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Os encontráis en una de las pocas posadas que hay en el reino rana de Skyros, un lugar conocido en el mar del norte por sus lindas mujeres, su buena carne y su exquisito vino. Allí esperáis a un grupo de hombres que os han ofrecido una cuantiosa fortuna a cambio de ayudarles a adentrarse en el castillo y conseguir las tres reliquias reales: una corona de oro, una capa de seda y un cetro con un diamante azul en su punta. ¿Para qué? No lo sabéis, pero sin duda al ser objetos de tanto valor la recompensa iba a ser enorme.
Eran poco más de las nueve de la noche y la cantina comenzaba a llenarse de gente de todo tipo de personas. Un joven pelirrojo, que apenas llegaba a la pubertad, se puso a tocar su laúd y a cantar diversas canciones. Mientras escucháis la pegadiza música, una mujer de cabellos violáceos y curvas peligrosas se acerca a vuestra mesa.
—¿Os relleno la copa, guapetones? –preguntó la muchacha, que no apartaba la mirada de Jish y no dudó en guiñarle un ojo. Dharkel, por su parte, evitaba mirar hacia el frente, sobre todo por un okama medieval que no paraba de hacerle gestos lascivos, así que fumaba un cigarro de liar mientras pensaba en sus cosas.
Y entonces, el mismo hombre que os había citado allí apareció, apartando a la camarera de malas formas.
—En quince minutos os espero en la parte de atrás. Sed cautos y que no os vea –dijo el hombre, saliendo de allí sin mediar ni una palabra más.
¿Qué haréis? ¿Os fiaréis del hombre e iréis al punto de encuentro? ¿O iréis para otro lado?
Eran poco más de las nueve de la noche y la cantina comenzaba a llenarse de gente de todo tipo de personas. Un joven pelirrojo, que apenas llegaba a la pubertad, se puso a tocar su laúd y a cantar diversas canciones. Mientras escucháis la pegadiza música, una mujer de cabellos violáceos y curvas peligrosas se acerca a vuestra mesa.
—¿Os relleno la copa, guapetones? –preguntó la muchacha, que no apartaba la mirada de Jish y no dudó en guiñarle un ojo. Dharkel, por su parte, evitaba mirar hacia el frente, sobre todo por un okama medieval que no paraba de hacerle gestos lascivos, así que fumaba un cigarro de liar mientras pensaba en sus cosas.
Y entonces, el mismo hombre que os había citado allí apareció, apartando a la camarera de malas formas.
—En quince minutos os espero en la parte de atrás. Sed cautos y que no os vea –dijo el hombre, saliendo de allí sin mediar ni una palabra más.
¿Qué haréis? ¿Os fiaréis del hombre e iréis al punto de encuentro? ¿O iréis para otro lado?
Dharkel Asrai Nymraif
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Aún no sabía exactamente cómo había aceptado aquel encargo. Quizás había subestimado la capacidad de Jish para hacerle el lío a la gente, o quizás simplemente me había cegado por un momento la codicia. Como fuere, aquel parecía un trabajo fácil y sencillo… para mí… yendo solo… Si el trabajo se torcía, como solía pasar, no duraría en dejar vendido a mi compañero, y a la tripulación. Prefería desaparecer sin dejar rastro antes que darle respuestas a aquel circo ambulante.
Llevábamos varias horas en la taberna, pero no esperando a que nuestro contacto llegase con la información pertinente, no. Estábamos allí por puro vicio. Lo del negocio era un asunto secundario. Un joven pelirrojo no tardó en subir al escenario y comenzó a tocar. Entrecerré los ojos un momento, como si ya lo hubiese vivido o leído anteriormente.
Ante el comentario de la voluptuosa mujer alcé la copa mientras le daba una calada al cigarro, intentando evitar mirar al frente en todo momento. Me estaba haciendo el difícil ante la lasciva mirada de un okama medieval.
- Parece que ambos hemos triunfado esta noche – le comenté a mi compañero con una ligera sonrisa.
El contacto hizo acto de presencia apartando a la camarera de malas formas y exigiéndonos estar en un tiempo determinado en una ubicación determinada, y lo peor de todo, demandando discreción. ¿Acaso no se daba cuenta de que la mujer podía escucharle? ¿Qué clase de retraso mental tendría?
- Yo propongo que nos terminemos esta, y ya si eso vayamos. ¿Qué me dices? – finalicé dándole un trago a la jarra. No se me daba especialmente bien cumplir órdenes, y si podía desobedecerlas, mejor.
Tras terminar de concretar los últimos “detalles” nos pusimos en pie. Antes de salir me dirigí hacia el okama y le di una tarjeta, guiñándole el ojo en el proceso. Mis tarifas en tales menesteres no eran precisamente baratas, por lo que dudaba mucho que pudiese permitírselas, pero la opción estaba dada. No todos los días tenías el privilegio de “dormir” con un desarrapado.
Llevábamos varias horas en la taberna, pero no esperando a que nuestro contacto llegase con la información pertinente, no. Estábamos allí por puro vicio. Lo del negocio era un asunto secundario. Un joven pelirrojo no tardó en subir al escenario y comenzó a tocar. Entrecerré los ojos un momento, como si ya lo hubiese vivido o leído anteriormente.
Ante el comentario de la voluptuosa mujer alcé la copa mientras le daba una calada al cigarro, intentando evitar mirar al frente en todo momento. Me estaba haciendo el difícil ante la lasciva mirada de un okama medieval.
- Parece que ambos hemos triunfado esta noche – le comenté a mi compañero con una ligera sonrisa.
El contacto hizo acto de presencia apartando a la camarera de malas formas y exigiéndonos estar en un tiempo determinado en una ubicación determinada, y lo peor de todo, demandando discreción. ¿Acaso no se daba cuenta de que la mujer podía escucharle? ¿Qué clase de retraso mental tendría?
- Yo propongo que nos terminemos esta, y ya si eso vayamos. ¿Qué me dices? – finalicé dándole un trago a la jarra. No se me daba especialmente bien cumplir órdenes, y si podía desobedecerlas, mejor.
Tras terminar de concretar los últimos “detalles” nos pusimos en pie. Antes de salir me dirigí hacia el okama y le di una tarjeta, guiñándole el ojo en el proceso. Mis tarifas en tales menesteres no eran precisamente baratas, por lo que dudaba mucho que pudiese permitírselas, pero la opción estaba dada. No todos los días tenías el privilegio de “dormir” con un desarrapado.
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Apenas habíamos intercambiado ni una palabra sobre el negocio desde que cruzamos el umbral de la taberna. Supuse que al igual que yo Dharkel estaría barajando sus opciones. Infiltrarnos en un castillo y robar a la familia real de Skyros… Apenas conocía nada del reino, había desembarcado con la idea de ganar algo de dinero fácil pero no me había preparado para un robo de verdad.
Desde hacía algunos minutos la cosa se había empezado a animar, la gente iba y venía de un punto al otro de la taberna. Resonaban murmullos de conversaciones, pero en ningún momento llegaban a molestar en exceso, por encima de todo podía escucharse la voz y melodía de un joven trovador que hacia sus pinitos con un laúd. Casi daban ganas de permanecer allí el resto del día, casi…
Podía incluso sentir un leve hormigueo en las manos, sensación que hace ya demasiado tiempo creí que no volvería a experimentar ¿Nervioso? ¿Yo? ¿Por un simple robo? La misma idea resultaba tan ridícula que me negué a creerla, sin embargo, el cosquilleo persistía.
Me llevé la jarra a los labios y bebí un buen trago de vino. Era espeso y algo dulce, adecuado para la mesa de un campesino. No pude evitar hacer una mueca. Me lo tenía bien merecido por pedir el más barato, Dharkel sin embargo no parecía hacerle ascos.
La camarera, una mujer de generosas aptitudes, nos ofreció una segunda ronda. Yo negué educadamente con la mano mientras la dedicaba una escueta sonrisa. Podía guiñarme el ojo tantas veces como quisiera, pero no pensaba pagar ni un berry más por ese calducho al que hacían llamar vino. El mendigo, sin embargo, dejo que rellenaran su jarra.
Por fin nuestro contacto apareció, no parecía un hombre demasiado aprensivo a juzgar por el poco reparo con el que se deshizo de la camarera. No cuestioné sus modales, estaba claro que si se podía permitir el lujo de actuar con tanto descaro era porque no se trataba de un mindundi. Bastaron apenas unos segundos para acordar un encuentro en la parte trasera del edificio.
Cuando por fin dio media vuelta sobre sus pasos dirigí la mirada hacia mi compañero.
- Una generosidad semejante es asombrosa… - dije al mismo tiempo que dejaba la jarra cuidadosamente sobre la mesa- Mas aun teniendo en cuenta que somos dos forasteros.
- Yo propongo que nos terminemos esta, y ya si eso vayamos. ¿Qué me dices? – sugirió.
Asentí con la cabeza.
- Por ahora serás tú quien dirija nuestra humilde sociedad, al menos en apariencia- maticé mientras abría el gaznate y apuraba el contenido de la jarra con un último gran trago- No sabemos que esperar de ese tipo, cuanto más tiempo siga pensando que somos unos chapuceros más ventaja tendremos sobre él.
Aproveché que él abandonaba la mesa para dejar sobre la misma el pago por las jarras de vino, junto a una más que sustanciosa cantidad de propina. Si íbamos a hacer negocios de verdad era conveniente empezar con buen pie y contar con la simpatía de alguno de los lugareños.
Ambos nos despedimos y abandonamos la taberna para asistir a la incierta reunión.
Desde hacía algunos minutos la cosa se había empezado a animar, la gente iba y venía de un punto al otro de la taberna. Resonaban murmullos de conversaciones, pero en ningún momento llegaban a molestar en exceso, por encima de todo podía escucharse la voz y melodía de un joven trovador que hacia sus pinitos con un laúd. Casi daban ganas de permanecer allí el resto del día, casi…
Podía incluso sentir un leve hormigueo en las manos, sensación que hace ya demasiado tiempo creí que no volvería a experimentar ¿Nervioso? ¿Yo? ¿Por un simple robo? La misma idea resultaba tan ridícula que me negué a creerla, sin embargo, el cosquilleo persistía.
Me llevé la jarra a los labios y bebí un buen trago de vino. Era espeso y algo dulce, adecuado para la mesa de un campesino. No pude evitar hacer una mueca. Me lo tenía bien merecido por pedir el más barato, Dharkel sin embargo no parecía hacerle ascos.
La camarera, una mujer de generosas aptitudes, nos ofreció una segunda ronda. Yo negué educadamente con la mano mientras la dedicaba una escueta sonrisa. Podía guiñarme el ojo tantas veces como quisiera, pero no pensaba pagar ni un berry más por ese calducho al que hacían llamar vino. El mendigo, sin embargo, dejo que rellenaran su jarra.
Por fin nuestro contacto apareció, no parecía un hombre demasiado aprensivo a juzgar por el poco reparo con el que se deshizo de la camarera. No cuestioné sus modales, estaba claro que si se podía permitir el lujo de actuar con tanto descaro era porque no se trataba de un mindundi. Bastaron apenas unos segundos para acordar un encuentro en la parte trasera del edificio.
Cuando por fin dio media vuelta sobre sus pasos dirigí la mirada hacia mi compañero.
- Una generosidad semejante es asombrosa… - dije al mismo tiempo que dejaba la jarra cuidadosamente sobre la mesa- Mas aun teniendo en cuenta que somos dos forasteros.
- Yo propongo que nos terminemos esta, y ya si eso vayamos. ¿Qué me dices? – sugirió.
Asentí con la cabeza.
- Por ahora serás tú quien dirija nuestra humilde sociedad, al menos en apariencia- maticé mientras abría el gaznate y apuraba el contenido de la jarra con un último gran trago- No sabemos que esperar de ese tipo, cuanto más tiempo siga pensando que somos unos chapuceros más ventaja tendremos sobre él.
Aproveché que él abandonaba la mesa para dejar sobre la misma el pago por las jarras de vino, junto a una más que sustanciosa cantidad de propina. Si íbamos a hacer negocios de verdad era conveniente empezar con buen pie y contar con la simpatía de alguno de los lugareños.
Ambos nos despedimos y abandonamos la taberna para asistir a la incierta reunión.
Salís de la taberna y el cambio brusco entre el jolgorio y el solemne silencio que reinaba en la calle os hace tener un pequeño escalofrío, como si algo no fuera bien en aquel lugar. El cielo estaba estrellado y la luna parecía más grande de lo normal, ¿sería por la posición del planeta conforme al satélite? ¿Sería por alguna extraña contaminación que no sois capaces de percibir? A saber…
Os adentráis en el callejón trasero de la cantina. Allí hay ratas y algún que otro vagabundo dormido. Al llegar notáis una presencia a vuestra espalda y de repente, como por arte de magia, aparece el hombre de antes.
—Así que habéis venido… -dice, con voz gutural–. Seguidme –el hombre comienza a caminar por el callejón, hacia una zona más y más oscura.
¿Qué haréis chicos? ¿Le seguiréis sin pedirle explicaciones? ¿Os dais media vuelta y os vais?
Os adentráis en el callejón trasero de la cantina. Allí hay ratas y algún que otro vagabundo dormido. Al llegar notáis una presencia a vuestra espalda y de repente, como por arte de magia, aparece el hombre de antes.
—Así que habéis venido… -dice, con voz gutural–. Seguidme –el hombre comienza a caminar por el callejón, hacia una zona más y más oscura.
¿Qué haréis chicos? ¿Le seguiréis sin pedirle explicaciones? ¿Os dais media vuelta y os vais?
- OFF:
- Os aviso que podéis usar el NPC como queráis para dialogar, ir a otro lado para conversar en vuestro entorno...etc., además de meter otro NPC para que podáis tener más entretenimiento. ¡Ah! Y... que comience el juego.
Jish
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Evidentemente algo no iba bien, apenas podía respirar. Todavía estaba cerca de la puerta de la taberna, un sudor frío recorría mi espalda, cogí un poco de aire muy despacio para que la angustia no me terminara de dominar por completo ¿Qué cojones hacia yo pagando la cuenta de un maldito indigente?
- Me debes seis berries – mencioné - No recuerdo haber dicho en ningún momento que yo pagaba tu parte. Y lo quiero en dinero contante y sonante – especifiqué, sin tapujos - En cuanto terminemos con este trabajo no tendrás excusa para no pagar.
Sabía perfectamente que me había oído, sin embargo, se hizo el loco con bastante soltura. Avanzamos tranquilamente hacia el callejón, sin ningún tipo de prisa. Allí no había ni rastro de nuestro contacto, tan solo escoria callejera y ratas.
- Tanto lio para una simple tomadura de pelo – murmuré.
Una sombra se proyectó sobre nuestras espaldas, no me lo podía creer. Eso rozaba el acoso ¿Cómo le tenía que explicar a aquella mujer que no quería más vino? Me giré esperando encontrarme a la camarera, sin embargo, no se trataba de la muchacha.
