Jean L. Lacket: El ladrón más buscado del mundo [Privado][Fenrir Bloodfallen | Ichimura Hachiro]

Cielo despejado y nubes con forma de algodón de azúcar, el dulzor se respiraba en el aire y las personas paseaban de un lugar a otro lengüeteando piruletas de distintos sabores y colores. Los edificios más bien parecían ser dulces, pero bastante resistentes. Todo era muy colorido en aquella ciudad, desde los trajes que vestían las personas (pasando por tonos anaranjados, rosas y blancos con líneas de arcoíris) hasta los perros cuyo pelaje era tan distinto como cada persona en el mundo. Ciertamente era un buen lugar, menos para una persona diabética.

Fenrir estaba sentado en una banca que en vez de tener tablas, tenía dulces alargados y duros. El riesgo de que la ropa se quedara pegada en la superficie del asiento era enorme, pero el pelirrojo ya sabía cómo manejar todo eso. Se levantó con mucho cuidado para que el azúcar no le robara la parte trasera del pantalón y una vez lo consiguió, fue directamente a comprar cigarrillos. Sin embargo, lo único que encontró fue una cajetilla de dulces con rápida combustión que cumplían la misma función que un cigarro, solo que el sabor del humo era dulce.

–Vaya genio el que inventó estas mierdas… –comentó a sí mismo mientras sacaba uno de esos tubitos anaranjados con tabaco de dulce en su interior y se lo echaba a la boca.

¿La razón por la que estaba en ese lugar? Un amigo del tío del dueño del perro de un amigo de Fenrir le dio el dato de que un criminal estaba coleccionando todo tipo de dulces y pues no había mejor lugar que Candyland. ¡La isla entera parecía una fábrica de dulces! Sin embargo, para su mala suerte –como siempre la verdad– no tenía ni una sola pista del hombre al que buscaba. Solo tenía un retrato de él, pero fue dibujado por un niño manco de cuatro años así que no le servía de mucho. Al menos tenía el nombre del criminal: Jean L. Jacket. ¿Quién le ponía un nombre tan genial a un ladrón de dulces?

Su búsqueda tenía que empezar con preguntarles a las demás personas si es que habían visto o conocían a un hombre con ese nombre. Y de entre todas las personas que pudo elegir, se dirigió a un hombre de aspecto extraño.

–Disculpa, ¿conoces a un tal… Jin Ele. Lakef? –preguntó, sin preocuparse de si había pronunciado bien el nombre.

Demasiado dulce... aquel lugar era agobiante para el joven agente. Los olores eran fuertes y se le quedaban en la nariz. Lo peor era que no es que no le gustasen los dulces sino que aquello era simplemente excesivo, en todos los sentidos. Ni siquiera en el restaurante había podido comer algo decente: la carne era de chocolate y los vegetales trufas con caramelo fundido. Ni siquiera el agua le había permitido quitarse aquel desagradable sabor, pues también era dulce. Asqueado, había salido del restaurante, deseando terminar de una vez sus asuntos en aquella isla y no volver. Era cierto que había reposteros de gran fama y poseían los mejores materiales posibles para repostería. Cualquier cocinero que pretendiera hacer postres ganaría mucha experiencia de una visita a aquella isla. Esa era su intención inicial, y de hecho pretendía aún encontrar a algún pastelero dispuesto a permitirle verlo trabajar (y a ser posible encontrar una botella de agua normal, y no aquella aberración contra natura).

- Si esto sigue así me dará algo...

Tenía una sed horrible, no mejorada por aquellos persistentes olores. Mientras caminaba escuchó a un ruido a su lado, y vio a un cerdito con una cola de algodón de azúcar paseando tranquilamente por la calle, hozando animadamente cada vez que encontraba algo nuevo que olfatear. ¿Pero qué diablos pasaba en aquella isla? Se frotó los ojos como queriendo comprobar que no soñaba, y para cuando los abrió se encontró con una familia de conejos cruzando la calle. El único problema, además de ver CONEJOS cruzando la calle, era que eran marrones. Y que dejaban huellas de chocolate fundido. "Este lugar es el infierno. Voy a salir de aquí diabético perdido." Se acercó a una fuente a paso rápido, rezando para que fuera agua normal. No lo fue. La escupió a un lado y comenzó a toser, pues le había ido un poco por el lado equivocado con las prisas. De repente una sombra le tapó el sol. Era un hombre alto y fornido, de pelo rojo intenso con un cigarro en la boca.

