Elya Edelweiss
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-Gracias por su trabajo y buenas noches.
Elya respondió con una seca cabezada antes de salir del lugar a toda prisa. Ya estaba atardeciendo, se había entretenido demasiado. Por suerte, no se había alejado mucho del muelle. A paso ligero recorrió las calles que la separaban del embarcadero y sin apenas saludar intercambió un par de frases con uno de los marineros. Él parecía conocerla ya de antes, pero aún así negaba con la cabeza como si no hubiera más remedio. Tras insistir otro poco, la peliblanca se dio por vencida y se apartó.
Volvió a echar a andar, esta vez sin rumbo fijo. Había llegado por la mañana y debería haberse ido al mediodía, pero aquél condenado mercader... entre palabras bonitas, gestos rápidos, algún que otro halago a la marina y dos buenos y sutiles empujones la había convencido de que se quedara a vigilarle la joyería. Estaba convencido de que irían a asaltarla esa misma tarde y por supuesto, por supuesto que no podía dejar a alguien a su suerte. Pero las horas pasaron sin pena ni gloria y para cuando Elya consiguió desembarazarse del hombre el último barco hacia la siguiente isla había zarpado. Meneó la cabeza, angustiada. Ni siquiera tenía medios para avisar a su Teniente del percance; debería aprender a utilizar los malditos caracolófonos de una vez. Miró a su alrededor, sin mucha fe. ¿Habría algún otro marine en la isla? Sabía que no era la única que volvía de Síderos, pero no se había topado con ningún conocido en el viaje hasta English Garden. Aunque claro, tampoco era que tuviera muchos conocidos en la marina.
Examinó la pequeña mochila que llevaba a la espalda: No tenía mucho dinero, pero debía ser suficiente para pagar una cena y una cama en alguna posada. Por la mañana podría irse en el primer barco; ahora tenía que arreglar un lugar para pasar la noche. Si es que no volvían a interrumpirla. Ahora que lo pensaba, ¿Cómo se había dejado liar así? Por un chivatazo anónimo... seguramente lo único que pretendiera el hombre era una vigía gratis. Igual creyó que le daba prestigio o algo tenerla a un lado de la tienda. Apenas si le había agradecido su dedicación.
Un tanto desanimada, la joven marine siguió callejeando en busca de algo que ocupara las últimas horas de luz de la tarde.
Elya respondió con una seca cabezada antes de salir del lugar a toda prisa. Ya estaba atardeciendo, se había entretenido demasiado. Por suerte, no se había alejado mucho del muelle. A paso ligero recorrió las calles que la separaban del embarcadero y sin apenas saludar intercambió un par de frases con uno de los marineros. Él parecía conocerla ya de antes, pero aún así negaba con la cabeza como si no hubiera más remedio. Tras insistir otro poco, la peliblanca se dio por vencida y se apartó.
Volvió a echar a andar, esta vez sin rumbo fijo. Había llegado por la mañana y debería haberse ido al mediodía, pero aquél condenado mercader... entre palabras bonitas, gestos rápidos, algún que otro halago a la marina y dos buenos y sutiles empujones la había convencido de que se quedara a vigilarle la joyería. Estaba convencido de que irían a asaltarla esa misma tarde y por supuesto, por supuesto que no podía dejar a alguien a su suerte. Pero las horas pasaron sin pena ni gloria y para cuando Elya consiguió desembarazarse del hombre el último barco hacia la siguiente isla había zarpado. Meneó la cabeza, angustiada. Ni siquiera tenía medios para avisar a su Teniente del percance; debería aprender a utilizar los malditos caracolófonos de una vez. Miró a su alrededor, sin mucha fe. ¿Habría algún otro marine en la isla? Sabía que no era la única que volvía de Síderos, pero no se había topado con ningún conocido en el viaje hasta English Garden. Aunque claro, tampoco era que tuviera muchos conocidos en la marina.
Examinó la pequeña mochila que llevaba a la espalda: No tenía mucho dinero, pero debía ser suficiente para pagar una cena y una cama en alguna posada. Por la mañana podría irse en el primer barco; ahora tenía que arreglar un lugar para pasar la noche. Si es que no volvían a interrumpirla. Ahora que lo pensaba, ¿Cómo se había dejado liar así? Por un chivatazo anónimo... seguramente lo único que pretendiera el hombre era una vigía gratis. Igual creyó que le daba prestigio o algo tenerla a un lado de la tienda. Apenas si le había agradecido su dedicación.
Un tanto desanimada, la joven marine siguió callejeando en busca de algo que ocupara las últimas horas de luz de la tarde.
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Al fin la guerra había finalizado de una maldita vez y ahora la fuerza de Venom había vuelto a aumentar. Cada vez estaba más cerca de su objetivo, darle una paliza tremenda a Ivan Roux y volverse el almirante perfecto de la marina. Debía admitir que estaba bastante impresionado de las actuaciones de Kodama en la batalla, aunque uno de los ataques del árbol le hubiese dado a él. No había visto a otros marines, pues él había estado a su bola junto a Corinna y después con una chica de cabellos blancos. Después de todo había salido con vida y tenía más experiencia en sus espaldas. La primera guerra que vivía siendo tan joven y no se había quedado satisfecho. Su falta de poder le hizo quedarse en las sombras, aunque dentro de poco todo aquello iba a cambiar.
En aquellos momentos se hallaba caminando por las calles de aquella isla ¿Qué hacía allí? Tras la guerra se fue en un barco sin rumbo fijo y terminó allí. De paso se había asegurado de curarse un poco las heridas provocadas por las hojas del capitán árbol. Su larga melena roja ondeaba con el viento, su ojo izquierdo estaba tapado por un parche, pues no lo poseía. Su orbe azulado observaba el sitio con calma. En su frente poseía una cinta de hierro con el símbolo de la marina. Había obtenido tras aquello el rango de teniente y aquello le hizo sentirse más feliz. Cada vez estaba más cerca de su meta. Se relamió despacio y acto seguido continuó andando. Iba vestido con una camiseta negra de tirantes, un pantalón del mismo tono y unas sandalias. Los brazos vendados y una mochila de tamaño considerable. En ella llevaba su chaleco táctico, el comunicador y algo de dinero.
El pelirrojo continuó avanzando despacio por el lugar. No tardó mucho en ver a una persona algo extraña que también estaba caminando. Su piel al contrario que la suya pálida era oscura como el carbón. Sus cabellos blancos como la nieve y sus ojos del mismo color que el suyo, pero algo más oscuro. El luchador tuerto simplemente ladeó un poco la cabeza. Le sonaba de algo ¿La había visto en algún cuartel? No se acordaba mucho, pero decidió comprobarlo por sí mismo. Cuando pasó por su lado se frenó en seco y cerró su ojo al mismo tiempo que hablaba en un tono serio y calmado.
- Teniente Slicerin D. Venom de la marina ¿Nos conocemos por casualidad? Creo que te he visto de reojo por algún lado.
¿Le respondería? No tenía ni idea, pero le extrañaba verla por allí. A lo mejor se estaba equivocando y no era de la marine. Quedaría en ridículo de ser así, pero tampoco le importaba mucho. La vergüenza era algo que sobraba en aquellos tiempos de piratas y guerras. El viento volvió a mover su melena rojiza de un lado a otro y él permaneció impasible como de costumbre. Clavó entonces su mirada en ella y esperó alguna respuesta.
En aquellos momentos se hallaba caminando por las calles de aquella isla ¿Qué hacía allí? Tras la guerra se fue en un barco sin rumbo fijo y terminó allí. De paso se había asegurado de curarse un poco las heridas provocadas por las hojas del capitán árbol. Su larga melena roja ondeaba con el viento, su ojo izquierdo estaba tapado por un parche, pues no lo poseía. Su orbe azulado observaba el sitio con calma. En su frente poseía una cinta de hierro con el símbolo de la marina. Había obtenido tras aquello el rango de teniente y aquello le hizo sentirse más feliz. Cada vez estaba más cerca de su meta. Se relamió despacio y acto seguido continuó andando. Iba vestido con una camiseta negra de tirantes, un pantalón del mismo tono y unas sandalias. Los brazos vendados y una mochila de tamaño considerable. En ella llevaba su chaleco táctico, el comunicador y algo de dinero.
El pelirrojo continuó avanzando despacio por el lugar. No tardó mucho en ver a una persona algo extraña que también estaba caminando. Su piel al contrario que la suya pálida era oscura como el carbón. Sus cabellos blancos como la nieve y sus ojos del mismo color que el suyo, pero algo más oscuro. El luchador tuerto simplemente ladeó un poco la cabeza. Le sonaba de algo ¿La había visto en algún cuartel? No se acordaba mucho, pero decidió comprobarlo por sí mismo. Cuando pasó por su lado se frenó en seco y cerró su ojo al mismo tiempo que hablaba en un tono serio y calmado.