Yo no estaba loco, hacía apenas unos instantes que habíamos pasado frente a su posición y allí no había nadie ¿Acaso aquel tipo brotaba como las setas? Poco importaba, comenzó a caminar hacia el interior del callejón sin dar ni una explicación.
Miré a aquellos hombres harapientos, la mayoría permanecían acostados sobre unos cuantos cartones a lo largo del callejón. Durante unos instantes estuve tentado de interrogarles acerca de la repentina aparición, pero deseché la idea rápidamente. Yo ya disponía de un vagabundo de confianza al que preguntar e indudablemente con mayor peste a vino que esos aficionados.
- No le demos mayor importancia a esto - dejé caer con precaución – Tanto si tiene una explicación, como si no la tiene, ahora mismo no es relevante. Aunque, si tienes un caramelo de menta yo se lo daría, parece que esta sufriendo.
Por supuesto tenía mis propias teorías, pero era cierto, la función había empezado y no había lugar en ella para divagaciones. De hecho, nuestro benefactor apenas se había inmutado con nuestra pequeña charla y ya se encontraba a varios metros de distancia.
- ¿Qué es lo peor que nos puede pasar? ¿Qué nos secuestre y pida un rescate por nosotros? –ironicé.
Avancé raudo y veloz, cual vendedor de seguros, hacia aquel hombre. Me incomodaba el hecho de no saber nada sobre él, ni sobre la operación en sí misma. Decidí tantear el terreno con sutileza en lugar de preguntar abiertamente.
- Creo que, dadas las singulares condiciones de nuestro encuentro, no nos hemos presentado adecuadamente. Me llamo Jish y seré su pérfido lacayo esta noche. Si hay algo que pueda hacer para que mi subcontratación resulte más soportable no dude en decírmelo – bromeé.
Eché fugazmente la vista hacia atrás. Dharkel nos seguía el ritmo a tan solo unos pasos de distancia, suficientes como para dar una falsa sensación de confidencialidad.
- Él es mi jefe, Elvo Mitonas, es un poco reservado – comencé a improvisar. Desconocía si Dharkel era un alias o su verdadero nombre, pero preferí no involucrarlo directamente – Él jamás admitiría esto, pero me gustaría que supiera que estamos más que agradecidos con la oportunidad que nos brinda. Poca gente se atrevería a apostar por talentos tan jóvenes, supongo que es porque ha oído hablar de nosotros ¿Señor…? – pregunté, con la esperanza de que se le soltara la lengua y comenzará a darnos información sobre él.
- Me debes seis berries – mencioné - No recuerdo haber dicho en ningún momento que yo pagaba tu parte. Y lo quiero en dinero contante y sonante – especifiqué, sin tapujos - En cuanto terminemos con este trabajo no tendrás excusa para no pagar.
Sabía perfectamente que me había oído, sin embargo, se hizo el loco con bastante soltura. Avanzamos tranquilamente hacia el callejón, sin ningún tipo de prisa. Allí no había ni rastro de nuestro contacto, tan solo escoria callejera y ratas.
- Tanto lio para una simple tomadura de pelo – murmuré.
Una sombra se proyectó sobre nuestras espaldas, no me lo podía creer. Eso rozaba el acoso ¿Cómo le tenía que explicar a aquella mujer que no quería más vino? Me giré esperando encontrarme a la camarera, sin embargo, no se trataba de la muchacha.
Yo no estaba loco, hacía apenas unos instantes que habíamos pasado frente a su posición y allí no había nadie ¿Acaso aquel tipo brotaba como las setas? Poco importaba, comenzó a caminar hacia el interior del callejón sin dar ni una explicación.
Miré a aquellos hombres harapientos, la mayoría permanecían acostados sobre unos cuantos cartones a lo largo del callejón. Durante unos instantes estuve tentado de interrogarles acerca de la repentina aparición, pero deseché la idea rápidamente. Yo ya disponía de un vagabundo de confianza al que preguntar e indudablemente con mayor peste a vino que esos aficionados.
- No le demos mayor importancia a esto - dejé caer con precaución – Tanto si tiene una explicación, como si no la tiene, ahora mismo no es relevante. Aunque, si tienes un caramelo de menta yo se lo daría, parece que esta sufriendo.
Por supuesto tenía mis propias teorías, pero era cierto, la función había empezado y no había lugar en ella para divagaciones. De hecho, nuestro benefactor apenas se había inmutado con nuestra pequeña charla y ya se encontraba a varios metros de distancia.
- ¿Qué es lo peor que nos puede pasar? ¿Qué nos secuestre y pida un rescate por nosotros? –ironicé.
Avancé raudo y veloz, cual vendedor de seguros, hacia aquel hombre. Me incomodaba el hecho de no saber nada sobre él, ni sobre la operación en sí misma. Decidí tantear el terreno con sutileza en lugar de preguntar abiertamente.
- Creo que, dadas las singulares condiciones de nuestro encuentro, no nos hemos presentado adecuadamente. Me llamo Jish y seré su pérfido lacayo esta noche. Si hay algo que pueda hacer para que mi subcontratación resulte más soportable no dude en decírmelo – bromeé.
Eché fugazmente la vista hacia atrás. Dharkel nos seguía el ritmo a tan solo unos pasos de distancia, suficientes como para dar una falsa sensación de confidencialidad.
- Él es mi jefe, Elvo Mitonas, es un poco reservado – comencé a improvisar. Desconocía si Dharkel era un alias o su verdadero nombre, pero preferí no involucrarlo directamente – Él jamás admitiría esto, pero me gustaría que supiera que estamos más que agradecidos con la oportunidad que nos brinda. Poca gente se atrevería a apostar por talentos tan jóvenes, supongo que es porque ha oído hablar de nosotros ¿Señor…? – pregunté, con la esperanza de que se le soltara la lengua y comenzará a darnos información sobre él.
Dharkel Asrai Nymraif
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Al salir de la taberna un pequeño escalofrío me recorrió la espalda, intimidándome. Dirigí una temerosa mirada por última vez al interior del antro, donde se encontraba el okama todavía haciéndome extraños y lascivos gestos. Quizás mis tarifas no le habían asustado lo suficiente como para mantenerle alejado. Concluí que aquella era la razón de tal escalofrío y no el silencio reinante.
Me dirigí hacia una esquina y me bajé la cremallera mientras hacía caso omiso a las palabras de Jish. Nadie le había obligado a pagar nada y no tenía el más mínimo interés en devolverle el dinero. Y no porque no tuviese o planease tener, sino porque mis principios me lo impedían. No era mi culpa ser un maestro del simpa.
No tardamos en encaminar nuestros pasos hacia el desolador callejón. No había rastro de nuestro contacto. Tan solo las ratas y algún que otro paisano durmiendo entre cartones y basura. Me recordaba a los viejos tiempos… De repente, el mismo hombre hizo acto de presencia, como si de un fantasma se tratase, ordenándonos seguirle. O esa había sido mi impresión pues estaba demasiado ocupado buscando entre los harapos de uno de los mendigos dormidos algo que pudiese serme útil. A juzgar por su estado no se despertaría ni aunque le diesen una paliza.
- ¿Eh? – fue todo lo que alcancé a decirle a mi compañero. No sabía de qué estaba hablando. ¿Me había perdido algo?
- ¿Qué es lo peor que nos puede pasar? ¿Qué nos secuestre y pida un rescate por nosotros? - ironizó.
- Como si alguien fuese a pagar por nosotros… - comenté -. Me apuesto este cartón a que Syxel no nos echaría en falta, al menos a mí – puntualicé levantando un cartón de vino de marca blanca que le había sustraído al vagabundo.
Jish se adelantó, situándose a la par del contratista. Por lo que podía escuchar desde mi posición unos pasos más atrás, estaba intentando sacar información inventándose otra de carrerilla. “Este chico tiene talento natural” – medité mientras me llenaba la boca con aquel licor barato y de dudosa procedencia. Yo por mi parte me dediqué a “jugar” con mi magia llamada haki. No quería tener ningún observador que se pasase de curioso rondándonos, y mucho menos en la oscuridad en la que parecía que nos íbamos sumergiendo poco a poco.
- Hora de hacer un poco de luz – musité mientras me preparaba un cigarro. Cualquier excusa era perfectamente válida para fumar o beber.
Me dirigí hacia una esquina y me bajé la cremallera mientras hacía caso omiso a las palabras de Jish. Nadie le había obligado a pagar nada y no tenía el más mínimo interés en devolverle el dinero. Y no porque no tuviese o planease tener, sino porque mis principios me lo impedían. No era mi culpa ser un maestro del simpa.
No tardamos en encaminar nuestros pasos hacia el desolador callejón. No había rastro de nuestro contacto. Tan solo las ratas y algún que otro paisano durmiendo entre cartones y basura. Me recordaba a los viejos tiempos… De repente, el mismo hombre hizo acto de presencia, como si de un fantasma se tratase, ordenándonos seguirle. O esa había sido mi impresión pues estaba demasiado ocupado buscando entre los harapos de uno de los mendigos dormidos algo que pudiese serme útil. A juzgar por su estado no se despertaría ni aunque le diesen una paliza.
- ¿Eh? – fue todo lo que alcancé a decirle a mi compañero. No sabía de qué estaba hablando. ¿Me había perdido algo?
- ¿Qué es lo peor que nos puede pasar? ¿Qué nos secuestre y pida un rescate por nosotros? - ironizó.
- Como si alguien fuese a pagar por nosotros… - comenté -. Me apuesto este cartón a que Syxel no nos echaría en falta, al menos a mí – puntualicé levantando un cartón de vino de marca blanca que le había sustraído al vagabundo.
Jish se adelantó, situándose a la par del contratista. Por lo que podía escuchar desde mi posición unos pasos más atrás, estaba intentando sacar información inventándose otra de carrerilla. “Este chico tiene talento natural” – medité mientras me llenaba la boca con aquel licor barato y de dudosa procedencia. Yo por mi parte me dediqué a “jugar” con mi magia llamada haki. No quería tener ningún observador que se pasase de curioso rondándonos, y mucho menos en la oscuridad en la que parecía que nos íbamos sumergiendo poco a poco.
- Hora de hacer un poco de luz – musité mientras me preparaba un cigarro. Cualquier excusa era perfectamente válida para fumar o beber.
—Un placer, caballeros. Mi nombre es Armando Bronca, pero podéis llamarme Armando.
Realizadas las presentaciones, continuasteis por aquel angosto callejón hasta llegar a la calle de atrás. Aquel pasadizo tenía ese distinguible hedor causado por la mezcla de heces de animales y orina humana al que tanto estáis acostumbrados. Armando os hace una señal para que le sigáis y, tras haber recorrido un par de manzanas hacia el oeste, da dos toques secos en una puerta y podéis escuchar como dice una clave: “León come gamba”. Y un hombre –o creéis que es un hombre-, de rasgos andróginos abre la puerta.
—Esperad aquí –dijo, antes de subir por una escalera de madera que daba a una única puerta metálica.
—¿Queréis tomar algo? –os pregunta el muchacho.
Hayáis tomado algo o no, a los veinte minutos Armando os dice que subáis, pero primero manda a Dharkel apagar el cigarro. Subís por las escaleras, que crujía a cada paso que dabais. Una vez dentro de la habitación lo observáis todo. Os encontráis en una estancia tan grande como toda la planta baja, de unos noventa metros cuadrados, con una mesa circular en el centro con nueve sillas. Varios armarios repletos de libros y papiros. Otros con botellas de diversos licores. Y otras cerradas con llave. Allí, junto a vosotros dos, están Armando y dos hombres con aspecto de caballeros. Sir Robert de Cul y Sir William de Talavera. El primero era rubio con los ojos claros, de un metro ochenta de alto y poco musculado. Tenía un bigote muy fino y una mirada penetrante. Iba vestido con una armadura plateada muy adherida a su cuerpo, posiblemente para una mayor movilidad, y portaba un mandoble de gran tamaño El segundo era moreno, o eso creísteis al ver su frondosa barba, pues arriba no tenía ni un pelo de tonto –aunque tampoco de listo-. Era una persona muy musculada, que superaba los dos metros de altura, cuya vestimenta era una armadura sin mangas. Y tenía una gran maza.
—Así que estos dos son los saqueadores… -dijo William, avanzando hacia vosotros y ojeándoos con descaro–. Son muy pequeños.
—A tu lado cualquiera es pequeño, William –le dijo el otro caballero. –Disculpad a mi amigo, señores. Mi nombre es Sir Robert de Cul, caballero de la orden del Walkman.
Dialogasteis durante un rato, pero no podíais empezar a hablar de “vuestro asunto” hasta que viniera el cerebro de todo.
Mientras tanto, varias mujeres preciosas suben con diversas botellas de vino, fría cerveza y comida –carne asada, patatas al horno con queso y mantequilla, varios tipos de salsa-. ¿Qué haréis? ¿Os fiaréis de esos extraños? ¿Será una trampa y acabaréis violados por los soldados? ¿O simplemente se trata de los mejores anfitriones que habéis tenido la oportunidad de conocer? Quién sabe, todo depende de lo que hagáis a partir de ahora, pero cuidado, no hace falta tener un haki muy desarrollado para saber que son gente muy poderosa.
Realizadas las presentaciones, continuasteis por aquel angosto callejón hasta llegar a la calle de atrás. Aquel pasadizo tenía ese distinguible hedor causado por la mezcla de heces de animales y orina humana al que tanto estáis acostumbrados. Armando os hace una señal para que le sigáis y, tras haber recorrido un par de manzanas hacia el oeste, da dos toques secos en una puerta y podéis escuchar como dice una clave: “León come gamba”. Y un hombre –o creéis que es un hombre-, de rasgos andróginos abre la puerta.
—Esperad aquí –dijo, antes de subir por una escalera de madera que daba a una única puerta metálica.
—¿Queréis tomar algo? –os pregunta el muchacho.
Hayáis tomado algo o no, a los veinte minutos Armando os dice que subáis, pero primero manda a Dharkel apagar el cigarro. Subís por las escaleras, que crujía a cada paso que dabais. Una vez dentro de la habitación lo observáis todo. Os encontráis en una estancia tan grande como toda la planta baja, de unos noventa metros cuadrados, con una mesa circular en el centro con nueve sillas. Varios armarios repletos de libros y papiros. Otros con botellas de diversos licores. Y otras cerradas con llave. Allí, junto a vosotros dos, están Armando y dos hombres con aspecto de caballeros. Sir Robert de Cul y Sir William de Talavera. El primero era rubio con los ojos claros, de un metro ochenta de alto y poco musculado. Tenía un bigote muy fino y una mirada penetrante. Iba vestido con una armadura plateada muy adherida a su cuerpo, posiblemente para una mayor movilidad, y portaba un mandoble de gran tamaño El segundo era moreno, o eso creísteis al ver su frondosa barba, pues arriba no tenía ni un pelo de tonto –aunque tampoco de listo-. Era una persona muy musculada, que superaba los dos metros de altura, cuya vestimenta era una armadura sin mangas. Y tenía una gran maza.
—Así que estos dos son los saqueadores… -dijo William, avanzando hacia vosotros y ojeándoos con descaro–. Son muy pequeños.
