¿Que apostamos? (Privado - Pasado) (Sarah - Kedra)

La isla de los turistas y los jugadores, si quieres ganar algo de dinero, este es uno de los mejores sitios, y si lo quieres perder, mejor sitio todavía. Me acercaba al puerto con mi barco, un día caluroso, con una ligera brisa de aire cálido. Divisaba a lo lejos como la gente caminaba, otros estaban en el puerto esperando a alguien, y otros simplemente miraban los barcos que llegaban, o se iban.

Al llegar al puerto, eché el ancla, y subí a recoger las velas, para luego bajar, y atar las cuerdas. Me gustaba dejar todo bien atado, una cuerda mal atada, y el barco se iría a navegar solo, o al fondo del mar. Cuando salí del barco, respiré profundamente, mirando a la gente, la cual me miraba mal.

``Si, soy una semigigante, ¿que pasa?´´ -pensaba para mí, mientras fulminaba con la mirada a algunas personas que hasta casi se reían de mí por mi estatura. Lo que no saben, es que si doy un pisotón en el suelo, les haré caer al suelo con la vibración.

Después de ese pequeño altercado, me dirigí paseando hacía el casino, llevaba algo de dinero, no demasiado para no jugarmela de buenas a primeras. Entré en el lugar, y vi la parte de dentro, tan preciosa como la de fuera. Nunca habría imaginado un lugar tan colorido y divertido, y lleno de paz. Me senté a una maquina tragaperras, metiendo una moneda, y tiré de la palanca que tenía a un lado, con suavidad, pues si tiraba fuertemente me podía cargar la maquina.

Malditas maquinas estúpidas. Solo valían para que las personas gastasen su dinero. Aquel hombre no tenía interés ninguno en los juegos relacionados con el dinero y demás. Simplemente pasó por allí con el pequeño barco que tenía y estaba dispuesto a beber agua. Se le había terminado la suya y tenía muchísima sed. La pesadilla saltó del vehículo y aterrizó tranquilamente sobre la madera del muelle. Las personas al momento empezaron a alejarse de él con las cabezas agachadas. Era normal después de todo. Aquel hombre de cuatrocientos cincuenta millones era capaz de derribar un edificio con una facilidad sorprendente. El lobo del terror empezó a caminar tranquilamente hacia la entrada de aquel maldito casino. Su intención de hartarse de beber y llevarse un barril no iba a cambiar de ninguna forma.

En cuanto cruzó por la puerta todo el casino se silenció. Los guardias se giraron y se largaron dejando inclusos sus porras. Nadie quería problemas con aquella bestia. El peligroso pirata caminó tranquilamente pasando por al lado de una mujer increíblemente alta. Se acercó a la barra del bar y se quedó mirando a los tipos con una actitud tranquila. El pobre camarero le dijo que pidiese lo que le diera la gana. El luchador entonces asintió con la cabeza y metió la mano derecha en su bolsillo. El pobre hombre sintió el miedo recorrerle al ver aquella acción, pensando que se iba a llevar un tiro. Entonces fue cuando Kedra sacó unos cuantos billetes y los dejó sobre la barra.

- Quiero una botella de agua fresca y un barril considerable. Me da lo mismo la temperatura, pero agradecería que estuviese fría. – Dijo con un tono serio.

Aquel tipo tragó saliva y asintió con la cabeza lo más rápido posible. No tardaron mucho en darle una botella de cristal azulado. La tomó con cuidado y el lobo empezó a beber despacio de ella. Todo iba bien hasta que notó una presencia hostil hacia él. Abrió los ojos y observó a un encapuchado tratar de cortarle la cabeza con una espada. Los putos cazadores siempre estaban molestando. La hoja se chocó contra el cuello del joven y se partió en dos. El potente haki armadura del luchador era una bestialidad. Kedra lo tomó a continuación del cuello y frunció el ceño.

- Un intento más de esos contra mí y te aseguro que terminaré con tú vida, humano. – Mencionó con un tono frío como el hielo.

Mientras tiraba de la palanca, me daba cuenta de que el bullicio del local cada vez iba a menos, hasta que todo quedo en absoluto silencio. Miraba las caras de la gente, asustadas, aterrorizadas incluso. Miré alrededor para ver que ocurría, hasta que me fijé en un chico, alto para ser humano, que parecía ser el causante del miedo de esta gente. Pasó por mi lado sin inmutarse, se acercó a la barra, y sacando unos billetes le pidió algo al chico, aunque este seguramente esperaba una bala en vez de billetes. Poco después, un chico se puso detrás de el, con la capucha puesta, con una espada en la mano, pretendía cortar el cuello del chico, pero cuando ya iba a cortar, se rompió la hoja.