- Teniente Slicerin D. Venom de la marina ¿Nos conocemos por casualidad? Creo que te he visto de reojo por algún lado.
¿Le respondería? No tenía ni idea, pero le extrañaba verla por allí. A lo mejor se estaba equivocando y no era de la marine. Quedaría en ridículo de ser así, pero tampoco le importaba mucho. La vergüenza era algo que sobraba en aquellos tiempos de piratas y guerras. El viento volvió a mover su melena rojiza de un lado a otro y él permaneció impasible como de costumbre. Clavó entonces su mirada en ella y esperó alguna respuesta.
Erik Carter
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Anochecería pronto. La travesía hasta English Garden no había sido tan rápida ni placentera como cabría esperar, pues el maldito submarino de los TTs no estaba adecuado para viajes cómodos, sino más bien para transporte de gorilas descerebrados. Asientos rígidos y muy incómodos, grandes bodegas para cargar y una considerable armería, todo en negro o gris muy muy oscuro, con muchos filos, bordes y puntas. Francamente desagradable. Por suerte, la compañía de los tres operarios, gente sencilla, ruda y bonachona oriunda de Hallstat, y de la hermosa pelirroja Rose hicieron la travesía casi hasta agradable. O eso percibió la mente siempre positiva de Erik.
Así como el submarino atracó, el joven salió disparado al exterior. Llevaba tanto tiempo ahí metido que se sentía ahogado y seco. Dejó que el viento le golpease el rostro, suspiró y, con una sonrisa de oreja a oreja por volver a sentirse libre, saltó a tierra. Llevaba su ropa habitual de deporte, aunque se había acostumbrado ya a tener por encima el peto de cuero carmesí con la E plateada en el pecho que Rose le había dado. Para rematar el atuendo, una mochila, en la cual viajaba su cadena, y una toalla blanca colgada del cuello, como de costumbre.
English Garden, otra de las islas subyugadas por la emperatriz. Tiene cierto encanto. Mientras Erik daba vueltas en su cabeza a las posibles buenas vistas de aquel enorme reloj, casi sin darse cuenta, comenzó a caminar, alejándose del puerto. Con paso calmado, iba haciendo proporciones mentalmente para plasmar aquella enorme torre en el papel, totalmente ajeno a lo que lo rodeaba. Tanto es así que, tras unos minutos caminando, un leve impacto en le pecho lo sacó de su ensoñación. Acababa de chocar con una mujer oscura, de pelo blanco y ojos azules. Al lado de la misma, un chaval fornido de cabellos rojos y mirada penetrante, con su único ojo clavado en la joven. No entendía exactamente el qué, pero era obvio que acababa de interrumpir algo. Dio un paso atrás, se llevó una mano a la cabeza y, con una sonrisa inocente, se disculpó.
-Lo siento mucho, no os había visto. Estaba pensando en mis cosas. -Un primer contacto algo pobre con los habitantes de la isla, si es que lo eran. Aunque, tras recordar su primer contacto con Rose, se alegró. Había ido mil veces mejor.
Así como el submarino atracó, el joven salió disparado al exterior. Llevaba tanto tiempo ahí metido que se sentía ahogado y seco. Dejó que el viento le golpease el rostro, suspiró y, con una sonrisa de oreja a oreja por volver a sentirse libre, saltó a tierra. Llevaba su ropa habitual de deporte, aunque se había acostumbrado ya a tener por encima el peto de cuero carmesí con la E plateada en el pecho que Rose le había dado. Para rematar el atuendo, una mochila, en la cual viajaba su cadena, y una toalla blanca colgada del cuello, como de costumbre.
English Garden, otra de las islas subyugadas por la emperatriz. Tiene cierto encanto. Mientras Erik daba vueltas en su cabeza a las posibles buenas vistas de aquel enorme reloj, casi sin darse cuenta, comenzó a caminar, alejándose del puerto. Con paso calmado, iba haciendo proporciones mentalmente para plasmar aquella enorme torre en el papel, totalmente ajeno a lo que lo rodeaba. Tanto es así que, tras unos minutos caminando, un leve impacto en le pecho lo sacó de su ensoñación. Acababa de chocar con una mujer oscura, de pelo blanco y ojos azules. Al lado de la misma, un chaval fornido de cabellos rojos y mirada penetrante, con su único ojo clavado en la joven. No entendía exactamente el qué, pero era obvio que acababa de interrumpir algo. Dio un paso atrás, se llevó una mano a la cabeza y, con una sonrisa inocente, se disculpó.
-Lo siento mucho, no os había visto. Estaba pensando en mis cosas. -Un primer contacto algo pobre con los habitantes de la isla, si es que lo eran. Aunque, tras recordar su primer contacto con Rose, se alegró. Había ido mil veces mejor.
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Llevábamos varios días en el submarino. Para Erik parecía resultar muy incómodo, pero mi habitación había resultado ser de lo más cómoda. Mi camarote, como se llaman en los barcos, era bastante adorable, con tonos desde un rosa palo a un magenta muy agradable, además de marcas plateadas de rosas por toda la pared metálica y cojines. Muchos cojines. Era fantástico, la verdad.
Archie, Piwi y yo habíamos pasado todo este tiempo practicando con los juguetes que habíamos conseguido. El lobo empezaba a demostrar grandes habilidades a la hora de esquivar y, sobre todo, dar devastadores golpes a velocidades extremas. Mientras tanto el pájaro jugaba con el arma, que por motivos de seguridad no le había dejado cargar. Sin embargo de ella salía una especie de confeti a gran potencia, haciendo que el animal saliera despedido hacia atrás en una voltereta de la que siempre salía ileso, por algún motivo que no llegué a comprender en ningún momento. ¿Habría sido animal de circo? Lo cierto es que durante esos días, mientras no estaba con Erik o aprendiendo a manejar el submarino con los técnicos, me pasaba mirando a mis amiguitos como si fuera tonta. Sin embargo, también entrenaba.
Archie necesitaba alguien con quien practicar su ahora técnica favorita, y yo parecía ser el muñeco perfecto, aunque estoy segura de que él se frustraba cuando lo esquivaba. A cambio, yo trataba de agarrar su cola mientras pasaba a mi lado a velocidades tan altas que me podría haber destrozado, y me quedé muy loca al darme cuenta de una cosa: Sabía dónde iba a acabar.
Tal vez fuera porque ya conocía al lobo o porque me estaba volviendo loca, pero tenía la sensación de que sabía dónde iba a parar su cola tras cada envite y, es más, era consciente de cómo iba a embestir poco antes de que sucediera. Realmente espectacular. La cosa es que empezaba a tener cierta aptitud para esto, e incluso cuando un día tiré demasiado fuerte de su rabo pude apartar el brazo antes de que se revirara, cosa que nos dejó a ambos perplejos. ¿Qué demonios sucedía para que estuviera viendo el futuro?
Pero daba igual, porque ese día desembarcamos. Fue sorprendente, yo estaba recién duchada y apenas con una toalla cuando uno de los ingenieros, emocionado, vino a avisarme. Pareció que hubiera visto un fantasma, y yo casi me morí del susto y de la vergüenza. Un segundo antes y me habría cogido desnuda. ¿Habría sido su intención? No creo, Erik era más atractivo para recios hombres de los mares que una muchachita. La cuestión es que a Erik se le antojó salir y, por tanto, salimos. Siempre había que hacer lo que el señorito quería.
Me subí rápido los elásticos de un tanguita negro de encaje, apurada por el ímpetu del deportista, y me puse lo primero que vi: unos jeggins ajustados rojos, que está mal decirlo pero me quedaban de fábula, y una blusa negra de chifón con drapeado delantero en vainica dorada con un lazo a juego, muy casual pero a la vez chic. Espera, ¿Cuánto tiempo tardé realmente? ¡Más de veinte minutos!
Se suponía que iba a ser un vestuario rápido, pero no importa. Seguro que ni se habían dado cuenta, y monté a lomos de Archie para alcanzarlos con la mayor rapidez, bajando casi al vuelo en cuanto los vi; especialmente cuando vi a Erik chocar con una chica. Debía de ser su técnica de ligue, conmigo ya lo había hecho... Menudo desgraciado. Le iba a arruinar la estrategia.
-¡Cielo!- grité, acercándome sin reparar en la multitud que se había congregado por allí, tomándolo del brazo. Intenté contener la sonrisa maliciosa, aunque casi se me escapó-, ¿Por qué no vas con más cuidado Erik? Un día te me vas a matar y me dejas sola... ¿Y qué voy a hacer yo sin ti?
