William White
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Kabushi, era una isla que no se encontraba muy lejos de Ohara, tierra de conocimiento prohibido que muy pocos buscaban y que muchos menos encontraban. No era de extrañar que Kabushi fuera territorio pro-revolucionario, aunque oficialmente estuviera controlado por el gobierno. El caso es que este hecho en un vano intento de demostrar el gran control del gobierno en el West blue, el propio gobierno se había autoconvencido de sus propias mentiras, no permitiendo ver al gobierno el bosque tras el árbol.
El gobierno consideraba al islote un puerto más, un lugar idóneo para comerciar con madera, creando así la ruta de la madera la cual nacía en Kabushi, en Shoko era tallada y en Baristan quedaba enterrada. El negocio de la construcción de flotas había sido muy rentable últimamente, con los precios de la materia prima tan bajos y los constantes conflictos azotando cada costa, la capacidad de reflotar una flota en tan solo unos meses era algo muy codicioso por muchos. De ahí que se hubiera formado el Sindicato de astilleros, una organización de actitud de dudosa moralidad que se había formado bajo el amparo de los revolucionarios, el sindicato en si mismo era una organización dual por un lado servía para controlar el negocio en gran parte de aquel mar y por otra parte servía como tapadera para los revolucionario, los cuales encontraban en la organización una forma de blanquear su dinero y reforzar su flota bajo dicha firma.
-Era impresionante- pensaba William examinado las notas de la bitácora de Armonia, como era posible que aquel hombre hubiera descifrado y deducido aquel complejo entramado con tan solo unos leves movimientos. Puede que su aspecto no fuera intimidante, pero la influencia de aquel hombre era temible.
William removió el azúcar de su taza de café con aquella cucharilla de brillo cobrizo. Dio un sorbo y se dispuso a seguir ojeando aquella bitácora, ya que cada lectura sacaba nuevas conclusiones y nuevos secretos. Era como una cebolla, debajo de cada capa había más y más capas de complejidad, simplemente intrigante.
Se encontraba en una elegante cafeteria del hotel del poblado, al igual que él había algunos que otros empresarios imbuidos en sus trajes con sus ajustadas corbatas los cuales planeaban sacar una buena tajada de aquel negocio, tal como yo pensaba.
-Si todo salía como quería, sería un negocio redondo- pensaba White a la vez que tocaba madera.
Por ahora solo necesitaba encontrar al contacto, el cual solo aparecía los jueves por la noche en un determinado sótano de un almacén muy peculiar. Tan solo faltaban unas horas, por lo que el chico se puso en marcha, llevaba la indumentaria de costumbre, de esa forma urbana tan cómoda con tonos gris y oscuros hechos a partir de algodón, cuero y cáñamo principalmente. Aún así, su vestimenta tiene ciertas tendencias a los semidesnudos pareciendo un look ligeramente gótico u oscuro. El lugar no fue difícil de encontrar y mucho menos de acceder, pero la escena que se encontró no era ni mucho menos la esperada. No necesitaba ver la libreta de Schibukai para saber frente al tipo que se encontraba al frente de esa sala, Arribor Neus no necesitaba carta de presentación. Él y solamente él podía ser la explicación de aquella escena.
El gobierno consideraba al islote un puerto más, un lugar idóneo para comerciar con madera, creando así la ruta de la madera la cual nacía en Kabushi, en Shoko era tallada y en Baristan quedaba enterrada. El negocio de la construcción de flotas había sido muy rentable últimamente, con los precios de la materia prima tan bajos y los constantes conflictos azotando cada costa, la capacidad de reflotar una flota en tan solo unos meses era algo muy codicioso por muchos. De ahí que se hubiera formado el Sindicato de astilleros, una organización de actitud de dudosa moralidad que se había formado bajo el amparo de los revolucionarios, el sindicato en si mismo era una organización dual por un lado servía para controlar el negocio en gran parte de aquel mar y por otra parte servía como tapadera para los revolucionario, los cuales encontraban en la organización una forma de blanquear su dinero y reforzar su flota bajo dicha firma.
-Era impresionante- pensaba William examinado las notas de la bitácora de Armonia, como era posible que aquel hombre hubiera descifrado y deducido aquel complejo entramado con tan solo unos leves movimientos. Puede que su aspecto no fuera intimidante, pero la influencia de aquel hombre era temible.
