Mafia, mujeres y dinero [Privado][Taiga|Fenrir]

El cielo estaba… oscuro, como siempre. El pelirrojo jamás había visto una ciudad como esa y en su afán por descubrir el mundo (huyendo de cobradores, la verdad), terminó en Dark Dome City. Caminaba lentamente mientras las gotas de lluvia mojaban su sereno y serio rostro, no le importaba mojarse un poco mientras pudiera detenerse a ver a la mayoría de las mujeres que caminaban elegantemente con sus respectivas sombrillas. Había de todo tipo y no sabía por cuál decidirse, pero en realidad sabía que no terminaría concretando nada así que con un poco de resignación, le dio una calada a su cigarrillo y lo lanzó hacia la acera.

No tenía nada de dinero, pues lo último lo gastó en… ¿Nada? Simplemente jamás tuvo mucho efectivo. No sabía hacia dónde dirigirse, seguro que podía hacer un trabajo para conseguir un par de monedas y pasar una buena noche. ¿Dónde habría problemas? Estaba convencido de que podía pillar a un delincuente con un poco de recompensa, de esa forma llegaría a alimentar su rugiente estómago.

–¡Mierda! Todo sería más fácil si me casara con una chica millonaria… –susurró explosivamente hacia sí mismo.

Le hubiera gustado entrar a la cafetería que estaba al otro lado de la calle, pero eso significaba tener que pedir algo. Era torpe con las manos y si robaba, sería descubierto inmediatamente. Se adentró en un callejón, esperando que en este encontrara una billetera con más de un millón de berries y una chica de buenas medidas y cabello rubio. Cerró los ojos y suspiró, sabiendo que algo así jamás ocurriría; sin embargo, al entrar al callejón y dar un paso hacia delante se topó contra un obstáculo, bajó la mirada y había una chica de cabello oscuro, un poco de sangre en el rostro, los ojos cerrados y una espada delgada y larga. Un par de metros (adentrándose por el callejón) había un extraño objeto con forma cuadrada que relucía intensamente.  

Fenrir, ignorando por completo a la chica, se dirigió hacia el llamativo objeto y cuando lo cogió descubrió que era una billetera. “¡¿Qué mierda?!”, se preguntó para sí mismo. Miró hacia todos lados, esperando que no fuera una trampa o alguna broma y tras asegurarse de que nadie estaba mirando, la abrió. Era primera vez que veía tanto dinero reunido en un solo lugar, y era increíble que ese lugar fuera tan pequeño. Dio un grito y la arrojó hacia el cielo.

–¡Esto no me puede estar pasando! ¿Desde cuándo he tenido tanta suerte? –Exclamó furiosamente, enojado con la vida por haberle puesto una “broma” como esa– Mierda, mierda, mierda. ¿De qué va todo esto?

Pasaba y pasaba el tiempo y nada sucedía. La chica seguía estando inconsciente (¿o borracha?) y la billetera seguía teniendo la misma cantidad de dinero, así que por fin entendió que no se trataba de una broma. La guardó en uno de sus bolsillos y caminó hasta la salida del callejón, esperando no meterse en problemas. Sin embargo, justo en el momento en que estaba a un paso de entrar a la calle principal sintió que algo, o más bien alguien, lo detenía. Bajó la mirada y descubrió que la misma chica que hace un rato estaba inconsciente, ahora le sujetaba con fuerza la pierna.

–A-Ayu… Ayúdame… –soltó en un suave susurro, casi inaudible. Dicho esto, nuevamente cayó inconsciente.

–¿Eh? ¿Primero pides ayuda y luego caes inconsciente? –Retiró sin fuerza la pierna de la mano de la chica y la miró– Tsk, qué molestia. ¿Ahora qué se supone que haga?

No por honor ni por ayudar al prójimo la levantó del mísero callejón, sino que lo hizo únicamente por sus pervertidos pensamientos; aunque sabía que no terminaría haciendo nada y eso le avergonzaba. La cargó durante más de media hora hasta encontrarse en las puertas de un hotel.

