saeta de una ballesta se alojaba en la madera podrida justo detrás de Liang, a centímetros de su cabeza.
–No hay salida, querida hermana – gritó Mei.
Liang miró a su alrededor. El fuego de la explosión estaba llegando al techo. Probablemente tenía razón.
–Nos traicionaron, Mei – le gritó Liang.
–Tú debes saber mucho de eso, ¿no?
Solo quedaba razonar con ella.
–Si trabajamos juntas, podemos salir de esta.
–¡Preferiría que las dos muriéramos aquí antes de confiar en ti otra vez! – gruñó.
Liang no esperaba menos. Intentar que entrara en razón solo aumentaba el enojo de su hermana, que era justo lo que necesitaba. La distracción le dio el tiempo suficiente para salir de la bodega. Pudo escuchar a Mei adentro, gruñendo. Sin duda fue a revisar el sitio donde estaba, sin encontrar nada más que un kunai con una nota a modo de provocación.
Liang lanzó un sinfín de kunais a través de las compuertas de carga detrás de ella. Ya era demasiado tarde para andarse con sutilezas. Por un instante, se sintió mal por haber dejado a su hermana menor en un edificio en llamas, pero la conocía; sabía que eso no acabaría con ella. Era demasiado obstinada como para dejarse matar así. Además, un incendio en un muelle era cosa seria en un pueblo porteño. Todo aquello le podría dar algo de tiempo.
Mientras buscaba la forma más rápida de escapar de los muelles del matadero, el sonido de una explosión hizo que levantara la cabeza. Era Mei, que apareció a través de un agujero creado por ella misma tras hacer explotar un costado de la bodega. Tenía la mirada de una asesina.
Liang vio venir a su hermana, empujó un par de estibadores para sacarlos de su camino y corrió a lo largo del muelle. Estaba tratando de trazar su vía de escape, pero Mei le estaba pisando los talones; así le era imposible concentrarse. Había más Garchos pululando en el perímetro, como moscas en una letrina. Liang les lanzó un par de kunais y acabó con ellos. Sin embargo, la pequeña riña que tuvo con los matones le dio tiempo a Mei para alcanzarla. Cuando vio a su hermana menor, se lanzó tras una enorme pila de vértebras de ballena. Con un disparo del arma de Mei acabó con su escondite al tiempo que una multitud de huesos volaba por los aires.
La chica del cabello negro respondió tratando de arrancarle la cabeza a su hermana, pero Mei logró dispararle al kunai en pleno vuelo. Explotó como si fuera una bomba y envió a ambas al suelo. Liang se puso de pie rápidamente y huyó.
Algunos Garchos se acercaban con cadenas y sables, pero Mei dio un giro violento y les voló las entrañas. Echó a correr poniendo la mirada en su hermana mayor, pero el disparo de una pistola la interrumpió. Se aproximaban más Garchos, mejores armados. Por otra parte, Liang seguía corriendo hacia los rincones más lejanos del muelle del matadero.
–¡Date la vuelta y enfréntame! – le gritó a Liang.
Al llegar al puente, la pelinegra se detuvo en seco a medio correr. En el otro extremo, una masa de bastardos con espadas se interponía en su camino. Liang volteó para evitar el filo de las espadas, pero solo se topó con su hermana. Era su pared. Estaba atrapada. Miró a un costado del puente, en dirección al agua. Estaba pensando en saltar.
Comenzó a caminar en dirección a Mei.
–Mira, Mei. Ninguna de las dos tiene que morir aquí. Tan pronto salgamos de esta...
–Te vas a largar corriendo de nuevo. Como siempre lo has hecho.
–¡Joder, Mei! ¡Tengo que volver a Ionia para proteger a nuestro pueblo! Al mismo pueblo que le diste la espalda – finalmente Liang mostró enfado.
Pero de pronto, su hermana menor se convirtió en la menor de sus preocupaciones.
Los Garchos no tenían motivos para apresurarse. Ya no. Sabían que las tenían atrapadas. Detrás de ellos, parecía que todos los asesinos y sabandijas despiadados en Pueblo Rata estuvieran diciendo presente. No había vuelta atrás. En el extremo más lejano del puente, bloqueando la ruta de escape de Liang hasta el laberinto de las barriadas de la isla, apareció ni más ni menos que toda la banda de los Sombreros Rojos. Ellos dominaban el lado este de la ribera. Servían a Velfeghor, al igual que los Garchos y casi toda la maldita ciudad.
Mei estaba a sus espaldas, acercándose más con cada pisada. A la obstinada de su hermana no le interesaba el desastre en el que ambas se metieron. Realmente le costaba trabajo creerlo. Allí estaban otra vez, como hace muchos años. Hasta las rodillas de problemas y no lograba hacerla entrar en razón.
A Liang le gustaría poder contarle lo que sucedió ese día, pero no tendría sentido. No le creería ni por un solo segundo. Una vez que se le alojaba un pensamiento en el cráneo, extirpárselo tomaba su tiempo. Claramente, el tiempo era algo que no les sobraba.
Se retiró hacia un costado del puente. Cerca del riel vio malacates y poleas suspendidas debajo de ella, a muchos metros sobre el océano. Su cabeza daba vueltas y su estómago se le caía hasta los pies. Cuando volvió al centro del puente, se dio cuenta de la encrucijada en la que se había metido. A la distancia pudo ver el barco de velas negras de Velfeghor. Desde allí se les aproximaba ni más ni menos que una armada de botes a toda marcha. Al parecer, todos sus hombres iban tras las cabezas de las hermanas.
“No puedo escapar ni de los Garchos, ni de los Sombreros, ni de la cabeza dura de mi hermana. Solo me queda una salida”.
Liang puso un pie sobre la verja del puente. No se había percatado de la altura. El viento azotaba su ropa y hacía que se agitara como vela al viento. “Jamás debí haber venido”.
–¡Sal de ahí ahora mismo! – dijo Mei. Liang estaba segura de haber notado una cuota de desesperación en la voz de su hermanita. Quedaría destrozada si muriera antes de obtener la confesión que tanto había buscado.
Liang respiró profundamente.
–La caída sí que es larga.
–Xi – dice Mei –. Retrocede.
Liang se detuvo. Hacía mucho que no escuchaba ese nombre.
–¿Está todo en orden, Mikael? – preguntó él.
Después de tantos años, aún no podía creer que todavía no fuera capaz de sorprenderlo.
–Sí, Capitán – dijo.
–¿No te detectaron?
–No – contestó resentido, luego de controlar su disgusto por la pregunta –. El capitán del puerto no tenía a nadie vigilando y en el barco no había ni una mosca.
–¿Y la chica?
–Hizo su parte.
–Muy bien. Nos vemos en el Sirena.
Luego de recibir la orden, Mikael se alejó y desapareció entre la oscuridad. Todo estaba puesto en marcha. Solo faltaba que los actores empezaran con el espectáculo.
Escuchó rugir a Mei mientras se zambullía. Todo lo que alcanzó a ver era la cuerda debajo de ella. No era tiempo de pensar en la caída o en las desconocidas y tétricas profundidades. Todo se volvió una mezcla borrosa de vientos huracanados.
Casi gritó de alegría al alcanzar la cuerda, pero le quemó la mano como un fierro al rojo vivo. Su caída se detuvo súbitamente cuando llegó al punto de amarre. Se quedó ahí por un momento, maldiciendo. Había escuchado que caer al agua de una altura como esa no bastaba para matar a alguien, pero prefería correr el riesgo de lanzarse hacia el muelle de carga de piedra del que la separaban al menos unos quince metros.
“Moriré, pero prefiero mil veces eso que ahogarme”.
Entre donde estaba y la plataforma de piedra había un par de cables de trabajo pesado que se extendían de allí al continente, uno de ida y el otro de vuelta. Los impulsaban unos mecanismos ruidosos y rudimentarios. Se utilizaban para transportar partes faenadas de las bestias marinas a los mercados de toda la isla. Los cables vibraban mientras un balde pesado y oxidado, tan grande como una casa, surcaba su camino hacia Liang.
Dejó que una sonrisa se dibujara en su rostro por un segundo. Al menos hasta que vio lo que estaba dentro del carro. Estaba a punto de caer con los pies por delante a una cuba humeante de órganos de pescado. Coordinó su salto con precisión y aterrizó en medio del balde de bocado. El cebo frio se cuela por todas las fibras cosidas a mano de su calzado.
De pronto escuchó el ladrido de la maldita escopeta una vez más.
La línea de amarre explotó. El carro emitió un chillido al liberarse de los cables. Se quedó sin aire cuando el balde se estrelló contra la plataforma de piedra. Sintió que los cimientos del muelle temblaron antes de volcarse hacia un lado. Todo cayó sobre su cabeza, incluida una tonelada de vísceras de pescado. Luchó por mantenerse de pie mientras buscaba otra salida. Sintió que los barcos de Velfeghor se aproximaban. Ya casi llegaban.
Liang se arrastró mareada hacia un bote pequeño atracado en el muelle de carga. No alcanzó a llegar a la mitad del tramo cuando un escopetazo le abrió el casco de par en par hasta echarlo a pique. Vio como un segundo bote se hundía, cayó al suelo de rodillas, muerta de cansancio. Trató de recuperar un poco el aliento soportando su propio hedor. Mei estaba de pie junto a ella. De algún modo consiguió llegar hasta allí también.
–Ya no te ves tan bien, ¿eh? – Mei sonrió y miró a Liang de arriba abajo.