De pronto tragué saliva, viendo a quién teníamos delante. Era la chica aquella del cuartel, la que nunca hablaba ni decía nada si no era estrictamente necesario. Bueno, si todo iba bien no tenía por qué reconocerme, pero si yo reconocí a Elya, ¿Quién me garantizaba que ella a mí no? Qué desastre.
Archie, Piwi y yo habíamos pasado todo este tiempo practicando con los juguetes que habíamos conseguido. El lobo empezaba a demostrar grandes habilidades a la hora de esquivar y, sobre todo, dar devastadores golpes a velocidades extremas. Mientras tanto el pájaro jugaba con el arma, que por motivos de seguridad no le había dejado cargar. Sin embargo de ella salía una especie de confeti a gran potencia, haciendo que el animal saliera despedido hacia atrás en una voltereta de la que siempre salía ileso, por algún motivo que no llegué a comprender en ningún momento. ¿Habría sido animal de circo? Lo cierto es que durante esos días, mientras no estaba con Erik o aprendiendo a manejar el submarino con los técnicos, me pasaba mirando a mis amiguitos como si fuera tonta. Sin embargo, también entrenaba.
Archie necesitaba alguien con quien practicar su ahora técnica favorita, y yo parecía ser el muñeco perfecto, aunque estoy segura de que él se frustraba cuando lo esquivaba. A cambio, yo trataba de agarrar su cola mientras pasaba a mi lado a velocidades tan altas que me podría haber destrozado, y me quedé muy loca al darme cuenta de una cosa: Sabía dónde iba a acabar.
Tal vez fuera porque ya conocía al lobo o porque me estaba volviendo loca, pero tenía la sensación de que sabía dónde iba a parar su cola tras cada envite y, es más, era consciente de cómo iba a embestir poco antes de que sucediera. Realmente espectacular. La cosa es que empezaba a tener cierta aptitud para esto, e incluso cuando un día tiré demasiado fuerte de su rabo pude apartar el brazo antes de que se revirara, cosa que nos dejó a ambos perplejos. ¿Qué demonios sucedía para que estuviera viendo el futuro?
Pero daba igual, porque ese día desembarcamos. Fue sorprendente, yo estaba recién duchada y apenas con una toalla cuando uno de los ingenieros, emocionado, vino a avisarme. Pareció que hubiera visto un fantasma, y yo casi me morí del susto y de la vergüenza. Un segundo antes y me habría cogido desnuda. ¿Habría sido su intención? No creo, Erik era más atractivo para recios hombres de los mares que una muchachita. La cuestión es que a Erik se le antojó salir y, por tanto, salimos. Siempre había que hacer lo que el señorito quería.
Me subí rápido los elásticos de un tanguita negro de encaje, apurada por el ímpetu del deportista, y me puse lo primero que vi: unos jeggins ajustados rojos, que está mal decirlo pero me quedaban de fábula, y una blusa negra de chifón con drapeado delantero en vainica dorada con un lazo a juego, muy casual pero a la vez chic. Espera, ¿Cuánto tiempo tardé realmente? ¡Más de veinte minutos!
Se suponía que iba a ser un vestuario rápido, pero no importa. Seguro que ni se habían dado cuenta, y monté a lomos de Archie para alcanzarlos con la mayor rapidez, bajando casi al vuelo en cuanto los vi; especialmente cuando vi a Erik chocar con una chica. Debía de ser su técnica de ligue, conmigo ya lo había hecho... Menudo desgraciado. Le iba a arruinar la estrategia.
-¡Cielo!- grité, acercándome sin reparar en la multitud que se había congregado por allí, tomándolo del brazo. Intenté contener la sonrisa maliciosa, aunque casi se me escapó-, ¿Por qué no vas con más cuidado Erik? Un día te me vas a matar y me dejas sola... ¿Y qué voy a hacer yo sin ti?
De pronto tragué saliva, viendo a quién teníamos delante. Era la chica aquella del cuartel, la que nunca hablaba ni decía nada si no era estrictamente necesario. Bueno, si todo iba bien no tenía por qué reconocerme, pero si yo reconocí a Elya, ¿Quién me garantizaba que ella a mí no? Qué desastre.
- La ropa de hoy:
Elya Edelweiss
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En un primer momento no oyó la voz. De hecho, le vio antes de escucharle. Iba de negro, era pelirrojo. El contraste le llamó la atención y solo unos segundos después se dio cuenta de que el extraño le estaba hablando a ella. Cuando las palabras por fin tomaron sentido en su cabeza, rápidamente se inclinó en señal de respeto.
- Recluta Elya Edelweiss, señor. Quizás nos hemos cruzado en el cuartel.
Al incorporarse aprovechó para examinarle de verdad. Ciertamente su aspecto le sonaba, pero estaba segura de no haber hablado nunca con él. Aunque claro, tampoco es que hubiera hablado con mucha gente del cuartel. O mucha gente. En general. Abrió la boca para preguntarle por un lugar donde pasar la noche, cuando de repente un torbellino plateado se estrelló contra ella. Un indecente y tierno ¡Ah! brotó de sus labios, fruto de la sorpresa. Recobró el equilibrio en seguida y tosió para disimular, antes de fijarse en el chico que tenía en frente. Porque el torbellino no era tal, si no un chaval de pelo plateado. Parecía alegre y se disculpó en el acto. Curiosa, Elya negó levemente con la cabeza para indicarle que no pasaba nada.
De nuevo se giró hacia el pelirrojo para averiguar si conocía un sitio para pernoctar, pero otra voz rasgó el aire. A juzgar por lo que decía, parecía ser la novia del chico que se había chocado con ella. Todo normal. Pero al mirar de reojo, vio algo que la dejó pasmada. ¡Ella conocía a esa chica! Se la había cruzado varias veces en el cuartel. Siempre sonreía, y recordaba haberla visto entrenar en un par de prácticas. Era habilidosa, y también había desaparecido en la nada. Elya siempre procuraba no parar mucho en el cuartel, y de una misión a otra la agradable jovencita se había esfumado.
Olvidándose por un momento de sus problemas para encontrar una cama, se giró hacia la parejita. Inclinó la cabeza hacia ella, casi por reflejo, antes de saludarla.
- Elisabeth...
La evaluó con la mirada. Estaba bonita, y se la veía radiante colgada del brazo del chico. ¿Se habría ido del cuartel por él? Elya frunció el ceño, eso no estaba bien. Si sus ideales eran tan débiles no debería haberse unido en primer lugar. Suspiró mientras lo pensaba, al fin y al cabo ella no tenía derecho a decir nada. Sin embargo, nunca había tenido ocasión de presentarse en el cuartel - o más bien, nunca le había interesado - y parecía un buen momento. Más importante aún, iniciar un contacto con la jovencita podría doblar sus posibilidades de encontrar una cama, en caso de que el Teniente no estuviese en posición de proporcionársela.
- Soy Elya Edelweiss. Nos cruzamos un par de veces en el cuartel, no creo que lo recuerdes.- No era como si ella se esforzase en llamar la atención. Atendía a sus asuntos, simplemente.- Ha pasado mucho tiempo.- Le comentó en tono grave, insinuando que había notado su marcha.
- Recluta Elya Edelweiss, señor. Quizás nos hemos cruzado en el cuartel.
Al incorporarse aprovechó para examinarle de verdad. Ciertamente su aspecto le sonaba, pero estaba segura de no haber hablado nunca con él. Aunque claro, tampoco es que hubiera hablado con mucha gente del cuartel. O mucha gente. En general. Abrió la boca para preguntarle por un lugar donde pasar la noche, cuando de repente un torbellino plateado se estrelló contra ella. Un indecente y tierno ¡Ah! brotó de sus labios, fruto de la sorpresa. Recobró el equilibrio en seguida y tosió para disimular, antes de fijarse en el chico que tenía en frente. Porque el torbellino no era tal, si no un chaval de pelo plateado. Parecía alegre y se disculpó en el acto. Curiosa, Elya negó levemente con la cabeza para indicarle que no pasaba nada.
De nuevo se giró hacia el pelirrojo para averiguar si conocía un sitio para pernoctar, pero otra voz rasgó el aire. A juzgar por lo que decía, parecía ser la novia del chico que se había chocado con ella. Todo normal. Pero al mirar de reojo, vio algo que la dejó pasmada. ¡Ella conocía a esa chica! Se la había cruzado varias veces en el cuartel. Siempre sonreía, y recordaba haberla visto entrenar en un par de prácticas. Era habilidosa, y también había desaparecido en la nada. Elya siempre procuraba no parar mucho en el cuartel, y de una misión a otra la agradable jovencita se había esfumado.
Olvidándose por un momento de sus problemas para encontrar una cama, se giró hacia la parejita. Inclinó la cabeza hacia ella, casi por reflejo, antes de saludarla.
