Liantes de poca monta, pero liantes al fin y al cabo... [Pasado][Privado Galia-Noah]

- Que putas ganas de coger y empotrar a alguien contra la pared... sí, usar mi espada para dejar una bonita silueta humana en un muro, eso molaría...

Sentado en un banco de Domica, mirando al puerto y el mar que hay más allá, me dediqué a murmurar entre dientes mientras daba sorbos de agua a mi cantimplora. ¿Qué coño hacía allí, a tomar por culo, en donde Doflamingo perdió los calzones? Pues sinceramente, no lo sé. Simplemente seguí una corazonada, un instinto, que me guió hasta ese sitio. Por alguna razón mientras nadaba tranquilamente, sentí como un cosquilleo al pasar cerca y... bueno, me metí un poco a investigar.

Por supuesto, no descubrí nada interesante. Era un sitio más bien aburrido para mi estándares, y la gente del pueblo ni siquiera suponía una amenaza si no eran capaces ni de enfrentar a unas simples bestias del bosque. Los muy ilusos ni siquiera sospechaban lo que era yo realmente, una de las pocas cosas que puedo agradecer a mi familia: el aspecto prácticamente humano. Incluso los más avispados me ignoraban, tras dedicarme una mirada rápida, imagino que sospecharían de mis afilados dientes y por eso se alejaron con cierta prisa.

Pero en fin, que ahí me encontraba. En plena tarde, tras haber perdido varias horas haciendo nada productivo, esperando que ocurriera un milagro o algo similar. Si la cosa seguía así, el aburrimiento amenazaba con hacerme perder la paciencia, y si eso ocurría seguramente mandaría a la mierda todo y me pondría a buscar bronca yo mismo.

Mientras pensaba todo esto, un rugido en mi estómago me recordó que estaba vacío, y esa sensación de hambre que tanto conocía me invadió. Aquello no era bueno... para los lugareños. Bueno, pasaría los últimos minutos de luz diurna buscando algún sitio decente donde pedir un plato de algo carnoso, o tal vez buscaría un callejón donde cazar a alguien y deleitarme con su sangre. Ya vería según cómo me diera por ahí.

El delicioso olor a pollo asado salía de aquel local, invitando a la gente a entrar. La humedad que invadía los pedazos de carne y lo calentito del sitio era algo maravilloso. La combinación de cientos de patatas saliendo de las freidoras y siendo empapadas en salsa de yogur hizo que muchas personas de aquel sitio suspirasen. Parecía el paraíso y eso era algo poco visto. Sin duda ese debía ser el mejor local de toda la isla. Las paredes estaban pintadas de rojo y las plantas del enorme comedor hacían que fuese agradable estar allí. Las mesas estaban limpias y había muchísimas personas, pero por suerte quedaba una mesa libre. Los azulados ojos de aquella persona se fijaron en ella y no tardó ni medio segundo en salir corriendo y sentarse en la primera silla.

Se trataba de una joven de unos dieciocho años, cabellos rosados y ojos azules como el cielo. Su piel era pálida y realmente se veía bastante dulce. Vestía con una chaqueta blanca de manga corta dejando ver así sus brazos. Tenía un pantalón marrón y unas botas. A su espalda llevaba una funda de mandoble y parecía estar de buen humor. Iba a comer algo rico después de una larga investigación por la isla. Notó el sabroso olor invadir sus fosas nasales y a continuación pudo ver que uno de los camareros la estaba mirando. Pronto se acercaría y ella debería pedir, por lo que metió la mano en su bolsillo y sacó el dinero. Pensaba comprarse el pollo especial para cuatro personas con raciones y demás. Tenía muchísima hambre.

