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Jish
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La caída fue breve, el único castigado en aquella acción fue mi maltrecho talón que se llevó su justo castigo al chocar contra los escombros. Me levante cojeando de la pila de escombros. Me detuve para orientarme, en ese momento escuché el rumor. Era leve, casi como las pisadas de un felino, pero en el sonido había algo extraño que no pude identificar. Me ajusté los brazales de cuero como precaución.
Volví la cabeza a un lado y otro, esforzándome por detectar el más leve movimiento en la oscuridad que me rodeaba. El rumor se oyó de nuevo: el rápido caminar de pies pequeños en algún lugar situado ante mí. Algo golpeó una pila de rocas y desparramo por la estancia lo que por el sonido parecían trozos de loza y rocas sueltas. “Pies pequeños, pero cuerpo grande” – pensé – “Y está intentando dar un rodeo para situarse a mi espalda” Luego, volvió a oírse el sonido de pies, pero desde el otro lado “Más de uno” – comprendí – “¿Pero cuantos?”
Volví a escuchar el rumor está a vez a mi espalda, pero esta vez cogí una de las antorchas de la pared y me giré violentamente emitiendo un bufido similar al de un felino. Al menos cuatro roedores del tamaño de un bebé chillaron asustadas y se alejaron de vuelta por donde habían venido.
- He comido cosas peores… - me recordé a mí mismo con acidez.
Pronto comencé a dejar atrás las zonas más pobladas de la fortaleza para adentrarme en un área que mostraba signos de abandono progresivo. Cuanto más avanzaba, más decrepito y desolado parecía todo. Pasé por lugares en los que las losas del suelo estaban rajadas y cubiertas de musgo, y bajo inclinadas pilas de rocas que habían sido muros en otra época.
En un lado de la pared del pasadizo había peldaños de hierro en forma de luna decreciente. Prácticamente a tientas, siempre con mi mano en contacto con la pared de mi derecha, comencé a bajar por los peldaños.
Unos seis metros más adelante el pasadizo comenzó a curvarse hacia la línea horizontal, hasta que los peldaños se acabaron y pude volver a caminar sin miedo a caerme. Permanecí durante un momento quiero, tratando de escuchar el más leve susurro, pero no escuché nada. Los únicos sonidos que había escuchado durante la caminata eran el raspar de mis zapatos sobre el hierro y el eco distante de agua que goteaba.
Una lenta marea de inquietud comenzó a corroer los bordes de mi acerada resolución, pero la hice retroceder con una ola de negro odio. Su odio por aquellos nobles era más poderoso que la inseguridad que pudiera causarle aquel laberinto de pasadizos. Continué avanzando en silencio, con los nervios tensos y los sentidos aguzados. El aire era húmedo y viciado, y un fango gélido cubría muchas de las curvas paredes.
Finalmente me detuve ante una encrucijada: ¿Humedad o olor a cerrado? Teniendo en cuenta que durante el trayecto no me había cruzado con nadie, la idea de aquellos petimetres cruzasen atreves de aquel pasadizo parcialmente inundado era tan estúpida e improbable… Enrollé el pliego de papel, que cuidadosamente había elaborado en el taller, lo mordí y arremangándome la falda me adentré en las profundidades de aquel improbable camino. Tras una caminata bastante lamentable, en la que estuve a punto de no hacer pie y mojarme de pies a cabeza finalmente llegué a una salida
Calado hasta los huesos, lo único que quería era tirar aquel ridículo vestido y caminar desnudo por allí. Estaba helado y apenas era capaz de reprimir los escalofríos que mi cuerpo emitía espontáneamente. De hecho, era lo que habría de hecho de no ser porque alguien me estaba viendo. Una silueta entre los árboles me observaba, pero al tratar de salir a su encuentro huyó como si su vida dependiera de ello. Lo cual no era ningún disparate, aquella isla estaba comenzando a sacar lo peor de mí… Chasqué los dedos indice y corazón de ambas manos, haciendo que dos dagas falsas brotaran de ellas e inicié la persecución.
Volví la cabeza a un lado y otro, esforzándome por detectar el más leve movimiento en la oscuridad que me rodeaba. El rumor se oyó de nuevo: el rápido caminar de pies pequeños en algún lugar situado ante mí. Algo golpeó una pila de rocas y desparramo por la estancia lo que por el sonido parecían trozos de loza y rocas sueltas. “Pies pequeños, pero cuerpo grande” – pensé – “Y está intentando dar un rodeo para situarse a mi espalda” Luego, volvió a oírse el sonido de pies, pero desde el otro lado “Más de uno” – comprendí – “¿Pero cuantos?”
Volví a escuchar el rumor está a vez a mi espalda, pero esta vez cogí una de las antorchas de la pared y me giré violentamente emitiendo un bufido similar al de un felino. Al menos cuatro roedores del tamaño de un bebé chillaron asustadas y se alejaron de vuelta por donde habían venido.
- He comido cosas peores… - me recordé a mí mismo con acidez.
Pronto comencé a dejar atrás las zonas más pobladas de la fortaleza para adentrarme en un área que mostraba signos de abandono progresivo. Cuanto más avanzaba, más decrepito y desolado parecía todo. Pasé por lugares en los que las losas del suelo estaban rajadas y cubiertas de musgo, y bajo inclinadas pilas de rocas que habían sido muros en otra época.
En un lado de la pared del pasadizo había peldaños de hierro en forma de luna decreciente. Prácticamente a tientas, siempre con mi mano en contacto con la pared de mi derecha, comencé a bajar por los peldaños.
Unos seis metros más adelante el pasadizo comenzó a curvarse hacia la línea horizontal, hasta que los peldaños se acabaron y pude volver a caminar sin miedo a caerme. Permanecí durante un momento quiero, tratando de escuchar el más leve susurro, pero no escuché nada. Los únicos sonidos que había escuchado durante la caminata eran el raspar de mis zapatos sobre el hierro y el eco distante de agua que goteaba.
Una lenta marea de inquietud comenzó a corroer los bordes de mi acerada resolución, pero la hice retroceder con una ola de negro odio. Su odio por aquellos nobles era más poderoso que la inseguridad que pudiera causarle aquel laberinto de pasadizos. Continué avanzando en silencio, con los nervios tensos y los sentidos aguzados. El aire era húmedo y viciado, y un fango gélido cubría muchas de las curvas paredes.
Finalmente me detuve ante una encrucijada: ¿Humedad o olor a cerrado? Teniendo en cuenta que durante el trayecto no me había cruzado con nadie, la idea de aquellos petimetres cruzasen atreves de aquel pasadizo parcialmente inundado era tan estúpida e improbable… Enrollé el pliego de papel, que cuidadosamente había elaborado en el taller, lo mordí y arremangándome la falda me adentré en las profundidades de aquel improbable camino. Tras una caminata bastante lamentable, en la que estuve a punto de no hacer pie y mojarme de pies a cabeza finalmente llegué a una salida
Calado hasta los huesos, lo único que quería era tirar aquel ridículo vestido y caminar desnudo por allí. Estaba helado y apenas era capaz de reprimir los escalofríos que mi cuerpo emitía espontáneamente. De hecho, era lo que habría de hecho de no ser porque alguien me estaba viendo. Una silueta entre los árboles me observaba, pero al tratar de salir a su encuentro huyó como si su vida dependiera de ello. Lo cual no era ningún disparate, aquella isla estaba comenzando a sacar lo peor de mí… Chasqué los dedos indice y corazón de ambas manos, haciendo que dos dagas falsas brotaran de ellas e inicié la persecución.
Dharkel Asrai Nymraif
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Antes de internarme en lo que parecía ser el ala más descuidada del castillo, un ala sombría y húmeda, perdí de vista a los caballeros. Pasé un dedo entre el musgo de la piedra mientras observaba ratas del tamaño de conejos campar a sus anchas. Sin lugar a duda aquel sitio necesitaba una mano de limpieza, lo cual resultaba chocante teniendo en cuenta el brillo y lujo que había visto hasta ahora. ¿Sabría el rey que tenía un laberinto entre sus muros? Probablemente no.
Varias antorchas poblaban las paredes, sorprendentemente, y en su mayoría, encendidas. ¿Habrían pasado por aquí? Avancé cautelosamente, con cuidado de no pisar ninguno de aquellos roedores adictos a los esteroides y así una de las antorchas con la zurda, mientras que con la diestra continuaba apoyado en la mugrosa pared y maldiciendo mi suerte por no tener mi palo conmigo.
