[Moderado Vane - ¿Una oportunidad reluciente? ]

- Como sigas secando esa jarra vas a desgastarla. - Bromeó Marcus, con un comentario bastante acertado teniendo en cuenta que llevaba ya un par de minutos frotando el mismo punto de manera un tanto estúpida.

- Ya me conoces, soy todo un perfeccionista. - Le respondí mientras la dejaba junto al resto. Le dediqué una breve mirada y luego me dirigí a la barra. Donde comencé a ojear las botellas, anotando cuales debía reponer.

- Si no te conociese diría que estás distraído - continuó. - ¿Te has vuelto a meter en algún lío?

- La duda ofende, amigo mío. - Dejé escapar una leve carcajada, sin apartar la vista de los estantes más que para apuntar algunos números en el viejo cuaderno junto a la caja.

- Sabes que no me molestan tus negocios extra - su tono se volvió ligeramente más serio - Pero sí que me gustaría que me avises si he de dormir con un arma bajo la almohada.

- No te preocupes - me apresuré a tranquilizarle. - Yo también estoy cansado de esos trabajillos. Demasiadas horas y pocos beneficios. Pero te diré que tengo algo en mente, y si sale bien no necesitaré seguir haciendo encargos para esa basura. - Le dirigí la mirada de nuevo, acompañándola esta vez de una sonrisa de complicidad. Pero a juzgar por su expresión, mis palabras no le resultaban tan alentadoras como me habría gustado. Así pues, me limité a alzar ambas manos, sosteniendo una botella en una y un par de vasos en la otra, al tiempo que me encogía de hombros.

- Ni siquiera sé por qué aún te sigo el juego. - Respondió resignado mientras dejaba la escoba a un lado y se reunía conmigo en la barra.

Dejé caer un par de piedras de hielo en el interior de cada vaso y los rellené con su whisky favorito. Mientras bebíamos compartí con él lo que había escuchado durante la noche anterior sobre el marine del muro que buscaba un nuevo socio para sus negocios. Y expuse lo beneficioso que podría ser conseguir un contacto como ese. Como era costumbre, no me costó convencer a mi compañero del plan que comenzaba a tomar forma en mi cabeza. Por lo que ya solo quedaba esperar a que llegase la noche, y con ella mi oportunidad.

Las horas pasaban desde la puesta de sol, sin novedades aparentes. Y me estaba desesperando tanta tranquilidad, si es que se puede tachar de tranquilo el ambiente de un club nocturno a media noche en un lugar con tanta clientela. Cada vez que oía la puerta abrirse dirigía una esperanzada mirada, como un niño en la mañana de navidad buscando su regalo. Y cuando finalmente vi aparecer a aquel tipo una sonrisa de oreja a oreja invadió mi rostro.

Llamé la atención de Marcus, que tras devolverme la mirada se alejó hacia el fondo de la barra y desapareció tras la puerta que daba a la cocina. Mientras serví su copa al hombre y me quedé observándole mientras se sentaba a la mesa. Supuse que esperaba a su compañero, y prefería esperar antes de hacer mi movimiento. Después de todo, siendo dos tenía el doble de posibilidades de ganarme a alguno de ellos.

El segundo no tardó en llegar, yendo directo a reunirse con su compañero a la mesa nada más entrar al local. Me apresuré a tomar una botella a estreno de Jack Daniels del estante y reunirme con ellos. Recordaba que ambos habían tomado lo mismo la noche anterior, así que esperaba no equivocarme al escoger.

- Amigos míos, permitid que os invite a un trago. - Dejé los vasos sobre la mesa, llené los tres y alcé uno de ellos. - Tengo entendido que si quiero hacer negocios, vosotros dos sois los hombres adecuados.

Antes de darles tiempo a responder, Marcus salía de la cocina y aparecía por mi espalda con un par de fuentes que dejó frente a ellos. Una repleta de chuletas y costillas, y la otra con varios panes y algo de queso.

- ¿Qué os parece si lo discutimos durante la cena? No exagero si os digo que mi compañero prepara la mejor salsa barbacoa de toda esta ciudad.

Quizás no exactamente como esperaba, pero parece que mi maniobra da resultado, pues he conseguido llamar su atención. Y aunque se muestran reacios al principio, tras intercambiar unas cuantas frases estúpidas acaban accediendo a hablar del tema, aunque me piden tratarlo en un lugar algo más privado. El tono con el que se dirigen a mí, en especial el gordo, me resulta notablemente molesto. Pero aun así hago un esfuerzo por ocultar mis pensamientos y, con la mejor de mis sonrisas, les invito a seguirme.