–¿Cuándo vas a aprender? – dijo, poniéndose de pie – Cada vez que intento ayudarte, me...
Mei le disparó al suelo en frente de la pelinegra.
–Si solo me escucha...
–Ya te escuché lo suficiente, Liang – la interrumpió, mascullando cada palabra –. Era la misión más importante de nuestras vidas y tú te escapas antes de que pudiera darme cuenta.
–¿Antes de qué? Te lo dije...
Le siguió otro disparo y otra lluvia de piedras, pero ya la tenía sin cuidado.
–Traté de que saliéramos de ahí. Todos los demás nos dimos cuenta de que nada estaba saliendo como esperábamos. Pero tú no querías ceder. Como siempre – un kunai estaba en la mano de Liang antes de siquiera darse cuenta.
–Te lo dije entonces, todo lo que debías hacer era apoyarme. Habríamos salido de ahí, felices y con el honor en nuestras manos. Pero tú optaste por correr – dijo, dando un paso hacia adelante. La mujer que solía conocer Liang parecía haberse perdido tras una capa de odio acumulada durante años.
Liang no intentó decir nada. Ahora lo veía en sus ojos. Algo dentro de ella se quebrantó.
Por sobre su hombro, vio un resplandor; era un mosquete de chispa. La vanguardia de la tropa de Velfeghor ya había llegado. Liang lanzó un kunai sin pensarlo. Atravesó el aire en dirección hacia Mei.
La escopeta de la peliblanca dio un tronido.
El kunai de Liang acabó con uno de los hombres de Velfeghor cuya pistola estaba apuntando a la altura de la espalda de Mei. Detrás de la pelinegra, otro miembro de la banda del pirata cayó al suelo empuñando un cuchillo. Si Mei no le hubiera disparado, podría haber acabado con la vida de Liang.
Ambas se miraron y sonrieron. No habían perdido el hábito.
Los hombres de Velfeghor las rodearon por todas partes, acercándose cada vez más entre aullidos y abucheos. No podían luchar contra tantos. Sin embargo, a Mei eso no la detuvo. Levantó su arma y se dio cuenta de que ya no le quedaban balas. Liang no sacó ningún kunai, ya no tenía sentido. Además, ya le quedaban unos pocos.
Mei dio un rugido y se abalanzó hacia ellos. Esa era su forma de hacer las cosas. Con la culata de la pistola, le quebró la nariz a un bastardo, pero la turba le dio una paliza. Liang sintió que unas manos la agarraban y le contenían los brazos. Levantaron a Mei del suelo. Cayó sangre de su rostro.
De pronto, la pelinegra dejó de oír los gritos de la turba. Sintió un escalofrío. La muralla de matones se retiró para darle paso a una silueta, un hombre con un abrigo negro que se dirigía hacia ellas: era Velfeghor. De cerca era mucho más grande de lo que se imaginaba. Y más viejo. Las líneas de su cara eran profundas y definidas.
Con una mano sostenía una naranja mientras le quitaba la cáscara con una navaja para tallar. Lo hacía lentamente, concentrándose en cada corte.
–Cuéntenme, camaradas – dijo. Su voz era un gruñido ronco y profundo –. ¿Les gustan los tallados en hueso?
Un puño chocó nuevamente contra su cara. Se desplomó de golpe contra la cubierta del barco de Velfeghor. Un par de esposas hechas de arrabio se clavaron en sus muñecas. La pusieron de pie con dificultad y la obligaron a arrodillarse junto a Mei. Lo cierto era que no habría podido ponerse de pie si esa manada de matones virolentos no la hubiera obligado a hacerlo.
El enorme y musculoso imbécil que golpeaba a Liang entraba y salía de su vista.
–Vamos, hijo – le dijo –. Lo estás haciendo mal.
No vio venir el siguiente golpe. Liang sintió una explosión de dolor y su cara se volvió a la cubierta. Volvieron a levantarla y ponerla de rodillas. Escupió sangre y luego sonrió.
–Mi abuelita pega más fuerte que tú y eso que la enterramos hace ya cinco años.
Se acercó para golpearla otra vez, pero una palabra de su capitán hizo que se detuviera enseguida.
–Es suficiente – dijo.
Liang, bamboleando un poco, intentó concentrarse en la borrosa silueta de Velfeghor. Su vista se aclara lentamente. Vio que en su cinturón llevaba atada la fruta que había intentado robar.
–Xi Liang, ¿no? Me dijeron que eras buena. Muy buena. Y yo no soy de aquellos que menosprecian la obra de una gran ladrona – dijo él. Dio un paso hacia delante y quedó mirándola fijamente –. Pero un buen ladrón sabría que es mejor evitar robarme a mí. – Se agachó y miró a Mei –. Y tú... Si fueras un poco más lista, sabrías que lo mejor habría sido poner tu arma a mi servicio. Pero ya no importa.
Velfeghor se levantó y les dio la espalda.
–No soy un hombre poco razonable – continuó –. No le pido a la gente que se arrodille ante mí. Todo lo que pido es un mínimo de respeto... algo sobre lo que ustedes escupieron encima. Y eso no puede quedar impune.
Su tripulación comenzó a acercarse como perros esperando la orden para despedazarlas. De cualquier manera, Liang no se sentía nerviosa. No pensaba darles esa satisfacción.
–Hazme un favor – dice Mei, apuntando a su hermana mayor –. Mátala a ella primero.
Velfeghor soltó una risa.
Le hizo un gesto a un hombre de su tripulación, quien comenzó a hacer sonar la campana del barco. En respuesta, sonaron una docena más en toda la ciudad puerto. Borrachos, marineros y tenderos empezaron a brotar de las calles atraídos por el alboroto. El maldito quería hacerlo público.
–¡Toda la isla nos mira, muchachas! Es tiempo de darles un espectáculo. ¡Traigan a la Hija de la Muerte!
Se escuchó un vitoreo mientras la cubierta retumbaba con el clamor de pisotones en el suelo. Traían un viejo cañón. Podía que estuviera oxidado y verde de lo viejo que era, pero seguía siendo una belleza.
Mei dio un vistazo hacia su hermana mayor. Tenía la cabeza gacha y no decía nada más. Le quitaron sus kunais... una vez que acabaron de encontrarlos, claro. De toda la vida, Liang siempre había sido capaz de encontrar una salida. Ahora que estaba acorralada, podía ver la derrota en su cara.
–Es lo que te merecías, maldita infeliz – le gruñó.
Liang le devolvió la mirada, sin fuego en sus ojos.
–No me enorgullece la manera en que se dieron las cosas...
–¡Me dejaste sola allí dentro!
–El resto y yo intentamos sacarte de ahí. ¡Y eso les costó la vida! – Liang respondió furiosa –. Perdimos a Kolt, a Wallace, a Fong... a todos ellos. Y todo por tratar de salvar tu obstinado pellejo.
–Pero tú saliste sana y salva – contestó –. ¿Sabes por qué? Porque no eres más que una cobarde. Y nada de lo que puedas decir cambiará eso.
Las palabras de Mei hirieron como puñetazos a Liang. No intentó responder. La última chispa de lucha en sus ojos se había esfumado al tiempo que sus hombros se desplomaban. Ni siquiera ella podía ser tan buen actriz.
–Todo se fue al diablo y supongo que ambas tenemos la culpa – dijo de repente –. Pero no te estaba mintiendo. De verdad tratamos de sacarte. Ya no importa. De todos modos, solo vas a creer lo que quieras.
Mei sabía que Liang tenía razón. La peliblanca siempre hacía las cosas a su manera. Cada vez que se pasaba de la raya, allí estaba ella, apoyándola. Siempre era la pelinegra quien encontraba una salida para todos los problemas que Mei ocasionaba. Pero no le había puesto atención ese día.
De pronto, levantaron a ambas de un tirón y las arrastraron hacia el cañón. Velfeghor lo acariciaba como si fuera su mascota.
–La Hija de la Muerte me ha servido bien – dijo –. Hace tiempo que buscaba la oportunidad de despedirla como se merece.
Un grupo de marineros arrastraba una gruesa cadena y comenzaba a enrollarla alrededor del cañón. Las pusieron espalda con espalda y la misma cadena les recorría las piernas y las esposas. Un cerrojo se cierra de golpe, atándola a la cadena. Una compuerta de embarque se abrió en la borda del barco, hasta donde llevaban el cañón a ocupar su lugar.
Velfeghor apoyó el tacón de su bota en el cañón.
–Bueno, no puedo librarnos de esta – dijo Liang por encima del hombro –. Siempre supe que algún día serías mi ruina.
Los hombres las arrastraron hasta la orilla del barco cual ganado al matadero. Liang comenzó a pensar... ¿Acaso ese era su final? Al menos, lo suponía. Vivió una buena vida mientras pudo, pero la suerte no era eterna para nadie. Por otra parte, Mei, con mucho cuidado, y haciendo presión contra sus esposas, logró meter una mano en el bolsillo de atrás. Seguía ahí. El mismo kunai de Liang que encontró en la bodega.
Los matones revisaron a la pelinegra para ver si aún conservaba kunais, pero no lo hicieron con su pequeña hermana. Esta última le dio un empujón, y, gracias a que estaban encadenadas juntas, era fácil darle el arma a Liang sin que lo notasen.
–Como tributo son insignificantes, pero al menos me servirán – dijo Velfeghor –. Dar mis saludos a mis padres en el Infierno.