Los siguientes cientos de metros del interminable corredor fueron tortuosos. Más por la paranoia de activar alguna trampa o placa de presión que por el estado del mismo. Los constantes ruidos provenientes de las alimañas al corretear por un suelo mojado tampoco ayudaban, obligándome a girar sobre mis talones en más de una ocasión para cerciorarme de que nadie me estaba siguiendo. Tenía que salir de allí cuanto antes si no quería terminar de perder la cabeza.
Finalmente llegué hasta una bifurcación. Me agaché acercando la antorcha al suelo con la intención de buscar algún tipo de rastro. Unas huellas salían en dirección hacia el agua y otras hacia una escalinata. Rápidamente descarté la opción de continuar por un camino que podría desembocar en un callejón sin salida para los usuarios de akuma. Si tan solo Jishalynn hubiese dejado de jugar a las casitas con la princesa y me hubiese ayudado…
Encaminé mis pasos hacia la escalera mientras extraía de uno de los bolsillos el trozo de tela con el que habíamos despertado. Lo acerqué a la luz de la antorcha para volver a leerlo en busca de alguna pista cuando para mi sorpresa una letra acompañada de varios números apareció.
- ¿Cómo se me ha podido pasar? – dije dándome un golpecito en la cabeza para más tarde achacarle las culpas a mi compañera.
Tras otro paseíto nada despreciable llegué hasta lo que parecía ser una biblioteca. A juzgar por su apariencia y las ingentes cantidades de polvo acumuladas sobre los libros y documento, el servicio de limpieza probablemente tampoco realizaría sus labores en aquella sala. No pude evitar pensar por un momento que entre los muros de aquella edificación se estaba fraguando algo mucho más grande que un simple robo, y que éste sería el detonante. Quizá estaría en lo cierto o quizá sería simplemente mi paranoia. Como fuere, no era de mi competencia cuestionarlo. Tenía un objetivo y tenía que cumplirlo.
Después de inspeccionar las librerías observé que estaban colocadas por orden alfabético. No obstante, a algunas de ellas les faltaba el identificador. Volví a extraer la tela con el mensaje oculto y me dirigí hacia la librería F. Al ubicarla, comencé a examinar cuidadosamente los libros y archivos en busca de los dígitos, así como a probar diferentes combinaciones, como podría ser el estante número dos, columna sesenta y dos. Tenía que darme prisa y acabar este trabajo cuanto antes si no quería salir perjudicado.
Varias antorchas poblaban las paredes, sorprendentemente, y en su mayoría, encendidas. ¿Habrían pasado por aquí? Avancé cautelosamente, con cuidado de no pisar ninguno de aquellos roedores adictos a los esteroides y así una de las antorchas con la zurda, mientras que con la diestra continuaba apoyado en la mugrosa pared y maldiciendo mi suerte por no tener mi palo conmigo.
Los siguientes cientos de metros del interminable corredor fueron tortuosos. Más por la paranoia de activar alguna trampa o placa de presión que por el estado del mismo. Los constantes ruidos provenientes de las alimañas al corretear por un suelo mojado tampoco ayudaban, obligándome a girar sobre mis talones en más de una ocasión para cerciorarme de que nadie me estaba siguiendo. Tenía que salir de allí cuanto antes si no quería terminar de perder la cabeza.
Finalmente llegué hasta una bifurcación. Me agaché acercando la antorcha al suelo con la intención de buscar algún tipo de rastro. Unas huellas salían en dirección hacia el agua y otras hacia una escalinata. Rápidamente descarté la opción de continuar por un camino que podría desembocar en un callejón sin salida para los usuarios de akuma. Si tan solo Jishalynn hubiese dejado de jugar a las casitas con la princesa y me hubiese ayudado…
Encaminé mis pasos hacia la escalera mientras extraía de uno de los bolsillos el trozo de tela con el que habíamos despertado. Lo acerqué a la luz de la antorcha para volver a leerlo en busca de alguna pista cuando para mi sorpresa una letra acompañada de varios números apareció.
- ¿Cómo se me ha podido pasar? – dije dándome un golpecito en la cabeza para más tarde achacarle las culpas a mi compañera.
Tras otro paseíto nada despreciable llegué hasta lo que parecía ser una biblioteca. A juzgar por su apariencia y las ingentes cantidades de polvo acumuladas sobre los libros y documento, el servicio de limpieza probablemente tampoco realizaría sus labores en aquella sala. No pude evitar pensar por un momento que entre los muros de aquella edificación se estaba fraguando algo mucho más grande que un simple robo, y que éste sería el detonante. Quizá estaría en lo cierto o quizá sería simplemente mi paranoia. Como fuere, no era de mi competencia cuestionarlo. Tenía un objetivo y tenía que cumplirlo.
Después de inspeccionar las librerías observé que estaban colocadas por orden alfabético. No obstante, a algunas de ellas les faltaba el identificador. Volví a extraer la tela con el mensaje oculto y me dirigí hacia la librería F. Al ubicarla, comencé a examinar cuidadosamente los libros y archivos en busca de los dígitos, así como a probar diferentes combinaciones, como podría ser el estante número dos, columna sesenta y dos. Tenía que darme prisa y acabar este trabajo cuanto antes si no quería salir perjudicado.
- Jisha:
- Estás completamente mojada, la ropa te incomoda, pero quitártela no es una opción. Corres lo más rápido que te puede permitir aquel ostentoso vestido medieval repleto de florituras. El bosque se hace cada vez más frondoso y el sonido de pequeñas alimañas te despista y reduces la velocidad. Aquella silueta parece haberse perdido en la espesura. Y entonces, escuchas un sonido a tu espalda que hace que te gires, y pasados unos segundos otra vez. ¿Qué demonios está ocurriendo? Y cuando bajas a guardia, ¡ZAS! Una piedra te da en la cabeza y frente a ti ves a un hombre encapuchado y armado con una espada.
-Serás mejor que te vayas de aquí, muchacha –te dice, clavándote su mirada esmeralda. Y de pronto, alguien o noquea.
-No te metas donde no te llaman, muchacha –te dice la voz de un hombre que se oculta entre las sombras-. Deja de seguirme y huye mientras puedas. No te conviene estar presente en lo que se avecina…
¿Qué es lo que haces? ¿Hablas con el hombre o simplemente das media vuelta y te vas?
- Dharkel:
- Llegas a lo que parece ser un antiguo archivo muy bien organizado. Buscas en la sección F y buscas el número, al encontrarlo hay un pequeño libro que no dudas en coger. Al hacerlo, sientes una presencia hostil a tus espaldas que te ataca con una espada y choca contra la estantería. Logras esquivarlo a duras penas, pero sabes que nada puede librarte del combate
Se trata de Sir Willian de Talavera, el hombre que os contrató.
-Se suponía que teníais que ser una distracción para que podamos derrotar al rey y poder unirnos a la revolución… ¿Quién demonios os manda a meteros donde no os llaman? Ahora voy a tener que matarte.- Datos del caballero:
Es un espadachín de nivel 30 cuya clase es:- C. Clave: Resistencia: 3
- Principales: P. Destrucción y Pericia: 2 y 2, respectivamente.
- Reflejos y Fuerza: 2 y 1, respectivamente
Maestría, frenesí de batallae: Nivel 30: La lucha es su pasión, pero la de verdad. Una vez el combate inicia, no termina hasta que uno besa el suelo. Nunca se rinde, pero aparte de eso cuando ve la sangre su fuerza aumenta un diez por ciento.
Haki de observación: Entrenado
Haki de armadura: Entrenado- C. Clave: Resistencia: 3
Dharkel Asrai Nymraif
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Así uno de los libros con intención de examinarlo. Sin lugar a duda los conocimientos literarios que la Pluma y el Candado me habían otorgado finalmente serían útiles. No obstante, antes si quiera de poder desempolvarlo sentí que algo no iba bien, esquivando a duras penas un tajo de hostiles intenciones. Al darme la vuelta observé cómo uno de aquellos caballeros embutidos en armadura portaba una espada, amenazante.
