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La figura de aquella persona avanzaba despacio por aquellas calles. Se trataba de un chico de unos veinticuatro años más o menos. Sus cabellos eran pinchudos y de un tono castaño oscuro. El color de sus ojos era dorado y el fondo de estos parecía ser negro en lugar de blanco. Vestía solamente con un pantalón blanco y unas botas de acero del mismo tono. En su corazón podía verse una media luna negra tatuada. Dicha persona se trataba del ex supernova y actual conquistador de los mares, Kedra, la pesadilla. El lobo de las sombras se había desplazado hacia aquella zona en busca de algo de comida. Llevaba mucho tiempo sin comer bien, y solo sobrevivía a base de fideos instantáneos. Eran deliciosos, pero todos los días cansaban ya. Muchos le miraban con temor y eso era lo más normal del mundo.
El segundo al mando de Émile era alguien poderoso, pero últimamente estaba bastante relajado. Pasaba de todo en el mundo, incluidas algunas órdenes del diablo. A veces pensaba en retirarse y vivir comiendo carne sin un mañana, pero tampoco era una vida tan deseada como podía parecer al principio. Hablando de carne, era la primera parada de todas. Le daba igual que se pusiera dura, pero se llevaría mucha y se comería también bastante en ese momento. Pudo ver el puesto más cercano, del cual manaba un olor realmente delicioso. El tendero era un anciano de cabellos blancos y pintas de pervertido, pues llevaba una camiseta con un dibujo de una niña de dieciocho años o así en bragas. Ese tío no le importaba la edad al parecer, pero eso era cosa de los humanos normales. Al menos así pensaba el pirata. Se relamió despacio y se dirigió hacia aquel tipo, metiendo ambas manos en los bolsillos y usando un tono de voz calmado.
- Quiero treinta kilos de carne asada de pollo si no le importa, anciano. También póngame todas las salchichas de cerdo que pueda.
¿Tenía dinero? El de Émile. Era fácil coger del barco del capitán, pues estaba forrado. El lobo negro entonces soltó un suspiro y al ver que el tipo accedía feliz, colocó los berries en la barra del puesto. Al menos no parecía haberle reconocido pese a valer casi quinientos millones. Eso le hacía algo feliz, pues no le mirarían con temor. Se quedó callado mientras el hombre metía todo en un saco y lo siguiente que hizo fue entrecerrar los ojos. Aquel mercado era enorme y estaba lleno de gente. Él era más alto que la mayoría al media un metro con noventa y dos centímetros, pero tampoco era para tanto. Soltó un enorme bostezo y se quedó mirando un puesto de frutas silvestres a las que iría después. También se cuidaba dentro de lo que cabía. Se rascó un momento la cabeza y después tomó el saco de carne recién hecha que le había dado el anciano. Mordió un enorme trozo de ella y empezó a caminar mientras masticaba y disfrutaba de aquella delicia.
El segundo al mando de Émile era alguien poderoso, pero últimamente estaba bastante relajado. Pasaba de todo en el mundo, incluidas algunas órdenes del diablo. A veces pensaba en retirarse y vivir comiendo carne sin un mañana, pero tampoco era una vida tan deseada como podía parecer al principio. Hablando de carne, era la primera parada de todas. Le daba igual que se pusiera dura, pero se llevaría mucha y se comería también bastante en ese momento. Pudo ver el puesto más cercano, del cual manaba un olor realmente delicioso. El tendero era un anciano de cabellos blancos y pintas de pervertido, pues llevaba una camiseta con un dibujo de una niña de dieciocho años o así en bragas. Ese tío no le importaba la edad al parecer, pero eso era cosa de los humanos normales. Al menos así pensaba el pirata. Se relamió despacio y se dirigió hacia aquel tipo, metiendo ambas manos en los bolsillos y usando un tono de voz calmado.
- Quiero treinta kilos de carne asada de pollo si no le importa, anciano. También póngame todas las salchichas de cerdo que pueda.
