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- No tiene nada de divertido que me envíen en solitario a una misión…
Mencionó la rubia mientras caminaba despacio por aquellas calles. En su mano derecha portaba una cajita de patatas con salsa de yogurt. Ante todo disfrutaba comiendo y no había misión en la que no se hinchase. El destino le había dado el donde apenas engordar, por lo que era feliz ingiriendo alimentos a cada momento. Debía admitir que el sabor era delicioso. En su otra mano portaba un batido de fresa con una pajita de color azul. La combinación no pegaba mucho, pero mientras estuviese entretenida le bastaba de sobra. En su rostro podía verse su típica sonrisa como de costumbre. Era una chica feliz pese a todo, pero deseaba tener allí a los suyos para aquella misión.
La rubia vestía con una camisa blanca con el símbolo de la marina. En su cabeza una gorra blanca y en la parte inferior unos pantalones largos. A cada lado de su cintura poseía una funda de color negro. En sus pies unas sandalias de madera y por último una mochila en su espalda. En dicha mochila poseía bastantes provisiones, documentos y algunas cosillas. Todo mezclado en un alboroto de objetos que se movían dentro cuando ella caminaba. A saber si las cajitas de pollo no se habían abierto ya…
El motivo por el que la sargento estaba en la zona era para arrestar a una nueva banda pirata. Se habían hecho conocer hacía tres días y los muy tontos habían dicho que esperaban a la marina allí si tenían huevos. Tenían precios ridículos y por ello la habían mandado a ella. Esperaba que no fueran muy poderosos, pero se esforzaría al máximo igualmente. Debido a su lema de no matar nunca a nadie, pretendía dejarlos inconscientes, atarlos y después llamar a la marina por el comunicador. Seguramente el caracol estaba en la mochila lleno de mayonesa o cualquier otra cosa, pero no le importaba demasiado aquello. Lamería después la salsa y asunto totalmente arreglado.
- Mmmm… ¿Por dónde puedo empezar?
Dijo colocando el dedo índice en sus labios y mirando al cielo un poco confusa. De hecho, ir por allí con el uniforme no podía ser una buena idea, pero no pensaba quitarse la gorra. Era su símbolo como marine y la causa por la que estaba en aquella organización. Le debía a aquel comodoro su vida y por ello le juró portar aquella gorra hasta haber llegado a Almirante. La chica entonces se quedó algo pillada al escuchar el sonido de música bastante alta. Por una de aquellas calles parecía estar habiendo una fiesta, por lo que decidió acercarse con algo de curiosidad.
Mencionó la rubia mientras caminaba despacio por aquellas calles. En su mano derecha portaba una cajita de patatas con salsa de yogurt. Ante todo disfrutaba comiendo y no había misión en la que no se hinchase. El destino le había dado el donde apenas engordar, por lo que era feliz ingiriendo alimentos a cada momento. Debía admitir que el sabor era delicioso. En su otra mano portaba un batido de fresa con una pajita de color azul. La combinación no pegaba mucho, pero mientras estuviese entretenida le bastaba de sobra. En su rostro podía verse su típica sonrisa como de costumbre. Era una chica feliz pese a todo, pero deseaba tener allí a los suyos para aquella misión.
La rubia vestía con una camisa blanca con el símbolo de la marina. En su cabeza una gorra blanca y en la parte inferior unos pantalones largos. A cada lado de su cintura poseía una funda de color negro. En sus pies unas sandalias de madera y por último una mochila en su espalda. En dicha mochila poseía bastantes provisiones, documentos y algunas cosillas. Todo mezclado en un alboroto de objetos que se movían dentro cuando ella caminaba. A saber si las cajitas de pollo no se habían abierto ya…
El motivo por el que la sargento estaba en la zona era para arrestar a una nueva banda pirata. Se habían hecho conocer hacía tres días y los muy tontos habían dicho que esperaban a la marina allí si tenían huevos. Tenían precios ridículos y por ello la habían mandado a ella. Esperaba que no fueran muy poderosos, pero se esforzaría al máximo igualmente. Debido a su lema de no matar nunca a nadie, pretendía dejarlos inconscientes, atarlos y después llamar a la marina por el comunicador. Seguramente el caracol estaba en la mochila lleno de mayonesa o cualquier otra cosa, pero no le importaba demasiado aquello. Lamería después la salsa y asunto totalmente arreglado.
- Mmmm… ¿Por dónde puedo empezar?
Dijo colocando el dedo índice en sus labios y mirando al cielo un poco confusa. De hecho, ir por allí con el uniforme no podía ser una buena idea, pero no pensaba quitarse la gorra. Era su símbolo como marine y la causa por la que estaba en aquella organización. Le debía a aquel comodoro su vida y por ello le juró portar aquella gorra hasta haber llegado a Almirante. La chica entonces se quedó algo pillada al escuchar el sonido de música bastante alta. Por una de aquellas calles parecía estar habiendo una fiesta, por lo que decidió acercarse con algo de curiosidad.