–Quiero una habitación –le dijo a la recepcionista, ansioso de gastar el dinero que encontró en la billetera–. Con dos camas –agregó.

Estaba tan concentrado en los pechos de la recepcionista que no notó que alguien se estaba acercando a sus espaldas. La misma persona que se aproximó al pelirrojo le tocó el hombre y esbozó una sonrisa un tanto sincera, vaya manera de presentarse. El desconocido quería integrarse a la habitación de Fenrir sin motivo aparente, pero como el pelirrojo no conocía las costumbres de la zona no hizo más que encogerse de hombros y aceptar la situación. Eso de servicio buffet sonaba exquisitamente oportuno, normalmente se limitaba a comer pan añejo. Económicamente, el muchacho estaba en la ruina.

–No es normal que llegue alguien con una enorme sonrisa y se disponga a pagar la habitación de un desconocido, ¿sabes? –Cerró los ojos y suspiró– Pero bueno, ¿quién soy yo para decirle a los demás lo que deben hacer y lo que no?

Fenrir no era un chico tonto, pero tampoco inteligente. Más bien pertenecía al promedio de los humanos, pero aún así le parecía extraño que el hombre presentado como Taiga estuviera haciendo preguntas sobre una chica que cogió del callejón. ¿Acaso estará pensando que se trataba de un secuestro? Vaya a saber uno las ideas que tenían las demás personas. Sin soltar a la mujer, y manteniéndola sobre su hombro izquierdo, cogió las llaves de la habitación y miró al rubio.

–Fenrir Bloodfallen –contestó sin mucho ánimo, como si le diera pereza tener que pronunciar su nombre–. Y la señorita que tengo aquí en mi hombro… Pues llámala como quieras, porque no tengo idea de su nombre. Ya tuve suficientes cosas extrañas por hoy, solo quiero un cigarrillo.

Sin preocuparse de si Taiga lo seguía o no, se dirigió hacia el ascensor y subió hasta el piso número once, lugar dónde se encontraba la habitación. El ascensor era una caja rectangular que soportaba hasta una tonelada, las paredes eran de madera pulida y el piso estaba alfombrado; los botones eran círculos sobrepuestos sobre la tableta metálica cuyos bordes salían hacia fuera y los números de estas figuras circulares estaban escritos de tal forma: I, II, III, IV… Hasta el número quince. Al llegar hasta el onceavo piso, las puertas se abrieron emitiendo un ligero ruido y Fenrir dio un paso hacia delante, encontrándose en un extenso y ancho corredor que conectaba al montón de habitaciones predispuestas en el edificio. Con la mirada buscó la referencia numérica y dobló hacia la izquierda, su habitación era la última del corredor. La puerta de esta medía más de dos metros y era bastante ancha, ornamentada y con relieves que sobresalían; estaba hecha de madera.

–Los ricos sí que saben cómo disfrutar la vida, ¿eh? –Susurró para sí mismo.

Ingresó la llave a la chapa dorada y al entrar encendió la luz. El lugar era grande y lujoso, contaba de dos baños y tres habitaciones. Lo primero que hizo fue depositar a la pelinegra en una cama y se sentó en el sillón que estaba ubicado a unos cuantos centímetros de esta. A cada lado de la cama había dos muebles con un cajón cada uno y sobre cada uno de estos, había una lámpara que iluminaba tenuemente la habitación. Bien, ya venía siendo hora de despertar a la chica y preguntarle qué es lo que había pasado. Sin embargo, tenía una misión que completar: comer.

El hombre de cabellos claros estaba sumamente interesado en la chica que Fenrir encontró en el callejón. Sin embargo, al parecer todo tenía cierta razón de ser ya que Redfield afirmó pertenecer a un grupo de agentes especiales del Gobierno Mundial. El pelirrojo no se inmutó al escuchar esa información, pero empezó a pensar que lo mejor era tener cuidado con lo que decía; nadie quería meterse en problemas con ese oscuro grupo que muy pocos conocían. Fenrir solo había escuchado rumores, nada concreto e incluso pensaba que no era más que un cuento, una historia con la que asustaban a los criminales.

