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El cheff no daba a basto en las cocinas. Platos y platos no hacían más que salir de sus puertas y, por más que se diera prisa, aquello no parecía tener fin. Mantenía un ritmo desenfrenado, ayudado por cuatro aprendices que lo estaban dando todo en la elaboración de aquellas delicias cárnicas. Cualquiera que observara tal panorama rápidamente aseguraría que a la taberna le iba más que bien, pues semejante producción tan solo podía derivar en una ingente cantidad de clientes y beneficios. Sin embargo, todo aquello estaba muy lejos de la realidad, pues lo cierto es que el lugar se encontraba prácticamente vacío, con poco más que dos o tres mesas de comensales cuyos integrantes observaban, atónitos, al monstruo que devoraba un plato tras otro sin descanso. Cualquiera diría que, con aquel escaso tamaño, era imposible que toda esa comida cupiera en su estómago. Aun así, en contra de cualquier razonamiento lógico, el moreno seguía tragando y tragando.
- Aaaah... -exhaló, recostándose en el respaldo de su asiento tras varios minutos de comilona sin cuartel, ciertamente lleno, acariciándose la tripa con ambas manos sobre la camisa- Qué a gusto me he quedado... Esto es lo que yo llamo una buena comida, sin nadie con quien compartir... Ni contra el que pelear para lograr tu parte.
Berthil sonreía con satisfacción al tiempo que hablaba consigo mismo, pensando en sus compañeros de tripulación. Eran gente realmente agradable, sin duda, pero lo cierto es que incluso las comidas eran un tanto salvaje. Había mucho depredador suelto en La Joya, para qué engañarnos, y aunque a él no le hiciera excesiva falta comer... Lo cierto es que le encantaba. Tanto eso como dormir eran sus mayores placeres, por muy innecesarios que resultasen para él a aquellas alturas, pero... ¿Qué más daba? Tampoco le iba a hacer ningún mal disfrutar un poco.
La gente a su alrededor guardaba las distancias, e incluso los dueños del local no parecían atreverse a llevarle la interminable cuenta que reportaba los gastos de su consumición... Si es que se le podía llamar así. Prácticamente se había fundido toda la despensa y, de no pagar, aquella buena gente tendría que apretarse el cinturón como nunca para llegar a final de mes. Claro que, ¿Cómo iban a osar pedirle un pago a un criminal con más de doscientos millones de recompensa por su cabeza? Lo más probable es que solo consiguieran molestarle y, con ello, provocar la destrucción absoluta de la taberna, así como de un buen sector de la ciudad. Allí, en el Mar del Sur, no disponían de medios para hacer frente al oficial de un Yonkou... Menos aún si este último era el infame Dexter Black. Su rostro no era tan conocido como el de su capitán, pero la fama que le precedía era suficiente como para que hasta aquellas buenas gentes supieran de él. Algunos clientes miraban alternativamente al pirata y a su foto, enmarcada en los periódicos locales, ofreciendo recompensa por cualquier tipo de información que pudieran dar del azabache, cuya llegada al South se había hecho sonar.
- En fin... -dijo finalmente, levantándose de su asiento y, con ello, logrando que algún que otro miembro de su público diera un respingo- Será mejor que prosiga. No puede andar muy lejos.
Se acercó con calma hasta la barra, gesto ante el que los dueños del sitio retrocedieron unos pasos, mirándole con pavor. Para su sorpresa, el chico se limitó a meter la mano en uno de los bolsillos de su oscura chaqueta, del cual sacó un puñado de joyas pulidas y relucientes.
- No llevo dinero encima, pero creo que esto cubrirá de sobra los gastos por las comidas -dijo, echando un último vistazo al sitio-. Me ha gustado este lugar, quizá me plantee regresar algún día, cuando disponga de algo más de tiempo.
Y, sin más, salió por la puerta, provocando un suspiro de alivio colectivo por parte de todos los presentes. Una vez se encontró en la calle pudo observar todo el ajetreo que había en las vías. No por nada aquella isla contaba con una de las poblaciones más concentrada del South Blue. Casi no se podía dar un pase con calma sin recibir algún empujón, codazo o chocarse contra un transeúnte. Sin embargo, en el caso de Berthil era muy distinto, pues la gente se apartaba rápidamente de su camino en cuanto reparaba en su presencia. No le daba demasiada importancia a este hecho, e incluso le divertía en cierto sentido, por mucho que no lo manifestase por fuera.
- Bueno, bueno... -susurró para sí, recorriendo la zona con al mirada- Me ha costado mucho dar con una pista de ti, pero ha merecido la pena. Espero encontrarte pronto... Y también espero que no te hayas olvidado de mí, Yoko -siguió, aún caminando, intentando detectar la presencia de la pelirroja en aquella enorme ciudad, por muy lejos que estuviera-. Quizá te cueste reconocerme ahora... ¿Te darás cuenta?
La simple idea le hizo sonreír y, sin entretenerse más con sus pensamientos, aceleró el ritmo.
- Aaaah... -exhaló, recostándose en el respaldo de su asiento tras varios minutos de comilona sin cuartel, ciertamente lleno, acariciándose la tripa con ambas manos sobre la camisa- Qué a gusto me he quedado... Esto es lo que yo llamo una buena comida, sin nadie con quien compartir... Ni contra el que pelear para lograr tu parte.
Berthil sonreía con satisfacción al tiempo que hablaba consigo mismo, pensando en sus compañeros de tripulación. Eran gente realmente agradable, sin duda, pero lo cierto es que incluso las comidas eran un tanto salvaje. Había mucho depredador suelto en La Joya, para qué engañarnos, y aunque a él no le hiciera excesiva falta comer... Lo cierto es que le encantaba. Tanto eso como dormir eran sus mayores placeres, por muy innecesarios que resultasen para él a aquellas alturas, pero... ¿Qué más daba? Tampoco le iba a hacer ningún mal disfrutar un poco.
La gente a su alrededor guardaba las distancias, e incluso los dueños del local no parecían atreverse a llevarle la interminable cuenta que reportaba los gastos de su consumición... Si es que se le podía llamar así. Prácticamente se había fundido toda la despensa y, de no pagar, aquella buena gente tendría que apretarse el cinturón como nunca para llegar a final de mes. Claro que, ¿Cómo iban a osar pedirle un pago a un criminal con más de doscientos millones de recompensa por su cabeza? Lo más probable es que solo consiguieran molestarle y, con ello, provocar la destrucción absoluta de la taberna, así como de un buen sector de la ciudad. Allí, en el Mar del Sur, no disponían de medios para hacer frente al oficial de un Yonkou... Menos aún si este último era el infame Dexter Black. Su rostro no era tan conocido como el de su capitán, pero la fama que le precedía era suficiente como para que hasta aquellas buenas gentes supieran de él. Algunos clientes miraban alternativamente al pirata y a su foto, enmarcada en los periódicos locales, ofreciendo recompensa por cualquier tipo de información que pudieran dar del azabache, cuya llegada al South se había hecho sonar.
- En fin... -dijo finalmente, levantándose de su asiento y, con ello, logrando que algún que otro miembro de su público diera un respingo- Será mejor que prosiga. No puede andar muy lejos.
Se acercó con calma hasta la barra, gesto ante el que los dueños del sitio retrocedieron unos pasos, mirándole con pavor. Para su sorpresa, el chico se limitó a meter la mano en uno de los bolsillos de su oscura chaqueta, del cual sacó un puñado de joyas pulidas y relucientes.
- No llevo dinero encima, pero creo que esto cubrirá de sobra los gastos por las comidas -dijo, echando un último vistazo al sitio-. Me ha gustado este lugar, quizá me plantee regresar algún día, cuando disponga de algo más de tiempo.