- Espera, espera – dije extendiendo un brazo entre ambos, pero a una distancia prudencial, intentando tranquilizarle -. Estoy confuso ¿Me estás diciendo que todo esto ha sido un engaño? ¿Qué no estábamos aquí para realizar un robo y qué estáis trabajando para esos hippies hipócritas? ¿Por qué entonces nos contratasteis bajo ese pretexto? ¿No hubiese sido más sencillo contratarnos como personal de compañía? Os habría salido más barato – hice una breve pausa mientras rodeaba una de las mesas para después sentarme, aún alerta -. Hablemos de esto. Debes saber que no le tengo mucho aprecio a la monarquía – puntualicé mientras le ofrecía tomar asiento intentando ocultar el “odio” que me provocaba a mí mismo tener razón en algunas ocasiones.
Acto seguido deposité las katanas y el libro sobre la mesa. Tenía que hacerle ver que no era ninguna amenaza, que mis intenciones eran sinceras, que no tenía pensado morir en aquel húmedo y desolador lugar y que haría todo lo que estuviese en mi mano por negociar.
¿Por qué nunca un trabajo podía salir según lo planeado? ¿Por qué la gente dentro del gremio insistía en engañar a sus compañeros con tal de sacar beneficio propio? No. Aquellos caballeros no pertenecían al gremio. Habían violado demasiadas normas de conducta y “honor”.
- Espera, espera – dije extendiendo un brazo entre ambos, pero a una distancia prudencial, intentando tranquilizarle -. Estoy confuso ¿Me estás diciendo que todo esto ha sido un engaño? ¿Qué no estábamos aquí para realizar un robo y qué estáis trabajando para esos hippies hipócritas? ¿Por qué entonces nos contratasteis bajo ese pretexto? ¿No hubiese sido más sencillo contratarnos como personal de compañía? Os habría salido más barato – hice una breve pausa mientras rodeaba una de las mesas para después sentarme, aún alerta -. Hablemos de esto. Debes saber que no le tengo mucho aprecio a la monarquía – puntualicé mientras le ofrecía tomar asiento intentando ocultar el “odio” que me provocaba a mí mismo tener razón en algunas ocasiones.
Acto seguido deposité las katanas y el libro sobre la mesa. Tenía que hacerle ver que no era ninguna amenaza, que mis intenciones eran sinceras, que no tenía pensado morir en aquel húmedo y desolador lugar y que haría todo lo que estuviese en mi mano por negociar.
¿Por qué nunca un trabajo podía salir según lo planeado? ¿Por qué la gente dentro del gremio insistía en engañar a sus compañeros con tal de sacar beneficio propio? No. Aquellos caballeros no pertenecían al gremio. Habían violado demasiadas normas de conducta y “honor”.
Jish
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Akuma no mi
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Corría a grandes zancadas entre la maleza que cubría aquel condenado bosque, sin apenas prestar atención a un posible camino. Atravesé la sombra de un denso grupo de árboles mientras perseguía a mi esquivo observador. Al cabo de un rato me paré a escuchar. Ya fuera por la distancia recorrida o por la masa de matorrales que me separaban de mi presa, lo cierto es que ya no escuchaba ningún ruido. El aire estaba en silencio. Entonces oí un rumor y un conejo salió corriendo de uno de los arbustos, delante de mí. Vacilé y bajé la guardia durante un instante.
De pronto escuché otro ruido, pero esta no vez no se trataba de un animalillo del bosque. Caí sobre las manos y las rodillas en una tundra cubierta de hierba. Una roca me había impactado con gran fuerza sobre mi cabeza. Con un pitido zumbándome en los oídos, debido al impacto, levanté la cabeza mareado. Me quedé mirando fijamente a los ojos esmeraldas de la persona encapuchada que me había agredido, la cual iba armada con una espada.
“Ya había visto unos ojos así en otro lugar”- pensó en el momento que sus miradas se cruzaron.
Sin embargo, aquello no duró demasiado tiempo ya que una figura sombría logró de alguna misteriosa manera noquear a mi agresor. Haciendo acopio de todo mi autocontrol, trate de mantener la calma y escuchar lo que aquel nuevo interlocutor tenía que decirme.
- No te metas donde no te llaman, muchacha – advirtió - Deja de seguirme y huye mientras puedas. No te conviene estar presente en lo que se avecina…
Me agaché y traté de tomarle el pulso al individuo que había sido derribado, mientras fingía mostrar cierto temor. La verdad es que todo aquello resultaba bastante extraño. Si yo había seguido al tipo al cual trataba de encontrar el pulso ¿Quería decir eso que el a su vez estaba persiguiendo al tipo que le había noqueado? Fuera como fuera, tan solo había una forma de acabar con aquella duda.
Agarré discretamente la empuñadura de la espada, que permanecía tirada sobre el lecho del bosque y comencé a evocar recuerdos. Cerré los ojos y comencé a recordar cosas de mi vida pasada… Cosas como la brisa marina, el vaivén de las olas sobre una cubierta o el olor a salitre impregnando sus fosas nasales. El respeto y la confianza de ser un digno segundo de abordo, las aventuras en decenas de islas enarbolando la bandera de la libertad y el muñón del lugar donde debía de encontrarse mi brazo izquierdo.
¿Que aspecto tendría siendo una mujer de cincuenta y dos años? Era una verdadera lastima no tener un espejo cerca, hacia tanto tiempo que no recobraba mi verdadera edad. Me sentía raro, como embutido en un feo y mohoso embalaje que llevara demasiado tiempo en un desván olvidado. Acaricié la capucha del tipo que permanecía en el suelo y haciendo un esfuerzo me levanté del suelo, dirigiendo una mirada llena de determinación hacia el lugar del que provenía la voz del salvador anónimo.
- Por tu bien espero que este viva… de lo contrario la abuela Jisha tendrá que concederte un par de bofetadas – dije, confiando en conocer la identidad de la persona que se escondía tras la capucha – ¡En nombre de tu madre, ahora te enseñaré una lección, maldito inútil! ¡Nadie Juega con el tesoro de un pirata! –grité amenazante apuntando con la espada hacia la espesura del bosque.
De pronto escuché otro ruido, pero esta no vez no se trataba de un animalillo del bosque. Caí sobre las manos y las rodillas en una tundra cubierta de hierba. Una roca me había impactado con gran fuerza sobre mi cabeza. Con un pitido zumbándome en los oídos, debido al impacto, levanté la cabeza mareado. Me quedé mirando fijamente a los ojos esmeraldas de la persona encapuchada que me había agredido, la cual iba armada con una espada.
“Ya había visto unos ojos así en otro lugar”- pensó en el momento que sus miradas se cruzaron.
Sin embargo, aquello no duró demasiado tiempo ya que una figura sombría logró de alguna misteriosa manera noquear a mi agresor. Haciendo acopio de todo mi autocontrol, trate de mantener la calma y escuchar lo que aquel nuevo interlocutor tenía que decirme.
- No te metas donde no te llaman, muchacha – advirtió - Deja de seguirme y huye mientras puedas. No te conviene estar presente en lo que se avecina…
Me agaché y traté de tomarle el pulso al individuo que había sido derribado, mientras fingía mostrar cierto temor. La verdad es que todo aquello resultaba bastante extraño. Si yo había seguido al tipo al cual trataba de encontrar el pulso ¿Quería decir eso que el a su vez estaba persiguiendo al tipo que le había noqueado? Fuera como fuera, tan solo había una forma de acabar con aquella duda.
Agarré discretamente la empuñadura de la espada, que permanecía tirada sobre el lecho del bosque y comencé a evocar recuerdos. Cerré los ojos y comencé a recordar cosas de mi vida pasada… Cosas como la brisa marina, el vaivén de las olas sobre una cubierta o el olor a salitre impregnando sus fosas nasales. El respeto y la confianza de ser un digno segundo de abordo, las aventuras en decenas de islas enarbolando la bandera de la libertad y el muñón del lugar donde debía de encontrarse mi brazo izquierdo.
¿Que aspecto tendría siendo una mujer de cincuenta y dos años? Era una verdadera lastima no tener un espejo cerca, hacia tanto tiempo que no recobraba mi verdadera edad. Me sentía raro, como embutido en un feo y mohoso embalaje que llevara demasiado tiempo en un desván olvidado. Acaricié la capucha del tipo que permanecía en el suelo y haciendo un esfuerzo me levanté del suelo, dirigiendo una mirada llena de determinación hacia el lugar del que provenía la voz del salvador anónimo.
- Por tu bien espero que este viva… de lo contrario la abuela Jisha tendrá que concederte un par de bofetadas – dije, confiando en conocer la identidad de la persona que se escondía tras la capucha – ¡En nombre de tu madre, ahora te enseñaré una lección, maldito inútil! ¡Nadie Juega con el tesoro de un pirata! –grité amenazante apuntando con la espada hacia la espesura del bosque.
