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Arribor apartó la decimosexta bandeja de nubes de azúcar que le ponían delante de las narices. Sería incapaz de comer más aunque quisiera, pero por alguna razón nadie parecía darse cuenta de lo lleno que estaba. Los camareros seguían pasando a su alrededor con todo tipo de dulces. Golosinas, chocolate, sirope, gelatina, galletas, pasteles... Cualquier dulce que pudiera imaginarse se ofertaba en el Gran Buffet del Doctor Chocolate, donde, según rezaba su eslogan, uno podía comer dulces hasta que vomitase azúcar. Desde luego, él no tenía intención de llegar hasta ese punto. Lo único que le apetecía menos era pagar la cuenta, inesperadamente elevada.
“Nunca pensé que una isla con forma de tarta sería realmente una tarta”.
Y es que el Gran Buffet estaba situado a tan solo media milla de la extraña Isla Tarta. Arribor había podido comprobar que ese lugar era una inagotable fuente de dulces, por lo que no le extrañaba que el tal Doctor Chocolate hubiera decidido montar su peculiar restaurante allí. Antes de entrar había visto como varios barcos iban y venían de la isla, cargados de todo tipo de cosas. Incluso vio uno con un enorme bastón de caramelo que podría servir perfectamente como mástil. Realmente había cosas muy raras en el mundo.
-Quiere algo más, señor -le preguntó uno de los camareros. Tenía el pelo rosa, como todos los demás, y también llevaba el mismo peinado que parecía ser parte del uniforme. Su flequillo se rizaba hacia arriba dándole el aspecto de un cucurucho de fresa, y además llevaba caramelos adornando su traje.
-No puedo comer más. ¿Dónde esta el baño? -quiso saber Arribor. Quizás pudiese huir por alguna ventana o algo así. O al menos beber agua. Daría lo que fuera por beber cualquier cosa que no fuesen batidos o esos horribles zumos tan extremadamente azucarados.
El camarero le dedicó un gesto de disgusto y le indicó el baño con desgana. Sin embargo, por el camino se topó con media docena más de empleados que le ofrecían dulces. Eran de lo más irritantes.
Como no podía ser de otra forma, en el baño no había ventanas. De hecho, no había visto ventanas en ninguna parte, y tan solo una única puerta que quedaba en el lado contrario del inmenso restaurante flotante. Parecía diseñado para que no se pudiese salir sin engordar varios kilos y perder un par de dientes por las caries.
“Ahora que lo pienso”, se percató, “no he visto salir a nadie desde que he llegado”.
“Nunca pensé que una isla con forma de tarta sería realmente una tarta”.
Y es que el Gran Buffet estaba situado a tan solo media milla de la extraña Isla Tarta. Arribor había podido comprobar que ese lugar era una inagotable fuente de dulces, por lo que no le extrañaba que el tal Doctor Chocolate hubiera decidido montar su peculiar restaurante allí. Antes de entrar había visto como varios barcos iban y venían de la isla, cargados de todo tipo de cosas. Incluso vio uno con un enorme bastón de caramelo que podría servir perfectamente como mástil. Realmente había cosas muy raras en el mundo.
-Quiere algo más, señor -le preguntó uno de los camareros. Tenía el pelo rosa, como todos los demás, y también llevaba el mismo peinado que parecía ser parte del uniforme. Su flequillo se rizaba hacia arriba dándole el aspecto de un cucurucho de fresa, y además llevaba caramelos adornando su traje.
-No puedo comer más. ¿Dónde esta el baño? -quiso saber Arribor. Quizás pudiese huir por alguna ventana o algo así. O al menos beber agua. Daría lo que fuera por beber cualquier cosa que no fuesen batidos o esos horribles zumos tan extremadamente azucarados.
El camarero le dedicó un gesto de disgusto y le indicó el baño con desgana. Sin embargo, por el camino se topó con media docena más de empleados que le ofrecían dulces. Eran de lo más irritantes.
Como no podía ser de otra forma, en el baño no había ventanas. De hecho, no había visto ventanas en ninguna parte, y tan solo una única puerta que quedaba en el lado contrario del inmenso restaurante flotante. Parecía diseñado para que no se pudiese salir sin engordar varios kilos y perder un par de dientes por las caries.
“Ahora que lo pienso”, se percató, “no he visto salir a nadie desde que he llegado”.