Mientras el pirata saludaba a la multitud, Velfeghor empujó el cañón por la borda con una patada. El armatoste cayó en las aguas oscuras de un chapuzón y empezó a hundirse rápidamente. La cadena sobre el muelle cayó con él un momento después.
–Lárgate de aquí – le dijo Mei a su hermana –. Por primera vez seré yo quien tenga la solución.
Liang comenzó a hacer sus movimientos y giró el kunai entre sus dedos. A medida que comenzaba a concentrarse, Mei comenzó a sentir una presión incómoda en la nuca. De un momento a otro, la chica del cabello negro se encontraba nadando hacia la superficie. Sin embargo, las cadenas que ataban a Mei estaban bien apretadas. La cadena del cañón la hizo caer, se dio de bruces contra el muelle y gruñó de dolor. Un instante después cayó del bote.
El kunai que puso Mei en la mano de su hermana podía llevarla fácilmente hasta el muelle y desaparecer de allí. Podía escapar de ese lugar en menos de una hora. Soltó una sonrisa y agradeció dejar ese kunai en la bodega. Era el último regalo de su padre, y conservaba un valor y poder único; su filo, según contaba el padre de las hermanas, podía cortar cualquier cosa.
Un momento después, todo lo que vio Liang fue la cara enfurecida de su hermana a medida que desaparece en las profundidades. “Maldita sea”, pensó. No podía abandonarla, no después de lo que pasó la última vez. Escapar no era una opción. Sabía perfectamente hacia donde tenía que ir. Después de nadar sigilosamente hasta el barco, y subirse en él, apareció justo por detrás de Velfeghor, lista para hacer lo suyo.
Sin embargo, un miembro de la tripulación del maldito pirata la detectó sin tener explicación de cómo llegó hasta allí. Mientras pensaba en todo el asunto, le dio un buen puñetazo en toda la cara. Su cuerpo cayó sobre un montón de grumetes perplejos. Todos voltearon a mirarla, los sables estaban listos en sus manos. Velfeghor lideró el ataque y trató de cortarla justo a la altura de la garganta.
Pero no. Liang era más rápida que él. En un único y sutil movimiento, se deslizó por debajo del acero arqueado y despojó a Velfeghor de la adorada fruta del diablo que aún llevaba colgando de su cinturón. Detrás de ella, escuchó maldiciones. Liang saltó hasta la cubierta y guardó bien la fruta, mientras el extremo de la cadena se rompía contra la orilla del barco. Se estiró y agarró el último eslabón de acero antes de que desapareciera por la borda. Al romperse, la cadena tiró de ella hacia un costado y, finalmente, se dio cuenta de lo que había hecho.
El agua iba rápidamente hacia la chica. En ese instante eterno, cada parte de su cuerpo quería soltar la cadena. El hecho de que Liang no supiera nadar, la condenaría a muerte. Respiró una última bocanada de aire. De pronto, el disparo de un mosquetón le perforó el hombro. Dio un grito de dolor y dejó ir su último suspiro antes de que el mar la arrastrara. El agua congelada le golpeó el rostro.
Sintió como se acumulaba el pánico, pero trataba de contenerlo. Casi la superó. Más disparos atravesaban el agua sobre la cabeza de la chica. Liang vio tiburones y mantas cerca. Podían saborear la sangre; la comenzaron a seguir mientras caía en el abismo. Mientras seguía hundiéndose.
Solo vivía el terror en ella, de dolor no había ya nada. Sintió el latido de su corazón en los oídos. Su pecho ardía. Debo evitar tragar agua, se dijo a sí misma en un mar de pensamientos. La oscuridad se retorcía en torno a Liang. Era demasiado profunda, no había vuelta atrás. Y eso ya lo tenía claro.
“Pero aún puedo salvar a Mei.”
Escuchó un ruido sordo bajo sus pies. Entonces, la cadena quedó floja. Era el cañón que acababa de chocar contra el suelo marino. Liang usó la cadena para arrastrarse hacia las sombras. Vio una silueta más abajo, pensó que era su hermanita. Se arrastró con desesperación hacia ella. De pronto, vio que estaba frente a ella, aunque a duras penas distinguía el contorno de su cara. Por un momento creyó que agitaba la cabeza para mostrar la furia al ver que su hermana había regresado.
Liang comenzó a sentir su cuerpo débil. Pensó que se iba a desmayar, su brazo estaba entumecido y sentía que le aplastaban el cráneo. Soltó la cadena para sacar el kunai que aún llevaba en su pantalón. Su mano temblaba. Anteriormente, no pudo liberarla por la posición en la que se encontraba, pero había regresado para salvarla. Buscó a ciegas en la oscuridad, y, por obra de algún milagro, encontró la cerradura de las esposas de Mei. Insertó el kunai para tratar de forzarla, tal como lo hizo un millón de veces anteriormente con otras cerraduras. Pero sus manos no dejaban de temblar.
Giró el kunai, olvidando toda delicadeza, y pasó directamente a la fuerza bruta. Sintió que algo cedía. “Creo que me corté la mano”, pensó con una sonrisa en el rostro. El arma caía en dirección al abismo, y seguía su curso.
¿Qué era ese brillo? Justo sobre Liang, percibió un rojo intenso. Rojo y naranja. Estaba en todas partes. Era hermoso... “Así que esto es morir, ah?”. Comenzó a tragar agua.
Mei se desenredó de las cadenas, sedienta de aire. Se dio cuenta hacia donde estaba su hermana, la pobre no movía ni un músculo. Puso la mano alrededor de su cuello y empezó a patalear hacia la superficie. A medida que subía, todo se iluminaba con un tono rojizo. Una onda expansiva la tumbó. Caían trozos de hierro. Un cañón se sumergió a unos metros, seguido de un pedazo de timón chamuscado. También había cuerpos. Una cara cubierta de tatuajes la miraba conmocionada. La cabeza cerneada luego desapareció lentamente en la oscuridad bajo sus pies.
Mei comenzó a nadar más rápido, con los pulmones a punto de reventar.
Una eternidad después alcanzó la superficie, tosiendo agua salada y jadeando en busca de aire. El problema era que arriba era casi irrespirable. El humo la ahogaba y se le clavaba en los ojos. Mei vio muchas cosas arder en su vida, pero jamás algo así. El barco de Velfeghor ya no estaba. Había trozos de escombros echando humo repartidos por toda la bahía. Los islotes de madera al rojo vivo colapsaban por todas partes y emitían un silbido a medida que se hundían. Una vela ardiente cayó justo en frente de las hermanas y casi arrastró a Mei y a Liang por última vez. El olor se parecía al apocalipsis; era una mezcla de sulfuro, ceniza y muerte, entre cabellos quemados y piel derretida.
Mei se fijó en su hermana para ver cómo estaba. Le costaba mantenerla a flote. Sin embargo, por suerte, encontró un trozo humeante de casco flotando cerca de ella. Parecía ser lo suficientemente sólido. No era precisamente una embarcación, pero les serviría de todos modos. Por primera vez, pudo observar a Liang con detención. Vio que no respiraba. Presionó su pecho con sus puños. Justo cuando comenzaba a preocuparse por la vida de su hermana, Liang tosió un montón de agua salada.
–¡Maldita estúpida! ¿Para qué regresaste?
Responderle le tomó unos minutos.
–Pensé que podía intentar hacerlo a tu manera – murmuró arrastrando las palabras –. Quería saber qué es sentirse una cabeza dura. – Siguió tosiendo más agua –. Se siente horrible.
Los peces con dientes afilados y otras criaturas incluso más viles empezaron a rodearlas. Mei apartó los pies de la orilla. Un tripulante mutilado apareció en la superficie y se sostuvo de la improvisada balsa de las hermanas. Mei le puso toda la bota en la cara y lo sacó flotando. Un grueso tentáculo le recorrió el cuerpo y lo arrastró de vuelta a las profundidades.
Antes de que los peces se quedaran sin carne fresca, Liang, con mucho esfuerzo, tomó un pedazo de madera y la usó para remar lejos de la carnicería. Empujó contra el agua, sus brazos estaban cansados y adoloridos, pero sabía muy bien que no podía detenerse. Cuando logró alejarse un poco de la masacre, se tumbó boca arriba.
De repente, Mei vio la fruta que guardaba Liang en su ropa y soltó una carcajada.
–Al final siempre consigues lo que quieres.
Liang le devolvió la carcajada, tomó la fruta y la contempló.
–Tanto lío por algo así, ¿no? Veamos cómo sabe.
El sabor era realmente horrible, pero en esos momentos era lo que menos le importaba. El tiempo seguía corriendo y debían tomar una decisión.
–No tenemos tiempo – comentó de repente Liang, escupiendo los trozos de fruta que le quedaron en la boca –. Quien quiera que haya hecho esto, dejó a esta puta isla sin un jefe. Esto se pondrá feo en cualquier momento.
–Conozco un buen marinero que nos podría llevar a Ionia.
Liang sonrió. Se sentía como en los viejos tiempos, cuando solo era ella, su hermanita y su padre.
Se encontraba en los muelles de Pueblo Rata, un lugar tan maloliente como su nombre lo sugiere y completamente diferente a su hogar. Sin embargo, allí estaba, intentando permanecer oculta en las sombras, respirando el hedor a sangre y vísceras abiertas de las serpientes marinas. Se sumergió más y más en la oscuridad, tratando de ocultar completamente su rostro (aunque llevaba puesto un pañuelo que le ocultaba la mitad de este). Miembros de los Piratas de Garcho, armados hasta los dientes, rondaban las cercanías.