- Elisabeth...
La evaluó con la mirada. Estaba bonita, y se la veía radiante colgada del brazo del chico. ¿Se habría ido del cuartel por él? Elya frunció el ceño, eso no estaba bien. Si sus ideales eran tan débiles no debería haberse unido en primer lugar. Suspiró mientras lo pensaba, al fin y al cabo ella no tenía derecho a decir nada. Sin embargo, nunca había tenido ocasión de presentarse en el cuartel - o más bien, nunca le había interesado - y parecía un buen momento. Más importante aún, iniciar un contacto con la jovencita podría doblar sus posibilidades de encontrar una cama, en caso de que el Teniente no estuviese en posición de proporcionársela.
- Soy Elya Edelweiss. Nos cruzamos un par de veces en el cuartel, no creo que lo recuerdes.- No era como si ella se esforzase en llamar la atención. Atendía a sus asuntos, simplemente.- Ha pasado mucho tiempo.- Le comentó en tono grave, insinuando que había notado su marcha.
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El único ojo del marine continuaba centrado en la joven. Esperaba la respuesta de una vez para poder seguir con su camino en caso de que no fuera nadie de la marina. Entonces dijo ser una recluta y eso le hizo tener ganas de quedarse. Tal vez podía pedirle ayuda para salir de aquel sitio. Tenía su comunicador en la mochila, pero había resultado dañado después del arduo combate contra las unidades de Zal. Estuvo a punto de pedirle el suyo, pero entonces un joven apareció de la nada al mismo tiempo que chocaba contra ella. Parecía tener un color de pelo que hizo al teniente fruncir el ceño unos momentos. Le recordó al capullo de Keith y por ello chasqueó la lengua. Negó un par de veces y se quedó algo pensativo. No todas las personas de cabellos plateados tenían que ser unos idiotas, ese chico no parecía mala gente. El luchador entonces permaneció en silencio mientras observaba todo.
La aparición de una chica de cabellos rojos hizo que Venom ladease un poco la cabeza. Todo se estaba llenando de gente y lo peor de todo es que no conocía a nadie. Al menos ya sabía que la joven era una marine, los otros dos parecían un par de enamorados. Se mantuvo en su postura y escuchó las palabras de la joven de piel morena con la pelirroja. Por lo que pudo escuchar, la otra chica estuvo en el cuartel y eso significaba que debía ser una recluta, si es que no había subido de rango. No podía creerse que estuviese con más marines. Tan solo quedaba el peliplateado que había chocado contra la joven de piel oscura. Estaba sintiéndose incómodo, pues odiaba ponerse a hablar con tantos. Quería irse, pero no podía. Por el momento necesitaba comunicarse con los superiores para que fuesen por él o mínimo tener idea de donde estaba. Fue en ese momento cuando clavó su mirada en las tres personas.
- Puedo notar que ya os conocéis ¿Alguno tiene forma de contactar con el cuartel más cercano? No estoy en esta isla por gus…
Sus palabras se vieron interrumpidas entonces. Una persona empezó a caminar hacia ellos desde un extremo de la calle. Parecía estar algo mal por sus tambaleos y movimientos, pero sin duda venía buscando problemas. Cabellos cortos y oscuros, ojeras considerables, ojos verdes y pintas penosas. Su camiseta estaba llena de manchas y manaba olor a alcohol. El tipo se acercó hasta ellos y metió la mano en el bolsillo. No tardó mucho en sacar una navaja y abrirla mientras apuntaba a aquellas personas. Una risa grave salió de su boca y entonces fue cuando los amenazó.
- Cuatro carteras por el precio de una, hoy es mi día de suerte… Venga, dejad todo en el suelo y largaos de aquí. Si no me obedecéis os apuñalo.
Venom alzó una ceja quedando confuso ¿Aquello era verdad? Ese payaso debía estar tan borracho que no veía que tenía delante a cuatro personas. Cierto era que había dos chicas, pero también dos hombres ¿No había visto el símbolo de la marina en su cinta? Las ganas de romperle el cuello estaban creciendo en el interior de la serpiente. No podía mostrarse así delante de dos marines de bajo rango. La justicia era clara y aquel inútil debía pagar. Se contuvo las ganas de reventarlo a golpes y simplemente introdujo las manos en sus bolsillos.
- ¿Esto es de verdad? Ahora los borrachos de bares se dedican a atacar a marines, impresionante ¿Alguno hace los honores? – Preguntó con un tono siniestro.
La aparición de una chica de cabellos rojos hizo que Venom ladease un poco la cabeza. Todo se estaba llenando de gente y lo peor de todo es que no conocía a nadie. Al menos ya sabía que la joven era una marine, los otros dos parecían un par de enamorados. Se mantuvo en su postura y escuchó las palabras de la joven de piel morena con la pelirroja. Por lo que pudo escuchar, la otra chica estuvo en el cuartel y eso significaba que debía ser una recluta, si es que no había subido de rango. No podía creerse que estuviese con más marines. Tan solo quedaba el peliplateado que había chocado contra la joven de piel oscura. Estaba sintiéndose incómodo, pues odiaba ponerse a hablar con tantos. Quería irse, pero no podía. Por el momento necesitaba comunicarse con los superiores para que fuesen por él o mínimo tener idea de donde estaba. Fue en ese momento cuando clavó su mirada en las tres personas.
- Puedo notar que ya os conocéis ¿Alguno tiene forma de contactar con el cuartel más cercano? No estoy en esta isla por gus…
Sus palabras se vieron interrumpidas entonces. Una persona empezó a caminar hacia ellos desde un extremo de la calle. Parecía estar algo mal por sus tambaleos y movimientos, pero sin duda venía buscando problemas. Cabellos cortos y oscuros, ojeras considerables, ojos verdes y pintas penosas. Su camiseta estaba llena de manchas y manaba olor a alcohol. El tipo se acercó hasta ellos y metió la mano en el bolsillo. No tardó mucho en sacar una navaja y abrirla mientras apuntaba a aquellas personas. Una risa grave salió de su boca y entonces fue cuando los amenazó.
- Cuatro carteras por el precio de una, hoy es mi día de suerte… Venga, dejad todo en el suelo y largaos de aquí. Si no me obedecéis os apuñalo.
Venom alzó una ceja quedando confuso ¿Aquello era verdad? Ese payaso debía estar tan borracho que no veía que tenía delante a cuatro personas. Cierto era que había dos chicas, pero también dos hombres ¿No había visto el símbolo de la marina en su cinta? Las ganas de romperle el cuello estaban creciendo en el interior de la serpiente. No podía mostrarse así delante de dos marines de bajo rango. La justicia era clara y aquel inútil debía pagar. Se contuvo las ganas de reventarlo a golpes y simplemente introdujo las manos en sus bolsillos.
- ¿Esto es de verdad? Ahora los borrachos de bares se dedican a atacar a marines, impresionante ¿Alguno hace los honores? – Preguntó con un tono siniestro.
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La chica no se lo había tomado mal, que alivio. Aún quedaba esperanza en la humanidad, e incluso en la marina. Espera. ¿En la marina? Aquel símbolo en la banda del pelirrojo era inconfundible, era un marine. Erik no era de prejuzgar a la gente, pero a veces hacía, inconscientemente, una excepción con los marines, dada la situación de su isla natal y la posición del gobierno mundial al respecto. Pero aquel no era el momento de ponerse revolucionario. Nunca mejor dicho, portando una armadura de las tropas de Hallstat, habiendo llegado en un submarino robado cargado de explosivos y con una verdadera pelirroja revolucionaria colgada del brazo.
Espera ¿Qué? ¿Cielo? Erik tardó un segundo en comprender lo que acababa de suceder, pero en cuanto la otra joven dijo recordarla del cuartel, el peliblanco lo entendió. Era la tapadera de Rose. Hasta tenía un nombre falso para cuando estuvo infiltrada en el cuartel, Elizabeth. No era el mejor actor del mundo, pero tampoco sería demasiado difícil fingir ser la pareja de Rose, después de todo, ya se había imaginado una escena similar en su cabeza varias veces.
-Lo siento, cariño, sabes que los lugares nuevos y pintorescos me hipnotizan y me olvido del mundo. No te preocupes, nos hemos encontrado con dos Marines, no me pasará nada junto a ellos. -Con una gran sonrisa que ni siquiera necesitó fingir, pues tenía más ganas de las que nunca reconocería en voz alta de hacer aquello, giró el rostro con presteza y le plantó un beso en los labios. Un beso pequeño y rápido, un simple pico, con normalidad, como hacen las parejas. Sin esperar a ver la reacción de Rose, creyendo que le seguía el juego a la joven, sonrió de nuevo a los marines.
-Bueno, nosotros también acabamos de llegar a la isla pero tenemos un...