—A tu lado cualquiera es pequeño, William –le dijo el otro caballero. –Disculpad a mi amigo, señores. Mi nombre es Sir Robert de Cul, caballero de la orden del Walkman.
Dialogasteis durante un rato, pero no podíais empezar a hablar de “vuestro asunto” hasta que viniera el cerebro de todo.
Mientras tanto, varias mujeres preciosas suben con diversas botellas de vino, fría cerveza y comida –carne asada, patatas al horno con queso y mantequilla, varios tipos de salsa-. ¿Qué haréis? ¿Os fiaréis de esos extraños? ¿Será una trampa y acabaréis violados por los soldados? ¿O simplemente se trata de los mejores anfitriones que habéis tenido la oportunidad de conocer? Quién sabe, todo depende de lo que hagáis a partir de ahora, pero cuidado, no hace falta tener un haki muy desarrollado para saber que son gente muy poderosa.
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Me costaba demasiado poco imaginarme en su piel. Ser agasajado con grandes honores, vivir rodeado de todo tipo de lujos y sirvientes, por no mencionar el poder… El poder lo era todo. Aquellos dos hombres representaban todo aquello por lo que tanto me había sacrificado en mi juventud, el estatus social de noble. No podía evitar mirarlos con cierto recelo. Era bien sabido que, por norma general, se trataban de hombres pomposos, de antiguos linajes que se remontaban atrás varias generaciones y que a día de hoy resultaba incomprensible que aun conservaran sus privilegios.
Puede que yo no fuera de ascendencia noble, pero algún día el mundo también sufriría mi magnificencia. Eso era algo que había decidido hacía ya muchos años. Aunque al ver a esos dos idiotas embutidos en viejas armaduras quedaba en entredicho mi anhelo, por otra parte, alimentaba las mortecinas ascuas de mi ambición. La nobleza de Skyros pagaría mi frustración de años de fracasos, esa noche me cobraría mi pequeña venganza.
A juzgar por sus modales, tanto sir Robert como sir William parecían vivir en otra realidad ajenos a las miserias de Skyros. Por fortuna para nosotros, sabía demasiado bien moverme por esos jardines de rosas y tulipanes sin salir cubierto de espinas.
- No hay nada que disculpar señores – dije mientras realizaba una sutil pero elegante reverencia, bajo la cual se escondía una insidiosa sonrisa – De haber sabido que nos encontraríamos entre tan distinguidos caballeros, nos habríamos tomado las molestias pertinentes – prácticamente éramos nosotros los que debíamos ser disculpados, poco pintábamos dos ratas callejeras en aquella lujosa residencia. De hecho, algo en el fondo me decía que aquella generosa hospitalidad no estaba destinada a nosotros. Era evidente que intentaban agradar a nuestro verdadero benefactor, el cual hasta el momento era todo un misterio.
Me volví hacia Dharkel, dudaba que en algún momento de su vida se hubiera codeado con la nobleza. Merecía la pena tratarlo una vez más como lo que era, antes de que pudiera meter la pata.
- Escucha, hazme caso al menos en esto – le dije por lo bajini – Está mal visto no corresponder a la generosidad de tus anfitriones, coge cualquier cosa, ponte a rumiar como si fueras una vaca y finge que distingues muchos sabores. Solo una condición, nada de excesos y por supuesto nada de más vino – añadí, puesto que ya imaginaba cual había sido su elección desde el principio.
Me acerqué hacia una de las bandejas, cogí una de las patatas y comencé a degustarla como si realmente me llenara ambos carrillos. De haber sabido que quemaban como su puta madre, probablemente habría elegido otra cosa… Observé con angustia como las jarras de cerveza goteaban heladas, pero mantuve mi abrasivo orgullo inmaculado.
Puede que yo no fuera de ascendencia noble, pero algún día el mundo también sufriría mi magnificencia. Eso era algo que había decidido hacía ya muchos años. Aunque al ver a esos dos idiotas embutidos en viejas armaduras quedaba en entredicho mi anhelo, por otra parte, alimentaba las mortecinas ascuas de mi ambición. La nobleza de Skyros pagaría mi frustración de años de fracasos, esa noche me cobraría mi pequeña venganza.
A juzgar por sus modales, tanto sir Robert como sir William parecían vivir en otra realidad ajenos a las miserias de Skyros. Por fortuna para nosotros, sabía demasiado bien moverme por esos jardines de rosas y tulipanes sin salir cubierto de espinas.
- No hay nada que disculpar señores – dije mientras realizaba una sutil pero elegante reverencia, bajo la cual se escondía una insidiosa sonrisa – De haber sabido que nos encontraríamos entre tan distinguidos caballeros, nos habríamos tomado las molestias pertinentes – prácticamente éramos nosotros los que debíamos ser disculpados, poco pintábamos dos ratas callejeras en aquella lujosa residencia. De hecho, algo en el fondo me decía que aquella generosa hospitalidad no estaba destinada a nosotros. Era evidente que intentaban agradar a nuestro verdadero benefactor, el cual hasta el momento era todo un misterio.
Me volví hacia Dharkel, dudaba que en algún momento de su vida se hubiera codeado con la nobleza. Merecía la pena tratarlo una vez más como lo que era, antes de que pudiera meter la pata.
- Escucha, hazme caso al menos en esto – le dije por lo bajini – Está mal visto no corresponder a la generosidad de tus anfitriones, coge cualquier cosa, ponte a rumiar como si fueras una vaca y finge que distingues muchos sabores. Solo una condición, nada de excesos y por supuesto nada de más vino – añadí, puesto que ya imaginaba cual había sido su elección desde el principio.
Me acerqué hacia una de las bandejas, cogí una de las patatas y comencé a degustarla como si realmente me llenara ambos carrillos. De haber sabido que quemaban como su puta madre, probablemente habría elegido otra cosa… Observé con angustia como las jarras de cerveza goteaban heladas, pero mantuve mi abrasivo orgullo inmaculado.
Dharkel Asrai Nymraif
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Justo antes de atravesar la puerta que podría llevarnos a la perdición o a la gloria comprobé que mis katanas seguían ceñidas al cinto y eché una última y furtiva mirada a la calle. Si mi haki no me había engañado nadie nos había seguido. Sin embargo, no estaba de más un poco de paranoia para garantizar la supervivencia.
- Sí, ¿me podrías rellenar esto? – pregunté alzando el cartón a medio terminar. Nunca sabías cuando sería necesario un trago por amargo o acartonado que fuese. Quizás estaba abusando un poco de él justo antes de empezar un trabajo, aunque nunca antes me había dado demasiados problemas -. Cosas peores me he bebido – confesé indiferente ante el rostro entre el asco y la pena del hombre.
Finalmente Armando nos dijo que podíamos subir, ordenándome durante el proceso que apagase el cigarro. ¿Qué clase de persona osaba contratar a un adolescente y a un mendigo sin esperar que estos sucumbiesen a sus necesidades más básicas? En mi caso era el tabaco. En el caso de Jish y dada su juventud podía imaginarme perfectamente cuál era… No obstante, apagué el cigarro sobre la mesa, molesto no por el hecho de no poder fumar, sino por tener que recibir una orden como aquella. Ya podía valer la pena el contrato…
- Tanto lujo y riqueza solo para alimentar su ego… - musité al observar detenidamente la estancia. Acaricié sutilmente el mango de mi reliquia, recordándome a mí mismo que aquellos hombres eran parte del problema, sí, pero eliminarlos no era la solución.
Jish me sacó de mis cavilaciones internas recordándome por qué estaba allí y dándome unas pautas básicas sobre el procedimiento de nobles y personajes acaudalados. Y razón no le había faltado al darme tales indicaciones. Mi mayor protocolo social consistía en no comer con las manos desnudas por el qué dirán. Cosas de haberse criado entre nómadas.
- Mis más estimados caballeros. Si mal no tengo entendido es de buena fe y cortesía traer un licor a una reunión de tal importancia. Y puesto que mi socio aquí presente me ha insistido en posponer el festejo hasta haber finalizado el trabajo, les ofrezco este vino. No se dejen engañar por las apariencias, es de una cosecha exquisita – pocas cosas me habían costado y me costarían tanto como dirigirme a tales personajes sacados de un cuento de hadas con respeto y una sonrisa en mi rostro. Pero tenía que tragarme el orgullo si quería salir airoso de aquella situación. Y más importante aún, si quería llevarme los beneficios.
- Sí, ¿me podrías rellenar esto? – pregunté alzando el cartón a medio terminar. Nunca sabías cuando sería necesario un trago por amargo o acartonado que fuese. Quizás estaba abusando un poco de él justo antes de empezar un trabajo, aunque nunca antes me había dado demasiados problemas -. Cosas peores me he bebido – confesé indiferente ante el rostro entre el asco y la pena del hombre.
Finalmente Armando nos dijo que podíamos subir, ordenándome durante el proceso que apagase el cigarro. ¿Qué clase de persona osaba contratar a un adolescente y a un mendigo sin esperar que estos sucumbiesen a sus necesidades más básicas? En mi caso era el tabaco. En el caso de Jish y dada su juventud podía imaginarme perfectamente cuál era… No obstante, apagué el cigarro sobre la mesa, molesto no por el hecho de no poder fumar, sino por tener que recibir una orden como aquella. Ya podía valer la pena el contrato…
- Tanto lujo y riqueza solo para alimentar su ego… - musité al observar detenidamente la estancia. Acaricié sutilmente el mango de mi reliquia, recordándome a mí mismo que aquellos hombres eran parte del problema, sí, pero eliminarlos no era la solución.
Jish me sacó de mis cavilaciones internas recordándome por qué estaba allí y dándome unas pautas básicas sobre el procedimiento de nobles y personajes acaudalados. Y razón no le había faltado al darme tales indicaciones. Mi mayor protocolo social consistía en no comer con las manos desnudas por el qué dirán. Cosas de haberse criado entre nómadas.
- Mis más estimados caballeros. Si mal no tengo entendido es de buena fe y cortesía traer un licor a una reunión de tal importancia. Y puesto que mi socio aquí presente me ha insistido en posponer el festejo hasta haber finalizado el trabajo, les ofrezco este vino. No se dejen engañar por las apariencias, es de una cosecha exquisita – pocas cosas me habían costado y me costarían tanto como dirigirme a tales personajes sacados de un cuento de hadas con respeto y una sonrisa en mi rostro. Pero tenía que tragarme el orgullo si quería salir airoso de aquella situación. Y más importante aún, si quería llevarme los beneficios.
Sir William miraba con cierta desazón el cartón de vino que Dharkel le había dado. Sin embargo, dada que sus costumbres caballerescas le impedían rechazarlo, directamente bebió de él sin pensarlo.
-Vaya… -musitó William, apartándose con la manga las gotas de vino que le quedaban en su rostro–. Pues no está tan malo. Tiene unos ligeros matices afrutados y es muy refrescante. Dígame caballero, ¿dónde lo ha conseguido? –preguntó, agarrando al fantasmón por el hombro y llevándolo a la mesa con brusquedad.
Mientras tanto, a pocos metros de él. Jish se encontraba encendido, su rostro estaba de una tonalidad rojiza y resoplaba cada dos segundos exactos. Con la mirada ojeaba todo el bebercio que había a su alrededor, pero no se atrevía a coger ninguna.
-Le apetece una cerveza o algún otro refrigerio –le ofreció Sir Robert, que estaba intentando evitar reírse en la cara del muchacho–. Porque es bien sabido que las comidas de la señora Ruperta son bien calientes –al fin mostró una sonrisa.
Sin saber cómo ni por qué, acabasteis bebiendo y comiendo hasta altas horas de la madrugada. La casa fue llenándose de mujeres de buen ver, okamas que le ponían ojitos a Dharkel y más y más alcohol. Pese a lo que veníais hacer en un principio, bebisteis todo el alcohol que os cabía en el cuerpo, e incluso probasteis cierta sustancia en pipa que os hizo entrar en un trance de alegría y desasosiego. Desvelasteis vuestros verdaderos nombres y pasadas las tres de la madrugada ya no recordáis nada.
Se hizo de día y despertasteis en un carromato, uno junto al otro. ¿Qué pasó? Solo lo sabéis vosotros. No, espera, que no lo recordáis… Una pena, ¿verdad?
Dharkel está vestido con una armadura, como si fuera un caballero. Le han peinado y arreglado la barba, además de que tiene un gran dolor de cabeza. Junto a él se encuentra Jish, aunque eso el vagabundo no lo sabe, ya que sin saber como ahora su compañero es una mujer. Sí, una preciosa damisela de cabellos negros como el azabache, cintura delgada, pero con caderas anchas, y unas dos buenas protuberancias que son incapaces de cubrirse con una mano. ¿Qué habrá pasado? Vais de camino al castillo y cada uno de vosotros tiene un trozo de pergamino con algo escrito.
-Vaya… -musitó William, apartándose con la manga las gotas de vino que le quedaban en su rostro–. Pues no está tan malo. Tiene unos ligeros matices afrutados y es muy refrescante. Dígame caballero, ¿dónde lo ha conseguido? –preguntó, agarrando al fantasmón por el hombro y llevándolo a la mesa con brusquedad.
Mientras tanto, a pocos metros de él. Jish se encontraba encendido, su rostro estaba de una tonalidad rojiza y resoplaba cada dos segundos exactos. Con la mirada ojeaba todo el bebercio que había a su alrededor, pero no se atrevía a coger ninguna.
-Le apetece una cerveza o algún otro refrigerio –le ofreció Sir Robert, que estaba intentando evitar reírse en la cara del muchacho–. Porque es bien sabido que las comidas de la señora Ruperta son bien calientes –al fin mostró una sonrisa.
Sin saber cómo ni por qué, acabasteis bebiendo y comiendo hasta altas horas de la madrugada. La casa fue llenándose de mujeres de buen ver, okamas que le ponían ojitos a Dharkel y más y más alcohol. Pese a lo que veníais hacer en un principio, bebisteis todo el alcohol que os cabía en el cuerpo, e incluso probasteis cierta sustancia en pipa que os hizo entrar en un trance de alegría y desasosiego. Desvelasteis vuestros verdaderos nombres y pasadas las tres de la madrugada ya no recordáis nada.
Se hizo de día y despertasteis en un carromato, uno junto al otro. ¿Qué pasó? Solo lo sabéis vosotros. No, espera, que no lo recordáis… Una pena, ¿verdad?
Dharkel está vestido con una armadura, como si fuera un caballero. Le han peinado y arreglado la barba, además de que tiene un gran dolor de cabeza. Junto a él se encuentra Jish, aunque eso el vagabundo no lo sabe, ya que sin saber como ahora su compañero es una mujer. Sí, una preciosa damisela de cabellos negros como el azabache, cintura delgada, pero con caderas anchas, y unas dos buenas protuberancias que son incapaces de cubrirse con una mano. ¿Qué habrá pasado? Vais de camino al castillo y cada uno de vosotros tiene un trozo de pergamino con algo escrito.
- Anotación:
- Ya sabéis en qué consiste el plan. Tenéis hasta la media noche del día de la primera luna llena para encontrar las riquezas reales. Tened cuidado y no confiéis en nadie.