William removió el azúcar de su taza de café con aquella cucharilla de brillo cobrizo. Dio un sorbo y se dispuso a seguir ojeando aquella bitácora, ya que cada lectura sacaba nuevas conclusiones y nuevos secretos. Era como una cebolla, debajo de cada capa había más y más capas de complejidad, simplemente intrigante.
Se encontraba en una elegante cafeteria del hotel del poblado, al igual que él había algunos que otros empresarios imbuidos en sus trajes con sus ajustadas corbatas los cuales planeaban sacar una buena tajada de aquel negocio, tal como yo pensaba.
-Si todo salía como quería, sería un negocio redondo- pensaba White a la vez que tocaba madera.
Por ahora solo necesitaba encontrar al contacto, el cual solo aparecía los jueves por la noche en un determinado sótano de un almacén muy peculiar. Tan solo faltaban unas horas, por lo que el chico se puso en marcha, llevaba la indumentaria de costumbre, de esa forma urbana tan cómoda con tonos gris y oscuros hechos a partir de algodón, cuero y cáñamo principalmente. Aún así, su vestimenta tiene ciertas tendencias a los semidesnudos pareciendo un look ligeramente gótico u oscuro. El lugar no fue difícil de encontrar y mucho menos de acceder, pero la escena que se encontró no era ni mucho menos la esperada. No necesitaba ver la libreta de Schibukai para saber frente al tipo que se encontraba al frente de esa sala, Arribor Neus no necesitaba carta de presentación. Él y solamente él podía ser la explicación de aquella escena.
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-¡Os he dicho que ese parche es mío! -exclamó por centésima vez. Ese estúpido pirata de poca monta no parecía ser capaz de entender las palabras que Arribor utilizaba y muchos menos de hacer caso el sentido común y devolverle lo que era suyo.
-Lo siento, pero no te oigo -se burló el ladrón. Se llevó la mano a la oreja e hizo un gesto como si intentase escuchar mejor, en un claro intento de provocación. Los tres loros que se aferraban a su hombro imitaron el gesto con sus alas.
-Voy a darte una paliza. O me lo devuelves ahora o haré pedazos todo este sitio. Vosotros incluidos.
El grupo que le rodeaba se echó a reír al unísono, como si lo tuvieran ensayado. Todos ellos iban adornados con joyas de todo tipo y armas engarzadas de piedras preciosas; eran bastan horteras. Todo robado, sin duda. No en vano esa gente le había robado el parche mientras dormía en un motel. No entendía quién querría un objeto tan poco codiciado como un parche, pero para alguien que realmente lo necesitaba, era algo importante. Arribor había tenido que usar uno que vendían en una tienda local, de color amarillo chillón y con el dibujo de un mono comiéndose una banana. Realmente no era un accesorio apropiado para un pirata.
-En esta isla nosotros somos los únicos que amenazan -le respondió el ladrón de parches. El pobre diablo llevaba puesto el parche de Arribor, aunque no en el ojo, ya que no lo necesitaba, sino que lo tenía colgado del cuello como si fuese un trofeo.
-Muy bien -aceptó él-, ya no amenazaré más.
Y antes de que tuvieran tiempo de prepararse, Arribor comenzó a causar el caos en el almacén donde había encontrado a esos ladrones. No creía que el edificio aguantase mucho en pie.
-Lo siento, pero no te oigo -se burló el ladrón. Se llevó la mano a la oreja e hizo un gesto como si intentase escuchar mejor, en un claro intento de provocación. Los tres loros que se aferraban a su hombro imitaron el gesto con sus alas.
-Voy a darte una paliza. O me lo devuelves ahora o haré pedazos todo este sitio. Vosotros incluidos.
El grupo que le rodeaba se echó a reír al unísono, como si lo tuvieran ensayado. Todos ellos iban adornados con joyas de todo tipo y armas engarzadas de piedras preciosas; eran bastan horteras. Todo robado, sin duda. No en vano esa gente le había robado el parche mientras dormía en un motel. No entendía quién querría un objeto tan poco codiciado como un parche, pero para alguien que realmente lo necesitaba, era algo importante. Arribor había tenido que usar uno que vendían en una tienda local, de color amarillo chillón y con el dibujo de un mono comiéndose una banana. Realmente no era un accesorio apropiado para un pirata.