Su fama salvaje les precedía; en un combate justo, seguro que Liang saldría mal parada. Solo que aquella vez no andaba en busca de peleas, sino que había viajado teniendo como única misión hacerse del poder que le permitiría salvar a su pueblo.
Era una jugada completamente arriesgada, pero no podía dejar pasar esa oportunidad. Además, se aseguró de que las cosas salieran bien.
Los matones doblaron en una esquina del enorme cobertizo del matadero. Eso le daba al menos dos minutos antes de que regresaran.
–Tiempo de sobra – murmuró para ella misma.
La luna plateada se ocultaba tras un manto de nubes al tiempo que el muelle se cubría de sombras. Había cajas desperdigadas por todo el puerto, y eran perfectas para ocultarse. Vio guardias apostados en la bodega principal. Sus siluetas vigilantes cargaban ballestas. Cuchicheaban en voz alta, como esposas de pescadores. Ni aún con campanas en la ropa alguno de esos cretinos la habría escuchado.
Creen que nadie sería tan tonto como para venir, ¿eh?, pensó.
Tras cruzar unas cadenas oxidadas por la humedad de las piedras, llegó a un par de imponentes grúas, que llevaban a las criaturas marinas gigantes a los cobertizos del matadero para faenarlas. De ahí provenía el olor nauseabundo que impregnaba cada rincón del lugar.
Al otro lado de la bahía, más allá de las aguas cebadas de los muelles del matadero, un grupo de barcos echaba anclas mientras sus linternas se mecían con el vaivén del agua. Una embarcación le llamó la atención: un gigantesco galeón de guerra, de velas negras. Sabía perfectamente quien era el dueño; todo el mundo sabía quién era.
Se detuvo para calmar su propio miedo. Iba a robarle al hombre más poderoso de la ciudad. Siempre era emocionante mirar a la muerte a los ojos y escupirle en la cara.
Como era de esperarse, la bodega principal estaba tan cerrada como las piernas de una doncella. Había guardias fijos en la entrada, y cerraduras y barrotes en las puertas.
–Espero que todo mi plan funcione...
Se escabulló por un callejón al otro extremo de la bodega. No tenía salida ni era tan oscura como hubiera preferido. Si seguía allí, seguramente la patrulla la vería. No había duda, y si la capturaban, su última esperanza sería una muerte rápida. El truco, como siempre, estaba en no dejarse atrapar.
Escuchó pasos. Los matones volvieron antes de tiempo, con suerte le quedaban un par de segundos. Sacó un kunai y lo deslizó cuidadosamente entre sus dedos sin pensarlo, algo tan natural en ella como respirar. Esa era la parte sencilla; lo que continuaba era lo delicado. Estaba ubicada perfectamente como para lanzar el arma e impactarla en uno de los guardias.
Sintió la presión a su alrededor después de haber lanzado el kunai. El cuerpo cayó pesadamente sobre el suelo mientras que el otro hombre era abatido por uno de los compañeros de Liang. Con movimientos rápidos, intercambiaron la posición de los guardias. Ahora solo le quedaba esperar que los matones dieran otra vuelta más y, finalmente, podría entrar a la bóveda.
Cuando entró, le tomó unos minutos orientarse. El tenue brillo de las linternas se colaba a través de las grietas de los muros y sus ojos se ajustaron rápidamente a la luz.
La bodega estaba repleta hasta el tope de tesoros de cualquier parte del mundo: armaduras resplandecientes, obres de arte exóticas y sedas brillantes. Había muchos objetos de valor, pero solo estaba allí por una cosa. Desvió su atención a las compuertas de carga al frente de la bodega, donde debían tener los últimos embarques. Tocó cada paquete y embalaje con los dedos hasta toparse con una cajita de madera. Pudo sentir el poder que emanaba en su interior; eso era lo que la condujo hasta allí.
Abrió la tapa y su premio estaba a la vista. Se trataba de una fruta grande, redonda, de color luz púrpura, que se componía de muchos pequeños componentes en forma de lágrima con los patrones típicos de una Fruta del Diablo, y hojas verdes que brotaban de la parte superior. Se dispuso a tomarla cuando...
Ch-chom.
Quedó petrificada. Aquel sonido era inconfundible. Antes de que pronunciara cualquier palabra, sabía de quien se trataba.
–Liang – dijo la figura, entre penumbras –. Tanto tiempo.
El rostro de Liang no decía nada. No había miedo ni arrepentimiento. Ni siquiera un dejo de sorpresa, incluso con un arma apuntándole en toda la puta cara. Sin voltearse le habló.
–Mei, ¿cuánto tiempo llevas parada ahí? – le preguntó, con un dejo de sonrisa que no hizo más que enfurecer a la conocida.
Sintió como la chica del arma apuntaba y se disponía a jalar del gatillo, pero no lo hizo.
–¿Por qué lo hiciste? – le preguntó a Liang, sabiendo perfectamente que saldría con una respuesta ingeniosa.
–¿Es necesaria el arma? Pensé que éramos hermanas – suspiró.
La ladrona se volteó y vislumbró a la chica que no había visto en más de cinco años. Llevaba el cabello corto y completamente blanco, su ropa estaba completamente destrozada, como si hubiera sido mordida por algún pez.
–Dime por qué me dejaste cargando con la culpa, o van a recoger los trozos de tu linda cara de entre las balsas – Mei pensó que esa era la única forma que podía hablarle a su hermana mayor. – Cinco condenados años, ¡encerrada! ¿Sabes cómo termina alguien después de eso?
Hizo una leve pausa.
–Me hicieron cosas que habrían enloquecido a cualquiera. Solo la ira me mantuvo de pie.
Liang sonrió y pronunció lentamente:
–Quizás deberías darme las gracias, después de todo, fui yo quien te mantuvo con vida hasta ahora.
Esa fue la gota que derramó el vaso. Consiguió lo que quería: enfurecer a su hermana. La chica del cabello corto estaba tan furiosa que apenas podía mirar a su hermana mayor. Respiró hondo e ignoró los sucios métodos de Liang, quien se sorprendió por ver que su hermanita no mordió el anzuelo.
–¿Qué te ofrecieron por entregarme? – rujió.
Liang se quedó en su sitio, sonriendo. Tratando de ganar tiempo.
–Mei, me encantaría tener esta conversación contigo, pero este no es el momento ni el lugar.
Un kunai estaba bailando entre los dedos de la chica, y, Mei, al notarlo espabiló y presionó el gatillo.
¡PUM!
Liang sintió como la bala terminó en un rincón de la bodega.
–¡¿Es que eres tonta?! – le ladró. – ¡Acabas de despertar a toda la maldita isla! ¿Tienes idea de quién es el dueño de todo esto?
–No me importa.
Comenzó a preparar el segundo disparo. Sin embargo, las manos de Liang ya se estaban moviendo cuando un kunai terminó rozando la mejilla de la chica. Mei respondió con tiros, sin tener claro si la quería muerta o moribunda. Antes de retomar la pelea, alguien abrió la puerta de una patada y una multitud de matones apareció rugiendo para aumentar la dosis de confusión que ya imperaba en todo el lugar.
–¿Estás realmente segura de que quieres hacer esto? – le preguntó Liang, lista para lanzarle un par de kunais más.
Su hermana menor asintió con la cabeza y se preparó para disparar.
Toda la bodega estaba plagada de matones, pero a Mei le importaba un bledo. Lo único que le interesaba era ella. Sintió venir el siguiente disparo hacia ella, pero lo esquivó. El sonido de su arma era ensordecedor. Una caja explotó justo en el lugar donde estaba ella medio segundo antes.
Liang dio un salto acrobático sobre una pila de marfil mientras lanzaba un trío de kunais en la dirección de su perseguidora. Se agachó para esconderse antes de que den en el blanco, lista para encontrar una salida. Solo necesitaba un par de segundos: uno para tomar la fruta y otro para escapar.
Aunque maldijo en voz alta, los kunais apenas lograron retrasarle un poco. La muy bastarda siempre había sido un hueso duro de roer, uno bastante obstinado. Nunca había sabido dejar el pasado atrás.
–No te vas a escapar, Liang – dijo con un gruñido –. No esta vez.
Otro disparo. Una bala rebotó en una armadura invaluable para luego incrustarse en los muros y en el piso. Liang se movió de izquierda a derecha, zigzagueando y amagando, corriendo de principio a fin. Mei la perseguía bramando sus amenazas y acusaciones, con su escopeta ladrando implacable en sus manos. Era una mujer rápida, pese a moverse con tal arma.
Y ella no era su único problema. Sus acompañantes habían sido reducidos y, con todos los gritos y disparos, la muy idiota había desatado un avispero de guardias. Las tenían acorraladas; eran lo suficientemente astutos como para, además, haber dejado algunos de sus hombres cuidando la puerta principal.
–Necesito irme de aquí, pero no me iré sin lo que vine a buscar.
Arrastró a Mei por toda la bodega hasta llegar al punto de partida, un poco antes de que ella lo hiciera. Había matones entre su premio y ella, y venían más en camino. No había tiempo que perder. Con un sello explosivo, lanzó un kunai justo al centro de las puertas de la bodega. La detonación reventó las bisagras y dispersó a los matones. Liang se movió en esa dirección.
**Sello explosivo: un sello que se pega al kunai. Posee un poco de pólvora que causa combustión con la fricción entre el kunai y el material de roce.**(explicación rápida y barata(?))