Tuvieron unas palabritas antes de que yo me pudiera acercar para poder defenderle, pues aunque sea un pirata reconocido, y el de la capucha un cazarecompensas, no implicaba que no pudiera ayudarle. Me levanté en cuanto soltó al caza, y me acerqué a el, de forma amigable. Me senté a su lado en la barra, y pedí agua también.

-Dame agua también, y cóbrame su agua y la mía -lo miré sonriendo, sacando dinero de mi bolsa.

-Yo invito a esta -dije dejando las monedas sobre la barra, -me llamo Sarah Fox, encantada -dije dándole la mano para estrechársela.

Los dorados ojos del lobo del terror se abrieron algo más de lo normal cuando escuchó una voz a su lado. El luchador desvió la mirada para ver de quién se trataba y entonces pudo ver a una de las mujeres de antes. Esta vez parecía bastante más alta, por el mero hecho de que estaba de pie. Un semigigante al parecer. El chico no había visto antes a uno tan grande y eso le hizo alzar una ceja. De todas formas, parecía que quería pagarle el agua, la cual no podía ser muy cara y él pensaba dejar propina, pero bueno. Se guardó el dinero de Émile como de costumbre y después la miró con calma. Su haki de observación indicaba que era más fuerte que las personas de aquel lugar, pero él estaba bastante por encima. No detectó peligro alguno y entonces estiró su mano hacia ella, estrechándola sin problema.

- Kedra.

Dijo simplemente en un tono bastante inexpresivo, como si pasase de todo el mundo y precisamente era lo que hacía. El cazador de antes había comprobado en sus carnes lo que ocurría cuando te metías con la pesadilla de los mares. El pecado de la pereza y el luchador más bestial de la tripulación del yonkou Lion D. Émile. No había nadie que pudiera toserle salvo el propio demonio. El luchador entonces observó a la joven, mirándola a los ojos fijamente aunque tuviese que alzar la cabeza de aquella forma. Sus músculos se relajaron después del atentado y su zona abdominal dejó de estar apretada.

- No preguntaré el porqué de tu generosidad, pero supongo que se agradece. Dime ¿Eres un pirata? ¿Revolucionaria? ¿Una ciudadana de ninguna parte?

Kedra la trataba como a una persona normal, pues él siempre solía ser así con todo el mundo independiente de su sexo o raza. Era una persona que veía todo del mismo color salvo a la hora de pelear o decidir acciones de involucrasen sangre.

Me quedé absolutamente estupefacta, como podía ser que aquel chico no mostrase ni un misero resquicio de sentimiento. Me dijo que se llamaba Kedra, curioso nombre a mi parecer. Le miré a los ojos por un momento, dejando las monedas sobre la mesa.

-Dame también cuatros barriles de agua, y 4 de whiski -dije dejando la bolsa sobre la barra. Sentándome en una de las sillas, apoyando mis brazos sobre la misma.

-Soy una pirata, por ahora poco conocida, pues la mayoría de las veces viajo sola, y por raro que parezca, soy bastante pacífica, solo me peleo si se meten conmigo, o si hay una buena recompensa -digo con un brillo en los ojos, viendo que el chico es distinto a todos los que haya podido conocer.

-¿A donde te diriges?, si no te importa me gustaría acompañarte -digo mientras espero que el muchacho traiga lo que hemos pedido, y a la vez dando un largo sorbo de agua.

El lobo oscuro alzó una ceja cuando aquella chica enorme dijo que quería acompañarle. Algo no le estaba concordando del todo en aquella conversación. Primero pedía varios barriles de agua y alcohol, después decía que quería ir con él. No le conocía de nada y además peleaba por dinero, lo que le recordó a cierto mercenario y frunció el ceño. Debía admitir que estaba un poco confuso, pero lo siguiente que hizo fue soltar un suspiro. No había ningún sitio a donde ir, por lo que el lobo negro simplemente se quedó mirándola fijamente. Parecía no tener ni un ápice de humanidad.

- Me dirijo al infierno, no creo que estés preparada para dirigirte hacia allí. Dicen que Satán le gusta demasiado usar el tridente en las noches oscuras. – Dijo con sarcasmo mientras negaba un poco.