Un borracho. La gente que se abandonaba así siempre había desagradado a Erik, que consideraba que la voluntad movía montañas. Un borracho con una navaja. Eso ya no es desagradable, es peligroso. Inútil y peligroso. Moviéndose por puro reflejo, se situó entre el borracho y Rose mientras el marine pelirrojo amenazaba con un tono realmente siniestro al borracho. Si era la mitad de peligroso de lo que sugería su tono, el borracho estaba a punto de morir.
Metió la mano en el bolsillo y sacó el monedero, en el que llevaba un par de berries, lo abrió y se lo tendió al hombre.
-Es todo lo que tengo, buen hombre. Por favor, márchese y no le haga nada a las señoritas. No queremos que nadie salga herido. -No tenía miedo real ni por Rose ni por la otra joven, si era Marine sabría defenderse, pero no quería que aquel marine le arruinase la vida al pobre desgraciado ni romper la tapadera de pareja de Rose. La muerte era el último recurso y el tono del marine no sugería que compartiese la opinión de Erik. Y estaba Archie. La bola de pelo más estúpidamente peligrosa y adorable que había conocido. Esperaba que no se pusiera nervioso y decidiera utilizar al borracho como ariete para derribar una pared o algo similar.
Espera ¿Qué? ¿Cielo? Erik tardó un segundo en comprender lo que acababa de suceder, pero en cuanto la otra joven dijo recordarla del cuartel, el peliblanco lo entendió. Era la tapadera de Rose. Hasta tenía un nombre falso para cuando estuvo infiltrada en el cuartel, Elizabeth. No era el mejor actor del mundo, pero tampoco sería demasiado difícil fingir ser la pareja de Rose, después de todo, ya se había imaginado una escena similar en su cabeza varias veces.
-Lo siento, cariño, sabes que los lugares nuevos y pintorescos me hipnotizan y me olvido del mundo. No te preocupes, nos hemos encontrado con dos Marines, no me pasará nada junto a ellos. -Con una gran sonrisa que ni siquiera necesitó fingir, pues tenía más ganas de las que nunca reconocería en voz alta de hacer aquello, giró el rostro con presteza y le plantó un beso en los labios. Un beso pequeño y rápido, un simple pico, con normalidad, como hacen las parejas. Sin esperar a ver la reacción de Rose, creyendo que le seguía el juego a la joven, sonrió de nuevo a los marines.
-Bueno, nosotros también acabamos de llegar a la isla pero tenemos un...
Un borracho. La gente que se abandonaba así siempre había desagradado a Erik, que consideraba que la voluntad movía montañas. Un borracho con una navaja. Eso ya no es desagradable, es peligroso. Inútil y peligroso. Moviéndose por puro reflejo, se situó entre el borracho y Rose mientras el marine pelirrojo amenazaba con un tono realmente siniestro al borracho. Si era la mitad de peligroso de lo que sugería su tono, el borracho estaba a punto de morir.
Metió la mano en el bolsillo y sacó el monedero, en el que llevaba un par de berries, lo abrió y se lo tendió al hombre.
-Es todo lo que tengo, buen hombre. Por favor, márchese y no le haga nada a las señoritas. No queremos que nadie salga herido. -No tenía miedo real ni por Rose ni por la otra joven, si era Marine sabría defenderse, pero no quería que aquel marine le arruinase la vida al pobre desgraciado ni romper la tapadera de pareja de Rose. La muerte era el último recurso y el tono del marine no sugería que compartiese la opinión de Erik. Y estaba Archie. La bola de pelo más estúpidamente peligrosa y adorable que había conocido. Esperaba que no se pusiera nervioso y decidiera utilizar al borracho como ariete para derribar una pared o algo similar.
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Todo sucedió muy rápido. Elya me reconoció, y hasta parecía que había sentido en cierto modo mi marcha. Sin embargo eso era estúpido, pues no recordaba haber hablado con ella nunca, no al menos fuera de un saludo. Lo más perturbador, además, no era la aparición de un borracho y la actuación más propia de un matón del compañero de la Marine que de un soldado respetable ante él, sino que Erik me besó. ¡Me besó! Archie no daba crédito, y sus ojos como platos no podían competir con los míos, que eran como mínimo timones de velero. ¿Cómo se atrevía? Aun disimulando, ¿Qué demonios pretendía? Claro, yo le estropeaba su ligoteo y el muy idiota decidía no irse con las manos vacías. Estaba a punto de darle una bofetada en la cara cuando, en el inmediato momento en que Erik le dio dinero al atracador, su cabeza explotó. La de Erik no, la del otro.
Lo peor de todo fue el fuego que se extendió a nuestro alrededor mientras una siniestra música sonaba, una música que me hizo sentir temor y desconcierto a partes iguales. Vale, no. Sólo desconcierto. Miraba algo angustiada mientras en las llamas cinco siluetas se iban dibujando, cada vez más definidas, mientras se movían en lo que parecía una muy ensayada coreografía. Por un momento casi me puse a bailar, pero la paternal mirada de desaprobación de Archie me hizo detenerme. De cualquier modo, eso no era una competición de baile. Era una competición, sí, pero de quién hacía más el ridículo. E iba a dejarles ganar.
-¡Pero qué!
Ante mis ojos, cinco figuras a cada cual más bizarra. De izquierda a derecha, un enorme hombre pelirrojo cuyo cabello parecía la hoja de una piña, y ése era el normal. Justo bajo él un enano verde y gordo con ojos enormes, en claro gesto de estar comiendo una galleta intentando que las migas no le mancharan. En el centro, adelantado y con las manos en un perfecto ángulo de cuarenta y cinco grados hacia el suelo, un hombre calvo y violáceo, con dos enormes cuernos. Los otros dos eran una especia de hombre zorro con melena blanca y un hombre besugo de color azul. Qué asco de escena. No es que sea racista, pero además de hacer un batiburrillo de todas las razas reales, imaginarias y complejas, eran todos okamas. A ver, aclaremos, que los travestis me dan igual, pero esa especie de vodevil drag queen interracial me ponía los pelos de punta. Hasta donde voy depilada creo que me salió vello y se puso de punta, aunque me toqué levemente la axila y comprobé que no.
-¡Somos la fuerza especial de combate Flor del Baile!- dijeron, al unísono, con voz de falsete mientras cambiaban su postura rítmicamente una vez la música terminó-. Rendíos, dulzuras, somos uno más que vosotros.
Archie es muy inteligente. Para ser un lobo, y para algunos humanos, realmente muy inteligente. En cuanto vio al zorro se lanzó a por él, cumpliendo con una tradición de English Garden en la que no había caído: La caza del zorro. El hombre bestia salió corriendo despavorido mientras yo me reía, Archie ladraba tras él y sus compañeros miraban, sin terminar de entender qué estaba pasando.
-¡No tenéis ninguna oportunidad, amores! Aun sin Yeis, todavía quedamos Genius, Ricún, Guido y Barto. ¡Enfrentaos a la élite de las Tropas de Hallstat!
Otra pose más.
-Che pive, no tenéis nada que hasé, tan solo rendite y te dejaremos en pas. ¿No vite cómo nos encargamos de vuestro lobo? Es evidentemente una dihtrasión. Sho os ofrehco trabajar con nosotro para atrapar a nuehtra mayor enemiga. ¡Esa mina!
El enano verde y gordo con acento exageradamente atractivo y excepcional labia me señaló. ¿Yo, mayor enemiga de Hallstat? Eso sí que era apuntar alto. Me sentía orgullosa y todo, pero tuve que dejar de reír. A lo mejor se lo tomaban mal, y eso sólo estropearía las cosas.
Tras exactamente cinco segundos, me reí sin ningún control.
Lo peor de todo fue el fuego que se extendió a nuestro alrededor mientras una siniestra música sonaba, una música que me hizo sentir temor y desconcierto a partes iguales. Vale, no. Sólo desconcierto. Miraba algo angustiada mientras en las llamas cinco siluetas se iban dibujando, cada vez más definidas, mientras se movían en lo que parecía una muy ensayada coreografía. Por un momento casi me puse a bailar, pero la paternal mirada de desaprobación de Archie me hizo detenerme. De cualquier modo, eso no era una competición de baile. Era una competición, sí, pero de quién hacía más el ridículo. E iba a dejarles ganar.
-¡Pero qué!