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- Mierda… - dije casi en un susurro. Lo último que recordaba fue haber probado alguna sustancia en una pipa, después de eso… nada. Nunca antes me había pasado previamente en un trabajo, no que recordase. Si Jish preguntaba tan solo debía darle largas y respuestas ambiguas. Estaba en juego mi orgullo como mendigo y no podía permitirme el lujo de que aquel “crío” tuviese razón. Me incorporé lenta y dificultosamente, llevándome una mano a la cabeza, como si aquel gesto fuese a reducir el dolor.
- ¿Pero qué cojones? – algún gracioso me había despojado de mis preciados bienes. Me había llevado años pulir la capa con diversos líquidos y mugre para conseguir el nauseabundo aspecto deseado. Y por si aquello no fuera suficiente, me habían equipado con una pesada armadura que limitaba exponencialmente mis movimientos.
Junto a mí se encontraba una hermosa y exuberante mujer, o al menos eso creía ya que no podía verle la cara. Unos mechones de pelo azabache inundaban su rostro. “Una pena no recordar nada…” – dije para mis adentros. La noche parecía que se había dado mejor de lo que pensaba. Finalmente me puse en pie y rebusqué en el carromato mi preciada katana. Tras encontrarla le di un par de patadas en la pierna a la mujer.
- Eh tú, me debes veinte mil berries. Mis servicios no son gratuitos – dije cuando se despertó.
Tras las aclaraciones de quién afirmaba ser mi compañero de fechorías y timos varios comenzamos a caminar hacia el castillo. El trozo de pergamino que había encontrado sobre mi cuerpo tampoco ayudaba demasiado… ¿Cuál era exactamente el plan? De hecho, ¿había algún plan? ¿Cuándo era la primera luna llena? ¿Nos habían visto cara de hombres lobo? O pero aún, ¿de astrólogos? Tampoco podía preguntarle a ¿Jisha? ¿Sería ese el nombre femenino para Jish?
- Ayúdame a quitarme esta mierda – dije haciendo un alto en el camino -. No te puedes hacer una idea de lo incómodo que es.
- ¿Pero qué cojones? – algún gracioso me había despojado de mis preciados bienes. Me había llevado años pulir la capa con diversos líquidos y mugre para conseguir el nauseabundo aspecto deseado. Y por si aquello no fuera suficiente, me habían equipado con una pesada armadura que limitaba exponencialmente mis movimientos.
Junto a mí se encontraba una hermosa y exuberante mujer, o al menos eso creía ya que no podía verle la cara. Unos mechones de pelo azabache inundaban su rostro. “Una pena no recordar nada…” – dije para mis adentros. La noche parecía que se había dado mejor de lo que pensaba. Finalmente me puse en pie y rebusqué en el carromato mi preciada katana. Tras encontrarla le di un par de patadas en la pierna a la mujer.
- Eh tú, me debes veinte mil berries. Mis servicios no son gratuitos – dije cuando se despertó.
Tras las aclaraciones de quién afirmaba ser mi compañero de fechorías y timos varios comenzamos a caminar hacia el castillo. El trozo de pergamino que había encontrado sobre mi cuerpo tampoco ayudaba demasiado… ¿Cuál era exactamente el plan? De hecho, ¿había algún plan? ¿Cuándo era la primera luna llena? ¿Nos habían visto cara de hombres lobo? O pero aún, ¿de astrólogos? Tampoco podía preguntarle a ¿Jisha? ¿Sería ese el nombre femenino para Jish?
- Ayúdame a quitarme esta mierda – dije haciendo un alto en el camino -. No te puedes hacer una idea de lo incómodo que es.
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El intenso dolor de cabeza acabó por despertarme. Abrí los ojos de manera lenta adaptándome a la claridad que se filtraba a través de las cortinas del carromato. Con la mirada fija en el techo de madera, traté de recordar donde demonios estaba. Porque si de algo estaba seguro es de que no había pasado la noche allí. Volví el rostro a un lado y a otro mirando a través de las pequeñas ventanas, con la seguridad de que no me encontraba cerca del edificio donde había pasado la noche.
Entonces… ¿Dónde diablos estaba? Me pregunté incorporándome sobre el asiento barriendo los alrededores con la mirada. Al dolor de cabeza había que añadirle una angustiosa sed. ¿Tenía resaca? Me pasé la lengua por los labios e intenté recordar una vez más como había acabado en aquel carromato. O si había algo que me aclarara la situación. Un par de botellas vacías y sendas copas sobre la superficie de madera parecían ser la pista más fiable que tenía, por ahora.
Recibí entonces una patada en la espinilla que me saco de mis cavilaciones. Uno de esos estúpidos caballeros embuditos en acero también estaba en el interior del carro. Traté de detener sus siguientes patadas con mis propias piernas mientras trataba de devolverle alguna forcejeando, aunque de un modo un tanto lamentable.
- ¿Dharkel? – pregunté con cierta desconfianza, en un tono que me sorprendió a mí mismo. La verdad es que iba hecho un pincel, de no ser por aquella ridícula armadura pasaría por un tipo de lo más honrado – Veinte mil patadas te voy a dar como no apartes esas pezuñas de mí ¿Qué pasa? – pregunté confuso.
Fruncí el ceño. Prácticamente me abalancé sobre él, forcejeando hasta conseguí arrebatarle su estúpido estuche de ganzúas. Revolví impunemente su contenido hasta sacar un pequeño espejo de acero. En su reflejo me encontré con un rostro femenino. Una mujer morena, de mirada insegura, rostro de trazos finos, labios carnosos y mentón redondo.
- ¡¿Qué coño es esta mierda?! – grité, dejando caer el espejo al suelo. Baje la vista hacia abajo, iba entallado en un estrecho y anticuado vestido largo en un tono burdeos que dejaba poca imaginación a mi silueta. Joder, tenía un cuerpo esculpido sin duda por el mismísimo diablo.
En otras circunstancias podía haber sido gracioso, incluso dentro de lo malo debería de agradecer el haber sido transformado en una mujerzuela y no en una cincuentona como por naturaleza me correspondía. Sin embargo, no tenía ninguna garantía de que aquel cambio fuera reversible.
- Yo no recuerdo haber pactado esto ¡Cómo haya sido cosa tuya te la cargas! – dije entre dientes, notablemente irritado mientras comenzaba a deshacerme de algo de ropa.
En apenas unos minutos ya me las había ingeniado para deshacerme de un corset, realizar un pequeño corte en la falda del vestido y para arrancar los tacones de los zapatos. La ropa me quedaba demasiada ceñida, en parte por culpa de aquellas tetazas que apenas ni me dejaban verme los pies ¿Pretendían que robará aquellas reliquias o que dejará bizca a media corte?
- ¡Eh él de ahí fuera! Sé que nos oyes, los carros no se conducen solos ¡o nos dices que está pasando aquí o te sacamos las palabras a ostias! – grité cual pescadera mientras coceaba la parte delantera del carromato.
Entonces… ¿Dónde diablos estaba? Me pregunté incorporándome sobre el asiento barriendo los alrededores con la mirada. Al dolor de cabeza había que añadirle una angustiosa sed. ¿Tenía resaca? Me pasé la lengua por los labios e intenté recordar una vez más como había acabado en aquel carromato. O si había algo que me aclarara la situación. Un par de botellas vacías y sendas copas sobre la superficie de madera parecían ser la pista más fiable que tenía, por ahora.
Recibí entonces una patada en la espinilla que me saco de mis cavilaciones. Uno de esos estúpidos caballeros embuditos en acero también estaba en el interior del carro. Traté de detener sus siguientes patadas con mis propias piernas mientras trataba de devolverle alguna forcejeando, aunque de un modo un tanto lamentable.
- ¿Dharkel? – pregunté con cierta desconfianza, en un tono que me sorprendió a mí mismo. La verdad es que iba hecho un pincel, de no ser por aquella ridícula armadura pasaría por un tipo de lo más honrado – Veinte mil patadas te voy a dar como no apartes esas pezuñas de mí ¿Qué pasa? – pregunté confuso.
Fruncí el ceño. Prácticamente me abalancé sobre él, forcejeando hasta conseguí arrebatarle su estúpido estuche de ganzúas. Revolví impunemente su contenido hasta sacar un pequeño espejo de acero. En su reflejo me encontré con un rostro femenino. Una mujer morena, de mirada insegura, rostro de trazos finos, labios carnosos y mentón redondo.
- ¡¿Qué coño es esta mierda?! – grité, dejando caer el espejo al suelo. Baje la vista hacia abajo, iba entallado en un estrecho y anticuado vestido largo en un tono burdeos que dejaba poca imaginación a mi silueta. Joder, tenía un cuerpo esculpido sin duda por el mismísimo diablo.
En otras circunstancias podía haber sido gracioso, incluso dentro de lo malo debería de agradecer el haber sido transformado en una mujerzuela y no en una cincuentona como por naturaleza me correspondía. Sin embargo, no tenía ninguna garantía de que aquel cambio fuera reversible.
- Yo no recuerdo haber pactado esto ¡Cómo haya sido cosa tuya te la cargas! – dije entre dientes, notablemente irritado mientras comenzaba a deshacerme de algo de ropa.
En apenas unos minutos ya me las había ingeniado para deshacerme de un corset, realizar un pequeño corte en la falda del vestido y para arrancar los tacones de los zapatos. La ropa me quedaba demasiada ceñida, en parte por culpa de aquellas tetazas que apenas ni me dejaban verme los pies ¿Pretendían que robará aquellas reliquias o que dejará bizca a media corte?
- ¡Eh él de ahí fuera! Sé que nos oyes, los carros no se conducen solos ¡o nos dices que está pasando aquí o te sacamos las palabras a ostias! – grité cual pescadera mientras coceaba la parte delantera del carromato.
Apenas tuvisteis tiempo para hablar cuando el carromato paró de golpe. Escucháis unas voces y algo parecido a una extraña contraseña en clave, compuesta por dos frases hechas. “Donde fueres” fue la primera frase, “haz lo que vieres” fue la contestación. Tras eso, el carromato volvió a andar. Este trayecto fue más corte, parando tras dos minutos. Una vez dentro una voz os dice que bajéis. ¿Qué haréis? ¿Bajaréis de buenas? ¿La liaréis un poco? Quien sabe, solo vosotros podéis saberlo. Aunque tenéis muchas preguntas sin respuesta, creo que lo convenientes es ir con buen pie.
Una vez habéis bajado del carro, unos soldados os llevan hacia el castillo. Era un castillo enorme, hecho de piedra oscura, y reforzado con sillares. Su interior aún era más imponente, en todas las salas había estatuas, obras de artes de incalculable valor, joyas, armas… el sueño de todo ladrón, ¿verdad? Llegáis a la sala principal, donde en una mesa octogonal hay ocho caballeros reunidos, dos de ellos los conocéis muy bien, se tratan de sir William y Sir Robert, el primero os asiente con la cabeza, indicándoos que todo va a la perfección, mientras que el segundo os dice algo con los labios, pero no lográis entenderlo. Os acercáis a pasos lentos hacia el trono, donde está el rey. Su cara os suena de algo, ¿pero de qué?
-Así que vuestras mercedes sois mi nuevo protector y la protectora de mi primogénita… -comentó, observándoos a ambos con detenimiento.
Fue aquí cuando los dos os separáis. Jish se va a la habitación de la princesa. Ésta era una habitación que desentonaba con el resto del castillo, pues tenía tecnología. La princesa era una mujer de mundo, la cual había estado en una decena de islas y se había alimentado de las culturas de otros reinos. Su alcoba estaba completamente decorada de color rosa e imágenes de gatitos. Tenía un ordenador, pero no había internet. Había una radio, muchos libros y dos camas, una de matrimonio –lógicamente la de la princesa-, y otra individual –en la que dormirá Jish-. Nada más entrar, la joven heredera, cuya edad podía rozar la veintena, se acerca a Jish y le da un beso en los labios, metiendo la lengua hasta su garganta. Era una joven algo liberal. Físicamente era de cabellos anaranjados, poco pecho, pero con unas caderas anchas e insinuantes. Sus ojos eran de tonalidad verdosa con pequeños matices azules, y su rostro estaba repleto de pequeñas pequitas.
Mientras tanto, el rey ordenó a todos sus soldados irse de la sala, pues tenía que hablar con Dharkel. Después de hacerlo, el silencio ocupó toda la habitación. Una ventana estaba abierta y el sonido de las cortinas meciéndose con el viento podía escucharse. Aquella sala era muy lujosa, tenía dos grandes trípticos y una vitrina con una preciosa espada con joyas incrustadas. Tras eso, el rey se levantó y se aproximó al vagabundo.
-Así estás más mono, vagabundito –le dijo, pasando su dedo índice desde su nariz hasta su barbilla–. Me ha costado encontrarte y traerte, pero merecerá la pena –guiñó un ojo al pobre Dharkel, que no sabía donde irse.
Una vez habéis bajado del carro, unos soldados os llevan hacia el castillo. Era un castillo enorme, hecho de piedra oscura, y reforzado con sillares. Su interior aún era más imponente, en todas las salas había estatuas, obras de artes de incalculable valor, joyas, armas… el sueño de todo ladrón, ¿verdad? Llegáis a la sala principal, donde en una mesa octogonal hay ocho caballeros reunidos, dos de ellos los conocéis muy bien, se tratan de sir William y Sir Robert, el primero os asiente con la cabeza, indicándoos que todo va a la perfección, mientras que el segundo os dice algo con los labios, pero no lográis entenderlo. Os acercáis a pasos lentos hacia el trono, donde está el rey. Su cara os suena de algo, ¿pero de qué?
-Así que vuestras mercedes sois mi nuevo protector y la protectora de mi primogénita… -comentó, observándoos a ambos con detenimiento.
Fue aquí cuando los dos os separáis. Jish se va a la habitación de la princesa. Ésta era una habitación que desentonaba con el resto del castillo, pues tenía tecnología. La princesa era una mujer de mundo, la cual había estado en una decena de islas y se había alimentado de las culturas de otros reinos. Su alcoba estaba completamente decorada de color rosa e imágenes de gatitos. Tenía un ordenador, pero no había internet. Había una radio, muchos libros y dos camas, una de matrimonio –lógicamente la de la princesa-, y otra individual –en la que dormirá Jish-. Nada más entrar, la joven heredera, cuya edad podía rozar la veintena, se acerca a Jish y le da un beso en los labios, metiendo la lengua hasta su garganta. Era una joven algo liberal. Físicamente era de cabellos anaranjados, poco pecho, pero con unas caderas anchas e insinuantes. Sus ojos eran de tonalidad verdosa con pequeños matices azules, y su rostro estaba repleto de pequeñas pequitas.
Mientras tanto, el rey ordenó a todos sus soldados irse de la sala, pues tenía que hablar con Dharkel. Después de hacerlo, el silencio ocupó toda la habitación. Una ventana estaba abierta y el sonido de las cortinas meciéndose con el viento podía escucharse. Aquella sala era muy lujosa, tenía dos grandes trípticos y una vitrina con una preciosa espada con joyas incrustadas. Tras eso, el rey se levantó y se aproximó al vagabundo.