Y, sin más, salió por la puerta, provocando un suspiro de alivio colectivo por parte de todos los presentes. Una vez se encontró en la calle pudo observar todo el ajetreo que había en las vías. No por nada aquella isla contaba con una de las poblaciones más concentrada del South Blue. Casi no se podía dar un pase con calma sin recibir algún empujón, codazo o chocarse contra un transeúnte. Sin embargo, en el caso de Berthil era muy distinto, pues la gente se apartaba rápidamente de su camino en cuanto reparaba en su presencia. No le daba demasiada importancia a este hecho, e incluso le divertía en cierto sentido, por mucho que no lo manifestase por fuera.
- Bueno, bueno... -susurró para sí, recorriendo la zona con al mirada- Me ha costado mucho dar con una pista de ti, pero ha merecido la pena. Espero encontrarte pronto... Y también espero que no te hayas olvidado de mí, Yoko -siguió, aún caminando, intentando detectar la presencia de la pelirroja en aquella enorme ciudad, por muy lejos que estuviera-. Quizá te cueste reconocerme ahora... ¿Te darás cuenta?
La simple idea le hizo sonreír y, sin entretenerse más con sus pensamientos, aceleró el ritmo.
Yoko Littner
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-Oh... Domica... ¿Te he contado alguna vez la historia de como conocí a un chico de aquí? - Inquirió Jaspe, subido en la baranda del barco con tan solo una cuerda del mástil para agarrarse.
Yoko lo miró desde abajo, con una sonrisa de oreja a oreja, sentada en forma de indio con los codos apoyados sobre las rodillas. La pelirroja movió la cabeza de un lado a otro en señal de negación. Antes de decirle una cosa a Jaspe, este dio un gran salto hacia la cubierta haciéndo retemblar todo.
-Creí que nunca habías salido de tu isla.
-Y no lo hice, ese chico vino a mí - Jaspe se acercó hasta ella - Yo era un simple esclavo y él pertenecía a las altas esferas. Bajo la luz de la luna éramos magia... aunque por suerte no duró mucho y me alegro. ¡Éramos como el día y la noche, cómo el calor y el frío! Éramos imposibles... - murmuró algo apenado -, pero desapareció un día y no volví a saber nada más de él.
-¿Le irás a buscar? - Preguntó Yoko esbozando una pequeña sonrisa.
-Es agua pasada. No merece la pena remover el pasado. ¡Será por bellas mujeres y hombres en la gran Domica!
La pelirroja rio y se levantó del suelo. Caminó hasta la baranda y se apoyó en esta. Las olas chocaban con fuerza contra la proa. El viento era favorable aquel día y el sol brillaba con fuerza sobre el mar. Ni una sola nube pintaba el cielo. Jaspe, mientras tanto, fue hacia el timón de la Zorra Marina. Yoko abandonó la cubierta. Se metió en su camarote y, sobre su cama, se encontraban diferentes carteles de criminales. Entre ellos su buen amigo Zane; Osuka, un chico muy majo que había conocido hace poco y carteles de desconocidos. Sin embargo, uno llamaba su atención desmesuradamente. Lo sacó, dejando caer sobre la cama los que tenía por encima. En la imagen había un hombre de cabellos oscuros con tonos dorados.
-Berthil... - Murmuró, sin dejar de mirarlo.
Apretó el papel con fuerza. Todos los días surgían nuevos criminales y razón no les faltaban. Ni ella misma sabía cuanto tiempo aguantaría trabajando para el gobierno. Por desgracia, aquellos criminales no solían tener interés alguno más que fama y sus recompensas eran excesivamente pequeñas, algo que no llamaba su atención. ¿Quién eres? Pensó. Los ojos parecían sonarle; sin embargo, no tenía información alguna sobre él. Ese hombre había surgido de la nada con una cantidad de recompensa exagerada. Yoko pasó la mano por la barbilla, acariciándola. Dobló el cartel unas cuantas veces y lo metió en el bolsillo. Necesitaba respuestas y gracias a unas fuentes fiables sabía que estaba en esa isla. Solo tenía que encontrarlo y averiguar si era bueno, si era malo no le quedaría más remedio que enfrentarse a él.
Jaspe vociferó que estaban a punto de atracar. Su voz resonó con eco y la pelirroja salió corriendo hacia el exterior. Los barcos entraban y salían de las tranquilas aguas que rodeaban Domica. El barco finalmente fue amarrado en el puerto y Yoko se preparó. Palpó su bolsillo de nuevo, a pesar de que no había olvidado la cara del criminal y primero colocó sus pistolas, luego sus espadas. Un poco después, se acercó hasta Jaspe, el cual estaba sentado en un barril afilando su florete.
-¿Vendrás conmigo? - Inquirió ladeando la cabeza mientras inflaba los mofletes.
-Nah... Aprovecharé para reponer suministros y cuidaré del barco - Jaspe sonrió -. Sé que te irá bien sola y, si te pasa algo, ¡yo mismo se lo haré pagar! - gritó alzando su florete. Yoko no pudo evitar reír -. No nos vendría mal todo ese dinero, podrías cazarlo igualmente... Piénsatelo.
-¡Volveré pronto!
Yoko abandonó la Zorra Marina haciendo un aspaviento con la mano. El elfo tan solo pudo que tuviese cuidado a lo que ella le respondió vagamente con un "si". La pelirroja no tardó en adentrarse al centro de Domica.
Yoko lo miró desde abajo, con una sonrisa de oreja a oreja, sentada en forma de indio con los codos apoyados sobre las rodillas. La pelirroja movió la cabeza de un lado a otro en señal de negación. Antes de decirle una cosa a Jaspe, este dio un gran salto hacia la cubierta haciéndo retemblar todo.
-Creí que nunca habías salido de tu isla.
-Y no lo hice, ese chico vino a mí - Jaspe se acercó hasta ella - Yo era un simple esclavo y él pertenecía a las altas esferas. Bajo la luz de la luna éramos magia... aunque por suerte no duró mucho y me alegro. ¡Éramos como el día y la noche, cómo el calor y el frío! Éramos imposibles... - murmuró algo apenado -, pero desapareció un día y no volví a saber nada más de él.
-¿Le irás a buscar? - Preguntó Yoko esbozando una pequeña sonrisa.
-Es agua pasada. No merece la pena remover el pasado. ¡Será por bellas mujeres y hombres en la gran Domica!
La pelirroja rio y se levantó del suelo. Caminó hasta la baranda y se apoyó en esta. Las olas chocaban con fuerza contra la proa. El viento era favorable aquel día y el sol brillaba con fuerza sobre el mar. Ni una sola nube pintaba el cielo. Jaspe, mientras tanto, fue hacia el timón de la Zorra Marina. Yoko abandonó la cubierta. Se metió en su camarote y, sobre su cama, se encontraban diferentes carteles de criminales. Entre ellos su buen amigo Zane; Osuka, un chico muy majo que había conocido hace poco y carteles de desconocidos. Sin embargo, uno llamaba su atención desmesuradamente. Lo sacó, dejando caer sobre la cama los que tenía por encima. En la imagen había un hombre de cabellos oscuros con tonos dorados.
-Berthil... - Murmuró, sin dejar de mirarlo.
Apretó el papel con fuerza. Todos los días surgían nuevos criminales y razón no les faltaban. Ni ella misma sabía cuanto tiempo aguantaría trabajando para el gobierno. Por desgracia, aquellos criminales no solían tener interés alguno más que fama y sus recompensas eran excesivamente pequeñas, algo que no llamaba su atención. ¿Quién eres? Pensó. Los ojos parecían sonarle; sin embargo, no tenía información alguna sobre él. Ese hombre había surgido de la nada con una cantidad de recompensa exagerada. Yoko pasó la mano por la barbilla, acariciándola. Dobló el cartel unas cuantas veces y lo metió en el bolsillo. Necesitaba respuestas y gracias a unas fuentes fiables sabía que estaba en esa isla. Solo tenía que encontrarlo y averiguar si era bueno, si era malo no le quedaría más remedio que enfrentarse a él.
Jaspe vociferó que estaban a punto de atracar. Su voz resonó con eco y la pelirroja salió corriendo hacia el exterior. Los barcos entraban y salían de las tranquilas aguas que rodeaban Domica. El barco finalmente fue amarrado en el puerto y Yoko se preparó. Palpó su bolsillo de nuevo, a pesar de que no había olvidado la cara del criminal y primero colocó sus pistolas, luego sus espadas. Un poco después, se acercó hasta Jaspe, el cual estaba sentado en un barril afilando su florete.