–¿Qué quieres que te diga? –Suspiró– La encontré en un callejón a unas cuantas cuadras de aquí –sacó la billetera de su bolsillo–, y también encontré esto.

No tenía intención de mentir puesto que el hombre que tenía en frente podía descubrir la verdad cuando se le diera la gana. No era de extrañarse que los hombres dudaran, sobre todo en una ciudad como esa. Lo único que deseaba era no haberse metido en problemas, pero por alguna razón desconocida (¿o divina?) siempre terminaba envuelto en situaciones peligrosas.

–Pillaré algo de comida –dijo con tono cansado, como si quisiera dormir.

Tomó el aparato electrónico de forma rectangular y el rostro de Fenrir se iluminó, obteniendo tonos azulados y blancos producto de la luminosidad del objeto. En este había una lista con diferentes nombres y descripciones, aludiendo a todo tipo de platos de diferentes lugares del mundo. Estaba ordenado según los tipos de comida (postre, plato principal, bebestibles, licores, etc.). Fenrir presionó su dedo en al menos dieciocho postres, seis platos principales, veinte gaseosas y dos whiskey. ¿Cuánto tenía que esperar para que la comida llegar a la puerta de su habitación?

–Lo siento, parece que he pillado mucha –dijo despreocupado, devolviéndole el aparato al chico de cabellos rubios.

Después de pedir la comida comenzó a pensar en que la chica inconsciente necesitaría algo de comer, así que seguramente tendría que darle un poco de sus postres. Se levantó del sillón y se dirigió hacia la habitación en donde había dejado durmiendo a la pelinegra quien, para su sorpresa, estaba abriendo los ojos.

–¿Q-Quién… eres? –Preguntó débilmente.

Fenrir tragó saliva y pensó que lo mejor era llamar a su compañero de habitación que recién había conocido, pero inmediatamente pensó que él mismo podía estar involucrado. ¿Quién se acercaba así como así y ofrecía comida? Nada de lo que hacía era normal y daba para dudar mucho, pero por otro lado el pelirrojo también era sospechoso ante los ojos de la chica de cabellos negros. Primero que todo, necesitaba tranquilizarse así que cerró los ojos y respiró lentamente, una y otra vez. Se sentó en el final de la cama y miró a la mujer.

–Fenrir Bloodfallen –respondió sin muchas ganas–, ¿y tú? ¿Quién eres? ¿Cómo es que…? Bueno, ya sabes.

La chica desvió la mirada hacia abajo y no respondió a las preguntas del pelirrojo. ¿Acaso tendría que esperar?

Los ojos de la chica de cabellos oscuros se posaron sobre Fenrir, viéndolo de abajo para arriba, tal vez se trataba de un método de análisis puesto que casi todo entraba por los ojos. Pasó un momento, tal vez menos de tres minutos, cuando fueron interrumpidos por el rubio quién les advertía que tenían compañía. “Qué extraño… No recuerdo haber invitado a nadie”, pensó el pelirrojo. No era precisamente de esas personas que se daban cuenta inmediatamente de las cosas que tenían a su alrededor. Se llevó la mano a la barbilla, frunció el ceño y cerró los ojos, intentando descubrir qué podría ser. ¿Alguna prostituta? Ese lugar estaba lleno de mujeres, no le extrañaría que en su puerta apareciera una. Sin embargo, eso no tenía mucho sentido, de hecho, simplemente no lo tenía.

–¿Quién es él? –Preguntó la chica.

–Me gustaría decir que es un viejo amigo, pero apenas le conozco –respondió tranquilamente, como si fuera lo más normal del mundo–. Su nombre es Taiga. Estamos diciendo nuestros nombres y tú no nos dices nada de ti… ¿Cómo te puedo llamar? ¿Sonrisitas tristes?

La pelinegra soltó una sonrisa cuando escuchó el estúpido apodo que le daría Fenrir, una sonrisa mezclada entre alivio e inocencia. Esta se quitó un mechón de cabello del rostro y luego miró al pelirrojo, quién aún estaba esperando una respuesta.

–Stella Godfrey –dijo con la vista pegada en la cama–, pero Sonrisitas Tristes no está tan mal.

