Entrenamiento intensivo. Arribor y sus animalejos [Pasado]

Llevábamos días navegando por las aguas del mar del Paraíso, recién me había unido a la tripulación después de haber conocido al capitán Arribor en la isla Sakura y que este me lo propusiera. Tenía pensado viajar en solitario pero la idea de tener a gente que me guardara las espaldas en ocasiones de peligro... no era del tanto mala, la verdad. Actualmente yo era el miembro más débil de la banda, eso era algo que me molestaba de gran modo, no me gustaría que alguien fuese mi niñera pero tenía que pasar por eso. Al menos hasta que entrenase lo suficiente y me hiciera lo bastante fuerte.

En esta ocasión, nos dirigíamos a una isla al azar a que el capitán nos entrenase. Lo que me recordaba que dos miembros más de la tripulación nos acompañaban, un hombre de aspecto tétrico y obsesionado con la forja y un mink lobo que también me daba mala espina. "¿Acaso todos en esta tripulación tienen un aspecto tan... peculiar?" me pregunté mientras me senté en las escaleras de proa para luego empezar a tocar una suave melodía con el violín, quedando atrapado en las manos de la musa de la música.

Oh, es cierto. Hacía unos días que había ingerido una extraña fruta, agria y con un sabor parecido al limón, que me había otorgado unos raros poderes. Podía convertirme en un sapo, para ser exactos. El aspecto que tenía en esa forma me daba nauseas ya que así no podría ligar con las damiselas; aunque podría usar lo de que tienen que besarme para convertirme en un apuesto príncipe. Sonreí y seguí tocando hasta llegar al crescendo, momento en el que llegamos a tierra y el capitán, de mal humor, nos gritó que le siguiéramos.

Maldito genio, maldito Arribor y maldito yo por tentar a mi suerte una vez más. Habíamos salido de la guerra de Síderos de forma ilesa y con los bolsillos llenos, incluso con barco nuevo después de todo... Pero no todo es tan bonito como parece. No pude conformarme con todo eso sin más como hubiese hecho la mayoría y ahora estaría tan contento... pero yo sin embargo me dejé llevar por mi codicia una vez más. Cada vez que lo pienso me maldigo por mi estupidez, ya que aún no me creo que fuese capaz de fiarme de aquel ser diabólico... Todo él gritaba peligro y yo no escuché. Teniendo ahora que cargar con esta maldición que me da un aspecto enfermizo. Puede que me hubiese quedado horas de la misma forma. Sumido en mi desgracia sin hacer nada más que eso, pero entonces la voz de Arribor atravesó cada rincón de la embarcación.

Habíamos llegado a nuestro destino, una recóndita isla en la que el tuerto había accedido a entrenar a los dos miembros más nuevos de la banda. En situaciones normales yo hubiese desistido de embarcarme en algo así y me hubiese quedado con Sarah quizás, pero dado a mi pésimo estado de ánimo no quería pasarlo bien ni nada por el estilo, sino desquitarme de alguna manera... ¿Y qué mejor forma que un gran desgaste físico para olvidar mis planes ahora que no me quedaba ni gota de alcohol? Además debía distraerme de alguna forma para ver si así se me quitaba un extraño hipo que me atormentaba de igual forma desde mi salida de dicha isla. -Puta vida - me resigné mientras colgaba mis dos grandes espadas en la espalda, formando una enorme X sobre ella, y colgaba mi nueva espada láser del cinto al igual que otras de mis pequeñas pertenencias.

Nada más salir de mi camarote una melodía llegó a mis oídos al mismo tiempo que la brisa acarició mi melena azulada revolviéndomela, a la par que el astro rey producía un extraño brillo en mi nueva piel, que a pesar de odiarla me negaba a esconderla, y por ello iba con un simple chaleco color negro sin nada debajo y unas calzonas del mismo color. Dejándome guiar por la música terminé llegando hasta su fuente en la cubierta, se trataba del nuevo integrante con el que aún no había tratado, el cual me pareció bastante débil cuando lo observé con mi recién obtenido haki de observación. -A este sí que le hace falta entrenar si quiere sobrevivir al lado del tuerto - pensé mientras me acercaba a él. - Vamos, ¡hip! el capitán ¡hip! espera - intenté hablar inútilmente por el hipo al nuevo integrante.