Uno de ellos se recuperó antes de lo que esperaba e intentó golpearla con un hacha de mano. Se balanceó para esquivar el golpe y le dio una patada en la rodilla mientras lanzaba otro kunai a sus amigos para mantenerlos a raya. Con el camino ya despejado, se apoderó, finalmente, de la fruta. Después de tantos problemas, al menos tenía lo que fue a buscar.
Las compuertas de carga, abiertas de par en par, llamaban por ella. Pero había demasiados Garchos amontonados. No había forma de salir, por lo que decidió quedarse en la única esquina silenciosa que restaba en aquella casa de orates.
Un kunai corría entre sus dedos cuando se alistó para cambiarse de sitio. Sin embargo, justo cuando alcanzaba a alejarse, Mei apareció, acechándola como un perro rabioso. La culata de su arma retrocedió y redujo a un Garcho a pedazos. La mirada de su hermana menor se dirigió hacia el kunai que estaba en su mano. Sabía lo que significaba, por lo que apuntó el cañón humeante de su pistola hacia ella, haciendo que se viera obligada a moverse.
–No puedes correr para siempre – dijo rugiendo detrás de Liang.
La cabeza de Liang estaba llena de pensamientos. Entre ellos distinguió la sensación de que alguien le había tendido una trampa. Le ofrecieron un dato de la nada, cuando más lo necesitaba y, sorpresa, se encontró a su hermana menor en el lugar del atraco, esperándola. Alguien mucho más lista que Mei había querido verle la cara. “No puede pasarme esto a mí, debería darme un puñetazo en toda la cara por ser tan descuidada, pero hay un todo un muelle lleno de gigantones listos para hacerlo por mí”, pensó.
En ese momento lo único que importaba era largarse de allí como fuese. Dos estallidos de esa condenada escopeta de Mei hicieron que saliera volando. Su espalda terminó chocando contra una polvorienta caja de madera. La saeta de una ballesta se alojaba en la madera podrida justo detrás de Liang, a centímetros de su cabeza.
–No hay salida, querida hermana – gritó Mei.
Liang miró a su alrededor. El fuego de la explosión estaba llegando al techo. Probablemente tenía razón.
–Nos traicionaron, Mei – le gritó Liang.
–Tú debes saber mucho de eso, ¿no?
Solo quedaba razonar con ella.
–Si trabajamos juntas, podemos salir de esta.
–¡Preferiría que las dos muriéramos aquí antes de confiar en ti otra vez! – gruñó.
Liang no esperaba menos. Intentar que entrara en razón solo aumentaba el enojo de su hermana, que era justo lo que necesitaba. La distracción le dio el tiempo suficiente para salir de la bodega. Pudo escuchar a Mei adentro, gruñendo. Sin duda fue a revisar el sitio donde estaba, sin encontrar nada más que un kunai con una nota a modo de provocación.
Liang lanzó un sinfín de kunais a través de las compuertas de carga detrás de ella. Ya era demasiado tarde para andarse con sutilezas. Por un instante, se sintió mal por haber dejado a su hermana menor en un edificio en llamas, pero la conocía; sabía que eso no acabaría con ella. Era demasiado obstinada como para dejarse matar así. Además, un incendio en un muelle era cosa seria en un pueblo porteño. Todo aquello le podría dar algo de tiempo.
Mientras buscaba la forma más rápida de escapar de los muelles del matadero, el sonido de una explosión hizo que levantara la cabeza. Era Mei, que apareció a través de un agujero creado por ella misma tras hacer explotar un costado de la bodega. Tenía la mirada de una asesina.
Liang vio venir a su hermana, empujó un par de estibadores para sacarlos de su camino y corrió a lo largo del muelle. Estaba tratando de trazar su vía de escape, pero Mei le estaba pisando los talones; así le era imposible concentrarse. Había más Garchos pululando en el perímetro, como moscas en una letrina. Liang les lanzó un par de kunais y acabó con ellos. Sin embargo, la pequeña riña que tuvo con los matones le dio tiempo a Mei para alcanzarla. Cuando vio a su hermana menor, se lanzó tras una enorme pila de vértebras de ballena. Con un disparo del arma de Mei acabó con su escondite al tiempo que una multitud de huesos volaba por los aires.
La chica del cabello negro respondió tratando de arrancarle la cabeza a su hermana, pero Mei logró dispararle al kunai en pleno vuelo. Explotó como si fuera una bomba y envió a ambas al suelo. Liang se puso de pie rápidamente y huyó.
Algunos Garchos se acercaban con cadenas y sables, pero Mei dio un giro violento y les voló las entrañas. Echó a correr poniendo la mirada en su hermana mayor, pero el disparo de una pistola la interrumpió. Se aproximaban más Garchos, mejores armados. Por otra parte, Liang seguía corriendo hacia los rincones más lejanos del muelle del matadero.
–¡Date la vuelta y enfréntame! – le gritó a Liang.
Al llegar al puente, la pelinegra se detuvo en seco a medio correr. En el otro extremo, una masa de bastardos con espadas se interponía en su camino. Liang volteó para evitar el filo de las espadas, pero solo se topó con su hermana. Era su pared. Estaba atrapada. Miró a un costado del puente, en dirección al agua. Estaba pensando en saltar.
Comenzó a caminar en dirección a Mei.
–Mira, Mei. Ninguna de las dos tiene que morir aquí. Tan pronto salgamos de esta...
–Te vas a largar corriendo de nuevo. Como siempre lo has hecho.
–¡Joder, Mei! ¡Tengo que volver a Ionia para proteger a nuestro pueblo! Al mismo pueblo que le diste la espalda – finalmente Liang mostró enfado.
Pero de pronto, su hermana menor se convirtió en la menor de sus preocupaciones.
Los Garchos no tenían motivos para apresurarse. Ya no. Sabían que las tenían atrapadas. Detrás de ellos, parecía que todos los asesinos y sabandijas despiadados en Pueblo Rata estuvieran diciendo presente. No había vuelta atrás. En el extremo más lejano del puente, bloqueando la ruta de escape de Liang hasta el laberinto de las barriadas de la isla, apareció ni más ni menos que toda la banda de los Sombreros Rojos. Ellos dominaban el lado este de la ribera. Servían a Velfeghor, al igual que los Garchos y casi toda la maldita ciudad.
Mei estaba a sus espaldas, acercándose más con cada pisada. A la obstinada de su hermana no le interesaba el desastre en el que ambas se metieron. Realmente le costaba trabajo creerlo. Allí estaban otra vez, como hace muchos años. Hasta las rodillas de problemas y no lograba hacerla entrar en razón.
A Liang le gustaría poder contarle lo que sucedió ese día, pero no tendría sentido. No le creería ni por un solo segundo. Una vez que se le alojaba un pensamiento en el cráneo, extirpárselo tomaba su tiempo. Claramente, el tiempo era algo que no les sobraba.
Se retiró hacia un costado del puente. Cerca del riel vio malacates y poleas suspendidas debajo de ella, a muchos metros sobre el océano. Su cabeza daba vueltas y su estómago se le caía hasta los pies. Cuando volvió al centro del puente, se dio cuenta de la encrucijada en la que se había metido. A la distancia pudo ver el barco de velas negras de Velfeghor. Desde allí se les aproximaba ni más ni menos que una armada de botes a toda marcha. Al parecer, todos sus hombres iban tras las cabezas de las hermanas.
“No puedo escapar ni de los Garchos, ni de los Sombreros, ni de la cabeza dura de mi hermana. Solo me queda una salida”.
Liang puso un pie sobre la verja del puente. No se había percatado de la altura. El viento azotaba su ropa y hacía que se agitara como vela al viento. “Jamás debí haber venido”.
–¡Sal de ahí ahora mismo! – dijo Mei. Liang estaba segura de haber notado una cuota de desesperación en la voz de su hermanita. Quedaría destrozada si muriera antes de obtener la confesión que tanto había buscado.
Liang respiró profundamente.
–La caída sí que es larga.
–Xi – dice Mei –. Retrocede.
Liang se detuvo. Hacía mucho que no escuchaba ese nombre.
*****
–¿Está todo en orden, Mikael? – preguntó él.
Después de tantos años, aún no podía creer que todavía no fuera capaz de sorprenderlo.
–Sí, Capitán – dijo.
–¿No te detectaron?
–No – contestó resentido, luego de controlar su disgusto por la pregunta –. El capitán del puerto no tenía a nadie vigilando y en el barco no había ni una mosca.
–¿Y la chica?
–Hizo su parte.
–Muy bien. Nos vemos en el Sirena.
Luego de recibir la orden, Mikael se alejó y desapareció entre la oscuridad. Todo estaba puesto en marcha. Solo faltaba que los actores empezaran con el espectáculo.
*****
Escuchó rugir a Mei mientras se zambullía. Todo lo que alcanzó a ver era la cuerda debajo de ella. No era tiempo de pensar en la caída o en las desconocidas y tétricas profundidades. Todo se volvió una mezcla borrosa de vientos huracanados.
Casi gritó de alegría al alcanzar la cuerda, pero le quemó la mano como un fierro al rojo vivo. Su caída se detuvo súbitamente cuando llegó al punto de amarre. Se quedó ahí por un momento, maldiciendo. Había escuchado que caer al agua de una altura como esa no bastaba para matar a alguien, pero prefería correr el riesgo de lanzarse hacia el muelle de carga de piedra del que la separaban al menos unos quince metros.
“Moriré, pero prefiero mil veces eso que ahogarme”.