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De modo que ese era el sitio del que tanto hablaba la gente. Drake se hallaba en las puertas de aquel enorme edificio en el que ponía toda clase de ofertas gastronómicas relacionadas con los dulces. El buffet libre era la mejor opción, pero el lobo no estaba allí para hincharse a comer. Prefería la carne mil veces. Solía viajar con su haki de observación activado en todo momento y al sentir la presencia de un viejo amigo en la zona, no tardó nada en bajar. Ya empezaba a pensar que todas las personas que conocía habían muerto. Desde que se hizo a la piratería no tenía ningún sitio al que ir, simplemente vagaba de un lado a otro, buscando rivales. Todo por contentar al cenutrio de su hijo. Si quería un padre del que estar orgulloso, lo iba a tener. Después esperaba que no intentase cazarle ni nada parecido. Ya no se fiaba del chavea para nada.
El luchador empujó la puerta entonces, entrando en aquel sitio con una sonrisa ladeada. Drake tenía el ojo derecho cerrado, el cual era atravesado por una cicatriz que no le dañaba el globo ocular. Vestía con una camiseta de manga corta de color blanco, unos pantalones negros y una cinta roja en la frente. El cabrón parecía todo un karateka. En su espalda portaba una mochila azulada donde llevaba sus armas y provisiones. No pudo evitar retroceder cuando vio a un tipo de cabellos rosados ofrecerle una galleta en forma de espada. La tomó con cuidado y se la comió con toda la calma del mundo. Después quisieron guiarle hasta un asiento para que se sentase, pero el lobo blanco tenía otros planes. Negó ante ellos y continuó caminando hasta estar en medio de la sala. Sus sandalias de madera realizaban un ruido algo gracioso.
- ¿Está por aquí el dueño del aura que estoy percibiendo? Un viejo amigo ha venido a verle, de modo que… ¡Sal, Arri-chan! – Gritó con fuerza y con un tono amable ante todo.
Ahora solo faltaba que el señor de la sangre hiciese aparición. La última vez que supo de él, fue cuando lucharon en aquella especie de liga. Cuando se enteró de que Jallial le había arrebatado el puesto de Yonkaikyo, no tardó en retar al Fenrir y arrebatárselo él. Joder a sus amigos no era algo que apreciase mucho. Miró un poco a su alrededor, tratando de encontrar a su compañero de guantazos. Usó su olfato para localizarlo, pero solo olía maldito azúcar por todos lados, por lo que decidió esperar un poco más. Entonces cayó en la cuenta de que podía usar su mantra y entonces dirigió su mirada hacia donde venía el aura de su compañero.
- ¿Estás en casa?
El luchador empujó la puerta entonces, entrando en aquel sitio con una sonrisa ladeada. Drake tenía el ojo derecho cerrado, el cual era atravesado por una cicatriz que no le dañaba el globo ocular. Vestía con una camiseta de manga corta de color blanco, unos pantalones negros y una cinta roja en la frente. El cabrón parecía todo un karateka. En su espalda portaba una mochila azulada donde llevaba sus armas y provisiones. No pudo evitar retroceder cuando vio a un tipo de cabellos rosados ofrecerle una galleta en forma de espada. La tomó con cuidado y se la comió con toda la calma del mundo. Después quisieron guiarle hasta un asiento para que se sentase, pero el lobo blanco tenía otros planes. Negó ante ellos y continuó caminando hasta estar en medio de la sala. Sus sandalias de madera realizaban un ruido algo gracioso.
- ¿Está por aquí el dueño del aura que estoy percibiendo? Un viejo amigo ha venido a verle, de modo que… ¡Sal, Arri-chan! – Gritó con fuerza y con un tono amable ante todo.
Ahora solo faltaba que el señor de la sangre hiciese aparición. La última vez que supo de él, fue cuando lucharon en aquella especie de liga. Cuando se enteró de que Jallial le había arrebatado el puesto de Yonkaikyo, no tardó en retar al Fenrir y arrebatárselo él. Joder a sus amigos no era algo que apreciase mucho. Miró un poco a su alrededor, tratando de encontrar a su compañero de guantazos. Usó su olfato para localizarlo, pero solo olía maldito azúcar por todos lados, por lo que decidió esperar un poco más. Entonces cayó en la cuenta de que podía usar su mantra y entonces dirigió su mirada hacia donde venía el aura de su compañero.
- ¿Estás en casa?