La rabia del momento solo consiguió que mi mente solo pudiese maldecir de nuevo una otra vez a el genio y a Arribor, por lo que no esperé contestación alguna del músico y me encaminé en busca del tuerto. Esa sí que era una presencia fácil de localizar, por lo que no tardé en encontrarlo y dirigirme a él. Estaba solo en la orilla, el lobito seguiría dormido aún, con cara de pocos amigos e impaciente. Era raro verlo así pues siempre andaba con alguna de sus locuras entreteniéndose y pasando del resto... Pero que se joda. Por su culpa no podía dar tres pasos seguidos sin que un pequeño estremecimiento recorriese mi metálico culo. - Debí haber deseado un ojo saltón para este cabronazo - pensé mientras me quedaba enfrente suya fulminándolo durante un segundo con mi mirada y sin musitar palabra. Me negaba a darle la satisfacción de verme con aquel ataque de hipo... Y para colmo no podía fumar tranquilo y estaba enmonado.

Mis manos se dejaban llevar por la suave melodía naciente de mi violín, no había nada que me gustase más que pasarme horas y horas enfrascado entre partituras y ritmos. Bueno... quizás el colarme en las camas de jóvenes doncellas en las silenciosas noches hasta los bulliciosos amaneceres también era uno de mis mayores placeres, el tacto de las pieles de las mujeres, el exquisito aroma a esencias florales o frutales, el ritmo de nuestros cuerpos haciéndose uno... De verdad era algo que me gustaba hacer, ¿para qué engañarme? Aunque también me fascinaba el apasionante mundo del arte, era algo que también atraía mi alma bohemia.

De mis ensoñaciones me sacó el loco de las forjas que parecía tener un gran ataque de hipo, me informó de que el capitán ya nos esperaba para comenzar nuestro entrenamiento, lo cual me ponía un poco de los nervios ya que había escuchado sobre las peligrosas maneras de actuar de Arribor. Sin más demora, me dirigí hacia mi camarote con la intención de dejar mi valioso violín sobre una mesa de madera. Con sumo cuidado, obviamente. Más tarde me reuní con el capitán y el loco con síndrome de Hefesto en la orilla de una playa de arenas blancas. Realmente me gustaría tomarme un baño y relajarme en las cristalinas aguas para luego dormirme bajo la sombra de algún gran árbol, pero no podía darme ese lujo, tenía que hacerme más fuerte si quería llevar a cabo mi vendetta.

Para cuando quise darme cuenta el mink lobo que estaba con nosotros se había quedado en el barco. "Supongo que alguien tendrá que vigilarlo" pensé mientras dirigía mi mirada al barco mientras el capitán, "Hefesto" y yo nos adentrábamos en una zona próxima a la costa que estaba repleta de grandes arboles y plantas hasta donde alcanzaba la vista. El capitán Arribor nos dió nuestras instrucciones, teníamos que llevar nuestro cuerpo al límite. Estaba leyendo un libro de ayuda, eso era algo que no me daba buenas vibraciones. ¿Acaso estábamos en buenas manos? Nos ordenó que tumbáramos un árbol a golpes. "Estarás de broma... Yo me especializo en el manejo de la espada no en la fuerza física" pensé tragando saliva ante la dolorosa imagen que se me venía a la mente. Y para empeorarlo, él último se llevaría un castigo.

Dí un ojeada rápida a mi compañero de entrenamiento. Hasta un simple tío como yo daba cuenta de que aquel hombre jugaba en una liga muy superior a la mía. Sin decir nada más, me encaré al árbol y empecé a darle golpes con las manos. Cada golpe me dolía a horrores pero al menos tenía que intentarlo aunque ya sabía de sobra que el castigo me lo iba a comer con patatas, de eso no no había ninguna duda. - Supongo que quiere que despertemos el haki de armadura... musité agarrándome la mano izquierda con pequeñas heridas en los nudillos.

- Que le jodan al chucho - pensé al escuchar el comentario del pirata sobre que comenzábamos sin él. Si le apetecía holgazanear en lugar de entrenar él sabrá.