Entre donde estaba y la plataforma de piedra había un par de cables de trabajo pesado que se extendían de allí al continente, uno de ida y el otro de vuelta. Los impulsaban unos mecanismos ruidosos y rudimentarios. Se utilizaban para transportar partes faenadas de las bestias marinas a los mercados de toda la isla. Los cables vibraban mientras un balde pesado y oxidado, tan grande como una casa, surcaba su camino hacia Liang.
Dejó que una sonrisa se dibujara en su rostro por un segundo. Al menos hasta que vio lo que estaba dentro del carro. Estaba a punto de caer con los pies por delante a una cuba humeante de órganos de pescado. Coordinó su salto con precisión y aterrizó en medio del balde de bocado. El cebo frio se cuela por todas las fibras cosidas a mano de su calzado.
De pronto escuchó el ladrido de la maldita escopeta una vez más.
La línea de amarre explotó. El carro emitió un chillido al liberarse de los cables. Se quedó sin aire cuando el balde se estrelló contra la plataforma de piedra. Sintió que los cimientos del muelle temblaron antes de volcarse hacia un lado. Todo cayó sobre su cabeza, incluida una tonelada de vísceras de pescado. Luchó por mantenerse de pie mientras buscaba otra salida. Sintió que los barcos de Velfeghor se aproximaban. Ya casi llegaban.
Liang se arrastró mareada hacia un bote pequeño atracado en el muelle de carga. No alcanzó a llegar a la mitad del tramo cuando un escopetazo le abrió el casco de par en par hasta echarlo a pique. Vio como un segundo bote se hundía, cayó al suelo de rodillas, muerta de cansancio. Trató de recuperar un poco el aliento soportando su propio hedor. Mei estaba de pie junto a ella. De algún modo consiguió llegar hasta allí también.
–Ya no te ves tan bien, ¿eh? – Mei sonrió y miró a Liang de arriba abajo.
–¿Cuándo vas a aprender? – dijo, poniéndose de pie – Cada vez que intento ayudarte, me...
Mei le disparó al suelo en frente de la pelinegra.
–Si solo me escucha...
–Ya te escuché lo suficiente, Liang – la interrumpió, mascullando cada palabra –. Era la misión más importante de nuestras vidas y tú te escapas antes de que pudiera darme cuenta.
–¿Antes de qué? Te lo dije...
Le siguió otro disparo y otra lluvia de piedras, pero ya la tenía sin cuidado.
–Traté de que saliéramos de ahí. Todos los demás nos dimos cuenta de que nada estaba saliendo como esperábamos. Pero tú no querías ceder. Como siempre – un kunai estaba en la mano de Liang antes de siquiera darse cuenta.
–Te lo dije entonces, todo lo que debías hacer era apoyarme. Habríamos salido de ahí, felices y con el honor en nuestras manos. Pero tú optaste por correr – dijo, dando un paso hacia adelante. La mujer que solía conocer Liang parecía haberse perdido tras una capa de odio acumulada durante años.
Liang no intentó decir nada. Ahora lo veía en sus ojos. Algo dentro de ella se quebrantó.
Por sobre su hombro, vio un resplandor; era un mosquete de chispa. La vanguardia de la tropa de Velfeghor ya había llegado. Liang lanzó un kunai sin pensarlo. Atravesó el aire en dirección hacia Mei.
La escopeta de la peliblanca dio un tronido.
El kunai de Liang acabó con uno de los hombres de Velfeghor cuya pistola estaba apuntando a la altura de la espalda de Mei. Detrás de la pelinegra, otro miembro de la banda del pirata cayó al suelo empuñando un cuchillo. Si Mei no le hubiera disparado, podría haber acabado con la vida de Liang.
Ambas se miraron y sonrieron. No habían perdido el hábito.
Los hombres de Velfeghor las rodearon por todas partes, acercándose cada vez más entre aullidos y abucheos. No podían luchar contra tantos. Sin embargo, a Mei eso no la detuvo. Levantó su arma y se dio cuenta de que ya no le quedaban balas. Liang no sacó ningún kunai, ya no tenía sentido. Además, ya le quedaban unos pocos.
Mei dio un rugido y se abalanzó hacia ellos. Esa era su forma de hacer las cosas. Con la culata de la pistola, le quebró la nariz a un bastardo, pero la turba le dio una paliza. Liang sintió que unas manos la agarraban y le contenían los brazos. Levantaron a Mei del suelo. Cayó sangre de su rostro.
De pronto, la pelinegra dejó de oír los gritos de la turba. Sintió un escalofrío. La muralla de matones se retiró para darle paso a una silueta, un hombre con un abrigo negro que se dirigía hacia ellas: era Velfeghor. De cerca era mucho más grande de lo que se imaginaba. Y más viejo. Las líneas de su cara eran profundas y definidas.
Con una mano sostenía una naranja mientras le quitaba la cáscara con una navaja para tallar. Lo hacía lentamente, concentrándose en cada corte.
–Cuéntenme, camaradas – dijo. Su voz era un gruñido ronco y profundo –. ¿Les gustan los tallados en hueso?
Un puño chocó nuevamente contra su cara. Se desplomó de golpe contra la cubierta del barco de Velfeghor. Un par de esposas hechas de arrabio se clavaron en sus muñecas. La pusieron de pie con dificultad y la obligaron a arrodillarse junto a Mei. Lo cierto era que no habría podido ponerse de pie si esa manada de matones virolentos no la hubiera obligado a hacerlo.
El enorme y musculoso imbécil que golpeaba a Liang entraba y salía de su vista.
–Vamos, hijo – le dijo –. Lo estás haciendo mal.
No vio venir el siguiente golpe. Liang sintió una explosión de dolor y su cara se volvió a la cubierta. Volvieron a levantarla y ponerla de rodillas. Escupió sangre y luego sonrió.
–Mi abuelita pega más fuerte que tú y eso que la enterramos hace ya cinco años.
Se acercó para golpearla otra vez, pero una palabra de su capitán hizo que se detuviera enseguida.
–Es suficiente – dijo.
Liang, bamboleando un poco, intentó concentrarse en la borrosa silueta de Velfeghor. Su vista se aclara lentamente. Vio que en su cinturón llevaba atada la fruta que había intentado robar.
–Xi Liang, ¿no? Me dijeron que eras buena. Muy buena. Y yo no soy de aquellos que menosprecian la obra de una gran ladrona – dijo él. Dio un paso hacia delante y quedó mirándola fijamente –. Pero un buen ladrón sabría que es mejor evitar robarme a mí. – Se agachó y miró a Mei –. Y tú... Si fueras un poco más lista, sabrías que lo mejor habría sido poner tu arma a mi servicio. Pero ya no importa.
Velfeghor se levantó y les dio la espalda.
–No soy un hombre poco razonable – continuó –. No le pido a la gente que se arrodille ante mí. Todo lo que pido es un mínimo de respeto... algo sobre lo que ustedes escupieron encima. Y eso no puede quedar impune.
Su tripulación comenzó a acercarse como perros esperando la orden para despedazarlas. De cualquier manera, Liang no se sentía nerviosa. No pensaba darles esa satisfacción.
–Hazme un favor – dice Mei, apuntando a su hermana mayor –. Mátala a ella primero.
Velfeghor soltó una risa.
Le hizo un gesto a un hombre de su tripulación, quien comenzó a hacer sonar la campana del barco. En respuesta, sonaron una docena más en toda la ciudad puerto. Borrachos, marineros y tenderos empezaron a brotar de las calles atraídos por el alboroto. El maldito quería hacerlo público.
–¡Toda la isla nos mira, muchachas! Es tiempo de darles un espectáculo. ¡Traigan a la Hija de la Muerte!
Se escuchó un vitoreo mientras la cubierta retumbaba con el clamor de pisotones en el suelo. Traían un viejo cañón. Podía que estuviera oxidado y verde de lo viejo que era, pero seguía siendo una belleza.
Mei dio un vistazo hacia su hermana mayor. Tenía la cabeza gacha y no decía nada más. Le quitaron sus kunais... una vez que acabaron de encontrarlos, claro. De toda la vida, Liang siempre había sido capaz de encontrar una salida. Ahora que estaba acorralada, podía ver la derrota en su cara.
–Es lo que te merecías, maldita infeliz – le gruñó.
Liang le devolvió la mirada, sin fuego en sus ojos.
–No me enorgullece la manera en que se dieron las cosas...
–¡Me dejaste sola allí dentro!
–El resto y yo intentamos sacarte de ahí. ¡Y eso les costó la vida! – Liang respondió furiosa –. Perdimos a Kolt, a Wallace, a Fong... a todos ellos. Y todo por tratar de salvar tu obstinado pellejo.
–Pero tú saliste sana y salva – contestó –. ¿Sabes por qué? Porque no eres más que una cobarde. Y nada de lo que puedas decir cambiará eso.
Las palabras de Mei hirieron como puñetazos a Liang. No intentó responder. La última chispa de lucha en sus ojos se había esfumado al tiempo que sus hombros se desplomaban. Ni siquiera ella podía ser tan buen actriz.
–Todo se fue al diablo y supongo que ambas tenemos la culpa – dijo de repente –. Pero no te estaba mintiendo. De verdad tratamos de sacarte. Ya no importa. De todos modos, solo vas a creer lo que quieras.
Mei sabía que Liang tenía razón. La peliblanca siempre hacía las cosas a su manera. Cada vez que se pasaba de la raya, allí estaba ella, apoyándola. Siempre era la pelinegra quien encontraba una salida para todos los problemas que Mei ocasionaba. Pero no le había puesto atención ese día.