-En esta isla nosotros somos los únicos que amenazan -le respondió el ladrón de parches. El pobre diablo llevaba puesto el parche de Arribor, aunque no en el ojo, ya que no lo necesitaba, sino que lo tenía colgado del cuello como si fuese un trofeo.
-Muy bien -aceptó él-, ya no amenazaré más.
Y antes de que tuvieran tiempo de prepararse, Arribor comenzó a causar el caos en el almacén donde había encontrado a esos ladrones. No creía que el edificio aguantase mucho en pie.
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El chico abrió la tosca puerta encontrando la susodicha escena. Las escaleras desafiantes descendían hasta una planta inferior, en la cual era visible un horno de dimensiones considerables junto con varios toneles metálicos de tamaño industrial. Parecía que el contacto también se dedicaba a destilar otro tipos de negocios. En el ambiente había un denso humo asemejándose el lugar bastante a los que los juerguistas solían llamar “hacer un submarino”, lo cual seguramente invitaba a un ambiente discernido entre los más habituales del establecimiento. Aún así la escena era tensa, allí no había hombres ni matones, solo unos jóvenes apaleados por los que no podía evitar sentir un poco de empatía, ya que en el pasado había sufrido en sus propias carnes el abuso de poder al que solían someter los piratas, en especial a la hora de negociar con ellos. Aún así no podía prejuzgar ya que también era posible que se lo hubieran buscado.
White vaciló por un instante, había demasiado brutalidad en aquella escena para su gusto, y no recordaba nada agradable. El chico tragó saliva, zafándose de todos aquellos malos recuerdos. Tentado, intentó dar un paso hacia atrás arrastrando el pie, pero ya era demasiado tarde, era bastante evidente de que aquel monstruo le había visto y probablemente, no podría huir de alguien como él.
-Reacciona- pensaba White abrumado por la situación. Después de todo el chico no era del todo consciente de los riesgos que suponían trabajar en el bajo mundo, no era necesario alguien extremadamente fuerte como para matarlo, pero quien se iba a imaginar que unos de los más grandes piratas de la época actual se iba a encontrar en un lugar como este. Tal vez lo mejor sería hacer como si no supiera nada, actuar con naturalidad, como si fuera un mero recadero, uno novato, eso sería perfecto.
-Perdone usted- dijo con un tono dubitativo, inseguro pero que no denotase miedo -¿Es usted, Don Zambudio Meneter?- dijo a la vez que sacaba un pequeño papel doblado muy parecido a una lista de la compra, metiéndose lo mejor posible en el papel de recadero, a fin de cuentas no hacía tanto tiempo que había dejado ser uno -Me envía el jefe Ambrosio, dice que viene a por lo suyo- dijo el chico, dando a entender que no conocía para nada aquel mundillo, y que por supuesto desconocía la identidad del pirata.
Aún así la escena rozaba lo surrealista y no podía tomarse en serio a un pirata con parche tan infantil, aunque al parecer este también se sentía abochornado de llevarlo. Por lo que solo quedaba esperar a que le hicieran entrar o simplemente a una posibilidad de huir ¿Por qué no iba a morir ahí? ¿Verdad?
White vaciló por un instante, había demasiado brutalidad en aquella escena para su gusto, y no recordaba nada agradable. El chico tragó saliva, zafándose de todos aquellos malos recuerdos. Tentado, intentó dar un paso hacia atrás arrastrando el pie, pero ya era demasiado tarde, era bastante evidente de que aquel monstruo le había visto y probablemente, no podría huir de alguien como él.
-Reacciona- pensaba White abrumado por la situación. Después de todo el chico no era del todo consciente de los riesgos que suponían trabajar en el bajo mundo, no era necesario alguien extremadamente fuerte como para matarlo, pero quien se iba a imaginar que unos de los más grandes piratas de la época actual se iba a encontrar en un lugar como este. Tal vez lo mejor sería hacer como si no supiera nada, actuar con naturalidad, como si fuera un mero recadero, uno novato, eso sería perfecto.