¿Tenía dinero? El de Émile. Era fácil coger del barco del capitán, pues estaba forrado. El lobo negro entonces soltó un suspiro y al ver que el tipo accedía feliz, colocó los berries en la barra del puesto. Al menos no parecía haberle reconocido pese a valer casi quinientos millones. Eso le hacía algo feliz, pues no le mirarían con temor. Se quedó callado mientras el hombre metía todo en un saco y lo siguiente que hizo fue entrecerrar los ojos. Aquel mercado era enorme y estaba lleno de gente. Él era más alto que la mayoría al media un metro con noventa y dos centímetros, pero tampoco era para tanto. Soltó un enorme bostezo y se quedó mirando un puesto de frutas silvestres a las que iría después. También se cuidaba dentro de lo que cabía. Se rascó un momento la cabeza y después tomó el saco de carne recién hecha que le había dado el anciano. Mordió un enorme trozo de ella y empezó a caminar mientras masticaba y disfrutaba de aquella delicia.
Eric Zor-El
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Era una mañana como otra cualquiera en Okyu Mazushi, una isla del mar del sur cuyo único interés era las ruinas situadas en su centro. ¿El problema? Que no se podía ir hacia allá de forma convencional, por lo que el shandiano tendría que esperar en el único pueblo de la isla a que le recogieran sus compañeros. Eric deambulaba por las abarrotadas calles de la ciudad sin rumbo fijo, buscando un lugar barato en el que comer. Su búsqueda le llevó a la calle principal, el lugar más transitado y pudo percibir el inconfundible olor a carne asada al carbón que tanto le gustaba, ¿sería cerdo? ¿Pato? ¿O tal vez ternera? No lo sabía, pero fue hacia allá sin dudarlo.
Entonces pasó algo raro, la gente de su alrededor miraba hacia un punto exacto, concretamente hacía un muchacho de cabellos castaños. ¿Sería alguien importante? A saber, él llevaba poco tiempo en el mar azul como para saberlo, pero aunque lo fuera le daría igual. El siguió en línea recta, cegado por el exquisito olor a carne recién hecha, con la desventura de chocarse con el moreno, tirándole toda la comida al suelo.
—¡Perdón! –dijo Eric, al ver toda esa comida desperdiciada en el sucio suelo.
No era la primera vez que metía la pata de aquella manera, en su isla lo normal era que la gente le cediera paso, pues él era un gran guerrero e hijo del líder del clan del lobo, pero en el mar azul no era así; era una persona más y siempre se le olvidaba.
—Si tu querer, yo te invito a comida –dijo, haciendo gala de lo bien que hablaba ya el idioma de los de abajo, como él los llamaba.
Entonces pasó algo raro, la gente de su alrededor miraba hacia un punto exacto, concretamente hacía un muchacho de cabellos castaños. ¿Sería alguien importante? A saber, él llevaba poco tiempo en el mar azul como para saberlo, pero aunque lo fuera le daría igual. El siguió en línea recta, cegado por el exquisito olor a carne recién hecha, con la desventura de chocarse con el moreno, tirándole toda la comida al suelo.
—¡Perdón! –dijo Eric, al ver toda esa comida desperdiciada en el sucio suelo.
No era la primera vez que metía la pata de aquella manera, en su isla lo normal era que la gente le cediera paso, pues él era un gran guerrero e hijo del líder del clan del lobo, pero en el mar azul no era así; era una persona más y siempre se le olvidaba.
—Si tu querer, yo te invito a comida –dijo, haciendo gala de lo bien que hablaba ya el idioma de los de abajo, como él los llamaba.
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El lobo masticaba lentamente, disfrutando del delicioso manjar que se estaba dando con aquella carne. Era demasiado bueno para ser cierto y por ello iba también algo atontado, acercándose al puesto de frutas. Pronto podría combinar un sabor con el otro y sentirse mucho mejor. Desde que había llegado a aquella isla, quería echarle el diente a todo lo que había por allí, pero no se decidía. Ahora que tenía su carne, era un hombre lleno de felicidad aunque no lo demostrase. Otro bocado arrancando un pedazo le hizo sonreír de lado. Demasiado delicioso para ser verdad y tenía un saco lleno de aquellas cosas. Se merecía aquello según él mismo, pero ahora necesitaba buscar un sitio donde disfrutar de todo o al menos pillar un barco pequeño para moverse mejor.