Doy un último trago mientras se levantan y dejo la copa sobre la mesa. Juntos atravesamos el amplio salón, y mientras lo hago mi mirada se encuentra con la de Marcus, que parece preocupado. Un simple gesto de mi mano me es suficiente para indicarle que la situación está controlada, y que se encargue de todo mientras no estoy.

Al llegar al fondo de la estancia tomamos unas escaleras que nos llevan al segundo piso. Una vez arriba nos encontramos un amplio pasillo, con una hilera de puertas a cada lado. Cada una de estas da a las habitaciones que utilizábamos cuando el local era una taberna y una posada, aunque ahora están todas vacías salvo la de Marcus y la mía. Tras dar un par de pasos me detengo frente a una de las que no se utilizan, abro la puerta y me echo a un lado, invitándoles a pasar.

- Aquí podemos hablar sin que nadie nos moleste.

Nada más entrar a la habitación el tipo delgado se dejó caer sobre el sofá que se encontraba a la derecha, mientras que su compañero se quedó en pie tras él. Por mi parte, arrastré la silla que había junto a un pequeño escritorio hasta situarla frente a ellos, y me senté.

Escuché cuanto dijeron, asegurándome en todo momento de mantener la sonrisa y un semblante relajado, a pesar de que lo que realmente me apetecía era echar mano del bate que se encontraba oculto bajo la cama y hacer de su cara un cromo. Después de tanto tiempo haciendo negocios en esa ciudad había aprendido, por las malas dicho sea de paso, a tener algo de paciencia con la gente como ellos. Después de todo, no necesité hacerles ni una pregunta para soltasen toda la información que necesitaba. Los tipos de su calaña se sienten mejor cuando alardean de lo que no deben, hecho que podía aprovechar.

Así pues, en cuanto terminaron de hablar estiré la mano y tomé de la mesa la tarjeta que habían dejado sobre la mesa. La ojeé durante unos segundos, reconociendo el lugar que indicaba.

- Os aseguro amigos que yo siempre beneficio a quienes apuestan por mí.

Sonreí de nuevo mientras me levantaba, guardándome la tarjeta en uno de los bolsillos del pantalón. Me acerqué a la puerta y les invité a acompañarme de vuelta al club. Allí compartimos un par de copas más, hasta que se fueron y pude reunirme con Marcus para ponerle al corriente de todo.

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Apenas había pasado una hora desde el amanecer y ya me preparaba para salir. No podía saber lo que me esperaba exactamente, pero quería estar preparado. Por ello elegí una de mis mejores camisas, y luego me aseguré la cartuchera sobre esta. Llevaba tan solo mi revolver, aunque realmente esperaba no necesitarlo. Acto seguido me puse por encima la chaqueta, cubriendo el arma con esta. Y antes de salir de la habitación tomé también el abrigo, pues la mañana era bastante fría.

Al llegar al piso de abajo me encontré con Marcus recogiendo el local, imaginé que aún no se habría acostado. Sin intercambiar más que una mirada de complicidad me dirigí a la puerta. Y una vez fuera puse rumbo a los muelles.

Me encontraba ya cerca del lugar al que me dirigía, así que me tomé unos minutos para relajarme antes de meterme de lleno en lo que fuera que fuese a meterme. Me llevé la mano al bolsillo interior del abrigo y saqué un cigarrillo, que a continuación me llevé a la boca. Mientras lo encendía detuve la mirada en un peculiar individuo. Un tipo delgado y moreno, vestía de traje bajo una amplia gabardina negra y recogía un montón de papeles del suelo mientras murmuraba alguna tontería. No era raro ver gente desconocida cerca de los muelles, después de todo los negocios que allí se llevaban a cabo lo convertían en un lugar de paso para mucha gente. Pero a simple vista estaba claro que aquel tipo estaba fuera de lugar.

“Menudo rarito”. Pensé mientras daba otra calada. Y enseguida eché a andar de nuevo.

Miré de reojo al tipo del traje un par de veces, ya que parecíamos ir en la misma dirección, pero no le di mayor importancia hasta que se dirigió a mi directamente. Entonces me detuve en seco y dirigí la vista a su mano en mi hombro, y luego a él, mirándole directamente a los ojos. No dije nada al respecto, pues contaba con que mi expresión fuese suficiente para que entendiese que debía quitarla de ahí. En cuanto lo hizo, me llevé la mano al bolsillo del abrigo y volví a sacar el mechero que había guardado hacía apenas unos segundos, ofreciéndoselo.