- Aclaración:
Apariencia del Tejedor: Durante unos minutos, Jish es capaz de revertir los efectos de la Fuente de Juventud para volver a ser el maltrecho tullido que debería ser a día hoy. Cuando esto sucede, pierde su brazo izquierdo y se vuelve notablemente mas débil y achacoso. Sin embargo, bajo esta apariencia de madurito es capaz de contar increíbles historias captando la atención de mas gente.
- Jisha:
- -¿Viva? –preguntó el hombre, tumbado en el suelo y clavándote muy débilmente la punta de una daga en tu estómago. Al parecer, en lo que tardaste en abalanzarte sobre él, sacó de la manga una de sus armas para atacarte-. No sé de qué me estás hablando. Quien yace en el suelo es uno de los traidores a la patria de Skyros, uno de tantos indeseables que quieren el caos en la isla. ¿Qué te parece si me sueltas y hablamos? –inquiere, esperando que te levantases.
- Si te alejas y decides hablar:
- Te mira de arriba abajo. Eres una mujer muy bien conservada para tener cincuenta y dos años, podría decirse que eres hasta una madurita demasiado interesante. Guarda de nuevo su daga, ¿dónde? En alguna parte de su manga. Se sienta a tu lado, mirando al cielo y suspira.
-Los tiempos están cambiado, jovencita, ¿o debería decir señora? Bueno, como sea. Una ola de insurrectos se está alejando de la costa de esta isla para golpear con fuerza. Queda poco tiempo, así que no podemos fiarnos de nadie. ¿Tú eres una forastera verdad? –te pregunta, observando como parte de tus rasgos vuelven a hacerse joven, pero no todos-. Creo que deberías irte de aquí antes de que todo comience.
- Si no te alejas:
- Notas como la daga se va clavando lentamente en tu abdomen. Entretanto, sin que te des cuenta, os veis rodeados de personas cargadas con flechas y armas varias –todas de estilo medieval –hachas, mazas de pincho, espadas-.
-¿Le está molestando esa plebeya, Lord Byron? –pregunta uno de esos sujetos, que te coge del pelo y te echa hacia atrás.
-No se preocupe, señor Dafoe, ha sido solo un malentendido, ¿verdad, señora?
Lentamente tu cuerpo iría recobrando un aspecto más jovial, pero no mucho. Los soldados siguen apuntándote, y algunos de los arqueros parecen no tener mucho pulso
¿Qué haces joven Jisha?
- Dharkel:
- Lo siento, Dharkel –te dice, suspirando levemente-. Pero has descubierto más de lo que deberías. Tanto tú como tu amigo habéis metido las narices donde no os llaman y solo os queda una solución: uniros a la revolución o la muerte.
Mientras te piensas la respuesta, el caballero alza su gran mandoble e intenta trazar una diagonal directa a tu cuello, tratando de acabar contigo. En el caso de que esquives hacia la derecha, William se acercaría a ti y trataría de golpearte con la hoja de su arma, intentando aturdirte. En el caso contrario, en el que trates de esquivar hacia la izquierda, te tropezarías con un libro, cayendo sobre una estantería en posición muy cómica. ¿Qué harás joven pirata?
Jish
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Mi interlocutor se extrañó al identificar el sexo de aquel misterioso individuo como femenino. Y tras un fugaz enfrentamiento, en el que conseguí abordarlo por sorpresa gracias a mi cambio de apareincia, conseguí volver las tornas mi favor. El hombre astutamente aprovecho la cercanía para clavarme la punta de un estilete ligeramente en mi estómago, aplicando la suficiente presión para que me diera cuenta de que estaba en un apuro. Sin embargo, aquello no me amedrentó en absoluto. Tanto si había errado, como si no; había más princesas herederas repartidas por el mundo. Sin embargo, aunque mi rostro se mostraba sereno. Mi brazo derecho, el cual sostenía la espada, me temblaba a causa del frío.
Aquello parecía un juego de críos, por lo que decidí jugar la baza de la mujer indefensa y desesperada. Me levante y me aparte lentamente de aquel hombre. Aunque aún continuaba asiendo el arma con mi diestra, me senté sobre la hierba y dejé que se explicara.
- Así es, no soy de este lugar… Aunque es una bonita tierra, puede que algún día sea mía – atajé con una falsa sonrisa – Puede que los tiempos cambien, pero no las personas. Si os enfrentáis a una rebelión es porque alguien ha susurrado las palabras adecuadas en los oídos correctos y, quizás por aprensión o tal vez por miedo, no habéis tenido las agallas de atajar con discreción el asunto cuando aún no era problema. No sé de qué van todas esas reuniones secretas, pasadizos ocultos o persecuciones clandestinas. Pero si se algo, ocurra lo que le ocurra a Skyros, tan solo los skyrianos seréis los responsables.
Me apoyé en la espada y me levanté de suelo.
- Me marcharía de buen grado, pero no soy de piedra. Me has descrito el comienzo de una guerra civil, no tengo ni idea de a que escala… Pero no puedo permanecer de brazos cruzados – dije mientras me sacudía la tierra que se me había pegado en el vestido – Además, ya tomé partido en esta locura. Soy la guardiana de la princesa, su majestad me otorgó ese honor y cumpliré con él.
“Hasta escuchar la siguiente contra oferta al menos. Una guerra es un filón para la gente como yo” – me dije mí mismo.
- ¿Y qué hay de ti hombrecillo? ¿Tus padres te pusieron un nombre?
Aquello parecía un juego de críos, por lo que decidí jugar la baza de la mujer indefensa y desesperada. Me levante y me aparte lentamente de aquel hombre. Aunque aún continuaba asiendo el arma con mi diestra, me senté sobre la hierba y dejé que se explicara.
- Así es, no soy de este lugar… Aunque es una bonita tierra, puede que algún día sea mía – atajé con una falsa sonrisa – Puede que los tiempos cambien, pero no las personas. Si os enfrentáis a una rebelión es porque alguien ha susurrado las palabras adecuadas en los oídos correctos y, quizás por aprensión o tal vez por miedo, no habéis tenido las agallas de atajar con discreción el asunto cuando aún no era problema. No sé de qué van todas esas reuniones secretas, pasadizos ocultos o persecuciones clandestinas. Pero si se algo, ocurra lo que le ocurra a Skyros, tan solo los skyrianos seréis los responsables.
Me apoyé en la espada y me levanté de suelo.
- Me marcharía de buen grado, pero no soy de piedra. Me has descrito el comienzo de una guerra civil, no tengo ni idea de a que escala… Pero no puedo permanecer de brazos cruzados – dije mientras me sacudía la tierra que se me había pegado en el vestido – Además, ya tomé partido en esta locura. Soy la guardiana de la princesa, su majestad me otorgó ese honor y cumpliré con él.
“Hasta escuchar la siguiente contra oferta al menos. Una guerra es un filón para la gente como yo” – me dije mí mismo.
- ¿Y qué hay de ti hombrecillo? ¿Tus padres te pusieron un nombre?
- Jisha:
- Tu cuerpo, a cada segundo que transcurría, fue recobrando la elasticidad y tersidad que había perdido por la técnica. Notabas como tu brazo crecía lentamente, sintiendo un quemazón y la horrible sensación de como tus huesos, músculos y sistema nervioso iba regenerándose hasta crear una nueva extremidad. En tu gesto podía vislumbrarse dolor y angustia.
-Sir Mycroft de Skyros es mi nombre mi señora –te dijo, haciendo una reverencia y sujetando tu mano, besándola justo después-. ¿Así que usted es la nueva guardiana de la princesa Romualda? Te creíamos muerta, pero al parecer guarda más de un secreto bajo la saya.
El hombre sonrió e incluso te guiñó un ojo. ¿Qué estaría intentando lograr con esa conducta tan repentina? ¿Primero quería matarte y ahora esto? Lo que hicieras a partir de aquí es cosa tuya.
Pasadas unas horas, con el sol naciendo por la costa, un grupo de caballeros se acercaron a vuestra posición.
-Habéis tardado mucho –reprochó Mycroft, que había estado sentado a tu lado casi toda la noche.