-¿Vendrás conmigo? - Inquirió ladeando la cabeza mientras inflaba los mofletes.
-Nah... Aprovecharé para reponer suministros y cuidaré del barco - Jaspe sonrió -. Sé que te irá bien sola y, si te pasa algo, ¡yo mismo se lo haré pagar! - gritó alzando su florete. Yoko no pudo evitar reír -. No nos vendría mal todo ese dinero, podrías cazarlo igualmente... Piénsatelo.
-¡Volveré pronto!
Yoko abandonó la Zorra Marina haciendo un aspaviento con la mano. El elfo tan solo pudo que tuviese cuidado a lo que ella le respondió vagamente con un "si". La pelirroja no tardó en adentrarse al centro de Domica.
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Los minutos pasaban con lentitud a medida que el pirata recorría la enorme ciudad. Sus calles, abarrotadas de gente, no dejaban de mostrar ante él sitios de gran interés. Pareciera que cualquier cosa que pudiera encontrarse en el ancho mar también se hallara allí, siempre a un precio razonable... Más o menos. Una lástima no disponer de dinero. Probablemente se hubiese hecho con alguna que otra cosa. Siempre podía robar algo, pero se sentiría como un abusón si lo hiciera. El oficial de un Yonkou mangando baratijas de pequeños negocios. ¿Qué clase de fama le daría aquello? Exhaló un largo suspiro ante aquellos pensamientos. Lo último que quería escuchar eran los comentarios jocosos de Dexter al respecto. De hecho, probablemente le echara la bronca si lo hiciera. Por mucho que el mundo entero le temiera, tan solo era un idiota con buenas intenciones... Aunque a veces las mismas le llevaran a hacer cosas descabelladas.
El contramaestre continuó analizando las voces de todos los habitantes de la ciudad que se encontraban en el radio de influencia de su mantra. No había personalidades demasiado fuertes, a decir verdad. Tampoco le sorprendía demasiado, pues los hombres y mujeres que habitaban los blues no destacaban demasiado cuando se les comparaba con los monstruos que podían encontrarse en el Paraíso y en el Nuevo Mundo, a los que tan acostumbrado estaba ya. Quizá el hecho de convivir con uno de los más temidos de la época tuviera algo que ver. El caso es que esto le alegraba y apenaba a partes iguales. Podía considerarse el más fuerte de la isla con diferencia, por lo que si las cosas se complicaban tras el reencuentro podría deshacerse del problema fácilmente. No era nada descartable. Su rostro debía ser bien conocido pese a que el precio por su cabeza no fuera nada del otro mundo, teniendo en cuenta con qué clase de gente lidiaba. En cualquier momento podía presentarse allí la Marina, aunque esperaba que su fama fuera lo suficientemente disuasoria como para que esto no ocurriera de forma inmediata. Sin embargo, la parte mala de no percibir voces fuertes era, de un modo frustrante, que Yoko aún no estaba lo suficientemente cerca.
- Maldita sea -gruñó-. ¿Por qué no podría haber sido en una isla más pequeña y humilde?
De nuevo, un suspiro de resignación escapó de sus labios. Si había aguantado más de dos años sin verla podría soportar un rato más, independientemente de que cada segundo que pasaba se le estuviera haciendo una auténtica eternidad. Tan solo esperaba que la información que había logrado de los sureños no fuera errónea. Después de todo, la pelirroja no se había quedado de brazos cruzados durante todo ese tiempo y también había obtenido algo de renombre. Al parecer, ahora era ella quien llevaba las riendas de su grupo, o eso había podido escuchar. Casi tenía ganas de ver cómo de fuerte se había vuelto. Las cosas habían cambiado mucho desde que espantara a aquellos matones que la perseguían, mucho tiempo atrás, en el Reino de Sakura.
De repente, una nueva voz chocó contra su presencia, no muy lejos de allí. Era bastante más poderosa que la del resto, así como familiar. Berthil susurró un "te encontré" y cambió bruscamente de dirección, sobresaltando a algunos de los peatones, pero evitando colisionar con ellos. Sus ojos parecían brillar con luz propia de la emoción. Al parecer, había logrado que se corriera la voz lo suficiente como para atraer a la chica hasta él. Tan solo quedaba lo más sencillo... ¿O lo más complicado? Había muchas cosas que contar y muchas otras que explicar, como su brusco cambio de apariencia. Ni siquiera sabía si iba a ser capaz de explicárselo bien, pero tampoco importaba mucho. Lo único que tenía en mente era poder volver a verla con sus propios ojos, y así lo hizo. Resplandeciente, como siempre. Su corazón casi dio un vuelco cuando al fin dio con ella... Y no pudo reprimir una sonrisa al darse cuenta de que aún llevaba consigo misma su vieja capa. Parecía que ambos cumplían sus promesas, después de todo. Tomó aire y lo soltó, despacio, mentalizándose para lo que se venía. Debía borrar aquella sonrisa, y así lo hizo. Antes de poder disfrutar de su compañía, tenía que asegurarse de que esta no traería consecuencias para la cazadora. Tocaba interpretar un poco.
- ¡Tú! -gritó, tan alto como pudo, frunciendo el ceño y mirándola fríamente.
En el momento en que la chica hiciera contacto visual con él desplegaría la fuerza de su propia presencia, activando su haki del rey. Aún no lo controlaba del todo, así que dudaba que hiciera ninguna clase de efecto en ella más que hacerle ver que, como era notable, no era alguien corriente. A su alrededor, los ciudadanos de Domica que se encontraban lo suficientemente cerca perdieron la consciencia, derrumbándose sobre el suelo. Los que aún se mantenían en pie y podían ver al pirata salieron por patas tan rápido como les permitieron sus propias piernas, buscando un lugar seguro donde esconderse. Tan solo unos pocos curiosos encontraron el valor de quedarse a observar.
- ¿Qué podría hacer Yoko "Asuka" en un mar tan insignificante como este refugio de sureños? -inquirió, tratando de sonar tan arrogante y despectivo como fue capaz- ¿No será, acaso, que la cazadora va tras mi cabeza? -sonrió, mostrando los dientes- Si ese es el caso, quizá debas reconsiderarlo. No querrás perder la vida de forma tan estúpida, ¿no?
Le dolía en el alma comportarse así con ella, pero era la forma más rápida que se le había ocurrido de evitarle problemas. Si aún la conocía lo suficientemente bien, sabía que era lo suficientemente irresponsable como para plantarle cara a alguien como él, especialmente cuando parecía disfrutar con lo que hacía. Probablemente siguiera teniendo aquellos férreos ideales que tanto la caracterizaban... Y que tan rápido habían desarmado al pirata en su primer encuentro.
- ¿Y bien? -insistió, para añadir algo más de tensión al momento, extendiendo los brazos hacia los lados y mirándola con fingida vanidad.
El contramaestre continuó analizando las voces de todos los habitantes de la ciudad que se encontraban en el radio de influencia de su mantra. No había personalidades demasiado fuertes, a decir verdad. Tampoco le sorprendía demasiado, pues los hombres y mujeres que habitaban los blues no destacaban demasiado cuando se les comparaba con los monstruos que podían encontrarse en el Paraíso y en el Nuevo Mundo, a los que tan acostumbrado estaba ya. Quizá el hecho de convivir con uno de los más temidos de la época tuviera algo que ver. El caso es que esto le alegraba y apenaba a partes iguales. Podía considerarse el más fuerte de la isla con diferencia, por lo que si las cosas se complicaban tras el reencuentro podría deshacerse del problema fácilmente. No era nada descartable. Su rostro debía ser bien conocido pese a que el precio por su cabeza no fuera nada del otro mundo, teniendo en cuenta con qué clase de gente lidiaba. En cualquier momento podía presentarse allí la Marina, aunque esperaba que su fama fuera lo suficientemente disuasoria como para que esto no ocurriera de forma inmediata. Sin embargo, la parte mala de no percibir voces fuertes era, de un modo frustrante, que Yoko aún no estaba lo suficientemente cerca.