- ¿Disculpe? - preguntó, tomado por sorpresa - ¿Se refiere a Jean L. Lacket? ¿No es un criminal o algo así?

Se puso a darle vueltas a su memoria, intentando recordar los detalles exactos. Sí... era un ladrón, creía recordar. Estaba en búsqueda y captura, pero no recordaba por cuanto precio o cómo de peligroso era. Observó al hombre con cierta suspicacia, cayendo en la cuenta de que debía ser alguna clase de cazador de recompensas. No llevaba ninguna clase de arma a simple vista, pero bien podía llevarla oculta o ser un combatiente desarmado. Normalmente no era la clase de persona que se aprovechaba de otros, pero estaba en una situación desagradable y casi desesperada. "O por lo menos, estar estoy desesperado." Se puso firme y esbozó una sonrisa confiada, apoyando la mano derecha en la empuñadura de una de sus espadas.

- Si buscas a un criminal, has ido a dar con la persona adecuada. Izumi Hachiro - dijo, tendiéndole la mano - Te propongo un trato: si me consigues algo de beber que me calme la sed, no sepa dulce y me resulte agradable, te ayudaré con ese criminal. ¿Qué me dices?

El hombre de cabellos blancos y tez morena respondió pronunciando a la perfección el nombre que Fenrir no pudo decir. Estaba al tanto de la situación del hombre al que buscaba. Jean L. Jacket era un ladrón conocido por todo el mundo y siempre causaba problemas, pero no era especialmente fuerte. Su recompensa la tenía debido a que le robó unos dulces a una familia de Nobles, siempre fue una persona muy escurridiza; al menos eso decían los informes respecto a él. Alcanzaba una recompensa de 5 millones de berries, dinero suficiente para que Fenrir pudiera vivir relativamente bien durante unos meses. Pero eso era solo si podía capturarle, y hasta ese momento no tenía ningún rastro de él así que se las tendría que ingeniar.

Fenrir se sentó en el borde de la fuente, procurando que la superficie no estuviera hecha de azúcar o algo así. Pese a que estaba sentado le llegaba hasta los hombros al moreno de cabello blanco. Este último no era una persona esencialmente alta.

–Sí, es un criminal –respondió después de darle una calada a su cigarrillo, con algo de desinterés–. Tiene una recompensa de 5 millones de berries.

Fenrir miró de reojo al hombre que esbozó una sonrisa confiada y apoyaba su mano en la empuñadura de una de las espadas que tenía. Se presentó como Izumi Hachiro y a cambio de que Fenrir le consiguiera algo de beber, él estaría dispuesto a ayudarle a darle caza al criminal. El pelirrojo lo miró con un poco de desconfianza, no parecía un trato demasiado convincente y no estaba seguro de sí esa persona era un cazarrecompensas como él o si se trataba de algo más. Lamentablemente no tenía casi ninguna pista, solo contaba con ese retrato que no le servía de nada...

–Te daría la mano, pero me da un poco de pereza... –respondió soltando un suspiro– Tienes mi palabra, te ayudaré a conseguir algo de beber que no sea dulce. En toda la ciudad no encontrarás agua normal, pero sé dónde encontrarla –respondió y luego se paró–. Actualmente estamos en Puerto Drack, debemos salir de este lugar e internarnos en el bosque. Allí hay agua “normal”, pero si no quieres caminar, estas jodido.

El cazador había conseguido un mapa de la isla, y gracias a ello sabía exactamente dónde encontrar lo que Hachiro estaba buscando. Su único temor era que el agua no fuera más que un fluido dulce y de sabor desagradable, ciertamente él también estaba harto de los sabores dulces y no quería terminar con diabetes. Allí todos eran excelentes pasteleros y amaban el azúcar en las comidas, así que seguramente terminaría conociendo alguna receta o algo así para aprender a cocinar y no morirse de hambre, aunque ya estaba extrañando el fabuloso y único sabor de la pizza.

Había acertado con él, efectivamente estaba tras la cabeza de Jean. El pelirrojo era un tipo con pinta de "pasota" y bastante maleducado. Se había negado a darle la mano por "pereza" y no se había presentado cuando él lo había hecho. Al menos había aceptado el trato y parecía saber encontrar agua, un gran alivio para el estresado joven. Sin embargo había algo raro en aquello, ¿ir hasta el bosque a buscar algo que no fuese dulce en una isla que se caracterizaba porque tanto su suelo como sus seres vivos lo eran? No tenía mucho sentido la verdad, y si no hubiese sido porque el tipo decía poder encontrar agua allí, ni siquiera se hubiese molestado en seguir semejante pista.