-Perdone usted- dijo con un tono dubitativo, inseguro pero que no denotase miedo -¿Es usted, Don Zambudio Meneter?- dijo a la vez que sacaba un pequeño papel doblado muy parecido a una lista de la compra, metiéndose lo mejor posible en el papel de recadero, a fin de cuentas no hacía tanto tiempo que había dejado ser uno -Me envía el jefe Ambrosio, dice que viene a por lo suyo- dijo el chico, dando a entender que no conocía para nada aquel mundillo, y que por supuesto desconocía la identidad del pirata.
Aún así la escena rozaba lo surrealista y no podía tomarse en serio a un pirata con parche tan infantil, aunque al parecer este también se sentía abochornado de llevarlo. Por lo que solo quedaba esperar a que le hicieran entrar o simplemente a una posibilidad de huir ¿Por qué no iba a morir ahí? ¿Verdad?
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Realmente eran mejores ladrones que luchadores. Ninguno de ellos resistió mas de dos golpes, ni siquiera uno que parecía estar hecho únicamente de músculos. Uno tras otro fueron cayendo entre las cajas, barriles y palés que plagaban el almacén donde guardaban su mercancía robada. Cada vez que uno de ellos caía al suelo, las gruesas y brillantes joyas que adornaban su piel y ropajes repiqueteaban violentamente en el suelo, llenando todo el lugar con un sonido agudo y metálico. Al menos no se rompían al caer; eran joyas buenas, por lo menos.
El último que quedó en pie fue el hombre que tenía su parche. Alto y delgado, con pinta de no haber comido adecuadamente en toda su vida. Casi podía contarle las costillas a través de la fina camisa de lino verde. Tenía la piel muy blanca y unas ojeras enormes que le hacían parecer enfermo. Los tres loros apenas cabían en sus huesudos hombros.
-Da igual que hayas podido con ellos, jamás me derrotarás a mí, el gran Satghdjkghf -no llegó a terminar su nombre antes de que el puño de Arribor le saltara un par de dientes.
-¿En serio? -exclamó Arribor, casi decepcionado-. Sois los peores ladrones del mundo. Por lo menos podría haber sido un poco más difícil.
-No creas que has terminado conmigo -jadeó el ladrón. Se levantó con los brazos tan temblorosos como la voz, pero todavía con una sonrisa arrogante y confiada. Los loros casi parecían apoyar a su dueño con sus gestos-. Soy el gran Saturno, el mejor ladrón del mundo, y tu parche es mi trofeo.
Arribor le echó una mirada que lo hizo callar. Estaba a punto de dejarlo inconsciente para poder largarse de allí cuando llegó otro tipo raro.
-¿Es usted, Don Zambudio Meneter? -le preguntó el recién llegado. "¿Quién?", pensó Arribor para sí mismo. "¿Eso es un nombre de verdad?". Por lo visto tenía algo para él de parte de un jefe. ¿Por qué demonios se lo quería dar a él?
-Espera, tú eres el que estaba esperando, ¿no? -intervino el tal Saturno. El patético ladrón señaló al extraño chico con decisión-. ¿De quién estás hablando? Tus negocios son conmigo, chico. Espera a que mate al pirata y pdgfdhd -el puño de Arribor interrumpió de nuevo su frase.
-¿Así que sois aliados o algo así? -dijo el pirata con una sonrisa malévola.
El último que quedó en pie fue el hombre que tenía su parche. Alto y delgado, con pinta de no haber comido adecuadamente en toda su vida. Casi podía contarle las costillas a través de la fina camisa de lino verde. Tenía la piel muy blanca y unas ojeras enormes que le hacían parecer enfermo. Los tres loros apenas cabían en sus huesudos hombros.
-Da igual que hayas podido con ellos, jamás me derrotarás a mí, el gran Satghdjkghf -no llegó a terminar su nombre antes de que el puño de Arribor le saltara un par de dientes.
-¿En serio? -exclamó Arribor, casi decepcionado-. Sois los peores ladrones del mundo. Por lo menos podría haber sido un poco más difícil.
-No creas que has terminado conmigo -jadeó el ladrón. Se levantó con los brazos tan temblorosos como la voz, pero todavía con una sonrisa arrogante y confiada. Los loros casi parecían apoyar a su dueño con sus gestos-. Soy el gran Saturno, el mejor ladrón del mundo, y tu parche es mi trofeo.