- Maldita sea -gruñó-. ¿Por qué no podría haber sido en una isla más pequeña y humilde?
De nuevo, un suspiro de resignación escapó de sus labios. Si había aguantado más de dos años sin verla podría soportar un rato más, independientemente de que cada segundo que pasaba se le estuviera haciendo una auténtica eternidad. Tan solo esperaba que la información que había logrado de los sureños no fuera errónea. Después de todo, la pelirroja no se había quedado de brazos cruzados durante todo ese tiempo y también había obtenido algo de renombre. Al parecer, ahora era ella quien llevaba las riendas de su grupo, o eso había podido escuchar. Casi tenía ganas de ver cómo de fuerte se había vuelto. Las cosas habían cambiado mucho desde que espantara a aquellos matones que la perseguían, mucho tiempo atrás, en el Reino de Sakura.
De repente, una nueva voz chocó contra su presencia, no muy lejos de allí. Era bastante más poderosa que la del resto, así como familiar. Berthil susurró un "te encontré" y cambió bruscamente de dirección, sobresaltando a algunos de los peatones, pero evitando colisionar con ellos. Sus ojos parecían brillar con luz propia de la emoción. Al parecer, había logrado que se corriera la voz lo suficiente como para atraer a la chica hasta él. Tan solo quedaba lo más sencillo... ¿O lo más complicado? Había muchas cosas que contar y muchas otras que explicar, como su brusco cambio de apariencia. Ni siquiera sabía si iba a ser capaz de explicárselo bien, pero tampoco importaba mucho. Lo único que tenía en mente era poder volver a verla con sus propios ojos, y así lo hizo. Resplandeciente, como siempre. Su corazón casi dio un vuelco cuando al fin dio con ella... Y no pudo reprimir una sonrisa al darse cuenta de que aún llevaba consigo misma su vieja capa. Parecía que ambos cumplían sus promesas, después de todo. Tomó aire y lo soltó, despacio, mentalizándose para lo que se venía. Debía borrar aquella sonrisa, y así lo hizo. Antes de poder disfrutar de su compañía, tenía que asegurarse de que esta no traería consecuencias para la cazadora. Tocaba interpretar un poco.
- ¡Tú! -gritó, tan alto como pudo, frunciendo el ceño y mirándola fríamente.
En el momento en que la chica hiciera contacto visual con él desplegaría la fuerza de su propia presencia, activando su haki del rey. Aún no lo controlaba del todo, así que dudaba que hiciera ninguna clase de efecto en ella más que hacerle ver que, como era notable, no era alguien corriente. A su alrededor, los ciudadanos de Domica que se encontraban lo suficientemente cerca perdieron la consciencia, derrumbándose sobre el suelo. Los que aún se mantenían en pie y podían ver al pirata salieron por patas tan rápido como les permitieron sus propias piernas, buscando un lugar seguro donde esconderse. Tan solo unos pocos curiosos encontraron el valor de quedarse a observar.
- ¿Qué podría hacer Yoko "Asuka" en un mar tan insignificante como este refugio de sureños? -inquirió, tratando de sonar tan arrogante y despectivo como fue capaz- ¿No será, acaso, que la cazadora va tras mi cabeza? -sonrió, mostrando los dientes- Si ese es el caso, quizá debas reconsiderarlo. No querrás perder la vida de forma tan estúpida, ¿no?
Le dolía en el alma comportarse así con ella, pero era la forma más rápida que se le había ocurrido de evitarle problemas. Si aún la conocía lo suficientemente bien, sabía que era lo suficientemente irresponsable como para plantarle cara a alguien como él, especialmente cuando parecía disfrutar con lo que hacía. Probablemente siguiera teniendo aquellos férreos ideales que tanto la caracterizaban... Y que tan rápido habían desarmado al pirata en su primer encuentro.
- ¿Y bien? -insistió, para añadir algo más de tensión al momento, extendiendo los brazos hacia los lados y mirándola con fingida vanidad.
Yoko Littner
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La pelirroja se adentró en la ciudad de Domica, disfrutando de todo lo que había a su paso. Antes de meterse en la multitud miró una última vez hacia atrás, fijándose en la Zorra Marina. Jaspe daba vueltas con por la cubierta del barco, envainando y desenvainando su florete. Yoko sonrió y se giró de nuevo, esquivando a toda la gente que venia de frente. Sabía que el elfo estaría bien, en un pueblecito como este no tendrían problemas y, de momento, apenas había tenido ningún percance con los criminales que encontró hasta llegar aquí. La mayoría de ellos dialogaban perfectamente y eso se agradecía, prefería evitar el contacto físico, aquello solo terminaba en desgracias para ella, aunque a veces... era inevitable no poder usarlo.
Llegó hasta una pequeña plazoleta. En el centro de esta había una fuente redonda decorada con tres angelitos, el agua salía de cada uno por las trompetas que llevaban. Esbozó una sonrisa al ver semejante figura cómica, quién lo había hecho era un genio. La plaza estaba menos transitada que la calle por la que vino. No había muchos puestos comerciales, pero la pelirroja se fijó en los detalles de cada uno. Comida, como siempre; joyas variadas, relucientes y capaces de llenar de ambición un corazón y objetos variados, baratijas mejor dicho. Se detuvo en el último puesto, entusiasmada en cada una de las tonterías que vendía el comerciante. Todo le parecía realmente útil e incluso, si pudiera, compraría la mitad de las cosas; sin embargo, no podía perder el tiempo en esto. Si todo salía bien, vendría con Jaspe más tarde de compras.
Yoko abandonó aquel puesto y pasó por uno delante de ropa. ¡Eran horribles! ¿Cómo podían poner esa clase de vestiduras? Pensó arqueando las cejas, un poco extrañada. Supuso que serían ropas exóticas, a pesar de que en su vida las había visto y eso que viajó bastante. Empezó a agobiarse al ver tanta gente junta en el mismo, preferiría estar alejada del jaleo. Se acomodó la capa y caminó con parsimonia. La verdad es que estaba retrasando por si misma el encuentro con aquel criminal, tenía el presentimiento de que todo saldría mal, pero... si era malvado, ¿qué importaba? Ella necesitaba el dinero y la maldad no podía tener cabida en este mundo según sus ideales; a pesar de tratar de convencerse a sí misma de que estaba haciendo bien, era incapaz de creerse sus propias palabras.
Un agradable aroma llegó hasta ella. La boca se le hizo agua, era tan dulce que no sabía como describirlo. Provenía de uno de los puestos de comida que estaban a la salida de la plaza, alejados de todos. La pelirroja se abrió paso hasta llegar allí y se asomó al mostrador, poniéndose de puntillas, pues el garito estaba un pelín alto para ella. Se mordió el labio inferior, pensando que coger y, cuando se decidió, le pidió al pastelero un gofre con chocolate por encima. Antes de que ella cogiese el dulce, escuchó un grito entre la multitud, pero no pareció prestarle atención; sin embargo, el comerciante se quedó paralizado y cayó al suelo. La pelirroja se giró alarmada, al escuchar el sonido de más gente desmayarse al suelo y algunas personas intentando huir. Yoko miró al frente y allí lo vio.
-Berthil S. Kyrios... - Murmuró, notando todo el poder que desprendía.
¿Cómo se atrevía a usar su poder contra personas inocentes? La cazadora se agachó junto a un niño desmayado, acariciando su flequillo, tratando de pensar que estaría bien. Escuchó las palabras del pirata, sin mirarlo a la cara. Apretó el puño con fuerza y se levantó. Aquellos comentarios le hacían hervir la sangre. Se acercó un par de metros, manteniendo una distancia prudencial. Lo miró con rabia, ¿cómo si no se podía mirar a un criminal? Pensó si tendría una oportunidad para razonar, pero su intuición le decía que sería imposible. Alguien que entraba amenazando y usando su poder contra la gente no se pararía a hablar.