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Había sido un día muy soleado, pero ya comenzaba a anochecer. Desde que me separé de Erik había logrado escapar de los tetes en el submarino que les robé, pero me sentía algo decaída. Los tres ingenieros tenían poca conversación más allá de turbinas o los distintos modelos de motor que habían probado en aquel submarino, pero aunque a ratos me interesaba por esos temas la ingeniería en general que intentaban enseñarme ellos no daba entrado en mi cabeza. Simplemente no podía asimilar conocimientos tan extraños, y las operaciones con complejos ya se convertían en algo inabarcable. No obstante, lo que peor llevaba era estar encerrada en aquella prisión submarina, por lo que en cuanto tuve oportunidad de atracar en una isla, lo hice.
Tenía ganas de respirar aire fresco, ganas de bailar y de estirar las piernas. Necesitaba moverme, caminar libre por todas partes sin ir a ninguna en particular. Me apetecía comer, beber, reír, sentir... Tantas cosas de las que llevaba ya un tiempo olvidándome, un tiempo que aquel día llegaba a su fin. Me puse ropa fresca y, siendo sincera, algo provocativa, pero no todo mi armario era de princesita. Un tanga rojo con encaje y ciertas transparencias clave en la parte delantera a juego con un sostén del mismo color conformaban mi ropa interior, oculta bajo unos shorts vaqueros y una blusa de seda granate, a juego con mi cabello anaranjado bajo la luz del sol. Para completar el conjunto unas botas mustang de color camello, además de una gargantilla completamente negra con un diamante blanco en el centro. Una única gota de luz en medio de la oscuridad.
-Archie, ¿Te apetece salir un rato?- veía en el espejo su cola menearse mientras yo terminaba de peinarme-. Bien, ¡Pues allá vamos!
Salí corriendo de la nave con el enorme lobo detrás. No llevaba armas encima, pero ni tengo recompensa ni, a pesar de ser Lvneel parte del imperio de Hallstat, esperaba no necesitarlas tras haber dado esquinazo a los tetes en English Garden, pues a pesar de todo esa milicia parecía estar inmersa en un violento proceso burocrático que impedía me hicieran una fotografía para el cartel. Por lo tanto, lo importante ese día no era otra cosa que divertirme y perder los papeles, así que no te puedes imaginar mi cara cuando empecé a escuchar música, y no una música cualquiera.
¡Era un concierto de Buck Cherry! Fui a toda velocidad, buscando en mi ropa un mechero que no tenía, y me coloqué lo más delante que pude. Era increíble que el lugar no estuviera abarrotado, pero todos los presentes cantábamos al compás mientras Buck hacía magia con sus dedos en una guitarra tan machacada como su anciano cuerpo. Todavía no me lo podía creer, era demasiado bueno para ser cierto, pero era real. Casi podía tocarlo, sentía su saliva escupiendo en la cara de las groupies más alocadas y podía casi leer la partitura en su guitarra. ¡Woao!
Tenía ganas de respirar aire fresco, ganas de bailar y de estirar las piernas. Necesitaba moverme, caminar libre por todas partes sin ir a ninguna en particular. Me apetecía comer, beber, reír, sentir... Tantas cosas de las que llevaba ya un tiempo olvidándome, un tiempo que aquel día llegaba a su fin. Me puse ropa fresca y, siendo sincera, algo provocativa, pero no todo mi armario era de princesita. Un tanga rojo con encaje y ciertas transparencias clave en la parte delantera a juego con un sostén del mismo color conformaban mi ropa interior, oculta bajo unos shorts vaqueros y una blusa de seda granate, a juego con mi cabello anaranjado bajo la luz del sol. Para completar el conjunto unas botas mustang de color camello, además de una gargantilla completamente negra con un diamante blanco en el centro. Una única gota de luz en medio de la oscuridad.
-Archie, ¿Te apetece salir un rato?- veía en el espejo su cola menearse mientras yo terminaba de peinarme-. Bien, ¡Pues allá vamos!
Salí corriendo de la nave con el enorme lobo detrás. No llevaba armas encima, pero ni tengo recompensa ni, a pesar de ser Lvneel parte del imperio de Hallstat, esperaba no necesitarlas tras haber dado esquinazo a los tetes en English Garden, pues a pesar de todo esa milicia parecía estar inmersa en un violento proceso burocrático que impedía me hicieran una fotografía para el cartel. Por lo tanto, lo importante ese día no era otra cosa que divertirme y perder los papeles, así que no te puedes imaginar mi cara cuando empecé a escuchar música, y no una música cualquiera.