En ese momento notó un pequeño impacto y al estar en su mundo, no tardó en caer de culo al suelo. El saco también cayó, pero al estar hecho de tela, su carne no sufrió daños. El trozo que llevaba en la mano aterrizó en el suelo, llenándose de polvo. La gente al ver aquello empezó a alejarse, asustada y casi tropezando. El luchador quedó allí sentado con la cabeza agachada y el rostro ensombrecido. Era como si estuviese conteniendo su enfado con aquella persona de olor extraño. Entonces lo siguiente que hizo fue lanzar con su mano un rápido movimiento hacia su presa y la tomó, dándole otro bocado. Su presa era el pollo, no el chico. Pese al polvo, no iba a desperdiciar comida. Notó el rico sabor pese a todo y se quedó sentado masticando, escuchando a aquella persona decirle aquella proposición.
- No es necesario.
Dijo entonces en un tono tranquilo. Después de aquello levantó la mirada, observando al peliblanco desde el suelo y terminando de comerse el trozo de carne. Tiró el hueso a un lado y después se colocó en pie, dándole leves toques a su pantalón para retirar el polvo. En otra época, habría arrancado la cabeza del chico, pero él ya no era un puto loco. Se quedó mirándole con toda la calma del mundo y después recogió su saco. Sacó de él un pedazo similar al que se había comido y después lo tendió hacia el hombre de cabellos blancos.
- ¿Quieres? Está bueno.
En ese momento notó un pequeño impacto y al estar en su mundo, no tardó en caer de culo al suelo. El saco también cayó, pero al estar hecho de tela, su carne no sufrió daños. El trozo que llevaba en la mano aterrizó en el suelo, llenándose de polvo. La gente al ver aquello empezó a alejarse, asustada y casi tropezando. El luchador quedó allí sentado con la cabeza agachada y el rostro ensombrecido. Era como si estuviese conteniendo su enfado con aquella persona de olor extraño. Entonces lo siguiente que hizo fue lanzar con su mano un rápido movimiento hacia su presa y la tomó, dándole otro bocado. Su presa era el pollo, no el chico. Pese al polvo, no iba a desperdiciar comida. Notó el rico sabor pese a todo y se quedó sentado masticando, escuchando a aquella persona decirle aquella proposición.
- No es necesario.
Dijo entonces en un tono tranquilo. Después de aquello levantó la mirada, observando al peliblanco desde el suelo y terminando de comerse el trozo de carne. Tiró el hueso a un lado y después se colocó en pie, dándole leves toques a su pantalón para retirar el polvo. En otra época, habría arrancado la cabeza del chico, pero él ya no era un puto loco. Se quedó mirándole con toda la calma del mundo y después recogió su saco. Sacó de él un pedazo similar al que se había comido y después lo tendió hacia el hombre de cabellos blancos.
- ¿Quieres? Está bueno.
Eric Zor-El
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Aquel individuo tendió la mano al shandiano y le ayudó a levantar del suelo. Eric se sacudió la rompa con las manos para quitarse el polvo y aceptó la invitación del hombre y cogió un trozo de pollo, el cual no tardó en llevarse a la boca.
—Gracias –dijo, mientras masticaba con ganas-. ¿Cómo te llamas? –le preguntó.
Tras su respuesta, pasearon hasta una plaza cercana. Allí se sentaron y estuvieron en completo silencio durante unos largos dos minutos. Eric le estaba nervioso, hacía mucho tiempo que no mantenía una conversación con otra persona y no sabía que tema de conversación darle. Él era un luchador y cazador, el cual se había curtido intelectualmente en historia antigua. ¿Qué podía hablar con un hombre del mar azul? El peliblanco se fijó en él, parecía una persona fuerte y poderosa; y por lo que pudo contemplar antes la gente parecía temerle.