-¡Pues sí, voy a por tu cabeza! -Gritó, rompiendo el silencio que se había formado ante los dos en cuestión de segundos-. ¡Son personas inocentes, no tenías por qué hacerles eso!
La pelirroja movió la mano hasta dejarla apoyada en la empuñadura de la katana, por seguridad. No se fiaba en absoluto.
-Quizá debas ser tu el que tenga cuidado. No está bien subestimar a la gente. Me he enfrentado a demasiados como tú y siempre acabáis perdiendo. ¿Algo más de lo que presumir? - Inquirió con una sonrisa desafiante -. Así podremos terminar con esto cuanto antes.
Llegó hasta una pequeña plazoleta. En el centro de esta había una fuente redonda decorada con tres angelitos, el agua salía de cada uno por las trompetas que llevaban. Esbozó una sonrisa al ver semejante figura cómica, quién lo había hecho era un genio. La plaza estaba menos transitada que la calle por la que vino. No había muchos puestos comerciales, pero la pelirroja se fijó en los detalles de cada uno. Comida, como siempre; joyas variadas, relucientes y capaces de llenar de ambición un corazón y objetos variados, baratijas mejor dicho. Se detuvo en el último puesto, entusiasmada en cada una de las tonterías que vendía el comerciante. Todo le parecía realmente útil e incluso, si pudiera, compraría la mitad de las cosas; sin embargo, no podía perder el tiempo en esto. Si todo salía bien, vendría con Jaspe más tarde de compras.
Yoko abandonó aquel puesto y pasó por uno delante de ropa. ¡Eran horribles! ¿Cómo podían poner esa clase de vestiduras? Pensó arqueando las cejas, un poco extrañada. Supuso que serían ropas exóticas, a pesar de que en su vida las había visto y eso que viajó bastante. Empezó a agobiarse al ver tanta gente junta en el mismo, preferiría estar alejada del jaleo. Se acomodó la capa y caminó con parsimonia. La verdad es que estaba retrasando por si misma el encuentro con aquel criminal, tenía el presentimiento de que todo saldría mal, pero... si era malvado, ¿qué importaba? Ella necesitaba el dinero y la maldad no podía tener cabida en este mundo según sus ideales; a pesar de tratar de convencerse a sí misma de que estaba haciendo bien, era incapaz de creerse sus propias palabras.
Un agradable aroma llegó hasta ella. La boca se le hizo agua, era tan dulce que no sabía como describirlo. Provenía de uno de los puestos de comida que estaban a la salida de la plaza, alejados de todos. La pelirroja se abrió paso hasta llegar allí y se asomó al mostrador, poniéndose de puntillas, pues el garito estaba un pelín alto para ella. Se mordió el labio inferior, pensando que coger y, cuando se decidió, le pidió al pastelero un gofre con chocolate por encima. Antes de que ella cogiese el dulce, escuchó un grito entre la multitud, pero no pareció prestarle atención; sin embargo, el comerciante se quedó paralizado y cayó al suelo. La pelirroja se giró alarmada, al escuchar el sonido de más gente desmayarse al suelo y algunas personas intentando huir. Yoko miró al frente y allí lo vio.
-Berthil S. Kyrios... - Murmuró, notando todo el poder que desprendía.
¿Cómo se atrevía a usar su poder contra personas inocentes? La cazadora se agachó junto a un niño desmayado, acariciando su flequillo, tratando de pensar que estaría bien. Escuchó las palabras del pirata, sin mirarlo a la cara. Apretó el puño con fuerza y se levantó. Aquellos comentarios le hacían hervir la sangre. Se acercó un par de metros, manteniendo una distancia prudencial. Lo miró con rabia, ¿cómo si no se podía mirar a un criminal? Pensó si tendría una oportunidad para razonar, pero su intuición le decía que sería imposible. Alguien que entraba amenazando y usando su poder contra la gente no se pararía a hablar.
-¡Pues sí, voy a por tu cabeza! -Gritó, rompiendo el silencio que se había formado ante los dos en cuestión de segundos-. ¡Son personas inocentes, no tenías por qué hacerles eso!
La pelirroja movió la mano hasta dejarla apoyada en la empuñadura de la katana, por seguridad. No se fiaba en absoluto.
-Quizá debas ser tu el que tenga cuidado. No está bien subestimar a la gente. Me he enfrentado a demasiados como tú y siempre acabáis perdiendo. ¿Algo más de lo que presumir? - Inquirió con una sonrisa desafiante -. Así podremos terminar con esto cuanto antes.
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El dragón se mantuvo en su posición, observando a la princesa, aparentando ser aquello que no era, pero en lo que bien podría haberse convertido. Recordaba perfectamente cómo era antes de conocerla. Recordaba cómo era cuando escuchó las primeras notas musicales que formaban su voz ser pronunciadas por sus labios. Recordaba cómo había sido después de su encuentro, y cómo era ahora. Recordaba lo que podría haber sido y que, por suerte, nunca llegó a ser. Lo que emulaba ser no era nada demasiado alejado de lo que podría haber llegado a ser, y si no lo había hecho era, en parte, por ella. Su cambio había sido a mejor, y por lo que podía ver, ella seguía siendo el mismo motivo que evitó que su vida se convirtiera en una búsqueda de fuego y muerte.
Allí, inclinándose junto a un chico que no llegaría a los diez años, preocupada por todos aquellos que habían caído ante la presencia del pirata. Le plantaba cara, como una última esperanza para los buenos e inocentes. Como la luz que siempre había sido. Casi flaqueó su propia voluntad cuando le devolvió aquella mirada, cargada de odio. Pero así debía ser. No podía dejarse llevar por sus sentimientos todavía, aunque fuera por protegerla. Después de todo, ¿cómo se transformaría su vida si descubrían que una cazadora se había encariñado de un pirata? Por su seguridad, sería fuerte.
- ¡Ja! -amplió su sonrisa, mostrándose arrogante- ¿Qué te hace pensar que yo soy como el resto? No eres más que una hormiga para mí, como ellos -siguió, extendiendo los brazos, señalando a la gente que permanecía inconsciente a su alrededor-. Y como ellos caerás.
Debía tener cuidado si no quería echar a perder el plan. Nadie mejor que ella sería capaz de reconocer sus poderes, así que tendría que evitar usar aquellos lo suficientemente llamativos a toda costa. Nada de aliento de dragón, transformaciones ni escamas. Además... Para que todo fuera según lo planeado tendría que contenerse un poco. Se había vuelto mucho más fuerte, sí, pero aún estaban en niveles completamente diferentes. Al menos trataría de hacerlo un poco divertido. ¿Qué mejor forma de reencontrarse que permitir que le zurrase un poco? Total, en el fondo sabía que iba a pillar después de eso.
Con esto en mente Berthil se esfumó en un parpadeo, moviéndose tan rápido que en menos de lo que se dice "Arabasta" había aparecido justo al lado de la cazadora. Tan de cerca pudo apreciar aún mejor la mirada dorada de ella, tan cálida como siempre, manteniéndose desafiante ante él. Tuvo que hacer un esfuerzo por mantener la compostura, justo antes de lanzarle un puñetazo al estómago con su diestra. Dio un margen de tiempo, sin embargo, lo suficientemente breve como para que no resultase sospechoso, pero también lo necesariamente prolongado como para que pudiera verlo venir y responder ante él. Le diera o no, el impacto no sería demasiado fuerte, aunque sí que dolería un poco. Podría decir, sin lugar a dudas, que le dolería más a él que a ella si le alcanzaba.
- ¡Vamos! -bramó, sonando eufórico, como si se estuviera dejando llevar por el combate- ¡Demuéstrame qué sabes hacer!
Ni siquiera empleó el poder de su haki en su ofensiva, ni trató de utilizarlo para prever un posible contraataque. No haría uso de él. En cierto sentido, se veía incapaz. ¿Cómo iba a usar su voluntad en la pelea cuando le flaqueaba cada vez que le dirigía la mirada? A decir verdad, independientemente de la diferencia de poder, el dragón tenía clara una cosa. En un combate real, ni Dexter sería el oponente más duro de batir para él. Sin duda alguna, lo sería ella.