¡Era un concierto de Buck Cherry! Fui a toda velocidad, buscando en mi ropa un mechero que no tenía, y me coloqué lo más delante que pude. Era increíble que el lugar no estuviera abarrotado, pero todos los presentes cantábamos al compás mientras Buck hacía magia con sus dedos en una guitarra tan machacada como su anciano cuerpo. Todavía no me lo podía creer, era demasiado bueno para ser cierto, pero era real. Casi podía tocarlo, sentía su saliva escupiendo en la cara de las groupies más alocadas y podía casi leer la partitura en su guitarra. ¡Woao!
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Hikaru avanzaba despacio siguiendo el sonido de la música. Tal vez eran los piratas tocando instrumentos para conseguir dinero con limosna, aunque aquello no tenía mucho sentido. Eran piratas ¡Genta malvada! Y no debían de estar pidiendo, seguramente robando. Ella decidió hacer las cosas bien y trotó con ganas hasta la zona señalada. Cuando estaba a nada de llegar pegó su espalda en la esquina y llevó la mano derecha a la funda de Ucher. La hoja azulada resplandeció con un aura blanca y pura, el frío era su elemento. Tomó un poco de aire y decidió prepararse. Contó mentalmente hasta veinte y en cuanto lo hizo cruzó la esquina. Apuntó con su arma hacia las personas que había allí reunidas y entonces gritó de forma que trató de sonar agresiva, pero no le salía, más bien, adorable.
- ¡Quedáis detenidos en nombre de la marina por piratería y…!
Se quedó callada cuando se dio cuenta de que ninguna cara era parecida a la de los carteles. No parecían malvados canallas, solo personas divirtiéndose. Su rostro cambió de serio a confuso y su boca se abrió de par en par. Una gota de sudor cayó por su cabeza y entonces envainó su espada. Agachó la cabeza de forma arrepentida ante todos y después empezó a hablar en un tono alto.
- ¡Gomen! ¡Gomen! ¡Gomen!
Realmente estaba arrepentida de lo que había hecho. Había interrumpido la diversión de todos los que había presentes y esperaba que nadie le echase una bronca. Pese a que iba con el uniforme de la marina y no creía que lo hiciera, podía haber excepciones. La joven entonces abrió los ojos como platos, los cuales brillaron cual perlas en el fondo del mar. La causa había sido el enorme lobo que había junto a una chica pelirroja. Ella salió corriendo sin permiso alguno y se colocó frente a la chica. Clavó una rodilla en el suelo y trató de tomar la mano de ella de forma suave. Si lo lograba la miraría a los ojos ilusionada.
- ¿Puedo acariciarlo? ¡Porfi!
Pidió entonces mostrando una sonrisa exagerada. Le encantaban los animales y ella lo veía como un perrito adorable. De hecho, tal vez ni era la dueña, pero como estaba cerca… Esperó una respuesta mientras continuaba con su rodilla clavada en el suelo y la mano de ella tomada. Muchos flipaban al ver a un marine con aquella actitud, pero era la forma de ser de la joven Surfer. El espectáculo no se frenó y el grupo continuó tocando.
- ¡Quedáis detenidos en nombre de la marina por piratería y…!
Se quedó callada cuando se dio cuenta de que ninguna cara era parecida a la de los carteles. No parecían malvados canallas, solo personas divirtiéndose. Su rostro cambió de serio a confuso y su boca se abrió de par en par. Una gota de sudor cayó por su cabeza y entonces envainó su espada. Agachó la cabeza de forma arrepentida ante todos y después empezó a hablar en un tono alto.
- ¡Gomen! ¡Gomen! ¡Gomen!
Realmente estaba arrepentida de lo que había hecho. Había interrumpido la diversión de todos los que había presentes y esperaba que nadie le echase una bronca. Pese a que iba con el uniforme de la marina y no creía que lo hiciera, podía haber excepciones. La joven entonces abrió los ojos como platos, los cuales brillaron cual perlas en el fondo del mar. La causa había sido el enorme lobo que había junto a una chica pelirroja. Ella salió corriendo sin permiso alguno y se colocó frente a la chica. Clavó una rodilla en el suelo y trató de tomar la mano de ella de forma suave. Si lo lograba la miraría a los ojos ilusionada.
- ¿Puedo acariciarlo? ¡Porfi!
Pidió entonces mostrando una sonrisa exagerada. Le encantaban los animales y ella lo veía como un perrito adorable. De hecho, tal vez ni era la dueña, pero como estaba cerca… Esperó una respuesta mientras continuaba con su rodilla clavada en el suelo y la mano de ella tomada. Muchos flipaban al ver a un marine con aquella actitud, pero era la forma de ser de la joven Surfer. El espectáculo no se frenó y el grupo continuó tocando.
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