Debido a que toda su vida había sido humilde y callada, nunca pidió nada para ella, ni dinero ni cosas por el estilo, por lo que ahora podía darse el lujo. Entonces se acercó el camarero y cuando le pidió aquello, el pobre hombre no se lo creía. Se fue y lentamente fue formándose un olor delicioso. Ella miró desde lejos el pedazo de carne dar vueltas con la barra de hierro atravesada y cómo las patatas caían de una maquina en una bandeja. La sal, la pimienta y la salsa caían después de forma automática. La chica no podía contenerse y se relamió despacio. Nunca había pasado hambre y ahora que había estado un día entero sin comer, sabía lo incómodo que podía llegar a ser.

- No pienso dejar nada en el plato… Aunque espero no haberme pasado… – Dijo con la mano derecha en su mejilla y esperando aquella delicia que estaba en camino.

El inconfundible olor de la carne recién cocinada invadió mis fosas nasales, y atraído por ella como las moscas por la miel me dirigí hacia donde quiera que fuese que tenía que ir. Al fin y al cabo, donde hay carne hecha, hay aún más carne sin hacer. Mis pasos erráticos como poco me guiaron unos cuantos metros por las calles, hasta dar con un bar-restaurante lleno de gente y comida... Relamiéndome despacio, entré por la puerta y sin mirar atrás me dirigí a la sala de las mesas.

Por desgracia, no había ninguna libre, estaban todas ocupadas por ruidosa y molesta gente. La última que había visto la acababa de ocupar una chica de pelo rosado corriendo, y chasqueé la lengua por no haber sido más rápido. Aunque, ¿sería eso realmente un problema para mí? Sonriendo con malicia, me deslicé con cuidado entre los camareros hasta ponerme cerca de la puerta de la cocina, fingiendo indiferencia. No sé por qué, pero parecía que no se terminaban de creer mi fachada, y la gente me miraba de forma sospechosa. ¿Sería el racismo por los tritones? O tal vez la enorme espada atada a mi espalda, yo que sé, nunca entendí a estos humanos de mierda.

Sin embargo, aunque desconfiaran de mí, nadie se acercó a intentar nada divertido. Todos aquellos borregos estaban demasiado intimidados para querer arriesgarse a ponerse en peligro, y empezaba a ver cuál era la razón por la cual aún no habían sido capaces de enfrentarse a los animales salvajes de las afueras. Suspirando, simplemente me dediqué a esperar, echando vistazos fugaces hacia la cocina por el redondo cristal en la puerta.

El olor me estaba matando, mi hambre estaba creciendo y mi paciencia se estaba agotando de forma alarmantemente rápida. Decidí mandar a tomar por culo la etiqueta y normas de la sociedad, y si alguien quería pelear contra mí por ello estaba más que dispuesto. Con violencia, aparté a un muchacho que estaba preparando algo así como un pollo enorme con raciones y le dirigí una mirada fulminante.

- Prepara otro en otra parte, este es mío ahora. - Dije amenazante, mientras dejaba unas monedas en un plato cercano. ¿No era así como funcionaban los humanos? Pagabas y te daban comida, ¿no? Aunque el chico se acojonó y no pudo rechistar, se quedó allí mirándome con cara de circunstancia, hasta que enseñé mis dientes en una sonrisa cruel y le dije: - ¿Quieres que te coma a ti también?

Con un pequeño chillido inaudible, como un ratón, se apartó corriendo para entrar en la cocina de antes. Yo, frotándome las manos y contento de que el pollo aún estuviera a medio hacer nada más, me sudó un poco lo que viene a ser la vergüenza y el hecho de que estaba a la vista de todo el mundo, quité la carne del fuego sujetándola por los extremos del palo y le dí un buen par de bocados allí mismo.

La chica estaba impacientándose bastante. Soltó un suspiro cruzada de brazos y en ese momento pudo ver a una persona de cabellos blancos entrar en la sala. A su espalda parecía portar un espadón… ¡Exacto al de Krauser! Pero era imposible que fuese el mismo. El arma del demonio de la niebla era la perfección absoluta. Tanto como su capacidad de ser indestructible como el poder sangriento que poseía. Igualmente aquel tipo parecía ser un poco salvaje. Ella le miró alzando una ceja y después de unos momentos observó que al menos había tenido la decencia de pagar. Entonces las miradas de las personas se fijaron en él de forma algo mala, era normal después de todo. La pelirrosa soltó un suspiro de nuevo y después se colocó en pie. Tan solo parecía un joven perdido.