-Así estás más mono, vagabundito –le dijo, pasando su dedo índice desde su nariz hasta su barbilla–. Me ha costado encontrarte y traerte, pero merecerá la pena –guiñó un ojo al pobre Dharkel, que no sabía donde irse.
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Jisha, como había decidido llamarle a partir de ahora, me ignoró completamente, centrándose en quitarse parte de la ropa. No podía negar que la visión que te tenía frente a mí no fuese agradable, mas el vocifero que llevó a cabo segundos después como si estuviese en un mercadillo vendiendo bragas mató toda la sexualidad que sus nuevas dotes le habían otorgado. Algo que por otra parte agradecía. No podía distraerme con nimiedades cuando ni si quiera sabía a donde nos estaban llevando. Bien podría ser al castillo o a la prisión. Recogí las pertenencias que Jisha me había sustraído sin ningún tipo de delicadeza y las volví a colocar en su sitio, esperando que se tranquilizase.
“Donde fueres… haz lo que vieres…” – repetí para mis adentros. El que había elegido aquel código de comunicación debía ser un genio. ¿Cómo se le había podido ocurrir algo tan complejo y elaborado? Se me escapaba al entendimiento. Apenas un par de minutos más tarde el carromato volvió a parar, solicitando que bajásemos.
- Hora de empezar el espectáculo - le comenté a mi compañera. Abrí la puerta y me erguí orgulloso como si fuese realmente un caballero noble y de alta alcurnia, tendiéndole una mano a Jisha para ayudarle a bajar -. Perdonad la apariencia de mi señora, ha sido una mañana difícil. Sufrimos un intento de secuestro a la luz del alba – finalicé poniendo la primera excusa que se me vino a la mente. Cutre sí, ¿pero de qué otra forma podría explicar el destrozo que le había hecho a su vestimenta? Parecía más una ramera que una dama con clase.
Unos soldados nos custodiaron hasta el interior de la fortificación, mirando de reojo a la mujer. Lo iba a tener difícil para pasar desapercibido. Una vez en el interior, como era de esperarse, las desorbitantes decoraciones aparecían en todas las esquinas. Mientras me cuestionaba el dineral que podría hacer con todas ellas, llegamos hasta la que parecía ser la sala principal donde estaban reunidos una serie de caballeros. Entre ellos nuestros contratistas, los cuales no se cortaron un pelo en asentir y en mover los labios con un mensaje oculto. Fruncí el ceño levemente, sin entender una sola palabra.
- ¿Te has enterado de algo? – le susurré a Jisha.
Continuamos caminando hasta el trono donde se encontraba el rey, futura víctima de nuestros engaños. El mismo escalofrío que noté al dejar la taberna la noche anterior volvió a recorrer mi espalda, poniéndome en tensión. Su cara me resultaba sospechosamente familiar. La estudié con detenimiento hasta que mis ojos se abrieron de golpe. No, no podía ser. Me negaba desde lo más profundo de mi alma. Probablemente seguiría borracho o tendría la percepción alterada a causa de las sustancias que me hicieron perder la memoria. ¿Qué motivos tendría un rey para trasnochar en una taberna de mala muerte?
Jisha no tardó en dejarme solo, a merced de aquel… ¿okama medieval? Y por si aquella situación no fuese lo suficientemente estresante, el monarca ordenó despejar la sala, quedándonos solos y llamándole “vagabundito” mientras pasaba su dedo por mí rostro. Sí, estaba claro. Mis sospechas no estaban causadas por ningún factor externo. El pánico me paralizó durante unos segundos, como si hubiese recibido el toque de la muerte.
- El disfraz tiene un sobrecoste, señor – me atreví a decir finalmente. Nunca antes había colado lo de las tarifas y nunca esperaba que colasen, pero si tenía que hacerlo por el bien de la misión… podían darle por dónde él quería a la misión. A menos que el precio fuese justo, claro. Miré furtivamente la espada con joyas incrustadas. Antes o después tendría que agenciármela y si era “legalmente”, mejor -. Debido a la naturaleza de la situación me temo que el precio ha subido. Una espada con joyas incrustadas como la de esa exposición pagarían todos mis servicios, señor - tan solo esperaba no despertar su furia con mi atrevimiento, pues no me convenía tener a toda la isla a mis espaldas cuando llegase el momento de emprender la huida. De todas formas, ¿qué esperaba de un mendigo? Bastante me estaba costando mantener el papel de persona de bien.
“Donde fueres… haz lo que vieres…” – repetí para mis adentros. El que había elegido aquel código de comunicación debía ser un genio. ¿Cómo se le había podido ocurrir algo tan complejo y elaborado? Se me escapaba al entendimiento. Apenas un par de minutos más tarde el carromato volvió a parar, solicitando que bajásemos.
- Hora de empezar el espectáculo - le comenté a mi compañera. Abrí la puerta y me erguí orgulloso como si fuese realmente un caballero noble y de alta alcurnia, tendiéndole una mano a Jisha para ayudarle a bajar -. Perdonad la apariencia de mi señora, ha sido una mañana difícil. Sufrimos un intento de secuestro a la luz del alba – finalicé poniendo la primera excusa que se me vino a la mente. Cutre sí, ¿pero de qué otra forma podría explicar el destrozo que le había hecho a su vestimenta? Parecía más una ramera que una dama con clase.
Unos soldados nos custodiaron hasta el interior de la fortificación, mirando de reojo a la mujer. Lo iba a tener difícil para pasar desapercibido. Una vez en el interior, como era de esperarse, las desorbitantes decoraciones aparecían en todas las esquinas. Mientras me cuestionaba el dineral que podría hacer con todas ellas, llegamos hasta la que parecía ser la sala principal donde estaban reunidos una serie de caballeros. Entre ellos nuestros contratistas, los cuales no se cortaron un pelo en asentir y en mover los labios con un mensaje oculto. Fruncí el ceño levemente, sin entender una sola palabra.
- ¿Te has enterado de algo? – le susurré a Jisha.
Continuamos caminando hasta el trono donde se encontraba el rey, futura víctima de nuestros engaños. El mismo escalofrío que noté al dejar la taberna la noche anterior volvió a recorrer mi espalda, poniéndome en tensión. Su cara me resultaba sospechosamente familiar. La estudié con detenimiento hasta que mis ojos se abrieron de golpe. No, no podía ser. Me negaba desde lo más profundo de mi alma. Probablemente seguiría borracho o tendría la percepción alterada a causa de las sustancias que me hicieron perder la memoria. ¿Qué motivos tendría un rey para trasnochar en una taberna de mala muerte?
Jisha no tardó en dejarme solo, a merced de aquel… ¿okama medieval? Y por si aquella situación no fuese lo suficientemente estresante, el monarca ordenó despejar la sala, quedándonos solos y llamándole “vagabundito” mientras pasaba su dedo por mí rostro. Sí, estaba claro. Mis sospechas no estaban causadas por ningún factor externo. El pánico me paralizó durante unos segundos, como si hubiese recibido el toque de la muerte.
- El disfraz tiene un sobrecoste, señor – me atreví a decir finalmente. Nunca antes había colado lo de las tarifas y nunca esperaba que colasen, pero si tenía que hacerlo por el bien de la misión… podían darle por dónde él quería a la misión. A menos que el precio fuese justo, claro. Miré furtivamente la espada con joyas incrustadas. Antes o después tendría que agenciármela y si era “legalmente”, mejor -. Debido a la naturaleza de la situación me temo que el precio ha subido. Una espada con joyas incrustadas como la de esa exposición pagarían todos mis servicios, señor - tan solo esperaba no despertar su furia con mi atrevimiento, pues no me convenía tener a toda la isla a mis espaldas cuando llegase el momento de emprender la huida. De todas formas, ¿qué esperaba de un mendigo? Bastante me estaba costando mantener el papel de persona de bien.
Jish
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No hubo respuesta de ningún tipo, supuse entonces que el cochero no estaba metido en el ajo. Craso error por mi parte, aunque me costaba demasiado imaginarme a un vulgar conductor de carros involucrándose en intrigas palaciegas. Me senté correctamente en el asiento y traté de mantener la calma.
Tras la pausa, el carro continuo inalterable su camino. No había que ser ningún genio para saber que la parada y la contraseña estaban relacionadas con la entrada en el perímetro del castillo. Al menos era un alivio saber que no nos teníamos que colar por las bravas a plena luz del día, aunque hasta el momento el plan que esos dos petimetres acorazados habían elaborado para nosotros me generaba cada vez más y más dudas.
Pasados unos segundos el carro se detuvo una segunda vez. Dharkel fue el primero en bajar, esperé un instante antes de hacer lo propio por si se trataba de algún tipo de trampa.
- ¿Qué crees que haces? – lo miré perplejo. Me estaba tendiendo la mano para bajar del carromato. Ni tullido había aceptado una ayuda semejante, aquella vez no iba a ser diferente.
Bajé con fingida elegancia del carruaje, ignorando la ayuda del hombre de hojalata que tenía por compañero. Frente a nosotros se hallaba el imponente castillo de la realeza de Skyros, unos guardias acudieron a nuestro encuentro y sin apenas mediar palabra nos condujeron al interior del mismo.
A cada paso que me internaba en aquel lugar sentía como poco a poco se coartaba mi libertad, detestaba aquella sensación de encierro. Al principio intentaba de memorizar el camino, por si en un futuro me fuera necesario, pero al cabo de un par de giros por aquellas sobrecargadas salas comencé a dejarme guiar sin más. No estaba muy predispuesto a rebanarme los sesos trazando y memorizando un plano del lugar con semejante resaca.
No nos detuvimos hasta alcanzar el centro de una gran estancia, donde permanecimos expectantes mientras los guardias se retiraban de nuevo hacia la entrada. Una enorme mesa octogonal se erigía en el corazón de la misma, junto a ella cerca de media docena de caballeros enlatados cacareaban sobre sus nobles asuntos. Entre ellos nuestros ya conocidos benefactores, Sir William y Sir Robert.
- Ignora a esos dos, se acabó la pantomima – susurré a mi compañero – Nuestro robo, nuestras reglas. Tu eres el ladrón, cumple con tu cometido y yo me encargaré de que podamos salir sin armar un escándalo.
Pasamos de largo aquella reunión de nobles y nos acercamos al trono. El rey, un tipo extraño con corona nos llamó ¿protectores? Aquello no tenía demasiado sentido para mí, por lo que me limité a seguirle la corriente al supuesto monarca.
Sin comerlo ni beberlo, acabé en una inquietante habitación rosa, casi tan inquietante como la cantidad de imágenes y posters de gatos que forraban las paredes. Instintivamente eché un pie hacia atrás para abandonar aquel lugar cuanto antes. Iluso de mí, creí que podría evitar la trampa con tan solo darme media vuelta…
La minúscula sección de mi subconsciente que se encargaba de pensar me despertó de aquel ensueño. Tuvo que hacerlo con golpes estridentes, ya que el resto de mi interior se negaba a abandonar esos labios sedosos e hipnotizadores que me reclamaban a cada instante, pero finalmente se impuso la razón y me separé de ella.
“¿Tan bajo estaba el listón?” – me pregunté aturdido a mí mismo.
Caminé hacia el alfeizar de la ventana ignorando a la joven aristócrata. Un hermoso mirlo común, de plumaje negro y pico amarillo, cantaba de forma sonora y armoniosa una pegadiza melodía. Con cuidado dejé que se posara en uno de mis dedos y con suma delicadeza lo mandé a freír espárragos mientras cerraba bruscamente la maldita ventana. Aquel ruido me estaba taladrando la cabeza.
- Niña te equivocas conmigo, no sé ni quién eres, pero yo no soy un juguete con el que pasar un buen rato. Cometes un error si crees que estoy domesticada como todos esos estirados de ahí fuera, o que voy a pasar las tardes peinándote mientras escucho tu muermo de vida. Créeme, tu familia no tiene dinero suficiente para pagar mis servicios – manifesté esbozando una sonrisa pícara.
No había una única cama, sino que había una segunda de apariencia más sencilla. Algún crujido soltó la de matrimonio cuando me deje caer en el colchón, sobre el mullido edredón, como un cuerpo muerto. Me dolían las piernas más que de costumbre, la espalda y la cadera. Lo achaqué al hecho de haber dormido de cualquier manera y al agotamiento de tanto tiempo en aquel maldito carromato.
Había en aquella mujer una naturalidad que yo nunca había visto en alguien de su estatus social y que desde luego era bastante diferente a la mojigata que había imaginado que me encontraría. Eso cambiaba mis planes por completo, pero si había logrado embaucar a un demonio aquella chica no debería suponer ningún reto.
- Mi nombre es Jishalynn Suheir, una mujer temeraria, bufona de la artimaña y astuta diablesa del mar – rebelé lleno de orgullo – Así es, estás hablando con una pirata de la peor calaña que te puedas imaginar. Pero si hay algo que me define por encima de cualquier otra cosa es que soy una conseguidora, me dedico a convertir lo imposible en real ¿De qué otra forma crees que he acabado en tu habitación?
Era un poco pretencioso atribuirme el mérito de haber acabado en su habitación, pero teniendo en cuenta la presentación… aquella teoría cobraba cierto sentido. Retocé durante unos instantes en aquella cómoda cama. De buena gana me quedaría ahí tumbado sin mover ni un dedo, esperando a que Dharkel hiciera todo el trabajo por mí, total… nadie tendría porque saber que mi participación había sido nula.
Quizá el Jish de hace un día habría obrado así, pero con la ambición renovada no había tiempo para vaguear. Me giré de lado en la cama y observé desafiante a la princesa.
- Y parece que hoy es tu día de suerte encanto, estoy aburrida y no tengo gran cosa que hacer hasta las doce – Aquella chica era la cuarta reliquia, mi tan ansiada llave de cabello rojizo para acceder por fin a la nobleza. Definitivamente no me quedaba más remedio que delegar en Dharkel para que robara el resto de reliquias – Ponme a prueba. Si yo, la Gran Jishalynn no consigo satisfacer todos tus deseos hasta la medianoche seré tu sirviente para siempre. Sin embargo, si por el contrario lo consigo… serás tu quien me conceda una petición ¿Qué me dices princesita? ¿Te atreves a darle una pincelada de color a tu vida?
Tras la pausa, el carro continuo inalterable su camino. No había que ser ningún genio para saber que la parada y la contraseña estaban relacionadas con la entrada en el perímetro del castillo. Al menos era un alivio saber que no nos teníamos que colar por las bravas a plena luz del día, aunque hasta el momento el plan que esos dos petimetres acorazados habían elaborado para nosotros me generaba cada vez más y más dudas.
Pasados unos segundos el carro se detuvo una segunda vez. Dharkel fue el primero en bajar, esperé un instante antes de hacer lo propio por si se trataba de algún tipo de trampa.
- ¿Qué crees que haces? – lo miré perplejo. Me estaba tendiendo la mano para bajar del carromato. Ni tullido había aceptado una ayuda semejante, aquella vez no iba a ser diferente.