Ante mis ojos, cinco figuras a cada cual más bizarra. De izquierda a derecha, un enorme hombre pelirrojo cuyo cabello parecía la hoja de una piña, y ése era el normal. Justo bajo él un enano verde y gordo con ojos enormes, en claro gesto de estar comiendo una galleta intentando que las migas no le mancharan. En el centro, adelantado y con las manos en un perfecto ángulo de cuarenta y cinco grados hacia el suelo, un hombre calvo y violáceo, con dos enormes cuernos. Los otros dos eran una especia de hombre zorro con melena blanca y un hombre besugo de color azul. Qué asco de escena. No es que sea racista, pero además de hacer un batiburrillo de todas las razas reales, imaginarias y complejas, eran todos okamas. A ver, aclaremos, que los travestis me dan igual, pero esa especie de vodevil drag queen interracial me ponía los pelos de punta. Hasta donde voy depilada creo que me salió vello y se puso de punta, aunque me toqué levemente la axila y comprobé que no.
-¡Somos la fuerza especial de combate Flor del Baile!- dijeron, al unísono, con voz de falsete mientras cambiaban su postura rítmicamente una vez la música terminó-. Rendíos, dulzuras, somos uno más que vosotros.
Archie es muy inteligente. Para ser un lobo, y para algunos humanos, realmente muy inteligente. En cuanto vio al zorro se lanzó a por él, cumpliendo con una tradición de English Garden en la que no había caído: La caza del zorro. El hombre bestia salió corriendo despavorido mientras yo me reía, Archie ladraba tras él y sus compañeros miraban, sin terminar de entender qué estaba pasando.
-¡No tenéis ninguna oportunidad, amores! Aun sin Yeis, todavía quedamos Genius, Ricún, Guido y Barto. ¡Enfrentaos a la élite de las Tropas de Hallstat!
Otra pose más.
-Che pive, no tenéis nada que hasé, tan solo rendite y te dejaremos en pas. ¿No vite cómo nos encargamos de vuestro lobo? Es evidentemente una dihtrasión. Sho os ofrehco trabajar con nosotro para atrapar a nuehtra mayor enemiga. ¡Esa mina!
El enano verde y gordo con acento exageradamente atractivo y excepcional labia me señaló. ¿Yo, mayor enemiga de Hallstat? Eso sí que era apuntar alto. Me sentía orgullosa y todo, pero tuve que dejar de reír. A lo mejor se lo tomaban mal, y eso sólo estropearía las cosas.
Tras exactamente cinco segundos, me reí sin ningún control.
- Más o menos:
Elya Edelweiss
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La situación no pintaba bien. Puede que estuviera atendiendo a la pelirroja, pero había escuchado claramente las palabras de su superior. Él tampoco había decidido ir a aquella isla, por lo que no tenía una cama. Ni para él, ni para Elya. Se giró para explicarle que no tenía manera de contactar con nadie, pero sus ojos se clavaron en la persona al otro lado de la calle. Había sacado una navaja y los estaba amenazando. ¿Era idiota? Elya no iba escondiendo su arma y su superior tampoco parecía precisamente inofensivo. Debía de ser un loco, un borracho, o quizás ambas. La peliblanca suspiró y adelantó un pie, dispuesta a hacer que se fuera por donde había venido.
El chico intentó darle dinero, pero Elya interpuso la mano. No era necesario. Espera, ¿Por qué tenía Elisabeth esa cara de sorprendida? ¿Acaso nunca había visto un atracador? Sin duda se había escapado del cuartel con el chico y eso la había ablandado, estaba convencida. Alguien debería hablar con ella, pero no iba a gastar su tiempo cuestionando las decisiones de otra persona. Ya bastante tenía que hacer; al parecer la parejita de oro tampoco tenía donde pasar la noche. Tendrían que ir en busca de un albergue y rezar por que no estuviera lleno de chinches... o... ratones...¿Qué?
Los ojos de la peliblanca se abrieron todavía más en una mueca de asombro. El borracho había explotado y de repente había llamas a su alrededor. No solo eso, si no que delante del grupo había cinco... ¿Personas? Eran claramente hombres, pero no se vestían como tales. Tampoco se comportaban como tales. Elya se puso en guardia, agarrando fuertemente su arma con ambas manos. No entendía nada, y tardó varios segundos en procesar lo que estaba ocurriendo. El lobo de la chica se lanzó sin pensar, espantando a uno y persiguiéndolo. Quedaban cuatro, y ellos eran tres. Pero no iba a dejar que les hicieran perder más tiempo.
Se lanzó hacia delante, ignorando a sus compañeros. Ella sabía lo que quería y podía hacer. Saltó en el aire esquivando al pelinaranja y aterrizó certera con ambos pies en la cabeza del enano verde. Se agachó y con la delicadeza de una dama en apuros le dejó caer la parte trasera de su arma en la frente. El hombrecito se tambaleó y cayó, momento que la peliblanca aprovechó para retroceder unos pasos y observar la situación. Uno menos.
Elisabeth se estaba riendo y al preguntarse por qué recordó lo que habían dicho los extraños. ¿Fuerza especial? ¿Enemiga de Hallstat? Esa era la isla de la emperatriz, lo recordaba. ¿Qué demonios habría hecho la chiquilla?
El chico intentó darle dinero, pero Elya interpuso la mano. No era necesario. Espera, ¿Por qué tenía Elisabeth esa cara de sorprendida? ¿Acaso nunca había visto un atracador? Sin duda se había escapado del cuartel con el chico y eso la había ablandado, estaba convencida. Alguien debería hablar con ella, pero no iba a gastar su tiempo cuestionando las decisiones de otra persona. Ya bastante tenía que hacer; al parecer la parejita de oro tampoco tenía donde pasar la noche. Tendrían que ir en busca de un albergue y rezar por que no estuviera lleno de chinches... o... ratones...¿Qué?
Los ojos de la peliblanca se abrieron todavía más en una mueca de asombro. El borracho había explotado y de repente había llamas a su alrededor. No solo eso, si no que delante del grupo había cinco... ¿Personas? Eran claramente hombres, pero no se vestían como tales. Tampoco se comportaban como tales. Elya se puso en guardia, agarrando fuertemente su arma con ambas manos. No entendía nada, y tardó varios segundos en procesar lo que estaba ocurriendo. El lobo de la chica se lanzó sin pensar, espantando a uno y persiguiéndolo. Quedaban cuatro, y ellos eran tres. Pero no iba a dejar que les hicieran perder más tiempo.
Se lanzó hacia delante, ignorando a sus compañeros. Ella sabía lo que quería y podía hacer. Saltó en el aire esquivando al pelinaranja y aterrizó certera con ambos pies en la cabeza del enano verde. Se agachó y con la delicadeza de una dama en apuros le dejó caer la parte trasera de su arma en la frente. El hombrecito se tambaleó y cayó, momento que la peliblanca aprovechó para retroceder unos pasos y observar la situación. Uno menos.
Elisabeth se estaba riendo y al preguntarse por qué recordó lo que habían dicho los extraños. ¿Fuerza especial? ¿Enemiga de Hallstat? Esa era la isla de la emperatriz, lo recordaba. ¿Qué demonios habría hecho la chiquilla?
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La situación había dado un giro enorme en poco tiempo. El borracho al que Venom planeaba arrestar había sido explotado sin motivo alguno, pero se lo merecía. Pensó en el joven peliblanco, que quiso darle dinero y eso le hizo soltar un suspiro. Se veía buena gente al menos. Entonces aparecieron aquellos tipos de la nada y entendió que fueron los culpables del asesinato del borracho. Habían cometido un asesinato y eso no iba a ser perdonado. El marine se mantuvo callado mientras el lobo de la pequeña pelirroja salía disparado hacia uno de aquellos imbéciles. Hallstat, le sonaba la isla, pero dejó de pensar en ello y simplemente soltó un pequeño bostezo. No tardó nada en ver a su compañera terminar con el pequeño verdoso, el cual le pareció un payaso. Se estiró un poco hacia atrás y acto seguido iluminó sus ojos en un tono rojizo. Sacó su lengua unos pocos centímetros más de lo normal y la pasó despacio por sus propios labios.
- ¿Sabéis de que se alimentan la mayoría de serpientes marinas? Pescado.
Dijo entonces desplazándose a toda velocidad hacia el grupo. Comenzaba la caza y lo primero que hizo fue tomar de la cabeza al Gyojin azulado y con un rápido movimiento lo lanzó con fuerza contra una pared, haciendo que el cuerpo de aquel tipo la atravesase. La monstruosa potencia de aquel marine venía de su fruta del diablo y ahora pensaba divertirse con aquel criminal. Los otros dos podrían esperar un poco y su compañera podría ayudar mientras a los dos chicos. Él no pensaba tardar mucho y de hecho, decidió echarles una mano. El pelirrojo chasqueó los dedos y una especie de perro del tamaño de un labrador surgió de la nada. Su color era verdoso, sus ojos rojizos y sus colmillos afilados. El animal tenía un cuerno en la frente y algunas heridas por el torso, todo indicaba que no era un ser normal. Era una invocación de Venom.
- Échales una mano.