Escuché atentamente al pirata como recitaba las palabras de un libro que llevaba consigo. Se me ocurrían varias formas de rebatir que ese no era el mejor entrenamiento que podíamos recibir unos espadachines como nosotros, pero como me había negado a dirigirle la palabra hasta que no se me pasase el hipo y estaba completamente cabreado, no me importaba desahogarme dando unos golpes. Además era una buena oportunidad para probar la resistencia de mi nueva piel, por lo que emulé al cantautor y me dirigí a las palmeras más cercanas.

Ante nosotros se presentaba una frondosa selva. Debía de llevar un montón de generaciones manteniéndose alejada de la nueva obsesión cosmopolita del hombre, teniendo así su vegetación una viveza y frondosidad envidiable para cualquier parque botánico. Se me ocurrían varias razones por lo que no se hubiese urbanizado esta isla aparte del evidente trabajo que supondría, pero no tenía ganas de reparar en ninguna cavilación. Puto Arribor y sus tonterías.

Descolgué mis armas de su sitio y las coloqué a un lado de forma cuidadosa. Ellas eran las únicas que no tenían culpa de nada y quería quitarme la tentación de desenfundarlas y comenzar a talar árboles a golpes de espada. Planté firmemente los pies delante del árbol y comencé a lanzar un directo tras otro en el mismo punto del tronco. Los primeros fueron más para tantear la resistencia del árbol como la de mis manos, cogiendo poco a poco ritmo e intensidad. Me di cuenta que mis golpes eran algo más lentos que cuando no era de metal, pero era sorprendente la ausencia de rasguños en mi cenicienta piel. Esa nueva confianza sumada al instinto asesino que me atenazaba en el día de hoy, hizo que cada puñetazo fuese impregnado con un poco de todo eso que sentía y consiguiese que pudiese aliviar tanta mala ostia mientras me quedaba obnubilado en aquella rugosa madera pasando de mi alrededor.

Golpe tras golpe mi rabia iba disminuyendo a pesar de que apenas conseguía avances en la tala del árbol. Mi fuerte claramente no era dar puñetazos a pesar de tener una gran fuerza física y de ahí que la tarea comenzase a prolongarse, pero no me importaba. Cada vez que uno de mis puños golpeaba el tronco veía los rasgos del tuerto definiéndose en las callosidades, por lo que comencé a disfrutar a pesar de la extenuación. Tal era mi concentración que no escuché al tuerto como nos daba luz verde para usar nuestras armas, hasta que este tras haberse aburrido se plantó a nuestro lado y destrozó el árbol de un solo golpe.

- Estúpido y engreído - pensé asombrado una vez más por el poder del tuerto.

Al parecer este por fin había comprendido que así no avanzaríamos nunca, por lo que cambió el desarrollo del entrenamiento y nos mandó a hacer algo que se suponía que debía de costarnos... Pero yo casi me troncho al escuchar que debíamos cortar piedras con nuestras espadas. Mi capacidad de corte estaba muy por encima de eso que pedía, aunque me abstuve de decir nada cuando escuché que el último recibiría castigo doble. Pobre músico, estaba deseando comprobar que le haría Arribor, al igual que observar la calidad del metal que portaba. Si la katana que llevaba no era de gran calidad seguro que la mellaba, aunque eso ya se vería.

Era hora de seguir, así que me dispuse a buscar piedras tranquilamente mientras recuperaba el aliento perdido. El chirrido que hacían estas contra mi piel de hierro era bastante irritante, pero tras unos minutos de trabajo había encontrado diez piedras de unos diez kilos cada una. Las apilé una encima de otra en dos filas de cinco y cinco y me marché a por mis armas. No pude evitar buscar al otro espadachín con la mirada para sonreírle de forma divertida ante lo que iba a hacer. Desenfundé mis dos nodachis, sujetándolas de forma firme una en cada mano y me coloqué delante de las dos pilastras de piedra. Me concentré en mi ámbito de destrucción mientras daba un pequeño salto y lancé una doble estocada de forma vertical sobre ellas con toda la fuerza que poseía. Las dos improvisadas columnas de roca se partieron por la mitad de forma perfecta con un corte limpio.