-Ha habido problemas dentro del castillo. Sir William y Sir Robert han acabado con más de una persona dentro del castillo –los ojos del caballero denotaban tristeza e impotencia, algo que hizo que Mycroft se pusiera tenso-, y ha soltado a los insurrectos que teníamos capturados. No obstante, no ha de preocuparse, nadie de la familia real ha sido herido. Tan solo han muerto el mayordomo personal del rey y un vagabundo que rondaba la biblioteca de los sacerdotes.
Tras aquella conversación volvéis al castillo. Hay multitud de marcas de combate en la entrada y en todo el camino que lleva a las mazmorras.
-¿Tú dónde estabas? –te pregunta con severidad.
-Estaba conmigo, mi rey. Estaba siendo perseguida por un rebelde y le ayudé a deshacerse de él. Era tarde y no se veía nada, así que pasamos la noche en el bosque –intervino Sir Mycroft.
-Está bien –dijo, suspirando levemente después-. Vuelve a los aposentos de la princesa y no os mováis de allí hasta la hora de almorzar.
- Dharkel:
- El feroz ataque de Sir William es demasiado rápido y no te da tiempo a esquivarlo. Sabes que tu hora se acerca, pero no sientes remordimiento alguno; has tenido una buena vida. Antes de darte cuenta, el frío acero de la espada del caballero ha atravesado tu trapecio, rompiéndote la clavícula y cortándote la vena tiroidea superior. La sangre sale despedida a borbotones y caes al suelo. Sientes como tu vida se va yendo de este mundo, abandonando tu cuerpo.
PD: He debatido durante mucho que hacer, pero dejarlo vivo no iba con la personalidad del NPC, y si alguien intervenía me podía “joder” la trama ligera medida. Así que no podía hacer otra cosa.
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El enjuto mozalbete se presentó por el misérrimo nombre de Mycrosoft de Skyros. Un hombre sin tierras, por lo que mi interés por él se diluyó en apenas unos segundos. De no haber sido porque había visto lo que era capaz de hacer con sus armas, le habría retirado la mano cuando trato de besarla y puede que cortársela cuando me llamó señora.
“Espero que no estés intentando tirarme los trastos hombrecillo”- pensó, mientras me limitaba a devolverle la sonrisa.
- Como el honorable caballero que es estoy seguro que no dejara que me quede helada ¿Verdad? – dije con voz melosa – Y seguro que sabe dónde encontrar agua potable y algo de comer. La verdad, aun no me creer mi suerte al cruzarme en el camino de un gallardo caballero como vos.
Casi sin darme tiempo a reaccionar, Mycrosoft se adentró de un salto en el bosque, con la energía remanente de un demonio de Tasmania. Para mi sorpresa, no tardo demasiado en volver con algo de agua, un conejo y un pequeño fardo de leña.
“No me va a ser tan sencillo darle esquinazo…”- mascullé, mientras el caballero comenzaba a encender una fogata.
Para colmo de males, con el silencio de la noche y la fogata estaba encendida, el ambiente se tornó naturalmente romántico. Después de cenar, Mycrosoft se quitó su capa su capa y se situó a mi espalda para tratar de abrazarme y que nos acurrucáramos bajo la prenda. Y, aunque pudiera sentirme más calentito y cómodo bajo ella… Mi espada en mi mano diestra fue el único gesto de amabilidad que recibió por mi parte.
- Alguien tiene que hacer guardia – atajé mientras acaparaba la capa para mí – He oído decir que los caballeros de Skyros sois capaces de aguantar noches en vela sin apenas pestañear.
Finalmente, me arrebujé con la capa para soportar el frío y cerré los ojos.
Me desperté asustado, cuando la mano de Sir Mycrosoft me tocó el hombro. Pero, al ver el gesto para que guardara silencio con su dedo índice, me abstuve de importunarlo. La hoguera había sido apagada y se respiraba la inquietud en el ambiente.
Me tendí de costado, pegando el oído a la tierra desnuda. Y me erguí nervioso, asustado por los temblores y ruidos de la tierra. Era el ruido de un rebaño de cascos de caballos y pesados talones metálicos. A medida que el amanecer se abría paso entre la noche, la presencia humana en aquel bosque comenzaba a mostrarse cada vez más y más patente. Y, aunque la reacción natural era esconderse, aquel petimetre que tenía por acompañante se adelantó a atajar a la comitiva que supuestamente estaba atravesando el bosque.
- Habéis tardado mucho- escuché como les reprochaba el enjuto hidalgo.
No tardaron demasiado en disculparse ante él, identificándose automáticamente como parte del bando realista. Salí entonces de entre la maleza y uniéndome a la comitiva. Tras una breve, pero intensa puesta a punto de los acontecimientos recientes los acompañé de camino al castillo. Tenía una sensación agridulce que no me podía quitar de encima, por lo que hice la inmensa mayoría del recorrido en silencio.
¿Dharkel? ¿Muerto? Por un instante la humedad y el frío que amenazaban con congelarme me parecieron la más agradable de las sensaciones. Había esquivado esa bala por muy poco. Si, guiado por mi instinto, no hubiera decidido cruzar aquel pasadizo inundado… Puede que en estos momentos fuera yo mismo el finado. Pero ¿Y si aquel harapiento mendigo se había hecho con las reliquias? Quizás las hubiese conseguido y las escondió antes de que le pillaran o, peor aún, quizás las consiguió y esos petimetres de armaduras plateadas se las arrebataron.
“¡Joder!”- maldije para mis adentros – “Ahora tengo que preocuparme también por esas estúpidas baratijas reales, por si no tuviera poco con perseguir a la princesita de los gatos.”
Se me empezaban a acumular los problemas, por no mencionar a los dos rebeldes que habían contratado mis servicios. Esta vez no valdría con mi palabrería para salir de aquella encerrona ileso, debía de ser listo.
Cuando la comitiva llegó al castillo, alcé finalmente la vista del suelo. Poco o nada se parecía ahora el aspecto del suntuoso castillo al momento en el que horas antes había bajado del carruaje. Los indicios de pequeñas batallas se esparcían por doquier en todos los rincones del patio de armas. Incluso el mismísimo rey estaba allí.
- ¿Y tú dónde estabas? – inquirió con tono cortante.
No tuve necesidad de responder, ya que el propio Sir Mycrosoft salió en mi defensa. Quizás había juzgado demasiado severamente a aquel hombre. Le dediqué una última mirada de complicidad antes de partir hacia los aposentos de la princesa.
¿Qué demonios habría pasado con aquella niña mientras estaba ausente? No tardaría demasiado en saberlo. Entre en el castillo y subí un par de escaleras de caracol hasta llegar al tercer piso, en lugar donde se encontraban sus aposentos. Permanecí durante unos instantes mirando a la puerta dubitativo. Se suponía que era de buena educación llamar antes de entrar en una habitación ajena…
Posé la mano izquierda sobre el picaporte y ignorando el protocolo palaciego la abrí sin mas.
“Espero que no estés intentando tirarme los trastos hombrecillo”- pensó, mientras me limitaba a devolverle la sonrisa.
- Como el honorable caballero que es estoy seguro que no dejara que me quede helada ¿Verdad? – dije con voz melosa – Y seguro que sabe dónde encontrar agua potable y algo de comer. La verdad, aun no me creer mi suerte al cruzarme en el camino de un gallardo caballero como vos.
Casi sin darme tiempo a reaccionar, Mycrosoft se adentró de un salto en el bosque, con la energía remanente de un demonio de Tasmania. Para mi sorpresa, no tardo demasiado en volver con algo de agua, un conejo y un pequeño fardo de leña.
“No me va a ser tan sencillo darle esquinazo…”- mascullé, mientras el caballero comenzaba a encender una fogata.
Para colmo de males, con el silencio de la noche y la fogata estaba encendida, el ambiente se tornó naturalmente romántico. Después de cenar, Mycrosoft se quitó su capa su capa y se situó a mi espalda para tratar de abrazarme y que nos acurrucáramos bajo la prenda. Y, aunque pudiera sentirme más calentito y cómodo bajo ella… Mi espada en mi mano diestra fue el único gesto de amabilidad que recibió por mi parte.
- Alguien tiene que hacer guardia – atajé mientras acaparaba la capa para mí – He oído decir que los caballeros de Skyros sois capaces de aguantar noches en vela sin apenas pestañear.
Finalmente, me arrebujé con la capa para soportar el frío y cerré los ojos.
***
Me desperté asustado, cuando la mano de Sir Mycrosoft me tocó el hombro. Pero, al ver el gesto para que guardara silencio con su dedo índice, me abstuve de importunarlo. La hoguera había sido apagada y se respiraba la inquietud en el ambiente.