Indicó con un tono sádico. El enorme perro se colocó junto a la chica pelirroja y el joven peliblanco mientras gruñía. Venom por su parte avanzó tras el muro y miró al Gyojin de forma siniestra. El hombre pez empezó a gritar y lanzó una ráfaga de puñetazos contra él. El pelirrojo no tardó en comenzar a bloquear y devolverle los golpes. La diferencia de poderes era absurda y tras unos cinco segundos, ese pobre diablo terminó con las costillas rotas. El pelirrojo terminó estampando su pie en el rostro de su oponente y tras echarle los dientes abajo lo cogió del cuello. Lo alzó a unos veinte centímetros del suelo y después de unos momentos impactó su rodilla contra su estómago, dejándolo inconsciente.
La serpiente arrojó el cuerpo de aquel tío azul de nuevo al callejón anterior donde debían estar los otros tres. Apareció por el agujero de la pared y simplemente se rascó un poco la oreja. Su mirada se clavó en el resto de personas y frunció ligeramente el ceño. Sus ojos rojizos cambiaron de nuevo al tono habitual de siempre y simplemente observó la situación mientras mostraba una sonrisa un poco arrogante.
- ¿Cómo va por aquí la cosa?
- ¿Sabéis de que se alimentan la mayoría de serpientes marinas? Pescado.
Dijo entonces desplazándose a toda velocidad hacia el grupo. Comenzaba la caza y lo primero que hizo fue tomar de la cabeza al Gyojin azulado y con un rápido movimiento lo lanzó con fuerza contra una pared, haciendo que el cuerpo de aquel tipo la atravesase. La monstruosa potencia de aquel marine venía de su fruta del diablo y ahora pensaba divertirse con aquel criminal. Los otros dos podrían esperar un poco y su compañera podría ayudar mientras a los dos chicos. Él no pensaba tardar mucho y de hecho, decidió echarles una mano. El pelirrojo chasqueó los dedos y una especie de perro del tamaño de un labrador surgió de la nada. Su color era verdoso, sus ojos rojizos y sus colmillos afilados. El animal tenía un cuerno en la frente y algunas heridas por el torso, todo indicaba que no era un ser normal. Era una invocación de Venom.
- Échales una mano.
Indicó con un tono sádico. El enorme perro se colocó junto a la chica pelirroja y el joven peliblanco mientras gruñía. Venom por su parte avanzó tras el muro y miró al Gyojin de forma siniestra. El hombre pez empezó a gritar y lanzó una ráfaga de puñetazos contra él. El pelirrojo no tardó en comenzar a bloquear y devolverle los golpes. La diferencia de poderes era absurda y tras unos cinco segundos, ese pobre diablo terminó con las costillas rotas. El pelirrojo terminó estampando su pie en el rostro de su oponente y tras echarle los dientes abajo lo cogió del cuello. Lo alzó a unos veinte centímetros del suelo y después de unos momentos impactó su rodilla contra su estómago, dejándolo inconsciente.
La serpiente arrojó el cuerpo de aquel tío azul de nuevo al callejón anterior donde debían estar los otros tres. Apareció por el agujero de la pared y simplemente se rascó un poco la oreja. Su mirada se clavó en el resto de personas y frunció ligeramente el ceño. Sus ojos rojizos cambiaron de nuevo al tono habitual de siempre y simplemente observó la situación mientras mostraba una sonrisa un poco arrogante.
- ¿Cómo va por aquí la cosa?
- Dato para los 3.:
- Sentíos libres de usar al perro demonio que Venom ha invocado para vosotros como queráis, de montura, de cebo, de compañero etc.
Erik Carter
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Erik estaba atónito. Algo en aquella escena fallaba. Algo aparte del batallón okama explosivo, vaya. ¿Realmente existían en el North Blue marines tan estúpidos como para no saber que, en tierras del imperio de Hallstat, no tenían autoridad? Menos aún para intervenir en el trabajo de tropas del régimen. Aquello le arrancó una sonrisa. Todas las "cosas" que se habría tenido que comer y que le habrían explotado en la cara para conseguir aquel acuerdo y, de golpe y porrazo, dos marines anónimos lo violaban con total impunidad y sonrisas en el rostro. Pero no era el momento de darle vueltas a eso, ya les preguntaría a los marines una vez hubieran acabado.
Erik avanzó en línea recta hacia el tipo de piel lila y cuernos. ¿En serio, cuernos? En fin, era evidente que era el líder, y si bien el joven carecía de la monstruosa fuerza del marine que en aquellos momentos se deleitaba con el Gyojin ni de la grácil agilidad de la joven marine, tenía algo que ninguno de ellos poseía, algo que ni mil años del mas intenso entrenamiento podrían igualar.
-El criminal es también un idiota, por lo que veo. -Observó el cornudo. -Alguien asustado de un pobre borracho decide encararse con el glamouroso y glorioso capitan Genius, que deliciosa tontería. -Mientras el lila continuaba con su verborrea, Erik avanzaba calmado hacia él. El monstruoso can se dispuso a abalanzarse sobre el enemigo, pero Erik lo detuvo con una orden de su mano y señaló hacia Rose, esperando que el perro captase la directriz de protegerla. -... Y cuando te arrodilles ante mi, llorando, te haré sentir una emoción más intensa que cualquiera que has sentido en toda tu vida, un nuevo espectro de dolor ¡Como un arcoiris! Es el fin, chico, todo el peso de Hallstat caerá sobre ti.
Erik llegó a su lado con una sonrisa en el rostro. Sin detenerse, se abalanzó sobre su enemigo, despistado y ensimismado en su discurso, y lo abrazó, inmovilizando sus brazos. Sin esperar, descargó un poderoso cabezazo en su nariz y, cuando sintió la sangre de su enemigo en el rostro, lo soltó con un ligero empujón hacia atrás, saltó en el sitio, se encogió en el aire y disparó sus dos pies al unísono de nuevo contra el rostro del capitán. El sonido se escuchó con claridad. Nariz rota y, posiblemente, algún diente. Genius cayó al suelo y se llevó las manos a la cara, sorprendido.
-He vivido toda mi vida bajo el peso de Hallstat, y la única emoción que me despertáis vosotros, vuestras teteras y vuestra zorra pelirroja, es odio. -Erik no había necesitado más que un vistazo para saber que aquel hombre era mucho más poderoso que él, pero su orgullo lo había cegado y ahora tenía la ventaja. La Hiena nunca desaprovechaba la ventaja.
Sin esperar más, volvió a lanzarse sobre su enemigo, que rodó para esquivarlo, más detuvo su maniobra a medio camino cuando el cuerpo inmóvil de su camarada Gyojin se interpuso en su trayectoria, momento que Erik aprovechó para agarrarlo de la pierna y, con un movimiento brusco, romper la rodilla de su enemigo. Tras el inevitable grito de dolor, cabezacuerno descargó una poderosa patada en el pecho del joven, que cayó hacia atrás. Se puso en pie y observó la situación. Canijo K.O. por la caricia de la peliblanca, el zorro perseguido por Archie, el Gyojin seco en el suelo, Genius agarrándose la rodilla en el suelo, el marine mirando con calma la situación, y Rose... Espera. ¿Donde estaban Rose, el lobo monstruoso y el otro tipo?
Erik avanzó en línea recta hacia el tipo de piel lila y cuernos. ¿En serio, cuernos? En fin, era evidente que era el líder, y si bien el joven carecía de la monstruosa fuerza del marine que en aquellos momentos se deleitaba con el Gyojin ni de la grácil agilidad de la joven marine, tenía algo que ninguno de ellos poseía, algo que ni mil años del mas intenso entrenamiento podrían igualar.
-El criminal es también un idiota, por lo que veo. -Observó el cornudo. -Alguien asustado de un pobre borracho decide encararse con el glamouroso y glorioso capitan Genius, que deliciosa tontería. -Mientras el lila continuaba con su verborrea, Erik avanzaba calmado hacia él. El monstruoso can se dispuso a abalanzarse sobre el enemigo, pero Erik lo detuvo con una orden de su mano y señaló hacia Rose, esperando que el perro captase la directriz de protegerla. -... Y cuando te arrodilles ante mi, llorando, te haré sentir una emoción más intensa que cualquiera que has sentido en toda tu vida, un nuevo espectro de dolor ¡Como un arcoiris! Es el fin, chico, todo el peso de Hallstat caerá sobre ti.
Erik llegó a su lado con una sonrisa en el rostro. Sin detenerse, se abalanzó sobre su enemigo, despistado y ensimismado en su discurso, y lo abrazó, inmovilizando sus brazos. Sin esperar, descargó un poderoso cabezazo en su nariz y, cuando sintió la sangre de su enemigo en el rostro, lo soltó con un ligero empujón hacia atrás, saltó en el sitio, se encogió en el aire y disparó sus dos pies al unísono de nuevo contra el rostro del capitán. El sonido se escuchó con claridad. Nariz rota y, posiblemente, algún diente. Genius cayó al suelo y se llevó las manos a la cara, sorprendido.