Allí, inclinándose junto a un chico que no llegaría a los diez años, preocupada por todos aquellos que habían caído ante la presencia del pirata. Le plantaba cara, como una última esperanza para los buenos e inocentes. Como la luz que siempre había sido. Casi flaqueó su propia voluntad cuando le devolvió aquella mirada, cargada de odio. Pero así debía ser. No podía dejarse llevar por sus sentimientos todavía, aunque fuera por protegerla. Después de todo, ¿cómo se transformaría su vida si descubrían que una cazadora se había encariñado de un pirata? Por su seguridad, sería fuerte.
- ¡Ja! -amplió su sonrisa, mostrándose arrogante- ¿Qué te hace pensar que yo soy como el resto? No eres más que una hormiga para mí, como ellos -siguió, extendiendo los brazos, señalando a la gente que permanecía inconsciente a su alrededor-. Y como ellos caerás.
Debía tener cuidado si no quería echar a perder el plan. Nadie mejor que ella sería capaz de reconocer sus poderes, así que tendría que evitar usar aquellos lo suficientemente llamativos a toda costa. Nada de aliento de dragón, transformaciones ni escamas. Además... Para que todo fuera según lo planeado tendría que contenerse un poco. Se había vuelto mucho más fuerte, sí, pero aún estaban en niveles completamente diferentes. Al menos trataría de hacerlo un poco divertido. ¿Qué mejor forma de reencontrarse que permitir que le zurrase un poco? Total, en el fondo sabía que iba a pillar después de eso.
Con esto en mente Berthil se esfumó en un parpadeo, moviéndose tan rápido que en menos de lo que se dice "Arabasta" había aparecido justo al lado de la cazadora. Tan de cerca pudo apreciar aún mejor la mirada dorada de ella, tan cálida como siempre, manteniéndose desafiante ante él. Tuvo que hacer un esfuerzo por mantener la compostura, justo antes de lanzarle un puñetazo al estómago con su diestra. Dio un margen de tiempo, sin embargo, lo suficientemente breve como para que no resultase sospechoso, pero también lo necesariamente prolongado como para que pudiera verlo venir y responder ante él. Le diera o no, el impacto no sería demasiado fuerte, aunque sí que dolería un poco. Podría decir, sin lugar a dudas, que le dolería más a él que a ella si le alcanzaba.
- ¡Vamos! -bramó, sonando eufórico, como si se estuviera dejando llevar por el combate- ¡Demuéstrame qué sabes hacer!
Ni siquiera empleó el poder de su haki en su ofensiva, ni trató de utilizarlo para prever un posible contraataque. No haría uso de él. En cierto sentido, se veía incapaz. ¿Cómo iba a usar su voluntad en la pelea cuando le flaqueaba cada vez que le dirigía la mirada? A decir verdad, independientemente de la diferencia de poder, el dragón tenía clara una cosa. En un combate real, ni Dexter sería el oponente más duro de batir para él. Sin duda alguna, lo sería ella.
Yoko Littner
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Otro más, pensó. Siempre eran iguales. Siempre tenían aires de grandeza y nunca sabían cuando callarse. Le hubiese encantado cerrarle la boca de un puñetazo y demostrarle quien mandaba allí. Chasqueó la lengua, mirando hacia otro lado. Ella no solía ser orgullosa ni subestimar a nadie, pero hacía tiempo que estaba cambiando lentamente. Su interior gritaba de rabia. Su furia estaba contenida, deseando ir en busca del pirata. Tanto subestimar le jugaría una mala pasada, no conocía de nada a la pelirroja y ella no era precisamente débil. De todas formas, estaría encantada de demostrarle quién tenía la razón.
-¡Yo nunca caigo! - Gritó enfurecida.
Solo cayó una vez y no se volvería a repetir. Nunca más. Caer para ella significaba morir y una vez se experimenta la muerte no deseas volver a sentirla. Yoko apretó con más fuerza la empuñadura de su katana. No tardó en activar su mantra, a la espera de cualquier movimiento inesperado. El pirata desapareció como si fuese una leve brisa de viento y ella, sorprendida, abrió los ojos como platos, pero enseguida lo sintió a su lado. Antes de que pudiese alcanzarle el golpe dio un salto hacia delante, cayendo de rodillas sobre la gravilla. Estuvo muy cerca de él, tan cerca que pudo apreciar sus ojos. Unos ojos dorados y relucientes como el sol, como los que había visto por primera vez en el reino de la nieve, unos ojos capaces de embriagar la mirada de cualquier débil humano.
Estuvo unos segundos apoyada en el suelo hasta que arrastró la mano por este para levantarse. La pelirroja desenfundó su katana más valiosa y lo apuntó. Era rápido, pero quizás ella pudiese serlo más. No tenía nada que demostrarle, parecía que lo hacía con burla. Yoko, con la cabeza gacha, vio su reflejo en el platino filo de la espada y esbozó una sonrisa. Alzó la cabeza poco a poco, observando detenidamente al pirata. La pelirroja no se inmutó, pero de ella comenzó a emitirse una luz blanca muy brillante. En cuanto la luz desapareció, todavía podía verse como resplandecía a su alrededor. Su cuerpo había cambiado para transformarse en arcángel. Sus cabellos carmesís dieron paso a una larga melena dorada; sus ropas extravagantes tomaron forma de pequeñas prendas blancas hasta formar una túnica blanca inmaculada y, finalmente, de su espalda, emergieron dos bellas alas.
-Es hora de expiar tus pecados.
Yoko alzó su mano izquierda con la palma abierta, de ella comenzaron a brotar bolas de fuego celestial hasta formar un círculo. Después, estiró la mano hacia el pirata, lanzándolas hacia él. El fuego celestial era purificador y aquel criminal necesitaba redimir sus pecados para estar en paz consigo mismo y con el mundo que le rodeaba. No se molestó el alzar la espada ni en moverse. Estuvo quieta, a la espera del movimiento que haría el malhechor. Ella no cesó su sonrisa en ningún momento.
-¿Qué pasa? ¿Ya no te comportas como antes? ¿No se supone que tu también eres muy fuerte? Demuestra lo que sabes hacer. Palabras, palabras... siempre palabras, como todos.
Recalcó esa última palabra, queriendo demostrar que tenía razón. A veces el arcángel la dominaba por completo y no era capaz de ser ella misma, pero ahora estaba comportándose como ella quería. Sin titubear, sin miedo. Por alguna extraña razón no le temía, sobre todo cuando estuvo a su lado por unos segundos. La pelirroja alzó la espada y la apoyó en el hombro, mientras que la otra mano la posó sobre la cadera. Negó con la cabeza mientras sonreía.
-¡Yo nunca caigo! - Gritó enfurecida.
Solo cayó una vez y no se volvería a repetir. Nunca más. Caer para ella significaba morir y una vez se experimenta la muerte no deseas volver a sentirla. Yoko apretó con más fuerza la empuñadura de su katana. No tardó en activar su mantra, a la espera de cualquier movimiento inesperado. El pirata desapareció como si fuese una leve brisa de viento y ella, sorprendida, abrió los ojos como platos, pero enseguida lo sintió a su lado. Antes de que pudiese alcanzarle el golpe dio un salto hacia delante, cayendo de rodillas sobre la gravilla. Estuvo muy cerca de él, tan cerca que pudo apreciar sus ojos. Unos ojos dorados y relucientes como el sol, como los que había visto por primera vez en el reino de la nieve, unos ojos capaces de embriagar la mirada de cualquier débil humano.