De pronto, levantaron a ambas de un tirón y las arrastraron hacia el cañón. Velfeghor lo acariciaba como si fuera su mascota.
–La Hija de la Muerte me ha servido bien – dijo –. Hace tiempo que buscaba la oportunidad de despedirla como se merece.
Un grupo de marineros arrastraba una gruesa cadena y comenzaba a enrollarla alrededor del cañón. Las pusieron espalda con espalda y la misma cadena les recorría las piernas y las esposas. Un cerrojo se cierra de golpe, atándola a la cadena. Una compuerta de embarque se abrió en la borda del barco, hasta donde llevaban el cañón a ocupar su lugar.
Velfeghor apoyó el tacón de su bota en el cañón.
–Bueno, no puedo librarnos de esta – dijo Liang por encima del hombro –. Siempre supe que algún día serías mi ruina.
Los hombres las arrastraron hasta la orilla del barco cual ganado al matadero. Liang comenzó a pensar... ¿Acaso ese era su final? Al menos, lo suponía. Vivió una buena vida mientras pudo, pero la suerte no era eterna para nadie. Por otra parte, Mei, con mucho cuidado, y haciendo presión contra sus esposas, logró meter una mano en el bolsillo de atrás. Seguía ahí. El mismo kunai de Liang que encontró en la bodega.
Los matones revisaron a la pelinegra para ver si aún conservaba kunais, pero no lo hicieron con su pequeña hermana. Esta última le dio un empujón, y, gracias a que estaban encadenadas juntas, era fácil darle el arma a Liang sin que lo notasen.
–Como tributo son insignificantes, pero al menos me servirán – dijo Velfeghor –. Dar mis saludos a mis padres en el Infierno.
Mientras el pirata saludaba a la multitud, Velfeghor empujó el cañón por la borda con una patada. El armatoste cayó en las aguas oscuras de un chapuzón y empezó a hundirse rápidamente. La cadena sobre el muelle cayó con él un momento después.
–Lárgate de aquí – le dijo Mei a su hermana –. Por primera vez seré yo quien tenga la solución.
Liang comenzó a hacer sus movimientos y giró el kunai entre sus dedos. A medida que comenzaba a concentrarse, Mei comenzó a sentir una presión incómoda en la nuca. De un momento a otro, la chica del cabello negro se encontraba nadando hacia la superficie. Sin embargo, las cadenas que ataban a Mei estaban bien apretadas. La cadena del cañón la hizo caer, se dio de bruces contra el muelle y gruñó de dolor. Un instante después cayó del bote.
El kunai que puso Mei en la mano de su hermana podía llevarla fácilmente hasta el muelle y desaparecer de allí. Podía escapar de ese lugar en menos de una hora. Soltó una sonrisa y agradeció dejar ese kunai en la bodega. Era el último regalo de su padre, y conservaba un valor y poder único; su filo, según contaba el padre de las hermanas, podía cortar cualquier cosa.
Un momento después, todo lo que vio Liang fue la cara enfurecida de su hermana a medida que desaparece en las profundidades. “Maldita sea”, pensó. No podía abandonarla, no después de lo que pasó la última vez. Escapar no era una opción. Sabía perfectamente hacia donde tenía que ir. Después de nadar sigilosamente hasta el barco, y subirse en él, apareció justo por detrás de Velfeghor, lista para hacer lo suyo.
Sin embargo, un miembro de la tripulación del maldito pirata la detectó sin tener explicación de cómo llegó hasta allí. Mientras pensaba en todo el asunto, le dio un buen puñetazo en toda la cara. Su cuerpo cayó sobre un montón de grumetes perplejos. Todos voltearon a mirarla, los sables estaban listos en sus manos. Velfeghor lideró el ataque y trató de cortarla justo a la altura de la garganta.
Pero no. Liang era más rápida que él. En un único y sutil movimiento, se deslizó por debajo del acero arqueado y despojó a Velfeghor de la adorada fruta del diablo que aún llevaba colgando de su cinturón. Detrás de ella, escuchó maldiciones. Liang saltó hasta la cubierta y guardó bien la fruta, mientras el extremo de la cadena se rompía contra la orilla del barco. Se estiró y agarró el último eslabón de acero antes de que desapareciera por la borda. Al romperse, la cadena tiró de ella hacia un costado y, finalmente, se dio cuenta de lo que había hecho.
El agua iba rápidamente hacia la chica. En ese instante eterno, cada parte de su cuerpo quería soltar la cadena. El hecho de que Liang no supiera nadar, la condenaría a muerte. Respiró una última bocanada de aire. De pronto, el disparo de un mosquetón le perforó el hombro. Dio un grito de dolor y dejó ir su último suspiro antes de que el mar la arrastrara. El agua congelada le golpeó el rostro.
Sintió como se acumulaba el pánico, pero trataba de contenerlo. Casi la superó. Más disparos atravesaban el agua sobre la cabeza de la chica. Liang vio tiburones y mantas cerca. Podían saborear la sangre; la comenzaron a seguir mientras caía en el abismo. Mientras seguía hundiéndose.
Solo vivía el terror en ella, de dolor no había ya nada. Sintió el latido de su corazón en los oídos. Su pecho ardía. Debo evitar tragar agua, se dijo a sí misma en un mar de pensamientos. La oscuridad se retorcía en torno a Liang. Era demasiado profunda, no había vuelta atrás. Y eso ya lo tenía claro.
“Pero aún puedo salvar a Mei.”
Escuchó un ruido sordo bajo sus pies. Entonces, la cadena quedó floja. Era el cañón que acababa de chocar contra el suelo marino. Liang usó la cadena para arrastrarse hacia las sombras. Vio una silueta más abajo, pensó que era su hermanita. Se arrastró con desesperación hacia ella. De pronto, vio que estaba frente a ella, aunque a duras penas distinguía el contorno de su cara. Por un momento creyó que agitaba la cabeza para mostrar la furia al ver que su hermana había regresado.
Liang comenzó a sentir su cuerpo débil. Pensó que se iba a desmayar, su brazo estaba entumecido y sentía que le aplastaban el cráneo. Soltó la cadena para sacar el kunai que aún llevaba en su pantalón. Su mano temblaba. Anteriormente, no pudo liberarla por la posición en la que se encontraba, pero había regresado para salvarla. Buscó a ciegas en la oscuridad, y, por obra de algún milagro, encontró la cerradura de las esposas de Mei. Insertó el kunai para tratar de forzarla, tal como lo hizo un millón de veces anteriormente con otras cerraduras. Pero sus manos no dejaban de temblar.
Giró el kunai, olvidando toda delicadeza, y pasó directamente a la fuerza bruta. Sintió que algo cedía. “Creo que me corté la mano”, pensó con una sonrisa en el rostro. El arma caía en dirección al abismo, y seguía su curso.
¿Qué era ese brillo? Justo sobre Liang, percibió un rojo intenso. Rojo y naranja. Estaba en todas partes. Era hermoso... “Así que esto es morir, ah?”. Comenzó a tragar agua.
Mei se desenredó de las cadenas, sedienta de aire. Se dio cuenta hacia donde estaba su hermana, la pobre no movía ni un músculo. Puso la mano alrededor de su cuello y empezó a patalear hacia la superficie. A medida que subía, todo se iluminaba con un tono rojizo. Una onda expansiva la tumbó. Caían trozos de hierro. Un cañón se sumergió a unos metros, seguido de un pedazo de timón chamuscado. También había cuerpos. Una cara cubierta de tatuajes la miraba conmocionada. La cabeza cerneada luego desapareció lentamente en la oscuridad bajo sus pies.
Mei comenzó a nadar más rápido, con los pulmones a punto de reventar.
Una eternidad después alcanzó la superficie, tosiendo agua salada y jadeando en busca de aire. El problema era que arriba era casi irrespirable. El humo la ahogaba y se le clavaba en los ojos. Mei vio muchas cosas arder en su vida, pero jamás algo así. El barco de Velfeghor ya no estaba. Había trozos de escombros echando humo repartidos por toda la bahía. Los islotes de madera al rojo vivo colapsaban por todas partes y emitían un silbido a medida que se hundían. Una vela ardiente cayó justo en frente de las hermanas y casi arrastró a Mei y a Liang por última vez. El olor se parecía al apocalipsis; era una mezcla de sulfuro, ceniza y muerte, entre cabellos quemados y piel derretida.
Mei se fijó en su hermana para ver cómo estaba. Le costaba mantenerla a flote. Sin embargo, por suerte, encontró un trozo humeante de casco flotando cerca de ella. Parecía ser lo suficientemente sólido. No era precisamente una embarcación, pero les serviría de todos modos. Por primera vez, pudo observar a Liang con detención. Vio que no respiraba. Presionó su pecho con sus puños. Justo cuando comenzaba a preocuparse por la vida de su hermana, Liang tosió un montón de agua salada.
–¡Maldita estúpida! ¿Para qué regresaste?
Responderle le tomó unos minutos.
–Pensé que podía intentar hacerlo a tu manera – murmuró arrastrando las palabras –. Quería saber qué es sentirse una cabeza dura. – Siguió tosiendo más agua –. Se siente horrible.
Los peces con dientes afilados y otras criaturas incluso más viles empezaron a rodearlas. Mei apartó los pies de la orilla. Un tripulante mutilado apareció en la superficie y se sostuvo de la improvisada balsa de las hermanas. Mei le puso toda la bota en la cara y lo sacó flotando. Un grueso tentáculo le recorrió el cuerpo y lo arrastró de vuelta a las profundidades.