Bajé con fingida elegancia del carruaje, ignorando la ayuda del hombre de hojalata que tenía por compañero. Frente a nosotros se hallaba el imponente castillo de la realeza de Skyros, unos guardias acudieron a nuestro encuentro y sin apenas mediar palabra nos condujeron al interior del mismo.
A cada paso que me internaba en aquel lugar sentía como poco a poco se coartaba mi libertad, detestaba aquella sensación de encierro. Al principio intentaba de memorizar el camino, por si en un futuro me fuera necesario, pero al cabo de un par de giros por aquellas sobrecargadas salas comencé a dejarme guiar sin más. No estaba muy predispuesto a rebanarme los sesos trazando y memorizando un plano del lugar con semejante resaca.
No nos detuvimos hasta alcanzar el centro de una gran estancia, donde permanecimos expectantes mientras los guardias se retiraban de nuevo hacia la entrada. Una enorme mesa octogonal se erigía en el corazón de la misma, junto a ella cerca de media docena de caballeros enlatados cacareaban sobre sus nobles asuntos. Entre ellos nuestros ya conocidos benefactores, Sir William y Sir Robert.
- Ignora a esos dos, se acabó la pantomima – susurré a mi compañero – Nuestro robo, nuestras reglas. Tu eres el ladrón, cumple con tu cometido y yo me encargaré de que podamos salir sin armar un escándalo.
Pasamos de largo aquella reunión de nobles y nos acercamos al trono. El rey, un tipo extraño con corona nos llamó ¿protectores? Aquello no tenía demasiado sentido para mí, por lo que me limité a seguirle la corriente al supuesto monarca.
Sin comerlo ni beberlo, acabé en una inquietante habitación rosa, casi tan inquietante como la cantidad de imágenes y posters de gatos que forraban las paredes. Instintivamente eché un pie hacia atrás para abandonar aquel lugar cuanto antes. Iluso de mí, creí que podría evitar la trampa con tan solo darme media vuelta…
La minúscula sección de mi subconsciente que se encargaba de pensar me despertó de aquel ensueño. Tuvo que hacerlo con golpes estridentes, ya que el resto de mi interior se negaba a abandonar esos labios sedosos e hipnotizadores que me reclamaban a cada instante, pero finalmente se impuso la razón y me separé de ella.
“¿Tan bajo estaba el listón?” – me pregunté aturdido a mí mismo.
Caminé hacia el alfeizar de la ventana ignorando a la joven aristócrata. Un hermoso mirlo común, de plumaje negro y pico amarillo, cantaba de forma sonora y armoniosa una pegadiza melodía. Con cuidado dejé que se posara en uno de mis dedos y con suma delicadeza lo mandé a freír espárragos mientras cerraba bruscamente la maldita ventana. Aquel ruido me estaba taladrando la cabeza.
- Niña te equivocas conmigo, no sé ni quién eres, pero yo no soy un juguete con el que pasar un buen rato. Cometes un error si crees que estoy domesticada como todos esos estirados de ahí fuera, o que voy a pasar las tardes peinándote mientras escucho tu muermo de vida. Créeme, tu familia no tiene dinero suficiente para pagar mis servicios – manifesté esbozando una sonrisa pícara.
No había una única cama, sino que había una segunda de apariencia más sencilla. Algún crujido soltó la de matrimonio cuando me deje caer en el colchón, sobre el mullido edredón, como un cuerpo muerto. Me dolían las piernas más que de costumbre, la espalda y la cadera. Lo achaqué al hecho de haber dormido de cualquier manera y al agotamiento de tanto tiempo en aquel maldito carromato.
Había en aquella mujer una naturalidad que yo nunca había visto en alguien de su estatus social y que desde luego era bastante diferente a la mojigata que había imaginado que me encontraría. Eso cambiaba mis planes por completo, pero si había logrado embaucar a un demonio aquella chica no debería suponer ningún reto.
- Mi nombre es Jishalynn Suheir, una mujer temeraria, bufona de la artimaña y astuta diablesa del mar – rebelé lleno de orgullo – Así es, estás hablando con una pirata de la peor calaña que te puedas imaginar. Pero si hay algo que me define por encima de cualquier otra cosa es que soy una conseguidora, me dedico a convertir lo imposible en real ¿De qué otra forma crees que he acabado en tu habitación?
Era un poco pretencioso atribuirme el mérito de haber acabado en su habitación, pero teniendo en cuenta la presentación… aquella teoría cobraba cierto sentido. Retocé durante unos instantes en aquella cómoda cama. De buena gana me quedaría ahí tumbado sin mover ni un dedo, esperando a que Dharkel hiciera todo el trabajo por mí, total… nadie tendría porque saber que mi participación había sido nula.
Quizá el Jish de hace un día habría obrado así, pero con la ambición renovada no había tiempo para vaguear. Me giré de lado en la cama y observé desafiante a la princesa.
- Y parece que hoy es tu día de suerte encanto, estoy aburrida y no tengo gran cosa que hacer hasta las doce – Aquella chica era la cuarta reliquia, mi tan ansiada llave de cabello rojizo para acceder por fin a la nobleza. Definitivamente no me quedaba más remedio que delegar en Dharkel para que robara el resto de reliquias – Ponme a prueba. Si yo, la Gran Jishalynn no consigo satisfacer todos tus deseos hasta la medianoche seré tu sirviente para siempre. Sin embargo, si por el contrario lo consigo… serás tu quien me conceda una petición ¿Qué me dices princesita? ¿Te atreves a darle una pincelada de color a tu vida?
- Para ambos:
- Tenéis completa libertad de movimiento para meter NPC’s o deambular por el castillo. Sin embargo, los NPC del rey y la princesa solo puedo manejarlos yo.
- Moderación de Dharkel:
-El dinero no es problema, mi caballero de la gran espada… -te dijo el rey, mientras se acercaba más y más a ti, al mismo tiempo que se mordía el labio y te miraba con ojos de cachorrito –Aunque has perdido encanto sin ese aire sucio y decrépito-.
La situación era muy incómoda, la más turbia de toda tu vida. El monarca únicamente buscaba tener un ligero contacto físico contigo por leve que fuera, aunque si eso iba a mayores dependía solo de ti-.
Pasada media hora, en la que estuvisteis solos en el salón sin nadie que os molestase, pegaron a la puerta y Sir William entró de golpe.
-Su majestad –dijo en voz alta-. Su presencia es requerida donde usted ya sabe. Es urgente.
El rey okama asintió.
-Luego nos vemos, moreno –te dijo en voz baja, guiñándote un ojo.
El rey se alejó de allí altivo y gallardo junto a William, dejándote solo en aquella estancia. ¿Qué haces? Te recuerdo que tienes una misión.
- Moderación de Jisha:
-¡Calla, meretriz! –alzó la voz la princesa, omitiendo todo lo que había dicho Jish-. Eres una simple concubina, aquí quien manda soy yo –sonrió, la cogió con fuerza y la empujó contra su cama. Te olió todo el cuerpo como una depravada –de abajo hacia arriba-, y te volvió a besar. Ahora pudiste notar un ligero sabor a licor.
Sin embargo, alguien tocó a la puerta. Rápidamente, recobrasteis la compostura y Sir Robert entró.
-Princesa, el rey requiere su presencia en la estancia noroeste –dijo, tras hacer una pequeña reverencia.
-Dame un minuto, Robert –le dijo la princesa, cambiando su tono de voz a uno más dulce y educado-. Espérame aquí, Jisha. No tardaré en volver.
Entonces te quedaste solo en aquella habitación. Los colores fuertes y rosados empezaban a marearte y hacerte sentir incómodo. Y tienes dos opciones: quedarte allí y esperar que vuelva la princesa o irte a inspeccionar el castillo. Te recuerdo que tienes una misión.
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“Bendito Sir William, noble caballero y salvador de pordioseros” – musité para mis adentros cuando irrumpió en la sala. Ambos compartieron unas palabras y se alejaron de la estancia. Me limpié el sudor frío que recorría mi frente y dediqué varios minutos a estudiar las obras de arte y las riquezas contenidas en los estantes, a buen recaudo de cualquiera que tuviese la suficiente mano larga y muy poco apego a su propia vida. La idea de coger algún souvenir me rondó la mente, pero no tardé en descartarla. Probablemente nunca se darían cuenta de que faltaba un pequeño objeto en tan absurda colección pero tenía una misión por delante y toda precaución era poca.
Tras comprobar que no hubiese ninguna presencia cercana mediante el haki del observador, pasé a un extraño estado* otorgado por la yurei yurei no mi y poco a poco, parte a parte, me fui deshaciendo de la molesta armadura, quedándome con apenas ropa encima. Acto seguido traté de esconderla tras el trono. Si mis cálculos eran correctos, que probablemente no lo serían, cuando lo descubriesen ya estaría disfrutando de unas merecidas “vacaciones” lejos de aquella isla. Y lo más importante de todo, lejos de aquel acosador.
Me llevé la mano a un bolsillo del pantalón con intención de liar un cigarro mientras meditaba mi siguiente movimiento, pero para mi sorpresa ni tenía bolsillos ni tenía pantalones, y mucho menos una brizna de tabaco que poder mascar. “Genial, una cosa más para mi currículum…” – pensé irónico. Jamás había tenido intención de ser un exhibicionista, pero el destino era caótico y nunca sabías cómo podías terminar. Deambulé por el castillo, perdido, en busca de alguna prenda que cubriese algo más que mi propia intimidad. Un par de jóvenes criadas pasaron junto a mí, una riéndose e intentando ocultarlo apartando la mirada y la otra aparentemente horrorizada.
- Tú te lo pierdes – le dije guiñándole un ojo. Su cara cambió drásticamente de horror a un asco más que notable. Me encogí de hombros y continué la búsqueda. No podía gustarle a todo el mundo y ya tenía a un monarca comiendo de mi mano. Podía darme por satisfecho.
Minutos más tarde, la pared en la que me apoyé para “descansar” y dejar reposar mi resacosa mente cedió dando una vuelta de ciento ochenta grados y dejándome en lo que parecía ser un estrecho corredor cuya única fuente de luz provenía de unos pequeños agujeros situados en la pared contraria. Curioso, me acerqué a uno de ellos. Uno de los mayores errores que cometí en mi corta existencia sin duda alguna. El espectáculo que apenas había visualizado fue demasiado bizarro incluso para mí y con toda seguridad esa misma noche tendría pesadillas con ello. Volví a presionar la pared en el mismo punto por el que había entrado para salir de aquel corredor. Mi opinión sobre la alta nobleza no hacía más que disminuir y si todos aquellos orificios daban a espectáculos semejantes, más me valía arrancarme los ojos y tratar de olvidarlo con alcohol. No tardé en concluir que debía buscar a Jisha y hacer que ella los otease. Quizá y sólo quizá uno de ellos daría a las reliquias.
*Forma híbrida.
Tras comprobar que no hubiese ninguna presencia cercana mediante el haki del observador, pasé a un extraño estado* otorgado por la yurei yurei no mi y poco a poco, parte a parte, me fui deshaciendo de la molesta armadura, quedándome con apenas ropa encima. Acto seguido traté de esconderla tras el trono. Si mis cálculos eran correctos, que probablemente no lo serían, cuando lo descubriesen ya estaría disfrutando de unas merecidas “vacaciones” lejos de aquella isla. Y lo más importante de todo, lejos de aquel acosador.
Me llevé la mano a un bolsillo del pantalón con intención de liar un cigarro mientras meditaba mi siguiente movimiento, pero para mi sorpresa ni tenía bolsillos ni tenía pantalones, y mucho menos una brizna de tabaco que poder mascar. “Genial, una cosa más para mi currículum…” – pensé irónico. Jamás había tenido intención de ser un exhibicionista, pero el destino era caótico y nunca sabías cómo podías terminar. Deambulé por el castillo, perdido, en busca de alguna prenda que cubriese algo más que mi propia intimidad. Un par de jóvenes criadas pasaron junto a mí, una riéndose e intentando ocultarlo apartando la mirada y la otra aparentemente horrorizada.
- Tú te lo pierdes – le dije guiñándole un ojo. Su cara cambió drásticamente de horror a un asco más que notable. Me encogí de hombros y continué la búsqueda. No podía gustarle a todo el mundo y ya tenía a un monarca comiendo de mi mano. Podía darme por satisfecho.
Minutos más tarde, la pared en la que me apoyé para “descansar” y dejar reposar mi resacosa mente cedió dando una vuelta de ciento ochenta grados y dejándome en lo que parecía ser un estrecho corredor cuya única fuente de luz provenía de unos pequeños agujeros situados en la pared contraria. Curioso, me acerqué a uno de ellos. Uno de los mayores errores que cometí en mi corta existencia sin duda alguna. El espectáculo que apenas había visualizado fue demasiado bizarro incluso para mí y con toda seguridad esa misma noche tendría pesadillas con ello. Volví a presionar la pared en el mismo punto por el que había entrado para salir de aquel corredor. Mi opinión sobre la alta nobleza no hacía más que disminuir y si todos aquellos orificios daban a espectáculos semejantes, más me valía arrancarme los ojos y tratar de olvidarlo con alcohol. No tardé en concluir que debía buscar a Jisha y hacer que ella los otease. Quizá y sólo quizá uno de ellos daría a las reliquias.
*Forma híbrida.
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Deje que Sir Robert se llevara a la princesa sin tan siquiera molestarme en despedirme o preguntar. Aquella mocosa me había mandado callar ignorando mi actuación, hacía tiempo que nadie me ofendía tan gratuitamente. Pero al menos su ofensa me había dado algunos datos curiosos. Parecía que la princesita de Skyros no solo tenía el vicio coquetear con otras mujeres, sino que también coqueteaba con el bendito alcohol. Por una parte, me sentí aliviado ya que hasta aquel momento me había resultado imposible comprender las motivaciones de aquella muchacha. Pero una persona que ya desde por la mañana iba rebosando tanta “alegría” ... Aquello solo podía significar una cosa, problemas.
“Y donde hay problemas, hay oportunidades” – deduje.
Estaba tan acostumbrado a los muelles oxidados y chirriantes, de esos que se clavaban en la espalda, que tan siquiera amagué con levantarme de allí. Permanecí sobre aquella cama bocarriba durante unos instantes, contemplado obnubilado el dintel de aquel catre mientras esperaba a que la puerta se abriera. Sin embargo, pasaron los minutos y nadie llamó… Estaba solo en aquella habitación. Bostecé y terminé de acomodarme en el mullido colchón.
- Meretriz, lo que me faltaba por escuchar. Aunque me llamó Jisha… quizá no sea tan dura de oído como aparenta ¿Me atreveré a desobedecer? – me pregunté irónicamente, puesto que ya encontraba en el pasillo, fuera de la habitación.