-He vivido toda mi vida bajo el peso de Hallstat, y la única emoción que me despertáis vosotros, vuestras teteras y vuestra zorra pelirroja, es odio. -Erik no había necesitado más que un vistazo para saber que aquel hombre era mucho más poderoso que él, pero su orgullo lo había cegado y ahora tenía la ventaja. La Hiena nunca desaprovechaba la ventaja.
Sin esperar más, volvió a lanzarse sobre su enemigo, que rodó para esquivarlo, más detuvo su maniobra a medio camino cuando el cuerpo inmóvil de su camarada Gyojin se interpuso en su trayectoria, momento que Erik aprovechó para agarrarlo de la pierna y, con un movimiento brusco, romper la rodilla de su enemigo. Tras el inevitable grito de dolor, cabezacuerno descargó una poderosa patada en el pecho del joven, que cayó hacia atrás. Se puso en pie y observó la situación. Canijo K.O. por la caricia de la peliblanca, el zorro perseguido por Archie, el Gyojin seco en el suelo, Genius agarrándose la rodilla en el suelo, el marine mirando con calma la situación, y Rose... Espera. ¿Donde estaban Rose, el lobo monstruoso y el otro tipo?
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La situación se estaba volviendo más y más absurda por momentos. Elya con el pequeño, ese tontatta gordo que parecía incapaz de hacer nada y... Efectivamente, no era capaz de hacer nada. Se trataba de un inútil, tal vez uno de esos afortunados que proliferaban al amparo de las burocracias, totalmente mediocre, y había caído inconsciente al primer golpe que Elya había sido capaz de acertarle. ¡En un solo golpe! En cualquier ejército expulsarían a alguien con tan mala condición física, menos aún osarían llamarlo "élite". Aunque, visto lo visto con las tropas de la Emperatriz... Tampoco era tan sorprendente. Pero recapitulemos: La albina dejó k.o. al enano verde en un golpe, el tal Venom se había lanzado contra el gyojin y lo había estampado contra una pared. ¡No! Había atravesado una pared con él. Pero aún había más.
-¡Archie, suéltale la pata! ¿No ves que le duele?
El zorro aullaba de dolor, pero Archie no tenía intención de parar. Al fin y al cabo, poner un zorro delante de un perro... Bueno, lobo, pero qué más dará. Un perro es un perro, o como decían en Hallstat, un can é un can. Al parecer sólo Erik y yo quedábamos por elegir pareja de baile, y parece que como gesto de caballerosidad hacia mí ese estúpido decidió quedarse al más pequeño. Es decir, no es que ninguno fuese pequeño, pero es que el cabezapiña medía como dos metros más. Y si Erik ya estaba teniendo problemas con la hombre púrpura, no quería ni pensar qué me iba a pasar a mí si tenía que acercarme al colosal travesti que tenía delante.
-Tranquila, pequeña- dijo, con una desagradable voz de falsete mientras yo acercaba la mano a mi espada, lista para tomar posición-. Ese pequeño palillo no te va a servir de nada- rio-. ¿No te das cuenta de que estáis siendo vilmente derrotados?
Me permití el lujo de mirar lentamente a mi alrededor. El verde, caído; El gyojin, hecho sushi; El cornudo hecho papilla; El zorro, sin una pierna...
-¡Archie, no comas esa porquería! ¡No sabes dónde ha estado!- grité al lobo, que zampaba la pata mientras el hombre animal se desangraba lentamente en el suelo. La situación me habría sido indiferente de no ser porque, efectivamente, se debía estar muriendo. No podía permitirlo.
-No puedes derrotarme, cielo. Soy la reina de los mares, y tú no lo puedes ser- su voz se clavaba en mis oídos como una puñalada a cada palabra, enervándome. No podía ver cómo el pobre bicho sufría sin más, tenía que rescatarlo, ¿Pero cómo? Un paso en falso y aquella aberración hiperhormonada me mataría antes de poder decir "auch"-. Tiro mi pañuelo al suelo, y lo vuelvo a recoger...
Estaba cantando. ¡Su compañero muriéndose y esa cosa canturreaba como una llama en celo! Si hubiera tenido una alpargata a mano, se la habría metido en la boca. Desenfundé la espada, muy lentamente, tratando de olvidar por un instante al animal herido.
-Oh, qué adorable. ¿Vas a atacarme con ese mondadientes? Pues yo tengo mi precioso pañuelo, ¡Porque soy...!
Su puño había buscado mi cara, pero en mi mente la imagen de ese golpe se formó, ayudándome a evitarlo en el último momento mientras comprobaba un agujero en su defensa. En realidad, no necesité evitarlo, ya que se detuvo a escasos milímetros de mi cara, tal vez menos. En su rostro una expresión grotesca, y mientras sus brazos se abrían sus piernas se cerraban hasta que terminó por caer al suelo, y yo volví a bajar la pierna.
-Eso que hay ahí no es de reina- comenté, robándole el pañuelo y acercándome al bicho, que estaba ya pálido. Por suerte no había perdido tanta sangre como para que fuese mortal... Todavía.
Me acerqué todo lo que pude y traté de taparle el sangrante muñón sin decir nada a los demás. No iba a dejar que nadie muriese o, al menos, iba a esforzarme en evitarlo. Y con suerte alguno de estos podría hacer más.
-¡Archie, suéltale la pata! ¿No ves que le duele?
El zorro aullaba de dolor, pero Archie no tenía intención de parar. Al fin y al cabo, poner un zorro delante de un perro... Bueno, lobo, pero qué más dará. Un perro es un perro, o como decían en Hallstat, un can é un can. Al parecer sólo Erik y yo quedábamos por elegir pareja de baile, y parece que como gesto de caballerosidad hacia mí ese estúpido decidió quedarse al más pequeño. Es decir, no es que ninguno fuese pequeño, pero es que el cabezapiña medía como dos metros más. Y si Erik ya estaba teniendo problemas con la hombre púrpura, no quería ni pensar qué me iba a pasar a mí si tenía que acercarme al colosal travesti que tenía delante.
-Tranquila, pequeña- dijo, con una desagradable voz de falsete mientras yo acercaba la mano a mi espada, lista para tomar posición-. Ese pequeño palillo no te va a servir de nada- rio-. ¿No te das cuenta de que estáis siendo vilmente derrotados?
Me permití el lujo de mirar lentamente a mi alrededor. El verde, caído; El gyojin, hecho sushi; El cornudo hecho papilla; El zorro, sin una pierna...
-¡Archie, no comas esa porquería! ¡No sabes dónde ha estado!- grité al lobo, que zampaba la pata mientras el hombre animal se desangraba lentamente en el suelo. La situación me habría sido indiferente de no ser porque, efectivamente, se debía estar muriendo. No podía permitirlo.
-No puedes derrotarme, cielo. Soy la reina de los mares, y tú no lo puedes ser- su voz se clavaba en mis oídos como una puñalada a cada palabra, enervándome. No podía ver cómo el pobre bicho sufría sin más, tenía que rescatarlo, ¿Pero cómo? Un paso en falso y aquella aberración hiperhormonada me mataría antes de poder decir "auch"-. Tiro mi pañuelo al suelo, y lo vuelvo a recoger...
Estaba cantando. ¡Su compañero muriéndose y esa cosa canturreaba como una llama en celo! Si hubiera tenido una alpargata a mano, se la habría metido en la boca. Desenfundé la espada, muy lentamente, tratando de olvidar por un instante al animal herido.
-Oh, qué adorable. ¿Vas a atacarme con ese mondadientes? Pues yo tengo mi precioso pañuelo, ¡Porque soy...!
Su puño había buscado mi cara, pero en mi mente la imagen de ese golpe se formó, ayudándome a evitarlo en el último momento mientras comprobaba un agujero en su defensa. En realidad, no necesité evitarlo, ya que se detuvo a escasos milímetros de mi cara, tal vez menos. En su rostro una expresión grotesca, y mientras sus brazos se abrían sus piernas se cerraban hasta que terminó por caer al suelo, y yo volví a bajar la pierna.
-Eso que hay ahí no es de reina- comenté, robándole el pañuelo y acercándome al bicho, que estaba ya pálido. Por suerte no había perdido tanta sangre como para que fuese mortal... Todavía.
Me acerqué todo lo que pude y traté de taparle el sangrante muñón sin decir nada a los demás. No iba a dejar que nadie muriese o, al menos, iba a esforzarme en evitarlo. Y con suerte alguno de estos podría hacer más.
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