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Los grifos del cuarto de baño no expulsaban agua sino sorbete de fresa. Lavarse las manos en eso fue mucho menos higiénico de lo que le hubiera gustado, y terminó con las manos pegajosas. No es que no apreciara el detallismo exhaustivo que mostraban en aquel lugar, pero aquello ya era pasarse. Incluso el marco del espejo estaba hecho con galletas. Tanto azúcar le estaba dando ganas de vomitar.
En cuanto abrió la puerta de los aseos oyó como alguien con una potente y familiar voz empezaba a gritar en mitad del salón principal. No estaba seguro de qué le sonaba. Sería alguien a quien le debía dinero. No, no lo creía posible. A pesar de que tenía una buena cantidad de deudas, las cuales sabía perfectamente que no iba a saldar jamás, sus deudores rara vez se atrevían a gritarle así como así, y mucho menos a llamarle Arri-chan. Sin duda tenía que tratarse de alguien con mucha seguridad en que no le daría un buen golpe por eso. Y no se equivocaba.
-No fastidies... -fue lo primero que dijo al ver allí al hombre lobo. Drake estaba tal y como lo recordaba, y teniendo en cuenta su mala memoria para las personas, era todo un logro que recordase su aspecto. Su vestimenta era justo la que esperaría ver en él, como si estuviese preparado para pelear en cualquier momento, y seguía transmitiendo la misma aura de seguridad y fuerza que recordaba. Aunque tenía un ojo cerrado, atravesado por una cicatriz que le quedaba muy rara. Le costaría acostumbrarse a ese cambio-. Eres igual de ruidoso, lobito -le dijo al mismo tiempo que le extendía la mano para saludarle.
La gente a su alrededor no parecía inmutarse por la presencia de los dos piratas en el salón. Estaban todos demasiado embobados comiendo pastelitos y caramelos como para darse cuenta de nada más que de sus aperitivos. Los únicos que le prestaban atención eran los camareros, que no les quitaban el ojo de encima mientras pasaban con sus bandejas, mirándoles con suspicacia y cuchicheando entre ellos. Por suerte, Arribor ya estaba acostumbrado a las miradas de soslayo y no las tenía en cuenta. Era mucho más fácil ignorarlas.
-Parece que has estado ocupado -dijo, señalando el ojo herido de Drake-. ¿Voy a tener que prestarte el parche?
En cuanto abrió la puerta de los aseos oyó como alguien con una potente y familiar voz empezaba a gritar en mitad del salón principal. No estaba seguro de qué le sonaba. Sería alguien a quien le debía dinero. No, no lo creía posible. A pesar de que tenía una buena cantidad de deudas, las cuales sabía perfectamente que no iba a saldar jamás, sus deudores rara vez se atrevían a gritarle así como así, y mucho menos a llamarle Arri-chan. Sin duda tenía que tratarse de alguien con mucha seguridad en que no le daría un buen golpe por eso. Y no se equivocaba.
-No fastidies... -fue lo primero que dijo al ver allí al hombre lobo. Drake estaba tal y como lo recordaba, y teniendo en cuenta su mala memoria para las personas, era todo un logro que recordase su aspecto. Su vestimenta era justo la que esperaría ver en él, como si estuviese preparado para pelear en cualquier momento, y seguía transmitiendo la misma aura de seguridad y fuerza que recordaba. Aunque tenía un ojo cerrado, atravesado por una cicatriz que le quedaba muy rara. Le costaría acostumbrarse a ese cambio-. Eres igual de ruidoso, lobito -le dijo al mismo tiempo que le extendía la mano para saludarle.
La gente a su alrededor no parecía inmutarse por la presencia de los dos piratas en el salón. Estaban todos demasiado embobados comiendo pastelitos y caramelos como para darse cuenta de nada más que de sus aperitivos. Los únicos que le prestaban atención eran los camareros, que no les quitaban el ojo de encima mientras pasaban con sus bandejas, mirándoles con suspicacia y cuchicheando entre ellos. Por suerte, Arribor ya estaba acostumbrado a las miradas de soslayo y no las tenía en cuenta. Era mucho más fácil ignorarlas.
-Parece que has estado ocupado -dijo, señalando el ojo herido de Drake-. ¿Voy a tener que prestarte el parche?