-¿Estás seguro de lo que dices? Me suena raro que haya que salir de la ciudad.

Definitivamente no iba a aceptar ayudarle sin tener antes su agua. Sería tonto si lo hiciera para luego descubrir, tras una larga búsqueda, que su agua no existía o era también azucarada. Además de que si tenía que llevar a cabo toda la labor de búsqueda de información con la garganta seca y rodeado de aquel maldito olor acabaría perdiendo la paciencia, y no le apetecía estallar en medio de la tarea.

- Vayamos pues a por ese agua. Si es cierto que hay, te ayudaré pues.

Salir de la ciudad fue un alivio. Si bien toda la isla estaba hecha de esos materiales, en la naturaleza la fragancia era más... suave, al tiempo que silvestre y viva. Muy diferente de los aromas de las pastelerías de la ciudad, que en condiciones normales le hubiese resultado un olor delicioso y apetecible. Todo en exceso era malo, supuso. Con una sonrisa, se acercó a un árbol y observó su corteza, de caramelo cristalizado. En cierto modo aquella isla era muy hermosa e indiscutiblemente única. Al alzar la vista vio a una ardilla obesa muy ocupada en devorar nueces de azúcar. Casi parecía que la rama fuese a partirse bajo su peso. "Retiro lo de hermosa" pensó, con un escalofrío.

- ¿Y bien, a dónde tenemos que ir?

Hachiro parecía dudar de la información de Fenrir, y era obvio puesto que ni siquiera el pelirrojo estaba seguro de si en esa isla habría un río de agua pura. Por el momento solo tenía que limitarse a encontrar agua, en lo posible alejado de la ciudad. Incluso un hombre tan despistado como Fenrir podía tener un plan de emergencia, y claro que lo tenía. Se levantó y miró al hombre de piel moreno, luego bostezó y encendió otro cigarrillo.

–A mí también me suena raro que tengamos que salir de la ciudad –comentó sin darle crédito a su propio plan–. Aquí todo está hecho de dulce y azúcar, la gente piensa que es lo normal. Cuando lleguemos al bosque tendrás lo que quieres.

Parecía estar muy seguro de lo que decía. Tal vez no era un idiota después de todo.

–Por cierto, puedes llamarme Fenrir. Mi nombre es Fenrir Bloodfallen.

Caminó hasta el bosque, un lugar con árboles igualitos a piruletas de distintos colores e incluso algunos, en vez de las pomposas hojas que podían tener, estaban conformados por algodones de azúcar. Los roedores del bosque no eran más que un montón de alimañas sacado de un cuento escrito por un drogadicto amante de los alucinógenos. La corteza de los árboles estaba conformada por cristales de azúcares. Fenrir pensó que realmente alguien podía hacerse una fortuna con todo lo que la isla tenía para ofrecer.

–Bordearemos la costa y luego subiremos. A medida que el río se acerca a la desembocadura, se va llenando de sedimentos y no es tan pura como lo es en el punto más alto –comentó profunda y lentamente–. A juzgar por cómo es la isla… me temo que los sedimentos no serán más que montones de azúcares y dulces.

El camino no presentó ningún problema, de momento no. Pese a que hacía mucho calor, la brisa veraniega refrescaba el cuerpo del musculoso pelirrojo, quién se sacaba las gotas de sudor de la frente con el antebrazo derecho. Ciertamente era lo único salado del ambiente. Esperaba que su nuevo compañero no presentara ningún problema en ascender unos cuantos kilómetros, porque era la única opción que tenían para hacerse de agua pura.

Finalmente, Fenrir llegó al río. Se trataba de un caudal de al menos ocho metros de ancho y no podía estar seguro de qué tan profundo era. Se acercó a él y hundió la cabeza para refrescarse. El agua estaba helada, aunque no tanto como le hubiera gustado. Tenía que comprobar si efectivamente era agua demasiado dulce, la prueba de fuego que decidiría la ayuda de Hachiro… La miró con desconfianza, rogando que fuera normal. Extendió su palma, sacando un poco de agua y se la llevó a la boca.

–Esta agua… ¡Esta agua es dulce! –Expresó, completamente decepcionado– Lo siento, Hachiro… ¿Sabes hacer un fogón?