Tras ese breve e incómodo momento, ambos retomamos nuestro camino, dirigiéndonos, como ya había supuesto, al mismo lugar. Y aunque intercambiamos algunas miradas de desconfianza y curiosidad, ninguno dijo nada al respecto.

En cuanto llegamos al almacén donde en teoría había sido citado, nos detuvimos momentáneamente a la entrada. En cuanto reparé en la puerta entreabierta me dirigí al interior, sin molestarme en si aquel desconocido me seguía o no. Después de todo, o bien estaba allí porque quería optar al mismo puesto que yo, en cuyo caso ya me ocuparía de él llegado el momento; o bien por algún otro motivo, por lo que no me suponía un problema directo y podía simplemente ignorarle.

Una vez en el interior revisé por encima la pequeña estancia, aunque no reparé en nada mínimamente relevante, al tiempo que me quitaba el abrigo y la chaqueta. Colgué ambos del viejo perchero, dejando al descubierto una camisa blanca ceñida al torso, remangada en ambos brazos, y el revólver en su cartuchera en mi costado. Quizás algunos considerasen estúpido mostrar un arma así sin más, pero tampoco tenía motivos para ocultarla. Y quien creyese que alguien iba a ir por la calle desarmado en un lugar como aquella ciudad, si que sería un estúpido.

Antes de alejarme de mi abrigo saqué la cajetilla de uno de sus bolsillos y cogí otro cigarrillo. Reparé entonces en que el otro tipo también había entrado, y me observaba con curiosidad. Encogiéndome de hombros le ofrecí uno, que aceptó de buen grado. Y tras encender ambos, llamé al timbre y esperé.

Tuve que forzarme a mantener una expresión de tranquilidad, disimulando la desconfianza que a simple vista me suscitaba aquel individuo. Y no solo por su extravagante aspecto, o su tono de superioridad al dirigirse a nosotros, pues hasta su postura, sonrisa y hasta la forma de hablar hacían que en mi cabeza sonase una alarma de alerta.

Sin decir ni una palabra le seguí hasta el despacho, al igual que el chaval del traje. Una vez dentro, este último se acercó al escritorio donde se había sentado nuestro anfitrión y depositó frente a él su arma. Un revolver bastante decente, por lo que alcancé a ver. Similar al mío, aunque algo más pequeño. ¿Calibre veintiocho quizás? Un arma demasiado buena para un tipo con semejante aspecto.

Ambos se me quedaron mirando fijamente durante unos segundos, así que sin darle mayor importancia me acerqué también al escritorio y, tras desabrochar la cartuchera, desenfundé el mío y lo dejé junto al otro. Luego tomé asiento en una de las sillas cercanas. Ya me había metido en la boca del lobo, ¿por qué no hacerlo desarmado?

Escuché atentamente lo que aquel individuo decía, y enseguida comencé a darle vueltas a en mi cabeza a lo que iba a decir, pues debía elegir cada palabra con cuidado. Sin embargo, fue el otro tipo el primero en hablar, y las palabras que pronunciaba hicieron que, de pronto, aquel desconocido cobrase cierto interés para mí.

Por lo que dio a entender, el gobierno estaba al tanto de los negocios que se llevaban a cabo en aquella isla, e incluso se llevaban su propia tajada. Sinceramente no es que me sorprendiera, pero enseguida decidí que aquello podía serme de utilidad.

- Lo que mi amigo trata de decirle - continué en cuanto este terminó de hablar, mientras me ponía en pie y daba algunos pasos por la sala - es que, si vamos a seguir con este negocio, deberíamos ser más cuidadosos. - Me detuve justo tras él, que tranquilamente continuaba tejiendo. Apoyé una mano en su hombro mientras mantenía la vista fija en Rufus. - Estoy aquí porque, esa misma gente, considera que mis habilidades podrían ser de utilidad para nuestra común empresa.

Mantuve en todo momento una sonrisa de satisfacción. En el fondo me preocupaba que el chaval no hubiese pillado mi plan, o me delatase, pero el hecho de que no lo hubiese hecho ya era una buena señal, y eso animó a continuar.

- Después de todo, cuando estuve en la marina pasé varios años destinado en el muro. Conozco cada rincón de esta isla a un lado y al otro, y se cómo se hacen las cosas.