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Drake notó al fin el olor de su viejo compañero de peleas y no tardó en mostrar una sonrisa ladeada por ello. Cuando lo vio no puedo evitar dar un par de pasos hacia él. Parecía estar igual de siempre, con el mismo color de pelo y ese ojo que ocultaba. El lobo siempre dudaba si era una herida que le impedía ver u ocultaba un poder especial. No era la primera vez que luchaba con tipos que podían hacer cosas raras con los orbes. De todas formas, aquello daba lo mismo, pues ahora que le estaba viendo iba a poder saludarle como era debido. Ya casi no recordaba su aura, debido al tiempo que pasó sin verle. Esperaba que no hubiese cambiado su forma de ser y no fuera un loco asesino.
Lo primero que dijo aquel pirata fue lo de su cicatriz en el ojo izquierdo. Aquello le recordó al combate que tuvo hacia unos años en el puente de los esclavos, donde su oponente Ryohei utilizó una triple cuchilla contra él. Aquella pelea se decantó a su favor, pero el líder de los Vongola fue un oponente digno pese a usar armas. Tal vez en aquella época le habría ofendido de cuchillas si hubiese tenido la mentalidad de hoy en día. Drake era un amante de los combates cuerpo a cuerpo y odiaba cualquier cosa que cortase o disparase. De todas formas, no iba a necesitar un parche, pues podía ver perfectamente. La cosa, es que le daba muchísima pereza abrirlo por razones que los demás y él desconocían. De todas formas, no era nada malo tampoco. No pudo evitar mostrarle una sonrisa al pirata y después habló en un tono bastante calmado incluso para ser él.
- No puedo creer que sigas vivo. Me atrevo a decir que eres la única persona después de Iliana que me queda en el mundo. Y es curioso, porque solo hemos compartido golpes. De todas formas es una alegría verte.
El luchador entonces estiró su mano hacia aquel tipo de la fruta sangrienta. Esperaba poder estrechársela como un verdadero hombre. Las miradas que sentía eran de los camareros de aquel sitio, los cuales parecían un poco preocupados por la visita de los dos titanes. Aquel lugar era bastante peculiar, y el lobo esperaba que el papel higiénico no fuera de dulce. Limpiarse el culo con aquel material podía ser algo asqueroso. De todas formas, en ese momento no tenía ganas de ir al baño, por lo que se libraba totalmente de la posible experiencia traumatizante. Eran muchas las que tenía, pero aquella podía llevarse la palma sin duda alguna. Era algo asqueroso y que no sería descrito en aquel local.
Lo primero que dijo aquel pirata fue lo de su cicatriz en el ojo izquierdo. Aquello le recordó al combate que tuvo hacia unos años en el puente de los esclavos, donde su oponente Ryohei utilizó una triple cuchilla contra él. Aquella pelea se decantó a su favor, pero el líder de los Vongola fue un oponente digno pese a usar armas. Tal vez en aquella época le habría ofendido de cuchillas si hubiese tenido la mentalidad de hoy en día. Drake era un amante de los combates cuerpo a cuerpo y odiaba cualquier cosa que cortase o disparase. De todas formas, no iba a necesitar un parche, pues podía ver perfectamente. La cosa, es que le daba muchísima pereza abrirlo por razones que los demás y él desconocían. De todas formas, no era nada malo tampoco. No pudo evitar mostrarle una sonrisa al pirata y después habló en un tono bastante calmado incluso para ser él.
- No puedo creer que sigas vivo. Me atrevo a decir que eres la única persona después de Iliana que me queda en el mundo. Y es curioso, porque solo hemos compartido golpes. De todas formas es una alegría verte.
El luchador entonces estiró su mano hacia aquel tipo de la fruta sangrienta. Esperaba poder estrechársela como un verdadero hombre. Las miradas que sentía eran de los camareros de aquel sitio, los cuales parecían un poco preocupados por la visita de los dos titanes. Aquel lugar era bastante peculiar, y el lobo esperaba que el papel higiénico no fuera de dulce. Limpiarse el culo con aquel material podía ser algo asqueroso. De todas formas, en ese momento no tenía ganas de ir al baño, por lo que se libraba totalmente de la posible experiencia traumatizante. Eran muchas las que tenía, pero aquella podía llevarse la palma sin duda alguna. Era algo asqueroso y que no sería descrito en aquel local.
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-No puedo creer que sigas vivo -le dijo Drake mientras estrechaban manos como no hacían desde hacía mucho-. Me atrevo a decir que eres la única persona después de Iliana que me queda en el mundo. Y es curioso, porque solo hemos compartido golpes. De todas formas es una alegría verte.