A continuación se quedó mirando a varias personas que le miraban con el ceño fruncido y no dudó ni un solo momento en mostrar unos ojos rojizos que fueron tomando un brillo especial. La gente dejó de observarle y pasó de aquello. Entonces el cadejo los cambió al color dorado de siempre y después se estiró un poco. Esperaba que la marina no le molestase mucho, pues ya había llamado demasiado la atención. Entonces fue cuando se quedó mirando a la enorme mujer y después de unos momentos le habló con seriedad.

- Mi cabeza vale casi quinientos millones y que hayas dicho que peleas cuando hay precio en medio no me hace estar calmado. Por otro lado, no voy a ningún sitio en especial, solo soy un lobo solitario que viaja de isla en isla sin ninguna meta o sueño que me interese.

En cuanto dijo aquello se quedó observando a la mujer con una mirada seria, pero no era para nada violenta. Su fama de conquistador de los mares era peligrosa para él y sabía que muchos marines, cazadores y agentes iban por su cabeza, pero los esperaría a todos. Fue entonces cuando se sentó en una silla y se llevó ambas manos a la cabeza empezando a toser un poco de sangre. Su enfermedad siempre hacía acto de presencia para joderle.

Después de decirme eso de que al diablo le gusta usar el tridente... me hizo sonreír, no me esperaba esa respuesta, de todos modos, si el diablo quería jugar, yo se otros juegos. Le escuché atentamente sin decir nada, simplemente le observé. Me llamó la atención la forma en la que hacía que nadie le mirase, sus ojos tornaron un brillo diabólico. Cuando dejaron de brillar, me dijo que no estaba calmado, y que no se dirigía a ningún lado.

-No te preocupes, yo no voy a matarte, si quisiera eso ya lo hubiera intentado, y estoy charlando tranquilamente, no apuntándote con un arma -dije de forma seria. Quería que confiase en mi, no pretendía hacerle nada.

¿Yo no voy a matarte? Más bien no podría nunca. Al menos nadie de aquella isla. El cadejo del terror tenía un poder impresionante que se alzaba sobre todas las personas de aquel sitio. Nadie podría ponerle en aprietos simplemente por el ridículo poder de sus auras. Tan solo ella destacaba un poco sobre el resto, pero a su lado tampoco podría hacer nada. Se mantuvo serio mientras clavaba su mirada en ella y después de unos momentos cerró los ojos. Una terrible aura de oscuridad surgió de su cuerpo y acto seguido la gente de alrededor empezó a temblar de puro terror. No podían creerse que aquel monstruo estuviese allí. El pobre idiota que trató de matarle ahora había experimentado el poder del perro demoníaco. El luchador se relamió despacio y acto seguido clavó su mirada en la de la gigante.

Ella continuaba insistiendo en que deseaba ir con él. No lo entendía para nada, pues se suponía que nadie se iba con un desconocido y menos la mismísima pesadilla. Se mantuvo serio y entonces se cruzó de brazos. Notó entonces la mano de ella sobre su hombro y entrecerró los ojos. Su comentario le hizo un poco de gracia y por ello dejó salir una pequeña risa seria. Sabía de sobra que aquella situación tenía bastante gracia si se miraba por el lado bueno. El luchador entonces le contestó con un tono bastante calmado.

- Soy médico y sé de sobra lo que me ocurre. Esto no es nada que pueda tratarse. Yo y mi hermano Drake nacimos con esta enfermedad terminal, es la única que nos matará algún día. No tiene cura y es la que terminará con todo.

Lo dijo con un tono muy despreocupado. Era curioso que aquello fuese lo único que podía terminar con su vida por el momento. Soltó un suspiro pequeño y acto seguido iluminó sus ojos mirando a la gigante. Pegó un salto increíble sin aviso alguno y colocó las piernas sobre una barra de acero del lugar. El cadejo quedó bocabajo y en una altura considerable. Ahora podía estar cara a cara con ella. Su rostro estaba a unos diez centímetros del de ella, pero de al revés. La miraba con una sonrisa siniestra y se dio cuenta de las miradas que había en el lugar. Entonces fue cuando sonrió de lado.

- Nada ni nadie puede ayudarme, amiga. No necesito más compañía que la oscuridad y aunque vinieses conmigo ¿Qué harías? Te aburrirías, serías perseguida y por las noches yo no podría dormir tranquilo. Supongo que tienes amigos, familia o compañeros con los que estar. La vida de un demonio no es para ti.

Respondió mirándola fijamente a los ojos y con un tono bastante serio.