Realmente no tenía ni la remota idea de por donde se nos permitía pulular a los siervos, por lo que asumí que lo mejor era evitar bajar a las plantas inferiores. Así que opté por buscar una ventana que diera a la fachada noroeste del castillo, aquella princesita no podía haber ido demasiado lejos. Comencé a abrir puertas de una en una, hasta que encontré una estancia con largas mesas cubiertas de pliegos de papel en blanco y aquellas extrañas plumas de ave que los viejos usaban para escribir. Era una especie de biblioteca, quizás en aquel lugar copiaban libros, ya que tal y como podía comprobar, muy pocos eran impresos. Al fondo de la cámara había un gran ventanal abierto al exterior, pensado probablemente para iluminar el trabajo de los copistas.
Me asomé por la ventana, no era un experto en orientación por lo que no tenia ni idea de a qué punto cardinal estaba orientada aquella fachada. Era una tercera planta. Unos pasos más allá estaba el muro que delimitaba el perímetro de la fortaleza y, justo tras este, la pendiente bajaba hasta una modesta villa. No había cornisa, camino sin salida.
- Tsk… Parece que voy a quedarme sin saber qué es lo que se cuece en esa reunión secreta.
Escuché unos pasos provenientes del pasillo. Sin tiempo para más, me impulsé con tres pasos largos, salté contra la pared y, apoyándome en ella con el pie derecho, volví a darme impulso para alcanzar con las manos una de las vigas descubiertas del techo. Levanté las piernas y me quedé abrazado al madero al abrigo de las sombras que reinaban en todos los altillos.
“Y donde hay problemas, hay oportunidades” – deduje.
Estaba tan acostumbrado a los muelles oxidados y chirriantes, de esos que se clavaban en la espalda, que tan siquiera amagué con levantarme de allí. Permanecí sobre aquella cama bocarriba durante unos instantes, contemplado obnubilado el dintel de aquel catre mientras esperaba a que la puerta se abriera. Sin embargo, pasaron los minutos y nadie llamó… Estaba solo en aquella habitación. Bostecé y terminé de acomodarme en el mullido colchón.
- Meretriz, lo que me faltaba por escuchar. Aunque me llamó Jisha… quizá no sea tan dura de oído como aparenta ¿Me atreveré a desobedecer? – me pregunté irónicamente, puesto que ya encontraba en el pasillo, fuera de la habitación.
Realmente no tenía ni la remota idea de por donde se nos permitía pulular a los siervos, por lo que asumí que lo mejor era evitar bajar a las plantas inferiores. Así que opté por buscar una ventana que diera a la fachada noroeste del castillo, aquella princesita no podía haber ido demasiado lejos. Comencé a abrir puertas de una en una, hasta que encontré una estancia con largas mesas cubiertas de pliegos de papel en blanco y aquellas extrañas plumas de ave que los viejos usaban para escribir. Era una especie de biblioteca, quizás en aquel lugar copiaban libros, ya que tal y como podía comprobar, muy pocos eran impresos. Al fondo de la cámara había un gran ventanal abierto al exterior, pensado probablemente para iluminar el trabajo de los copistas.
Me asomé por la ventana, no era un experto en orientación por lo que no tenia ni idea de a qué punto cardinal estaba orientada aquella fachada. Era una tercera planta. Unos pasos más allá estaba el muro que delimitaba el perímetro de la fortaleza y, justo tras este, la pendiente bajaba hasta una modesta villa. No había cornisa, camino sin salida.
- Tsk… Parece que voy a quedarme sin saber qué es lo que se cuece en esa reunión secreta.
Escuché unos pasos provenientes del pasillo. Sin tiempo para más, me impulsé con tres pasos largos, salté contra la pared y, apoyándome en ella con el pie derecho, volví a darme impulso para alcanzar con las manos una de las vigas descubiertas del techo. Levanté las piernas y me quedé abrazado al madero al abrigo de las sombras que reinaban en todos los altillos.
- Moderación de Dharkel:
- Tu camino por los lugares más recónditos del castillo te hizo ir hacia el ala más oeste del castillo, durante el camino pasaste por varias habitaciones distintas: una lavandería con ropa del servicio, un despacho repleto de pergaminos antiguos y una vitrina con botellas de un buen licor y una sala que estaba cerrada con llave, ¿te atreverías a entrar? Eso solo tú lo puedes saber, ¿no te come la curiosidad por dentro?
Después de aquello, hubieses entrado en la habitación cerrada y coger, o no, todo lo que podías guardarte donde pudieras, decidiste seguir caminando por el castillo. Pero de pronto, a la vuelta de la esquina, encuentras a Sir Willian y Sir Robert teniendo una conversación acalorada. No llegas a escuchar lo que están diciendo, ¿qué haces? ¿Pasas olímpicamente de ellos o intentas acercarte usando tus habilidades ocultas? Eso depende de ti.
- Moderación Jish:
- Te encuentras subido sobre la viga de madera de aquel lugar y no estás muy cómoda. Observas todo desde allí, como una multitud de copistas llegan y se ponen a trabajar. Las horas transcurren lentas tediosas y tu mirada se fija en los dos grandes cuadros que se encuentran en la pared más amplia de aquella sala y en la alfombra de color burdeos que cubre una única parte del piso. Transcurridas varias horas, en las que te dio tiempo, incluso, a dar un par de cabezadas ligeras, te caes al suelo. Por suerte, o quizás no, caes sobre la alfombra y notas como algo debajo se quiebra. En la sala ya no hay nadie, por si te lo preguntas. Miras por la ventana y está anocheciendo. ¿Qué es lo que haces? Te recuerdo que al princesita te está buscando para hacer maldades
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- ¡Por fin! – exclamé al encontrar la lavandería del servicio.
Cogí un par de prendas de uno de los carritos y tras olfatearlas confirmé que se trataba de ropa sucia. No obstante, no hice asco alguno y me las puse. No daban la misma grima que mi vieja y molida capa, pero podía hacer el apaño perfectamente. Todavía me faltaban por encontrar tres cosas vitales para el éxito de la misión: tabaco, mis harapos, donde quiera que estuviesen, y por último y lo menos importante, a Jishalynn la Verdulera del Mercadillo. Tan sólo esperaba que no se hubiese metido en problemas. Había demostrado una gran habilidad en los timos callejeros pero esto era una liga completamente diferente.
Durante mi búsqueda el azar me llevó hasta una pequeña sala repleta de pergaminos y bien abastecida de botellas. Me acerqué hasta la vitrina y así una de ellas. La abrí dejando que se airease unos minutos que dediqué a revisar los pergaminos por encima. Posteriormente olí el líquido de la botella y lo caté sin llegar a tragarme el contenido. No parecía ser veneno, no al menos uno común. Tenía un gusto afrutado y agrio. Miré hacia ambos lados, cerciorándome de que no hubiese nadie y le di un gran trago dejando que el licor bajase por mi gaznate sin apenas saborearlo.
Continué mi camino por los pasillos, sin saber exactamente hacia dónde me dirigía hasta que encontré una puerta de hierro, cerrada. Me llevé una mano a la barbilla e intenté acariciarme mi desaliñada barba mientras estudiaba la cerradura, pero para mi sorpresa también había desaparecido. Tan sólo les quedaba llevarse mi dignidad suponiendo que no la hubiese perdido hacía demasiadas lunas.
“No tienen que respetar ni a sus propias madres. ¿Cómo se atreven a meterse con un mendigo y su barba?” – concluí.
Incliné el codo vertiendo una vez más el néctar violeta de la botella en mi garganta y la posé en el suelo sin delicadeza alguna. Tras varios minutos de fracaso absoluto intentando forzar la cerradura y tras perder un par de ganzúas en el intento me di por vencido. Aquella bien podría ser la cámara del tesoro, aunque lo dudaba debido a que estaba a simple vista, y no me quedaba más remedio que utilizar la forma más poderosa de la yurei yurei. Nunca me había gustado el sentimiento de frío, de vacío, de perpetua soledad que sentía cada vez la usaba y aquella era una de las razones por las que siempre intentaba evitarlo.
Mis dedos y brazos se volvieron esqueléticos y negros, como si me hubiesen momificado. Mi rostro y torso se tornaron como unas sombras y mis extremidades inferiores simplemente desaparecieron sin dejar rastro. El uniforme de criado no tardó dar lugar a una grisácea y oscura capa hecha jirones. Por suerte, aquella terrorífica forma me permitía pasar desapercibido con relativa facilidad haciéndome invisible. Una vez dentro saqué mi huesudo brazo y agarré la botella. No podía permitirme fallar por tan absurdo fallo.
La sala contenía todo tipo de riquezas. Volviendo a la forma humana las estudié con detenimiento intentando averiguar si alguna de aquellas serían las reliquias que teníamos por objetivo. Si tan sólo recordase las conversaciones de la noche anterior… Guardé varios anillos y pequeños objetos relucientes en los bolsillos recordándome a mí mismo que aquello era un error, que debía centrarme en la misión y no en pequeñas baratijas. No obstante, la codicia y la visión de dinero fácil le ganaron la batalla a la razón. Una vez el saqueo estuvo completado salí de la misma forma que había entrado.
Al fondo de un corredor pude observar cómo nuestros contratistas discutían acaloradamente embutidos en sus molestas armaduras. Sería difícil apostar por alguno de los dos en el caso de que llegasen a las manos. Decidí acercarme a ellos. Si no había espías en las paredes quizás podrían refrescarme la memoria.
- ¡Ey, ey, ey! Relajaos y tomad un trago – dije cuando estuve a corta distancia de ellos, ofreciéndoles la botella - ¿Qué es lo que ocurre? Todavía tenemos tiempo de cumplir con nuestra parte, ¿no? Y sobre eso… si fueseis vos quienes estuvieseis en mi situación, ¿dónde y qué buscaríais exactamente? Mera curiosidad profesional – finalicé intentando hacerme el loco.
Cogí un par de prendas de uno de los carritos y tras olfatearlas confirmé que se trataba de ropa sucia. No obstante, no hice asco alguno y me las puse. No daban la misma grima que mi vieja y molida capa, pero podía hacer el apaño perfectamente. Todavía me faltaban por encontrar tres cosas vitales para el éxito de la misión: tabaco, mis harapos, donde quiera que estuviesen, y por último y lo menos importante, a Jishalynn la Verdulera del Mercadillo. Tan sólo esperaba que no se hubiese metido en problemas. Había demostrado una gran habilidad en los timos callejeros pero esto era una liga completamente diferente.
Durante mi búsqueda el azar me llevó hasta una pequeña sala repleta de pergaminos y bien abastecida de botellas. Me acerqué hasta la vitrina y así una de ellas. La abrí dejando que se airease unos minutos que dediqué a revisar los pergaminos por encima. Posteriormente olí el líquido de la botella y lo caté sin llegar a tragarme el contenido. No parecía ser veneno, no al menos uno común. Tenía un gusto afrutado y agrio. Miré hacia ambos lados, cerciorándome de que no hubiese nadie y le di un gran trago dejando que el licor bajase por mi gaznate sin apenas saborearlo.
Continué mi camino por los pasillos, sin saber exactamente hacia dónde me dirigía hasta que encontré una puerta de hierro, cerrada. Me llevé una mano a la barbilla e intenté acariciarme mi desaliñada barba mientras estudiaba la cerradura, pero para mi sorpresa también había desaparecido. Tan sólo les quedaba llevarse mi dignidad suponiendo que no la hubiese perdido hacía demasiadas lunas.
“No tienen que respetar ni a sus propias madres. ¿Cómo se atreven a meterse con un mendigo y su barba?” – concluí.
Incliné el codo vertiendo una vez más el néctar violeta de la botella en mi garganta y la posé en el suelo sin delicadeza alguna. Tras varios minutos de fracaso absoluto intentando forzar la cerradura y tras perder un par de ganzúas en el intento me di por vencido. Aquella bien podría ser la cámara del tesoro, aunque lo dudaba debido a que estaba a simple vista, y no me quedaba más remedio que utilizar la forma más poderosa de la yurei yurei. Nunca me había gustado el sentimiento de frío, de vacío, de perpetua soledad que sentía cada vez la usaba y aquella era una de las razones por las que siempre intentaba evitarlo.
Mis dedos y brazos se volvieron esqueléticos y negros, como si me hubiesen momificado. Mi rostro y torso se tornaron como unas sombras y mis extremidades inferiores simplemente desaparecieron sin dejar rastro. El uniforme de criado no tardó dar lugar a una grisácea y oscura capa hecha jirones. Por suerte, aquella terrorífica forma me permitía pasar desapercibido con relativa facilidad haciéndome invisible. Una vez dentro saqué mi huesudo brazo y agarré la botella. No podía permitirme fallar por tan absurdo fallo.
- Imagen aproximada de la forma completa:
La sala contenía todo tipo de riquezas. Volviendo a la forma humana las estudié con detenimiento intentando averiguar si alguna de aquellas serían las reliquias que teníamos por objetivo. Si tan sólo recordase las conversaciones de la noche anterior… Guardé varios anillos y pequeños objetos relucientes en los bolsillos recordándome a mí mismo que aquello era un error, que debía centrarme en la misión y no en pequeñas baratijas. No obstante, la codicia y la visión de dinero fácil le ganaron la batalla a la razón. Una vez el saqueo estuvo completado salí de la misma forma que había entrado.
Al fondo de un corredor pude observar cómo nuestros contratistas discutían acaloradamente embutidos en sus molestas armaduras. Sería difícil apostar por alguno de los dos en el caso de que llegasen a las manos. Decidí acercarme a ellos. Si no había espías en las paredes quizás podrían refrescarme la memoria.
- ¡Ey, ey, ey! Relajaos y tomad un trago – dije cuando estuve a corta distancia de ellos, ofreciéndoles la botella - ¿Qué es lo que ocurre? Todavía tenemos tiempo de cumplir con nuestra parte, ¿no? Y sobre eso… si fueseis vos quienes estuvieseis en mi situación, ¿dónde y qué buscaríais exactamente? Mera curiosidad profesional – finalicé intentando hacerme el loco.
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Lentamente y con sumo cuidado me situé en lo alto de la viga, recostado de espaldas sobre la superficie de la misma. Mentiría si dijera que aquel madero polvoriento era cómodo, sin embargo, al menos me encontraba oculto de miradas curiosas y podía espiar a la perfección lo que ocurría en la estancia.
Al principio centre la atención en los copistas, que trabajan arduamente entre pliegos de papel y botes de tinta. El susurrar de las hojas y el sonido de las plumas rasgando el papel durante incontables minutos comenzó a embotarme los sentidos hasta que quede sumido en un profundo letargo.
Aunque hubiera querido, no podía moverme. No podía mover ni siquiera un dedo. Al parpadear intentando abrir los ojos y recuperar la conciencia, me percaté de que me encontraba en el suelo de la habitación. Cuando por fin recordé que hacía en aquel lugar, mi cuerpo se agarrotó y retrocedí ligeramente hacia una de las estanterías de libros.
Por fortuna el lugar estaba desierto.
“¿Qué ha pasado aquí? ¿Me he quedado dormido”
Por fin comencé a moverme. Estaba tumbado sobre mi costado y logré girarme para quedar sobre mi espalda. Pero cuando quise recargar los codos a mis costados para impulsarme, un agudo dolor recorrió mi espalda. La caída debía de haber sido digna de verse.