Arribor le echó una mirada que lo hizo callar. Estaba a punto de dejarlo inconsciente para poder largarse de allí cuando llegó otro tipo raro.
-¿Es usted, Don Zambudio Meneter? -le preguntó el recién llegado. "¿Quién?", pensó Arribor para sí mismo. "¿Eso es un nombre de verdad?". Por lo visto tenía algo para él de parte de un jefe. ¿Por qué demonios se lo quería dar a él?
-Espera, tú eres el que estaba esperando, ¿no? -intervino el tal Saturno. El patético ladrón señaló al extraño chico con decisión-. ¿De quién estás hablando? Tus negocios son conmigo, chico. Espera a que mate al pirata y pdgfdhd -el puño de Arribor interrumpió de nuevo su frase.
-¿Así que sois aliados o algo así? -dijo el pirata con una sonrisa malévola.
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El pirata terminó por acabar con el contacto que tenía, Saturno. No sin antes hablar de más, idiota, acaso pensaba que podía lidiar con un hombre como él, ese tío era un monstro de no sé cuántos millones de berries, nadie estaba lo bastante loco como para enfrentarse algo así, salvo esos idiotas. Lo peor es que aquello no había pasado desapercibido al pirata.
-Soy hombre muerto – pensó William evitando palidecer por momentos -Piensa, piensa- pensaba tratado de forzar algún plan que le permitiera salir del embrollo, a la vez que actuaba con una mirada de asombro.
El pirata se preguntó por si éramos aliados o algo así, lo mejor seguiría intentándolo, aunque la predisposición del pirata ya era mala de por sí. Lo cual era extraño, ya que el nombre de Ambrosio era un apellido bastante famoso por aquellos mares, aunque tampoco esperaba que un bucanero supiera los linajes nobiliarios de cada mar.
-No tengo tratos con este hombre ya que no le conozco de nada, mi jefe me mandó al almacén número veintitrés del puerto, a recoger un encargo- respondió el chico algo nervioso, aunque después de todo un criado se podría nervioso tras ver la agresión ¿No? –Mire, no quiero problemas, le diré a mi señor que no estaba aquí, si me disculpa- finalizó despidiéndose tratando de salir de allí lo antes posible, ya que no deseaba enfrentarse a aquel sujeto.
El chico espero un poco lo justo, no deseaba contrariar al pirata si lo que le pedía u ordenaba no iba en contra de su propia integridad física. Aun así, el chico ya había visto el almacén y se había percatado del ventanuco que había al fondo a la izquierda, si no podía coger los papeles ahora los cogería más tarde colándose por la ventana durante la noche. Total, la mercancía no llegaría hasta dentro de tres días, tampoco le corría prisa. Puede que después de todo, la aparición del pirata resulta fructífera para el joven contrabandista.
-Soy hombre muerto – pensó William evitando palidecer por momentos -Piensa, piensa- pensaba tratado de forzar algún plan que le permitiera salir del embrollo, a la vez que actuaba con una mirada de asombro.
El pirata se preguntó por si éramos aliados o algo así, lo mejor seguiría intentándolo, aunque la predisposición del pirata ya era mala de por sí. Lo cual era extraño, ya que el nombre de Ambrosio era un apellido bastante famoso por aquellos mares, aunque tampoco esperaba que un bucanero supiera los linajes nobiliarios de cada mar.
-No tengo tratos con este hombre ya que no le conozco de nada, mi jefe me mandó al almacén número veintitrés del puerto, a recoger un encargo- respondió el chico algo nervioso, aunque después de todo un criado se podría nervioso tras ver la agresión ¿No? –Mire, no quiero problemas, le diré a mi señor que no estaba aquí, si me disculpa- finalizó despidiéndose tratando de salir de allí lo antes posible, ya que no deseaba enfrentarse a aquel sujeto.
El chico espero un poco lo justo, no deseaba contrariar al pirata si lo que le pedía u ordenaba no iba en contra de su propia integridad física. Aun así, el chico ya había visto el almacén y se había percatado del ventanuco que había al fondo a la izquierda, si no podía coger los papeles ahora los cogería más tarde colándose por la ventana durante la noche. Total, la mercancía no llegaría hasta dentro de tres días, tampoco le corría prisa. Puede que después de todo, la aparición del pirata resulta fructífera para el joven contrabandista.
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