Me tendí de costado, pegando el oído a la tierra desnuda. Y me erguí nervioso, asustado por los temblores y ruidos de la tierra. Era el ruido de un rebaño de cascos de caballos y pesados talones metálicos. A medida que el amanecer se abría paso entre la noche, la presencia humana en aquel bosque comenzaba a mostrarse cada vez más y más patente. Y, aunque la reacción natural era esconderse, aquel petimetre que tenía por acompañante se adelantó a atajar a la comitiva que supuestamente estaba atravesando el bosque.
- Habéis tardado mucho- escuché como les reprochaba el enjuto hidalgo.
No tardaron demasiado en disculparse ante él, identificándose automáticamente como parte del bando realista. Salí entonces de entre la maleza y uniéndome a la comitiva. Tras una breve, pero intensa puesta a punto de los acontecimientos recientes los acompañé de camino al castillo. Tenía una sensación agridulce que no me podía quitar de encima, por lo que hice la inmensa mayoría del recorrido en silencio.
¿Dharkel? ¿Muerto? Por un instante la humedad y el frío que amenazaban con congelarme me parecieron la más agradable de las sensaciones. Había esquivado esa bala por muy poco. Si, guiado por mi instinto, no hubiera decidido cruzar aquel pasadizo inundado… Puede que en estos momentos fuera yo mismo el finado. Pero ¿Y si aquel harapiento mendigo se había hecho con las reliquias? Quizás las hubiese conseguido y las escondió antes de que le pillaran o, peor aún, quizás las consiguió y esos petimetres de armaduras plateadas se las arrebataron.
“¡Joder!”- maldije para mis adentros – “Ahora tengo que preocuparme también por esas estúpidas baratijas reales, por si no tuviera poco con perseguir a la princesita de los gatos.”
Se me empezaban a acumular los problemas, por no mencionar a los dos rebeldes que habían contratado mis servicios. Esta vez no valdría con mi palabrería para salir de aquella encerrona ileso, debía de ser listo.
Cuando la comitiva llegó al castillo, alcé finalmente la vista del suelo. Poco o nada se parecía ahora el aspecto del suntuoso castillo al momento en el que horas antes había bajado del carruaje. Los indicios de pequeñas batallas se esparcían por doquier en todos los rincones del patio de armas. Incluso el mismísimo rey estaba allí.
- ¿Y tú dónde estabas? – inquirió con tono cortante.
No tuve necesidad de responder, ya que el propio Sir Mycrosoft salió en mi defensa. Quizás había juzgado demasiado severamente a aquel hombre. Le dediqué una última mirada de complicidad antes de partir hacia los aposentos de la princesa.
¿Qué demonios habría pasado con aquella niña mientras estaba ausente? No tardaría demasiado en saberlo. Entre en el castillo y subí un par de escaleras de caracol hasta llegar al tercer piso, en lugar donde se encontraban sus aposentos. Permanecí durante unos instantes mirando a la puerta dubitativo. Se suponía que era de buena educación llamar antes de entrar en una habitación ajena…
Posé la mano izquierda sobre el picaporte y ignorando el protocolo palaciego la abrí sin mas.
Entras en la alcoba de la princesa, que duerme plácidamente sobre su confortable cama. Está completamente desnuda, podrías decir que está mucho mejor sin ropa que con ella. ¿Te arrepientes de no haber maldades con ella? Pues te vas a quedar con las ganas, has perdido tu oportunidad.
Te sientas en lo que parece ser una cama de paja muy improvisada, seguramente sea donde ibas a dormir el tiempo que allí estuvieses. El sueño te invade lentamente, pese a estar hecho de paja es muy cómodo, como si te absorbiera, y sin darte cuenta te duermes.
Al despertar tienes a la princesa mirándote fijamente. Romualda tenía unos ojos preciosos, pero te asusta igual
-No te asustes, que no te voy a comer… -dice con voz sensual-. Al menos que quieras que te coma, claro –la joven soltó una pequeña risotada. ¿A qué juega esa muchacha? A saber, pero no sería ético entrar en su juego-. ¿Dónde estuviste anoche?
Te sientas en lo que parece ser una cama de paja muy improvisada, seguramente sea donde ibas a dormir el tiempo que allí estuvieses. El sueño te invade lentamente, pese a estar hecho de paja es muy cómodo, como si te absorbiera, y sin darte cuenta te duermes.
Al despertar tienes a la princesa mirándote fijamente. Romualda tenía unos ojos preciosos, pero te asusta igual
-No te asustes, que no te voy a comer… -dice con voz sensual-. Al menos que quieras que te coma, claro –la joven soltó una pequeña risotada. ¿A qué juega esa muchacha? A saber, pero no sería ético entrar en su juego-. ¿Dónde estuviste anoche?
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Una vez mis ojos se cerraron debido al cansancio, caí en un sueño inquieto.
Me miré reflejado en un espejo cóncavo que se encontraba frente a mi, tenía el aspecto de un muchacho tan joven que apenas aparentaba dieciocho primaveras, me encontraba sentado sobre el lecho de un enorme dormitorio. No sabía cuándo ni cómo había llegado a aquellos aposentos, pero era incapaz de librarme de una extraña sensación de mal presagio. Sin pensarlo, avancé hacia una mesa cercana y cogí una copa de vino de una bandeja de plata. Había dejado el vino allí justo antes de irme a la cama; lo recordaba con claridad, pero el acto en sí de tocarlo me parecía, de algún modo, raro.
- Vuelve a la cama, bribón – dijo una voz femenina que me resultaba familiar, aquello hizo que un escalofrió me recorriera la espalda – Tengo frío.
No podía pensar en nada que deseara más que volver junto a la princesa Romualda y respirar el perfume de su delicada piel, pero incluso en eso subyacía una corriente de mal presagio que no podía explicar.
- Creí… creí que estaba en peligro.
Para mi sorpresa ella se rió de la idea.
- ¿Te asustas de las sombras? ¿Aquí en la torre del homenaje? Ni tan siquiera mi padre estuvo nunca tan protegido como tú.
Me quedé petrificado, con la copa a medio camino de los labios.
- ¿Qué has dicho?
Oí que ella se volvía de lado y la seda ondulaba sobre su piel desnuda.
- Ni siquiera mi padre, el anterior rey, estuvo tan bien protegido como tú. Estoy segura de que te das cuenta de eso. Ya nadie más se atreverá a hacer un movimiento contra ti ¿No es ese el objetivo por el que has estado luchando durante todos estos años?
Dejé la copa sobre la bandeja con cuidado, temeroso de que se pudiera caer de mis dedos entumecidos. Conmocionado, avancé hacia la ventana de delante de la cama, aparté las cortinas y miré a mi alrededor. Me encontraba de verdad en la torre del homenaje, pero no en los aposentos de la princesa ¿Era ese el dormitorio del rey? Se me heló el corazón. Eso estaba mal; terriblemente mal, letalmente mal.
- No debería estar aquí – le dije a la mujer que yacía en el lecho.
La luz de la ventana abierta se reflejaba en las cortinas que pendían alrededor de la cama y las volvía opacas. Escuché como el cuerpo de ella rozaba las sabanas, e imaginé que estaba sentándose y rodeándose las rodillas con un brazo.
- Anoche no te quejabas – replicó con una sensual risa entre dientes – ¿Qué diferencia hay de un día al siguiente? Esta noche, el sumo sacerdote te pondrá la corona sobre la cabeza y entonces todo será tuyo de verdad.
Ella volvió a moverse, y esta vez pude ver que la silueta de su cuerpo adquiría forma al aproximarse a las cortinas.
- Dudo que, un día después, alguien vaya a oponerse a que tomes posesión de las propiedades de mi padre – dijo ella.
Sentí como se me secaba la boca. El terror y el anhelo me aferraron con igual fuerza.
Abrí las cortinas esperando encontrar la figura delineada en pálida luz solar de la princesa. Sin embargo, no fue eso lo que encontré. Percibí el olor a sangre y el hedor a cuerpos destripados. El ser que tenía ante mi poco o ningún parecido tenía con Romualda. Llevándome las manos a la nariz, para tratar de evadir aquel pestazo, traté de identificar el cadáver que permanecía tendido sobre el lecho. Cuando mi mirada se posó sobre el rostro inerte de Dharkel se me heló la sangre.