Arribor no sabía quién era Iliana, pero tampoco lo preguntó. Supuso que sería alguna vieja amiga y, conociendo al lobo, seguramente sería alguien peligrosa.
-Que yo sepa, nunca te has quejado de darle golpes a nadie -replicó el pirata con tono de burla. Y es que ambos compartían la curiosa afición de pelear contra gente poderosa. Esa misma pasión por la lucha había sido la que les había llevado a combatir amistosamente en el pasado.
Antes de que pudieran seguir charlando, una empleada se aproximó a ellos. No era una camarera sino alguien de más responsabilidad, o al menos eso parecía por la forma de vestir. Iba mucho más elegante y llevaba dos bastones de caramelo como pendientes. Además llevaba una chapita en la que ponía "encargada".
-Disculpen, señores -les dijo. Cuando habló, Arribor se fijó en que sus dientes eran todos postizos, nada más que piezas falsas hechas de lo que parecía ser plata. "¿Esto es lo que pasa cuando solo comes dulces?", pensó para sí al verla-. El director solicita su amabilidad para una conversación privada en su despacho.
-¿El director? -Arribor pensó que quizás se hubiera dado cuenta de que no tenía intención de pagar la cuenta. O tal vez no quisiera tener piratas en su local.
-Así es, señor. Ha reconocido sus famosos rostros y desearía el placer de su compañía. Si son tan amables de seguirme...
La encargada echó a andar hacia un pasillo sin esperar su respuesta. El pirata se lo pensó. No era muy común que alguien describiese su compañía como placentera, y tenía curiosidad por ver quién estaba a cargo de aquel sitio. Una parte de él esperaba que fuese una bola gigante de algodón de azúcar con patas. Sería lo más adecuado para un restaurante así.
-Igual nos invitan a algo para quitarnos este sabor a azúcar de la boca -le dijo a Drake antes de seguirla.
Arribor no sabía quién era Iliana, pero tampoco lo preguntó. Supuso que sería alguna vieja amiga y, conociendo al lobo, seguramente sería alguien peligrosa.
-Que yo sepa, nunca te has quejado de darle golpes a nadie -replicó el pirata con tono de burla. Y es que ambos compartían la curiosa afición de pelear contra gente poderosa. Esa misma pasión por la lucha había sido la que les había llevado a combatir amistosamente en el pasado.
Antes de que pudieran seguir charlando, una empleada se aproximó a ellos. No era una camarera sino alguien de más responsabilidad, o al menos eso parecía por la forma de vestir. Iba mucho más elegante y llevaba dos bastones de caramelo como pendientes. Además llevaba una chapita en la que ponía "encargada".
-Disculpen, señores -les dijo. Cuando habló, Arribor se fijó en que sus dientes eran todos postizos, nada más que piezas falsas hechas de lo que parecía ser plata. "¿Esto es lo que pasa cuando solo comes dulces?", pensó para sí al verla-. El director solicita su amabilidad para una conversación privada en su despacho.
-¿El director? -Arribor pensó que quizás se hubiera dado cuenta de que no tenía intención de pagar la cuenta. O tal vez no quisiera tener piratas en su local.
-Así es, señor. Ha reconocido sus famosos rostros y desearía el placer de su compañía. Si son tan amables de seguirme...
La encargada echó a andar hacia un pasillo sin esperar su respuesta. El pirata se lo pensó. No era muy común que alguien describiese su compañía como placentera, y tenía curiosidad por ver quién estaba a cargo de aquel sitio. Una parte de él esperaba que fuese una bola gigante de algodón de azúcar con patas. Sería lo más adecuado para un restaurante así.
-Igual nos invitan a algo para quitarnos este sabor a azúcar de la boca -le dijo a Drake antes de seguirla.
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Mientras el lobo hablaba tranquilamente con su compañero de batallas amistosas, una mujer con dos pitos por pendientes apareció hablando de un director y una reunión. Ya estaban dando por culo y el chico esperaba que no fuese un fan de sus canciones de rock o de lo contrario iba a tener que montar un concierto allí mismo. Se llevó la mano a la cabeza y soltó un suspiro estando algo molesto, pues no le gustaba nada que le interrumpieran de aquella forma. Cuando dijo famosos rostros lo terminó de comprobar. Ese hombre quería que le cantase “lobo hombre en parís” a la luz de la luna llena. Drake apretó el puño derecho a punto de lanzar una onda de choque y salir corriendo, pero allí había personas que no tenían culpa de nada, por lo que se ahorraría ese detalle de liarse a golpes con el aire.