La chica avanzó despacio hasta él y clavó sus azulados ojos en los morados de aquella persona. Estaba frente a él y se fijó en sus colmillos afilados ¿Hijo de Krauser? Joder, era la misma espada y encima los mismos dientes. Demasiada casualidad. Alzó una ceja y después de unos momentos se cruzó de brazos mirándole con curiosidad. Estuvo a punto de decir algo, pero verle comer de aquella forma tan solo le daba más hambre a ella. Encima escuchó amenazar al pobre hombre con comérselo antes y eso la hizo negar un poco. Entonces fue cuando intentó hablarle en un tono serio, pero bastante calmado.

- Vas a tener problemas si te comportas así en público. Comerse a una persona inocente es algo que no te dejaré hacer, pero tampoco te molestaré mientras comes. Anda, vente conmigo a la mesa y siéntate un poco ¿Vale? – Le dijo con una dulce sonrisa al finalizar.

Galia entonces intentaría tomarlo del brazo con toda la autoridad posible (y usando su fuerza sobrehumana) y trataría de llevarlo con ella hasta la mesa. Si lo había logrado le dejaría una de las dos sillas para que tomase asiento y pudiesen comer juntos. Su problema era que le gustaba demasiado ayudar a la gente. Soltó un pequeño suspiro y después clavó sus azulados ojos en los de él mientras colocaba ambos codos sobre la mesa.

- ¿Quieres algo de beber? – Le ofreció de forma amable.

De repente una chica se había levantado a darme un sermón. Si me quedé paralizado fue por la sorpresa, pues el shock de que después de todo lo que había hecho aún quedara alguien (más aún una joven) con ganas de plantarme cara me impedía moverme. Tan solo parpadeé dos veces mientras trataba de asimilar que no estaba soñando.

- Perdón... ¿qué? ¿Tu te has oído? - Pregunté tras tragar lo que tenía de carne en la boca, estupefacto y esperando una confirmación. - ¿Quién crees que...?

Sin dejarme tiempo a terminar la frase, la chica me agarró del brazo y trató de forzarme a sentarme. En otra ocasión tal vez me habría resistido, a pesar de mi aspecto tengo bastante fuerza... Pero ella también tenía su propio poder, suficiente como para aprovechar mi momento de debilidad y plantarme en la silla frente a donde se sentaba ella. No sabía si sentirme alucinando, preocupado o motivado. La mujer escondía más de lo que aparentaba, lo cual explicaba algunas cosas pero dejaba lugar a muchas otras dudas. Y por encima de todas ellas estaba la pregunta: "¿Si nos peleamos, quién ganaría?"

Decidí seguirle el rollo por el momento, si tan solo al menos para paliar mi aburrimiento extremo. Fingiría que ella tenía la voz cantante hasta que me aburriera de ella también, y luego... luego vería cómo librarme de ella. Tal vez con suerte hasta terminase todo en una gran pelea que destrozara el pueblo a su paso.

Además... aquellos ojos azules le recordaban al mar. Al tranquilo y amigable mar, el único sitio donde estaba a salvo de los salvajes humanos y los cobardes gyojins. Abandonado por todos, el mar era mi único refugio, y aquellos ojos transmitían una sensación parecida... Dándome cuenta de lo que estaba pasando por mi cabeza, la sacudí para quitarme tales absurdas ideas de la misma. Recuperé la compostura y sonreí con fiereza mientras le hincaba el diente de nuevo al pollo asado.

- Diría que la sangre de mis enemigos, pero imagino que eso no te haría gracia. - Bromeé tras tragar. - Agua para mí, pues. - Una bombilla se encendió en mi cabeza, y se me ocurrió provocar un poco. Haciendo como que me levantaba, sonreí y dije: - Te traeré algo de comer mientras piensas qué pedir tú.