Antes de que los peces se quedaran sin carne fresca, Liang, con mucho esfuerzo, tomó un pedazo de madera y la usó para remar lejos de la carnicería. Empujó contra el agua, sus brazos estaban cansados y adoloridos, pero sabía muy bien que no podía detenerse. Cuando logró alejarse un poco de la masacre, se tumbó boca arriba.
De repente, Mei vio la fruta que guardaba Liang en su ropa y soltó una carcajada.
–Al final siempre consigues lo que quieres.
Liang le devolvió la carcajada, tomó la fruta y la contempló.
–Tanto lío por algo así, ¿no? Veamos cómo sabe.
El sabor era realmente horrible, pero en esos momentos era lo que menos le importaba. El tiempo seguía corriendo y debían tomar una decisión.
–No tenemos tiempo – comentó de repente Liang, escupiendo los trozos de fruta que le quedaron en la boca –. Quien quiera que haya hecho esto, dejó a esta puta isla sin un jefe. Esto se pondrá feo en cualquier momento.
–Conozco un buen marinero que nos podría llevar a Ionia.
Liang sonrió. Se sentía como en los viejos tiempos, cuando solo era ella, su hermanita y su padre.
- Algunas cosillas a tener en cuenta:
- La historia es para las dos hermanas, pero igual quiero explicar lo que sucede con el hombre del cabello rojo. Él fue el que planeó todo para vengarse de Velfeghor, el hombre que le arrebató a su hija. Si lo narraba, me extendería por lo menos en unas mil quinientas palabras más, y no era lo que buscaba en el texto^^U. Lo siento por si ha quedado esa parte a medio explicar.
Lo segundo que quiero tengan en cuenta a revisar, es lo que pasó entre Mei y Liang hace cinco años. Quiero dejar en claro que el objetivo de este diario no era contar lo que sucedió, y que eso lo narraré en otro diario. ¡Espero que tengan eso en cuenta! :D
- Peticiones:
- Ahora vamos con las peticiones.
Quiero pedir un dulce, dos dulces... na', mejor que sean tres(?).
Solicito una fruta logia, la yami yami no mi y si es posible, tabla legendaria.
También pido los niveles correspondientes y nada más^^.
Hayden Ashworth
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Vamos allá
Sobran presentaciones, ¿no? En fin, sigamos.
- Spoiler:
- Xi Liang escribió:Liang supo de un poder que la haría lo suficientemente poderosa como para defender a su pueblo de los invasores.
https://es.wikipedia.org/wiki/La%C3%ADsmo
¿No te has dado cuenta de que el uso de un "la" seguido de una palabra que empieza por el sonido /a/ suena regular? La haría. Laría. Lo peor de todo es que es el único laísmo que hay en el diario, por lo que imagino que conoces esta norma, lo que me hace preguntarme que pasó aquí. Bueno, no vamos a cebarnos solo con una, ¿no?Xi Liang escribió:Se sumergió más y más en la oscuridad, tratando de ocultar completamente su rostro (aunque llevaba puesto un pañuelo que le ocultaba la mitad de este).
El paréntesis sobra. Mucho. Si quieres aclarar algo durante una narración, lo correcto es usar comas. Sin embargo, ni siquiera son necesarias en este contexto. Mira:
Se sumergió más y más en la oscuridad, tratando de ocultar su rostro, llevando un pañuelo que ocultaba la mitad de este.
¿Ves? Queda mejor.Xi Liang escribió:Había guardias fijos en la entrada, y cerraduras y barrotes en las puertas.
Coma seguido directamente de una "y", palabra y una segunda "y".
"Había guardias fijos en la entrada, con cerraduras y barrotes en las puertas."
o
"Había guardias fijos en la entrada. Las puertas tenían barrotes y cerraduras."Xi Liang escribió:Ch-chom.Xi Liang escribió:–¿Qué te ofrecieron por entregarme? – rujió.
http://www.wordreference.com/definicion/rugir
Esto me ha hecho sangrar los ojos, sobre todo por lo mucho que destaca al estar el diario tan limpio de faltas de este tipo.
Voy a dejar de señalar faltas concretas porque no me hace bien. A parte de eso he visto varias veces un abuso de comas. En plan poner una coma para separar y tan solo una palabra después, poner otra coma. Aquí tienes un ejemplo:
Xi Liang escribió:Por otra parte, Mei, con mucho cuidado, y haciendo presión contra sus esposas, logró meter una mano en el bolsillo de atrás.
Esto podrías haberlo redactado mucho mejor sin el abuso de comas y sin la infame "y" inmediatamente después de coma.
Dejemos el ámbito ortográfico a un lado, ¿de acuerdo? Vayamos al apartado de la historia y coherencia.
No hay mucha mejoría respecto a lo anterior escrito, sobre todo cerca de la última parte del diario, donde me presentas cosas como esta:
Xi Liang escribió:Liang comenzó a hacer sus movimientos y giró el kunai entre sus dedos. A medida que comenzaba a concentrarse, Mei comenzó a sentir una presión incómoda en la nuca. De un momento a otro, la chica del cabello negro se encontraba nadando hacia la superficie. Sin embargo, las cadenas que ataban a Mei estaban bien apretadas. La cadena del cañón la hizo caer, se dio de bruces contra el muelle y gruñó de dolor. Un instante después cayó del bote.
Por más que lo leo no consigo descubrir cómo. ¿Mei acaba de cortar cadenas con un kunai? ¿De qué está hecho ese kunai? ¿Adamantium? En el caso de que lo que querías contar no era "lo cortó", sino que lo usó de otra forma para liberar a Lieng, debo darte punto negativo igualmente porque no soy capaz de discernir como lo ha hecho a partir de esa narración.
Xi Liang escribió:El agua iba rápidamente hacia la chica. En ese instante eterno, cada parte de su cuerpo quería soltar la cadena. El hecho de que Liang no supiera nadar, la condenaría a muerte. Respiró una última bocanada de aire. De pronto, el disparo de un mosquetón le perforó el hombro. Dio un grito de dolor y dejó ir su último suspiro antes de que el mar la arrastrara. El agua congelada le golpeó el rostro.
Esto lo he tenido que leer varias veces para asegurarme de que no me había equivocado. De que no había entendido que Liang no sabe nadar. Pero no, eso es exactamente lo que das a entender. Que Liang no sabe nadar y por ende, de soltarse, moriría ahogada. Veamos...
Xi Liang escribió:Escapar no era una opción. Sabía perfectamente hacia donde tenía que ir. Después de nadar sigilosamente hasta el barco, y subirse en él, apareció justo por detrás de Velfeghor, lista para hacer lo suyo.
Esto pasa pocos párrafos atrás. Y lo peor de todo, es que Liang vuelve a nadar unos cuantos párrafos más adelante. De nuevo, si el que no sabía nadar no era lo que querías dar a entender, debo seguir dando el punto negativo, ya que no consigo discernir otro significado.
Y volviendo al párrafo que acabo de citar... ¿Por qué? Es decir, Liang piensa que no puede abandonar a Mei, que no va a dejar que se ahogue... ¿Y qué hace? Se va al barco, en vez de nadar hacia ella ahora que la tiene cerca para poder liberarla antes de que alcance el fondo marino. ¿Por qué va al barco en vez de rescatarla? Imagino cual es el motivo, para que Liang pueda conseguir la fruta y puedas pedirla en el diario. ¿Pero cual es el motivo on-rol? Veo ese movimiento una estupidez, una pérdida de tiempo y hacer exactamente lo que Liang dijo que no haría: Abandonar a su hermana.
Liang sube al barco y pelea un rato. Se lleva la fruta, of course. Y cuando termina de pelear, la cadena aún no se ha hundido del todo... O eso es kilométrico o peleáis a la velocidad de la luz. Con lo que después tardas en llegar al fondo marino... sí, Mei debería haber muerto ahogada. Y luego está la presión, que puedes argumentar que el agua no era tan profunda, sin embargo...
Xi Liang escribió:Liang comenzó a sentir su cuerpo débil. Pensó que se iba a desmayar, su brazo estaba entumecido y sentía que le aplastaban el cráneo.
Si Liang, que acaba de empezar a sumergirse, nota la presión... Mei debería haber sido aplastada ya de todo el rato que ha estado hundiéndose.
Pero nada... asumiremos que Mei es campeona de apnea.
No hay nada más que señalar del diario, pero si de las aclaraciones. Algo con lo que quiero ponerme serio.
Xi Liang escribió: Si lo narraba, me extendería por lo menos en unas mil quinientas palabras más, y no era lo que buscaba en el texto^^U
No. No lo consiento. El objetivo de un preficha consiste en poder contar la historia de un pj de forma más detallada y ganar algo por ello. Su pasado, sus primeros días. ¿Esto? Esto se ha sentido todo el rato como un diario normal. Podrías perfectamente haber contado su pasado sin cambiar un ápice de la historia, a través de flashbacks o que alguna de las dos lo contase o en la misma narración. Excluyéndolo lo único que has conseguido es que a mí, el lector, no me importase lo más mínimo sus motivaciones, sus metas o si sobreviven al periplo por el que tú, el escritor, les ha puesto. Y eso es algo imperdonable en una historia. Y lo de evitar que saliese demasiado largo... ¿Qué más da? Yo nunca cuento la longitud. Si algo debe salir largo, será largo. Esta excusa de "no quería que se excediese", lo siento mucho pero me suena a pereza.
Tienes un 6. No te llevas nada a excepción de la experiencia, me temo.
Tienes derecho a una segunda corrección.
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