- Si es así espero que sea carne o algo salado. Este sitio suele peor que las sábanas de mi mujer cuando mi hijo dormía con nosotros y se cagaba.
Mencionó sin miedo alguno y eso era horrible, pues con su olfato desarrollado se jodía el doble. Al menos debía agradecer que era posible algo de rica comida, lo malo sería la teoría del fan loco. No tardaron en llegar a un despacho bastante pequeño y lleno de columnas en forma de piruleta. Las ventanas estaban pintadas de negro y algo le decía que sería regaliz de café por el olor, después comprobó que sí. Se rascó un poco la cabeza y pudo ver al dueño de aquello. Era un tipo de dos metros, totalmente salvo y con un bigote de color rosa. Sus orbes eran rosados también y poseía unas gafas hechas de turrón o al menos la pasta. El lobo se quedó un poco confuso y aquel tipo se les quedó mirando a los dos.
- Nunca esperé que dos tipos tan famosos vinieran aquí. Por favor, permitidme invitaros a unos deliciosos chupitos que os sacaran el dulce de la boca. No llevan alcohol.
Mencionó aquel hombre mientras les ofrecía dos vasitos pequeños con un contenido morado. El lobo blanco entonces ladeó un poco la cabeza y los olisqueó despacio. Sin pensárselo se quedó mirando al tipo del parche y le dedicó una sonrisa ladeada. Sabía perfectamente lo que eran aquellas cosas y no iba a ser él quien las ingiriese por capricho de un tío sospechoso.
- Esto lleva “Hujin” mi mujer solía usarlo en sus flechas para cazar. Es una sustancia que puede dormir a un jodido caballo, de modo que… ¿Qué significa esto? – Preguntó el lobo blanco al mismo tiempo que mostraba una sonrisa siniestra.
- Si es así espero que sea carne o algo salado. Este sitio suele peor que las sábanas de mi mujer cuando mi hijo dormía con nosotros y se cagaba.
Mencionó sin miedo alguno y eso era horrible, pues con su olfato desarrollado se jodía el doble. Al menos debía agradecer que era posible algo de rica comida, lo malo sería la teoría del fan loco. No tardaron en llegar a un despacho bastante pequeño y lleno de columnas en forma de piruleta. Las ventanas estaban pintadas de negro y algo le decía que sería regaliz de café por el olor, después comprobó que sí. Se rascó un poco la cabeza y pudo ver al dueño de aquello. Era un tipo de dos metros, totalmente salvo y con un bigote de color rosa. Sus orbes eran rosados también y poseía unas gafas hechas de turrón o al menos la pasta. El lobo se quedó un poco confuso y aquel tipo se les quedó mirando a los dos.
- Nunca esperé que dos tipos tan famosos vinieran aquí. Por favor, permitidme invitaros a unos deliciosos chupitos que os sacaran el dulce de la boca. No llevan alcohol.
Mencionó aquel hombre mientras les ofrecía dos vasitos pequeños con un contenido morado. El lobo blanco entonces ladeó un poco la cabeza y los olisqueó despacio. Sin pensárselo se quedó mirando al tipo del parche y le dedicó una sonrisa ladeada. Sabía perfectamente lo que eran aquellas cosas y no iba a ser él quien las ingiriese por capricho de un tío sospechoso.
- Esto lleva “Hujin” mi mujer solía usarlo en sus flechas para cazar. Es una sustancia que puede dormir a un jodido caballo, de modo que… ¿Qué significa esto? – Preguntó el lobo blanco al mismo tiempo que mostraba una sonrisa siniestra.
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Por desgracia el tal Doctor Chocolate no era una bola de algodón de azúcar gigante. Arribor ya se había hecho ilusiones al respecto, e incluso se habría conformado conque estuviese hecho de chocolate. Pero no, simplemente resultó ser un humano normal. Bueno, un humano normal con un bigote rosa que sí parecía algodón de azúcar y unas gafas hechas de turrón almendrado que cubrían unos ojos igual de rosados que su vello facial.