Estuvo unos segundos apoyada en el suelo hasta que arrastró la mano por este para levantarse. La pelirroja desenfundó su katana más valiosa y lo apuntó. Era rápido, pero quizás ella pudiese serlo más. No tenía nada que demostrarle, parecía que lo hacía con burla. Yoko, con la cabeza gacha, vio su reflejo en el platino filo de la espada y esbozó una sonrisa. Alzó la cabeza poco a poco, observando detenidamente al pirata. La pelirroja no se inmutó, pero de ella comenzó a emitirse una luz blanca muy brillante. En cuanto la luz desapareció, todavía podía verse como resplandecía a su alrededor. Su cuerpo había cambiado para transformarse en arcángel. Sus cabellos carmesís dieron paso a una larga melena dorada; sus ropas extravagantes tomaron forma de pequeñas prendas blancas hasta formar una túnica blanca inmaculada y, finalmente, de su espalda, emergieron dos bellas alas.
-Es hora de expiar tus pecados.
Yoko alzó su mano izquierda con la palma abierta, de ella comenzaron a brotar bolas de fuego celestial hasta formar un círculo. Después, estiró la mano hacia el pirata, lanzándolas hacia él. El fuego celestial era purificador y aquel criminal necesitaba redimir sus pecados para estar en paz consigo mismo y con el mundo que le rodeaba. No se molestó el alzar la espada ni en moverse. Estuvo quieta, a la espera del movimiento que haría el malhechor. Ella no cesó su sonrisa en ningún momento.
-¿Qué pasa? ¿Ya no te comportas como antes? ¿No se supone que tu también eres muy fuerte? Demuestra lo que sabes hacer. Palabras, palabras... siempre palabras, como todos.
Recalcó esa última palabra, queriendo demostrar que tenía razón. A veces el arcángel la dominaba por completo y no era capaz de ser ella misma, pero ahora estaba comportándose como ella quería. Sin titubear, sin miedo. Por alguna extraña razón no le temía, sobre todo cuando estuvo a su lado por unos segundos. La pelirroja alzó la espada y la apoyó en el hombro, mientras que la otra mano la posó sobre la cadera. Negó con la cabeza mientras sonreía.
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El dragón mostró sus colmillos al sonreír. «Parece que has aprendido algunas cosas», pensó al ver cómo evadía el puñetazo. Había sido una reacción realmente rápida, incluso más de lo que se esperaba. Que se estuviera conteniendo no implicaba que responder ante aquello fuera una tarea fácil, pero parecía que sus preocupaciones eran infundadas. Su capacidad para el combate parecía haber mejorado notablemente. Ya no era aquella chica de Sakura que huía de sus perseguidores. No era la presa.
Clavó su mirada en la de ella, tratando de leer sus intenciones en el momento en que desenvainó su espada. Las cosas iban a volverse mucho más divertidas a partir de ese punto. Podía sentir su predisposición a enfrentarse a él, incluso después de aquella pequeña exhibición de sus habilidades. ¿Hasta donde llegaría su convicción? ¿Realmente confiaba en ganar o es que le daba igual ponerse en peligro para protegerles?
- Eso ya lo veremos -le dijo, alzando la voz, al tiempo que se estiraba un poco, dando a entender que ni siquiera se estaba esforzando.
Sin más, comenzó a avanzar hacia ella, aprovechando la pequeña pausa que se habían tomado. ¿Dudaba? ¿Preparaba algo? No importaba, él tenía que seguir interpretando su papel a toda costa. Cuanto más creíble fuera, mejor para ambos. Pero, entonces, sus pasos se detuvieron. Frunció el ceño y agudizó la vista, sintiendo la voz de la cazadora crecer a cada segundo que pasaba. Su cuerpo se estaba transformando y, durante el proceso, se vio obligado a cubrirse por ojos con el brazo, deslumbrado por aquella luz inmaculada. Lo que vio después de esto le dejó estupefacto. Aún conservaba sus rasgos, pero estos eran más hermosos si cabe. Su cabello había pasado del rojo escarlata al dorado y todo su cuerpo parecía resplandecer. Dos alas surgieron de la espalda de la muchacha, de forma similar a cómo lo hacían cuando él desplegaba las suyas.
- ¿Zoan...? -murmuró, con los ojos abiertos como platos, casi paralizado por aquella visión. Sin embargo, pocos segundos después, sus músculos volvieron a relajarse y sus labios dibujaron una nueva sonrisa- Ya veo.
Se sentía estúpido por haberla subestimado. Era mucho más fuerte de lo que podría haberse imaginado, lo cual tan solo podía tranquilizarle. No tendría que preocuparse en exceso por dañarla, siempre y cuando no usase toda su fuerza. Parecía poseer el poder de un ángel... Aunque no estaba seguro de qué clase. Lo único que podía afirmar es que era la imagen más bella que sus ojos
habían presenciado jamás.
Las bolas de fuego que generó sobre su mano le hicieron alarmarse. «¿Desde cuándo puedes hacer todo esto?». Le habría gustado preguntárselo, pero la búsqueda de respuestas debería esperar un poco más. En el momento en que estas salieron disparadas hacia él se vio obligado a concentrarse. Volvió a desaparecer de la vista de todos en cuanto comenzó a moverse, evadiendo las llamas que impactaban contra el suelo o salían despedidas en distintas direcciones al no alcanzar a su objetivo. En principio el fuego no debía ser capaz de dañarle, pero tratándose del poder de una mitológica no podía confiarse. Lo mejor sería evitar el riesgo. Eso sí, se aseguró de que ninguna impactase a los civiles que aún se encontraban desmayados, por si acaso.
- ¡Ja! -el azabache avanzaba rápidamente hacia la ahora rubia cazarrecompensas- Tendrás que esforzarte mucho más que esto.
De nuevo acortó la distancia, lanzando un rápido puñetazo al aire antes de llegar hasta ella. La fuerza del mismo hizo que el propio aire se rompiera, provocando una onda de choque que comenzó a avanzar imparable contra Yoko. Era de un tamaño considerable, aunque se había asegurado de desviar el golpe ligeramente para que le fuera más sencillo evadirla. Se sentía mal por ello, pero no podía negar que se estaba divirtiendo. A partir de ese momento sus ataques se centrarían en obligar a su rival a ir alejándose cada vez más y más del centro urbano, buscando llevar la pelea a las afueras. Probablemente sus ataques impactarían en edificios y destrozarían calles, aunque con suerte no dañarían a nadie ajeno a esa disputa.
Clavó su mirada en la de ella, tratando de leer sus intenciones en el momento en que desenvainó su espada. Las cosas iban a volverse mucho más divertidas a partir de ese punto. Podía sentir su predisposición a enfrentarse a él, incluso después de aquella pequeña exhibición de sus habilidades. ¿Hasta donde llegaría su convicción? ¿Realmente confiaba en ganar o es que le daba igual ponerse en peligro para protegerles?
- Eso ya lo veremos -le dijo, alzando la voz, al tiempo que se estiraba un poco, dando a entender que ni siquiera se estaba esforzando.
Sin más, comenzó a avanzar hacia ella, aprovechando la pequeña pausa que se habían tomado. ¿Dudaba? ¿Preparaba algo? No importaba, él tenía que seguir interpretando su papel a toda costa. Cuanto más creíble fuera, mejor para ambos. Pero, entonces, sus pasos se detuvieron. Frunció el ceño y agudizó la vista, sintiendo la voz de la cazadora crecer a cada segundo que pasaba. Su cuerpo se estaba transformando y, durante el proceso, se vio obligado a cubrirse por ojos con el brazo, deslumbrado por aquella luz inmaculada. Lo que vio después de esto le dejó estupefacto. Aún conservaba sus rasgos, pero estos eran más hermosos si cabe. Su cabello había pasado del rojo escarlata al dorado y todo su cuerpo parecía resplandecer. Dos alas surgieron de la espalda de la muchacha, de forma similar a cómo lo hacían cuando él desplegaba las suyas.
- ¿Zoan...? -murmuró, con los ojos abiertos como platos, casi paralizado por aquella visión. Sin embargo, pocos segundos después, sus músculos volvieron a relajarse y sus labios dibujaron una nueva sonrisa- Ya veo.