Apreté los puños y la mandíbula con fuerza, tratando como pude de mantener un semblante tranquilo y media sonrisa. Me estaba costando más de lo normal no saltar la mesa y partirle la cara a aquel tipo.

“¿Conejito? A ti sí que te metería la cabeza en una madriguera y la zanahoria por el...” Pensé para mis adentros.

Me mantuve en silencio unos minutos más, paseándome por el despacho, mientras el joven trajeado hablaba de nuevo. Me acerqué al escritorio y, tras dar una última calada, aplasté la colilla contra un pequeño cenicero mientras dejaba escapar el humo. Acto seguido, y sin dejar de escucharles, saqué otro cigarrillo de la cajetilla y me lo llevé a los labios, aunque no llegué a encenderlo.

Cuándo hubo terminado su discurso, ambos se quedaron mirándome. Llegados a ese punto lo que fuese a suceder dependería de la decisión que tomase. Parecía que aún conservaba algo de control sobre la situación, lo cual me resultaba reconfortante.

- Parece que todos estamos de acuerdo. - Comenté sin llegar a sacarme el tabaco de la boca.

Dirigí una última mirada a nuestro peculiar anfitrión, recogí mi revolver de la mesa y me lo volví a guardar en la cartuchera. Luego recogí las carpetas que me ofrecía y, tras dar una sonora palmada en la espalda de mi supuesto supervisor me encaminé a la salida. Una vez fuera, tras recoger mi abrigo, encendería finalmente el cigarrillo y comenzaría a ojear los dichosos papeles.

Di otra calada y mantuve el humo unos segundos, apurando el sabor, para luego dejarlo salir lentamente. Continué leyendo cada palabra escrita en aquellos papeles. Cada nombre, dirección o detalle que pudiera ser relevante. Aunque todo eso no era más que un mero trámite, pues a medida que lo iba leyendo memorizaba incluso aquellos datos que no tuviesen importancia. Y en cuanto hube terminado de revisar la última hoja, volví a sacar el mechero de mi bolsillo y les prendí fuego. La llama comenzó a arder tímidamente en uno de los bordes, pero enseguida fue extendiéndose por los documentos.

Los sostuve entre los dedos hasta que sentí el calor del fuego en los mismos, y entonces los dejé caer en el interior de un bidón cercano. Los observé de reojo hasta que se consumieron por completo y de estos no quedó más que cenizas. Por lo general siempre mantenía mis negocios de manera discreta. Y en este nuevo asunto ya había demasiada gente implicada. Más de la que había supuesto en un principio, a juzgar por lo que había podido leer.

- Supongo que te debo una por seguirme la corriente ahí dentro - comenté al trajeado. Y enseguida eché a andar, suponiendo que me seguiría. - Me llamo Killian Vane - me presenté, dado que aún no habíamos tenido la ocasión, y esperé a que el hiciese lo propio.

No tenía intención de perder ni un minuto. Y aunque ya nos encontrábamos cerca de los muelles, no podía presentarme a por el cargamento sin más. Por lo que necesitaría hacer una parada antes. Caminamos durante un cuarto de hora, puede que un poco más, hasta que al fin llegamos a nuestro destino. La entrada estaba abierta así que directamente entré al taller.

- ¡Larry! - Llamé en voz alta. Y al instante surgió de debajo de uno de los vehículos un tipo larguirucho, con el pelo revuelto y aspecto de haber estado durmiendo en un charco de aceite.

- Me preguntaba cuando aparecerías.

- Espero que hayas terminado el arreglo, porque tengo que llevármela.

- Si, si... - respondió con desgana mientras me lanzaba las llaves. - Está aparcada atrás. He arreglado la suspensión, reforzado las defensas y sustituido todos los neumáticos. La próxima vez podrías intentar dejar alguna pieza en su sitio.

- No prometo nada - comenté alzando la mano a modo de despedida mientras volvía a salir del local y me dirigía a la parte posterior del mismo. Y allí estaba, con su pintura metalizada tan reluciente como la primera vez. Sonriente y orgulloso, le di una palmada en la espalda a mi pequeño acompañante y le invité a subirse a la furgoneta. Una vez dentro introduje la llave y arranqué el motor, para deleitarme con su ronroneo.

"Cómo lo echaba de menos".