—Pareces alguien fuerte… -le dijo Eric, intentando romper el hielo–. ¿De qué tribu eres?
—Gracias –dijo, mientras masticaba con ganas-. ¿Cómo te llamas? –le preguntó.
Tras su respuesta, pasearon hasta una plaza cercana. Allí se sentaron y estuvieron en completo silencio durante unos largos dos minutos. Eric le estaba nervioso, hacía mucho tiempo que no mantenía una conversación con otra persona y no sabía que tema de conversación darle. Él era un luchador y cazador, el cual se había curtido intelectualmente en historia antigua. ¿Qué podía hablar con un hombre del mar azul? El peliblanco se fijó en él, parecía una persona fuerte y poderosa; y por lo que pudo contemplar antes la gente parecía temerle.
—Pareces alguien fuerte… -le dijo Eric, intentando romper el hielo–. ¿De qué tribu eres?
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Re: ¿Sabes Pelear? Yo Te Haré Grande, Chico. [Kedra-Eric] [Pasado-Privado] {Vie 21 Abr 2017 - 21:57}
El lobo negro se sentó junto al chico en aquel sitio mientras entrecerraba los ojos y tomaba otro pedazo de carne para él. Escuchó al joven preguntarle sobre su hombre. El perro del demonio se sorprendió bastante ante aquello, pues con el jodido precio que había por su cabeza era raro que nadie supiese de él. Tal vez aquella persona estaba un poco pérdida o había sido un esclavo o algo similar. Sus pintas eran un poco raras, pero él no era nadie para ponerse a juzgar a los demás. Sus ojos eran algo raro también y no se quejaba de ello. Soltó un pequeño suspiro y después se estiró un poco mientras volvía a abrir la boca para morder su alimento. Segundos después tragó y se quedó mirándole con una expresión relajada.
- Kedra Lars. Raro que me preguntes eso, hay miles de carteles con mi rostro por ahí ¿Tú nombre es? – Preguntó él mientras dirigía su mirada a varios sitios vigilando todo a su alrededor por si las moscas.
Lo de la tribu le sacó de contexto totalmente. No tenía ni jodida idea de lo que estaba hablando. Entonces miró sus pinturas y trató de analizarlo despacio. Podría ser de alguna isla poblada por nativos o algo por el estilo. Esa podía ser la respuesta a todo y el motivo de que no le conociera y hablase de aquella forma. Kedra lo entendió todo y entonces soltó un suspiro de alivio. Empezaba a pensar que se estaba volviendo loco, pero no era así. Se llevó la mano derecha a mentón y se quedó pensativo unos momentos. Debía explicarle las cosas como era debido sin liarle mucho la cabeza o al menos sin liársela así mismo.
- No tengo tribu. Voy solo por el mundo. No sé de dónde has salido, pero la vida en los mares va por tripulaciones, que es parecido a lo que llamas tribus. Por el sistema y sus abusos o por libre. Yo soy la tercera opción.
Mencionó de forma relajada mientras colocaba el saco abierto en medio de ambos por si el chico quería coger algo de comer. Él masticó la carne con toda la calma del mundo y acto seguido se dio cuenta de la increíble cantidad de miradas que había sobre ellos. Empezaba a sentirse un poco molesto y a lo mejor debía explicarle al chico el motivo. No quería que pensase que lo estaban mirando a él de mala forma. Lo último que quería era tener que liarse a golpes allí con media isla.
- Las miradas agresivas van por mí. Soy alguien muy buscado y mi cabeza vale unos cuatrocientos millones y pico. No te preocupes por los demás, no creo que se acerquen. Si ves a uso tipos vestidos de blanco, con armas y gorras, entonces deberías alejarte de mí hasta que me haya ocupado de ellos.