- ¡No me jodas! – exclamé, cagado de miedo. En mi cabeza se amontonaban decenas de interrogaciones a las que no era capaz de encontrar respuestas. Me preguntaba cómo era posible que ni socio hubiese muerto y como diantres había llegado hasta la que se suponía que era mi cama. Inspiré profundamente e intenté controlar las dudas que amenazaban con abrumarme. Tendí la mano hacia el rostro del vagabundo y traté de cerrarle los ojos, casi parecía como si estuviese sumido en un sueño profundo.
De repente, sintí como un frío glaciar se apoderaba de la sala y como, poco a poco, aquella sensación de peligro inminente comenzaba a acrecentarse por momentos. Lleno de pavor, traté de correr hacia la puerta de la habitación, pero estaban cerradas a cal y canto. Mi única escapatoria era la ventana. Desde aquella altura una caída seria letal, pero quizás si lograba apoyarme sobre la cornisa…
- ¡Traidor! ¡Cobarde! ¡Fraude! – escuché como una voz de ultratumba comenzaba a gritarme desde la cama.
No quería girarme, no quería ver la figura que reclamaba mi atención. Y no necesité hacerlo. Una mano fría como el hielo me aferró el hombro y sintí como miles de alfileres helados se clavaban en mi piel y me entumecían el hombro. Traté de gritar, pero descubrí que no le salía la voz. Cuando mis ojos se cruzaron con los del cadáver de Dharkel, sintí como como mi vida estaba a punto de llegar a su fin.
-No te asustes, que no te voy a comer… - espetó mientras dejaba escapar una risa cruel - Al menos que quieras que te coma, claro.
Finalmente, me desperte empapado en sudor de aquella terrible pesadilla. Pero cuando me encontré con mi rostro a escasos centímetros del de Romualda, no pude evitar pegar un grito de pavor. Salí disparado de la cama como un gato asustado, no sabía qué demonios estaba pasando. Si lo de antes había sido un sueño ¿Por qué seguía en una habitación con aquella mujer? Aunque, lo primero que hice fue tratar de encontrar mi espada, conseguí retomar el control y recordar lo que estaba haciendo en Skyros.
- ¡¿Es que quieres matarte?! No vuelvas a hacer eso nunca – espeté mientras me llevaba la mano al pecho, el corazón me iba a mil por hora. Siempre había convivido con la narcolepsia y nunca me había supuesto ningún problema, pero aquel día maldije por primera vez aquella dolencia – ¡Dharkel! Tengo que averiguar una cosa y, teniendo en cuenta como está la situación con los rebeldes, no puedo dejarte sola. Necesito que me acompañes a un sitio… por favor - añadí educadamente.
Me miré reflejado en un espejo cóncavo que se encontraba frente a mi, tenía el aspecto de un muchacho tan joven que apenas aparentaba dieciocho primaveras, me encontraba sentado sobre el lecho de un enorme dormitorio. No sabía cuándo ni cómo había llegado a aquellos aposentos, pero era incapaz de librarme de una extraña sensación de mal presagio. Sin pensarlo, avancé hacia una mesa cercana y cogí una copa de vino de una bandeja de plata. Había dejado el vino allí justo antes de irme a la cama; lo recordaba con claridad, pero el acto en sí de tocarlo me parecía, de algún modo, raro.
- Vuelve a la cama, bribón – dijo una voz femenina que me resultaba familiar, aquello hizo que un escalofrió me recorriera la espalda – Tengo frío.
No podía pensar en nada que deseara más que volver junto a la princesa Romualda y respirar el perfume de su delicada piel, pero incluso en eso subyacía una corriente de mal presagio que no podía explicar.
- Creí… creí que estaba en peligro.
Para mi sorpresa ella se rió de la idea.
- ¿Te asustas de las sombras? ¿Aquí en la torre del homenaje? Ni tan siquiera mi padre estuvo nunca tan protegido como tú.
Me quedé petrificado, con la copa a medio camino de los labios.
- ¿Qué has dicho?
Oí que ella se volvía de lado y la seda ondulaba sobre su piel desnuda.
- Ni siquiera mi padre, el anterior rey, estuvo tan bien protegido como tú. Estoy segura de que te das cuenta de eso. Ya nadie más se atreverá a hacer un movimiento contra ti ¿No es ese el objetivo por el que has estado luchando durante todos estos años?
Dejé la copa sobre la bandeja con cuidado, temeroso de que se pudiera caer de mis dedos entumecidos. Conmocionado, avancé hacia la ventana de delante de la cama, aparté las cortinas y miré a mi alrededor. Me encontraba de verdad en la torre del homenaje, pero no en los aposentos de la princesa ¿Era ese el dormitorio del rey? Se me heló el corazón. Eso estaba mal; terriblemente mal, letalmente mal.
- No debería estar aquí – le dije a la mujer que yacía en el lecho.
La luz de la ventana abierta se reflejaba en las cortinas que pendían alrededor de la cama y las volvía opacas. Escuché como el cuerpo de ella rozaba las sabanas, e imaginé que estaba sentándose y rodeándose las rodillas con un brazo.
- Anoche no te quejabas – replicó con una sensual risa entre dientes – ¿Qué diferencia hay de un día al siguiente? Esta noche, el sumo sacerdote te pondrá la corona sobre la cabeza y entonces todo será tuyo de verdad.
Ella volvió a moverse, y esta vez pude ver que la silueta de su cuerpo adquiría forma al aproximarse a las cortinas.
- Dudo que, un día después, alguien vaya a oponerse a que tomes posesión de las propiedades de mi padre – dijo ella.
Sentí como se me secaba la boca. El terror y el anhelo me aferraron con igual fuerza.
Abrí las cortinas esperando encontrar la figura delineada en pálida luz solar de la princesa. Sin embargo, no fue eso lo que encontré. Percibí el olor a sangre y el hedor a cuerpos destripados. El ser que tenía ante mi poco o ningún parecido tenía con Romualda. Llevándome las manos a la nariz, para tratar de evadir aquel pestazo, traté de identificar el cadáver que permanecía tendido sobre el lecho. Cuando mi mirada se posó sobre el rostro inerte de Dharkel se me heló la sangre.
- ¡No me jodas! – exclamé, cagado de miedo. En mi cabeza se amontonaban decenas de interrogaciones a las que no era capaz de encontrar respuestas. Me preguntaba cómo era posible que ni socio hubiese muerto y como diantres había llegado hasta la que se suponía que era mi cama. Inspiré profundamente e intenté controlar las dudas que amenazaban con abrumarme. Tendí la mano hacia el rostro del vagabundo y traté de cerrarle los ojos, casi parecía como si estuviese sumido en un sueño profundo.
De repente, sintí como un frío glaciar se apoderaba de la sala y como, poco a poco, aquella sensación de peligro inminente comenzaba a acrecentarse por momentos. Lleno de pavor, traté de correr hacia la puerta de la habitación, pero estaban cerradas a cal y canto. Mi única escapatoria era la ventana. Desde aquella altura una caída seria letal, pero quizás si lograba apoyarme sobre la cornisa…
- ¡Traidor! ¡Cobarde! ¡Fraude! – escuché como una voz de ultratumba comenzaba a gritarme desde la cama.
No quería girarme, no quería ver la figura que reclamaba mi atención. Y no necesité hacerlo. Una mano fría como el hielo me aferró el hombro y sintí como miles de alfileres helados se clavaban en mi piel y me entumecían el hombro. Traté de gritar, pero descubrí que no le salía la voz. Cuando mis ojos se cruzaron con los del cadáver de Dharkel, sintí como como mi vida estaba a punto de llegar a su fin.
-No te asustes, que no te voy a comer… - espetó mientras dejaba escapar una risa cruel - Al menos que quieras que te coma, claro.
Finalmente, me desperte empapado en sudor de aquella terrible pesadilla. Pero cuando me encontré con mi rostro a escasos centímetros del de Romualda, no pude evitar pegar un grito de pavor. Salí disparado de la cama como un gato asustado, no sabía qué demonios estaba pasando. Si lo de antes había sido un sueño ¿Por qué seguía en una habitación con aquella mujer? Aunque, lo primero que hice fue tratar de encontrar mi espada, conseguí retomar el control y recordar lo que estaba haciendo en Skyros.