Los dos piratas entraron a su despacho con total confianza. A pesar de que le resultaba raro que alguien quisiese verle debido a su fama como pirata -la cual solía provocar exactamente el efecto contrario- no dudó en plantarse delante de la mesa de aquel tipejo calvo y sentarse en una silla como si fuese su casa. No era muy cómoda, sin embargo, sin duda por culpa de las almendras garrapiñadas que plagaban el asiento como una innecesaria y molesta decoración.
Amablemente, les tendió un par de copas a los piratas. El líquido púrpura que contenían no le inspiraba mucha confianza pero no olía mal. A Drake tampoco parecía gustarle demasiado el olor del restaurante, aunque no le sorprendía. Si él, con su olfato humano normal y corriente, podía notar el aroma dulzón como algo casi palpable, seguramente el lobo blanco se sentiría como si tuviera un pegote de caramelo metido por las fosas nasales.
Hablando de Drake, parecía tener la misma impresión negativa sobre la bebida que él mismo. Aunque cuando el Doctor Chocolate dijo que les quitaría el sabor a dulce de la boca, Arribor no lo dudó. Mientras su colega decía algo sobre un sedante y un caballo, él vaciaba el vaso de un solo trago.
De repente se sintió adormecido. Notaba como le pesaban los párpados, incluso el que ocultaba bajo el parche, y como su somnolencia se volvía tan grande que parecía cobrar vida propia. Estaba tan cansado que ni siquiera podía aguantarse en su sitio, y su cabeza cayó sonoramente contra la mesa, dejando varias grietas en el turrón blanco y duro de la que estaba hecha. ¿Acaso le habían hecho algo? Quizás se le había pasado el subidón de azúcar o algo así. No, eso no tenía lógica. ¿O sí? Tenía mucho sueño para pensar sobre eso.
Pero no, seguramente era la bebida. Lo cierto era que su refinado y entrenado paladar había captado un sutil sabor a algo que no debía estar en ninguna bebida. Se mordió un poco la lengua y, con los últimos segundos que pudo sonsacarle a la vigilia, filtró el narcótico de su sangre y lo expulsó por la herida de su boca. Se levantó de golpe en cuanto se sintió más despierto.
-Ey, ¿tienes más? -quiso saber, ajeno a la tensión en el ambiente-. Realmente me ha quitado el sabor a dulce.
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Y finalmente el tragón de su colega se bebió aquello. Aunque él mismo era una jodida ballena a la hora de comer, no debía acusar a Arribor de aquello. Al verle caer sobado sobre la mesa, el ojo izquierdo del lobo se abrió desvelando que no le pasaba nada malo. Agarró el pomo de la puerta y la arrancó como si fuese un juguete de plastilina. La alzó con la mano amenazando con estampársela a aquel tipo en la cabeza, pero pudo contenerse. Su sonrisa se ensanchó algo más y después se relamió despacio. Estaba a punto de reventar el local a guantazos debido al jodido olor que empezaba a ponerle de mal humor. El tipo calvo al ver al sangriento dormido estuvo a punto de coger algo de su escritorio, pero pareció detenerse cuando Arribor volvió al mundo de la gente despierta. Aquello provocó que el lobo blanco riese un poco por lo bajo.
El lobo agarró el otro chupito y lo reventó en el suelo al mismo tiempo que con la mano libre jugaba con la puerta como si fuese una pelota. La lanzó contra aquel tipo, pero sabiendo que no iba a darle. El objeto pasó rozando al calvo y reventó las ventanas de atrás. El miedo del pobre jefe del lugar era palpable y empezó a temblar sin saber bien lo que hacer. El musculoso luchador entonces se quedó mirando a la mujer de los pitos en las orejas, la cual estaba entrando algo asustada. Sus ojos se clavaron en los del lobo y él entonces la tomó de la cintura con su mano libre. La acercó a él y la miró de forma extraña, como una sonrisa mezclada entre dulzura y… Hambre. Ella no pudo evitar sonrojarse un poco al verse en manos de aquel chico que la miraba así.
- Q-qué deseas de mí… – Preguntó con una sonrisa exagerada.
- Que me traigas un par de hamburguesas. – Dicho aquello la soltó y le dio la espalda mirando a Arribor con una calma increíble. – Bueno, dado que no te afecta esa basura ¿Qué hacemos ahora con don azúcar? – Dijo mostrando una sonrisa siniestra.