Se sentía estúpido por haberla subestimado. Era mucho más fuerte de lo que podría haberse imaginado, lo cual tan solo podía tranquilizarle. No tendría que preocuparse en exceso por dañarla, siempre y cuando no usase toda su fuerza. Parecía poseer el poder de un ángel... Aunque no estaba seguro de qué clase. Lo único que podía afirmar es que era la imagen más bella que sus ojos
habían presenciado jamás.
Las bolas de fuego que generó sobre su mano le hicieron alarmarse. «¿Desde cuándo puedes hacer todo esto?». Le habría gustado preguntárselo, pero la búsqueda de respuestas debería esperar un poco más. En el momento en que estas salieron disparadas hacia él se vio obligado a concentrarse. Volvió a desaparecer de la vista de todos en cuanto comenzó a moverse, evadiendo las llamas que impactaban contra el suelo o salían despedidas en distintas direcciones al no alcanzar a su objetivo. En principio el fuego no debía ser capaz de dañarle, pero tratándose del poder de una mitológica no podía confiarse. Lo mejor sería evitar el riesgo. Eso sí, se aseguró de que ninguna impactase a los civiles que aún se encontraban desmayados, por si acaso.
- ¡Ja! -el azabache avanzaba rápidamente hacia la ahora rubia cazarrecompensas- Tendrás que esforzarte mucho más que esto.
De nuevo acortó la distancia, lanzando un rápido puñetazo al aire antes de llegar hasta ella. La fuerza del mismo hizo que el propio aire se rompiera, provocando una onda de choque que comenzó a avanzar imparable contra Yoko. Era de un tamaño considerable, aunque se había asegurado de desviar el golpe ligeramente para que le fuera más sencillo evadirla. Se sentía mal por ello, pero no podía negar que se estaba divirtiendo. A partir de ese momento sus ataques se centrarían en obligar a su rival a ir alejándose cada vez más y más del centro urbano, buscando llevar la pelea a las afueras. Probablemente sus ataques impactarían en edificios y destrozarían calles, aunque con suerte no dañarían a nadie ajeno a esa disputa.
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Yoko parpadeó varias veces al ver que el pirata se dirigía hacia ella a gran velocidad. Este golpeó al aire creando una onda, pero la cazadora reaccionó a tiempo echando a volar hacia arriba. Desde lo alto y, agitando sus alas con asiduidad, observó de lo que se había librado. Si aquella onda llegara a alcanzarla habría volado por los aires directa a estamparse contra el muro de alguna casa. La rubia le dedicó una mirada desafiante al criminal y bajó hasta posarse en suelo con cierta parsimonia.
El desastre que causó se extendió por toda la calle. Varias viviendas quedaron derruidas y los escombros quedaron expandidos por gran parte de la vía. Por suerte no había personas heridas y los pocos que quedaban afectados por el haki del rey echaron a correr asustados. Siempre quedaba algún hombre atrevido que se quedaba para ver el espectáculo y disfrutar de las delicias de los golpes entre varias personas. La violencia no era del agrado de Yoko, nunca lo fue, pero si la atacaban no tenía más remedio que defenderse. Siempre intentó utilizar el diálogo, pero la mayoría de veces resulta inútil contra personas que se niegan a hablar.
Sin embargo, algo iba mal. Nunca antes el espíritu había permanecido tanto tiempo en primer plano, oprimiendo la personalidad de la cazadora. Quien atacaba al criminal no era ella, sino el propio arcángel. La rubia llevó la mano a su cabeza y la posó en la frente, con los ojos entrecerrados. Parecía haber un debate en su interior sobre quién era el más fuerte para ocupar el cuerpo de la pelirroja. Durante una pelea no era el lugar adecuado para tratar aquellos temas, pero la personalidad siempre quería doblegar la personalidad del usuario a su voluntad cuando este hacía algo mal. Se decía que la iba doblegando poco a poco hasta hacerse completamente con el control del cuerpo.
Dos cuerpos dentro de uno. Con una mano apoyada sobre la empuñadura de su espada, Yoko la apretó fuertemente. Su imagen se desvanecía por segundos para dar paso a la apariencia normal de la pelirroja, pero no era capaz de aguantar lo suficiente y regresaba a su aspecto de arcángel. Los cambios de apariencia cesaron y la rubia apartó la mano de su cabeza. La pelirroja siempre evitaba estar transformada durante mucho tiempo en esa forma, pues significaba darle más poder a la extraña personalidad.
El arcángel abrió los ojos del todo y miró al criminal de nuevo. Pese a que no había personas heridas, ella tenía un as bajo la manga. La energía sagrada dañaría a todo ser malvado que se encontrara ante ella y, de paso, curaría a personas sin darse cuenta. Estiró la mano y una pequeña esfera fue creciendo de su palma hasta expandirse por toda la zona. Cuando la esfera lo suficientemente grande e imbuyó gran parte de las casas y personas que allí se encontraban, dio un chasquido con los dedos. La cazadora sonrió, pues deseaba ver la reacción del pirata ante la energía sagrada, una energía dañina para todo aquel ser que hiciera daño a alguien.
No articuló ni una sola palabra, como si no fuera capaz de hablar por si misma. Simplemente desenvainó su espada y se acercó hasta él a paso lento, esperando que la energía sagrada hiciera todo el trabajo. Intentaba hacerse el fuerte y no era más que un creído que subestimaba el poder de su enemigo.
El desastre que causó se extendió por toda la calle. Varias viviendas quedaron derruidas y los escombros quedaron expandidos por gran parte de la vía. Por suerte no había personas heridas y los pocos que quedaban afectados por el haki del rey echaron a correr asustados. Siempre quedaba algún hombre atrevido que se quedaba para ver el espectáculo y disfrutar de las delicias de los golpes entre varias personas. La violencia no era del agrado de Yoko, nunca lo fue, pero si la atacaban no tenía más remedio que defenderse. Siempre intentó utilizar el diálogo, pero la mayoría de veces resulta inútil contra personas que se niegan a hablar.
Sin embargo, algo iba mal. Nunca antes el espíritu había permanecido tanto tiempo en primer plano, oprimiendo la personalidad de la cazadora. Quien atacaba al criminal no era ella, sino el propio arcángel. La rubia llevó la mano a su cabeza y la posó en la frente, con los ojos entrecerrados. Parecía haber un debate en su interior sobre quién era el más fuerte para ocupar el cuerpo de la pelirroja. Durante una pelea no era el lugar adecuado para tratar aquellos temas, pero la personalidad siempre quería doblegar la personalidad del usuario a su voluntad cuando este hacía algo mal. Se decía que la iba doblegando poco a poco hasta hacerse completamente con el control del cuerpo.
Dos cuerpos dentro de uno. Con una mano apoyada sobre la empuñadura de su espada, Yoko la apretó fuertemente. Su imagen se desvanecía por segundos para dar paso a la apariencia normal de la pelirroja, pero no era capaz de aguantar lo suficiente y regresaba a su aspecto de arcángel. Los cambios de apariencia cesaron y la rubia apartó la mano de su cabeza. La pelirroja siempre evitaba estar transformada durante mucho tiempo en esa forma, pues significaba darle más poder a la extraña personalidad.
El arcángel abrió los ojos del todo y miró al criminal de nuevo. Pese a que no había personas heridas, ella tenía un as bajo la manga. La energía sagrada dañaría a todo ser malvado que se encontrara ante ella y, de paso, curaría a personas sin darse cuenta. Estiró la mano y una pequeña esfera fue creciendo de su palma hasta expandirse por toda la zona. Cuando la esfera lo suficientemente grande e imbuyó gran parte de las casas y personas que allí se encontraban, dio un chasquido con los dedos. La cazadora sonrió, pues deseaba ver la reacción del pirata ante la energía sagrada, una energía dañina para todo aquel ser que hiciera daño a alguien.
No articuló ni una sola palabra, como si no fuera capaz de hablar por si misma. Simplemente desenvainó su espada y se acercó hasta él a paso lento, esperando que la energía sagrada hiciera todo el trabajo. Intentaba hacerse el fuerte y no era más que un creído que subestimaba el poder de su enemigo.
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