- ¡¿Es que quieres matarte?! No vuelvas a hacer eso nunca – espeté mientras me llevaba la mano al pecho, el corazón me iba a mil por hora. Siempre había convivido con la narcolepsia y nunca me había supuesto ningún problema, pero aquel día maldije por primera vez aquella dolencia – ¡Dharkel! Tengo que averiguar una cosa y, teniendo en cuenta como está la situación con los rebeldes, no puedo dejarte sola. Necesito que me acompañes a un sitio… por favor - añadí educadamente.
La joven princesa te mira absorta, frunciendo su entrecejo y reculando marcha atrás de rodillas. Aquel pequeño paseo resulto sexy e insinuante, aunque no lo fuera para una persona normal. La libido te va aumentando hasta dilatar tus pupilas, notas como un extraño calor te recorría el cuerpo y suspiras fuertemente. Sin embargo, tu gesto de inmediato se vuelve serio y decidido.
-Esta bien -te dice Romualda-. Pero será mejor que salgamos por el pasillo secreto.
Bajo su cama hay una trampilla que abarca parte del suelo y la pared que está cerca del cabecero. Para entrar por él debes hacerlo a gatas y recorrer una distancia de diez metros, para luego dar a unos angostos pasillos que recorren todas las habitaciones del castillo. ¿Hacia donde quieres ir joven pirata? Eso es algo que solo sabes tú. No obstante, en tu menta comienzan a escucharse una infinidad de voces, cuyo paradero no logras encontrar. Algunas son más claras, mientras que otras no tanto, pero una destaca entre las demás. ¿Qué haces Jisha?
En el caso de seguir la presencia más notoria darás con uno de los caballeros que te contrató, mientras que si sigues tú destino solo tú sabres lo que encontrarás.
-Esta bien -te dice Romualda-. Pero será mejor que salgamos por el pasillo secreto.
Bajo su cama hay una trampilla que abarca parte del suelo y la pared que está cerca del cabecero. Para entrar por él debes hacerlo a gatas y recorrer una distancia de diez metros, para luego dar a unos angostos pasillos que recorren todas las habitaciones del castillo. ¿Hacia donde quieres ir joven pirata? Eso es algo que solo sabes tú. No obstante, en tu menta comienzan a escucharse una infinidad de voces, cuyo paradero no logras encontrar. Algunas son más claras, mientras que otras no tanto, pero una destaca entre las demás. ¿Qué haces Jisha?
En el caso de seguir la presencia más notoria darás con uno de los caballeros que te contrató, mientras que si sigues tú destino solo tú sabres lo que encontrarás.
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Aún estaba algo aturdido por aquel extraño sueño, así que miré a mi alrededor. Mientras lo hacía, me lleve de nuevo la mano hacia el pecho, el corazón me latía a toda velocidad y notaba esa excitación visceral, una combinación de pánico y deseo, que había conseguido noquear mi cerebro. Aun no podía creerme que aquella princesita de cuento tan consentida y remilgada hubiese accedido a mi petición. No fue hasta el instante en que ella retiró una buena parte del edredón de su cama, que me obligué a reaccionar. Entonces no pude evitar mostrar una sonrisa de aprobación. Nadie se fija en las tarimas viejas, nadie observa detenidamente las cosas cotidianas y usadas. Allí frente a mis ojos se encontraba una pequeña trampilla, lo suficientemente grande como para que una persona no demasiado grande cupiera por ella agachada.
Finalmente me armé de valor y, espada en ristre, posé mis pies sobre el suelo de la habitación. Un frío inesperado me ayudó a calmar el dolor que, desde hacía ya algunas horas, se había alojado mi pie derecho. La sonrisa se borró de mi rostro en cuanto me puse en pie. Sin embargo, ninguna queja salió por mi boca.
- Muy bien, las damas primero – anuncié, sin embargo, pasaron unos instantes antes de que me diera cuenta de que aquella frase no tenía ningún sentido en aquella situación – Ya he visto cómo te las gastas, alteza. No tenemos tiempo para una ducha fría así que no pienso dejar mis posaderas a tu alcance, tu primero.
Romualda, aunque decepcionada, no reprochó aquella sugerencia. Pues se trataba de una sugerencia, claramente ¿En qué cabeza cabe que un sirvo le diera órdenes a su señora? Sea como fuere, ambos gateamos juntos unos cuantos metros a través de aquel estrecho pasadizo. Al cabo de unos minutos, el pasadizo comenzó a ensancharse hasta cobrar las dimensiones y la apariencia de uno de los pasillos convencionales del castillo. Demasiados pasillos y habitaciones, aunque hubiese tratado de mapear mentalmente aquel laberinto de habitaciones desde que puse un pie en el castillo, difícilmente habría logrado ubicarme. Un tenue murmullo se escuchaba desde uno de los pasillos laterales, entre las diversas voces pude identificar una entre la multitud. Se trataba de uno de uno de mis benefactores. Ahora bien ¿Era el calvo o el del bigote ridículo? Había pasado tanto poco tiempo con ellos, que ni tan siquiera yo sabía la respuesta.
Durante unos instantes miré a Romualda. Por un lado sabía que, si le contaba la verdad sobre mi contratación, me apuntaría un tanto con el gobierno legítimo de Skyros y una mas que jugosa recompensa. Por otro lado, si acudía a uno de esos caballeros enlatados… Ambos eran unos traidores, si llegaba a algún acuerdo para entregarles a aquella muchacha como rehén, probablemente me apuntaría un tanto con aquellos insurrectos y pondría fin la dichosa disputa. Claro que visto desde otro ángulo ¿Qué demonios me importaba a mi lo que sucediera en aquellas tierras? Monárquicos o Revolucionarios… Por lo que a mí respectaba podían morirse todos.
- Iremos por aquí – le indiqué a la muchacha, mientras señalaba con la barbilla el pasillo por el que se escuchaban el eco de voces y pisadas. Sin embargo, esta vez me adelanté y me aseguré de ir delante. Aquella mujer era mi garantía para salir de aquella isla con cabeza y no renunciaría a ella.
Finalmente me armé de valor y, espada en ristre, posé mis pies sobre el suelo de la habitación. Un frío inesperado me ayudó a calmar el dolor que, desde hacía ya algunas horas, se había alojado mi pie derecho. La sonrisa se borró de mi rostro en cuanto me puse en pie. Sin embargo, ninguna queja salió por mi boca.
- Muy bien, las damas primero – anuncié, sin embargo, pasaron unos instantes antes de que me diera cuenta de que aquella frase no tenía ningún sentido en aquella situación – Ya he visto cómo te las gastas, alteza. No tenemos tiempo para una ducha fría así que no pienso dejar mis posaderas a tu alcance, tu primero.
Romualda, aunque decepcionada, no reprochó aquella sugerencia. Pues se trataba de una sugerencia, claramente ¿En qué cabeza cabe que un sirvo le diera órdenes a su señora? Sea como fuere, ambos gateamos juntos unos cuantos metros a través de aquel estrecho pasadizo. Al cabo de unos minutos, el pasadizo comenzó a ensancharse hasta cobrar las dimensiones y la apariencia de uno de los pasillos convencionales del castillo. Demasiados pasillos y habitaciones, aunque hubiese tratado de mapear mentalmente aquel laberinto de habitaciones desde que puse un pie en el castillo, difícilmente habría logrado ubicarme. Un tenue murmullo se escuchaba desde uno de los pasillos laterales, entre las diversas voces pude identificar una entre la multitud. Se trataba de uno de uno de mis benefactores. Ahora bien ¿Era el calvo o el del bigote ridículo? Había pasado tanto poco tiempo con ellos, que ni tan siquiera yo sabía la respuesta.
Durante unos instantes miré a Romualda. Por un lado sabía que, si le contaba la verdad sobre mi contratación, me apuntaría un tanto con el gobierno legítimo de Skyros y una mas que jugosa recompensa. Por otro lado, si acudía a uno de esos caballeros enlatados… Ambos eran unos traidores, si llegaba a algún acuerdo para entregarles a aquella muchacha como rehén, probablemente me apuntaría un tanto con aquellos insurrectos y pondría fin la dichosa disputa. Claro que visto desde otro ángulo ¿Qué demonios me importaba a mi lo que sucediera en aquellas tierras? Monárquicos o Revolucionarios… Por lo que a mí respectaba podían morirse todos.
- Iremos por aquí – le indiqué a la muchacha, mientras señalaba con la barbilla el pasillo por el que se escuchaban el eco de voces y pisadas. Sin embargo, esta vez me adelanté y me aseguré de ir delante. Aquella mujer era mi garantía para salir de aquella isla con cabeza y no renunciaría a ella.
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Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
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