Esperaba que con esta demostración al pirata le quedase claro que tenía a dos alumnos de distinto nivel y que si quería que esto fuese justo nos debería mandar tareas distintas... Pero antes de decir nada esperé a observar cual sería el castigo del músico, por lo que me quedé a mirar tras encenderme un cigarro con cierta parsimonia.

A pesar de que talar árboles a puñetazos era una tarea imposible para mí, no salí de mi obstinación y seguí golpeando la madera del árbol. Ya me estaba sangrando la mano derecha, dejé escapar un quejido de dolor debido a la herida que me había causado. "Golpear con otra cosa que no sean espadas no es lo mío" pensé mientras empecé a golpear el árbol con mi otro puño, inútilmente. Es que era cierto, los espadachines no servían para luchar a puños o patadas, servían para cortar a sus enemigos usando armas de filo. Aunque... mi compañero parecía no estar quejándose de la situación, más bien parecía estar disfrutando moliendo a golpes su árbol con una notoria ira. Al fijarme bien en el loco de la forja, me dí cuenta de que su piel parecía estar hecha de algún material,¿quizás acero? No lo sabía pero eso no era justo ya que tenía mucha ventaja frente a mí. "Como pensaba, el del castigo iba a ser yo de todas formas" pensé mientras suspiraba y aceptaba mi destino.

De repente, el capitán vino hacia nosotros y nos permitió usar nuestras espadas para pasar a cortar rocas en vez de golpear troncos de árboles. No sin antes mandar uno de los árboles al quinto pino de un solo puñetazo. De todas formas, aunque cambiásemos de modo de entrenamiento, la copia barata de Hefesto seguía teniendo una gran ventaja. Además de que mi katana no podía cortar las rocas y yo poseía aún esa capacidad como espadachín, como mucho, podría hacerles un pequeño rasguño a costa de que mi katana se estropeara a medida que propinase un corte tras otro. Sin embargo, volví a aceptar mi sino. Al fin y al cabo el mundo era un lugar cruel donde solo los más fuertes sobrevivían y los débiles estaban a merced de ellos. Me dirigí a tomar mi arma y la desenvainé, no sin antes disculparme por el mal estado en el que se encontraría después, había muchas posibilidades de que se rompiera.

A pesar de todo, caminé decidido hacia la roca más cercana mientras mi compañero de entrenamiento me miraba sonriendo a la vez que se preparaba para cortar un montón de piedras con sus dos nodachis. Hice caso omiso, ya que yo no estaba en la isla para una competición absurda e injusta. Yo estaba en la isla para aprender a usar el haki y hacerme más fuerte y útil para la tripulación. Si el capitán Arribor me castigaba de forma doble, aceptaría el castigo con gusto. Alcé mi katana sobre mi cabeza y me dispuse a intentar cortar la roca, aunque fuese imposible. Justo cuando mi espada tocó la roca, esta se quedó trabada en ella como cierta espada legendaria de un libro que había leído cuando yo era pequeño.

Después de que mi espada se quedase atascada en la roca, intenté tirar de ella para poder sacarla. No quería que se rompiera pues era un arma que me había dado una persona muy especial para mí. Apliqué fuerza pero con cuidado. Lentamente, poco a poco, la espada fue cediendo y salía despacio de la roca. Por suerte no se rompió, solo se melló un poco la hoja de esta. El capitán nos advirtió que más nos valía usar haki si no queríamos perder nuestras armas. "-Ojalá fuera tan fácil hacerlo-" pensé atento a las palabras del tuerto.

Más el asunto no se quedó ahí. Debido a que el "tejón" tenía mucha ventaja, ahora yo tenía que golpear a mi compañero. Después de dejarnos nuestras órdenes, el capitán Arribor marchó hacia el barco dejándonos al herrero y a mí mirándonos fijamente. Viendo como era de fuerte y el tono de la piel de mi compañero, no veía claro si podría hacerle algún rasguño aparte de que no me gustaba cortar a los que estaban de mi bando.