Abandonamos los aparcamientos y, teniendo ahora un medio de transporte, nos dirigimos directos al punto de encuentro en el puerto. El lugar donde debíamos recoger el cargamento.

Hicimos la mayor parte del recorrido hacia los muelles en silencio. El tal Vane no parcia un mal tipo, sin embargo, ninguno de los dos podíamos obviar el hecho de que éramos socios a la fuerza. Él me necesitaba a mí para mantener la mentira del apoyo gubernamental y yo necesitaba que él se hiciera un nombre lo suficientemente respetable como para poner cara a los jefazos de esas familias. Puede que todo aquello fuese moralmente cuestionable, pero para llegar al destino final uno no debía de tener reparos en ensuciarse con el polvo del camino.

Instintivamente miré el contador del depósito en el cuadro de mandos de la furgoneta, estaba a la mitad. Si empezábamos a pisar mierda, prefería tener el depósito lleno para poder huir. Probablemente aquel aspirante a gánster también lo supiera, pero en lugar de discutir me limité a emitir un murmullo mezcla de incredulidad y resignación mientras miraba por la ventanilla.

- Mi papel no es el de mediador, espero que no hayas sido tan inocente de creerte esa mentira – le comenté a Vane, rompiendo finalmente el silencio – Esos tipos para los que quieres trabajar… ¿Viste con que soltura me despachó ese Ruffus? No me importa no ser respetado, pero es la ausencia de temor al uniforme y al Gobierno Mundial lo que me preocupa – hice una breve pausa, para que aquello calara en el civil- Sería un idiota si creyese que la Cipher Pol me ha enviado para acabar con el contrabando en la isla. Si una familia cae, otra ocupa su lugar. Ya sabes, mismo perro con distinto collar.

Veía pasar las casas y los pequeños establecimientos, pensativo desde el asiento del copiloto de la furgoneta. El tráfico no era especialmente insufrible a esa hora y mi nuevo socio habia tomado un atajo por las pequeñas calles residenciales de Cliff. Parecía saber lo que hacía al volante, así que no cuestioné el trayecto.

- Soplan vientos de cambio. Tienes mucho que ganar y muy poco que perder estos días Killian Vane, juega bien tus cartas y puede que consigas algo más que un trabajo de recadero. Para mí sería mucho más cómodo preparar un “accidente” y limitarme a cumplir con lo que ponía en el dossier que mis superiores me enviaron, pero ambos sabemos cómo funciona este mundillo. Carga a un hombre con cadenas y buscará la primera oportunidad para escapar; dale poder y luchará como un demonio para conservarlo, con independencia de los riesgos.

Finalmente llegamos a la zona del puerto sobre la que Killian había leído. Aquello no era un simple puerto, se trataba de algún tipo de almacén de containers. Puede que para un trabajador su colocación tuviera algún tipo de sentido, pero para nosotros aquella disposición carecía de cualquier tipo de lógica. Andamos y desandamos el camino más de dos y tres veces hasta que un dudoso Vane se paró frente a uno de los containers. Una nota con las iniciales “KV” estaba pegada en el contenedor y, casi como si fuera algo pactado, Vane posó su mano sobre una de las puertas y esta se abrió sin oponer ninguna resistencia. Frente a nosotros se encontraban una multitud de cajas y bolsas de diferentes colores y tamaños. No tenía ningún interés en comprobar su contenido y, para mi sorpresa, Vane tampoco. Parecía demasiado concentrado en aquel trabajo… Desde luego hasta el momento no podía quejarme de compañero. Ambos comenzamos a mover la mercancía hacia la parte trasera de la furgoneta.

Sin embargo, realizado ya la mitad del trabajo, nos percatamos de que una figura sombría nos observaba ¿Quién sabe realmente cuanto tiempo llevaba ahí espiando?

- Huele a trampa, déjame averiguar de qué trampa se trata – susurré a Vane. Con un siseo y un click, una de las agujas de calceta se deslizo de uno de los puños de mi gabardina. Me llevé la mano libre hacia el neceser de costura y saqué de él un hilo de color magenta – Continúa cargando el resto del pedido, si la cosa se complica lárgate sin mirar atrás.

Eché a la carrera tras el mirón, mientras rápidamente anudaba el hilo sobre la aguja de calceta y comenzaba a moverla en círculos. Cuando le hubiera dado alcance o me encontrara lo suficientemente cerca, lanzaría la aguja hacia sus piernas y, de igual forma que unas boleadoras, trataría de derribar al individuo sobre el suelo.