Nuevamente fueron interrumpidos por las palabras de quién estaba listo para luchar, cosa completamente distinta para Fenrir, quién lo único que quería hacer era correr de allí y estar en un lugar seguro. No se trataba de ningún cobarde, pero tampoco era tan idiota como para meterse en una pelea teniendo otra oportunidad. Podía esconderse y en el mejor de los casos correr lejos, tan lejos que ya estaría en las puertas de su casa. Sin embargo, eso no era más que una idea fantástica y por alguna razón sentía que no podía dejar a Stella. En la isla donde la oscuridad reinaba ocurrían situaciones engorrosas y en muchos casos terminaban en muerte. Tal vez esa fue la razón por la que el pelirrojo quiso seguir lo que su corazón le dictaba: quedarse y averiguar lo que ocurría con la pelinegra.

Tras esa profunda reflexión llegó a una importante conclusión: huir con la chica. Definitivamente no se quedaría a pelear considerando que podía morir, no era ningún juego eso de andar de mafiosos o cosas así. ¡Tenían pólvora! ¡Doce hombres armados! ¿Qué tenía Fenrir? Sus puños y nada más. No sería suficiente, claro que no, aunque Taiga parecía demasiado confiado. ¿Qué mejor que confiar en alguien confiado? Fenrir pondría su vida en las manos de la persona a quién acababa de conocer, pero tampoco se quedaría esperando a que todo pasara. Protegería a Stella de algún hombre que quisiera pasarse de listo, de eso sí que podía encargarse.

–Deberíamos buscar algún lugar para refugiarnos, Stella –le dijo, echando un ojo hacia el armario de más de dos metros de alto de la habitación–. Ese no parece un buen sitio, pero seguro que estarás a salvo allí. Yo me quedaré vigilando.

Fenrir palideció cuando escuchó las palabras de aquel hombre aparentemente muy fuerte. "Te gusta", fue lo que quedó resonando en su cabeza durante un buen rato. Su mirada se tornó borrosa y lentamente su rostro se fue convirtiendo en un verdadero tomate extremadamente rojo. Ya no sabía cómo mirar a la pelinegra; no quería que malinterpretada las cosas. Jamás había tenido mucha suerte y que de repente un desconocido hiciera una afirmación como esa... Pues lo ponía en aprietos.

—N-N-No es c-como lo dice él. Para nada.

La pelinegra no hizo más que soltar una sonrisa mientras fuera de la habitación se liberaba una buena guerra. El chico de cabellos rubios juró que nadie iba a pasar de él, pero parecía que ese juramento no contaba a un hombre de pequeña estatura, casi siendo un enano. "Claro, parece que ese juramento solo cuenta para hombres... No para alimañas", pensó Fenrir. El pequeño hombre sacó una pistola y disparó directamente al cuerpo del pelirrojo, pero las balas no hicieron más que atravesarle el cuerpo.

—Idiota, qué pudiste haberme hecho daño.

—Era la idea —rugió el pequeñito—. ¡No me pagan suficiente para matar a fenómenos!

Tras soltar esas palabras intentó correr, pero el pelirrojo se abalanzó sobre él y le aplastó la cabeza contra el suelo, dejándolo inconsciente. Luego buscó algo para atarle, puesto que sería una importante fuente de información para descubrir lo que estaba sucediendo. Eso de ir de matones era peligroso... Pero todo debía tener una explicación, y parecía que todo apuntaba a la hermosa pelinegra que estaba sentada en la cama con cara de espanto. Por su expresión, Fenrir dedujo que no estaba acostumbrada a la violencia, dándole mucho para pensar, aunque todos sabían que ese no era el fuerte de nuestro cazador. Finalmente, mientras Taiga se encargaba de los mafiosos, Fenrir se quedó vigilando al hombre pequeño para que no hiciese nada malo en cuanto despertara. Tenía planes para él, y ya sospechaba que esto no había hecho más que empezar.

—Supongo que tendrás mucho que contarnos, ¿verdad?— Le preguntó a la chica de cabellos oscuros sin mirarla.