- Kedra Lars. Raro que me preguntes eso, hay miles de carteles con mi rostro por ahí ¿Tú nombre es? – Preguntó él mientras dirigía su mirada a varios sitios vigilando todo a su alrededor por si las moscas.
Lo de la tribu le sacó de contexto totalmente. No tenía ni jodida idea de lo que estaba hablando. Entonces miró sus pinturas y trató de analizarlo despacio. Podría ser de alguna isla poblada por nativos o algo por el estilo. Esa podía ser la respuesta a todo y el motivo de que no le conociera y hablase de aquella forma. Kedra lo entendió todo y entonces soltó un suspiro de alivio. Empezaba a pensar que se estaba volviendo loco, pero no era así. Se llevó la mano derecha a mentón y se quedó pensativo unos momentos. Debía explicarle las cosas como era debido sin liarle mucho la cabeza o al menos sin liársela así mismo.
- No tengo tribu. Voy solo por el mundo. No sé de dónde has salido, pero la vida en los mares va por tripulaciones, que es parecido a lo que llamas tribus. Por el sistema y sus abusos o por libre. Yo soy la tercera opción.
Mencionó de forma relajada mientras colocaba el saco abierto en medio de ambos por si el chico quería coger algo de comer. Él masticó la carne con toda la calma del mundo y acto seguido se dio cuenta de la increíble cantidad de miradas que había sobre ellos. Empezaba a sentirse un poco molesto y a lo mejor debía explicarle al chico el motivo. No quería que pensase que lo estaban mirando a él de mala forma. Lo último que quería era tener que liarse a golpes allí con media isla.
- Las miradas agresivas van por mí. Soy alguien muy buscado y mi cabeza vale unos cuatrocientos millones y pico. No te preocupes por los demás, no creo que se acerquen. Si ves a uso tipos vestidos de blanco, con armas y gorras, entonces deberías alejarte de mí hasta que me haya ocupado de ellos.
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El albino no parecía entender del todo lo que Kedra le estaba diciendo. ¿Tripulaciones? ¿Ir de libre? ¿Qué significaba eso? ¿Qué era el sistema y los abusos? A saber, pero aquel muchacho no parecía mala persona. En lo poco que llevaba en el mar azul había conocido a multitud de gente, desde gente que huía de las autoridades por distintas razones, hasta individuos que intentaba que se cumpliera los dogmas establecido. El mar azul no era tan diferente de su tribu, todo estaba organizado de manera que se mantuviera en equilibrio, sin embargo, al ser haber muchas más personas y tanta diversidad era casi imposible que todos siguieran unas mismas reglas, y eso le descuadraba.
—¿Cuatrocientos millones? Eso da para muchas raciones de comida… -comentó Eric, cuyo estomago estaba rugiendo–. Los de blanco… ¿te refieres a la marino? No parecen mala gente, algunos me dieron cobijo en noches de tormenta.
Tras eso, poco a poco, se fueron alejando de allí. A medida que pasaba el tiempo y la conversación se alargaba al pelirrojo le caía mucho mejor Kedra, y cuando quiso darse cuenta estaban en las afueras de la ciudad, cerca de la entrada de la selva. Su acceso estaba vallado mediante una verja metálica, y había colgados carteles de peligro. ¿Qué era tan peligroso?
—¿Porqué no poder ir al bosque?
—¿Cuatrocientos millones? Eso da para muchas raciones de comida… -comentó Eric, cuyo estomago estaba rugiendo–. Los de blanco… ¿te refieres a la marino? No parecen mala gente, algunos me dieron cobijo en noches de tormenta.
Tras eso, poco a poco, se fueron alejando de allí. A medida que pasaba el tiempo y la conversación se alargaba al pelirrojo le caía mucho mejor Kedra, y cuando quiso darse cuenta estaban en las afueras de la ciudad, cerca de la entrada de la selva. Su acceso estaba vallado mediante una verja metálica, y había colgados carteles de peligro. ¿Qué era tan peligroso?
—¿Porqué no poder ir al bosque?
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