El pobre hombre continuaba algo asustado mientras que la mujer había salido corriendo. Como le trajese hamburguesas de dulce la partiría en dos con sus propias garras. Romper la sagrada carne de vacuno o de pollo podía resultar un pecado y un enorme insulto que el lobo blanco no iba a permitir. Se quedó a la espera de las palabras del tipo sangriento mientras empezaba a calentar un poco los brazos y piernas.
El lobo agarró el otro chupito y lo reventó en el suelo al mismo tiempo que con la mano libre jugaba con la puerta como si fuese una pelota. La lanzó contra aquel tipo, pero sabiendo que no iba a darle. El objeto pasó rozando al calvo y reventó las ventanas de atrás. El miedo del pobre jefe del lugar era palpable y empezó a temblar sin saber bien lo que hacer. El musculoso luchador entonces se quedó mirando a la mujer de los pitos en las orejas, la cual estaba entrando algo asustada. Sus ojos se clavaron en los del lobo y él entonces la tomó de la cintura con su mano libre. La acercó a él y la miró de forma extraña, como una sonrisa mezclada entre dulzura y… Hambre. Ella no pudo evitar sonrojarse un poco al verse en manos de aquel chico que la miraba así.
- Q-qué deseas de mí… – Preguntó con una sonrisa exagerada.
- Que me traigas un par de hamburguesas. – Dicho aquello la soltó y le dio la espalda mirando a Arribor con una calma increíble. – Bueno, dado que no te afecta esa basura ¿Qué hacemos ahora con don azúcar? – Dijo mostrando una sonrisa siniestra.
El pobre hombre continuaba algo asustado mientras que la mujer había salido corriendo. Como le trajese hamburguesas de dulce la partiría en dos con sus propias garras. Romper la sagrada carne de vacuno o de pollo podía resultar un pecado y un enorme insulto que el lobo blanco no iba a permitir. Se quedó a la espera de las palabras del tipo sangriento mientras empezaba a calentar un poco los brazos y piernas.
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-¿Aún tienes hambre? -le preguntó a Drake. ¿Cómo podía pedir una hamburguesa después de haberse hartado de golosinas? Además, probablemente allí no tenían no idea de cómo hacerlas-. Seguro que es una hamburguesa hecha de chocolate o algo así. No pienso comerme eso.
-En realidad -intervino el Doctor Chocolate-, toda nuestra oferta gastronómica es dulce -De repente, el director eructó. Y lo que era peor, olía a regaliz-. Perdón, me pasa cuando me asusto. Nuestras hamburguesas están hechas de carne de vacacao, los únicos animales que dan leche con cacao al ordeñarlos. Su carne es deliciosa, pero demasiado dulce incluso para mí.
-¿Lo ves? Luego vamos a mi barco y hago yo unas hamburguesas. De vaca. Creo.
-Siento mucho interrumpir, amable señores, pero les he invitado a venir a mi despacho para arreglar un asunto peliagudo. Y es que él -dijo señalando a Arribor. Su voz crecía en intensidad y su tono se toraba más vehemente con cada palabra-, ha ultrajado el mayor tesoro de nuestro restaurante. ¡Se ha atrevido a hincarle el diente a la Sagrada Marte!
Arribor no tenía ni idea de qué era... "Oh". Bien pensado, sí que se hacía una idea de qué podía ser. Nada más llegar al restaurante, en el centro de la sala principal había habido una especie de estatua verde metida en una caja de cristal reforzado sobre un pedestal. Varios cordones de terciopelo mantenían a la gente alejada. A todos, menos a él. Los empleados le habían mirado raro cuando hubo roto el cristal y arrancado un brazo de la estatua. Porque era de gominola, claro, y le habían dicho que podía comer lo que quisiera. Quizás el hecho de que fuese sagrada explicaba que le hubiesen llamado blasfemo y esas cosas.
-¿Hablas de una especie de mujer de gominola?
-Exacto. Nuestro fundador, Henry Chocolate I, la diseño a partir de la gominola más deliciosa del mundo, y tú la has mancillado.
-Pues no era para tanto. Normal. Tantos años metida en un cristal...
El Doctor Chocolate lo miró rabioso y presionó algo en la parte inferior de su escritorio. De repente, toda la habitación empezó a ascender rápidamente, como si un ascensor gigante la estuviese impulsando hacia arriba. Tardó unos cuantos segundos en darse cuenta que era él quien caía por una trampilla.
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