Le explicó que a pesar de todo lo que habían subido para encontrar agua más pura, la misma nieve de por sí era dulce así que era imposible conseguir agua normal, al menos de la forma que Fenrir había pensado. Sin embargo, le pidió que juntara varios troncos y algunas piedras para hacer algo similar a una fogata. La idea era separar el azúcar del agua y capturar el vapor con algún paño o algo similar. Este último se humedecerá y al estrujarlo liberará pequeñas gotas de agua, y con suficiente tiempo podrían conseguir algo más que solo dos vasos. Tenía un único problema: el cuenco. No tenía ningún objeto o algo similar para llenarlo con varios litros de agua.

–¿Eres de los inteligentes? Necesito un cuenco que soporte una alta temperatura.

Hachiro tenía sentimientos encontrados sobre aquella expedición. Por un lado estaba disfrutando del recorrido, observando el único y exótico paisaje de Candyland. Además a medida ascendían tenía ocasión de ver nuevos tipos de plantas y animales, por no hablar de las vistas que tenían desde las alturas, cada vez más espectaculares. Sin embargo, cada vez tenía menos claro que aquello mereciera la pena o que aquel tipo tuviera claro a dónde le estaba llevando. Pretendía obtener agua normal en una isla donde hasta el suelo estaba hecho de dulces... era una lucha perdida de antemano. Por un momento había llegado a creer realmente que Fenrir sabía lo que hacía, pero ahora empezaba a pensar que sólo le estaba haciendo perder el tiempo. Y cuanto más ascendían, más sed le daba. Aquello estaba siendo altamente contraproducente y para colmo, había prometido ayudar a aquel tipo. Si le lograba conseguir agua, luego iba a tener que dedicarse a buscar a un criminal tras un paseo de varias horas isla adentro. Pero el colmo de los colmos llegó cuando, tras el largo recorrido en busca de un punto más alto del río, el agua resultó seguir siendo dulce tal y como había esperado Hachiro. Para colmo no iban a encontrarla normal ni aunque subieran a lo más alto de la más alta montaña. Conteniendo su enfado, se cruzó de brazos.

- O sea, que me has hecho perder mi tiempo para nada, y ahora pretendes que hagamos algo que podríamos haber hecho en algún lago... O en la misma ciudad, con instrumentos de cocina, y no en pleno monte y sin ninguna clase de utensilio.

Empezaba a estar de los nervios. El plan de Fenrir era ridículo y estúpido. No solo no retendrían todo el vapor con un paño, sino que además para hacer fuego tendrían que usar madera local, de azúcar. No tenía claro hasta qué punto prendería bien, pero lo que realmente le preocupaba era el olor que pudiera desprender, que podría impregnar el paño y fastidiar todo el propósito de aquel trabajo. Más aún, no tenían ni una olla en la que calentar el agua ni vasos o recipientes en los que exprimir el paño luego. ¿O es que pretendía llevar a cabo el lento proceso de ir exprimiendo el paño en la boca a ratos? Aquel plan no tenía ni pies ni cabeza, y no solo era irrealizable, sino que le implicaba trabajar y perder aún más tiempo. Empezaba a arrepentirse muchísimo de haber hecho caso a aquel tipo y no haberse quedado en la ciudad. Molesto y bastante sediento, se acercó al río y conteniendo la respiración tomó una buena cantidad de agua entre las manos y la bebió. Era horrible y empalagosa, pero era mejor que nada. Llenó sus manos una vez más y se incorporó de nuevo, girándose hacia Fenrir con una mirada irritada.

- No hay ninguna clase de recipiente que podamos usar, no. No tenemos ollas. No podemos fabricar una aquí mismo y no tenemos ninguna clase de herramienta ni tiempo para improvisar una. En el peor caso y con el material apropiado se podría tallar una roca, pero me parece una soberana pérdida de tiempo. Para colmo con tanta caminata he acabado bebiendo de ese río, que sabe incluso peor que el agua de la ciudad. Me conformaré con el agua dulce que hay aquí y ya beberé algo normal cuando vuelva a la civilización, lejos de esta isla de chalados.

Negó con la cabeza, suspirando con frustración y dio media vuelta, comenzando el camino de vuelta a la ciudad. Tras eso no iba a ayudar a aquel tipo, a menos que tuviera algo realmente tentador que ofrecerle. Como agente del Gobierno que era intentaría dar caza al criminal si acababa teniéndolo a mano, pero como ni era su misión ni estaba de servicio no iba a desperdiciar sus días libres yendo tras la cabeza de alguien tan escurridizo como un ladrón. Ya había perdido parte de su tiempo en aquella expedición, aunque al menos había tenido la oportunidad de ver las bellas vistas del interior de la isla. ¿Tal vez podría rentabilizar la caminata y buscar algunas especias silvestres?