- No creo que pueda hacerte nada, seguro que ni sientes cosquillas. Pero una orden es una orden, voy a intentarlo de todos modos si no te importa - dije alzando de nuevo la katana dispuesto a cumplir una orden que no tendría ningún resultado positivo para mí. Bajé el arma aplicando fuerza tanto en los brazos como en las piernas hasta que, al fin, el filo de la espada se encontró con la piel de mi nakama. Esperé a que hubiera algún tipo de resultado o a que mi espada se acabase rompiendo. En un par de segundos veríamos lo que pasaría.

Mi alarde cortando rocas no salió para nada como pensaba. Creí que con eso sería más que suficiente para que Arribor vapulease al músico antes de que destrozase aquel trozo de hierro que empuñaba y que se atrevía a llamar espada. - Por Dios, machácalo ya y así podremos entrenar tranquilos - pensé mientras observaba como el espadachín no conseguía nada. Pero entonces el muy voluble del tuerto en vez de imponer su castigo como había dicho, volvió a cambiar de opinión y diseñó otro método de entrenamiento.

No es que me sintiese muy cómodo recibiendo espadazos de un espadachín mediocre, pero como era cierto que había escuchado que para despertar el haki era necesario llevar el cuerpo al límite, opté por intentarlo.

-¡Qué coño! - espeté entre dientes mientras dejaba mis armas una vez más en el suelo. Sabía que esto no iba a ser para nada normal desde el primer momento en que se lo pedí a él, así que tampoco podía quejarme más de lo necesario.

El violinista empuñó aquella endeble espada y se abalanzó con intención de sesgar mi piel de hierro con ella. Con el primer embate comprobaría si estaba en tan bajo nivel como mi mantra indicaba, así que me limité a bloquear el primer golpe interponiendo mis brazos por delante haciendo una cruz.

-¡Joder, vaya ruido espantoso! - solté cuando el filo de la espada resbaló por uno de mis antebrazos sin causarme apenas daño, pero causando un chirrido de lo más irritante. - Así no haremos nada musiquillo, así que tendré que obligarte a que des lo mejor que tienes. No pienso salir de este lugar sin conseguir mi objetivo - terminé con evidente tono de seriedad mientras me lanzaba a por él puño en alto, con una intención clara de darle en pleno rostro.

Si tenía que sacarle las ganas y fuerzas a golpes que así fuese. No mentía al decir que no saldría de esta isla hasta despertar el haki y iba a dejar que la apatía del otro espadachín me entorpeciese. Si hacía falta lo noquearía yo mismo para que el tuerto se centrase en mí, así que por eso no iba a dejar de lanzarle golpes hasta que mejorase o hasta que cayese rendido.

-Veamos de que pasta estás hecho.

Como predije, no fui capaz de hacerle nada a mi compañero. Bueno, en verdad si que logré algo. Ponerle furioso y más ansioso ya que tenía prisa por despertar el haki. Bloqueó mi espada con sus brazos y no logré hacerle nada. Este me lanzó un puñetazo en la cara el cual me comí con patatas, rompiendo mis gafas y mandándome contra una palmera. Mi espada se cayó al suelo y comencé a sangrar por la nariz. Un poco más y el tejón me habría roto la nariz por completo. Solo pude llevarme la mano a la nariz y retorcerme de dolor. No había duda alguna. Mi compañero no dudaría en quitarme de en medio para satisfacer sus propias ansias de poder.

Intenté parar el sangrado arrancando una tela de mi camisa y poniéndomelo en mis orificios nasales. Me levanté con esfuerzo, el puñetazo me había mareado. Pero no por eso iba a dejar que el herrero loco se saliera con la suya, él no era el único que quería aprender el haki. Agarré mi katana y me dispuse a ponerme en guardia. Mi arma no iba a aguantar mucho más, tenía que darme prisa por aprender si quería salvarla.

- Querido compañero, sé que tienes prisa y alguna razón por la que hacerte más fuerte. Pero has de saber que yo también tengo mis razones para hacerme más fuerte. No voy a dejar amedrentarme por ti. Pienso hacer cualquier cosa por obtener poder. Y si tengo que recibir un millón de golpes o cortes para ello, que así sea - dije convencido de ello y quitándome las rotas gafas.