Aun en el suelo, me fijé en los enormes retratos y en la suntuosa alfombra. Había algo que había tenido ganas de hacer desde que puse la vista en aquellos oleos. Trabajosamente, me reincorporé ignorando la contusión de la espalda y caminé hacia una de las mesas de trabajo. La pluma se deslizó en mis dedos como me tratará de un copista más y apenas unos minutos dejé descansar la pluma en el tintero para releer por una última vez el documento.
Sonreí satisfecho y enrollé la lámina de papel para, acto seguido, aproximarme a la alfombra y pegar un fuerte tirón de ella.
Al principio centre la atención en los copistas, que trabajan arduamente entre pliegos de papel y botes de tinta. El susurrar de las hojas y el sonido de las plumas rasgando el papel durante incontables minutos comenzó a embotarme los sentidos hasta que quede sumido en un profundo letargo.
Aunque hubiera querido, no podía moverme. No podía mover ni siquiera un dedo. Al parpadear intentando abrir los ojos y recuperar la conciencia, me percaté de que me encontraba en el suelo de la habitación. Cuando por fin recordé que hacía en aquel lugar, mi cuerpo se agarrotó y retrocedí ligeramente hacia una de las estanterías de libros.
Por fortuna el lugar estaba desierto.
“¿Qué ha pasado aquí? ¿Me he quedado dormido”
Por fin comencé a moverme. Estaba tumbado sobre mi costado y logré girarme para quedar sobre mi espalda. Pero cuando quise recargar los codos a mis costados para impulsarme, un agudo dolor recorrió mi espalda. La caída debía de haber sido digna de verse.
Aun en el suelo, me fijé en los enormes retratos y en la suntuosa alfombra. Había algo que había tenido ganas de hacer desde que puse la vista en aquellos oleos. Trabajosamente, me reincorporé ignorando la contusión de la espalda y caminé hacia una de las mesas de trabajo. La pluma se deslizó en mis dedos como me tratará de un copista más y apenas unos minutos dejé descansar la pluma en el tintero para releer por una última vez el documento.
Sonreí satisfecho y enrollé la lámina de papel para, acto seguido, aproximarme a la alfombra y pegar un fuerte tirón de ella.
Con la sutileza que solo puede tener un pelirrojo sin camiseta, Jisha, tiraste de la alfombra sin percatarte de que una enorme estantería estaba sobre el extremo más lejano de la misma, con la mala suerte de hacer que cayera de golpe sobre el suelo, atravesándolo y cayendo tú por él, además de unos pocos libros.
Mientras tanto, unos segundos antes. Dharkel, tú te encuentra con ambos contratistas, que te miran de arriba abajo, posando su mano donde están sus armas.
-¿Qué demonios haces aquí? –preguntó Sir William, con un tono de voz acalorado-. ¿No deberías estar distrayendo al rey?
Aquella pregunta te dejó con duda, ¿por qué tenías que estar distrayendo a aquel monarca con gusto sexuales extravagantes? ¿Formaba eso parte del plan? No lo recuerdas, ¿verdad? Qué pena…
Y de pronto, de la nada, una mujer cayó sobre tu rostro, colocando sus posaderas sobre tu cara, y notas un lidero hedor a rancio, que entra por tus fosas nasales y te hace poner cara de asco. Sí, es lo que piensas, Jisha se ha tirado un pedo. Entre tanto, los dos caballeros ya no están. Están yéndose de allí, cruzando el corredor de la izquierda muy apresuradamente. ¿Qué hacéis? Si decidís ir tras ellos, os encontrareis con un túnel que lleva a las catacumbas. Y si os quedáis allí mucho tiempo, “repentinamente” el suelo bajo vuestros pies cederá y un túnel os llevará a las catacumbas de la misma forma. Os repito la pregunta… ¿qué hacéis?
Mientras tanto, unos segundos antes. Dharkel, tú te encuentra con ambos contratistas, que te miran de arriba abajo, posando su mano donde están sus armas.
-¿Qué demonios haces aquí? –preguntó Sir William, con un tono de voz acalorado-. ¿No deberías estar distrayendo al rey?
Aquella pregunta te dejó con duda, ¿por qué tenías que estar distrayendo a aquel monarca con gusto sexuales extravagantes? ¿Formaba eso parte del plan? No lo recuerdas, ¿verdad? Qué pena…
Y de pronto, de la nada, una mujer cayó sobre tu rostro, colocando sus posaderas sobre tu cara, y notas un lidero hedor a rancio, que entra por tus fosas nasales y te hace poner cara de asco. Sí, es lo que piensas, Jisha se ha tirado un pedo. Entre tanto, los dos caballeros ya no están. Están yéndose de allí, cruzando el corredor de la izquierda muy apresuradamente. ¿Qué hacéis? Si decidís ir tras ellos, os encontrareis con un túnel que lleva a las catacumbas. Y si os quedáis allí mucho tiempo, “repentinamente” el suelo bajo vuestros pies cederá y un túnel os llevará a las catacumbas de la misma forma. Os repito la pregunta… ¿qué hacéis?
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El suelo cedió bajo mi peso, un detalle curioso teniendo en cuenta que no probaba bocado desde hacía ya bastantes horas. Me habría dejado la espalda contra el suelo una vez más de no ser porque esta vez caí en blando.
Miré preocupado la lámina de papel que permanecía enrollada en perfecto estado, por fortuna no había sufrido ningún rasguño. No podía decirse lo mismo del sujeto sobre el que había aterrizado.
Distinguí rápidamente el rostro de Dharkel, no parecía lesionado, aunque su rostro mostraba cierto desagrado sin embargo no fue eso lo que llamó mi atención, sino la ausencia de reliquias en su haber.
- ¿Has estado jugando a las muñequitas con su alteza? – pregunté cortante – Te recuerdo que tú eres el ladrón, no estamos aquí de turismo… Céntrate de una vez y cíñete a tu papel. Yo al menos he hecho algo útil – dije mostrando orgulloso el pergamino enrollado.
Una vez más, el suelo comenzó a crujir bajo nuestros pies. Pero a diferencia de la otra vez, ahora si estaba preparado para la caída. Si había logrado sorprender a Dharkel sin darle tiempo de reacción podría abatir sin problemas a cualquier individuo.
Cerré los ojos y aguardé hasta el último segundo antes de que el suelo volviera a ceder para saltar y precipitarme al vacío alzando mi pierna derecha por encima de mi cabeza mientras me precipitaba al vacío. La primera cabeza curiosa que mirara hacia arriba en busca de respuestas recibiría un potente golpe del talón de la Gran Jishalynn.
Miré preocupado la lámina de papel que permanecía enrollada en perfecto estado, por fortuna no había sufrido ningún rasguño. No podía decirse lo mismo del sujeto sobre el que había aterrizado.
Distinguí rápidamente el rostro de Dharkel, no parecía lesionado, aunque su rostro mostraba cierto desagrado sin embargo no fue eso lo que llamó mi atención, sino la ausencia de reliquias en su haber.
- ¿Has estado jugando a las muñequitas con su alteza? – pregunté cortante – Te recuerdo que tú eres el ladrón, no estamos aquí de turismo… Céntrate de una vez y cíñete a tu papel. Yo al menos he hecho algo útil – dije mostrando orgulloso el pergamino enrollado.
Una vez más, el suelo comenzó a crujir bajo nuestros pies. Pero a diferencia de la otra vez, ahora si estaba preparado para la caída. Si había logrado sorprender a Dharkel sin darle tiempo de reacción podría abatir sin problemas a cualquier individuo.
Cerré los ojos y aguardé hasta el último segundo antes de que el suelo volviera a ceder para saltar y precipitarme al vacío alzando mi pierna derecha por encima de mi cabeza mientras me precipitaba al vacío. La primera cabeza curiosa que mirara hacia arriba en busca de respuestas recibiría un potente golpe del talón de la Gran Jishalynn.
Dharkel Asrai Nymraif
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Mi ofrecimiento de licor y el intento de sacar respuestas cayeron en saco roto. Al parecer debía vigilar al vicioso rey pero, ¿cómo esperaban que lo hubiese hecho sin levantar sospechas? ¿Debería delatarles y obtener el favor el rey? ¿Saquear todo lo posible y largarme sin mirar atrás, dejando a Jisha a su suerte? ¿O por el contrario debería intentar completar un trabajo a ciegas que poco a poco se iba complicando?
“Si al menos la verdulera me ayudase a buscar en lugar de divertirse con la princesita jugando a las casitas…” – pensé maldiciendo lo bien que me llevaba con el alcohol. Miré la botella durante un largo segundo y le di un largo trago. No, no había sido problema de lo que la gente despistada o sin demasiada cultura habría llamado alcoholismo. Había sido culpa de tan lamentables contratistas.
De repente un trasero chocó de lleno contra mi cara, pillándome completamente desprevenido y derribándome. El olor a rancio que provenía de él tampoco ayudó, cerrando mis fosas nasales al instante y quitándome de encima tal molestia, que no podía ser otra salvo Jishalynn, quien me recriminó la carencia de reliquias en mi posesión. Ante tal comentario solo pude hacer un gesto de indignación.
- ¿Un papel? ¿Eso es todo lo que has conseguido? – pregunté mientras me incorporaba. Quizás había sobreestimado el potencial de la joven -. ¿De qué nos va a servir…? – Antes de que pudiese terminar de recriminarle el suelo comenzó a ceder. Rápidamente me agarré a un saliente, observando cómo mi compañera caía al vacío.
“Genial, también me has hecho perder la pista a los caballeros de la eterna amargura. Te has lucido”.
Escalé sin demasiada dificultad el saliente y me interné por el único pasillo por el que podrían haber desaparecido Zipi y Zape. Era cuestión de tiempo que ellos mismos me guiasen hasta el tesoro que pretendían robar, aunque seguía sin descartar la opción de ser una rata y venderles. Cuando una misión se empezaba a torcer tanto lo mejor era darse por vencido y seguir respirando un día más.
“Si al menos la verdulera me ayudase a buscar en lugar de divertirse con la princesita jugando a las casitas…” – pensé maldiciendo lo bien que me llevaba con el alcohol. Miré la botella durante un largo segundo y le di un largo trago. No, no había sido problema de lo que la gente despistada o sin demasiada cultura habría llamado alcoholismo. Había sido culpa de tan lamentables contratistas.
De repente un trasero chocó de lleno contra mi cara, pillándome completamente desprevenido y derribándome. El olor a rancio que provenía de él tampoco ayudó, cerrando mis fosas nasales al instante y quitándome de encima tal molestia, que no podía ser otra salvo Jishalynn, quien me recriminó la carencia de reliquias en mi posesión. Ante tal comentario solo pude hacer un gesto de indignación.
- ¿Un papel? ¿Eso es todo lo que has conseguido? – pregunté mientras me incorporaba. Quizás había sobreestimado el potencial de la joven -. ¿De qué nos va a servir…? – Antes de que pudiese terminar de recriminarle el suelo comenzó a ceder. Rápidamente me agarré a un saliente, observando cómo mi compañera caía al vacío.
“Genial, también me has hecho perder la pista a los caballeros de la eterna amargura. Te has lucido”.
Escalé sin demasiada dificultad el saliente y me interné por el único pasillo por el que podrían haber desaparecido Zipi y Zape. Era cuestión de tiempo que ellos mismos me guiasen hasta el tesoro que pretendían robar, aunque seguía sin descartar la opción de ser una rata y venderles. Cuando una misión se empezaba a torcer tanto lo mejor era darse por vencido y seguir respirando un día más.
Ya sea mediante túneles en vertical, o bien porque habéis perseguido a los caballeros hacia las catacumbas. Se trata de un lugar sombrío y húmedo, iluminado por una serie de antorchas colocadas estratégicamente cada cinco metros. Podéis escuchar a las ratas caminar por allí, algunas son del tamaño de un gato doméstico, como si estuviera sobrealimentadas o algo así. Camináis por allí, cautelosamente, cogiendo cada uno una antorcha con la mano izquierda, mientras con la derecha vais rozando la pared, ¿por qué razón? Porque no os fiais de un terreno que no conocéis, en el cual puede haber posibles trampas.
Camináis durante un rato, el camino parece no acabar, ¿cuánto habéis recorrido? ¿Cien, doscientos metros? A saber, solo sabéis que la andadura no acaba. Los dos caballeros parecen haber desaparecido de allí. Llegados a cierto punto de las catacumbas el suelo parece estar mojado, camináis durante cien metros más y encontráis una bifurcación. En una continua el agua, y podéis ver unas ondas que salen hacia vuestra dirección. Mientras que en la otra, la de la izquierda, hay una escalinata ascendente con varias pisadas. ¿Qué hacéis? En el caso de continuar por el camino de la derecha, llegáis a un punto en el que el agua os llega hasta el cuello. Los usuarios se sentirían debilitaos, pero al final llegaréis a una pequeña laguna situada a extramuros del palacio, cuya profundidad es de un máximo de un metro sesenta, y al final del mismo, situado en la entrada al bosque hay una sombra que al veros corre y se adentra en él. Por el contrario, si elegís subir por las escaleras, llegáis a un viejo archivo repleto de documentos antiguos. Uno de vosotros se tropieza al asustarse con una rata gigantesca y se cae al suelo, dándole calor a la nota que os di en una de las primeras moderaciones, ¿la recordáis? Al ocurrir eso, unas letras y unos dígitos salen en ella: F-262. ¿Qué querrán decir eso? Os dais cuenta que cada estantería tiene una letra. ¿Tendrá algo que ver? No lo sé.
Es vuestra decisión coger un camino u otro, o quizás los dos y volver a separaros.
Camináis durante un rato, el camino parece no acabar, ¿cuánto habéis recorrido? ¿Cien, doscientos metros? A saber, solo sabéis que la andadura no acaba. Los dos caballeros parecen haber desaparecido de allí. Llegados a cierto punto de las catacumbas el suelo parece estar mojado, camináis durante cien metros más y encontráis una bifurcación. En una continua el agua, y podéis ver unas ondas que salen hacia vuestra dirección. Mientras que en la otra, la de la izquierda, hay una escalinata ascendente con varias pisadas. ¿Qué hacéis? En el caso de continuar por el camino de la derecha, llegáis a un punto en el que el agua os llega hasta el cuello. Los usuarios se sentirían debilitaos, pero al final llegaréis a una pequeña laguna situada a extramuros del palacio, cuya profundidad es de un máximo de un metro sesenta, y al final del mismo, situado en la entrada al bosque hay una sombra que al veros corre y se adentra en él. Por el contrario, si elegís subir por las escaleras, llegáis a un viejo archivo repleto de documentos antiguos. Uno de vosotros se tropieza al asustarse con una rata gigantesca y se cae al suelo, dándole calor a la nota que os di en una de las primeras moderaciones, ¿la recordáis? Al ocurrir eso, unas letras y unos dígitos salen en ella: F-262. ¿Qué querrán decir eso? Os dais cuenta que cada estantería tiene una letra. ¿Tendrá algo que ver? No lo sé.
Es vuestra decisión coger un camino u otro, o quizás los dos y volver a separaros.
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