- Yo me vuelvo a la ciudad. Eres libre de seguirme si te apetece.

Las nubes de algodón flotaban por el azulado cielo de la isla de dulces mientras que la gente paseaba a sus perros que, en vez de tener pelaje normal, parecían estar envueltos en algodón de azúcar. Las correas eran dulces alargados y pegajosos, provocando que Fenrir los mirara con confusión. Su objetivo era uno y tenía que centrarse en ello: el ladrón. Había estado preguntando durante un buen rato si alguno de los habitantes conocía o sabía acerca del tipo de nombre genial, pero nadie le conocía. Sin embargo, una señorita de dieciocho años le dio el dato sobre una casucha en el bosque; siguiendo el río llegarás, dijo.

A medida que escuchaba las palabras del moreno se dio cuenta de que era un verdadero idiota, no se le había ocurrido nada de eso. Simplemente suspiró y se rascó la cabeza, adoptando una pose despreocupada. No es que le importara precisamente lo que su nuevo amigo tenía que pensar respecto a él, o si tenía que conformarse con agua dulce. Era un hombre sencillo que entregaba soluciones sencillas, y mediocres.

–Lo siento, Hachi-chan –respondió mientras se recostaba en el suelo–. No sabía que estabas tan ocupado. Si quieres, puedes ir a buscar utensilios de cocina y luego volver.

La estupidez era un problema, pero no para los estúpidos, sino para las personas inteligentes que tenían que lidiar con ellos. Las palabras del pelirrojo no ayudaban en nada a mejorar la situación, y si esto fuera un problema de vida o muerte, Fenrir ya se hubiera dado por vencido. A veces pensaba que su madre le robó todas las energías y por eso necesitaba dormir tanto, pero no era más que una excusa barata para dormir en cualquier lado. Mientras Ichimura hablaba, Fenrir se limitaba a darle la espalda y rascarse el oído para ver si alguna mugre caía de ahí.

–Vaya, parece que tienes un problema –le respondió al cabo de un rato–. Si sigues pensando así, tu cabeza explotará. ¿Eres tan caprichoso que necesitas beber agua normal?

Si el mapa estaba bien dibujado, y los topógrafos de la isla eran buenos, tanto Fenrir como Hachi estaban en la posición correcta y pronto verían a alguien caminar por el lugar. Y… punto. El perezoso pelirrojo abrió su ojo derecho y entre los árboles iba caminando un anciano vestido con ropas de diversos y llamativos colores, cargaba un palo apoyado en su espalda y en cada extremo de este colgaban dos baldes de madera. “Así que es él…”, se dijo a sí mismo el pelirrojo.

–Puedes irte, o beber agua normal.

Dicho eso, Fenrir comenzó a cruzar el río saltando unas gigantescas rocas que estaban húmedas. Procuró no caerse, de ser así ya podía ir olvidándose de salir a la superficie. Era un hombre de leche, pero eso le conllevaba tener las mismas desventajas que todos los demás usuarios de frutas del diablo. Ya estando en la última roca tambaleó un poco, pero logró equilibrarse y tras un suspiro de alivio dio el último salto para ubicarse en tierra firme. Avanzó velozmente por entre los arbustos pareciendo no importarle todo el ruido que podía provocar.

Después de unos pocos minutos de caminata estuvo al lado del anciano, tomó el palo y lo apoyó únicamente en su hombro derecho. El viejo se veía muy complicado cargando los baldes, pero para Fenrir no era precisamente un problema. Hayato era el tío de la jovencita que conoció hace un par de días y era el hombre que vivía en la casa inmersa en el bosque; también fue una de las víctimas del ladrón que el cazador estaba buscando. Él le daría información suficiente, además de un poco de agua.

–¿Tú eres…?

–Fenrir Bloodfallen, Señor –respondió sin bajar la mirada–. Hace un par de días hablé con su sobrina. Me dijo que usted fue víctima de Jean L. Jacket, robó uno de sus queridos dulces y se largó. ¿Le importa si lo acompaño hasta su casa?

El propósito de todo eso era investigar los objetivos del ladrón para encontrar algún patrón y predecir el siguiente asalto, aunque sabía que era demasiado torpe para hacerlo y por eso necesitaba al moreno. Ese hombre sí que parecía ser inteligente y tener muchos ases bajo la manga, pero tal vez hubiera sido buena idea decirle la verdad desde un principio, pero no podía estar seguro de sí de verdad era un tipo inteligente. Por otro lado, no sabía si definir a Fenrir como un auténtico genio o un estúpido con demasiada suerte…