Agarré el mango de mi katana con decisión y avancé poco a poco. Seguramente iba a ganarme otro puñetazo pero no pensaba esquivarlo de ninguna manera. Lucharía contra mí mismo para evitar perder la consciencia si hacía falta. Sin duda alguna en mi corazón, me lancé rápidamente a lanzar otro tajo contra mi rival en aquella isla. Si quería pegarme que lo hiciera. Yo iba a seguir levantándome hasta no poder más. Mi venganza contra los que mataron a mi familia se vería cumplida y no iba a dejar que nadie se interpusiera en mi camino.

Bien. Parecía que el músico taciturno por fin espabilaba y surgía algo de entusiasmo en él. Quizás había tocado su orgullo como espadachín de alguna forma y tras un emotivo discurso, que no me importó una mierda, volvió espada en ristre.

- Eso es. Enfádate y lucha como si no hubiese un mañana pequeño insecto - pensé mientras me colocaba en posición defensiva, levantando los brazos y atrasando un pie para tener más apoyo.

Pasaron varios minutos en los que el azabache me atacó una y otra vez mientras me obligaba a defenderme. Por suerte su potencia de corte estaba por debajo del umbral de mi piel maldita y me salvé de acabar malherido, pero aún así a base de repetición en varias zonas concretas consiguió que el gris de mi piel se tiñese con matices carmesís en pequeñas zonas. Tenía que hacer un esfuerzo por no machacarle la cabeza ni por no atravesarle el pecho con una de mis garras, incluso estuve tentado de quitarle la espada de las manos y enseñarle como se usaba, pero como el propósito de este entrenamiento tenía otra base me tuve que conformar con pequeños empellones y golpes controlados para mantenerlo en tensión, mientras que por otro lado intentaba mantener el control de mi cuerpo y mente.

No sabía como pretendía Arribor que llegase a mi límite de esta forma, aunque quizás si se fijaba y veía que me había hecho algún rasguñó daba por vencedor al músico y nos centrábamos en otro aspecto del entrenamiento. Al fin y al cabo dudaba que así yo pudiese conseguir algo... Incluso dudaba que lo fuese el otro espadachín si solo me limitaba a defenderme y no a exprimirlo a tope. Por lo poco que había escuchado del haki armadura, este solo podía despertarse si llevas tu cuerpo a un extremo hasta antes nunca sufrido... Y si tenía que tomar como referencia el despertar del que yo ya tenía, esa información estaba bien encaminada.

- Viejo tuerto... Qué cojones estarás pensando - cavilé mientras le daba otro empellón al músico con algo más de fuerza.

Si el tuerto no comenzaba a actuar me tomaría la lección por mi mano. Aún no sabía muy bien como voy a abarcar el tema, pero definitivamente no pensaba perder mucho más tiempo en esto que solo me valía como un ejercicio rutinario y del montón.

Proseguí mi lucha con el tejón en aquella isla alejada de la historia. No conseguía hacerle ninguna herida seria o al menos alguna herida que me dejara satisfecho. Sin embargo, mi empeño no había sido en vano pues había conseguido hacerle un poco de daño en aquella extraña piel que parecía ser dura como el hierro. Estaba haciendo avances y al menos eso me reconfortaba, animándome a seguir intentando despertar el haki de armadura pese a lo que me dolía el cuerpo.

Mi adversario pareció reaccionar a mi decisión pero yo sabía perfectamente que se estaba controlando para no acabar conmigo de un golpe. Además, no le era conveniente matarme, al menos por el momento. Mi espada flotaba de un lado a otro, golpeando en varias zonas del cuerpo de mi compañero. Mi rival no se quedaba en la defensiva, también me daba algún que otro golpe que hacía que me diera vueltas la cabeza por unos instantes pero no me daba por vencido, yo seguía insistiendo en intentar hacerle un daño significativo.

De pronto apareció el capitán, mi cuerpo tembló un poco al imaginar que entrenamiento nos iba a imponer. Cuando escuché la palabra "dinosaurio" me temí lo peor. ¿Luchar contra un lagarto gigante? Al menos yo moriría pero seguramente mi compañero sería capaz de derrotarlo. Quería realizar un entrenamiento que estuviera en mis posibilidades, sé que había que forzar el cuerpo al límite, pero habían cosas que ya eran pasarse.

Tras un rato intentando encontrarnos algún bicho, el tuerto desistió de su idea y nos planteó luchar contra él. Quien lograra hacerle sangrar le concedería un deseo. Miré de reojo a mi compañero. Me daba la sensación que eso le incitaría a dar todo de sí. Sujetando mi katana con decisión, decidí no bajar el ritmo. Nada más parpadear, sentí un puñetazo que me dejó loco y me tiró al suelo.

*Dios, se siente como si una piedra me hubiese golpeado la cara* pensé mientras me quitaba la sangre del rostro. Me puse de pie con esfuerzo y me lancé al ataque. Salté e intenté propinarle un corte desde arriba para luego retroceder y volver a atacar con varios cortes seguidos lanzados desde varias direcciones. No tenía ningún deseo que pedir, pero no iba a quedarme atrás y dejar que el otro acaparara toda la gloria.

Por suerte nuestro absurdo entrenamiento no prosiguió de la misma forma por mucho más tiempo. Por una vez parecía que el tuerto seguía el hilo de mis pensamientos y tras una de sus peculiares charlas se marchó a buscar algo con lo que adelantar el entrenamiento, cosa que debía alegrarme porque es lo que quería... Pero por una extraña razón consiguió inquietarme de tal forma que aproveché el descanso para recuperar mis espadas y sentirme algo más seguro. Quizás todo el tiempo que había pasado a su lado era lo que hacía que esperase cualquier locura... Algo que no tardó en confirmarse cuando este volvió hablando de dinosaurios, aunque más lo hizo cuando terminó concluyendo que la prueba sería luchar contra él.

Intentó aderezarlo con una especie de concurso que él sabía muy bien que nos sería prácticamente imposible de conseguir. Lo había visto manipular su propia sangre de tantas formas que no dudaba que pudiese mantenerla en su sitio si conseguíamos si quiera acercarnos a él. Joder, si lo había visto hasta crear plataformas volantes con ella... Pero una vez más me vi incapaz de poder replicar como quería, ya que sin más dilación salió disparado como un rayo para golpearnos vilmente. Mis reflejos me dieron el margen suficiente para intentar reaccionar desenfundando mi arma en un movimiento mecánico, pero por desgracia no fui lo suficientemente ágil para combatir contra la velocidad del tuerto y no pude hacer otra cosa que comerme aquel puñetazo con la mejor dignidad posible.

Era un sucio bastardo y bien lo sabía. Estaba claro que no se estaba molestando en usar toda su fuerza, para él éramos simples mosquitos con los que jugar... Pero al fin me había dado la oportunidad que tanto deseaba. Una parte de mí siempre había querido apuñalarlo por todos los embrollos en los que me había metido, y ahora el solito me pedía que lo hiciese sangrar. Tenía claro que era una empresa casi imposible, pero ya veríamos que pasaba si le arrancaba un dedo y lo masticaba.

La dantesca imagen que se formó en mi mente me dio las fuerzas necesaria para levantarme tras el golpe y así salir tras el sapo mientras desenfundaba mi segunda espada. Intentaría aprovechar que este se había lanzado primero para acoplar mis ataques a los suyos, esperando que el luchador reaccionase para defenderse o atacar para así terminar de recorrer la distancia que nos separaba lo más rápido posible y lanzar una doble estocada desde uno de los flancos que más desprotegido viese.

La primera espada, la de la mano izquierda, viajaría de forma ascendente, buscando rajar su costado en diagonal, mientras que la segunda, aprovechando la proximidad y la longitud de mi nodachi, trazaría un arco descendente buscando una de sus piernas.

No esperaba alcanzarlo a la primera. Sabía de sobra que además de bruto era rápido, por lo que mis estocadas no fueron simples espadazos, si no que de cada hoja salió una onda cortante que esperaba que pillasen desprevenido al tuerto. Para este combate sabía que iba a necesitar cada gota de mi energía y poder, así que de momento me absentaría de usar todas mis técnicas e intenté recular una vez mi ataque estuvo completo para prepararme para lo que tuviese listo el tuerto.